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Un pedazo de selva por un pedazo de salud

Un pedazo de selva por un pedazo de salud

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
La comunidad 20 de Noviembre, Campeche, tiene cerca de 500 habitantes. Apenas uno de cada cuatro tiene acceso a servicios de salud.
26
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03
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En la comunidad 20 de Noviembre, en Campeche, la selva al pie de la Reserva de la Biosfera Calakmul es moneda de cambio para intentar cubrir los derechos humanos más elementales.

Hace dos décadas, a Ofelia Cauic Dzib, habitante de la comunidad 20 de Noviembre, a 20 kilómetros al oriente de Xpujil, cabecera del municipio de Calakmul, Campeche, la vida la puso al borde de la tragedia. Así la recuerda:

—La mitad de sus intestinos no estaban funcionando. La llevé hasta Mérida, [a] una clínica particular y cuando llegué allá me dijeron que sí me podían atender a mi hija, pero que tenía que depositar primero, pero no había dinero.

—¿Y cómo hicieron para reunir el dinero?

—No lo reunimos, no lo reunimos, nos regresamos. Le decía a mi esposo ¿qué vamos a hacer? Yo nomás me la pasaba llorando, pensando que mi hija ya se quedó así, como un trapo. Le daba su lechita y lo pasaba por su panza como si fuera un colador. Mi abuela me dijo: “Busca esta yerba en la montaña y se la vas a hervir y se la vas a dar, eso que tiene en su barriga la niña va a pasar en el nombre de Dios”. Mi hija se estaba muriendo. Mi esposo se fue por la yerba y yo le dije al Señor: “Tú hiciste a mi hija desde que estaba en mi vientre, si me la vas a dejar, gracias y si te la vas a llevar, gracias”. Le dimos el té, no tardó, fueron minutos, no horas, le estoy dando el té y de repente mi hija abrió los ojos y reaccionó y entonces hizo del baño como la clara del huevo, grande, feo y le seguí dando el té y habló para pedir comida. Ahí está mi hija, ahorita tiene 20 años.

Lo que vivió Ofelia no es una historia que se quedó en el pasado. En su comunidad, la gente sigue atrapada en la misma circunstancia. No hay hospital. No hay médicos suficientes. No hay medicamentos. La única opción cuando la enfermedad golpea fuerte es vender lo único que tienen: su selva.

El hogar de Ofelia no es pobre. Tiene carencias, sí, pero posee un tesoro natural: está muy cerca de la Reserva de la Biosfera Calakmul, misma que por su importancia ingresó en 1993 a la Red Internacional del Programa El Hombre y la Biosfera (MAB) de la Unesco, y está dentro del Programa de Conservación de la Biodiversidad en Áreas Naturales Protegidas Selectas de México, parcialmente financiada por el GEF (Global Environmental Facility), uno de los fondos multilaterales mejor estructurados del mundo.

Te recomendamos leer: Todo lo que Xochimilco hace por el ambiente de la CDMX

Durante esta entrevista Ofelia viste una blusa a rayas entre negras, anaranjadas y rojas, lleva en su mirada la huella de su linaje maya y su piel es canela, como la que se produce en su tierra.

Desde la orilla de la montaña, describe la abundancia de su tierra: ciricote, caoba, cedro, jabín, ceibo, yaaxnik, moras, katalox, chaká y cientos de especies más que se pierden entre el verdor de árboles que alcanzan más de 15 metros de altura. Entre sus copas, las aves saltan de un lado a otro, como un festín carnavalesco, lleno de colores y sonidos. Los árboles llenan el camino de un espesor como si se tratara de una espuma verdosa y gigante. El golpeteo de las hojas con el viento forma ruidos como si de una cascada se tratara, y al caminar, la hojarasca seca evoca a las mordidas de muchas galletas crujientes. “Son bastantes, todo eso se da y se reproduce porque caen las semillas y brotan, tenemos mucha selva”, afirma Ofelia.

Habitante de la comunidad 20 de Noviembre, Calakmul
Ofelia Cauic Dzib, en su hogar. A través de las décadas, la cabeza de familia ha visto muy pocos avances en la provisión de servicios de salud básicos en su comunidad.

Pero esta comunidad, que disfruta de la abundancia de la selva, tiene apenas 500 habitantes, de los cuales un 50% habla maya y casi el mismo número no tiene acceso a la educación media superior y universidad. La 20 de Noviembre está a 11.3 kilómetros (en dirección noreste) de la localidad de Xpujil, que es la que más habitantes tiene dentro del municipio de Calakmul. La mayor escasez que tienen es de agua y servicios médicos. Según un estudio realizado en la comunidad por Darina Victoria Pineda Cauich y Valeria Inés Canto Farjat, estudiantes de la Universidad Modelo, con la guía de la investigadora Silvia Barrera Suárez, apenas uno de cada cuatro pobladores tiene acceso a servicios de salud, y ese número se reduce drásticamente cuando se requiere atención especializada: de esta cifra solo el 40% puede acceder a un médico especialista, y apenas el 28% recibe hospitalización.

Esto significa que, en la mayoría de los casos, los enfermos quedan en manos de la herbolaria, la fe o de una espera que puede durar meses.

La odisea de enfermarse

Hace 20 años, viajar a Mérida le tomó a doña Ofelia más de 10 horas. Hoy la situación no es muy diferente: el trayecto es de ocho horas, debido a las complicaciones en algunos tramos carreteros causadas por las obras del Tramo 7 del Tren Maya. El megaproyecto emblema del sexenio pasado tiene un impacto en las selvas, ya que provocó la creación de bancos gigantescos de material para la construcción de estaciones y demás elementos de infraestructura, ubicados principalmente en la entrada de la comunidad, lo que sus habitantes aseguran que interrumpió también el paso de fauna.

Pero ¿por qué tuvo que viajar a Mérida Ofelia hace dos décadas aun cuando se trata de 382 kilómetros de distancia? Porque en los hospitales públicos de Campeche no había cupo en urgencias y en hospitales privados no encontraron una opción para atender el problema gastrointestinal que padecía Esmeralda, la hija de Ofelia, hoy una mujer hecha y derecha, madre de familia. Alguien les comentó que en la capital yucateca encontraría auxilio.

Las cosas, de nuevo, no han cambiado en la 20 de Noviembre. El único hospital comunitario está en Xpujil, o sea, a media hora de la comunidad, pero cuentan solamente con un médico ginecobstetra, un cirujano, un internista y un médico especialista. Eso, en caso de que haya contratos vigentes, porque en 2024 no había médicos por falta de pagos. Así que, si una persona enferma de gravedad tiene que ir hasta la ciudad de Campeche, que queda a ocho horas aproximadamente, o a Chetumal, del estado vecino de Quintana Roo, a solo dos horas, pues son las únicas opciones donde encuentran hospitales con mayor infraestructura y personal.

Comunidad 20 de Noviembre, a pie de la Reserva de la Biosfera de Calakmul
El ejido 20 de Noviembre, a pie de un tesoro natural incomparable —la Reserva de la Biosfera Calakmul—, y el epicentro de la batalla por la explotación privada de la tierra.

Ofelia lo confirma: “En el centro de salud de Xpujil curan lo más básico, como una gripe, una calentura, pero enfermedades más complicadas como las que luego tiene la gente aquí, no hay manera, no tenemos un seguro médico o tenemos que viajar hasta Campeche nada más para sacar una cita que nos dan en seis meses o más. Aunque vayas con un dolor insoportable te dicen que ya no hay cupo”.

No se trata solamente de una impresión personal. Información recabada por la Universidad Modelo indica que el 42% de la población de la 20 de Noviembre prefiere no buscar atención médica en hospitales públicos, incluso en una emergencia. Esta cifra refleja la desconfianza de los habitantes en el sistema de salud. El 24% señala que los tiempos de espera en hospitales públicos son inaceptables. No es una cuestión de comodidad, sino de supervivencia. Si acuden, se enfrentan a esperas de meses y tratamientos insuficientes. Si buscan atención privada, el precio es inalcanzable. “La mayoría de [las] personas son campesinas, trabajan el campo y cuando alguien enferma tenemos que ver cómo le hacemos. Estamos alejados de todo”, reitera Ofelia. Luce como un callejón sin salida.

Te interesaría: ¿Qué tan malo es el aire que respiramos?

Vender la tierra para comprar salud

Ofelia hace un monitoreo informal de la salud de su comunidad. Detecta que las enfermedades más comunes son la diabetes y “piedras en los riñones” (cálculos renales) y esta consideración es confirmada con la investigación de la Universidad Modelo, que señala en efecto estos padecimientos como los más comunes. Son trastornos crónicos; no se solventan en un nivel de atención primaria. Cuando este tipo de enfermedades llegan, ¿qué hacer? El camino más a la mano es vender hectáreas de selva al mejor postor. Si la emergencia no es catastrófica, venden sus vacas, cerdos o gallinas. Si la deuda es grande, entregan la tierra que han cuidado por generaciones. Un pedazo de selva por una cirugía. Árboles centenarios a cambio de insulina. Fauna y ecosistema para pagar una operación de vesícula.

Ofelia sabe de esto. En su historia personal se cuentan dos cirugías; en una le extrajeron la matriz y en otra, los ovarios. Para solventar los gastos vendió 15 hectáreas de selva en 30 000 pesos a un terrateniente. Con el paso del tiempo, dimensiona que lo que hizo en realidad fue regalar lo que por muchos años les llevó tiempo conservar. “Sí me da mucha tristeza saber bien que vendí mi terreno a un costo muy bajo”.

