Por muchos años, Emiliano Monge tuvo miedo de escribir este libro. Temía que resultara en una autoficción banal. También le aterraba indagar en el pasado de su familia. Sin embargo, cuando llegó el momento de hacerlo, actuó como un depredador: “Después de acechar a su presa, el tiburón cierra los ojos antes de atacar y no ve lo que muerde. Así me sentí yo con No contar todo”.
Fue un trabajo en el que pensó desde el inicio de su carrera, pero que no se sintió capaz de lograr hasta después de haber publicado otros libros. Quería narrar la historia de los hombres de la familia Monge con el hilo conductor del abandono: su abuelo que fingió su muerte, su padre que abandonó todo para ser guerrillero y él mismo que nació enfermo. “Decidí que tenían que ser tres voces distintas. No quería que fuera una novela autorreferencial donde el yo es el centro. De hecho, quería estar lo menos presente. Así que escogí una persona gramatical para cada personaje según la distancia emocional que tuviera conmigo: el abuelo en primera persona, el padre en segunda persona y yo en tercera persona”, cuenta.
La parte que corresponde al abuelo está contada bajo la forma de un diario personal. Por supuesto, éste no tiene un sustento real, aunque durante muchos años Monge tuvo unas libretas de anotaciones de su abuelo que terminó perdiendo. “Siempre quise escribir un diario y ésta fue una de las muchas deudas que sellé acá”, dice. Los capítulos del padre están escritos bajo la forma de un diálogo en el que la voz del hijo no aparece. Monge dice que su papá siempre ha sido “más una voz que una presencia” y por eso esta forma le pareció la más natural para retratarlo. De nuevo, no está sustentada en grabaciones: la escribió tal y como se lo dictaba su memoria. El resultado es tan preciso que hasta los hermanos del escritor se impresionaron.
Los apartes narrados en tercera persona, que corresponden a su propia vida, fueron los más complicados. “Emiliano es personaje de la historia de Emiliano. Si también estuviera presente en la parte del padre, la novela estaría desbalanceada. Pensé mucho en Beckett cuando decía que se pasó la vida buscando la voz de su silencio. Siempre me ha acompañado esta frase y en esta novela creo que logré, por primera vez, encontrar la voz de mi silencio”.
El centro de la existencia de estos tres hombres está marcado por la violencia. Para poder narrar sus vidas, Monge entendió que no podía dejar de referirse al machismo que los rodeaba. La novela dibuja muy bien la manera en que se relacionan la mayoría de los padres mexicanos con sus hijos y nietos: sin sensibilidad ni cariño. Esta rudeza impide una masculinidad sana. Es, además, un modelo machista que todos los miembros de las familias —en particular las mujeres— se encargan de reproducir. “Hay pocos lugares del mundo donde las familias son tan nocivas como en América Latina”, dice. Todo esto está narrado con la violencia, sobre todo la del norte del país, como telón de fondo.
Mientras escribía este libro, Monge pensó que su historia era única. Pero desde su publicación se ha encontrado con experiencias similares de fuga, abandono, violencia y machismo. La novela parece indicar que para encontrar la identidad, es necesario escapar de la opresión de un modelo fallido. Tal vez eso explica por qué tantos lectores se sienten identificados y por qué No contar todo se ha convertido en un éxito editorial.
“Todos los sucesos que describo sí ocurrieron. Pero cómo se tejen en el texto es donde está la novela. Si tuviera los documentos o las grabaciones de lo que ocurrió, hubiera perdido la libertad de tejer”, dice. Monge recordaba gran parte de los hechos. También habló con tíos, primos y, claro, su padre: todos le daban su versión —siempre diferente— de la realidad. Monge exploró esa oscuridad y jugó con los mecanismos de la memoria. Fue así como logró tejer su propia versión del pasado.
No contar todo es un ejercicio de agotamiento. Por un lado, está la complejidad técnica de unir las tres historias. Pero también, la obligación de su autor a mirar en las entrañas de su familiares y, de paso, las suyas: “Mientras escribía sentía como si no tuviera un vínculo sentimental con ninguno de los personajes, ni siquiera conmigo mismo. Por eso pude escribir cosas tan reveladoras que antes ni me atrevía a mencionar. Pero obvio esto tiene un costo que hasta ahora empiezo a entender. Este desprendimiento total deja un vacío difícil de afrontar”.
* Fotografías tomadas en Nima Local House Hotel.