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Orquesta Dimas y Prieto tocando en el Salón Colonia de la Ciudad de México. Ca. 1930. Foto: Cortesía Sexto Piso y Fomento Cultural BBVA.
Con la autorización de la Fundación BBVA y de la Editorial Sexto Piso, presentamos un adelanto del libro <i>Sonidos de México</i>.
«Música tropical» es la categoría que la industria musical le otorgó a los géneros bailables que se desarrollaron en el área de las Antillas y que llegaron a México en la primera mitad del siglo XX. Se trata de una bolsa donde colocaron a la salsa, la cumbia, el son, el mambo, el danzón y muchos géneros musicales más con la intención de etiquetarlos para su fácil ubicación y consumo. Este conglomerado es injusto para estos ritmos, porque cada uno tiene particularidades que los vuelven un microuniverso.
Tras su surgimiento en Cuba, el danzón emprendió un viaje por la costa sur de México. Entró por Mérida y se extendió a Veracruz. Fue en este último estado donde arraigó con mayor fuerza y se mantiene presente hasta nuestros días. Punto medular para el comercio en nuestro país, el puerto de Veracruz tuvo un intercambio comercial y cultural constante con la isla. La llegada de músicos cubanos y partituras fue la base para el desarrollo del danzón, el son, el bolero y otros ritmos afroantillanos en México.

Al paso de los años, aparecieron nuevas variantes musicales, el mambo por ejemplo. Quien popularizó el mambo en México fue Dámaso Pérez Prado. Nació en Matanzas, Cuba, el 11 de diciembre de 1916. Fue pianista de la Sonora Matancera por un corto tiempo hasta que despegó su carrera en tierras aztecas en los años cincuenta. Su excelencia musical y el espectáculo que creó lo llevaron a presentarse en varios teatros y a aparecer en diversas películas como Al son del mambo (1950) y Tívoli (1974).
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Pérez Prado no solo revolucionó el sonido del mambo a través de la influencia de las grandes bandas norteamericanas, también forjó parte de la idiosincrasia e identidad del mexicano de aquella época: le compuso un mambo a las dos universidades más importantes del país (la UNAM y el IPN), otro a los ruleteros, uno más a las Lupitas, e incluso hizo referencia al clasismo con La niña popof.
El mambo formó parte de una revolución erótica y expresiva en México, que se vio reflejada tanto en la forma de bailar como en el cine. Aparecieron las rumberas, bailarinas que contorsionaban sus cuerpos al ritmo de las percusiones y los metales, que solían acompañar a Pérez Prado en sus presentaciones. Un espectáculo innovador que representó un gran atrevimiento para la rígida moral que imperaba a mediados del siglo XX en el país.
Al igual que el danzón, el son tuvo una génesis binaria, a partir de la mezcla entre los ritmos delos colonizadores europeos y los de los esclavos negros que llegaron a Cuba durante el siglo XIX. Un instrumento representativo de este sincretismo es el tres cubano, fundamental para el son y cuyo antecedente es la guitarra española.
Nuevamente, el puerto de Veracruz fue fundamental para la maduración y promoción del son, atestiguando el surgimiento de agrupaciones como Son Clave de Oro. A diferencia del danzón, el son tuvo su esparcimiento en México en gran parte debido al impulso de las radiodifusoras.
Fundada en 1924, la Sonora Matancera fue marcando la evolución de la música afroantillana, desde que salió de Cuba hasta sufusión con los sonidos neoyorquinos que dieron pie a la salsa. La Sonora tocó son, guaracha, chachachá, montuno y una gran cantidad de ritmos que se quedaron en la memoria de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX. Gracias a esta agrupación llegó también a México un género dominicano: el merengue.
La mezcla de ritmos afrocaribeños con variantes del jazz estadounidense se fue asentando poco a poco en México. En la década de los cincuenta, la agrupación Lobo y Melón reconfiguró la forma en que los mexicanos tocaban la música afrocaribeña. Luis Ángel Silva «Melón» y Carlos Daniel Navarro «Lobo» fueron el dueto que, junto con sus músicos, demostraron la gran calidad que hay en el país.

