Adiós a Jonas Mekas
El director murió dejando tras de sí una de las documentaciones más meticulosas de una vida: la suya
Jonas Mekas ha muerto “de forma pacífica, en su casa, rodeado de su familia”, anunció hoy Anthology. El cineasta había dejado suficiente registro de sí mismo como para permitirnos saber que era un ser humano sosegado que se encontraba a menudo con sus seres queridos.
Aunque este evento aislado –su muerte pacífica, en casa– nos habla de su personalidad, no alcanza a resumir la existencia de Jonas Mekas. Su ubicuidad e incansable búsqueda de la belleza, hicieron de la de Mekas una vida heroica. Y el riguroso registro de una vida heroica solo puede resultar en una obra heroica.
La larga vagancia de Jonas Mekas empezó en 1944 cuando él y su hermano Adolfas abandonaron Lituania huyendo de la guerra. Detenidos en Alemania, pasaron por un campo de concentración y más tarde por algunos campos de refugiados. “Ningún lugar a donde ir”, reza el título de su autobiografía, y es también la declaración de su eterna condición de apátrida. Tras estudiar la universidad en Alemania, Jonas y Adolfas emigraron al barrio de Williamsburg, en Nueva York. No habían pasado ni dos semanas cuando Jonas tomó dinero prestado para comprar su primera cámara Bolex de 16mm, iniciando una búsqueda estética y vital que duraría 70 años más.
A pesar de rechazar siempre las etiquetas, Jonas Mekas ha sido catalogado a menudo como “padrino del cine de vanguardia”. La categoría de “cine experimental” se ha vuelto amplia y difusa pero alguna vez refirió casi exclusivamente a un movimiento del que formó parte junto a artistas como Stan Brakhage o Maya Deren. Incluso antes de empezar a filmar, Mekas ya se encontraba inmerso en el cine y en el avant-garde, escribiendo una columna para The Village Voice y proyectando películas vanguardistas junto a instituciones como el Cinema 16 de Amos Vogel.
Durante años el cineasta lituano soñó con tener un lugar donde almacenar, preservar y exhibir todas estas obras fílmicas que se salían de la norma. El sueño se volvió realidad en 1969 con la fundación del Anthology Film Archives. Desde entonces y hasta que el brutalista edificio de ladrillos se mantenga en pie, la fundación seguirá conservando algunas de las piezas más valiosas del cine global.
Curiosamente, la primera película terminada por Jonas Mekas poco tiene que ver con su obra posterior. La pequeña obra narrativa Guns of the Trees (1961) daría paso a un cuerpo de obra que comprende casi 50 películas. En lo que constituye una de las documentaciones más meticulosas de una vida, Mekas recorrió Nueva York, Estados Unidos y el siglo XX con la desesperada convicción de estar perdido en todos lados y con la cámara siempre filmando. Situada en la intersección entre la lírica, el documental y el ensayo, la obra de Jonas Mekas se inspira en corrientes artísticas como el trascendentalismo estadounidense para encontrar una especie de épica de la vida cotidiana. Esto resultaría en obras monumentales como Walden (1969), Lost, Lost, Lost (1976) y As I Was Moving Ahead I Saw Brief Glimpses of Beauty (2000). En 2011 filmó su bar favorito para su última película, My Mars Bar Movie y en 2012 se publicó Out-Takes from the Life of a Happy Man con material descartado.
Como observador errante de su época, Jonas Mekas tuvo de amigos a artistas de la talla de Yoko Ono, John Lennon, Salvador Dalí y Andy Warhol. Además registró, por ejemplo, el primer concierto de The Velvet Underground en la convención de psiquiatras de Nueva York en 1966. Desafortunadamente, también vio morir. Dejó registro del fallecimiento de su amigo Allen Ginsberg en Scenes from Allen’s Last Three Days on Earth as a Spirit (1997), y sus Correspondencias (2011) con el cineasta español José-Luis Guerín siguen siendo una de las obras video-epistolares más bellas de la historia.
Además de cineasta también fue poeta. “En Lituania, me conocen como poeta y no les importan mis películas. En Europa, sólo conocen mi cine. No conocen mi poesía. En Estados Unidos, ¡sólo soy un disidente!” diría alguna vez. Su visión poética, sumada a su voraz curiosidad, hizo que hasta el final de su vida quisiera siempre estar a la vanguardia, abrazando el futuro con optimismo. Esto queda latente en los videos que grabó de él su amigo y cineasta Harmony Korine, pero también en el clip en el que defiende a Britney Spears de aquellos que la atacaron cuando se rapó. Todos los que la critican, regaña con su natural serenidad, no supieron ver que ese ataque de nervios no fue sino la expresión de la honestidad y la intensidad de una auténtica artista.
El cine y el arte tienen con Jonas Mekas una deuda estética y ética. Recuerdo haber acudido a verlo en su visita al MUAC en 2013 y, desde el patio, verlo recorrer los pasillos con su bastón. Me paralizó la certeza de que probablemente nadie me ha hecho interesarme tanto en el cine como lo hizo ese hombre. Si hubiera encontrado la forma de acercarme, le hubiera dado las gracias por la lección más grande que nos dejó: que la búsqueda de la belleza no es una empresa fútil, sino una aventura que exige la dedicación y el rigor que sólo se alcanzan en una vida entera. Gracias a personajes como él volteamos a ver la vida diaria y vislumbramos la belleza en las calles, en la naturaleza, en las miradas de nuestros amigos.
Su partida deja un hueco en el mundo, sin duda, pero él continúa avanzando, avanzando lentamente.
*Con información de El País y Anthology Film Archives.
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