El lamento es doble: con esa venta que ni siquiera le alcanzó para cubrir todos los gastos médicos; tuvo que pedir prestado a familiares y habitantes de la comunidad otros 40 000 pesos que le tomó cerca de cinco años devolver.

El terreno que Ofelia y su familia vendieron era una selva en buen estado de conservación, y ahora se ha convertido en un potrero; es decir, las 15 hectáreas que antes eran hogar de aves, mamíferos, insectos y otros animales, ahora se usa como pastizal para vacas, y provisionalmente, ya que los nuevos dueños se dedican a la compraventa. Un ecosistema completo desapareció.

En la 20 de Noviembre, el siempre problemático equilibrio entre protección de los recursos naturales y las necesidades del desarrollo.

Una crisis estructural

La doctora Claudia Garduño García, de Action Lab México —una instancia de coordinación internacional de disciplinas colaborativas en torno a la sustentabilidad de la 20 de Noviembre—, sabe de más casos como el de Ofelia: habitantes que tienen que recurrir a la venta de sus tierras para sobrellevar alguna situación médica. En los años 2017 y 2019, Garduño trabajó en la comunidad con un grupo de estudiantes de las universidades Modelo y la Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con universitarios de Finlandia. En un inicio armarían estrategias denominadas Artesanía del Bienestar, orientadas a crear acciones que permitieran a las personas tener una mejor calidad; sin embargo, al conocer la situación extrema que atravesaba el ejido, los equipos interdisciplinarios prefirieron enfocarse en la seguridad económica y apoyarlos para generar un fondo de emergencias médicas. Narra Garduño:

Se trata de una comunidad que no tiene acceso incluso a programas sociales, como lo fue el Seguro Popular. Identificamos que es una zona muy olvidada por el Gobierno. Entonces, al no contar con un seguro médico, pues comenzaron a vender sus terrenos ante una emergencia sanitaria, sobre todo cuando son situaciones de cáncer porque, por ejemplo, una gripa o un malestar menor las pueden financiar o las curan con hierbas, pero para otras las personas se van muriendo de dolor y miedo. Y, entonces, por eso, prefieren irse al sector privado, en donde mínimo tienen que pagar una cuenta de 5 000 pesos y otras más para arriba. Para ellas y ellos significa una cantidad de dinero importante, pues otras cuentas son de casi 40 000 pesos o más.

La propia doctora Garduño y sus colegas observaron que frente a gastos médicos relativamente moderados las familias comenzaban a vender sus animales. Sin embargo, cuando la deuda económica se engrosaba, lo que ofrecían a la venta eran sus tierras. El hecho es grave, pues la selva les da sentido de identidad, aunado a que 20 de Noviembre es uno de los ejidos mejor preservados de Calakmul.

Era urgente, pues, la creación de un fondo comunitario. Los de Action Lab imaginaron que 230 000 pesos podría ser un buen punto de partida. Con esto en mente emprendieron una campaña de donación, y para 2021 lograron reunir 13 438 euros; es decir, más de 268 000 pesos mexicanos. Después de llegar a la meta, esperaba un trabajo arduo: idear una forma en que las propias personas sean capaces de mantener este fondo sin que se les agote pronto, y manejar el dinero de una forma autónoma y autogestiva. Sigue Garduño:

El problema de salud es la mayor trampa de pobreza. Si pudiéramos lograr que no gastaran tanto su dinero y ahorro en ese fin, podrían tener dinero para otras cosas. Por ejemplo, en esa zona producen miel de muy alta calidad, certificada, pero no la venden al precio que deberían porque se aparecen ‘coyotes’ que les compran a menor precio, pero que les dan su dinero en ese momento; entonces, ni lo piensan y la venden porque el dinero les hace falta para atender emergencias médicas.

También te podría interesar: Los problemas de Claudia Sheinbaum y el cambio climático

La selva los ha salvado. ¿Hasta cuándo?

Rosa María Ku Pech se dedica al bordado tanto de máquina como de mano, una práctica tradicional en esta zona. Desde hace 30 años realiza esta actividad, que heredó a dos de sus cinco hijas.

Rosa María tiene diabetes. Lleva un década sobrellevándola. Se atiende en una clínica particular de Chetumal porque en Xpujil no siempre hay medicamentos. Para ella, diabetes equivale a muerte: su madre la padecía, y ya no está con ella. Justamente para atender una complicación derivada de esa enfermedad, vendieron tres hectáreas de su terreno en 1 500 pesos.

No fue la única vez. Hace menos de dos años una hija suya enfermó de la vesícula; la operación costaría 40 000 pesos. Recurrieron a vender tres cabezas de ganado:

Se trata de nuestro esfuerzo, nuestro trabajo ahí, en los animalitos, en la selva, en la tierra, pero lo que uno quiere en ese momento es dinero porque lo necesitamos y porque no hay de donde más agarrar. El campesino no tiene sueldo, no hay quincena y entonces lo que vamos produciendo nos sirve para comer o de lo que vendemos sale para la comida.

Rosa María, mientras desenreda hilos, confiesa que lamenta mucho haber vendido su terreno porque piensa que es una tierra que podrían trabajar con diversos cultivos para su alimentación. Ahora es un potrero.

Lo que los habitantes de 20 de Noviembre enfrentan no es solo una crisis médica. Se trata de la manifestación más dramática de un sistema que no es capaz de cumplir con el más elemental derecho a la salud. Cada enfermedad los obliga a vender lo poco que tienen. Es un pedazo de selva por un pedazo de vida.

Rosa María Ku Pech, bordadora de la 20 de Noviembre, Calakmul
Rosa María Ku Pech, bordadora. Otra habitante de la 20 de Noviembre que tuvo que vender su tierra para solventar los gastos de una enfermedad crónica.

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Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W. K. Kellogg 

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Un pedazo de selva por un pedazo de salud

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En la comunidad 20 de Noviembre, en Campeche, la selva al pie de la Reserva de la Biosfera Calakmul es moneda de cambio para intentar cubrir los derechos humanos más elementales.

Hace dos décadas, a Ofelia Cauic Dzib, habitante de la comunidad 20 de Noviembre, a 20 kilómetros al oriente de Xpujil, cabecera del municipio de Calakmul, Campeche, la vida la puso al borde de la tragedia. Así la recuerda:

—La mitad de sus intestinos no estaban funcionando. La llevé hasta Mérida, [a] una clínica particular y cuando llegué allá me dijeron que sí me podían atender a mi hija, pero que tenía que depositar primero, pero no había dinero.

—¿Y cómo hicieron para reunir el dinero?

—No lo reunimos, no lo reunimos, nos regresamos. Le decía a mi esposo ¿qué vamos a hacer? Yo nomás me la pasaba llorando, pensando que mi hija ya se quedó así, como un trapo. Le daba su lechita y lo pasaba por su panza como si fuera un colador. Mi abuela me dijo: “Busca esta yerba en la montaña y se la vas a hervir y se la vas a dar, eso que tiene en su barriga la niña va a pasar en el nombre de Dios”. Mi hija se estaba muriendo. Mi esposo se fue por la yerba y yo le dije al Señor: “Tú hiciste a mi hija desde que estaba en mi vientre, si me la vas a dejar, gracias y si te la vas a llevar, gracias”. Le dimos el té, no tardó, fueron minutos, no horas, le estoy dando el té y de repente mi hija abrió los ojos y reaccionó y entonces hizo del baño como la clara del huevo, grande, feo y le seguí dando el té y habló para pedir comida. Ahí está mi hija, ahorita tiene 20 años.

Lo que vivió Ofelia no es una historia que se quedó en el pasado. En su comunidad, la gente sigue atrapada en la misma circunstancia. No hay hospital. No hay médicos suficientes. No hay medicamentos. La única opción cuando la enfermedad golpea fuerte es vender lo único que tienen: su selva.

El hogar de Ofelia no es pobre. Tiene carencias, sí, pero posee un tesoro natural: está muy cerca de la Reserva de la Biosfera Calakmul, misma que por su importancia ingresó en 1993 a la Red Internacional del Programa El Hombre y la Biosfera (MAB) de la Unesco, y está dentro del Programa de Conservación de la Biodiversidad en Áreas Naturales Protegidas Selectas de México, parcialmente financiada por el GEF (Global Environmental Facility), uno de los fondos multilaterales mejor estructurados del mundo.

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Durante esta entrevista Ofelia viste una blusa a rayas entre negras, anaranjadas y rojas, lleva en su mirada la huella de su linaje maya y su piel es canela, como la que se produce en su tierra.

Desde la orilla de la montaña, describe la abundancia de su tierra: ciricote, caoba, cedro, jabín, ceibo, yaaxnik, moras, katalox, chaká y cientos de especies más que se pierden entre el verdor de árboles que alcanzan más de 15 metros de altura. Entre sus copas, las aves saltan de un lado a otro, como un festín carnavalesco, lleno de colores y sonidos. Los árboles llenan el camino de un espesor como si se tratara de una espuma verdosa y gigante. El golpeteo de las hojas con el viento forma ruidos como si de una cascada se tratara, y al caminar, la hojarasca seca evoca a las mordidas de muchas galletas crujientes. “Son bastantes, todo eso se da y se reproduce porque caen las semillas y brotan, tenemos mucha selva”, afirma Ofelia.