Con el antecedente de la Matancera, en esa misma década surgió La Sonora Santanera en la Ciudad de México, bajo la batuta del trompetista Carlos Colorado. Años después vinieron nuevas propuestas musicales, representadas por grupos como La Justicia, Pepe Arévalo y sus Mulatos, Recuerdos del Son y La Libertad.
Fue a partir de los cincuenta que la cumbia y otros ritmos colombianos comenzaron a arraigarse en México. Prontamente las disqueras empezaron a grabar cumbias con músicos mexicanos como Mike Laure, Carmen Rivero y Linda Vera.
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La década de los sesenta estuvo marcada por la presencia de La Sonora Dinamita, una agrupación fundada por Luis Guillermo Pérez, mejor conocido como Lucho Argaín.
En esa misma década, Pablo Perea creó Sonido Arcoíris, uno de los promotores más importantes de la cumbia en el Peñón de los Baños y en la Ciudad de México. Dado que las versiones originales de las cumbias colombianas eran muy rápidas y el público mexicano estaba acostumbrado a ritmos más lentos como el danzón, el chachachá o las cumbias al estilo de Carmen Rivero, Pablo Perea y otros sonideros bajaron las revoluciones de las canciones para hacerlas más bailables.

Los sonideros formaron parte fundamental de la difusión y conservación de la cumbia en México. A través de sus bocinas, muchos grupos de música afroantillana se han dado a conocer en el país. Son fonotecas andantes, fieles y celosos guardianes que almacenan décadas de historia musical en sus cajas de discos.
Con el asentamiento de la cultura sonidera en el norte del país florecieron algunos grupos y artistas encabezados por Celso Piña, La Tropa Vallenata y La Tropa Colombiana. El gusto por esta música no solo fue por su ritmo, también por sus letras, que hablan dela realidad rural colombiana y que conectaron fuertemente con los mexicanos. La música tuvo también una repercusión en la identidad barrial propia, más allá del estereotipo regiomontano, así como en la forma de vestir de muchos jóvenes, influenciada a su vez por la cultura de los cholos y las pandillas de la frontera con Estados Unidos.
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Con la autorización de la Fundación BBVA y de la Editorial Sexto Piso, presentamos un adelanto del libro <i>Sonidos de México</i>.
«Música tropical» es la categoría que la industria musical le otorgó a los géneros bailables que se desarrollaron en el área de las Antillas y que llegaron a México en la primera mitad del siglo XX. Se trata de una bolsa donde colocaron a la salsa, la cumbia, el son, el mambo, el danzón y muchos géneros musicales más con la intención de etiquetarlos para su fácil ubicación y consumo. Este conglomerado es injusto para estos ritmos, porque cada uno tiene particularidades que los vuelven un microuniverso.
Tras su surgimiento en Cuba, el danzón emprendió un viaje por la costa sur de México. Entró por Mérida y se extendió a Veracruz. Fue en este último estado donde arraigó con mayor fuerza y se mantiene presente hasta nuestros días. Punto medular para el comercio en nuestro país, el puerto de Veracruz tuvo un intercambio comercial y cultural constante con la isla. La llegada de músicos cubanos y partituras fue la base para el desarrollo del danzón, el son, el bolero y otros ritmos afroantillanos en México.

Al paso de los años, aparecieron nuevas variantes musicales, el mambo por ejemplo. Quien popularizó el mambo en México fue Dámaso Pérez Prado. Nació en Matanzas, Cuba, el 11 de diciembre de 1916. Fue pianista de la Sonora Matancera por un corto tiempo hasta que despegó su carrera en tierras aztecas en los años cincuenta. Su excelencia musical y el espectáculo que creó lo llevaron a presentarse en varios teatros y a aparecer en diversas películas como Al son del mambo (1950) y Tívoli (1974).
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Pérez Prado no solo revolucionó el sonido del mambo a través de la influencia de las grandes bandas norteamericanas, también forjó parte de la idiosincrasia e identidad del mexicano de aquella época: le compuso un mambo a las dos universidades más importantes del país (la UNAM y el IPN), otro a los ruleteros, uno más a las Lupitas, e incluso hizo referencia al clasismo con La niña popof.
El mambo formó parte de una revolución erótica y expresiva en México, que se vio reflejada tanto en la forma de bailar como en el cine. Aparecieron las rumberas, bailarinas que contorsionaban sus cuerpos al ritmo de las percusiones y los metales, que solían acompañar a Pérez Prado en sus presentaciones. Un espectáculo innovador que representó un gran atrevimiento para la rígida moral que imperaba a mediados del siglo XX en el país.
Al igual que el danzón, el son tuvo una génesis binaria, a partir de la mezcla entre los ritmos delos colonizadores europeos y los de los esclavos negros que llegaron a Cuba durante el siglo XIX. Un instrumento representativo de este sincretismo es el tres cubano, fundamental para el son y cuyo antecedente es la guitarra española.
Nuevamente, el puerto de Veracruz fue fundamental para la maduración y promoción del son, atestiguando el surgimiento de agrupaciones como Son Clave de Oro. A diferencia del danzón, el son tuvo su esparcimiento en México en gran parte debido al impulso de las radiodifusoras.
Fundada en 1924, la Sonora Matancera fue marcando la evolución de la música afroantillana, desde que salió de Cuba hasta sufusión con los sonidos neoyorquinos que dieron pie a la salsa. La Sonora tocó son, guaracha, chachachá, montuno y una gran cantidad de ritmos que se quedaron en la memoria de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX. Gracias a esta agrupación llegó también a México un género dominicano: el merengue.
La mezcla de ritmos afrocaribeños con variantes del jazz estadounidense se fue asentando poco a poco en México. En la década de los cincuenta, la agrupación Lobo y Melón reconfiguró la forma en que los mexicanos tocaban la música afrocaribeña. Luis Ángel Silva «Melón» y Carlos Daniel Navarro «Lobo» fueron el dueto que, junto con sus músicos, demostraron la gran calidad que hay en el país.

