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Montaña roja: la vida entre los menguantes campos de amapola

Montaña roja: la vida entre los menguantes campos de amapola

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
El futuro de La Montaña es incierto, pero César Rodríguez asegura que su gente es fuerte y está decidida a luchar por los suyos.
14
.
04
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En La Montaña, región del estado de Guerrero, México, las comunidades marginadas enfrentan el abandono estatal, el colapso del cultivo de amapola y el avance del crimen organizado. César Rodríguez retrata una región en transición, entre la resistencia, la migración y la esperanza.

La Montaña es una de las siete regiones de Guerrero, México. Agreste, en su rincón noreste, colindante con Oaxaca y lejos de las principales vías de comunicación de la entidad, para acceder a la mayor parte de sus comunidades es necesario recorrer difíciles caminos de terracería. Sus pobladores, en un entorno rural, carecen de los servicios públicos básicos, y la presencia del Estado es tenue. Se trata de una de las zonas de mayor marginación y pobreza extrema del país. También fue una de las zonas productoras de goma de opio más importantes del mundo, hace no mucho tiempo.

Te recomendamos leer La Hoja dorada de César Rodríguez, el fotógrafo que retrata las plantaciones de tabaco en México.

Durante la última década, el fotógrafo nayarita César Rodríguez ha viajado a La Montaña para documentar la vida de las comunidades. En sus primeras visitas, entre 2014 y 2016, el cultivo de amapola todavía era la principal fuente de ingresos para los lugareños: la savia de la planta, procesada en opio, se vendía a los cárteles que operan en el estado. “Había muchos campos por todos lados; simplemente caminabas un poco fuera de las comunidades y veías plantaciones grandes de amapola por aquí, por allá. Incluso ibas en los caminos y los veías al lado de la carretera, no estaban tan escondidos”, recuerda el fotógrafo.

A pesar de su forma ilegal de ganarse la vida, las comunidades no eran muy diferentes a otras en entornos similares: recelosas con el fuereño al inicio, pero en general muy amables y unidas. “Recuerdo que nos pidieron [a César lo acompañaba otro fotógrafo en su viaje] que les tomáramos fotos, y en otros viajes yo se las llevé a algunos [copias], a otros por WhatsApp se las mandaba. Esta zona era un poco peculiar: la amapola, la goma, era para los cárteles, pero no estaba controlada por ellos; podías andar por todos lados sin problemas”, dice. Con el dinero que obtenían de los cultivos, las familias pudieron mejorar su calidad vida: compraban alimentos, enviaban a sus hijos a la escuela, construían y reparaban sus hogares. “Un señor me contó que había mandado a sus hijos a la universidad con el dinero de la amapola —cuenta César—. Son comunidades muy remotas, no hay otro tipo de actividad económica. Muchas personas lograron progresar gracias a la amapola”.

Esa pequeña bonanza acabó con la llegada del fentanilo: el auge de este opioide sintético, más barato, más potente, hizo que los precios de la amapola se desplomaran. De un día para otro, las comunidades se quedaron sin su principal actividad económica. Los campos de amapola se fueron secando y la violencia se intensificó. Los cárteles comenzaron a luchar por recursos cada vez más escasos, y las comunidades quedaron atrapadas en medio del conflicto. “No era una zona controlada por cárteles, y últimamente están entrando, se está viendo más violencia, más secuestros, levantones y extorsiones. Algunos pueblos se están quedando aislados porque están rodeados de un cártel, donde los niños no pueden ir a la escuela porque queda en otro pueblo y ese está controlado”, explica César. Para proteger a sus familias, algunas poblaciones han formado policías comunitarias. Con armas caseras, improvisadas, hombres y mujeres, niños y ancianos intentan detener el avance de estos grupos criminales.

El declive económico de La Montaña también provocó una migración masiva. Familias completas o padres de familia e hijos varones se trasladan a estados como Sonora y Sinaloa, Nayarit y Jalisco para trabajar como jornaleros, o emprenden el peligroso viaje hacia Estados Unidos. No son pocas las personas que dependen de las remesas enviadas por sus familiares. Con el inicio del gobierno de Donald Trump y la implementación de su política migratoria, que incluye deportaciones masivas, la incertidumbre en estas comunidades aumentó.

