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A 25 km de La Habana, en el municipio de Guanabo, Pedro Juan tiene su otro hogar, donde pasa sus días tranquilo, lejos de la intensidad de la capital. Allí, en su escritorio, escribe y también hace <i>collages.</i>
Todas y cada una de las Habanas viven en la memoria de Pedro Juan Gutierréz: desde la brutal y nocturna, hasta la pueril reflejada en su último libro <i>Mecánica Popular</i>(Anagrama, 2024).
Pedro Juan Gutierrez camina por la calle Galiano. A los costados, sobre mesas improvisadas, los vecinos exhiben libros, periódicos y revistas viejas en venta. Se detiene ante una pila desordenada y ahí, entre varias tapas gastadas, encuentra la revista Mecánica Popular. La hojea. Esta revista de ciencia y tecnología nació en 1902, pero no fue hasta mayo de 1947 que tuvo una versión latinoamericana. En la primera edición, un mensaje en la última página:
Querido amigo: Ha llegado usted al fin de nuestra Revista y esperamos confiadamente que haya sido de su agrado. Nos permitimos llamar a usted amigo, pues nuestro mayor anhelo es que así se sirva considerarnos, prestándonos su ayuda y aceptando que le sirvamos en todo lo que esté a nuestro alcance.
Lee esas líneas y, de inmediato, experimenta un golpe de memoria: él con 9 o 10 años está tirado en un sillón leyendo esas páginas. Pedro Juan dedicaba tardes enteras a sumergirse en ese universo de inventos y teorías. Sesenta años después, sin pensarlo, compra todas las revistas apiladas sobre la mesa y las lleva a casa. Algo se despierta.
Es navidad del 2024 en La Habana. Estrella Herrera, la fotógrafa de esta nota, y yo le escribimos para fijar una cita. El último libro de Pedro Juan titulado Mecánica Popular (2024), editado por Anagrama, es la última novedad. Diecisiete relatos que arman, pieza a pieza, una estampa cubana, un libro de cuentos que también puede leerse como una novela abierta: los personajes aparecen, sucesivamente, en todas las historias.

Pedro Juan responde los mensajes con amabilidad, aunque con un tono distante. Nos da la hora del encuentro, indica una dirección en el centro y avisa: "Es el edificio más alto de la cuadra. El ascensor está roto. Lo siento".
Esa tarde buscamos el timbre y no lo encontramos. Afuera, un hombre nos mira de arriba a abajo y suelta: “¿Buscan al escritor? Pasen”. Subimos ocho pisos por escalera. El aire nos pesa y las piernas también. Arriba, Pedro Juan sonriente nos espera. Sostiene la puerta y, antes de dejarnos entrar, nos dice: “En realidad ya no vivo aquí. Vivo en Guanabo, en la playa. Ahí tengo mi biblioteca. Pueden ir cuando quieran”. Le respondemos que sí, que tendremos una segunda cita en Guanabo en los próximos días. Hace años dejó La Habana. Se llevó su biblioteca y sus objetos más preciados a una casita modesta, a 25 kilómetros de la ciudad, a pocas cuadras del mar. Antes de este retiro en un lugar más tranquilo, vivió en medio del ruido, la urgencia y el hambre.
Pedro Juan Gutiérrez nació en Matanzas, Cuba, el 27 de enero de 1950. Antes de la literatura, hizo de todo: vendió helados, fue dirigente sindical, albañil, periodista. Eso cambió después de los cuarenta, en 1998, cuando publicó Trilogía sucia de La Habana, con Anagrama. Un libro crudo, lleno de conflictos, escrito en los años más feroces del "Periodo Especial", cuando la crisis económica dejó a Cuba sumida en el hambre y la miseria. Mientras La Habana se desmoronaba, Pedro Juan escribía. Su propia vida también había estallado. Su estilo áspero y descarnado, le valió el apodo del Bukowski caribeño, una etiqueta con la que no se identifica, pero en el imaginario literario circula, aunque él no quiera. El realismo sucio, los personajes al margen, las escenas de sexo, la violencia y la supervivencia funcionan como un disparo de crudeza en cada uno de sus relatos. Entonces, el éxito fue inmediato. Vinieron más libros, más traducciones. Hoy, su obra está publicada en más de 20 idiomas.
Ahora camina con cuidado. Está rapado, delgado, y a punto de cumplir 75 años. Tiene la mirada cansada. Sus relatos no solo lo protagonizan a él, sino también esa azotea, ese altillo, ese barrio. En Trilogía sucia de La Habana, El rey de La Habana (1999) —llevada al cine por Agustí Villaronga— y Animal tropical (2000), aparecen escenas con los vecinos que aún hoy sobreviven en la calle San Lázaro, donde vivió durante décadas. También se dibuja el retrato de un altillo de paredes verdes, que alguna vez fue el escenario de fiestas descontroladas y sexo desenfrenado. Aunque luego nos veremos en Guanabo para continuar con la sesión de fotos, preferimos hablar sobre su obra en este lugar, donde nacieron la mayoría de sus libros.

Pedro Juan no tiene vértigo: se asoma al borde y mira hacia abajo, de un lado, el Malecón, del otro, La Habana Vieja. Se mudó a ese ático en 1986. Hablamos sobre la ciudad y lo que siente hacia ella: “Mira, te voy a ser sincero, en extremo, no quiero escribir más sobre La Habana. Ni puedo. Ni tengo deseo. He vivido mucho y escrito mucho sobre este lugar. Siempre he escrito con el corazón. Escribí sobre lo que me ha pasado”. Hace una pausa y sigue: “La Habana está en Trilogía sucia de La Habana, en El rey de La Habana, en decenas de libros. Podría contar unos 30, entre poesía, cuentos y novelas. Anagrama me ha publicado unos 13, el resto, otras editoriales. La verdad es que, si revisamos uno por uno, en todos está La Habana. Y ya estoy cansado”.
Camina hacia la cocina y regresa con un libro en la mano. Me lo da y aclara: “Te doy este, Nuestro amigo GG en La Habana [2004]. Es tuyo. Es una novela policial. La Habana de 1955. Cuatro o cinco días en julio, antes de la revolución. Acá está el barrio de Colón, las prostitutas, el teatro de pornografía, el Shanghái, San Pedro, seis cuadras arriba. Esta es la edición cubana, como ves, el papel es malo, pero bueno… sacamos 5 000 ejemplares. Te lo regalo con gusto”.

El libro que acaba de darme retrata La Habana en el verano cuando el escritor británico Graham Greene se ve envuelto en una intriga policial con múltiples fuerzas involucradas: el FBI, la inteligencia militar cubana, un grupo terrorista israelí cazador de nazis y la Internacional Comunista. Pero, sobre todo, es un retrato de La Habana nocturna.
Mecánica Popular va más allá al ser un retrato de la vida en la isla a lo largo de tres décadas, de los años cincuenta, sesenta y setenta, en tres lugares diferentes: Matanzas, Pinar del Río y La Habana. “Lo de Mecánica Popular fue muy simpático”, responde acerca de volver a esas décadas. “Los escritores trabajamos con la memoria y la intuición. Vas recordando cosas y luego, por intuición, las organizas. No hay un método claro. Tomas un pedazo de aquí, otro de allá, y preparas una buena ensalada”.
Te recomendamos leer esta crónica de Paloma Navarro con fotos de Estrella Herrera: Otra oportunidad para La Habana en los ojos de una argentina.
Pedro Juan cuenta que leía esas revistas cuando tenía 7, 8, 9, 10 años. Pasaba los veranos en casa de su tía, en Pinar del Río, cerca de Cabo San Antonio: “Ella tenía la distribuidora de prensa del pueblo, en los alrededores de una quincalla. Ahí leía de todo: Superman, La Pequeña Lulú, El Pájaro Loco, Tom y Jerry. Todos los cómics que no se vendían. Y, entre medio de todo, Mecánica Popular. Era una revista más compleja: planos, instrucciones para armar cosas. Y fue en la calle Galiano, 60 años después, donde las volví a encontrar. Compré varios ejemplares, me los llevé a casa”.

Después de horas de lectura, los recuerdos aparecieron: los amigos, los vecinos, los chismes de barrio, su vida en Matanzas. Un lugar y una época con otro ritmo. En esos años no había televisión, y los niños jugaban en la calle.
Aunque el libro parece autobiográfico, está escrito en tercera persona. Las historias se leen a través de los ojos de un niño: Carlitos, quien avanza hacia la adultez, entre tropiezos y derrotas, mientras dialoga con la madre, juega con la tía, espía a la vecina y se pone de novio. Todo, mientras Cuba cambia y se desmorona.
“La tercera persona es menos convincente, pero te da más movimiento”, dice. “Es un narrador el que te cuenta algo, no soy yo intentando convencerte de que me pasó. Y qué divertido que sea un niño, ¿no? La primera persona es muy convincente, pero la siento más limitada. Carlitos surgió solo, como Nereida, que es mi mamá”.

Al igual que algunos relatos, Pedro Juan pasó muchos veranos en Puerto Esperanza, una playita cerca del final de Río. De hecho, hay un cuento en Mecánica Popular que se llama tal cual “Puerto Esperanza”: “Te aseguro que todo lo que narro ahí sucedió exactamente así, las urgencias, los accidentes, la desesperación”. Trabajar con la memoria es la parte más divertida de todo el proceso y cuenta que le da pánico lanzarse de lleno sobre el texto, así que avanza poco a poco. Toma apuntes, los deja reposar, permite asentarse al recuerdo.
En Mecánica Popular los cuentos tienen finales abiertos. El recuerdo pudo haber comenzado con él, pero el ejercicio de terminarlo es del lector. A lo largo del libro, las historias cierran de golpe: abruptas, inacabadas, potentes. “Me gusta que el lector se quede con esa posibilidad de preguntarse: ¿y qué pasó aquí después?”.
Y en todos los relatos, Cuba se reinventa. En Mecánica Popular no se habla directamente de política, la Revolución atraviesa a Carlitos. Aunque el autor evita meterse de lleno en el tema: “Trato por todos los medios de no escribir sobre política. La literatura tiene que ser universal. Si me pongo a hablar de política, convierto el cuento o la novela en un panfleto propagandístico, y eso tiene muy poca vida. En estos casos, siempre recuerdo a Dostoyevski. Cada tanto releo Crimen y castigo y me sigue pareciendo increíble. Pero luego leo sus artículos periodísticos, y ahí sí, ahí está su posicionamiento, más claro, más tajante. Creo que la política está muy bien para el periodismo, pero no para la literatura. Trabajé como periodista 26 años, y te puedo asegurar que con eso tuve suficiente. Prefiero quedarme con el estudio de las personas, de la naturaleza humana. No me gusta lo circunstancial. Y la política es lo más circunstancial del mundo. Lo que puedo escribir hoy, mañana cambia”.