Con el antecedente de la Matancera, en esa misma década surgió La Sonora Santanera en la Ciudad de México, bajo la batuta del trompetista Carlos Colorado. Años después vinieron nuevas propuestas musicales, representadas por grupos como La Justicia, Pepe Arévalo y sus Mulatos, Recuerdos del Son y La Libertad.
Fue a partir de los cincuenta que la cumbia y otros ritmos colombianos comenzaron a arraigarse en México. Prontamente las disqueras empezaron a grabar cumbias con músicos mexicanos como Mike Laure, Carmen Rivero y Linda Vera.
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La década de los sesenta estuvo marcada por la presencia de La Sonora Dinamita, una agrupación fundada por Luis Guillermo Pérez, mejor conocido como Lucho Argaín.
En esa misma década, Pablo Perea creó Sonido Arcoíris, uno de los promotores más importantes de la cumbia en el Peñón de los Baños y en la Ciudad de México. Dado que las versiones originales de las cumbias colombianas eran muy rápidas y el público mexicano estaba acostumbrado a ritmos más lentos como el danzón, el chachachá o las cumbias al estilo de Carmen Rivero, Pablo Perea y otros sonideros bajaron las revoluciones de las canciones para hacerlas más bailables.

Los sonideros formaron parte fundamental de la difusión y conservación de la cumbia en México. A través de sus bocinas, muchos grupos de música afroantillana se han dado a conocer en el país. Son fonotecas andantes, fieles y celosos guardianes que almacenan décadas de historia musical en sus cajas de discos.
Con el asentamiento de la cultura sonidera en el norte del país florecieron algunos grupos y artistas encabezados por Celso Piña, La Tropa Vallenata y La Tropa Colombiana. El gusto por esta música no solo fue por su ritmo, también por sus letras, que hablan dela realidad rural colombiana y que conectaron fuertemente con los mexicanos. La música tuvo también una repercusión en la identidad barrial propia, más allá del estereotipo regiomontano, así como en la forma de vestir de muchos jóvenes, influenciada a su vez por la cultura de los cholos y las pandillas de la frontera con Estados Unidos.
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Orquesta Dimas y Prieto tocando en el Salón Colonia de la Ciudad de México. Ca. 1930. Foto: Cortesía Sexto Piso y Fomento Cultural BBVA.
Con la autorización de la Fundación BBVA y de la Editorial Sexto Piso, presentamos un adelanto del libro <i>Sonidos de México</i>.
«Música tropical» es la categoría que la industria musical le otorgó a los géneros bailables que se desarrollaron en el área de las Antillas y que llegaron a México en la primera mitad del siglo XX. Se trata de una bolsa donde colocaron a la salsa, la cumbia, el son, el mambo, el danzón y muchos géneros musicales más con la intención de etiquetarlos para su fácil ubicación y consumo. Este conglomerado es injusto para estos ritmos, porque cada uno tiene particularidades que los vuelven un microuniverso.
Tras su surgimiento en Cuba, el danzón emprendió un viaje por la costa sur de México. Entró por Mérida y se extendió a Veracruz. Fue en este último estado donde arraigó con mayor fuerza y se mantiene presente hasta nuestros días. Punto medular para el comercio en nuestro país, el puerto de Veracruz tuvo un intercambio comercial y cultural constante con la isla. La llegada de músicos cubanos y partituras fue la base para el desarrollo del danzón, el son, el bolero y otros ritmos afroantillanos en México.

