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Una muestra del arte que cristaliza en Pacabdreams, estudio que ofrece salidas creativas a los jóvenes susceptibles al pandillerismo en Yucatán.
En 2006, varios líderes pandilleros se sentaron a dialogar en una cárcel de Mérida, Yucatán. Tras décadas de riñas, se preguntaron: “¿En serio queremos heredar nuestros problemas a la siguiente generación?”. Así nació el Concilio Maya, una <i>pax pandillera</i> modelo.
Motos, camionetas. Sentado sobre la puerta de la batea de una pick up, sigo con la vista a Manuel Magaña, un expandillero que lleva regalos de Reyes Magos a las zonas de invasión en Mérida, Yucatán. Son galpones, casas de lámina construidas en el monte. Por disputas políticas, hay quienes las incendian para expulsar a sus pobladores, los más pobres de la ciudad. Los nombres de las barriadas son La Conejera, Henry Martín —el futbolista del América—, Renacimiento Maya. Nuestra caravana está protegida por dos cholos motorizados. Las paredes portan, aún, las “placas” o firmas de identidad de las pandillas, en especial de la Sur 13, antiguos rivales de la Neighborhood, de la que Manuel fue líder.
“Esto lo hacemos para devolverle a la sociedad”, dice Manuel, quien hoy en la comitiva encabeza la representación de Vieja Escuela Yucatán, una suerte de consorcio formado por antiguos rivales pandilleros. La semilla de la integración de la alianza se plantó en 2006, en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida. Su contexto es una tregua con nombre propio: Concilio Maya.
Un payaso —antes un neighbor— entrega regalos a los niños de la zona. Las camionetas se detienen, decenas de personas bajan y piden que se formen filas. Parece que todos conocen a Manuel; lo saludan y abrazan. Él reparte, además de juguetes, sombreros, ropa, dulces. “Cotorrea” con las señoras. “¿Quién se quiere llevar a esta señora? ¡A la una, a las dos, a las tres!”. Hace chistes que provocan la risa de la caravana completa. En una zona de invasión donde el sol pega de lleno en las casas de bahareque y lámina, cuyas paredes están tapiadas con pedazos de cartón y rematadas con corcholatas, aparece una mujer vestida como guardia de seguridad de algún negocio. “¡Miren, aquí hasta tenemos seguridad privada!”, grita Manuel.
Manuel, de 41 años, ha trabajado desde los 12 en los mercados principales de Mérida: Lucas de Gálvez y San Benito. Dice que de bebé creció “envuelto en hojas de plátano”. Sus padres vendían frutas, ropa, rasuradoras, naftalina. Su implicación en la Neighborhood no fue menor: fundó la Banda Mercado Loco (BML), la fracción más grande de aquella pandilla surgida a principios de los noventa en Mérida. Su identidad está marcada por la bola 8 del billar: Manuel lleva una tatuada en el brazo.

—¿Qué significa la bola 8?
—Era un rosario al que le quitábamos la cruz y le poníamos la bola 8 del billar. La letra número 8 del abecedario es la H. En conjunto nosotros hacíamos una placa con el número 148: 14 por la N y 8 por la H. Éramos Real 148 que significaba Neighborhood en siglas. Nuestra vestimenta era camiseta azul de cuadros con pantalón caqui. Siempre tumbados, cholos.
Cholos que intentan contribuir al mejoramiento de la sociedad. Expresidiarios, exmaleantes que viajan a comisarías para llevar medicamentos. Los que, tras fenómenos meteorológicos destructivos, ayudan a personas en condiciones de precariedad a reconstruir sus casas. Hombres que fueron juzgados como antisociales, y hoy van a anexos para hablar sobre los peligros del pandillerismo y la adicción a las drogas.
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Manuel Magaña pasó casi 20 años en la cárcel. Allí se convirtió en una de las piezas clave para cambiar el panorama del pandillerismo en el estado. Junto con miembros de pandillas rivales —Sur 13, la BOF (Brothers of Family), la South Side, entre otras—, participó en la creación del Concilio Maya: el acuerdo que logró desactivar los conflictos en el interior del Cereso de Mérida y en las calles. El proyecto tuvo continuidad. En 2021, líderes, miembros y exmiembros de pandillas desarrollaron, a partir del Concilio Maya, el proyecto de activismo Vieja Escuela Yucatán. Resulta surrealista ver a una comitiva de cholos viajando a comisarías paupérrimas para entregar medicamentos, reconstruir casas, entregar despensas, ayudar a personas de la tercera edad. Pero es, también, un arco de redención, la muestra de la solidaridad colectiva. Lo que surge luego de la ira.