Habitante de la comunidad 20 de Noviembre, Calakmul
Ofelia Cauic Dzib, en su hogar. A través de las décadas, la cabeza de familia ha visto muy pocos avances en la provisión de servicios de salud básicos en su comunidad.

Pero esta comunidad, que disfruta de la abundancia de la selva, tiene apenas 500 habitantes, de los cuales un 50% habla maya y casi el mismo número no tiene acceso a la educación media superior y universidad. La 20 de Noviembre está a 11.3 kilómetros (en dirección noreste) de la localidad de Xpujil, que es la que más habitantes tiene dentro del municipio de Calakmul. La mayor escasez que tienen es de agua y servicios médicos. Según un estudio realizado en la comunidad por Darina Victoria Pineda Cauich y Valeria Inés Canto Farjat, estudiantes de la Universidad Modelo, con la guía de la investigadora Silvia Barrera Suárez, apenas uno de cada cuatro pobladores tiene acceso a servicios de salud, y ese número se reduce drásticamente cuando se requiere atención especializada: de esta cifra solo el 40% puede acceder a un médico especialista, y apenas el 28% recibe hospitalización.

Esto significa que, en la mayoría de los casos, los enfermos quedan en manos de la herbolaria, la fe o de una espera que puede durar meses.

La odisea de enfermarse

Hace 20 años, viajar a Mérida le tomó a doña Ofelia más de 10 horas. Hoy la situación no es muy diferente: el trayecto es de ocho horas, debido a las complicaciones en algunos tramos carreteros causadas por las obras del Tramo 7 del Tren Maya. El megaproyecto emblema del sexenio pasado tiene un impacto en las selvas, ya que provocó la creación de bancos gigantescos de material para la construcción de estaciones y demás elementos de infraestructura, ubicados principalmente en la entrada de la comunidad, lo que sus habitantes aseguran que interrumpió también el paso de fauna.

Pero ¿por qué tuvo que viajar a Mérida Ofelia hace dos décadas aun cuando se trata de 382 kilómetros de distancia? Porque en los hospitales públicos de Campeche no había cupo en urgencias y en hospitales privados no encontraron una opción para atender el problema gastrointestinal que padecía Esmeralda, la hija de Ofelia, hoy una mujer hecha y derecha, madre de familia. Alguien les comentó que en la capital yucateca encontraría auxilio.

Las cosas, de nuevo, no han cambiado en la 20 de Noviembre. El único hospital comunitario está en Xpujil, o sea, a media hora de la comunidad, pero cuentan solamente con un médico ginecobstetra, un cirujano, un internista y un médico especialista. Eso, en caso de que haya contratos vigentes, porque en 2024 no había médicos por falta de pagos. Así que, si una persona enferma de gravedad tiene que ir hasta la ciudad de Campeche, que queda a ocho horas aproximadamente, o a Chetumal, del estado vecino de Quintana Roo, a solo dos horas, pues son las únicas opciones donde encuentran hospitales con mayor infraestructura y personal.

Comunidad 20 de Noviembre, a pie de la Reserva de la Biosfera de Calakmul
El ejido 20 de Noviembre, a pie de un tesoro natural incomparable —la Reserva de la Biosfera Calakmul—, y el epicentro de la batalla por la explotación privada de la tierra.

Ofelia lo confirma: “En el centro de salud de Xpujil curan lo más básico, como una gripe, una calentura, pero enfermedades más complicadas como las que luego tiene la gente aquí, no hay manera, no tenemos un seguro médico o tenemos que viajar hasta Campeche nada más para sacar una cita que nos dan en seis meses o más. Aunque vayas con un dolor insoportable te dicen que ya no hay cupo”.

No se trata solamente de una impresión personal. Información recabada por la Universidad Modelo indica que el 42% de la población de la 20 de Noviembre prefiere no buscar atención médica en hospitales públicos, incluso en una emergencia. Esta cifra refleja la desconfianza de los habitantes en el sistema de salud. El 24% señala que los tiempos de espera en hospitales públicos son inaceptables. No es una cuestión de comodidad, sino de supervivencia. Si acuden, se enfrentan a esperas de meses y tratamientos insuficientes. Si buscan atención privada, el precio es inalcanzable. “La mayoría de [las] personas son campesinas, trabajan el campo y cuando alguien enferma tenemos que ver cómo le hacemos. Estamos alejados de todo”, reitera Ofelia. Luce como un callejón sin salida.

Te interesaría: ¿Qué tan malo es el aire que respiramos?

Vender la tierra para comprar salud

Ofelia hace un monitoreo informal de la salud de su comunidad. Detecta que las enfermedades más comunes son la diabetes y “piedras en los riñones” (cálculos renales) y esta consideración es confirmada con la investigación de la Universidad Modelo, que señala en efecto estos padecimientos como los más comunes. Son trastornos crónicos; no se solventan en un nivel de atención primaria. Cuando este tipo de enfermedades llegan, ¿qué hacer? El camino más a la mano es vender hectáreas de selva al mejor postor. Si la emergencia no es catastrófica, venden sus vacas, cerdos o gallinas. Si la deuda es grande, entregan la tierra que han cuidado por generaciones. Un pedazo de selva por una cirugía. Árboles centenarios a cambio de insulina. Fauna y ecosistema para pagar una operación de vesícula.

Ofelia sabe de esto. En su historia personal se cuentan dos cirugías; en una le extrajeron la matriz y en otra, los ovarios. Para solventar los gastos vendió 15 hectáreas de selva en 30 000 pesos a un terrateniente. Con el paso del tiempo, dimensiona que lo que hizo en realidad fue regalar lo que por muchos años les llevó tiempo conservar. “Sí me da mucha tristeza saber bien que vendí mi terreno a un costo muy bajo”.

El lamento es doble: con esa venta que ni siquiera le alcanzó para cubrir todos los gastos médicos; tuvo que pedir prestado a familiares y habitantes de la comunidad otros 40 000 pesos que le tomó cerca de cinco años devolver.

El terreno que Ofelia y su familia vendieron era una selva en buen estado de conservación, y ahora se ha convertido en un potrero; es decir, las 15 hectáreas que antes eran hogar de aves, mamíferos, insectos y otros animales, ahora se usa como pastizal para vacas, y provisionalmente, ya que los nuevos dueños se dedican a la compraventa. Un ecosistema completo desapareció.

En la 20 de Noviembre, el siempre problemático equilibrio entre protección de los recursos naturales y las necesidades del desarrollo.

Una crisis estructural

La doctora Claudia Garduño García, de Action Lab México —una instancia de coordinación internacional de disciplinas colaborativas en torno a la sustentabilidad de la 20 de Noviembre—, sabe de más casos como el de Ofelia: habitantes que tienen que recurrir a la venta de sus tierras para sobrellevar alguna situación médica. En los años 2017 y 2019, Garduño trabajó en la comunidad con un grupo de estudiantes de las universidades Modelo y la Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con universitarios de Finlandia. En un inicio armarían estrategias denominadas Artesanía del Bienestar, orientadas a crear acciones que permitieran a las personas tener una mejor calidad; sin embargo, al conocer la situación extrema que atravesaba el ejido, los equipos interdisciplinarios prefirieron enfocarse en la seguridad económica y apoyarlos para generar un fondo de emergencias médicas. Narra Garduño:

Se trata de una comunidad que no tiene acceso incluso a programas sociales, como lo fue el Seguro Popular. Identificamos que es una zona muy olvidada por el Gobierno. Entonces, al no contar con un seguro médico, pues comenzaron a vender sus terrenos ante una emergencia sanitaria, sobre todo cuando son situaciones de cáncer porque, por ejemplo, una gripa o un malestar menor las pueden financiar o las curan con hierbas, pero para otras las personas se van muriendo de dolor y miedo. Y, entonces, por eso, prefieren irse al sector privado, en donde mínimo tienen que pagar una cuenta de 5 000 pesos y otras más para arriba. Para ellas y ellos significa una cantidad de dinero importante, pues otras cuentas son de casi 40 000 pesos o más.

La propia doctora Garduño y sus colegas observaron que frente a gastos médicos relativamente moderados las familias comenzaban a vender sus animales. Sin embargo, cuando la deuda económica se engrosaba, lo que ofrecían a la venta eran sus tierras. El hecho es grave, pues la selva les da sentido de identidad, aunado a que 20 de Noviembre es uno de los ejidos mejor preservados de Calakmul.

Era urgente, pues, la creación de un fondo comunitario. Los de Action Lab imaginaron que 230 000 pesos podría ser un buen punto de partida. Con esto en mente emprendieron una campaña de donación, y para 2021 lograron reunir 13 438 euros; es decir, más de 268 000 pesos mexicanos. Después de llegar a la meta, esperaba un trabajo arduo: idear una forma en que las propias personas sean capaces de mantener este fondo sin que se les agote pronto, y manejar el dinero de una forma autónoma y autogestiva. Sigue Garduño:

El problema de salud es la mayor trampa de pobreza. Si pudiéramos lograr que no gastaran tanto su dinero y ahorro en ese fin, podrían tener dinero para otras cosas. Por ejemplo, en esa zona producen miel de muy alta calidad, certificada, pero no la venden al precio que deberían porque se aparecen ‘coyotes’ que les compran a menor precio, pero que les dan su dinero en ese momento; entonces, ni lo piensan y la venden porque el dinero les hace falta para atender emergencias médicas.