Al paso de los años, aparecieron nuevas variantes musicales, el mambo por ejemplo. Quien popularizó el mambo en México fue Dámaso Pérez Prado. Nació en Matanzas, Cuba, el 11 de diciembre de 1916. Fue pianista de la Sonora Matancera por un corto tiempo hasta que despegó su carrera en tierras aztecas en los años cincuenta. Su excelencia musical y el espectáculo que creó lo llevaron a presentarse en varios teatros y a aparecer en diversas películas como Al son del mambo (1950) y Tívoli (1974).
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Pérez Prado no solo revolucionó el sonido del mambo a través de la influencia de las grandes bandas norteamericanas, también forjó parte de la idiosincrasia e identidad del mexicano de aquella época: le compuso un mambo a las dos universidades más importantes del país (la UNAM y el IPN), otro a los ruleteros, uno más a las Lupitas, e incluso hizo referencia al clasismo con La niña popof.
El mambo formó parte de una revolución erótica y expresiva en México, que se vio reflejada tanto en la forma de bailar como en el cine. Aparecieron las rumberas, bailarinas que contorsionaban sus cuerpos al ritmo de las percusiones y los metales, que solían acompañar a Pérez Prado en sus presentaciones. Un espectáculo innovador que representó un gran atrevimiento para la rígida moral que imperaba a mediados del siglo XX en el país.
Al igual que el danzón, el son tuvo una génesis binaria, a partir de la mezcla entre los ritmos delos colonizadores europeos y los de los esclavos negros que llegaron a Cuba durante el siglo XIX. Un instrumento representativo de este sincretismo es el tres cubano, fundamental para el son y cuyo antecedente es la guitarra española.
Nuevamente, el puerto de Veracruz fue fundamental para la maduración y promoción del son, atestiguando el surgimiento de agrupaciones como Son Clave de Oro. A diferencia del danzón, el son tuvo su esparcimiento en México en gran parte debido al impulso de las radiodifusoras.
Fundada en 1924, la Sonora Matancera fue marcando la evolución de la música afroantillana, desde que salió de Cuba hasta sufusión con los sonidos neoyorquinos que dieron pie a la salsa. La Sonora tocó son, guaracha, chachachá, montuno y una gran cantidad de ritmos que se quedaron en la memoria de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX. Gracias a esta agrupación llegó también a México un género dominicano: el merengue.
La mezcla de ritmos afrocaribeños con variantes del jazz estadounidense se fue asentando poco a poco en México. En la década de los cincuenta, la agrupación Lobo y Melón reconfiguró la forma en que los mexicanos tocaban la música afrocaribeña. Luis Ángel Silva «Melón» y Carlos Daniel Navarro «Lobo» fueron el dueto que, junto con sus músicos, demostraron la gran calidad que hay en el país.

Con el antecedente de la Matancera, en esa misma década surgió La Sonora Santanera en la Ciudad de México, bajo la batuta del trompetista Carlos Colorado. Años después vinieron nuevas propuestas musicales, representadas por grupos como La Justicia, Pepe Arévalo y sus Mulatos, Recuerdos del Son y La Libertad.
Fue a partir de los cincuenta que la cumbia y otros ritmos colombianos comenzaron a arraigarse en México. Prontamente las disqueras empezaron a grabar cumbias con músicos mexicanos como Mike Laure, Carmen Rivero y Linda Vera.
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La década de los sesenta estuvo marcada por la presencia de La Sonora Dinamita, una agrupación fundada por Luis Guillermo Pérez, mejor conocido como Lucho Argaín.
En esa misma década, Pablo Perea creó Sonido Arcoíris, uno de los promotores más importantes de la cumbia en el Peñón de los Baños y en la Ciudad de México. Dado que las versiones originales de las cumbias colombianas eran muy rápidas y el público mexicano estaba acostumbrado a ritmos más lentos como el danzón, el chachachá o las cumbias al estilo de Carmen Rivero, Pablo Perea y otros sonideros bajaron las revoluciones de las canciones para hacerlas más bailables.