“En esa mesa había dos mil años de cárcel”, dice riendo Manuel, cuando recuerda la reunión entre líderes pandilleros en el Cereso de Mérida. Desde que él fue privado de la libertad en 2003 se desataron los conflictos, los conatos de lucha. Hubo agresiones fuertes. Pero recuerda: “Allí, entre los principales líderes de pandillas, los puntos más importantes, nos dimos cuenta [de] que había más cosas que nos unían que las que nos separaban: la familia, defender a los nuestros, cambiar a las nuevas generaciones. Nos unió la identidad yucateca, maya”.

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Desde su origen, las pandillas han sido núcleos de resistencia. ¿Qué convoca a cientos, a veces miles de personas, alrededor de la indumentaria chola, la placa (los números que representan), la violencia? ¿Qué no vemos de las pandillas? ¿Demuestran rasgos de una sociedad que tiende, por inercia, al desprecio de lo “otro”, de lo distinto? En todo caso, a lo largo de tres meses vi a exlíderes pandilleros haciendo más activismo que muchos políticos. Encontré talentos musicales. Muchos dijeron: “No es una pandilla, son mi familia”. O también: “Ellos han sido los únicos que me entienden y apoyan”. Maleantes, malandros, vagos, vándalos: existen decenas de motes peyorativos. Para mí llanamente se trata de “puro macizo”.
“Desde una perspectiva antropológica, las pandillas son microsociedades”, dice el antropólogo Édgar Rodríguez Cimé, autor de Aviéntense todos: radiografía de las bandas urbanas en Mérida (1997) y Culturas juveniles en el mayab (2008), los primeros análisis completos del pandillerismo en Mérida. Édgar entrevistó a buena parte de los actuales integrantes de Vieja Escuela Yucatán.
Yo mismo fui pandillero, Mateo. En ese entonces no eran pandillas sino las ‘brozas’: nos unía nuestra colonia, la pobreza, las ganas de divertirnos. Éramos, desde la mirada del prejuicio, del poder, ‘los wiros’, ‘los sin futuro’. Pero también fuimos futbolistas talentosos, estudiantes, licenciados. En el caso de las ‘gangas’ —clicas o pandillas derivadas de la influencia de lo pachuco y lo chicano— nosotros trabajamos desde la música con esas juventudes. Antes, con el Consejo Nacional Juvenil, donde trabajé, intentamos hacer lo que están haciendo los chavos de Vieja Escuela Yucatán: apoyar a la juventud para fomentar intereses artísticos.
A donde va Manuel llama la atención. Es una figura importante, un líder. La gente lo identifica, lo abraza. Es igual de querido en el mercado, en el tianguis —donde actualmente trabaja— que en las zonas más pobres de Mérida. Es, a su vez, un ejemplo de superación: la prisión, los grandes errores cometidos, no son el fin de la vida. A principios de 2000 controlaba a más de mil personas en todo Yucatán. Era un pandillero “firme”, el primero en “brincar a los putazos”, que apoyaba a su gente a no consumir drogas duras. El mercado de Lucas de Gálvez era un punto estratégico. “Todos los contras —pandilleros de otras bandas— pasaban por ahí en algún momento. Casa de jabonero: lo que no cae, resbala. Los seguíamos desde que bajaban de los camiones”.
Manuel, en pocas palabras, dirigía el mercado; hasta apoyó a integrantes de la Neighbor para trabajar allí. Se incorporó a las filas del pandillerismo desde los 15 años. Estuvo en la correccional, luego en la cárcel. La Neighborhood fue una de las pandillas más grandes y temidas en el estado. Durante la primera década del siglo los conflictos entre integrantes neighbors y sureños dejó muertos, personas en prisión y otras pérdidas; se atacaban con cuchillos, bates, machetes, bombas molotov y, en contadas ocasiones, armas de fuego. En los principales eventos de Mérida, como el Carnaval o la Feria de Xmatkuil, Manuel llegó a liderar a más de 800 personas. Era la pandilla con más problemas. Dominantes, con tanto terreno ganado, en donde hubiera un neighbor surgía el conflicto. Pero todo poderoso le sirve a un poderoso más arriba.