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La selva los ha salvado. ¿Hasta cuándo?

Rosa María Ku Pech se dedica al bordado tanto de máquina como de mano, una práctica tradicional en esta zona. Desde hace 30 años realiza esta actividad, que heredó a dos de sus cinco hijas.

Rosa María tiene diabetes. Lleva un década sobrellevándola. Se atiende en una clínica particular de Chetumal porque en Xpujil no siempre hay medicamentos. Para ella, diabetes equivale a muerte: su madre la padecía, y ya no está con ella. Justamente para atender una complicación derivada de esa enfermedad, vendieron tres hectáreas de su terreno en 1 500 pesos.

No fue la única vez. Hace menos de dos años una hija suya enfermó de la vesícula; la operación costaría 40 000 pesos. Recurrieron a vender tres cabezas de ganado:

Se trata de nuestro esfuerzo, nuestro trabajo ahí, en los animalitos, en la selva, en la tierra, pero lo que uno quiere en ese momento es dinero porque lo necesitamos y porque no hay de donde más agarrar. El campesino no tiene sueldo, no hay quincena y entonces lo que vamos produciendo nos sirve para comer o de lo que vendemos sale para la comida.

Rosa María, mientras desenreda hilos, confiesa que lamenta mucho haber vendido su terreno porque piensa que es una tierra que podrían trabajar con diversos cultivos para su alimentación. Ahora es un potrero.

Lo que los habitantes de 20 de Noviembre enfrentan no es solo una crisis médica. Se trata de la manifestación más dramática de un sistema que no es capaz de cumplir con el más elemental derecho a la salud. Cada enfermedad los obliga a vender lo poco que tienen. Es un pedazo de selva por un pedazo de vida.

Rosa María Ku Pech, bordadora de la 20 de Noviembre, Calakmul
Rosa María Ku Pech, bordadora. Otra habitante de la 20 de Noviembre que tuvo que vender su tierra para solventar los gastos de una enfermedad crónica.

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Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W. K. Kellogg 

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Un pedazo de selva por un pedazo de salud

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La comunidad 20 de Noviembre, Campeche, tiene cerca de 500 habitantes. Apenas uno de cada cuatro tiene acceso a servicios de salud.
26
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Tiempo de Lectura: 00 min

En la comunidad 20 de Noviembre, en Campeche, la selva al pie de la Reserva de la Biosfera Calakmul es moneda de cambio para intentar cubrir los derechos humanos más elementales.

Hace dos décadas, a Ofelia Cauic Dzib, habitante de la comunidad 20 de Noviembre, a 20 kilómetros al oriente de Xpujil, cabecera del municipio de Calakmul, Campeche, la vida la puso al borde de la tragedia. Así la recuerda:

—La mitad de sus intestinos no estaban funcionando. La llevé hasta Mérida, [a] una clínica particular y cuando llegué allá me dijeron que sí me podían atender a mi hija, pero que tenía que depositar primero, pero no había dinero.

—¿Y cómo hicieron para reunir el dinero?

—No lo reunimos, no lo reunimos, nos regresamos. Le decía a mi esposo ¿qué vamos a hacer? Yo nomás me la pasaba llorando, pensando que mi hija ya se quedó así, como un trapo. Le daba su lechita y lo pasaba por su panza como si fuera un colador. Mi abuela me dijo: “Busca esta yerba en la montaña y se la vas a hervir y se la vas a dar, eso que tiene en su barriga la niña va a pasar en el nombre de Dios”. Mi hija se estaba muriendo. Mi esposo se fue por la yerba y yo le dije al Señor: “Tú hiciste a mi hija desde que estaba en mi vientre, si me la vas a dejar, gracias y si te la vas a llevar, gracias”. Le dimos el té, no tardó, fueron minutos, no horas, le estoy dando el té y de repente mi hija abrió los ojos y reaccionó y entonces hizo del baño como la clara del huevo, grande, feo y le seguí dando el té y habló para pedir comida. Ahí está mi hija, ahorita tiene 20 años.

Lo que vivió Ofelia no es una historia que se quedó en el pasado. En su comunidad, la gente sigue atrapada en la misma circunstancia. No hay hospital. No hay médicos suficientes. No hay medicamentos. La única opción cuando la enfermedad golpea fuerte es vender lo único que tienen: su selva.

El hogar de Ofelia no es pobre. Tiene carencias, sí, pero posee un tesoro natural: está muy cerca de la Reserva de la Biosfera Calakmul, misma que por su importancia ingresó en 1993 a la Red Internacional del Programa El Hombre y la Biosfera (MAB) de la Unesco, y está dentro del Programa de Conservación de la Biodiversidad en Áreas Naturales Protegidas Selectas de México, parcialmente financiada por el GEF (Global Environmental Facility), uno de los fondos multilaterales mejor estructurados del mundo.

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Durante esta entrevista Ofelia viste una blusa a rayas entre negras, anaranjadas y rojas, lleva en su mirada la huella de su linaje maya y su piel es canela, como la que se produce en su tierra.

Desde la orilla de la montaña, describe la abundancia de su tierra: ciricote, caoba, cedro, jabín, ceibo, yaaxnik, moras, katalox, chaká y cientos de especies más que se pierden entre el verdor de árboles que alcanzan más de 15 metros de altura. Entre sus copas, las aves saltan de un lado a otro, como un festín carnavalesco, lleno de colores y sonidos. Los árboles llenan el camino de un espesor como si se tratara de una espuma verdosa y gigante. El golpeteo de las hojas con el viento forma ruidos como si de una cascada se tratara, y al caminar, la hojarasca seca evoca a las mordidas de muchas galletas crujientes. “Son bastantes, todo eso se da y se reproduce porque caen las semillas y brotan, tenemos mucha selva”, afirma Ofelia.

Habitante de la comunidad 20 de Noviembre, Calakmul
Ofelia Cauic Dzib, en su hogar. A través de las décadas, la cabeza de familia ha visto muy pocos avances en la provisión de servicios de salud básicos en su comunidad.

Pero esta comunidad, que disfruta de la abundancia de la selva, tiene apenas 500 habitantes, de los cuales un 50% habla maya y casi el mismo número no tiene acceso a la educación media superior y universidad. La 20 de Noviembre está a 11.3 kilómetros (en dirección noreste) de la localidad de Xpujil, que es la que más habitantes tiene dentro del municipio de Calakmul. La mayor escasez que tienen es de agua y servicios médicos. Según un estudio realizado en la comunidad por Darina Victoria Pineda Cauich y Valeria Inés Canto Farjat, estudiantes de la Universidad Modelo, con la guía de la investigadora Silvia Barrera Suárez, apenas uno de cada cuatro pobladores tiene acceso a servicios de salud, y ese número se reduce drásticamente cuando se requiere atención especializada: de esta cifra solo el 40% puede acceder a un médico especialista, y apenas el 28% recibe hospitalización.

Esto significa que, en la mayoría de los casos, los enfermos quedan en manos de la herbolaria, la fe o de una espera que puede durar meses.

La odisea de enfermarse

Hace 20 años, viajar a Mérida le tomó a doña Ofelia más de 10 horas. Hoy la situación no es muy diferente: el trayecto es de ocho horas, debido a las complicaciones en algunos tramos carreteros causadas por las obras del Tramo 7 del Tren Maya. El megaproyecto emblema del sexenio pasado tiene un impacto en las selvas, ya que provocó la creación de bancos gigantescos de material para la construcción de estaciones y demás elementos de infraestructura, ubicados principalmente en la entrada de la comunidad, lo que sus habitantes aseguran que interrumpió también el paso de fauna.

Pero ¿por qué tuvo que viajar a Mérida Ofelia hace dos décadas aun cuando se trata de 382 kilómetros de distancia? Porque en los hospitales públicos de Campeche no había cupo en urgencias y en hospitales privados no encontraron una opción para atender el problema gastrointestinal que padecía Esmeralda, la hija de Ofelia, hoy una mujer hecha y derecha, madre de familia. Alguien les comentó que en la capital yucateca encontraría auxilio.

Las cosas, de nuevo, no han cambiado en la 20 de Noviembre. El único hospital comunitario está en Xpujil, o sea, a media hora de la comunidad, pero cuentan solamente con un médico ginecobstetra, un cirujano, un internista y un médico especialista. Eso, en caso de que haya contratos vigentes, porque en 2024 no había médicos por falta de pagos. Así que, si una persona enferma de gravedad tiene que ir hasta la ciudad de Campeche, que queda a ocho horas aproximadamente, o a Chetumal, del estado vecino de Quintana Roo, a solo dos horas, pues son las únicas opciones donde encuentran hospitales con mayor infraestructura y personal.

Comunidad 20 de Noviembre, a pie de la Reserva de la Biosfera de Calakmul
El ejido 20 de Noviembre, a pie de un tesoro natural incomparable —la Reserva de la Biosfera Calakmul—, y el epicentro de la batalla por la explotación privada de la tierra.

Ofelia lo confirma: “En el centro de salud de Xpujil curan lo más básico, como una gripe, una calentura, pero enfermedades más complicadas como las que luego tiene la gente aquí, no hay manera, no tenemos un seguro médico o tenemos que viajar hasta Campeche nada más para sacar una cita que nos dan en seis meses o más. Aunque vayas con un dolor insoportable te dicen que ya no hay cupo”.