El futuro de La Montaña es incierto, pero César Rodríguez asegura que su gente es fuerte y está decidida a luchar por los suyos. Por ahora, la vida en La Montaña se abre paso más allá de los campos de amapola, en una especie de paréntesis, estado de mutación o transición hacia quién sabe qué, pero con esperanza. Estas fotografías así lo registran.

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En La Montaña, región del estado de Guerrero, México, las comunidades marginadas enfrentan el abandono estatal, el colapso del cultivo de amapola y el avance del crimen organizado. César Rodríguez retrata una región en transición, entre la resistencia, la migración y la esperanza.

La Montaña es una de las siete regiones de Guerrero, México. Agreste, en su rincón noreste, colindante con Oaxaca y lejos de las principales vías de comunicación de la entidad, para acceder a la mayor parte de sus comunidades es necesario recorrer difíciles caminos de terracería. Sus pobladores, en un entorno rural, carecen de los servicios públicos básicos, y la presencia del Estado es tenue. Se trata de una de las zonas de mayor marginación y pobreza extrema del país. También fue una de las zonas productoras de goma de opio más importantes del mundo, hace no mucho tiempo.

Te recomendamos leer La Hoja dorada de César Rodríguez, el fotógrafo que retrata las plantaciones de tabaco en México.

Durante la última década, el fotógrafo nayarita César Rodríguez ha viajado a La Montaña para documentar la vida de las comunidades. En sus primeras visitas, entre 2014 y 2016, el cultivo de amapola todavía era la principal fuente de ingresos para los lugareños: la savia de la planta, procesada en opio, se vendía a los cárteles que operan en el estado. “Había muchos campos por todos lados; simplemente caminabas un poco fuera de las comunidades y veías plantaciones grandes de amapola por aquí, por allá. Incluso ibas en los caminos y los veías al lado de la carretera, no estaban tan escondidos”, recuerda el fotógrafo.

A pesar de su forma ilegal de ganarse la vida, las comunidades no eran muy diferentes a otras en entornos similares: recelosas con el fuereño al inicio, pero en general muy amables y unidas. “Recuerdo que nos pidieron [a César lo acompañaba otro fotógrafo en su viaje] que les tomáramos fotos, y en otros viajes yo se las llevé a algunos [copias], a otros por WhatsApp se las mandaba. Esta zona era un poco peculiar: la amapola, la goma, era para los cárteles, pero no estaba controlada por ellos; podías andar por todos lados sin problemas”, dice. Con el dinero que obtenían de los cultivos, las familias pudieron mejorar su calidad vida: compraban alimentos, enviaban a sus hijos a la escuela, construían y reparaban sus hogares. “Un señor me contó que había mandado a sus hijos a la universidad con el dinero de la amapola —cuenta César—. Son comunidades muy remotas, no hay otro tipo de actividad económica. Muchas personas lograron progresar gracias a la amapola”.

Esa pequeña bonanza acabó con la llegada del fentanilo: el auge de este opioide sintético, más barato, más potente, hizo que los precios de la amapola se desplomaran. De un día para otro, las comunidades se quedaron sin su principal actividad económica. Los campos de amapola se fueron secando y la violencia se intensificó. Los cárteles comenzaron a luchar por recursos cada vez más escasos, y las comunidades quedaron atrapadas en medio del conflicto. “No era una zona controlada por cárteles, y últimamente están entrando, se está viendo más violencia, más secuestros, levantones y extorsiones. Algunos pueblos se están quedando aislados porque están rodeados de un cártel, donde los niños no pueden ir a la escuela porque queda en otro pueblo y ese está controlado”, explica César. Para proteger a sus familias, algunas poblaciones han formado policías comunitarias. Con armas caseras, improvisadas, hombres y mujeres, niños y ancianos intentan detener el avance de estos grupos criminales.

El declive económico de La Montaña también provocó una migración masiva. Familias completas o padres de familia e hijos varones se trasladan a estados como Sonora y Sinaloa, Nayarit y Jalisco para trabajar como jornaleros, o emprenden el peligroso viaje hacia Estados Unidos. No son pocas las personas que dependen de las remesas enviadas por sus familiares. Con el inicio del gobierno de Donald Trump y la implementación de su política migratoria, que incluye deportaciones masivas, la incertidumbre en estas comunidades aumentó.