Nos sentíamos los dueños, siempre causando temor. Yo soy chaparrito y tener mil cabrones atrás de mí me hacía sentir gigante. Hacemos, deshacemos, ¡te sientes Juan Camaney, cabrón! Claro, hubo tantas formas de decirme a mí mismo: bájale. Algún día te vas a meter en un problema. Y, fíjate: al mover una cantidad de gente tan grande como teníamos, nos buscaban autoridades políticas para los famosos grupos de choque. Teníamos ciertos paros. Pon tú: ‘Ah, cayó por lapidar una casa’. Nos hacían el paro y salíamos [de los separos]. O cayó por lesiones y pandillerismo. Y nos hacían el paro (los grupos políticos). En ese entonces nos decían, porque venían las elecciones: ‘Mientras no caigas por homicidio o algún delito por el que no se pueda hacer nada, se te va a apoyar’. Y órale, a romper madres, robar votos; la realidad es que no nos dábamos cuenta de que nos utilizaban, que éramos los peones del tablero.
Pero esos tiempos pasaron. “La vida loca”, “muero por mi clica”, “firmes hasta la muerte” le cobraron a Manuel una factura de casi dos décadas en prisión. El tiempo fue diluyendo su liderazgo de fuerza. Manuel se aisló, estuvo solo; muchos criticaron su iniciativa de colaborar para cambiar la violencia del estado. No desistió. En prisión, además de participar en muchos proyectos culturales, se rehabilitó de las adicciones. “Pensé en mi familia. Esa es la única pandilla que se queda al final contigo. Me alejé de todo”. Por sus gestiones y las de otros integrantes, la cárcel se culturalizó. Con el Concilio Maya llegaron los conciertos, presentaciones de libros —como el de Édgar Rodríguez—, convivencias, así como la confianza del director del Cereso, Francisco Javier Brito Herrera, a quien no logré contactar por medio del Departamento de Comunicación del Gobierno.



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Fuera de prisión, una persona clave para consolidar Vieja Escuela Yucatán fue Gustavo Rosado, “La Mazkara”, exmiembro de la pandilla Florencia 13. Habla desde su cabina de radio. Ha sido locutor por 16 años. Antes, como líder pandillero, al principio de 2000, dirigía la zona norte de la ciudad de Mérida: Carranza, Las Águilas, La Maya y otras colonias vecinas. Explica que la pandilla se estructuraba en torno a un “cerebro”, que daba instrucciones a dos elementos de confianza. Se organizaba una reunión de cerebros con los líderes clave de la pandilla. Durante las juntas, en las que llegaban cientos de jóvenes, no se permitía el consumo de drogas, una de las normas que se perdieron con el paso de los años. ¿Había altos niveles de violencia? Por supuesto. Otro expandillero me habló de las “misiones” para ganarse la clecha —tatuajes y grados de jerarquía en la pandilla—. Tenían diferentes niveles de dificultad; iban desde el robo hasta el intento de homicidio.
En esa época había un objetivo: unirse para ir en contra del enemigo. La banda rival, la más dura además de nosotros, era la banda de Manuel Magaña, la Neighborhood. Estuve tres años involucrado. Y lo abandoné por malas experiencias. Entré y salí de la correccional; algunas veces estuve en los separos por conflictos, pleitos. Cuando decidí apartarme me enfoqué en lo que siempre me había gustado en realidad. Yo ya destacaba por el liderazgo. Era bueno como bailarín, cantante, no le tenía pena al micrófono. Me dedico a conducir y a animar las tardeadas en las discotecas y después trabajé muchos años para una cervecería. Finalmente entré a la radio, que fue algo que soñé desde niño, abunda Gustavo.
Enfocado en la producción radial, Gustavo tuvo un acercamiento con autoridades del Cereso, que le abrieron la puerta para conducir eventos musicales. Dialogó con sus antiguos rivales. Todos, como condición en común, querían reivindicarse a expensas del pasado, y les resultaba importante hablar de él como una advertencia para la juventud. El primer acercamiento en la cárcel derivó en un programa de radio en el que líderes que estuvieron (o no) privados de la libertad narraron cómo se logró un acercamiento para enterrar el hacha de guerra adentro y fuera de la cárcel, así como para recordar las experiencias de su juventud.
Así lo recuerda Gustavo:
Cuando voy al Cereso ya se había dado el Concilio Maya. Pasa un tiempo y a quienes estaban fuera los invito a un programa de radio: ‘Platicando con la Generación X’. Hubo dos capítulos para hablar de las experiencias que vivimos. Al final del segundo, les dije: ‘¿Por qué no hacemos una asociación donde podamos ayudar a los jóvenes? Ahora hay problemas con el cristal. Muchos conocimos lo que son las drogas’. Y al darnos cuenta de que el cristal está destruyendo a los jóvenes, ¿de qué manera podemos apoyarlos con nuestros pasado, más con un pasado que es cien veces más agresivo? A todos les pareció y surgió la Vieja Escuela Yucatán.