No se trata solamente de una impresión personal. Información recabada por la Universidad Modelo indica que el 42% de la población de la 20 de Noviembre prefiere no buscar atención médica en hospitales públicos, incluso en una emergencia. Esta cifra refleja la desconfianza de los habitantes en el sistema de salud. El 24% señala que los tiempos de espera en hospitales públicos son inaceptables. No es una cuestión de comodidad, sino de supervivencia. Si acuden, se enfrentan a esperas de meses y tratamientos insuficientes. Si buscan atención privada, el precio es inalcanzable. “La mayoría de [las] personas son campesinas, trabajan el campo y cuando alguien enferma tenemos que ver cómo le hacemos. Estamos alejados de todo”, reitera Ofelia. Luce como un callejón sin salida.

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Vender la tierra para comprar salud

Ofelia hace un monitoreo informal de la salud de su comunidad. Detecta que las enfermedades más comunes son la diabetes y “piedras en los riñones” (cálculos renales) y esta consideración es confirmada con la investigación de la Universidad Modelo, que señala en efecto estos padecimientos como los más comunes. Son trastornos crónicos; no se solventan en un nivel de atención primaria. Cuando este tipo de enfermedades llegan, ¿qué hacer? El camino más a la mano es vender hectáreas de selva al mejor postor. Si la emergencia no es catastrófica, venden sus vacas, cerdos o gallinas. Si la deuda es grande, entregan la tierra que han cuidado por generaciones. Un pedazo de selva por una cirugía. Árboles centenarios a cambio de insulina. Fauna y ecosistema para pagar una operación de vesícula.

Ofelia sabe de esto. En su historia personal se cuentan dos cirugías; en una le extrajeron la matriz y en otra, los ovarios. Para solventar los gastos vendió 15 hectáreas de selva en 30 000 pesos a un terrateniente. Con el paso del tiempo, dimensiona que lo que hizo en realidad fue regalar lo que por muchos años les llevó tiempo conservar. “Sí me da mucha tristeza saber bien que vendí mi terreno a un costo muy bajo”.

El lamento es doble: con esa venta que ni siquiera le alcanzó para cubrir todos los gastos médicos; tuvo que pedir prestado a familiares y habitantes de la comunidad otros 40 000 pesos que le tomó cerca de cinco años devolver.

El terreno que Ofelia y su familia vendieron era una selva en buen estado de conservación, y ahora se ha convertido en un potrero; es decir, las 15 hectáreas que antes eran hogar de aves, mamíferos, insectos y otros animales, ahora se usa como pastizal para vacas, y provisionalmente, ya que los nuevos dueños se dedican a la compraventa. Un ecosistema completo desapareció.

En la 20 de Noviembre, el siempre problemático equilibrio entre protección de los recursos naturales y las necesidades del desarrollo.

Una crisis estructural

La doctora Claudia Garduño García, de Action Lab México —una instancia de coordinación internacional de disciplinas colaborativas en torno a la sustentabilidad de la 20 de Noviembre—, sabe de más casos como el de Ofelia: habitantes que tienen que recurrir a la venta de sus tierras para sobrellevar alguna situación médica. En los años 2017 y 2019, Garduño trabajó en la comunidad con un grupo de estudiantes de las universidades Modelo y la Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con universitarios de Finlandia. En un inicio armarían estrategias denominadas Artesanía del Bienestar, orientadas a crear acciones que permitieran a las personas tener una mejor calidad; sin embargo, al conocer la situación extrema que atravesaba el ejido, los equipos interdisciplinarios prefirieron enfocarse en la seguridad económica y apoyarlos para generar un fondo de emergencias médicas. Narra Garduño:

Se trata de una comunidad que no tiene acceso incluso a programas sociales, como lo fue el Seguro Popular. Identificamos que es una zona muy olvidada por el Gobierno. Entonces, al no contar con un seguro médico, pues comenzaron a vender sus terrenos ante una emergencia sanitaria, sobre todo cuando son situaciones de cáncer porque, por ejemplo, una gripa o un malestar menor las pueden financiar o las curan con hierbas, pero para otras las personas se van muriendo de dolor y miedo. Y, entonces, por eso, prefieren irse al sector privado, en donde mínimo tienen que pagar una cuenta de 5 000 pesos y otras más para arriba. Para ellas y ellos significa una cantidad de dinero importante, pues otras cuentas son de casi 40 000 pesos o más.

La propia doctora Garduño y sus colegas observaron que frente a gastos médicos relativamente moderados las familias comenzaban a vender sus animales. Sin embargo, cuando la deuda económica se engrosaba, lo que ofrecían a la venta eran sus tierras. El hecho es grave, pues la selva les da sentido de identidad, aunado a que 20 de Noviembre es uno de los ejidos mejor preservados de Calakmul.

Era urgente, pues, la creación de un fondo comunitario. Los de Action Lab imaginaron que 230 000 pesos podría ser un buen punto de partida. Con esto en mente emprendieron una campaña de donación, y para 2021 lograron reunir 13 438 euros; es decir, más de 268 000 pesos mexicanos. Después de llegar a la meta, esperaba un trabajo arduo: idear una forma en que las propias personas sean capaces de mantener este fondo sin que se les agote pronto, y manejar el dinero de una forma autónoma y autogestiva. Sigue Garduño:

El problema de salud es la mayor trampa de pobreza. Si pudiéramos lograr que no gastaran tanto su dinero y ahorro en ese fin, podrían tener dinero para otras cosas. Por ejemplo, en esa zona producen miel de muy alta calidad, certificada, pero no la venden al precio que deberían porque se aparecen ‘coyotes’ que les compran a menor precio, pero que les dan su dinero en ese momento; entonces, ni lo piensan y la venden porque el dinero les hace falta para atender emergencias médicas.

También te podría interesar: Los problemas de Claudia Sheinbaum y el cambio climático

La selva los ha salvado. ¿Hasta cuándo?

Rosa María Ku Pech se dedica al bordado tanto de máquina como de mano, una práctica tradicional en esta zona. Desde hace 30 años realiza esta actividad, que heredó a dos de sus cinco hijas.

Rosa María tiene diabetes. Lleva un década sobrellevándola. Se atiende en una clínica particular de Chetumal porque en Xpujil no siempre hay medicamentos. Para ella, diabetes equivale a muerte: su madre la padecía, y ya no está con ella. Justamente para atender una complicación derivada de esa enfermedad, vendieron tres hectáreas de su terreno en 1 500 pesos.

No fue la única vez. Hace menos de dos años una hija suya enfermó de la vesícula; la operación costaría 40 000 pesos. Recurrieron a vender tres cabezas de ganado:

Se trata de nuestro esfuerzo, nuestro trabajo ahí, en los animalitos, en la selva, en la tierra, pero lo que uno quiere en ese momento es dinero porque lo necesitamos y porque no hay de donde más agarrar. El campesino no tiene sueldo, no hay quincena y entonces lo que vamos produciendo nos sirve para comer o de lo que vendemos sale para la comida.

Rosa María, mientras desenreda hilos, confiesa que lamenta mucho haber vendido su terreno porque piensa que es una tierra que podrían trabajar con diversos cultivos para su alimentación. Ahora es un potrero.

Lo que los habitantes de 20 de Noviembre enfrentan no es solo una crisis médica. Se trata de la manifestación más dramática de un sistema que no es capaz de cumplir con el más elemental derecho a la salud. Cada enfermedad los obliga a vender lo poco que tienen. Es un pedazo de selva por un pedazo de vida.

Rosa María Ku Pech, bordadora de la 20 de Noviembre, Calakmul
Rosa María Ku Pech, bordadora. Otra habitante de la 20 de Noviembre que tuvo que vender su tierra para solventar los gastos de una enfermedad crónica.

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Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W. K. Kellogg 

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Un pedazo de selva por un pedazo de salud

Un pedazo de selva por un pedazo de salud

26
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03
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25
2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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En la comunidad 20 de Noviembre, en Campeche, la selva al pie de la Reserva de la Biosfera Calakmul es moneda de cambio para intentar cubrir los derechos humanos más elementales.

Hace dos décadas, a Ofelia Cauic Dzib, habitante de la comunidad 20 de Noviembre, a 20 kilómetros al oriente de Xpujil, cabecera del municipio de Calakmul, Campeche, la vida la puso al borde de la tragedia. Así la recuerda:

—La mitad de sus intestinos no estaban funcionando. La llevé hasta Mérida, [a] una clínica particular y cuando llegué allá me dijeron que sí me podían atender a mi hija, pero que tenía que depositar primero, pero no había dinero.

—¿Y cómo hicieron para reunir el dinero?

—No lo reunimos, no lo reunimos, nos regresamos. Le decía a mi esposo ¿qué vamos a hacer? Yo nomás me la pasaba llorando, pensando que mi hija ya se quedó así, como un trapo. Le daba su lechita y lo pasaba por su panza como si fuera un colador. Mi abuela me dijo: “Busca esta yerba en la montaña y se la vas a hervir y se la vas a dar, eso que tiene en su barriga la niña va a pasar en el nombre de Dios”. Mi hija se estaba muriendo. Mi esposo se fue por la yerba y yo le dije al Señor: “Tú hiciste a mi hija desde que estaba en mi vientre, si me la vas a dejar, gracias y si te la vas a llevar, gracias”. Le dimos el té, no tardó, fueron minutos, no horas, le estoy dando el té y de repente mi hija abrió los ojos y reaccionó y entonces hizo del baño como la clara del huevo, grande, feo y le seguí dando el té y habló para pedir comida. Ahí está mi hija, ahorita tiene 20 años.

