Ira Sachs, el cineasta de la intimidad
Una entrevista a uno de los directores más importantes del cine independiente norteamericano.
Al comienzo de la entrevista telefónica, Ira Sachs dice entre risas que le da gusto que le recuerden que ha dirigido ya muchas películas, como si aún no creyese que es un autor cinematográfico de peso. “Definitivamente me siento afortunado”, dice desde su departamento en Nueva York. Desde 1997, año en que estrenó su película debut, The Delta —coescrita con Mauricio Zacharias—, Ira Sachs arrancó una exitosa carrera escribiendo dramas sobre la vida familiar y de pareja, siempre con una visión centrada en la intimidad de sus personajes y el lugar en el que se desenvuelven.
“Algunas personas dicen que el lugar es un personaje, pero para mí el lugar es la historia. No hay separación entre éstos. Cuando enseñaba en NYU motivaba a los estudiantes a hacer películas en sus hogares, sobre sus padres o amigos, porque siento que uno debe averiguar cómo ofrecerle algo único al público. Por eso mi relación con los lugares es profunda e íntima”, explica Sachs.
Él nació en Memphis, Tennesse, dentro de una zona particularmente conservadora de Estados Unidos, y lugar en el que ambientó su ópera prima, sobre un joven que descubre su homosexualidad en este contexto adverso.
A partir de este despunte, Sachs se convirtió en una figura siempre presente en el cine independiente norteamericano. En 2005 ganó el Premio del Jurado en el festival de Sundance —conocida plataforma para el cine no industrial de Estados Unidos y el mundo— con su película Forty Shades of Blue, sobre una mujer en Memphis que debe de replantear su vida después de conocer al hijo de su esposo, producto de otro matrimonio.
No obstante, no sería sino hasta después de la crisis económica de 2008 que Sachs decidió reinventarse como cineasta y llevar su carrera a los lugares que siempre quiso.
El primer ejemplo de esta etapa es Keep the Lights on, un drama autobiográfico de 2012 sobre un aspirante a cineasta cuya pareja es adicta al crack. Filmada en película de 16 mm, lo cual le da un aspecto viejo y granulado, la cinta abarca décadas en la historia del par, y también marcó el regreso del director a trabajar con su coguionista Mauricio Zacharias. Esta colaboración se volvió clave para la carrera de Sachs, y cuatro películas después aún escriben juntos los guiones: “Mauricio colabora tanto como yo al trabajo, tenemos diferentes habilidades y talentos, y por eso colaboramos bien. Es parte de mi familia extendida”, agrega Sachs.
Love is Strange, su siguiente película, retrató a Alfred Molina y John Lithgow como una pareja homosexual que después de casarse encuentran una serie de dificultades económicas, principalmente producto de la homofobia.
Little Men, habla de la gentrificación en Nueva York, y de la forma en que los lazos de amistad se destruyen fácilmente en una comunidad.
Su más reciente largometraje, Frankie, estrenado en el Festival de Cannes de 2019, marca varios cambios en la carrera de Sachs: es su primera película filmada enteramente en Europa, abarca un ensamble coral de personajes y la forma en que está filmada es también distinta.
“Frankie es una película diversa e internacional, de esta forma se parece un poco a mi vida” reflexiona Sachs. “Tengo familia en Ecuador, dos hijos cuya madre es de Seattle, mi coescritor es brasileño, el fotógrafo es portugués… y en la película los personajes se conectan por razones más allá de la nacionalidad”.
El largometraje está filmado en el Sintra, en la costa portuguesa, y habla sobre un ícono del cine francés apodada Frankie (interpretada por Isabelle Huppert) que decide reunir a familia y amigos en esta ciudad, para darles una importante noticia.
Frankie retoma esa intimidad que Sachs le imprime a sus películas, y a pesar de contar con un amplio ensamble de actores (incluidos Marisa Tomei, Brendan Gleeson o Carloto Cotta), el espectador está conectado a las luchas y ansiedades de cada uno de ellos. La película se originó, como suele suceder con el director, a inspiración de otro trabajo. En esta ocasión fue la cinta Kanchenjungha de Sayajit Ray, relato de 1962 donde una adinerada familia india vacaciona en un resort montañoso, y se dan una serie de revelaciones y tensiones familiares conectadas con el lugar y la naturaleza.
“Nosotros queríamos hacer nuestra versión”, menciona Sachs, “e inmediatamente pusimos reglas: un día, nueve historias, muchos arcos paralelos y al final tiene una cualidad teatral”.
Esta última característica es importante, ya que Ira Sachs invierte mucho de su talento en la dirección de actores, y no tanto en lucir movimientos de cámara o algún otro elemento técnico. Para Frankie, sin embargo, las tomas son demasiado amplias, y a cuadro siempre se encuentran todos los personajes, así sean seis, en tomas ininterrumpidas que abarcan una conversación entera. Este estilo permite a los personajes interpretar sin interrupciones o algún tipo de manipulación cinematográfica, todo es muy crudo y personal.
Sachs atribuye esa cercanía a su formación cinematográfica, en la que cineastas como John Cassavettes, Jim Jarmusch o Shirley Clarke le enseñaron a generar intimidad en pantalla y esta es, notoriamente, la prioridad del director: conectar con los personajes y sus problemas, como cáncer, gentrificación o adicciones.
Película tras película, Ira Sachs construye historias sencillas y pausadas, donde un problema pequeño desemboca en intensas emociones no sólo en los personajes, sino en la audiencia. Ira Sachs es prueba de que los largometrajes no necesitan grandes gestos ni una producción enorme, sino una trabajada conjunción de actores, guión y dirección.
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