Aunque el escritor evita la política, la Revolución marcó su infancia. Recuerda que, por entonces, su padre tenía una franquicia de los mejores helados del país, pero la empresa era estadounidense y, cuando la Revolución comenzó, lo perdieron todo en menos de 48 horas. A pesar de ello, nunca se fueron. “Mi padre decidió quedarse por razones familiares, sentimentales. No quería ir a Miami. Así que empezó a trabajar de taxista de día y de noche. Hacíamos barquillos de papel para vender granizado de hielo con sabores”.
Te podría interesar esta entrevista: Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta
Más tarde, ya en su adultez, trabajó como periodista en una revista semanal y, en sus ratos libres, escribía cuentos. Hasta que en 1998 publicó Trilogía sucia de La Habana y lo echaron. Desde entonces, solo escribió literatura. Y viajó: “Me gasté los ahorros que tenía, que por suerte tenía. Publiqué El rey de La Habana, Animal tropical… ¿Y sabes qué? Es feo quedarse sin trabajo, pero a la larga me alegro. El otro día leí que García Márquez decía: ‘Sí, el periodismo es muy bueno, ayuda mucho al escritor, pero hay que saber dejarlo a tiempo’. Bueno, yo no lo dejé a tiempo. Pero me dejaron a mí. Me hicieron un favor: me dediqué a la literatura¨.
Trilogía sucia de La Habana se publicó primero fuera de Cuba. Cuando Pedro Juan lo terminó, en 1997, ninguna editorial cubana quiso tocarlo. Se lo dio a la Editorial Oriente, en Santiago de Cuba, pero el manuscrito los asustó tanto que ni siquiera le respondieron. Lo recuperó y, por puro azar, cayó en manos de una amiga francesa: “Se lo llevó a París y un día me dijo: ‘Esto no se va a publicar nunca en Francia’”. Pero una amiga en Madrid lo leyó y lo mandó a Anagrama. Poco después, el director de la editorial lo llamó y le dijo que le había encantado, quería publicarlo, pero no serían tres tomos, sino un solo volumen. Pedro Juan casi se desmaya: “Me preguntó el título. No dudé: Trilogía sucia de La Habana. Colgó. Y así salió. Recuerdo mi felicidad. Yo estaba pasando hambre, miseria, empezando a vivir una situación dificilísima”.
El libro estalló sobre la ciudad y, entre los escombros, Pedro Juan encontró un lugar distinto para él.
“Un amigo mexicano, un ensayista valioso, me dijo hace poco: ‘¿Sabes qué te pasó con ese libro? Pusiste a los cubanos frente a un espejo y no les gustó lo que vieron’. A Luis Buñuel le pasó lo mismo en México con Los olvidados [1950], exactamente igual”, recordó el escritor.
En Trilogía sucia de La Habana todo es más violento: los personajes, las escenas, el lenguaje. Hay sexo, escatología, crudeza. Mecánica Popular es diferente. Carlitos tiene sus aventuras, sí, aunque Pedro Juan las narra de una forma más inocente. Él ya no es el mismo y su escritura tampoco: “El lenguaje siempre expresa lo que tienes dentro. Si estás furioso, defraudado, encabronado con la vida, escribes con furia, con violencia, con suciedad. Si estás más tranquilo, describes otras cosas”.

Cuando escribió Trilogía sucia de La Habana, tenía 40 años. Todo se hundía. Su vida personal, el país, la economía, el Periodo Especial, la crisis, el hambre, la desesperación: “Había tenido un divorcio absolutamente esquizofrénico. Y, además, el proyecto político por el que había vivido desde los 16 años se estaba desmoronando. Fueron tiempos de guerra en tiempos de paz, así lo llamaron. Luego vinieron los balseros, el 5 de agosto del 94. Por aquí, por el Malecón”.
El 5 de agosto fue la primera manifestación, el 6 abrieron las fronteras y salieron los balseros al mar. Luego de varios días se supo de los que llegaron, pero nunca de los que salieron. Fue un periodo más que difícil en Cuba, y también para los cubanos. Pedro Juan ha contado en decenas de entrevistas que en ese momento se refugió en el alcohol, bebía una botella de ron por día, tenía sexo como un loco, sin protección. Sin embargo, ahora asegura que es otra persona, que el tiempo fue pasando y que él cambió.
Antes de que llegue la noche buena nos despedimos y quedamos en volver a encontrarnos en Guanabo. Cuando nos volvimos a ver ya había pasado su cumpleaños y había comenzado el 2025. Nos recibe en su casa donde tiene su biblioteca y nos invita una cerveza, más de eso no bebe.
Su casa es pequeña, llena de muebles de madera. A la entrada hay un pasillo angosto. De un lado hay un librero desbordado, algunos ejemplares apilados en vertical, otros en horizontal; del otro, un fichero con imanes de las grandes capitales del mundo, sobre él, una foto enmarcada de sus padres en blanco y negro. Al fondo, una cama grande.
Pedro Juan cruza la casa hasta llegar a un escritorio. Se sienta y sonríe mirando hacía la ventana que da al mar. Suspira aliviado. Sus movimientos llevan el ritmo de la casa, que van con el vaivén del mar.
Le pregunto sobre sus actividades en esa época del año, qué está haciendo en este momento y dice: “Por ahora, lo que estoy escribiendo es alguna poesía, algunas memorias, pequeños relatos que avanzan, pero poco a poco. Son un recuento de recuerdos que ya había organizado cronológicamente durante la pandemia. Ahora los estoy organizando en cápsulas de relatos que tratan de situaciones un poco extrañas que me han pasado en la vida”.
Ese día hablamos de lo importante que es ser fiel a uno mismo. Escribir cuando realmente se quiere, sin depender de las demandas del mercado. Pedro Juan puede hacerlo, lejos de la ciudad que supo darle las mejores anécdotas, pero que ya no le da la calma que encuentra en Guanabo. Allí se toma su tiempo. Piensa con más claridad. Decide, sin apuro, cuáles serán sus próximos pasos.
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Todas y cada una de las Habanas viven en la memoria de Pedro Juan Gutierréz: desde la brutal y nocturna, hasta la pueril reflejada en su último libro <i>Mecánica Popular</i>(Anagrama, 2024).
Pedro Juan Gutierrez camina por la calle Galiano. A los costados, sobre mesas improvisadas, los vecinos exhiben libros, periódicos y revistas viejas en venta. Se detiene ante una pila desordenada y ahí, entre varias tapas gastadas, encuentra la revista Mecánica Popular. La hojea. Esta revista de ciencia y tecnología nació en 1902, pero no fue hasta mayo de 1947 que tuvo una versión latinoamericana. En la primera edición, un mensaje en la última página:
Querido amigo: Ha llegado usted al fin de nuestra Revista y esperamos confiadamente que haya sido de su agrado. Nos permitimos llamar a usted amigo, pues nuestro mayor anhelo es que así se sirva considerarnos, prestándonos su ayuda y aceptando que le sirvamos en todo lo que esté a nuestro alcance.
Lee esas líneas y, de inmediato, experimenta un golpe de memoria: él con 9 o 10 años está tirado en un sillón leyendo esas páginas. Pedro Juan dedicaba tardes enteras a sumergirse en ese universo de inventos y teorías. Sesenta años después, sin pensarlo, compra todas las revistas apiladas sobre la mesa y las lleva a casa. Algo se despierta.
Es navidad del 2024 en La Habana. Estrella Herrera, la fotógrafa de esta nota, y yo le escribimos para fijar una cita. El último libro de Pedro Juan titulado Mecánica Popular (2024), editado por Anagrama, es la última novedad. Diecisiete relatos que arman, pieza a pieza, una estampa cubana, un libro de cuentos que también puede leerse como una novela abierta: los personajes aparecen, sucesivamente, en todas las historias.

Pedro Juan responde los mensajes con amabilidad, aunque con un tono distante. Nos da la hora del encuentro, indica una dirección en el centro y avisa: "Es el edificio más alto de la cuadra. El ascensor está roto. Lo siento".
Esa tarde buscamos el timbre y no lo encontramos. Afuera, un hombre nos mira de arriba a abajo y suelta: “¿Buscan al escritor? Pasen”. Subimos ocho pisos por escalera. El aire nos pesa y las piernas también. Arriba, Pedro Juan sonriente nos espera. Sostiene la puerta y, antes de dejarnos entrar, nos dice: “En realidad ya no vivo aquí. Vivo en Guanabo, en la playa. Ahí tengo mi biblioteca. Pueden ir cuando quieran”. Le respondemos que sí, que tendremos una segunda cita en Guanabo en los próximos días. Hace años dejó La Habana. Se llevó su biblioteca y sus objetos más preciados a una casita modesta, a 25 kilómetros de la ciudad, a pocas cuadras del mar. Antes de este retiro en un lugar más tranquilo, vivió en medio del ruido, la urgencia y el hambre.
Pedro Juan Gutiérrez nació en Matanzas, Cuba, el 27 de enero de 1950. Antes de la literatura, hizo de todo: vendió helados, fue dirigente sindical, albañil, periodista. Eso cambió después de los cuarenta, en 1998, cuando publicó Trilogía sucia de La Habana, con Anagrama. Un libro crudo, lleno de conflictos, escrito en los años más feroces del "Periodo Especial", cuando la crisis económica dejó a Cuba sumida en el hambre y la miseria. Mientras La Habana se desmoronaba, Pedro Juan escribía. Su propia vida también había estallado. Su estilo áspero y descarnado, le valió el apodo del Bukowski caribeño, una etiqueta con la que no se identifica, pero en el imaginario literario circula, aunque él no quiera. El realismo sucio, los personajes al margen, las escenas de sexo, la violencia y la supervivencia funcionan como un disparo de crudeza en cada uno de sus relatos. Entonces, el éxito fue inmediato. Vinieron más libros, más traducciones. Hoy, su obra está publicada en más de 20 idiomas.
Ahora camina con cuidado. Está rapado, delgado, y a punto de cumplir 75 años. Tiene la mirada cansada. Sus relatos no solo lo protagonizan a él, sino también esa azotea, ese altillo, ese barrio. En Trilogía sucia de La Habana, El rey de La Habana (1999) —llevada al cine por Agustí Villaronga— y Animal tropical (2000), aparecen escenas con los vecinos que aún hoy sobreviven en la calle San Lázaro, donde vivió durante décadas. También se dibuja el retrato de un altillo de paredes verdes, que alguna vez fue el escenario de fiestas descontroladas y sexo desenfrenado. Aunque luego nos veremos en Guanabo para continuar con la sesión de fotos, preferimos hablar sobre su obra en este lugar, donde nacieron la mayoría de sus libros.