Lo que vivió Ofelia no es una historia que se quedó en el pasado. En su comunidad, la gente sigue atrapada en la misma circunstancia. No hay hospital. No hay médicos suficientes. No hay medicamentos. La única opción cuando la enfermedad golpea fuerte es vender lo único que tienen: su selva.

El hogar de Ofelia no es pobre. Tiene carencias, sí, pero posee un tesoro natural: está muy cerca de la Reserva de la Biosfera Calakmul, misma que por su importancia ingresó en 1993 a la Red Internacional del Programa El Hombre y la Biosfera (MAB) de la Unesco, y está dentro del Programa de Conservación de la Biodiversidad en Áreas Naturales Protegidas Selectas de México, parcialmente financiada por el GEF (Global Environmental Facility), uno de los fondos multilaterales mejor estructurados del mundo.

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Durante esta entrevista Ofelia viste una blusa a rayas entre negras, anaranjadas y rojas, lleva en su mirada la huella de su linaje maya y su piel es canela, como la que se produce en su tierra.

Desde la orilla de la montaña, describe la abundancia de su tierra: ciricote, caoba, cedro, jabín, ceibo, yaaxnik, moras, katalox, chaká y cientos de especies más que se pierden entre el verdor de árboles que alcanzan más de 15 metros de altura. Entre sus copas, las aves saltan de un lado a otro, como un festín carnavalesco, lleno de colores y sonidos. Los árboles llenan el camino de un espesor como si se tratara de una espuma verdosa y gigante. El golpeteo de las hojas con el viento forma ruidos como si de una cascada se tratara, y al caminar, la hojarasca seca evoca a las mordidas de muchas galletas crujientes. “Son bastantes, todo eso se da y se reproduce porque caen las semillas y brotan, tenemos mucha selva”, afirma Ofelia.

Habitante de la comunidad 20 de Noviembre, Calakmul
Ofelia Cauic Dzib, en su hogar. A través de las décadas, la cabeza de familia ha visto muy pocos avances en la provisión de servicios de salud básicos en su comunidad.

Pero esta comunidad, que disfruta de la abundancia de la selva, tiene apenas 500 habitantes, de los cuales un 50% habla maya y casi el mismo número no tiene acceso a la educación media superior y universidad. La 20 de Noviembre está a 11.3 kilómetros (en dirección noreste) de la localidad de Xpujil, que es la que más habitantes tiene dentro del municipio de Calakmul. La mayor escasez que tienen es de agua y servicios médicos. Según un estudio realizado en la comunidad por Darina Victoria Pineda Cauich y Valeria Inés Canto Farjat, estudiantes de la Universidad Modelo, con la guía de la investigadora Silvia Barrera Suárez, apenas uno de cada cuatro pobladores tiene acceso a servicios de salud, y ese número se reduce drásticamente cuando se requiere atención especializada: de esta cifra solo el 40% puede acceder a un médico especialista, y apenas el 28% recibe hospitalización.

Esto significa que, en la mayoría de los casos, los enfermos quedan en manos de la herbolaria, la fe o de una espera que puede durar meses.

La odisea de enfermarse

Hace 20 años, viajar a Mérida le tomó a doña Ofelia más de 10 horas. Hoy la situación no es muy diferente: el trayecto es de ocho horas, debido a las complicaciones en algunos tramos carreteros causadas por las obras del Tramo 7 del Tren Maya. El megaproyecto emblema del sexenio pasado tiene un impacto en las selvas, ya que provocó la creación de bancos gigantescos de material para la construcción de estaciones y demás elementos de infraestructura, ubicados principalmente en la entrada de la comunidad, lo que sus habitantes aseguran que interrumpió también el paso de fauna.

Pero ¿por qué tuvo que viajar a Mérida Ofelia hace dos décadas aun cuando se trata de 382 kilómetros de distancia? Porque en los hospitales públicos de Campeche no había cupo en urgencias y en hospitales privados no encontraron una opción para atender el problema gastrointestinal que padecía Esmeralda, la hija de Ofelia, hoy una mujer hecha y derecha, madre de familia. Alguien les comentó que en la capital yucateca encontraría auxilio.

Las cosas, de nuevo, no han cambiado en la 20 de Noviembre. El único hospital comunitario está en Xpujil, o sea, a media hora de la comunidad, pero cuentan solamente con un médico ginecobstetra, un cirujano, un internista y un médico especialista. Eso, en caso de que haya contratos vigentes, porque en 2024 no había médicos por falta de pagos. Así que, si una persona enferma de gravedad tiene que ir hasta la ciudad de Campeche, que queda a ocho horas aproximadamente, o a Chetumal, del estado vecino de Quintana Roo, a solo dos horas, pues son las únicas opciones donde encuentran hospitales con mayor infraestructura y personal.

Comunidad 20 de Noviembre, a pie de la Reserva de la Biosfera de Calakmul
El ejido 20 de Noviembre, a pie de un tesoro natural incomparable —la Reserva de la Biosfera Calakmul—, y el epicentro de la batalla por la explotación privada de la tierra.

Ofelia lo confirma: “En el centro de salud de Xpujil curan lo más básico, como una gripe, una calentura, pero enfermedades más complicadas como las que luego tiene la gente aquí, no hay manera, no tenemos un seguro médico o tenemos que viajar hasta Campeche nada más para sacar una cita que nos dan en seis meses o más. Aunque vayas con un dolor insoportable te dicen que ya no hay cupo”.

No se trata solamente de una impresión personal. Información recabada por la Universidad Modelo indica que el 42% de la población de la 20 de Noviembre prefiere no buscar atención médica en hospitales públicos, incluso en una emergencia. Esta cifra refleja la desconfianza de los habitantes en el sistema de salud. El 24% señala que los tiempos de espera en hospitales públicos son inaceptables. No es una cuestión de comodidad, sino de supervivencia. Si acuden, se enfrentan a esperas de meses y tratamientos insuficientes. Si buscan atención privada, el precio es inalcanzable. “La mayoría de [las] personas son campesinas, trabajan el campo y cuando alguien enferma tenemos que ver cómo le hacemos. Estamos alejados de todo”, reitera Ofelia. Luce como un callejón sin salida.

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Vender la tierra para comprar salud

Ofelia hace un monitoreo informal de la salud de su comunidad. Detecta que las enfermedades más comunes son la diabetes y “piedras en los riñones” (cálculos renales) y esta consideración es confirmada con la investigación de la Universidad Modelo, que señala en efecto estos padecimientos como los más comunes. Son trastornos crónicos; no se solventan en un nivel de atención primaria. Cuando este tipo de enfermedades llegan, ¿qué hacer? El camino más a la mano es vender hectáreas de selva al mejor postor. Si la emergencia no es catastrófica, venden sus vacas, cerdos o gallinas. Si la deuda es grande, entregan la tierra que han cuidado por generaciones. Un pedazo de selva por una cirugía. Árboles centenarios a cambio de insulina. Fauna y ecosistema para pagar una operación de vesícula.

Ofelia sabe de esto. En su historia personal se cuentan dos cirugías; en una le extrajeron la matriz y en otra, los ovarios. Para solventar los gastos vendió 15 hectáreas de selva en 30 000 pesos a un terrateniente. Con el paso del tiempo, dimensiona que lo que hizo en realidad fue regalar lo que por muchos años les llevó tiempo conservar. “Sí me da mucha tristeza saber bien que vendí mi terreno a un costo muy bajo”.

El lamento es doble: con esa venta que ni siquiera le alcanzó para cubrir todos los gastos médicos; tuvo que pedir prestado a familiares y habitantes de la comunidad otros 40 000 pesos que le tomó cerca de cinco años devolver.

El terreno que Ofelia y su familia vendieron era una selva en buen estado de conservación, y ahora se ha convertido en un potrero; es decir, las 15 hectáreas que antes eran hogar de aves, mamíferos, insectos y otros animales, ahora se usa como pastizal para vacas, y provisionalmente, ya que los nuevos dueños se dedican a la compraventa. Un ecosistema completo desapareció.

En la 20 de Noviembre, el siempre problemático equilibrio entre protección de los recursos naturales y las necesidades del desarrollo.

Una crisis estructural

La doctora Claudia Garduño García, de Action Lab México —una instancia de coordinación internacional de disciplinas colaborativas en torno a la sustentabilidad de la 20 de Noviembre—, sabe de más casos como el de Ofelia: habitantes que tienen que recurrir a la venta de sus tierras para sobrellevar alguna situación médica. En los años 2017 y 2019, Garduño trabajó en la comunidad con un grupo de estudiantes de las universidades Modelo y la Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con universitarios de Finlandia. En un inicio armarían estrategias denominadas Artesanía del Bienestar, orientadas a crear acciones que permitieran a las personas tener una mejor calidad; sin embargo, al conocer la situación extrema que atravesaba el ejido, los equipos interdisciplinarios prefirieron enfocarse en la seguridad económica y apoyarlos para generar un fondo de emergencias médicas. Narra Garduño:

Se trata de una comunidad que no tiene acceso incluso a programas sociales, como lo fue el Seguro Popular. Identificamos que es una zona muy olvidada por el Gobierno. Entonces, al no contar con un seguro médico, pues comenzaron a vender sus terrenos ante una emergencia sanitaria, sobre todo cuando son situaciones de cáncer porque, por ejemplo, una gripa o un malestar menor las pueden financiar o las curan con hierbas, pero para otras las personas se van muriendo de dolor y miedo. Y, entonces, por eso, prefieren irse al sector privado, en donde mínimo tienen que pagar una cuenta de 5 000 pesos y otras más para arriba. Para ellas y ellos significa una cantidad de dinero importante, pues otras cuentas son de casi 40 000 pesos o más.