El futuro de La Montaña es incierto, pero César Rodríguez asegura que su gente es fuerte y está decidida a luchar por los suyos. Por ahora, la vida en La Montaña se abre paso más allá de los campos de amapola, en una especie de paréntesis, estado de mutación o transición hacia quién sabe qué, pero con esperanza. Estas fotografías así lo registran.

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En La Montaña, región del estado de Guerrero, México, las comunidades marginadas enfrentan el abandono estatal, el colapso del cultivo de amapola y el avance del crimen organizado. César Rodríguez retrata una región en transición, entre la resistencia, la migración y la esperanza.

La Montaña es una de las siete regiones de Guerrero, México. Agreste, en su rincón noreste, colindante con Oaxaca y lejos de las principales vías de comunicación de la entidad, para acceder a la mayor parte de sus comunidades es necesario recorrer difíciles caminos de terracería. Sus pobladores, en un entorno rural, carecen de los servicios públicos básicos, y la presencia del Estado es tenue. Se trata de una de las zonas de mayor marginación y pobreza extrema del país. También fue una de las zonas productoras de goma de opio más importantes del mundo, hace no mucho tiempo.

Te recomendamos leer La Hoja dorada de César Rodríguez, el fotógrafo que retrata las plantaciones de tabaco en México.

Durante la última década, el fotógrafo nayarita César Rodríguez ha viajado a La Montaña para documentar la vida de las comunidades. En sus primeras visitas, entre 2014 y 2016, el cultivo de amapola todavía era la principal fuente de ingresos para los lugareños: la savia de la planta, procesada en opio, se vendía a los cárteles que operan en el estado. “Había muchos campos por todos lados; simplemente caminabas un poco fuera de las comunidades y veías plantaciones grandes de amapola por aquí, por allá. Incluso ibas en los caminos y los veías al lado de la carretera, no estaban tan escondidos”, recuerda el fotógrafo.

A pesar de su forma ilegal de ganarse la vida, las comunidades no eran muy diferentes a otras en entornos similares: recelosas con el fuereño al inicio, pero en general muy amables y unidas. “Recuerdo que nos pidieron [a César lo acompañaba otro fotógrafo en su viaje] que les tomáramos fotos, y en otros viajes yo se las llevé a algunos [copias], a otros por WhatsApp se las mandaba. Esta zona era un poco peculiar: la amapola, la goma, era para los cárteles, pero no estaba controlada por ellos; podías andar por todos lados sin problemas”, dice. Con el dinero que obtenían de los cultivos, las familias pudieron mejorar su calidad vida: compraban alimentos, enviaban a sus hijos a la escuela, construían y reparaban sus hogares. “Un señor me contó que había mandado a sus hijos a la universidad con el dinero de la amapola —cuenta César—. Son comunidades muy remotas, no hay otro tipo de actividad económica. Muchas personas lograron progresar gracias a la amapola”.

Esa pequeña bonanza acabó con la llegada del fentanilo: el auge de este opioide sintético, más barato, más potente, hizo que los precios de la amapola se desplomaran. De un día para otro, las comunidades se quedaron sin su principal actividad económica. Los campos de amapola se fueron secando y la violencia se intensificó. Los cárteles comenzaron a luchar por recursos cada vez más escasos, y las comunidades quedaron atrapadas en medio del conflicto. “No era una zona controlada por cárteles, y últimamente están entrando, se está viendo más violencia, más secuestros, levantones y extorsiones. Algunos pueblos se están quedando aislados porque están rodeados de un cártel, donde los niños no pueden ir a la escuela porque queda en otro pueblo y ese está controlado”, explica César. Para proteger a sus familias, algunas poblaciones han formado policías comunitarias. Con armas caseras, improvisadas, hombres y mujeres, niños y ancianos intentan detener el avance de estos grupos criminales.

El declive económico de La Montaña también provocó una migración masiva. Familias completas o padres de familia e hijos varones se trasladan a estados como Sonora y Sinaloa, Nayarit y Jalisco para trabajar como jornaleros, o emprenden el peligroso viaje hacia Estados Unidos. No son pocas las personas que dependen de las remesas enviadas por sus familiares. Con el inicio del gobierno de Donald Trump y la implementación de su política migratoria, que incluye deportaciones masivas, la incertidumbre en estas comunidades aumentó.