Pedro Juan no tiene vértigo: se asoma al borde y mira hacia abajo, de un lado, el Malecón, del otro, La Habana Vieja. Se mudó a ese ático en 1986. Hablamos sobre la ciudad y lo que siente hacia ella: “Mira, te voy a ser sincero, en extremo, no quiero escribir más sobre La Habana. Ni puedo. Ni tengo deseo. He vivido mucho y escrito mucho sobre este lugar. Siempre he escrito con el corazón. Escribí sobre lo que me ha pasado”. Hace una pausa y sigue: “La Habana está en Trilogía sucia de La Habana, en El rey de La Habana, en decenas de libros. Podría contar unos 30, entre poesía, cuentos y novelas. Anagrama me ha publicado unos 13, el resto, otras editoriales. La verdad es que, si revisamos uno por uno, en todos está La Habana. Y ya estoy cansado”.
Camina hacia la cocina y regresa con un libro en la mano. Me lo da y aclara: “Te doy este, Nuestro amigo GG en La Habana [2004]. Es tuyo. Es una novela policial. La Habana de 1955. Cuatro o cinco días en julio, antes de la revolución. Acá está el barrio de Colón, las prostitutas, el teatro de pornografía, el Shanghái, San Pedro, seis cuadras arriba. Esta es la edición cubana, como ves, el papel es malo, pero bueno… sacamos 5 000 ejemplares. Te lo regalo con gusto”.

El libro que acaba de darme retrata La Habana en el verano cuando el escritor británico Graham Greene se ve envuelto en una intriga policial con múltiples fuerzas involucradas: el FBI, la inteligencia militar cubana, un grupo terrorista israelí cazador de nazis y la Internacional Comunista. Pero, sobre todo, es un retrato de La Habana nocturna.
Mecánica Popular va más allá al ser un retrato de la vida en la isla a lo largo de tres décadas, de los años cincuenta, sesenta y setenta, en tres lugares diferentes: Matanzas, Pinar del Río y La Habana. “Lo de Mecánica Popular fue muy simpático”, responde acerca de volver a esas décadas. “Los escritores trabajamos con la memoria y la intuición. Vas recordando cosas y luego, por intuición, las organizas. No hay un método claro. Tomas un pedazo de aquí, otro de allá, y preparas una buena ensalada”.
Te recomendamos leer esta crónica de Paloma Navarro con fotos de Estrella Herrera: Otra oportunidad para La Habana en los ojos de una argentina.
Pedro Juan cuenta que leía esas revistas cuando tenía 7, 8, 9, 10 años. Pasaba los veranos en casa de su tía, en Pinar del Río, cerca de Cabo San Antonio: “Ella tenía la distribuidora de prensa del pueblo, en los alrededores de una quincalla. Ahí leía de todo: Superman, La Pequeña Lulú, El Pájaro Loco, Tom y Jerry. Todos los cómics que no se vendían. Y, entre medio de todo, Mecánica Popular. Era una revista más compleja: planos, instrucciones para armar cosas. Y fue en la calle Galiano, 60 años después, donde las volví a encontrar. Compré varios ejemplares, me los llevé a casa”.

Después de horas de lectura, los recuerdos aparecieron: los amigos, los vecinos, los chismes de barrio, su vida en Matanzas. Un lugar y una época con otro ritmo. En esos años no había televisión, y los niños jugaban en la calle.
Aunque el libro parece autobiográfico, está escrito en tercera persona. Las historias se leen a través de los ojos de un niño: Carlitos, quien avanza hacia la adultez, entre tropiezos y derrotas, mientras dialoga con la madre, juega con la tía, espía a la vecina y se pone de novio. Todo, mientras Cuba cambia y se desmorona.
“La tercera persona es menos convincente, pero te da más movimiento”, dice. “Es un narrador el que te cuenta algo, no soy yo intentando convencerte de que me pasó. Y qué divertido que sea un niño, ¿no? La primera persona es muy convincente, pero la siento más limitada. Carlitos surgió solo, como Nereida, que es mi mamá”.

Al igual que algunos relatos, Pedro Juan pasó muchos veranos en Puerto Esperanza, una playita cerca del final de Río. De hecho, hay un cuento en Mecánica Popular que se llama tal cual “Puerto Esperanza”: “Te aseguro que todo lo que narro ahí sucedió exactamente así, las urgencias, los accidentes, la desesperación”. Trabajar con la memoria es la parte más divertida de todo el proceso y cuenta que le da pánico lanzarse de lleno sobre el texto, así que avanza poco a poco. Toma apuntes, los deja reposar, permite asentarse al recuerdo.
En Mecánica Popular los cuentos tienen finales abiertos. El recuerdo pudo haber comenzado con él, pero el ejercicio de terminarlo es del lector. A lo largo del libro, las historias cierran de golpe: abruptas, inacabadas, potentes. “Me gusta que el lector se quede con esa posibilidad de preguntarse: ¿y qué pasó aquí después?”.
Y en todos los relatos, Cuba se reinventa. En Mecánica Popular no se habla directamente de política, la Revolución atraviesa a Carlitos. Aunque el autor evita meterse de lleno en el tema: “Trato por todos los medios de no escribir sobre política. La literatura tiene que ser universal. Si me pongo a hablar de política, convierto el cuento o la novela en un panfleto propagandístico, y eso tiene muy poca vida. En estos casos, siempre recuerdo a Dostoyevski. Cada tanto releo Crimen y castigo y me sigue pareciendo increíble. Pero luego leo sus artículos periodísticos, y ahí sí, ahí está su posicionamiento, más claro, más tajante. Creo que la política está muy bien para el periodismo, pero no para la literatura. Trabajé como periodista 26 años, y te puedo asegurar que con eso tuve suficiente. Prefiero quedarme con el estudio de las personas, de la naturaleza humana. No me gusta lo circunstancial. Y la política es lo más circunstancial del mundo. Lo que puedo escribir hoy, mañana cambia”.

Aunque el escritor evita la política, la Revolución marcó su infancia. Recuerda que, por entonces, su padre tenía una franquicia de los mejores helados del país, pero la empresa era estadounidense y, cuando la Revolución comenzó, lo perdieron todo en menos de 48 horas. A pesar de ello, nunca se fueron. “Mi padre decidió quedarse por razones familiares, sentimentales. No quería ir a Miami. Así que empezó a trabajar de taxista de día y de noche. Hacíamos barquillos de papel para vender granizado de hielo con sabores”.
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Más tarde, ya en su adultez, trabajó como periodista en una revista semanal y, en sus ratos libres, escribía cuentos. Hasta que en 1998 publicó Trilogía sucia de La Habana y lo echaron. Desde entonces, solo escribió literatura. Y viajó: “Me gasté los ahorros que tenía, que por suerte tenía. Publiqué El rey de La Habana, Animal tropical… ¿Y sabes qué? Es feo quedarse sin trabajo, pero a la larga me alegro. El otro día leí que García Márquez decía: ‘Sí, el periodismo es muy bueno, ayuda mucho al escritor, pero hay que saber dejarlo a tiempo’. Bueno, yo no lo dejé a tiempo. Pero me dejaron a mí. Me hicieron un favor: me dediqué a la literatura¨.
Trilogía sucia de La Habana se publicó primero fuera de Cuba. Cuando Pedro Juan lo terminó, en 1997, ninguna editorial cubana quiso tocarlo. Se lo dio a la Editorial Oriente, en Santiago de Cuba, pero el manuscrito los asustó tanto que ni siquiera le respondieron. Lo recuperó y, por puro azar, cayó en manos de una amiga francesa: “Se lo llevó a París y un día me dijo: ‘Esto no se va a publicar nunca en Francia’”. Pero una amiga en Madrid lo leyó y lo mandó a Anagrama. Poco después, el director de la editorial lo llamó y le dijo que le había encantado, quería publicarlo, pero no serían tres tomos, sino un solo volumen. Pedro Juan casi se desmaya: “Me preguntó el título. No dudé: Trilogía sucia de La Habana. Colgó. Y así salió. Recuerdo mi felicidad. Yo estaba pasando hambre, miseria, empezando a vivir una situación dificilísima”.
El libro estalló sobre la ciudad y, entre los escombros, Pedro Juan encontró un lugar distinto para él.
“Un amigo mexicano, un ensayista valioso, me dijo hace poco: ‘¿Sabes qué te pasó con ese libro? Pusiste a los cubanos frente a un espejo y no les gustó lo que vieron’. A Luis Buñuel le pasó lo mismo en México con Los olvidados [1950], exactamente igual”, recordó el escritor.
En Trilogía sucia de La Habana todo es más violento: los personajes, las escenas, el lenguaje. Hay sexo, escatología, crudeza. Mecánica Popular es diferente. Carlitos tiene sus aventuras, sí, aunque Pedro Juan las narra de una forma más inocente. Él ya no es el mismo y su escritura tampoco: “El lenguaje siempre expresa lo que tienes dentro. Si estás furioso, defraudado, encabronado con la vida, escribes con furia, con violencia, con suciedad. Si estás más tranquilo, describes otras cosas”.