A partir de ese acuerdo se fundó un grupo de WhatsApp que, en 2025, cuenta con al menos 60 integrantes. Los primeros eventos de Vieja Escuela se centraron en impartir charlas en los anexos y recolectar juguetes para niños de bajos recursos —más de 3 000 juguetes en la primera ocasión—. Luego atendieron llamados de ayuda mediante redes sociales, como a personas de la tercera edad “que no tenían para pagar su luz” o que necesitaban reparaciones en casa. “En una de las primeras actividades ayudamos a una chica con parálisis llevando despensa y pañales. Desde entonces se ha hecho bastante”.



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Maricela Tamayo es la patrona de la Santa Muerte en la Melitón Salazar, un antiguo barrio “pesado” de Mérida. Tiene 70 figuras de la santa; ha viajado a la Ciudad de México a los “eventos” de esta deidad. Las figuras son de varios colores. Una chica, que pide no incluir su nombre, dice que le llevó un Gerber a su bebé fallecido. Otras personas —de diferentes generaciones y vestimentas; cholos, adolescentes, personas de la tercera edad— se acercan a ofrendarle, solicitarle salud, amor, dinero. Pedirle por quienes aman y se encuentran enfermos. Rogarle por un futuro mejor. Es un ambiente tranquilo, una casa azul saturada de incienso
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Maricela abre las puertas de su casa para este rezo masivo, en donde Dj Bogie —Álvaro David Valdez Martín, de 41 años—, integrante de Vieja Escuela Yucatán, pone rolas en la tornamesa. Narra que él fue de la Sur 13 desde los 18 años. Es un artista: aparte de dedicarse a pinchar discos, pinta, grafitea, diseña playeras con frases que reivindican el sureste de México. Él creció en el sur de Mérida. Entrar a las pandillas era casi un hecho natural. Por esto mismo se dedica a dos ramas principales del hiphop: grafiti y música. Empezó con los “placazos” en su barrio para defender el territorio.
—¿Cómo llegaste a Vieja Escuela?
—A través de los cuates con los que nos reuníamos antes en pandilla. Hoy en día todos ya tienen sus chambas, sus familias. Yo me enfoqué en la pintura. Pero con ellos hace unos años nos organizamos para hacer recaudaciones. Soy dj y siempre apoyo con eso.
Con 11 años de experiencia, Bogie pone música en los eventos de Vieja Escuela. También pinta murales con causa. Habla de uno en particular que hizo en el Arca de Noé, un centro de rehabilitación. “La pintura me rescató para no meterme en broncas”, dice Bogie y menciona a una retahíla de amigos que se enfocaron en el arte. Frente a nosotros hay 20 sillas con personas sentadas, viendo los rezos. “Llevo un rato pintando. He hecho de todo. Lo que más me late es hacer letras”. La música suena: “Quítame la mala vida, ya sabes que soy devoto de hace rato, mi santita”.
El altar, del sexto aniversario de la casa, es precioso: en el centro hay veladoras, frutas, dulces y pan. La figura central es una estatua de casi dos metros adornada con globos azules; viste una túnica negra y, a sus pies, junto a un número siete, un búho de cerámica mira fijamente a quienes rezan. La rodean 50 figuras. Un hombre se arrodilla, dice algo inentendible y le escupe humo a la muerte.


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Tres chicos de al menos 12 años lijan la pintura de un coche afuera de la casa de Frankel Pérez, fundador de la Florencia 13. Frankel, de 45 años, es una mole: músculos encuadrados en un cuerpo de poco más de un 1.60 m de altura. Pelón, cholo, con un tatuaje en el brazo que reza: “Pacabdreams”, el nombre de su estudio de arte urbano. Aquí vive con su esposa e hijos.
“A uno de estos chicos, que son muy buenos ‘prospectos’ y excelentes deportistas, casi lo perdemos por el hambre”, dice sobre los muchachos de afuera. “Aportar a la juventud es darle chamba, sentido de hacer las cosas, comida, posibilidades en la vida de encontrar nuevas experiencias”.
