En Gatopardo concebimos el periodismo narrativo como un vehículo para hablar de las grandes paradojas de América Latina. En esta edición, llevamos nuestra cobertura periodística hacia la región del Caribe, en busca de una diversidad de testimonios, idiomas y experiencias para hablar de las dicotomías sociales y culturales que viven las comunidades más olvidadas y vulnerables.
Un jarrón roto, estrellado en piezas diminutas que se esparcen en medio del mar: ésta es una imagen de Derek Walcott que nos ayuda a pensar el Caribe y sus territorios esparcidos, cuyas historias y luchas por la igualdad y la inclusión podrían unirlos como pegamento. Una región que baña con sus aguas una cara de la península de Yucatán, que parece más cercana a Centroamérica sin serlo totalmente, que actualmente vive grandes crisis como la migratoria y ha formado parte de las páginas de la historia del continente. Una región aislada en pedacitos, islas que son réplicas de otras mayores, con retazos de Cuba, Puerto Rico o Haití, quizás por el efecto de representación homogénea que han creado la industria turística y la huella de un pasado colonial. Frank Báez, cronista y poeta dominicano, advierte lo peligroso que es pensar a esta región como una totalidad. Precisamente porque no lo es y concebirla como unidad borra sus particularidades.
Gatopardo, una plataforma multimedia afincada en México que concibe el periodismo narrativo como un vehículo para hablar de las grandes paradojas de América Latina, tuvo la inquietud de llevar su cobertura periodística hacia estos mares, en busca de una diversidad de testimonios, idiomas y experiencias para hablar de las dicotomías sociales y culturales que viven las comunidades más olvidadas y vulnerables. Junto con la Fundación W. K. Kellogg, un aliado y compañero en este viaje, buscamos historias que contar a través de jóvenes autores locales, que hablan de las luchas de las comunidades indígenas y afrodescendientes contra la desigualdad, el racismo y la exclusión desde estas trincheras. Los testimonios recogidos han dado forma a esta edición y tendrán una continuidad en la plataforma digital a través de videos y pódcast.
La edición viene además rodeada por textos que buscan, a manera de satélites, nuevas aproximaciones. Están las voces de los poetas Adalber Salas y Mara Pastor, del Caribe venezolano y puertorriqueño, respectivamente; y la crónica de Báez sobre la isla de San Andrés. Roselin Rodríguez Espinosa, historiadora del arte, escribe sobre el arte caribeño contemporáneo. Alejandra Amatto aborda las historias literarias de las mujeres. Luis Mendoza habla de los paraísos fiscales y Diana Amador, del impacto que generará un nuevo muelle en Cozumel, producto de la boyante industria de los cruceros. Y Andrés Cota Hiriart escribe de los nubarrones de sargazo que arrastra la marea y trastocan la región en su totalidad, así como la economía y el medioambiente. Porque mientras realizábamos esta edición, más de veintitrés toneladas de sargazo tocaron las costas del Caribe mexicano.
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El equipo de Gatopardo recorrió la costa quintanarroense de la mano de la periodista Lilia Balam y la antropóloga Valeria Contreras —con el acompañamiento de Robin Canul— para narrar dos historias de las comunidades mayas. Primero, en coautoría con los economistas Víctor Goméz Ayala y Montserrat Aldave Hoyo, para atestiguar los desafíos que la pandemia trajo consigo a estos pueblos, que vivieron dos años entre el desempleo y los “sueldos covid”; y segundo, para hablar de los conflictos que sortea un grupo de mujeres indígenas que se acompañan en busca del reconocimiento de sus derechos y para visibilizar la histórica violencia hacia las mujeres indígenas, a través de talleres, asesorías y sirviendo de intérpretes ante la autoridad.
Cruzando el mar Caribe llegamos a las Antillas. En República Dominicana, Indhira Suero, periodista afrodescendiente, creadora del personaje web Negrita Come Coco, habla de la precariedad en que viven los viejos cortadores de caña en los bateyes (barrios marginados), conformados en su mayoría por migrantes haitianos que llegaron al país para trabajar en la caña. A sus hijos y nietos, nacidos allí, se les ha negado la nacionalidad; se encuentran en un hueco legal, mientras sus padres luchan por obtener las pensiones correspondientes a décadas de trabajo en el campo.
Siguiendo el impacto de las olas migratorias llegamos a Cuba o, más bien, a Cuba en el exilio: una Cuba de activistas, artistas y defensores de los derechos humanos que, ante la represión del régimen, han tenido que abandonar la isla. Mónica Baró, escritora y periodista, escribe del fenómeno desde el exilio y da cuenta de este destierro de unos pocos, el sector blanco e intelectual, mientras que en la isla quedan cientos de presos políticos, muchos, residentes de barrios marginados, empobrecidos y habitados por familias negras.
Finalmente, volvemos a tierra continental y llegamos a la Guajira, en Colombia. Ahí, Weildler Guerra Curvelo, antropólogo y escritor wayuu, escribe sobre los parques eólicos que en su país se están construyendo en territorio indígena y que han resultado en un encuentro (o desencuentro) entre dos mundos. Como suele pasar con los megaproyectos, a los habitantes históricos de estos territorios —los wayuu en este caso— no se les ha incluido en la transformación energética que busca el país de Iván Duque. Para los wayuu existen siete diferentes tipos de viento. ¿Qué tipo de viento van a traer estas turbinas? y ¿qué pasará con las deidades indígenas que tienen su origen en el clima y la geografía del territorio? El tiempo lo dirá.
–Los editores
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