Cuando escribió Trilogía sucia de La Habana, tenía 40 años. Todo se hundía. Su vida personal, el país, la economía, el Periodo Especial, la crisis, el hambre, la desesperación: “Había tenido un divorcio absolutamente esquizofrénico. Y, además, el proyecto político por el que había vivido desde los 16 años se estaba desmoronando. Fueron tiempos de guerra en tiempos de paz, así lo llamaron. Luego vinieron los balseros, el 5 de agosto del 94. Por aquí, por el Malecón”.
El 5 de agosto fue la primera manifestación, el 6 abrieron las fronteras y salieron los balseros al mar. Luego de varios días se supo de los que llegaron, pero nunca de los que salieron. Fue un periodo más que difícil en Cuba, y también para los cubanos. Pedro Juan ha contado en decenas de entrevistas que en ese momento se refugió en el alcohol, bebía una botella de ron por día, tenía sexo como un loco, sin protección. Sin embargo, ahora asegura que es otra persona, que el tiempo fue pasando y que él cambió.
Antes de que llegue la noche buena nos despedimos y quedamos en volver a encontrarnos en Guanabo. Cuando nos volvimos a ver ya había pasado su cumpleaños y había comenzado el 2025. Nos recibe en su casa donde tiene su biblioteca y nos invita una cerveza, más de eso no bebe.
Su casa es pequeña, llena de muebles de madera. A la entrada hay un pasillo angosto. De un lado hay un librero desbordado, algunos ejemplares apilados en vertical, otros en horizontal; del otro, un fichero con imanes de las grandes capitales del mundo, sobre él, una foto enmarcada de sus padres en blanco y negro. Al fondo, una cama grande.
Pedro Juan cruza la casa hasta llegar a un escritorio. Se sienta y sonríe mirando hacía la ventana que da al mar. Suspira aliviado. Sus movimientos llevan el ritmo de la casa, que van con el vaivén del mar.
Le pregunto sobre sus actividades en esa época del año, qué está haciendo en este momento y dice: “Por ahora, lo que estoy escribiendo es alguna poesía, algunas memorias, pequeños relatos que avanzan, pero poco a poco. Son un recuento de recuerdos que ya había organizado cronológicamente durante la pandemia. Ahora los estoy organizando en cápsulas de relatos que tratan de situaciones un poco extrañas que me han pasado en la vida”.
Ese día hablamos de lo importante que es ser fiel a uno mismo. Escribir cuando realmente se quiere, sin depender de las demandas del mercado. Pedro Juan puede hacerlo, lejos de la ciudad que supo darle las mejores anécdotas, pero que ya no le da la calma que encuentra en Guanabo. Allí se toma su tiempo. Piensa con más claridad. Decide, sin apuro, cuáles serán sus próximos pasos.
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A 25 km de La Habana, en el municipio de Guanabo, Pedro Juan tiene su otro hogar, donde pasa sus días tranquilo, lejos de la intensidad de la capital. Allí, en su escritorio, escribe y también hace <i>collages.</i>
Todas y cada una de las Habanas viven en la memoria de Pedro Juan Gutierréz: desde la brutal y nocturna, hasta la pueril reflejada en su último libro <i>Mecánica Popular</i>(Anagrama, 2024).
Pedro Juan Gutierrez camina por la calle Galiano. A los costados, sobre mesas improvisadas, los vecinos exhiben libros, periódicos y revistas viejas en venta. Se detiene ante una pila desordenada y ahí, entre varias tapas gastadas, encuentra la revista Mecánica Popular. La hojea. Esta revista de ciencia y tecnología nació en 1902, pero no fue hasta mayo de 1947 que tuvo una versión latinoamericana. En la primera edición, un mensaje en la última página:
Querido amigo: Ha llegado usted al fin de nuestra Revista y esperamos confiadamente que haya sido de su agrado. Nos permitimos llamar a usted amigo, pues nuestro mayor anhelo es que así se sirva considerarnos, prestándonos su ayuda y aceptando que le sirvamos en todo lo que esté a nuestro alcance.
Lee esas líneas y, de inmediato, experimenta un golpe de memoria: él con 9 o 10 años está tirado en un sillón leyendo esas páginas. Pedro Juan dedicaba tardes enteras a sumergirse en ese universo de inventos y teorías. Sesenta años después, sin pensarlo, compra todas las revistas apiladas sobre la mesa y las lleva a casa. Algo se despierta.
Es navidad del 2024 en La Habana. Estrella Herrera, la fotógrafa de esta nota, y yo le escribimos para fijar una cita. El último libro de Pedro Juan titulado Mecánica Popular (2024), editado por Anagrama, es la última novedad. Diecisiete relatos que arman, pieza a pieza, una estampa cubana, un libro de cuentos que también puede leerse como una novela abierta: los personajes aparecen, sucesivamente, en todas las historias.

Pedro Juan responde los mensajes con amabilidad, aunque con un tono distante. Nos da la hora del encuentro, indica una dirección en el centro y avisa: "Es el edificio más alto de la cuadra. El ascensor está roto. Lo siento".
Esa tarde buscamos el timbre y no lo encontramos. Afuera, un hombre nos mira de arriba a abajo y suelta: “¿Buscan al escritor? Pasen”. Subimos ocho pisos por escalera. El aire nos pesa y las piernas también. Arriba, Pedro Juan sonriente nos espera. Sostiene la puerta y, antes de dejarnos entrar, nos dice: “En realidad ya no vivo aquí. Vivo en Guanabo, en la playa. Ahí tengo mi biblioteca. Pueden ir cuando quieran”. Le respondemos que sí, que tendremos una segunda cita en Guanabo en los próximos días. Hace años dejó La Habana. Se llevó su biblioteca y sus objetos más preciados a una casita modesta, a 25 kilómetros de la ciudad, a pocas cuadras del mar. Antes de este retiro en un lugar más tranquilo, vivió en medio del ruido, la urgencia y el hambre.
Pedro Juan Gutiérrez nació en Matanzas, Cuba, el 27 de enero de 1950. Antes de la literatura, hizo de todo: vendió helados, fue dirigente sindical, albañil, periodista. Eso cambió después de los cuarenta, en 1998, cuando publicó Trilogía sucia de La Habana, con Anagrama. Un libro crudo, lleno de conflictos, escrito en los años más feroces del "Periodo Especial", cuando la crisis económica dejó a Cuba sumida en el hambre y la miseria. Mientras La Habana se desmoronaba, Pedro Juan escribía. Su propia vida también había estallado. Su estilo áspero y descarnado, le valió el apodo del Bukowski caribeño, una etiqueta con la que no se identifica, pero en el imaginario literario circula, aunque él no quiera. El realismo sucio, los personajes al margen, las escenas de sexo, la violencia y la supervivencia funcionan como un disparo de crudeza en cada uno de sus relatos. Entonces, el éxito fue inmediato. Vinieron más libros, más traducciones. Hoy, su obra está publicada en más de 20 idiomas.
Ahora camina con cuidado. Está rapado, delgado, y a punto de cumplir 75 años. Tiene la mirada cansada. Sus relatos no solo lo protagonizan a él, sino también esa azotea, ese altillo, ese barrio. En Trilogía sucia de La Habana, El rey de La Habana (1999) —llevada al cine por Agustí Villaronga— y Animal tropical (2000), aparecen escenas con los vecinos que aún hoy sobreviven en la calle San Lázaro, donde vivió durante décadas. También se dibuja el retrato de un altillo de paredes verdes, que alguna vez fue el escenario de fiestas descontroladas y sexo desenfrenado. Aunque luego nos veremos en Guanabo para continuar con la sesión de fotos, preferimos hablar sobre su obra en este lugar, donde nacieron la mayoría de sus libros.

Pedro Juan no tiene vértigo: se asoma al borde y mira hacia abajo, de un lado, el Malecón, del otro, La Habana Vieja. Se mudó a ese ático en 1986. Hablamos sobre la ciudad y lo que siente hacia ella: “Mira, te voy a ser sincero, en extremo, no quiero escribir más sobre La Habana. Ni puedo. Ni tengo deseo. He vivido mucho y escrito mucho sobre este lugar. Siempre he escrito con el corazón. Escribí sobre lo que me ha pasado”. Hace una pausa y sigue: “La Habana está en Trilogía sucia de La Habana, en El rey de La Habana, en decenas de libros. Podría contar unos 30, entre poesía, cuentos y novelas. Anagrama me ha publicado unos 13, el resto, otras editoriales. La verdad es que, si revisamos uno por uno, en todos está La Habana. Y ya estoy cansado”.
Camina hacia la cocina y regresa con un libro en la mano. Me lo da y aclara: “Te doy este, Nuestro amigo GG en La Habana [2004]. Es tuyo. Es una novela policial. La Habana de 1955. Cuatro o cinco días en julio, antes de la revolución. Acá está el barrio de Colón, las prostitutas, el teatro de pornografía, el Shanghái, San Pedro, seis cuadras arriba. Esta es la edición cubana, como ves, el papel es malo, pero bueno… sacamos 5 000 ejemplares. Te lo regalo con gusto”.

El libro que acaba de darme retrata La Habana en el verano cuando el escritor británico Graham Greene se ve envuelto en una intriga policial con múltiples fuerzas involucradas: el FBI, la inteligencia militar cubana, un grupo terrorista israelí cazador de nazis y la Internacional Comunista. Pero, sobre todo, es un retrato de La Habana nocturna.
Mecánica Popular va más allá al ser un retrato de la vida en la isla a lo largo de tres décadas, de los años cincuenta, sesenta y setenta, en tres lugares diferentes: Matanzas, Pinar del Río y La Habana. “Lo de Mecánica Popular fue muy simpático”, responde acerca de volver a esas décadas. “Los escritores trabajamos con la memoria y la intuición. Vas recordando cosas y luego, por intuición, las organizas. No hay un método claro. Tomas un pedazo de aquí, otro de allá, y preparas una buena ensalada”.
Te recomendamos leer esta crónica de Paloma Navarro con fotos de Estrella Herrera: Otra oportunidad para La Habana en los ojos de una argentina.
Pedro Juan cuenta que leía esas revistas cuando tenía 7, 8, 9, 10 años. Pasaba los veranos en casa de su tía, en Pinar del Río, cerca de Cabo San Antonio: “Ella tenía la distribuidora de prensa del pueblo, en los alrededores de una quincalla. Ahí leía de todo: Superman, La Pequeña Lulú, El Pájaro Loco, Tom y Jerry. Todos los cómics que no se vendían. Y, entre medio de todo, Mecánica Popular. Era una revista más compleja: planos, instrucciones para armar cosas. Y fue en la calle Galiano, 60 años después, donde las volví a encontrar. Compré varios ejemplares, me los llevé a casa”.

