Tiempo de lectura: 5 minutosDurante su concierto en la prisión de San Quentin, California, en 1969, Johnny Cash le dijo a su público que los productores de televisión encargados de grabarlo le habían dicho qué canciones tocar, cómo pararse y qué tenía que hacer. Cash se negó rotundamente: “Yo no entiendo eso. Estoy aquí para hacer lo que ustedes quieran que haga y lo que yo quiera hacer”.
Desde que empezó a dirigir películas, el guionista estadounidense Charlie Kaufman ha actuado como Cash y quizá lo haya rebasado al importarle poco lo que el público quiera. Esto le ha costado. Sólo ha podido realizar tres películas ante la dificultad de financiar cada una, pero las tres, Synecdoche, New York (2008), Anomalisa (2015) y I’m Thinking of Ending Things (2020), son, en opinión de muchos, obras maestras. Sobre todo la primera y la última, que se comportan como símiles de la realidad donde cada idea, cada acto, es un pequeño fragmento que representa las inabarcables dimensiones del mundo mediante la ambivalencia y la excentricidad. Muchos nos preguntamos todavía qué significará un incendio inapagable en Synecdoche, New York.
Durante la primera etapa en su carrera cinematográfica, Kaufman escribió guiones dirigidos por Spike Jonze, Michel Gondry e incluso George Clooney. Being John Malkovich (1999), Adaptation (2002) y Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004) son algunos resultados de esas colaboraciones que, gracias a excéntricas exploraciones de la timidez y el amor, se han convertido en favoritas del público. Sin embargo, estas películas parecen más lo que los productores y directores querían hacer de ellas: el humor, por ejemplo, era menos despiadado que en la filmografía posterior de Kaufman y las narrativas aspiraban a cierta claridad para no confundir al público.
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I´m Thinking of Ending Things (2020)
Es fácil ver la diferencia ahora que llega I’m Thinking of Ending Things a Netflix. De hecho me niego a llamarla una adaptación de la novela de Iain Reid porque Kaufman es tan autónomo que sólo utiliza el esqueleto del libro para ponerle una cuantiosa carne que arranca de sí mismo. En la novela de Reid se esclarece todo al final, como en un chiste, mientras que en la película sólo pueden ocurrírsenos más preguntas que nos obligan a inventar nuestros propios significados. Una obra expresa los delirios de una consciencia debilitada y la otra aspira a simular un inconsciente colectivo donde la cultura proyecta el fracaso universal del amor.
En ambas versiones nos encontramos al principio con la historia de Lucy (interpretada en la película por Jessie Buckley), una mujer que se dirige con su novio a casa de sus suegros mientras piensa en terminar con él. La voz en off, tan típica de Kaufman, repite a menudo: “Pienso en el final”. Nada raro hasta ese momento. Pero inmediatamente la extrañeza se manifiesta como un fantasma: Jake (Jesse Plemmons) parece oír los pensamientos de su novia. Esta es la premisa que se ve en el tráiler de la película, donde Netflix pareciera venderla como la Get Out (2017) feminista, pero incluso Kaufman juega con nuestras expectativas al ofrecernos lo que parece una trama de horror íntimo como el de Ari Aster.
El tono en estas primeras escenas es melancólico. Los limpiaparabrisas del coche suben y bajan, necios e inquietantes, mientras que la pareja habla tensa sobre poesía, teatro musical y de cómo un pensamiento es más cierto que una acción. Pronto el tono desciende a lo macabro. La casa rural de los suegros, ubicada en algún punto de Norteamérica, es un oscuro lugar de muerte donde los gusanos se comen vivos a los cerdos y donde Kaufman alude directamente al cine de horror con una puerta que da hacia un sótano. En ella hay marcas de arañazos y cinta, quizá para evitar que alguien la abra. ¿Pero es esta en verdad una película de horror o sólo un constructo que utiliza convenciones del género para confundirnos? El resto del metraje nos afirmará lo segundo.