La propia doctora Garduño y sus colegas observaron que frente a gastos médicos relativamente moderados las familias comenzaban a vender sus animales. Sin embargo, cuando la deuda económica se engrosaba, lo que ofrecían a la venta eran sus tierras. El hecho es grave, pues la selva les da sentido de identidad, aunado a que 20 de Noviembre es uno de los ejidos mejor preservados de Calakmul.

Era urgente, pues, la creación de un fondo comunitario. Los de Action Lab imaginaron que 230 000 pesos podría ser un buen punto de partida. Con esto en mente emprendieron una campaña de donación, y para 2021 lograron reunir 13 438 euros; es decir, más de 268 000 pesos mexicanos. Después de llegar a la meta, esperaba un trabajo arduo: idear una forma en que las propias personas sean capaces de mantener este fondo sin que se les agote pronto, y manejar el dinero de una forma autónoma y autogestiva. Sigue Garduño:

El problema de salud es la mayor trampa de pobreza. Si pudiéramos lograr que no gastaran tanto su dinero y ahorro en ese fin, podrían tener dinero para otras cosas. Por ejemplo, en esa zona producen miel de muy alta calidad, certificada, pero no la venden al precio que deberían porque se aparecen ‘coyotes’ que les compran a menor precio, pero que les dan su dinero en ese momento; entonces, ni lo piensan y la venden porque el dinero les hace falta para atender emergencias médicas.

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La selva los ha salvado. ¿Hasta cuándo?

Rosa María Ku Pech se dedica al bordado tanto de máquina como de mano, una práctica tradicional en esta zona. Desde hace 30 años realiza esta actividad, que heredó a dos de sus cinco hijas.

Rosa María tiene diabetes. Lleva un década sobrellevándola. Se atiende en una clínica particular de Chetumal porque en Xpujil no siempre hay medicamentos. Para ella, diabetes equivale a muerte: su madre la padecía, y ya no está con ella. Justamente para atender una complicación derivada de esa enfermedad, vendieron tres hectáreas de su terreno en 1 500 pesos.

No fue la única vez. Hace menos de dos años una hija suya enfermó de la vesícula; la operación costaría 40 000 pesos. Recurrieron a vender tres cabezas de ganado:

Se trata de nuestro esfuerzo, nuestro trabajo ahí, en los animalitos, en la selva, en la tierra, pero lo que uno quiere en ese momento es dinero porque lo necesitamos y porque no hay de donde más agarrar. El campesino no tiene sueldo, no hay quincena y entonces lo que vamos produciendo nos sirve para comer o de lo que vendemos sale para la comida.

Rosa María, mientras desenreda hilos, confiesa que lamenta mucho haber vendido su terreno porque piensa que es una tierra que podrían trabajar con diversos cultivos para su alimentación. Ahora es un potrero.

Lo que los habitantes de 20 de Noviembre enfrentan no es solo una crisis médica. Se trata de la manifestación más dramática de un sistema que no es capaz de cumplir con el más elemental derecho a la salud. Cada enfermedad los obliga a vender lo poco que tienen. Es un pedazo de selva por un pedazo de vida.

Rosa María Ku Pech, bordadora de la 20 de Noviembre, Calakmul
Rosa María Ku Pech, bordadora. Otra habitante de la 20 de Noviembre que tuvo que vender su tierra para solventar los gastos de una enfermedad crónica.

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Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W. K. Kellogg 

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La comunidad 20 de Noviembre, Campeche, tiene cerca de 500 habitantes. Apenas uno de cada cuatro tiene acceso a servicios de salud.

Un pedazo de selva por un pedazo de salud

Un pedazo de selva por un pedazo de salud

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En la comunidad 20 de Noviembre, en Campeche, la selva al pie de la Reserva de la Biosfera Calakmul es moneda de cambio para intentar cubrir los derechos humanos más elementales.

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Hace dos décadas, a Ofelia Cauic Dzib, habitante de la comunidad 20 de Noviembre, a 20 kilómetros al oriente de Xpujil, cabecera del municipio de Calakmul, Campeche, la vida la puso al borde de la tragedia. Así la recuerda:

—La mitad de sus intestinos no estaban funcionando. La llevé hasta Mérida, [a] una clínica particular y cuando llegué allá me dijeron que sí me podían atender a mi hija, pero que tenía que depositar primero, pero no había dinero.

—¿Y cómo hicieron para reunir el dinero?

—No lo reunimos, no lo reunimos, nos regresamos. Le decía a mi esposo ¿qué vamos a hacer? Yo nomás me la pasaba llorando, pensando que mi hija ya se quedó así, como un trapo. Le daba su lechita y lo pasaba por su panza como si fuera un colador. Mi abuela me dijo: “Busca esta yerba en la montaña y se la vas a hervir y se la vas a dar, eso que tiene en su barriga la niña va a pasar en el nombre de Dios”. Mi hija se estaba muriendo. Mi esposo se fue por la yerba y yo le dije al Señor: “Tú hiciste a mi hija desde que estaba en mi vientre, si me la vas a dejar, gracias y si te la vas a llevar, gracias”. Le dimos el té, no tardó, fueron minutos, no horas, le estoy dando el té y de repente mi hija abrió los ojos y reaccionó y entonces hizo del baño como la clara del huevo, grande, feo y le seguí dando el té y habló para pedir comida. Ahí está mi hija, ahorita tiene 20 años.

Lo que vivió Ofelia no es una historia que se quedó en el pasado. En su comunidad, la gente sigue atrapada en la misma circunstancia. No hay hospital. No hay médicos suficientes. No hay medicamentos. La única opción cuando la enfermedad golpea fuerte es vender lo único que tienen: su selva.

El hogar de Ofelia no es pobre. Tiene carencias, sí, pero posee un tesoro natural: está muy cerca de la Reserva de la Biosfera Calakmul, misma que por su importancia ingresó en 1993 a la Red Internacional del Programa El Hombre y la Biosfera (MAB) de la Unesco, y está dentro del Programa de Conservación de la Biodiversidad en Áreas Naturales Protegidas Selectas de México, parcialmente financiada por el GEF (Global Environmental Facility), uno de los fondos multilaterales mejor estructurados del mundo.

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Durante esta entrevista Ofelia viste una blusa a rayas entre negras, anaranjadas y rojas, lleva en su mirada la huella de su linaje maya y su piel es canela, como la que se produce en su tierra.

Desde la orilla de la montaña, describe la abundancia de su tierra: ciricote, caoba, cedro, jabín, ceibo, yaaxnik, moras, katalox, chaká y cientos de especies más que se pierden entre el verdor de árboles que alcanzan más de 15 metros de altura. Entre sus copas, las aves saltan de un lado a otro, como un festín carnavalesco, lleno de colores y sonidos. Los árboles llenan el camino de un espesor como si se tratara de una espuma verdosa y gigante. El golpeteo de las hojas con el viento forma ruidos como si de una cascada se tratara, y al caminar, la hojarasca seca evoca a las mordidas de muchas galletas crujientes. “Son bastantes, todo eso se da y se reproduce porque caen las semillas y brotan, tenemos mucha selva”, afirma Ofelia.

Habitante de la comunidad 20 de Noviembre, Calakmul
Ofelia Cauic Dzib, en su hogar. A través de las décadas, la cabeza de familia ha visto muy pocos avances en la provisión de servicios de salud básicos en su comunidad.

Pero esta comunidad, que disfruta de la abundancia de la selva, tiene apenas 500 habitantes, de los cuales un 50% habla maya y casi el mismo número no tiene acceso a la educación media superior y universidad. La 20 de Noviembre está a 11.3 kilómetros (en dirección noreste) de la localidad de Xpujil, que es la que más habitantes tiene dentro del municipio de Calakmul. La mayor escasez que tienen es de agua y servicios médicos. Según un estudio realizado en la comunidad por Darina Victoria Pineda Cauich y Valeria Inés Canto Farjat, estudiantes de la Universidad Modelo, con la guía de la investigadora Silvia Barrera Suárez, apenas uno de cada cuatro pobladores tiene acceso a servicios de salud, y ese número se reduce drásticamente cuando se requiere atención especializada: de esta cifra solo el 40% puede acceder a un médico especialista, y apenas el 28% recibe hospitalización.

Esto significa que, en la mayoría de los casos, los enfermos quedan en manos de la herbolaria, la fe o de una espera que puede durar meses.

La odisea de enfermarse

Hace 20 años, viajar a Mérida le tomó a doña Ofelia más de 10 horas. Hoy la situación no es muy diferente: el trayecto es de ocho horas, debido a las complicaciones en algunos tramos carreteros causadas por las obras del Tramo 7 del Tren Maya. El megaproyecto emblema del sexenio pasado tiene un impacto en las selvas, ya que provocó la creación de bancos gigantescos de material para la construcción de estaciones y demás elementos de infraestructura, ubicados principalmente en la entrada de la comunidad, lo que sus habitantes aseguran que interrumpió también el paso de fauna.