Después de horas de lectura, los recuerdos aparecieron: los amigos, los vecinos, los chismes de barrio, su vida en Matanzas. Un lugar y una época con otro ritmo. En esos años no había televisión, y los niños jugaban en la calle.
Aunque el libro parece autobiográfico, está escrito en tercera persona. Las historias se leen a través de los ojos de un niño: Carlitos, quien avanza hacia la adultez, entre tropiezos y derrotas, mientras dialoga con la madre, juega con la tía, espía a la vecina y se pone de novio. Todo, mientras Cuba cambia y se desmorona.
“La tercera persona es menos convincente, pero te da más movimiento”, dice. “Es un narrador el que te cuenta algo, no soy yo intentando convencerte de que me pasó. Y qué divertido que sea un niño, ¿no? La primera persona es muy convincente, pero la siento más limitada. Carlitos surgió solo, como Nereida, que es mi mamá”.

Al igual que algunos relatos, Pedro Juan pasó muchos veranos en Puerto Esperanza, una playita cerca del final de Río. De hecho, hay un cuento en Mecánica Popular que se llama tal cual “Puerto Esperanza”: “Te aseguro que todo lo que narro ahí sucedió exactamente así, las urgencias, los accidentes, la desesperación”. Trabajar con la memoria es la parte más divertida de todo el proceso y cuenta que le da pánico lanzarse de lleno sobre el texto, así que avanza poco a poco. Toma apuntes, los deja reposar, permite asentarse al recuerdo.
En Mecánica Popular los cuentos tienen finales abiertos. El recuerdo pudo haber comenzado con él, pero el ejercicio de terminarlo es del lector. A lo largo del libro, las historias cierran de golpe: abruptas, inacabadas, potentes. “Me gusta que el lector se quede con esa posibilidad de preguntarse: ¿y qué pasó aquí después?”.
Y en todos los relatos, Cuba se reinventa. En Mecánica Popular no se habla directamente de política, la Revolución atraviesa a Carlitos. Aunque el autor evita meterse de lleno en el tema: “Trato por todos los medios de no escribir sobre política. La literatura tiene que ser universal. Si me pongo a hablar de política, convierto el cuento o la novela en un panfleto propagandístico, y eso tiene muy poca vida. En estos casos, siempre recuerdo a Dostoyevski. Cada tanto releo Crimen y castigo y me sigue pareciendo increíble. Pero luego leo sus artículos periodísticos, y ahí sí, ahí está su posicionamiento, más claro, más tajante. Creo que la política está muy bien para el periodismo, pero no para la literatura. Trabajé como periodista 26 años, y te puedo asegurar que con eso tuve suficiente. Prefiero quedarme con el estudio de las personas, de la naturaleza humana. No me gusta lo circunstancial. Y la política es lo más circunstancial del mundo. Lo que puedo escribir hoy, mañana cambia”.

Aunque el escritor evita la política, la Revolución marcó su infancia. Recuerda que, por entonces, su padre tenía una franquicia de los mejores helados del país, pero la empresa era estadounidense y, cuando la Revolución comenzó, lo perdieron todo en menos de 48 horas. A pesar de ello, nunca se fueron. “Mi padre decidió quedarse por razones familiares, sentimentales. No quería ir a Miami. Así que empezó a trabajar de taxista de día y de noche. Hacíamos barquillos de papel para vender granizado de hielo con sabores”.
Te podría interesar esta entrevista: Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta
Más tarde, ya en su adultez, trabajó como periodista en una revista semanal y, en sus ratos libres, escribía cuentos. Hasta que en 1998 publicó Trilogía sucia de La Habana y lo echaron. Desde entonces, solo escribió literatura. Y viajó: “Me gasté los ahorros que tenía, que por suerte tenía. Publiqué El rey de La Habana, Animal tropical… ¿Y sabes qué? Es feo quedarse sin trabajo, pero a la larga me alegro. El otro día leí que García Márquez decía: ‘Sí, el periodismo es muy bueno, ayuda mucho al escritor, pero hay que saber dejarlo a tiempo’. Bueno, yo no lo dejé a tiempo. Pero me dejaron a mí. Me hicieron un favor: me dediqué a la literatura¨.
Trilogía sucia de La Habana se publicó primero fuera de Cuba. Cuando Pedro Juan lo terminó, en 1997, ninguna editorial cubana quiso tocarlo. Se lo dio a la Editorial Oriente, en Santiago de Cuba, pero el manuscrito los asustó tanto que ni siquiera le respondieron. Lo recuperó y, por puro azar, cayó en manos de una amiga francesa: “Se lo llevó a París y un día me dijo: ‘Esto no se va a publicar nunca en Francia’”. Pero una amiga en Madrid lo leyó y lo mandó a Anagrama. Poco después, el director de la editorial lo llamó y le dijo que le había encantado, quería publicarlo, pero no serían tres tomos, sino un solo volumen. Pedro Juan casi se desmaya: “Me preguntó el título. No dudé: Trilogía sucia de La Habana. Colgó. Y así salió. Recuerdo mi felicidad. Yo estaba pasando hambre, miseria, empezando a vivir una situación dificilísima”.
El libro estalló sobre la ciudad y, entre los escombros, Pedro Juan encontró un lugar distinto para él.
“Un amigo mexicano, un ensayista valioso, me dijo hace poco: ‘¿Sabes qué te pasó con ese libro? Pusiste a los cubanos frente a un espejo y no les gustó lo que vieron’. A Luis Buñuel le pasó lo mismo en México con Los olvidados [1950], exactamente igual”, recordó el escritor.
En Trilogía sucia de La Habana todo es más violento: los personajes, las escenas, el lenguaje. Hay sexo, escatología, crudeza. Mecánica Popular es diferente. Carlitos tiene sus aventuras, sí, aunque Pedro Juan las narra de una forma más inocente. Él ya no es el mismo y su escritura tampoco: “El lenguaje siempre expresa lo que tienes dentro. Si estás furioso, defraudado, encabronado con la vida, escribes con furia, con violencia, con suciedad. Si estás más tranquilo, describes otras cosas”.

Cuando escribió Trilogía sucia de La Habana, tenía 40 años. Todo se hundía. Su vida personal, el país, la economía, el Periodo Especial, la crisis, el hambre, la desesperación: “Había tenido un divorcio absolutamente esquizofrénico. Y, además, el proyecto político por el que había vivido desde los 16 años se estaba desmoronando. Fueron tiempos de guerra en tiempos de paz, así lo llamaron. Luego vinieron los balseros, el 5 de agosto del 94. Por aquí, por el Malecón”.
El 5 de agosto fue la primera manifestación, el 6 abrieron las fronteras y salieron los balseros al mar. Luego de varios días se supo de los que llegaron, pero nunca de los que salieron. Fue un periodo más que difícil en Cuba, y también para los cubanos. Pedro Juan ha contado en decenas de entrevistas que en ese momento se refugió en el alcohol, bebía una botella de ron por día, tenía sexo como un loco, sin protección. Sin embargo, ahora asegura que es otra persona, que el tiempo fue pasando y que él cambió.
Antes de que llegue la noche buena nos despedimos y quedamos en volver a encontrarnos en Guanabo. Cuando nos volvimos a ver ya había pasado su cumpleaños y había comenzado el 2025. Nos recibe en su casa donde tiene su biblioteca y nos invita una cerveza, más de eso no bebe.
Su casa es pequeña, llena de muebles de madera. A la entrada hay un pasillo angosto. De un lado hay un librero desbordado, algunos ejemplares apilados en vertical, otros en horizontal; del otro, un fichero con imanes de las grandes capitales del mundo, sobre él, una foto enmarcada de sus padres en blanco y negro. Al fondo, una cama grande.
Pedro Juan cruza la casa hasta llegar a un escritorio. Se sienta y sonríe mirando hacía la ventana que da al mar. Suspira aliviado. Sus movimientos llevan el ritmo de la casa, que van con el vaivén del mar.
Le pregunto sobre sus actividades en esa época del año, qué está haciendo en este momento y dice: “Por ahora, lo que estoy escribiendo es alguna poesía, algunas memorias, pequeños relatos que avanzan, pero poco a poco. Son un recuento de recuerdos que ya había organizado cronológicamente durante la pandemia. Ahora los estoy organizando en cápsulas de relatos que tratan de situaciones un poco extrañas que me han pasado en la vida”.
Ese día hablamos de lo importante que es ser fiel a uno mismo. Escribir cuando realmente se quiere, sin depender de las demandas del mercado. Pedro Juan puede hacerlo, lejos de la ciudad que supo darle las mejores anécdotas, pero que ya no le da la calma que encuentra en Guanabo. Allí se toma su tiempo. Piensa con más claridad. Decide, sin apuro, cuáles serán sus próximos pasos.
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Todas y cada una de las Habanas viven en la memoria de Pedro Juan Gutierréz: desde la brutal y nocturna, hasta la pueril reflejada en su último libro <i>Mecánica Popular</i>(Anagrama, 2024).
Pedro Juan Gutierrez camina por la calle Galiano. A los costados, sobre mesas improvisadas, los vecinos exhiben libros, periódicos y revistas viejas en venta. Se detiene ante una pila desordenada y ahí, entre varias tapas gastadas, encuentra la revista Mecánica Popular. La hojea. Esta revista de ciencia y tecnología nació en 1902, pero no fue hasta mayo de 1947 que tuvo una versión latinoamericana. En la primera edición, un mensaje en la última página:
Querido amigo: Ha llegado usted al fin de nuestra Revista y esperamos confiadamente que haya sido de su agrado. Nos permitimos llamar a usted amigo, pues nuestro mayor anhelo es que así se sirva considerarnos, prestándonos su ayuda y aceptando que le sirvamos en todo lo que esté a nuestro alcance.
Lee esas líneas y, de inmediato, experimenta un golpe de memoria: él con 9 o 10 años está tirado en un sillón leyendo esas páginas. Pedro Juan dedicaba tardes enteras a sumergirse en ese universo de inventos y teorías. Sesenta años después, sin pensarlo, compra todas las revistas apiladas sobre la mesa y las lleva a casa. Algo se despierta.
Es navidad del 2024 en La Habana. Estrella Herrera, la fotógrafa de esta nota, y yo le escribimos para fijar una cita. El último libro de Pedro Juan titulado Mecánica Popular (2024), editado por Anagrama, es la última novedad. Diecisiete relatos que arman, pieza a pieza, una estampa cubana, un libro de cuentos que también puede leerse como una novela abierta: los personajes aparecen, sucesivamente, en todas las historias.