La pandilla de Frankel surgió a raíz del gusto por el estilo mexicoamericano. Al principio, influenciados por películas extranjeras y por la indumentaria que usaban los deportados de Estados Unidos, él y un grupo de amigos, adictos a la música y a la cultura hiphop, iban a los bailes del centro de Mérida, en el parque Santa Lucía. Vestidos de cholos se acercaban a las personas de tercera edad que bailaban danzón.
“Nos gustaba ver sus trajes. Catrines, como Tin Tan. Nos sentíamos bien porque regresábamos a esa época donde se enlazaba lo cholo, lo catrín, lo elegante, lo pachuco, lo salvaje. Nos hacía sentir gánsteres, pandilleros, mafiosos. Ya luego empezamos a traer diferentes tipos de vestimentas. Todo iba bien hasta que nos encontramos con personas que tenían otros ideales. Era normal, lo lógico. Ahí surgieron las broncas”, detalla el artista expandillero.
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Estamos en el estudio de Frankel. Le tatuará a un amigo un dragón negro, de corte oriental. Narra cómo la Sur 13 se volvió una de las pandillas más importantes del estado de Yucatán: la regulaban principios éticos como “no dejar morir a los homies”, “rescatarlos de las drogas”, “estar siempre firmes”. También habla sobre el consumo exacerbado de drogas. Hoy las pandillas no tienen las reglas de antes; están más drogadas. El cristal, las sustancias adulteradas con fentanilo, llegaron a cambiarlo todo. En algunos casos, durante las charlas que imparte la Vieja Escuela Yucatán en anexos, encontraron niños adictos.
Vemos niños de 11 años fumando piedra y cristal. Ves adolescentes que pueden ser buenos prospectos en el barrio: que pueden tener familia, que pueden salir adelante, una estabilidad, educar a sus hijos para que tengan una mejor vida. Y es difícil cuando sabes que ya ganó la batalla la piedra o el cristal. Los ves pepenando con tal de consumir más, las caras demacradas, zombis, muertos en vida. Sabes que perdiste la batalla con ese adolescente. Para mí es un ‘prospecto’ porque siempre los he querido a todos como mis hijos, los he adoptado, apoyado, tratado bien. Les he enseñado a tener carácter y que más adelante se vuelvan personas responsables.
Hace ocho años Frankel perdió a “Sodas”, un chico que trabajaba en el estudio de Pacabdreams. Con la formación de Frankel ejercía la aerografía, el tatuaje, el muralismo. Murió cuando resguardaba, por 300 pesos, una casilla de votación.
Por eso odio la política. Es una etapa en la que he odiado la política y la corrupción que se maneja en nuestro país. Fue a defender la casilla, alguien sacó un arma corta y le disparó en el pecho, plomo en el corazón. Justo ese día me dijo que estaba contento porque iba a recibir su equipo de tatuaje, que se lo traía su papá. Su papá trabaja de buzo, en el arte de pescar langostas. Imagínate todas las veces que se sumergió para conseguirle el equipo a su hijo. Me pesa saber que estaba conmigo, que estaba seguro. Él hasta se había burlado de los muchachos que pensaban ir. Dijo: ´Yo a qué voy a ir a ese lugar si ya tengo todo’. Ya ves cómo funciona la vida, dios o el diablo. Él tenía 17 años.
Frankel es un artista. Los miembros de la pandilla lo reconocen por su participación en el programa de TV internacional Tunéame la nave, donde se reparaban autos en pésimas condiciones. Él es experto en aerografía, producción musical, tatuaje. Desde la fundación de la pandilla, los “Macizos” de la Sur 13, gente que se había metido en asuntos “densos”, le reconocieron que tenía un don y debía aprovecharlo. Le dijeron: “No estás fuera de la pandilla, sino que eres nuestro representante del arte”. En realidad, lo que representa por medio de la aerografía es la cultura chola y chicana entera.
Frankel dio clases de arte gratuitas en el Cereso, luego de haberse ganado el reconocimiento de otros líderes. Esas amistades, surgidas dentro y fuera de la cárcel, unió aún más a quienes fueron enemigos. Neighborhood y Sur 13, históricamente en disputa, finalmente dialogaron. Otro punto: el amor surgió y se formaron parejas entre hombres y mujeres de distintas clicas. “Se ha logrado apaciguar. Sí hubo sus muertos, sus enfrentamientos, pero hoy por hoy todo cambia, y el que da la voz a que se arreglen las cosas es Dios. Es irónico, pero, en cuanto a mi esposa… su primo hermano es el jefe de la Neighbor […] Ahora, las otras líneas, los jóvenes, tienen ese calor, tienen esa ira, y si se topan con alguien… son cosas que a veces queremos evitar. Pero todos tenemos que cruzar por ese amplio camino que significa ser pandillero”, resume el artista.