«Desde que empezó a dirigir películas, el guionista estadounidense Charle Kaufman ha actuado como Cash y quizá lo haya rebasado al importarle poco lo que el público quiera. Esto le ha costado».
A lo largo de la visita a los padres de Jake, el nombre de Lucy cambia: en un momento su novio la llama Lucia, con acento italiano, y en otro, Louisa o tal vez Luisa. El tiempo también fluye inexplicablemente de un corte a otro. En un plano, Lucy está a punto de entrar al comedor, todavía los colores son grisáceos como el día que se va, pero en el siguiente las luces interiores iluminan la noche y la mesa está servida. Pronto este ritmo se acelerará de manera inexplicable y pareciera entonces que estamos viendo la consciencia del tiempo, que amontona temporadas distintas en una sola. No está claro tampoco si Lucy o Lucia o Luisa es poeta, pintora o física. Distintas dimensiones parecen chocar en un mismo lugar, pero, a pesar de todo, hay otros elementos que sugieren más bien una consciencia humana hecha de construcciones y de sueños.
Hace tres años la cineasta francesa Claire Denis estrenó Un beau soleil intérieur (2017), una película que se inspiraba en Fragments d’un discours amoureux (1977), de Roland Barthes, donde el filósofo reunía citas literarias e intervenciones propias en un intento de crear una vasta constelación de ideas sobre las variedades del amor. La película de Denis adaptaba todo a una trama que se resistía a la claridad al narrar con desorden, pero con I’m Thinking of Ending Things Kaufman pareciera estar en medio de una aventura similar y, a la vez, más desconcertante.
Una inmensa serie de referencias expresa a la película como un metatexto con intenciones similares a las de Barthes. En el camino a la casa de sus suegros, Lucy recita un conmovedor poema sobre la tristeza de llegar a casa. Jake se convence de que ella lo escribió sobre él, pero más adelante aparece el libro de la poeta Eva H.D. donde está publicado. En otra escena, cuando toda ilusión de una trama convencional ha desaparecido, Lucy imita sin razón aparente a la crítica estadounidense Pauline Kael y ataca como ella una película de John Cassavetes, A Woman Under the Influence (1974). Pero las alusiones más delirantes son parodias maliciosas de Robert Zemeckis y Ron Howard que parecen señalarlos como los culpables de deformar nuestra idea del amor. El primero es vapuleado cuando aparece su nombre en los créditos de una burda comedia romántica que no existe; Kaufman ataca a Howard parodiando el final meloso de A Beautiful Mind (2001). Como en Being John Malkovich (1999), estamos en el interior de una consciencia que, incapaz de experimentar el amor, lo inventa y lo deforma: lo piensa a partir de la cultura que lo ha abordado.
I´m Thinking of Ending Things (2020)
A pesar de sus muchas referencias y de un claro desinterés por las convenciones narrativas, sería un error pensar que I’m Thinking of Ending Things sea estrictamente racional y meramente provocadora. Como la novela de James Joyce, Ulysses, la película explora con desenfreno una consciencia individual pero inabarcable donde se enfrentan las impresiones de la realidad tal como es y las fantasías de como quisiéramos vivirla. En palabras de T.S. Eliot: entre la idea y la realidad cae la sombra.
Por artificiales y artificiosos que sean, los personajes de Kaufman también contienen esa tensión porque no se distancian de una cualidad humana, reconocible. La melancolía de Jake, el desconcierto de Lucy, las extrañas manías de Toni Collette y David Thewlis como los suegros, se encuentran siempre en el límite entre dos mundos y expresan así su naturaleza tan fantástica como anclada en la realidad. De alguna forma representan la obra de Kaufman, que simula nuestro mundo desde otro imaginario, o viceversa, tal vez. En esa libertad de perturbar lo cotidiano, de penetrar en otras consciencias para ver el mundo desde su mirada incompleta, Kaufman se encuentra a sí mismo y a todos los demás. Independientemente de qué quiera hacer, en realidad siempre trabaja para nosotros.