Pedro Juan responde los mensajes con amabilidad, aunque con un tono distante. Nos da la hora del encuentro, indica una dirección en el centro y avisa: "Es el edificio más alto de la cuadra. El ascensor está roto. Lo siento".
Esa tarde buscamos el timbre y no lo encontramos. Afuera, un hombre nos mira de arriba a abajo y suelta: “¿Buscan al escritor? Pasen”. Subimos ocho pisos por escalera. El aire nos pesa y las piernas también. Arriba, Pedro Juan sonriente nos espera. Sostiene la puerta y, antes de dejarnos entrar, nos dice: “En realidad ya no vivo aquí. Vivo en Guanabo, en la playa. Ahí tengo mi biblioteca. Pueden ir cuando quieran”. Le respondemos que sí, que tendremos una segunda cita en Guanabo en los próximos días. Hace años dejó La Habana. Se llevó su biblioteca y sus objetos más preciados a una casita modesta, a 25 kilómetros de la ciudad, a pocas cuadras del mar. Antes de este retiro en un lugar más tranquilo, vivió en medio del ruido, la urgencia y el hambre.
Pedro Juan Gutiérrez nació en Matanzas, Cuba, el 27 de enero de 1950. Antes de la literatura, hizo de todo: vendió helados, fue dirigente sindical, albañil, periodista. Eso cambió después de los cuarenta, en 1998, cuando publicó Trilogía sucia de La Habana, con Anagrama. Un libro crudo, lleno de conflictos, escrito en los años más feroces del "Periodo Especial", cuando la crisis económica dejó a Cuba sumida en el hambre y la miseria. Mientras La Habana se desmoronaba, Pedro Juan escribía. Su propia vida también había estallado. Su estilo áspero y descarnado, le valió el apodo del Bukowski caribeño, una etiqueta con la que no se identifica, pero en el imaginario literario circula, aunque él no quiera. El realismo sucio, los personajes al margen, las escenas de sexo, la violencia y la supervivencia funcionan como un disparo de crudeza en cada uno de sus relatos. Entonces, el éxito fue inmediato. Vinieron más libros, más traducciones. Hoy, su obra está publicada en más de 20 idiomas.
Ahora camina con cuidado. Está rapado, delgado, y a punto de cumplir 75 años. Tiene la mirada cansada. Sus relatos no solo lo protagonizan a él, sino también esa azotea, ese altillo, ese barrio. En Trilogía sucia de La Habana, El rey de La Habana (1999) —llevada al cine por Agustí Villaronga— y Animal tropical (2000), aparecen escenas con los vecinos que aún hoy sobreviven en la calle San Lázaro, donde vivió durante décadas. También se dibuja el retrato de un altillo de paredes verdes, que alguna vez fue el escenario de fiestas descontroladas y sexo desenfrenado. Aunque luego nos veremos en Guanabo para continuar con la sesión de fotos, preferimos hablar sobre su obra en este lugar, donde nacieron la mayoría de sus libros.

Pedro Juan no tiene vértigo: se asoma al borde y mira hacia abajo, de un lado, el Malecón, del otro, La Habana Vieja. Se mudó a ese ático en 1986. Hablamos sobre la ciudad y lo que siente hacia ella: “Mira, te voy a ser sincero, en extremo, no quiero escribir más sobre La Habana. Ni puedo. Ni tengo deseo. He vivido mucho y escrito mucho sobre este lugar. Siempre he escrito con el corazón. Escribí sobre lo que me ha pasado”. Hace una pausa y sigue: “La Habana está en Trilogía sucia de La Habana, en El rey de La Habana, en decenas de libros. Podría contar unos 30, entre poesía, cuentos y novelas. Anagrama me ha publicado unos 13, el resto, otras editoriales. La verdad es que, si revisamos uno por uno, en todos está La Habana. Y ya estoy cansado”.
Camina hacia la cocina y regresa con un libro en la mano. Me lo da y aclara: “Te doy este, Nuestro amigo GG en La Habana [2004]. Es tuyo. Es una novela policial. La Habana de 1955. Cuatro o cinco días en julio, antes de la revolución. Acá está el barrio de Colón, las prostitutas, el teatro de pornografía, el Shanghái, San Pedro, seis cuadras arriba. Esta es la edición cubana, como ves, el papel es malo, pero bueno… sacamos 5 000 ejemplares. Te lo regalo con gusto”.

El libro que acaba de darme retrata La Habana en el verano cuando el escritor británico Graham Greene se ve envuelto en una intriga policial con múltiples fuerzas involucradas: el FBI, la inteligencia militar cubana, un grupo terrorista israelí cazador de nazis y la Internacional Comunista. Pero, sobre todo, es un retrato de La Habana nocturna.
Mecánica Popular va más allá al ser un retrato de la vida en la isla a lo largo de tres décadas, de los años cincuenta, sesenta y setenta, en tres lugares diferentes: Matanzas, Pinar del Río y La Habana. “Lo de Mecánica Popular fue muy simpático”, responde acerca de volver a esas décadas. “Los escritores trabajamos con la memoria y la intuición. Vas recordando cosas y luego, por intuición, las organizas. No hay un método claro. Tomas un pedazo de aquí, otro de allá, y preparas una buena ensalada”.
Te recomendamos leer esta crónica de Paloma Navarro con fotos de Estrella Herrera: Otra oportunidad para La Habana en los ojos de una argentina.
Pedro Juan cuenta que leía esas revistas cuando tenía 7, 8, 9, 10 años. Pasaba los veranos en casa de su tía, en Pinar del Río, cerca de Cabo San Antonio: “Ella tenía la distribuidora de prensa del pueblo, en los alrededores de una quincalla. Ahí leía de todo: Superman, La Pequeña Lulú, El Pájaro Loco, Tom y Jerry. Todos los cómics que no se vendían. Y, entre medio de todo, Mecánica Popular. Era una revista más compleja: planos, instrucciones para armar cosas. Y fue en la calle Galiano, 60 años después, donde las volví a encontrar. Compré varios ejemplares, me los llevé a casa”.

Después de horas de lectura, los recuerdos aparecieron: los amigos, los vecinos, los chismes de barrio, su vida en Matanzas. Un lugar y una época con otro ritmo. En esos años no había televisión, y los niños jugaban en la calle.
Aunque el libro parece autobiográfico, está escrito en tercera persona. Las historias se leen a través de los ojos de un niño: Carlitos, quien avanza hacia la adultez, entre tropiezos y derrotas, mientras dialoga con la madre, juega con la tía, espía a la vecina y se pone de novio. Todo, mientras Cuba cambia y se desmorona.
“La tercera persona es menos convincente, pero te da más movimiento”, dice. “Es un narrador el que te cuenta algo, no soy yo intentando convencerte de que me pasó. Y qué divertido que sea un niño, ¿no? La primera persona es muy convincente, pero la siento más limitada. Carlitos surgió solo, como Nereida, que es mi mamá”.

Al igual que algunos relatos, Pedro Juan pasó muchos veranos en Puerto Esperanza, una playita cerca del final de Río. De hecho, hay un cuento en Mecánica Popular que se llama tal cual “Puerto Esperanza”: “Te aseguro que todo lo que narro ahí sucedió exactamente así, las urgencias, los accidentes, la desesperación”. Trabajar con la memoria es la parte más divertida de todo el proceso y cuenta que le da pánico lanzarse de lleno sobre el texto, así que avanza poco a poco. Toma apuntes, los deja reposar, permite asentarse al recuerdo.
En Mecánica Popular los cuentos tienen finales abiertos. El recuerdo pudo haber comenzado con él, pero el ejercicio de terminarlo es del lector. A lo largo del libro, las historias cierran de golpe: abruptas, inacabadas, potentes. “Me gusta que el lector se quede con esa posibilidad de preguntarse: ¿y qué pasó aquí después?”.
Y en todos los relatos, Cuba se reinventa. En Mecánica Popular no se habla directamente de política, la Revolución atraviesa a Carlitos. Aunque el autor evita meterse de lleno en el tema: “Trato por todos los medios de no escribir sobre política. La literatura tiene que ser universal. Si me pongo a hablar de política, convierto el cuento o la novela en un panfleto propagandístico, y eso tiene muy poca vida. En estos casos, siempre recuerdo a Dostoyevski. Cada tanto releo Crimen y castigo y me sigue pareciendo increíble. Pero luego leo sus artículos periodísticos, y ahí sí, ahí está su posicionamiento, más claro, más tajante. Creo que la política está muy bien para el periodismo, pero no para la literatura. Trabajé como periodista 26 años, y te puedo asegurar que con eso tuve suficiente. Prefiero quedarme con el estudio de las personas, de la naturaleza humana. No me gusta lo circunstancial. Y la política es lo más circunstancial del mundo. Lo que puedo escribir hoy, mañana cambia”.

Aunque el escritor evita la política, la Revolución marcó su infancia. Recuerda que, por entonces, su padre tenía una franquicia de los mejores helados del país, pero la empresa era estadounidense y, cuando la Revolución comenzó, lo perdieron todo en menos de 48 horas. A pesar de ello, nunca se fueron. “Mi padre decidió quedarse por razones familiares, sentimentales. No quería ir a Miami. Así que empezó a trabajar de taxista de día y de noche. Hacíamos barquillos de papel para vender granizado de hielo con sabores”.
Te podría interesar esta entrevista: Piedad Bonnett, la voz de una mujer incierta
Más tarde, ya en su adultez, trabajó como periodista en una revista semanal y, en sus ratos libres, escribía cuentos. Hasta que en 1998 publicó Trilogía sucia de La Habana y lo echaron. Desde entonces, solo escribió literatura. Y viajó: “Me gasté los ahorros que tenía, que por suerte tenía. Publiqué El rey de La Habana, Animal tropical… ¿Y sabes qué? Es feo quedarse sin trabajo, pero a la larga me alegro. El otro día leí que García Márquez decía: ‘Sí, el periodismo es muy bueno, ayuda mucho al escritor, pero hay que saber dejarlo a tiempo’. Bueno, yo no lo dejé a tiempo. Pero me dejaron a mí. Me hicieron un favor: me dediqué a la literatura¨.
Trilogía sucia de La Habana se publicó primero fuera de Cuba. Cuando Pedro Juan lo terminó, en 1997, ninguna editorial cubana quiso tocarlo. Se lo dio a la Editorial Oriente, en Santiago de Cuba, pero el manuscrito los asustó tanto que ni siquiera le respondieron. Lo recuperó y, por puro azar, cayó en manos de una amiga francesa: “Se lo llevó a París y un día me dijo: ‘Esto no se va a publicar nunca en Francia’”. Pero una amiga en Madrid lo leyó y lo mandó a Anagrama. Poco después, el director de la editorial lo llamó y le dijo que le había encantado, quería publicarlo, pero no serían tres tomos, sino un solo volumen. Pedro Juan casi se desmaya: “Me preguntó el título. No dudé: Trilogía sucia de La Habana. Colgó. Y así salió. Recuerdo mi felicidad. Yo estaba pasando hambre, miseria, empezando a vivir una situación dificilísima”.
El libro estalló sobre la ciudad y, entre los escombros, Pedro Juan encontró un lugar distinto para él.
“Un amigo mexicano, un ensayista valioso, me dijo hace poco: ‘¿Sabes qué te pasó con ese libro? Pusiste a los cubanos frente a un espejo y no les gustó lo que vieron’. A Luis Buñuel le pasó lo mismo en México con Los olvidados [1950], exactamente igual”, recordó el escritor.
En Trilogía sucia de La Habana todo es más violento: los personajes, las escenas, el lenguaje. Hay sexo, escatología, crudeza. Mecánica Popular es diferente. Carlitos tiene sus aventuras, sí, aunque Pedro Juan las narra de una forma más inocente. Él ya no es el mismo y su escritura tampoco: “El lenguaje siempre expresa lo que tienes dentro. Si estás furioso, defraudado, encabronado con la vida, escribes con furia, con violencia, con suciedad. Si estás más tranquilo, describes otras cosas”.