—¿Cuál es tu mejor arma para apoyar a la juventud?
—Uso la música. Para apoyar a los chavos, a los adolescentes. Ya viste cómo está el problema de la droga. Es una forma de jalarlos para que se enfoquen en otras cosas. Tenerlos ahí un momento ya es ganancia.
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Es el 26 de noviembre de 2024. Un portón metálico nos da acceso a un evento clandestino: el Malandrozos Fest, la máxima representación de la música hiphop sureña en el estado de Yucatán. La invitación se manda el mismo día para evitar presencias incómodas. Suena Cypress Hill, antes de que arranquen las bandas locales. Llegamos por invitación de Frankel Pérez: un acceso privilegiado.
Estamos en una sala de fiestas: piscinas, toldos bajo los cuales hay decenas de cholos. Cabezas rapadas con el número 13. Pantalones tumbados, algunos rozando el suelo. Yerseis azules, blancos y negros. Lentes en diferentes posiciones. “Estos camaradas son banda, son periodistas, estarán cubriendo este evento”, nos presenta Frankel. Recibimos un aplauso y, cuando el fotógrafo enfoca a la multitud, surgen varias manos: forman el uno y el tres como saludo. La 13 surge por la posición de la letra M en el abecedario: M de mexicano.
Hablo con varios integrantes de las bandas. Sus testimonios, a continuación, dan cuenta de un cambio generacional: la paz impera, la música impone un ritmo de vida mejor.

Big Rick, músico de Pacabrones
Soy Big Rick, Ricardo Benítez. Tengo 30 años, originario de Pacabtún. Compongo y hago música, hiphop. Hago música desde hace 12 o 13 años, carnalito. Al principio fue algo banal, algo que quería hacer, después le metí más seriedad porque hubo gente que me apoyó. Nosotros representamos a los Sureños 13, carnal, y a la 623, que es Fidel Velázquez-Pacabtún, un movimiento que nosotros hicimos. La 6 es la F en el abecedario y la 26 es la V. Mi hermanito que está aquí fue el primero en cantar hiphop. Él fue el primero, el Yayo Lp, e inició este pedo con Frankel en Clandestino Kingdom Records. La música me quita todo lo malo. Tengo familia, tengo hijos, tengo esposa, juego fucho. Estoy sobres en todo. La música es mi manera de expresar lo que he vivido. No me arrepiento de nada de lo que he pasado. La música, lo que he vivido, me define como persona, y me ha ayudado un chingo para mejorar como padre, hijo y hermano. Mi familia también representó el movimiento. Mis tíos son ʻLos Capricesʼ que en su tiempo representaban 65. En mi tiempo fue X3 y en el tiempo de mis tíos 3C. Es el mismo movimiento, carnal, puro sureño, lo que cambia es la historia. Mi canción favorita de Los Pacabrones es la de ʻOlvidoʼ, la acabamos de subir. Me gusta porque me gusta la letra y porque, aparte, salió mi esposa en el video. A güevo.
Yair Benítez, músico de Pacabrones
Mi nombre es Yair Benítez, me dicen Yayo LP. Tengo 23 años, nací en el 2001. El Malandrozos Fest es una descripción de nosotros, carnal: que podemos hacer una fiesta y que todos se la pasen chido, tranquilo, que la banda se lleve un buen recuerdo. La música para mí es vida porque no solo escucho rap, sino todo tipo de música. Siento que la música es una herramienta para mí en todos los sentidos: para la tristeza, la felicidad, para la malandreada. Ahí me expreso. Al menos por mi barrio somos la última generación: ahora las pandillas son más que nada drogas […] El cristal es una broncota, está jodiendo ahora a mucha raza. Ahora vas a todos los barrios, carnal, a todos, no solo el mío, y ves a la banda que ya está como zombis; muchos dones [señores], homies de mi clica que están igual.
Álex Xólotl, tatuador consagrado
Tengo 26 años, me dedico a tatuar y mi estilo es, más que nada, realismo a color, carnal. Soy de Tabasco, ahí tatúo actualmente, pero por cuestiones de trabajo y de viajar con la banda, actualmente estoy con la banda de Mérida apoyando el Malandrozos Fest. Para mí el arte del tatuaje es una manera de transmitir, dejar algo de mí en el mundo. He entendido que soy un artista, que merezco estar donde estoy.