Los sonideros formaron parte fundamental de la difusión y conservación de la cumbia en México. A través de sus bocinas, muchos grupos de música afroantillana se han dado a conocer en el país. Son fonotecas andantes, fieles y celosos guardianes que almacenan décadas de historia musical en sus cajas de discos.
Con el asentamiento de la cultura sonidera en el norte del país florecieron algunos grupos y artistas encabezados por Celso Piña, La Tropa Vallenata y La Tropa Colombiana. El gusto por esta música no solo fue por su ritmo, también por sus letras, que hablan dela realidad rural colombiana y que conectaron fuertemente con los mexicanos. La música tuvo también una repercusión en la identidad barrial propia, más allá del estereotipo regiomontano, así como en la forma de vestir de muchos jóvenes, influenciada a su vez por la cultura de los cholos y las pandillas de la frontera con Estados Unidos.
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Con la autorización de la Fundación BBVA y de la Editorial Sexto Piso, presentamos un adelanto del libro <i>Sonidos de México</i>.
«Música tropical» es la categoría que la industria musical le otorgó a los géneros bailables que se desarrollaron en el área de las Antillas y que llegaron a México en la primera mitad del siglo XX. Se trata de una bolsa donde colocaron a la salsa, la cumbia, el son, el mambo, el danzón y muchos géneros musicales más con la intención de etiquetarlos para su fácil ubicación y consumo. Este conglomerado es injusto para estos ritmos, porque cada uno tiene particularidades que los vuelven un microuniverso.
Tras su surgimiento en Cuba, el danzón emprendió un viaje por la costa sur de México. Entró por Mérida y se extendió a Veracruz. Fue en este último estado donde arraigó con mayor fuerza y se mantiene presente hasta nuestros días. Punto medular para el comercio en nuestro país, el puerto de Veracruz tuvo un intercambio comercial y cultural constante con la isla. La llegada de músicos cubanos y partituras fue la base para el desarrollo del danzón, el son, el bolero y otros ritmos afroantillanos en México.

Al paso de los años, aparecieron nuevas variantes musicales, el mambo por ejemplo. Quien popularizó el mambo en México fue Dámaso Pérez Prado. Nació en Matanzas, Cuba, el 11 de diciembre de 1916. Fue pianista de la Sonora Matancera por un corto tiempo hasta que despegó su carrera en tierras aztecas en los años cincuenta. Su excelencia musical y el espectáculo que creó lo llevaron a presentarse en varios teatros y a aparecer en diversas películas como Al son del mambo (1950) y Tívoli (1974).
Te recomendamos leer: Cantar una historia, el corrido
Pérez Prado no solo revolucionó el sonido del mambo a través de la influencia de las grandes bandas norteamericanas, también forjó parte de la idiosincrasia e identidad del mexicano de aquella época: le compuso un mambo a las dos universidades más importantes del país (la UNAM y el IPN), otro a los ruleteros, uno más a las Lupitas, e incluso hizo referencia al clasismo con La niña popof.
El mambo formó parte de una revolución erótica y expresiva en México, que se vio reflejada tanto en la forma de bailar como en el cine. Aparecieron las rumberas, bailarinas que contorsionaban sus cuerpos al ritmo de las percusiones y los metales, que solían acompañar a Pérez Prado en sus presentaciones. Un espectáculo innovador que representó un gran atrevimiento para la rígida moral que imperaba a mediados del siglo XX en el país.
Al igual que el danzón, el son tuvo una génesis binaria, a partir de la mezcla entre los ritmos delos colonizadores europeos y los de los esclavos negros que llegaron a Cuba durante el siglo XIX. Un instrumento representativo de este sincretismo es el tres cubano, fundamental para el son y cuyo antecedente es la guitarra española.
Nuevamente, el puerto de Veracruz fue fundamental para la maduración y promoción del son, atestiguando el surgimiento de agrupaciones como Son Clave de Oro. A diferencia del danzón, el son tuvo su esparcimiento en México en gran parte debido al impulso de las radiodifusoras.
Fundada en 1924, la Sonora Matancera fue marcando la evolución de la música afroantillana, desde que salió de Cuba hasta sufusión con los sonidos neoyorquinos que dieron pie a la salsa. La Sonora tocó son, guaracha, chachachá, montuno y una gran cantidad de ritmos que se quedaron en la memoria de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX. Gracias a esta agrupación llegó también a México un género dominicano: el merengue.
La mezcla de ritmos afrocaribeños con variantes del jazz estadounidense se fue asentando poco a poco en México. En la década de los cincuenta, la agrupación Lobo y Melón reconfiguró la forma en que los mexicanos tocaban la música afrocaribeña. Luis Ángel Silva «Melón» y Carlos Daniel Navarro «Lobo» fueron el dueto que, junto con sus músicos, demostraron la gran calidad que hay en el país.