Cuando escribió Trilogía sucia de La Habana, tenía 40 años. Todo se hundía. Su vida personal, el país, la economía, el Periodo Especial, la crisis, el hambre, la desesperación: “Había tenido un divorcio absolutamente esquizofrénico. Y, además, el proyecto político por el que había vivido desde los 16 años se estaba desmoronando. Fueron tiempos de guerra en tiempos de paz, así lo llamaron. Luego vinieron los balseros, el 5 de agosto del 94. Por aquí, por el Malecón”.
El 5 de agosto fue la primera manifestación, el 6 abrieron las fronteras y salieron los balseros al mar. Luego de varios días se supo de los que llegaron, pero nunca de los que salieron. Fue un periodo más que difícil en Cuba, y también para los cubanos. Pedro Juan ha contado en decenas de entrevistas que en ese momento se refugió en el alcohol, bebía una botella de ron por día, tenía sexo como un loco, sin protección. Sin embargo, ahora asegura que es otra persona, que el tiempo fue pasando y que él cambió.
Antes de que llegue la noche buena nos despedimos y quedamos en volver a encontrarnos en Guanabo. Cuando nos volvimos a ver ya había pasado su cumpleaños y había comenzado el 2025. Nos recibe en su casa donde tiene su biblioteca y nos invita una cerveza, más de eso no bebe.
Su casa es pequeña, llena de muebles de madera. A la entrada hay un pasillo angosto. De un lado hay un librero desbordado, algunos ejemplares apilados en vertical, otros en horizontal; del otro, un fichero con imanes de las grandes capitales del mundo, sobre él, una foto enmarcada de sus padres en blanco y negro. Al fondo, una cama grande.
Pedro Juan cruza la casa hasta llegar a un escritorio. Se sienta y sonríe mirando hacía la ventana que da al mar. Suspira aliviado. Sus movimientos llevan el ritmo de la casa, que van con el vaivén del mar.
Le pregunto sobre sus actividades en esa época del año, qué está haciendo en este momento y dice: “Por ahora, lo que estoy escribiendo es alguna poesía, algunas memorias, pequeños relatos que avanzan, pero poco a poco. Son un recuento de recuerdos que ya había organizado cronológicamente durante la pandemia. Ahora los estoy organizando en cápsulas de relatos que tratan de situaciones un poco extrañas que me han pasado en la vida”.
Ese día hablamos de lo importante que es ser fiel a uno mismo. Escribir cuando realmente se quiere, sin depender de las demandas del mercado. Pedro Juan puede hacerlo, lejos de la ciudad que supo darle las mejores anécdotas, pero que ya no le da la calma que encuentra en Guanabo. Allí se toma su tiempo. Piensa con más claridad. Decide, sin apuro, cuáles serán sus próximos pasos.
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A 25 km de La Habana, en el municipio de Guanabo, Pedro Juan tiene su otro hogar, donde pasa sus días tranquilo, lejos de la intensidad de la capital. Allí, en su escritorio, escribe y también hace <i>collages.</i>
Todas y cada una de las Habanas viven en la memoria de Pedro Juan Gutierréz: desde la brutal y nocturna, hasta la pueril reflejada en su último libro <i>Mecánica Popular</i>(Anagrama, 2024).
Pedro Juan Gutierrez camina por la calle Galiano. A los costados, sobre mesas improvisadas, los vecinos exhiben libros, periódicos y revistas viejas en venta. Se detiene ante una pila desordenada y ahí, entre varias tapas gastadas, encuentra la revista Mecánica Popular. La hojea. Esta revista de ciencia y tecnología nació en 1902, pero no fue hasta mayo de 1947 que tuvo una versión latinoamericana. En la primera edición, un mensaje en la última página:
Querido amigo: Ha llegado usted al fin de nuestra Revista y esperamos confiadamente que haya sido de su agrado. Nos permitimos llamar a usted amigo, pues nuestro mayor anhelo es que así se sirva considerarnos, prestándonos su ayuda y aceptando que le sirvamos en todo lo que esté a nuestro alcance.
Lee esas líneas y, de inmediato, experimenta un golpe de memoria: él con 9 o 10 años está tirado en un sillón leyendo esas páginas. Pedro Juan dedicaba tardes enteras a sumergirse en ese universo de inventos y teorías. Sesenta años después, sin pensarlo, compra todas las revistas apiladas sobre la mesa y las lleva a casa. Algo se despierta.
Es navidad del 2024 en La Habana. Estrella Herrera, la fotógrafa de esta nota, y yo le escribimos para fijar una cita. El último libro de Pedro Juan titulado Mecánica Popular (2024), editado por Anagrama, es la última novedad. Diecisiete relatos que arman, pieza a pieza, una estampa cubana, un libro de cuentos que también puede leerse como una novela abierta: los personajes aparecen, sucesivamente, en todas las historias.

Pedro Juan responde los mensajes con amabilidad, aunque con un tono distante. Nos da la hora del encuentro, indica una dirección en el centro y avisa: "Es el edificio más alto de la cuadra. El ascensor está roto. Lo siento".
Esa tarde buscamos el timbre y no lo encontramos. Afuera, un hombre nos mira de arriba a abajo y suelta: “¿Buscan al escritor? Pasen”. Subimos ocho pisos por escalera. El aire nos pesa y las piernas también. Arriba, Pedro Juan sonriente nos espera. Sostiene la puerta y, antes de dejarnos entrar, nos dice: “En realidad ya no vivo aquí. Vivo en Guanabo, en la playa. Ahí tengo mi biblioteca. Pueden ir cuando quieran”. Le respondemos que sí, que tendremos una segunda cita en Guanabo en los próximos días. Hace años dejó La Habana. Se llevó su biblioteca y sus objetos más preciados a una casita modesta, a 25 kilómetros de la ciudad, a pocas cuadras del mar. Antes de este retiro en un lugar más tranquilo, vivió en medio del ruido, la urgencia y el hambre.
Pedro Juan Gutiérrez nació en Matanzas, Cuba, el 27 de enero de 1950. Antes de la literatura, hizo de todo: vendió helados, fue dirigente sindical, albañil, periodista. Eso cambió después de los cuarenta, en 1998, cuando publicó Trilogía sucia de La Habana, con Anagrama. Un libro crudo, lleno de conflictos, escrito en los años más feroces del "Periodo Especial", cuando la crisis económica dejó a Cuba sumida en el hambre y la miseria. Mientras La Habana se desmoronaba, Pedro Juan escribía. Su propia vida también había estallado. Su estilo áspero y descarnado, le valió el apodo del Bukowski caribeño, una etiqueta con la que no se identifica, pero en el imaginario literario circula, aunque él no quiera. El realismo sucio, los personajes al margen, las escenas de sexo, la violencia y la supervivencia funcionan como un disparo de crudeza en cada uno de sus relatos. Entonces, el éxito fue inmediato. Vinieron más libros, más traducciones. Hoy, su obra está publicada en más de 20 idiomas.
Ahora camina con cuidado. Está rapado, delgado, y a punto de cumplir 75 años. Tiene la mirada cansada. Sus relatos no solo lo protagonizan a él, sino también esa azotea, ese altillo, ese barrio. En Trilogía sucia de La Habana, El rey de La Habana (1999) —llevada al cine por Agustí Villaronga— y Animal tropical (2000), aparecen escenas con los vecinos que aún hoy sobreviven en la calle San Lázaro, donde vivió durante décadas. También se dibuja el retrato de un altillo de paredes verdes, que alguna vez fue el escenario de fiestas descontroladas y sexo desenfrenado. Aunque luego nos veremos en Guanabo para continuar con la sesión de fotos, preferimos hablar sobre su obra en este lugar, donde nacieron la mayoría de sus libros.

Pedro Juan no tiene vértigo: se asoma al borde y mira hacia abajo, de un lado, el Malecón, del otro, La Habana Vieja. Se mudó a ese ático en 1986. Hablamos sobre la ciudad y lo que siente hacia ella: “Mira, te voy a ser sincero, en extremo, no quiero escribir más sobre La Habana. Ni puedo. Ni tengo deseo. He vivido mucho y escrito mucho sobre este lugar. Siempre he escrito con el corazón. Escribí sobre lo que me ha pasado”. Hace una pausa y sigue: “La Habana está en Trilogía sucia de La Habana, en El rey de La Habana, en decenas de libros. Podría contar unos 30, entre poesía, cuentos y novelas. Anagrama me ha publicado unos 13, el resto, otras editoriales. La verdad es que, si revisamos uno por uno, en todos está La Habana. Y ya estoy cansado”.
Camina hacia la cocina y regresa con un libro en la mano. Me lo da y aclara: “Te doy este, Nuestro amigo GG en La Habana [2004]. Es tuyo. Es una novela policial. La Habana de 1955. Cuatro o cinco días en julio, antes de la revolución. Acá está el barrio de Colón, las prostitutas, el teatro de pornografía, el Shanghái, San Pedro, seis cuadras arriba. Esta es la edición cubana, como ves, el papel es malo, pero bueno… sacamos 5 000 ejemplares. Te lo regalo con gusto”.