Comando Doce (por los 12 pasos de rehabilitación). Tres integrantes hablan simultáneamente: Blaner, Morro y Genio
Venimos de un centro de rehabilitación, carnal. Ahí nos conocimos y se dio la ʻconectaʼ de que cada quien hacía rimas. Y a través de las vivencias que hemos tenido con las adicciones, pandillas, experiencias callejeras, expresamos el día de hoy la música que tenemos nosotros a través de sugerencias para que la pandilla sepa lo que es vivir en adicción. La música para nosotros es vivir, sentir cada letra que cantamos, cada verso que tiramos. Porque claro: para poder cantarlo primero tuvimos que vivirlo, la realidad en el hiphop ya lo vivimos y hoy en día intentamos dar un mensaje en cada una de las canciones. Cultura urbana yucateca, para ayudar a otras personas para que no pasen lo que nosotros pasamos.
DKA, músico
Soy el loco DKA, de Campeche, de Santa Licha, tengo 29 años. Represento a la Sur 13 de Santa Licha, la clica Lost Batos. Me dedico totalmente a la música, carnal, para mí es el sentido de mi vida, de mi cultura, de mi esencia, es mi refugio. En lugar de enfocarme en todo lo malo, me enfoco en la música. Todo lo escribo en una hoja, lo monto en un beat y es un desahogo. No todo es de drogas y pandillerismo, sino que hay un mensaje, una vida. Para mí el Malandrozos Fest es un evento donde se juntan diversos elementos de nuestra cultura: el grafiti, el dj, el rap que hacemos nosotros. Es una familia más que un gran evento.
Chacal MH, músico
Mi nombre es Chacal MH. Con el Malandrozos Fest tratamos de crear un evento más allá de lo normal, de lo de siempre, intentamos conjuntar a gente que tiene otros talentos además de la música. La aerografía, la pintura, los tatuajes y la música. Lo que reúne es el movimiento urbano. Yo empecé hace tres años a producir música y ahí vamos, aferrados. Se ha vuelto algo fundamental para mí, antes era por cotorreo, por estar con la banda, ahora lo hacemos algo más serio, que la gente lo vea como un trabajo de bastantes personas, que todos vean lo que lleva hacer una canción desde la composición hasta las personas, los instrumentos y todo. La música cambió mi vida, me alejó de algunas cosas. No sé si ahora estaría muerto, pero sí andaría mal.
Mr. Dan, músico
Soy el pinche Mr. Dan. Daniel Canto Ramos, tengo 31 años y soy de Mérida, Yucatán. La música significa bastante, me ha ayudado en muchas cosas, empecé desde hace tiempo, pero no la ejercía por drogas. Le tuve que parar para ahora ir sobres. Soy solista, el Mr. Dan de la Melitón Salazar, de Mérida. Soy de la Sur 13. Las pandillas han cambiado, está más tranquilo. Anteriormente había riñas, ahora están más templadas las aguas. Pero seguimos representando: la ropa, lo cholo, la vestimenta, el paliacate azul, pelón, placazo de Sur 13 y todo, carnal. Si tuviera que darle un mensaje a la sociedad les diría que se enfoquen en lo que necesitan, en lo que quieren y no en pandillas. Las pandillas te llevan a algo malo, pero también te ayudan a aprender las jugadas. La pandilla es una familia que siempre te abre las puertas, siempre cotorreando en la esquina. El amor que no hay en la casa lo buscamos en la calle, carnal.
Pasajero Loco, músico
Soy el Pasajero Loco, tengo 35 años, perros, y vengo con todo directamente desde Jalisco. La música es parte de mi vida y es el tiempo convertido en melodía. Como lo dije: yo soy la voz de las personas que en mi barrio desaparecieron. A través de la música expreso mis incomodidades, las infidelidades que he tenido conmigo mismo como persona. Somos seres imperfectos. Lo bueno y lo malo se juntan. Lucho por el derecho de tener. Lucho por cada una de las personas que están en el rap, que se dedican a hacer música, que son dj, presentadores, conductores, raperos, escritores. Creo que todos hacen un gran cambio en esta música. Tengo dos hijas y para mí es un deleite mostrarles la cultura de hiphop, las he llevado a los eventos. Para que disfruten y vean que, aunque tuvimos una vida mala, el futuro existe, y podemos aportar mucho. Tengo una hija con autismo, es un placer tenerla, me enseña día con día porque la paciencia es la virtud de cada hombre. Cuando hay momentos donde quisiera tirar la toalla, volteo a verla, sonrío y sigo adelante. Esto es para que no se repita lo malo que hicimos.