El futuro de La Montaña es incierto, pero César Rodríguez asegura que su gente es fuerte y está decidida a luchar por los suyos. Por ahora, la vida en La Montaña se abre paso más allá de los campos de amapola, en una especie de paréntesis, estado de mutación o transición hacia quién sabe qué, pero con esperanza. Estas fotografías así lo registran.

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La Montaña es una de las siete regiones de Guerrero, México. Agreste, en su rincón noreste, colindante con Oaxaca y lejos de las principales vías de comunicación de la entidad, para acceder a la mayor parte de sus comunidades es necesario recorrer difíciles caminos de terracería. Sus pobladores, en un entorno rural, carecen de los servicios públicos básicos, y la presencia del Estado es tenue. Se trata de una de las zonas de mayor marginación y pobreza extrema del país. También fue una de las zonas productoras de goma de opio más importantes del mundo, hace no mucho tiempo.

Te recomendamos leer La Hoja dorada de César Rodríguez, el fotógrafo que retrata las plantaciones de tabaco en México.

Durante la última década, el fotógrafo nayarita César Rodríguez ha viajado a La Montaña para documentar la vida de las comunidades. En sus primeras visitas, entre 2014 y 2016, el cultivo de amapola todavía era la principal fuente de ingresos para los lugareños: la savia de la planta, procesada en opio, se vendía a los cárteles que operan en el estado. “Había muchos campos por todos lados; simplemente caminabas un poco fuera de las comunidades y veías plantaciones grandes de amapola por aquí, por allá. Incluso ibas en los caminos y los veías al lado de la carretera, no estaban tan escondidos”, recuerda el fotógrafo.

A pesar de su forma ilegal de ganarse la vida, las comunidades no eran muy diferentes a otras en entornos similares: recelosas con el fuereño al inicio, pero en general muy amables y unidas. “Recuerdo que nos pidieron [a César lo acompañaba otro fotógrafo en su viaje] que les tomáramos fotos, y en otros viajes yo se las llevé a algunos [copias], a otros por WhatsApp se las mandaba. Esta zona era un poco peculiar: la amapola, la goma, era para los cárteles, pero no estaba controlada por ellos; podías andar por todos lados sin problemas”, dice. Con el dinero que obtenían de los cultivos, las familias pudieron mejorar su calidad vida: compraban alimentos, enviaban a sus hijos a la escuela, construían y reparaban sus hogares. “Un señor me contó que había mandado a sus hijos a la universidad con el dinero de la amapola —cuenta César—. Son comunidades muy remotas, no hay otro tipo de actividad económica. Muchas personas lograron progresar gracias a la amapola”.

Esa pequeña bonanza acabó con la llegada del fentanilo: el auge de este opioide sintético, más barato, más potente, hizo que los precios de la amapola se desplomaran. De un día para otro, las comunidades se quedaron sin su principal actividad económica. Los campos de amapola se fueron secando y la violencia se intensificó. Los cárteles comenzaron a luchar por recursos cada vez más escasos, y las comunidades quedaron atrapadas en medio del conflicto. “No era una zona controlada por cárteles, y últimamente están entrando, se está viendo más violencia, más secuestros, levantones y extorsiones. Algunos pueblos se están quedando aislados porque están rodeados de un cártel, donde los niños no pueden ir a la escuela porque queda en otro pueblo y ese está controlado”, explica César. Para proteger a sus familias, algunas poblaciones han formado policías comunitarias. Con armas caseras, improvisadas, hombres y mujeres, niños y ancianos intentan detener el avance de estos grupos criminales.

El declive económico de La Montaña también provocó una migración masiva. Familias completas o padres de familia e hijos varones se trasladan a estados como Sonora y Sinaloa, Nayarit y Jalisco para trabajar como jornaleros, o emprenden el peligroso viaje hacia Estados Unidos. No son pocas las personas que dependen de las remesas enviadas por sus familiares. Con el inicio del gobierno de Donald Trump y la implementación de su política migratoria, que incluye deportaciones masivas, la incertidumbre en estas comunidades aumentó.