El libro que acaba de darme retrata La Habana en el verano cuando el escritor británico Graham Greene se ve envuelto en una intriga policial con múltiples fuerzas involucradas: el FBI, la inteligencia militar cubana, un grupo terrorista israelí cazador de nazis y la Internacional Comunista. Pero, sobre todo, es un retrato de La Habana nocturna.
Mecánica Popular va más allá al ser un retrato de la vida en la isla a lo largo de tres décadas, de los años cincuenta, sesenta y setenta, en tres lugares diferentes: Matanzas, Pinar del Río y La Habana. “Lo de Mecánica Popular fue muy simpático”, responde acerca de volver a esas décadas. “Los escritores trabajamos con la memoria y la intuición. Vas recordando cosas y luego, por intuición, las organizas. No hay un método claro. Tomas un pedazo de aquí, otro de allá, y preparas una buena ensalada”.
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Pedro Juan cuenta que leía esas revistas cuando tenía 7, 8, 9, 10 años. Pasaba los veranos en casa de su tía, en Pinar del Río, cerca de Cabo San Antonio: “Ella tenía la distribuidora de prensa del pueblo, en los alrededores de una quincalla. Ahí leía de todo: Superman, La Pequeña Lulú, El Pájaro Loco, Tom y Jerry. Todos los cómics que no se vendían. Y, entre medio de todo, Mecánica Popular. Era una revista más compleja: planos, instrucciones para armar cosas. Y fue en la calle Galiano, 60 años después, donde las volví a encontrar. Compré varios ejemplares, me los llevé a casa”.

Después de horas de lectura, los recuerdos aparecieron: los amigos, los vecinos, los chismes de barrio, su vida en Matanzas. Un lugar y una época con otro ritmo. En esos años no había televisión, y los niños jugaban en la calle.
Aunque el libro parece autobiográfico, está escrito en tercera persona. Las historias se leen a través de los ojos de un niño: Carlitos, quien avanza hacia la adultez, entre tropiezos y derrotas, mientras dialoga con la madre, juega con la tía, espía a la vecina y se pone de novio. Todo, mientras Cuba cambia y se desmorona.
“La tercera persona es menos convincente, pero te da más movimiento”, dice. “Es un narrador el que te cuenta algo, no soy yo intentando convencerte de que me pasó. Y qué divertido que sea un niño, ¿no? La primera persona es muy convincente, pero la siento más limitada. Carlitos surgió solo, como Nereida, que es mi mamá”.

Al igual que algunos relatos, Pedro Juan pasó muchos veranos en Puerto Esperanza, una playita cerca del final de Río. De hecho, hay un cuento en Mecánica Popular que se llama tal cual “Puerto Esperanza”: “Te aseguro que todo lo que narro ahí sucedió exactamente así, las urgencias, los accidentes, la desesperación”. Trabajar con la memoria es la parte más divertida de todo el proceso y cuenta que le da pánico lanzarse de lleno sobre el texto, así que avanza poco a poco. Toma apuntes, los deja reposar, permite asentarse al recuerdo.
En Mecánica Popular los cuentos tienen finales abiertos. El recuerdo pudo haber comenzado con él, pero el ejercicio de terminarlo es del lector. A lo largo del libro, las historias cierran de golpe: abruptas, inacabadas, potentes. “Me gusta que el lector se quede con esa posibilidad de preguntarse: ¿y qué pasó aquí después?”.
Y en todos los relatos, Cuba se reinventa. En Mecánica Popular no se habla directamente de política, la Revolución atraviesa a Carlitos. Aunque el autor evita meterse de lleno en el tema: “Trato por todos los medios de no escribir sobre política. La literatura tiene que ser universal. Si me pongo a hablar de política, convierto el cuento o la novela en un panfleto propagandístico, y eso tiene muy poca vida. En estos casos, siempre recuerdo a Dostoyevski. Cada tanto releo Crimen y castigo y me sigue pareciendo increíble. Pero luego leo sus artículos periodísticos, y ahí sí, ahí está su posicionamiento, más claro, más tajante. Creo que la política está muy bien para el periodismo, pero no para la literatura. Trabajé como periodista 26 años, y te puedo asegurar que con eso tuve suficiente. Prefiero quedarme con el estudio de las personas, de la naturaleza humana. No me gusta lo circunstancial. Y la política es lo más circunstancial del mundo. Lo que puedo escribir hoy, mañana cambia”.

Aunque el escritor evita la política, la Revolución marcó su infancia. Recuerda que, por entonces, su padre tenía una franquicia de los mejores helados del país, pero la empresa era estadounidense y, cuando la Revolución comenzó, lo perdieron todo en menos de 48 horas. A pesar de ello, nunca se fueron. “Mi padre decidió quedarse por razones familiares, sentimentales. No quería ir a Miami. Así que empezó a trabajar de taxista de día y de noche. Hacíamos barquillos de papel para vender granizado de hielo con sabores”.
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Más tarde, ya en su adultez, trabajó como periodista en una revista semanal y, en sus ratos libres, escribía cuentos. Hasta que en 1998 publicó Trilogía sucia de La Habana y lo echaron. Desde entonces, solo escribió literatura. Y viajó: “Me gasté los ahorros que tenía, que por suerte tenía. Publiqué El rey de La Habana, Animal tropical… ¿Y sabes qué? Es feo quedarse sin trabajo, pero a la larga me alegro. El otro día leí que García Márquez decía: ‘Sí, el periodismo es muy bueno, ayuda mucho al escritor, pero hay que saber dejarlo a tiempo’. Bueno, yo no lo dejé a tiempo. Pero me dejaron a mí. Me hicieron un favor: me dediqué a la literatura¨.
Trilogía sucia de La Habana se publicó primero fuera de Cuba. Cuando Pedro Juan lo terminó, en 1997, ninguna editorial cubana quiso tocarlo. Se lo dio a la Editorial Oriente, en Santiago de Cuba, pero el manuscrito los asustó tanto que ni siquiera le respondieron. Lo recuperó y, por puro azar, cayó en manos de una amiga francesa: “Se lo llevó a París y un día me dijo: ‘Esto no se va a publicar nunca en Francia’”. Pero una amiga en Madrid lo leyó y lo mandó a Anagrama. Poco después, el director de la editorial lo llamó y le dijo que le había encantado, quería publicarlo, pero no serían tres tomos, sino un solo volumen. Pedro Juan casi se desmaya: “Me preguntó el título. No dudé: Trilogía sucia de La Habana. Colgó. Y así salió. Recuerdo mi felicidad. Yo estaba pasando hambre, miseria, empezando a vivir una situación dificilísima”.
El libro estalló sobre la ciudad y, entre los escombros, Pedro Juan encontró un lugar distinto para él.
“Un amigo mexicano, un ensayista valioso, me dijo hace poco: ‘¿Sabes qué te pasó con ese libro? Pusiste a los cubanos frente a un espejo y no les gustó lo que vieron’. A Luis Buñuel le pasó lo mismo en México con Los olvidados [1950], exactamente igual”, recordó el escritor.
En Trilogía sucia de La Habana todo es más violento: los personajes, las escenas, el lenguaje. Hay sexo, escatología, crudeza. Mecánica Popular es diferente. Carlitos tiene sus aventuras, sí, aunque Pedro Juan las narra de una forma más inocente. Él ya no es el mismo y su escritura tampoco: “El lenguaje siempre expresa lo que tienes dentro. Si estás furioso, defraudado, encabronado con la vida, escribes con furia, con violencia, con suciedad. Si estás más tranquilo, describes otras cosas”.

Cuando escribió Trilogía sucia de La Habana, tenía 40 años. Todo se hundía. Su vida personal, el país, la economía, el Periodo Especial, la crisis, el hambre, la desesperación: “Había tenido un divorcio absolutamente esquizofrénico. Y, además, el proyecto político por el que había vivido desde los 16 años se estaba desmoronando. Fueron tiempos de guerra en tiempos de paz, así lo llamaron. Luego vinieron los balseros, el 5 de agosto del 94. Por aquí, por el Malecón”.
El 5 de agosto fue la primera manifestación, el 6 abrieron las fronteras y salieron los balseros al mar. Luego de varios días se supo de los que llegaron, pero nunca de los que salieron. Fue un periodo más que difícil en Cuba, y también para los cubanos. Pedro Juan ha contado en decenas de entrevistas que en ese momento se refugió en el alcohol, bebía una botella de ron por día, tenía sexo como un loco, sin protección. Sin embargo, ahora asegura que es otra persona, que el tiempo fue pasando y que él cambió.
Antes de que llegue la noche buena nos despedimos y quedamos en volver a encontrarnos en Guanabo. Cuando nos volvimos a ver ya había pasado su cumpleaños y había comenzado el 2025. Nos recibe en su casa donde tiene su biblioteca y nos invita una cerveza, más de eso no bebe.
Su casa es pequeña, llena de muebles de madera. A la entrada hay un pasillo angosto. De un lado hay un librero desbordado, algunos ejemplares apilados en vertical, otros en horizontal; del otro, un fichero con imanes de las grandes capitales del mundo, sobre él, una foto enmarcada de sus padres en blanco y negro. Al fondo, una cama grande.
Pedro Juan cruza la casa hasta llegar a un escritorio. Se sienta y sonríe mirando hacía la ventana que da al mar. Suspira aliviado. Sus movimientos llevan el ritmo de la casa, que van con el vaivén del mar.
Le pregunto sobre sus actividades en esa época del año, qué está haciendo en este momento y dice: “Por ahora, lo que estoy escribiendo es alguna poesía, algunas memorias, pequeños relatos que avanzan, pero poco a poco. Son un recuento de recuerdos que ya había organizado cronológicamente durante la pandemia. Ahora los estoy organizando en cápsulas de relatos que tratan de situaciones un poco extrañas que me han pasado en la vida”.
Ese día hablamos de lo importante que es ser fiel a uno mismo. Escribir cuando realmente se quiere, sin depender de las demandas del mercado. Pedro Juan puede hacerlo, lejos de la ciudad que supo darle las mejores anécdotas, pero que ya no le da la calma que encuentra en Guanabo. Allí se toma su tiempo. Piensa con más claridad. Decide, sin apuro, cuáles serán sus próximos pasos.
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