Con el antecedente de la Matancera, en esa misma década surgió La Sonora Santanera en la Ciudad de México, bajo la batuta del trompetista Carlos Colorado. Años después vinieron nuevas propuestas musicales, representadas por grupos como La Justicia, Pepe Arévalo y sus Mulatos, Recuerdos del Son y La Libertad.
Fue a partir de los cincuenta que la cumbia y otros ritmos colombianos comenzaron a arraigarse en México. Prontamente las disqueras empezaron a grabar cumbias con músicos mexicanos como Mike Laure, Carmen Rivero y Linda Vera.
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La década de los sesenta estuvo marcada por la presencia de La Sonora Dinamita, una agrupación fundada por Luis Guillermo Pérez, mejor conocido como Lucho Argaín.
En esa misma década, Pablo Perea creó Sonido Arcoíris, uno de los promotores más importantes de la cumbia en el Peñón de los Baños y en la Ciudad de México. Dado que las versiones originales de las cumbias colombianas eran muy rápidas y el público mexicano estaba acostumbrado a ritmos más lentos como el danzón, el chachachá o las cumbias al estilo de Carmen Rivero, Pablo Perea y otros sonideros bajaron las revoluciones de las canciones para hacerlas más bailables.

Los sonideros formaron parte fundamental de la difusión y conservación de la cumbia en México. A través de sus bocinas, muchos grupos de música afroantillana se han dado a conocer en el país. Son fonotecas andantes, fieles y celosos guardianes que almacenan décadas de historia musical en sus cajas de discos.
Con el asentamiento de la cultura sonidera en el norte del país florecieron algunos grupos y artistas encabezados por Celso Piña, La Tropa Vallenata y La Tropa Colombiana. El gusto por esta música no solo fue por su ritmo, también por sus letras, que hablan dela realidad rural colombiana y que conectaron fuertemente con los mexicanos. La música tuvo también una repercusión en la identidad barrial propia, más allá del estereotipo regiomontano, así como en la forma de vestir de muchos jóvenes, influenciada a su vez por la cultura de los cholos y las pandillas de la frontera con Estados Unidos.
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Orquesta Dimas y Prieto tocando en el Salón Colonia de la Ciudad de México. Ca. 1930. Foto: Cortesía Sexto Piso y Fomento Cultural BBVA.
«Música tropical» es la categoría que la industria musical le otorgó a los géneros bailables que se desarrollaron en el área de las Antillas y que llegaron a México en la primera mitad del siglo XX. Se trata de una bolsa donde colocaron a la salsa, la cumbia, el son, el mambo, el danzón y muchos géneros musicales más con la intención de etiquetarlos para su fácil ubicación y consumo. Este conglomerado es injusto para estos ritmos, porque cada uno tiene particularidades que los vuelven un microuniverso.
Tras su surgimiento en Cuba, el danzón emprendió un viaje por la costa sur de México. Entró por Mérida y se extendió a Veracruz. Fue en este último estado donde arraigó con mayor fuerza y se mantiene presente hasta nuestros días. Punto medular para el comercio en nuestro país, el puerto de Veracruz tuvo un intercambio comercial y cultural constante con la isla. La llegada de músicos cubanos y partituras fue la base para el desarrollo del danzón, el son, el bolero y otros ritmos afroantillanos en México.