El futuro de La Montaña es incierto, pero César Rodríguez asegura que su gente es fuerte y está decidida a luchar por los suyos. Por ahora, la vida en La Montaña se abre paso más allá de los campos de amapola, en una especie de paréntesis, estado de mutación o transición hacia quién sabe qué, pero con esperanza. Estas fotografías así lo registran.

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La Montaña es una de las siete regiones de Guerrero, México. Agreste, en su rincón noreste, colindante con Oaxaca y lejos de las principales vías de comunicación de la entidad, para acceder a la mayor parte de sus comunidades es necesario recorrer difíciles caminos de terracería. Sus pobladores, en un entorno rural, carecen de los servicios públicos básicos, y la presencia del Estado es tenue. Se trata de una de las zonas de mayor marginación y pobreza extrema del país. También fue una de las zonas productoras de goma de opio más importantes del mundo, hace no mucho tiempo.

Te recomendamos leer La Hoja dorada de César Rodríguez, el fotógrafo que retrata las plantaciones de tabaco en México.

Durante la última década, el fotógrafo nayarita César Rodríguez ha viajado a La Montaña para documentar la vida de las comunidades. En sus primeras visitas, entre 2014 y 2016, el cultivo de amapola todavía era la principal fuente de ingresos para los lugareños: la savia de la planta, procesada en opio, se vendía a los cárteles que operan en el estado. “Había muchos campos por todos lados; simplemente caminabas un poco fuera de las comunidades y veías plantaciones grandes de amapola por aquí, por allá. Incluso ibas en los caminos y los veías al lado de la carretera, no estaban tan escondidos”, recuerda el fotógrafo.

A pesar de su forma ilegal de ganarse la vida, las comunidades no eran muy diferentes a otras en entornos similares: recelosas con el fuereño al inicio, pero en general muy amables y unidas. “Recuerdo que nos pidieron [a César lo acompañaba otro fotógrafo en su viaje] que les tomáramos fotos, y en otros viajes yo se las llevé a algunos [copias], a otros por WhatsApp se las mandaba. Esta zona era un poco peculiar: la amapola, la goma, era para los cárteles, pero no estaba controlada por ellos; podías andar por todos lados sin problemas”, dice. Con el dinero que obtenían de los cultivos, las familias pudieron mejorar su calidad vida: compraban alimentos, enviaban a sus hijos a la escuela, construían y reparaban sus hogares. “Un señor me contó que había mandado a sus hijos a la universidad con el dinero de la amapola —cuenta César—. Son comunidades muy remotas, no hay otro tipo de actividad económica. Muchas personas lograron progresar gracias a la amapola”.

Esa pequeña bonanza acabó con la llegada del fentanilo: el auge de este opioide sintético, más barato, más potente, hizo que los precios de la amapola se desplomaran. De un día para otro, las comunidades se quedaron sin su principal actividad económica. Los campos de amapola se fueron secando y la violencia se intensificó. Los cárteles comenzaron a luchar por recursos cada vez más escasos, y las comunidades quedaron atrapadas en medio del conflicto. “No era una zona controlada por cárteles, y últimamente están entrando, se está viendo más violencia, más secuestros, levantones y extorsiones. Algunos pueblos se están quedando aislados porque están rodeados de un cártel, donde los niños no pueden ir a la escuela porque queda en otro pueblo y ese está controlado”, explica César. Para proteger a sus familias, algunas poblaciones han formado policías comunitarias. Con armas caseras, improvisadas, hombres y mujeres, niños y ancianos intentan detener el avance de estos grupos criminales.

El declive económico de La Montaña también provocó una migración masiva. Familias completas o padres de familia e hijos varones se trasladan a estados como Sonora y Sinaloa, Nayarit y Jalisco para trabajar como jornaleros, o emprenden el peligroso viaje hacia Estados Unidos. No son pocas las personas que dependen de las remesas enviadas por sus familiares. Con el inicio del gobierno de Donald Trump y la implementación de su política migratoria, que incluye deportaciones masivas, la incertidumbre en estas comunidades aumentó.

El futuro de La Montaña es incierto, pero César Rodríguez asegura que su gente es fuerte y está decidida a luchar por los suyos. Por ahora, la vida en La Montaña se abre paso más allá de los campos de amapola, en una especie de paréntesis, estado de mutación o transición hacia quién sabe qué, pero con esperanza. Estas fotografías así lo registran.

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