Pero ¿por qué tuvo que viajar a Mérida Ofelia hace dos décadas aun cuando se trata de 382 kilómetros de distancia? Porque en los hospitales públicos de Campeche no había cupo en urgencias y en hospitales privados no encontraron una opción para atender el problema gastrointestinal que padecía Esmeralda, la hija de Ofelia, hoy una mujer hecha y derecha, madre de familia. Alguien les comentó que en la capital yucateca encontraría auxilio.

Las cosas, de nuevo, no han cambiado en la 20 de Noviembre. El único hospital comunitario está en Xpujil, o sea, a media hora de la comunidad, pero cuentan solamente con un médico ginecobstetra, un cirujano, un internista y un médico especialista. Eso, en caso de que haya contratos vigentes, porque en 2024 no había médicos por falta de pagos. Así que, si una persona enferma de gravedad tiene que ir hasta la ciudad de Campeche, que queda a ocho horas aproximadamente, o a Chetumal, del estado vecino de Quintana Roo, a solo dos horas, pues son las únicas opciones donde encuentran hospitales con mayor infraestructura y personal.

Comunidad 20 de Noviembre, a pie de la Reserva de la Biosfera de Calakmul
El ejido 20 de Noviembre, a pie de un tesoro natural incomparable —la Reserva de la Biosfera Calakmul—, y el epicentro de la batalla por la explotación privada de la tierra.

Ofelia lo confirma: “En el centro de salud de Xpujil curan lo más básico, como una gripe, una calentura, pero enfermedades más complicadas como las que luego tiene la gente aquí, no hay manera, no tenemos un seguro médico o tenemos que viajar hasta Campeche nada más para sacar una cita que nos dan en seis meses o más. Aunque vayas con un dolor insoportable te dicen que ya no hay cupo”.

No se trata solamente de una impresión personal. Información recabada por la Universidad Modelo indica que el 42% de la población de la 20 de Noviembre prefiere no buscar atención médica en hospitales públicos, incluso en una emergencia. Esta cifra refleja la desconfianza de los habitantes en el sistema de salud. El 24% señala que los tiempos de espera en hospitales públicos son inaceptables. No es una cuestión de comodidad, sino de supervivencia. Si acuden, se enfrentan a esperas de meses y tratamientos insuficientes. Si buscan atención privada, el precio es inalcanzable. “La mayoría de [las] personas son campesinas, trabajan el campo y cuando alguien enferma tenemos que ver cómo le hacemos. Estamos alejados de todo”, reitera Ofelia. Luce como un callejón sin salida.

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Vender la tierra para comprar salud

Ofelia hace un monitoreo informal de la salud de su comunidad. Detecta que las enfermedades más comunes son la diabetes y “piedras en los riñones” (cálculos renales) y esta consideración es confirmada con la investigación de la Universidad Modelo, que señala en efecto estos padecimientos como los más comunes. Son trastornos crónicos; no se solventan en un nivel de atención primaria. Cuando este tipo de enfermedades llegan, ¿qué hacer? El camino más a la mano es vender hectáreas de selva al mejor postor. Si la emergencia no es catastrófica, venden sus vacas, cerdos o gallinas. Si la deuda es grande, entregan la tierra que han cuidado por generaciones. Un pedazo de selva por una cirugía. Árboles centenarios a cambio de insulina. Fauna y ecosistema para pagar una operación de vesícula.

Ofelia sabe de esto. En su historia personal se cuentan dos cirugías; en una le extrajeron la matriz y en otra, los ovarios. Para solventar los gastos vendió 15 hectáreas de selva en 30 000 pesos a un terrateniente. Con el paso del tiempo, dimensiona que lo que hizo en realidad fue regalar lo que por muchos años les llevó tiempo conservar. “Sí me da mucha tristeza saber bien que vendí mi terreno a un costo muy bajo”.

El lamento es doble: con esa venta que ni siquiera le alcanzó para cubrir todos los gastos médicos; tuvo que pedir prestado a familiares y habitantes de la comunidad otros 40 000 pesos que le tomó cerca de cinco años devolver.

El terreno que Ofelia y su familia vendieron era una selva en buen estado de conservación, y ahora se ha convertido en un potrero; es decir, las 15 hectáreas que antes eran hogar de aves, mamíferos, insectos y otros animales, ahora se usa como pastizal para vacas, y provisionalmente, ya que los nuevos dueños se dedican a la compraventa. Un ecosistema completo desapareció.

En la 20 de Noviembre, el siempre problemático equilibrio entre protección de los recursos naturales y las necesidades del desarrollo.

Una crisis estructural

La doctora Claudia Garduño García, de Action Lab México —una instancia de coordinación internacional de disciplinas colaborativas en torno a la sustentabilidad de la 20 de Noviembre—, sabe de más casos como el de Ofelia: habitantes que tienen que recurrir a la venta de sus tierras para sobrellevar alguna situación médica. En los años 2017 y 2019, Garduño trabajó en la comunidad con un grupo de estudiantes de las universidades Modelo y la Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con universitarios de Finlandia. En un inicio armarían estrategias denominadas Artesanía del Bienestar, orientadas a crear acciones que permitieran a las personas tener una mejor calidad; sin embargo, al conocer la situación extrema que atravesaba el ejido, los equipos interdisciplinarios prefirieron enfocarse en la seguridad económica y apoyarlos para generar un fondo de emergencias médicas. Narra Garduño:

Se trata de una comunidad que no tiene acceso incluso a programas sociales, como lo fue el Seguro Popular. Identificamos que es una zona muy olvidada por el Gobierno. Entonces, al no contar con un seguro médico, pues comenzaron a vender sus terrenos ante una emergencia sanitaria, sobre todo cuando son situaciones de cáncer porque, por ejemplo, una gripa o un malestar menor las pueden financiar o las curan con hierbas, pero para otras las personas se van muriendo de dolor y miedo. Y, entonces, por eso, prefieren irse al sector privado, en donde mínimo tienen que pagar una cuenta de 5 000 pesos y otras más para arriba. Para ellas y ellos significa una cantidad de dinero importante, pues otras cuentas son de casi 40 000 pesos o más.

La propia doctora Garduño y sus colegas observaron que frente a gastos médicos relativamente moderados las familias comenzaban a vender sus animales. Sin embargo, cuando la deuda económica se engrosaba, lo que ofrecían a la venta eran sus tierras. El hecho es grave, pues la selva les da sentido de identidad, aunado a que 20 de Noviembre es uno de los ejidos mejor preservados de Calakmul.

Era urgente, pues, la creación de un fondo comunitario. Los de Action Lab imaginaron que 230 000 pesos podría ser un buen punto de partida. Con esto en mente emprendieron una campaña de donación, y para 2021 lograron reunir 13 438 euros; es decir, más de 268 000 pesos mexicanos. Después de llegar a la meta, esperaba un trabajo arduo: idear una forma en que las propias personas sean capaces de mantener este fondo sin que se les agote pronto, y manejar el dinero de una forma autónoma y autogestiva. Sigue Garduño:

El problema de salud es la mayor trampa de pobreza. Si pudiéramos lograr que no gastaran tanto su dinero y ahorro en ese fin, podrían tener dinero para otras cosas. Por ejemplo, en esa zona producen miel de muy alta calidad, certificada, pero no la venden al precio que deberían porque se aparecen ‘coyotes’ que les compran a menor precio, pero que les dan su dinero en ese momento; entonces, ni lo piensan y la venden porque el dinero les hace falta para atender emergencias médicas.

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La selva los ha salvado. ¿Hasta cuándo?

Rosa María Ku Pech se dedica al bordado tanto de máquina como de mano, una práctica tradicional en esta zona. Desde hace 30 años realiza esta actividad, que heredó a dos de sus cinco hijas.

Rosa María tiene diabetes. Lleva un década sobrellevándola. Se atiende en una clínica particular de Chetumal porque en Xpujil no siempre hay medicamentos. Para ella, diabetes equivale a muerte: su madre la padecía, y ya no está con ella. Justamente para atender una complicación derivada de esa enfermedad, vendieron tres hectáreas de su terreno en 1 500 pesos.

No fue la única vez. Hace menos de dos años una hija suya enfermó de la vesícula; la operación costaría 40 000 pesos. Recurrieron a vender tres cabezas de ganado:

Se trata de nuestro esfuerzo, nuestro trabajo ahí, en los animalitos, en la selva, en la tierra, pero lo que uno quiere en ese momento es dinero porque lo necesitamos y porque no hay de donde más agarrar. El campesino no tiene sueldo, no hay quincena y entonces lo que vamos produciendo nos sirve para comer o de lo que vendemos sale para la comida.

Rosa María, mientras desenreda hilos, confiesa que lamenta mucho haber vendido su terreno porque piensa que es una tierra que podrían trabajar con diversos cultivos para su alimentación. Ahora es un potrero.

Lo que los habitantes de 20 de Noviembre enfrentan no es solo una crisis médica. Se trata de la manifestación más dramática de un sistema que no es capaz de cumplir con el más elemental derecho a la salud. Cada enfermedad los obliga a vender lo poco que tienen. Es un pedazo de selva por un pedazo de vida.

Rosa María Ku Pech, bordadora de la 20 de Noviembre, Calakmul
Rosa María Ku Pech, bordadora. Otra habitante de la 20 de Noviembre que tuvo que vender su tierra para solventar los gastos de una enfermedad crónica.

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Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W. K. Kellogg 

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