Al paso de los años, aparecieron nuevas variantes musicales, el mambo por ejemplo. Quien popularizó el mambo en México fue Dámaso Pérez Prado. Nació en Matanzas, Cuba, el 11 de diciembre de 1916. Fue pianista de la Sonora Matancera por un corto tiempo hasta que despegó su carrera en tierras aztecas en los años cincuenta. Su excelencia musical y el espectáculo que creó lo llevaron a presentarse en varios teatros y a aparecer en diversas películas como Al son del mambo (1950) y Tívoli (1974).
Te recomendamos leer: Cantar una historia, el corrido
Pérez Prado no solo revolucionó el sonido del mambo a través de la influencia de las grandes bandas norteamericanas, también forjó parte de la idiosincrasia e identidad del mexicano de aquella época: le compuso un mambo a las dos universidades más importantes del país (la UNAM y el IPN), otro a los ruleteros, uno más a las Lupitas, e incluso hizo referencia al clasismo con La niña popof.
El mambo formó parte de una revolución erótica y expresiva en México, que se vio reflejada tanto en la forma de bailar como en el cine. Aparecieron las rumberas, bailarinas que contorsionaban sus cuerpos al ritmo de las percusiones y los metales, que solían acompañar a Pérez Prado en sus presentaciones. Un espectáculo innovador que representó un gran atrevimiento para la rígida moral que imperaba a mediados del siglo XX en el país.
Al igual que el danzón, el son tuvo una génesis binaria, a partir de la mezcla entre los ritmos delos colonizadores europeos y los de los esclavos negros que llegaron a Cuba durante el siglo XIX. Un instrumento representativo de este sincretismo es el tres cubano, fundamental para el son y cuyo antecedente es la guitarra española.
Nuevamente, el puerto de Veracruz fue fundamental para la maduración y promoción del son, atestiguando el surgimiento de agrupaciones como Son Clave de Oro. A diferencia del danzón, el son tuvo su esparcimiento en México en gran parte debido al impulso de las radiodifusoras.
Fundada en 1924, la Sonora Matancera fue marcando la evolución de la música afroantillana, desde que salió de Cuba hasta sufusión con los sonidos neoyorquinos que dieron pie a la salsa. La Sonora tocó son, guaracha, chachachá, montuno y una gran cantidad de ritmos que se quedaron en la memoria de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX. Gracias a esta agrupación llegó también a México un género dominicano: el merengue.
La mezcla de ritmos afrocaribeños con variantes del jazz estadounidense se fue asentando poco a poco en México. En la década de los cincuenta, la agrupación Lobo y Melón reconfiguró la forma en que los mexicanos tocaban la música afrocaribeña. Luis Ángel Silva «Melón» y Carlos Daniel Navarro «Lobo» fueron el dueto que, junto con sus músicos, demostraron la gran calidad que hay en el país.

Con el antecedente de la Matancera, en esa misma década surgió La Sonora Santanera en la Ciudad de México, bajo la batuta del trompetista Carlos Colorado. Años después vinieron nuevas propuestas musicales, representadas por grupos como La Justicia, Pepe Arévalo y sus Mulatos, Recuerdos del Son y La Libertad.
Fue a partir de los cincuenta que la cumbia y otros ritmos colombianos comenzaron a arraigarse en México. Prontamente las disqueras empezaron a grabar cumbias con músicos mexicanos como Mike Laure, Carmen Rivero y Linda Vera.
Te podría interesar: La estafa de la feminidad: Cómo la belleza nos educa para ser sumisas
La década de los sesenta estuvo marcada por la presencia de La Sonora Dinamita, una agrupación fundada por Luis Guillermo Pérez, mejor conocido como Lucho Argaín.
En esa misma década, Pablo Perea creó Sonido Arcoíris, uno de los promotores más importantes de la cumbia en el Peñón de los Baños y en la Ciudad de México. Dado que las versiones originales de las cumbias colombianas eran muy rápidas y el público mexicano estaba acostumbrado a ritmos más lentos como el danzón, el chachachá o las cumbias al estilo de Carmen Rivero, Pablo Perea y otros sonideros bajaron las revoluciones de las canciones para hacerlas más bailables.

Los sonideros formaron parte fundamental de la difusión y conservación de la cumbia en México. A través de sus bocinas, muchos grupos de música afroantillana se han dado a conocer en el país. Son fonotecas andantes, fieles y celosos guardianes que almacenan décadas de historia musical en sus cajas de discos.
Con el asentamiento de la cultura sonidera en el norte del país florecieron algunos grupos y artistas encabezados por Celso Piña, La Tropa Vallenata y La Tropa Colombiana. El gusto por esta música no solo fue por su ritmo, también por sus letras, que hablan dela realidad rural colombiana y que conectaron fuertemente con los mexicanos. La música tuvo también una repercusión en la identidad barrial propia, más allá del estereotipo regiomontano, así como en la forma de vestir de muchos jóvenes, influenciada a su vez por la cultura de los cholos y las pandillas de la frontera con Estados Unidos.
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