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El consumo problemático de cristal —metanfetamina— ha provocado hacinamiento en el Hospital Psiquiátrico de Yucatán. Hace un año entrevisté a dos enfermeros, con más de 15 años en la institución, que me advirtieron de la “psicotización” de la juventud. “No tenemos abasto y cada vez habrá más violencia”, coincidieron. Las drogas están generando brotes de esquizofrenia, de ataques violentos.
Los integrantes de Vieja Escuela están igualmente en estado de alerta. Insisten en que es un fenómeno que no habían vivido. Hace menos de un mes, en la localidad de Tekit, al sur de Yucatán, la gente linchó y quemó vivo a un joven porque mató a una adulta mayor, supuestamente empujado por el consumo de sustancias. ¿Cuántas veces hemos visto hechos como este en el estado más “pacífico” de México? Por otra parte, proliferan en redes notas y videos de personas con machetes, alteradas por el consumo. Y pienso: ¿un grupo de expandilleros, antiguos enemigos, actualmente padres de familia, artistas y músicos talentosos, líderes sociales, es la única trinchera que queda para combatir la problemática? Parece que sí. Al menos, son los únicos que lo intentan.
El consumidor de cristal sufre alucinaciones. Estoy en un patio cubriendo parte de esta crónica. Un chico de 20 años fuma cristal, insiste en que fume con él. Invade mi espacio, no se aleja. Veo más chicos sentados a un metro de distancia. Sin temor le digo que no, que no hace falta. Habla de su hijo, un bebé; de lo que le gustaría hacer en el futuro: producir música. Repite que él es un “duende” que protege a su gente. Cuando salgo del sitio, pensando si la escena anterior es parte de un síntoma social, si vale la pena contarla, miro una libreta en la que el chico había creado una supuesta canción —habló varios minutos de esto—, y en la que solo escribió varias veces la palabra “duende”. Si se encontrara con un expandillero de Vieja Escuela, aquellos que han sido estigmatizados como maleantes o gente peligrosa —y que han pagado su “deuda con la sociedad” por ello—, estoy seguro de que lo sacaría adelante, que lo apoyaría para convertirse, como dijo Frankel, en “un buen prospecto”.
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En 2006, varios líderes pandilleros se sentaron a dialogar en una cárcel de Mérida, Yucatán. Tras décadas de riñas, se preguntaron: “¿En serio queremos heredar nuestros problemas a la siguiente generación?”. Así nació el Concilio Maya, una <i>pax pandillera</i> modelo.
Motos, camionetas. Sentado sobre la puerta de la batea de una pick up, sigo con la vista a Manuel Magaña, un expandillero que lleva regalos de Reyes Magos a las zonas de invasión en Mérida, Yucatán. Son galpones, casas de lámina construidas en el monte. Por disputas políticas, hay quienes las incendian para expulsar a sus pobladores, los más pobres de la ciudad. Los nombres de las barriadas son La Conejera, Henry Martín —el futbolista del América—, Renacimiento Maya. Nuestra caravana está protegida por dos cholos motorizados. Las paredes portan, aún, las “placas” o firmas de identidad de las pandillas, en especial de la Sur 13, antiguos rivales de la Neighborhood, de la que Manuel fue líder.
“Esto lo hacemos para devolverle a la sociedad”, dice Manuel, quien hoy en la comitiva encabeza la representación de Vieja Escuela Yucatán, una suerte de consorcio formado por antiguos rivales pandilleros. La semilla de la integración de la alianza se plantó en 2006, en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida. Su contexto es una tregua con nombre propio: Concilio Maya.
Un payaso —antes un neighbor— entrega regalos a los niños de la zona. Las camionetas se detienen, decenas de personas bajan y piden que se formen filas. Parece que todos conocen a Manuel; lo saludan y abrazan. Él reparte, además de juguetes, sombreros, ropa, dulces. “Cotorrea” con las señoras. “¿Quién se quiere llevar a esta señora? ¡A la una, a las dos, a las tres!”. Hace chistes que provocan la risa de la caravana completa. En una zona de invasión donde el sol pega de lleno en las casas de bahareque y lámina, cuyas paredes están tapiadas con pedazos de cartón y rematadas con corcholatas, aparece una mujer vestida como guardia de seguridad de algún negocio. “¡Miren, aquí hasta tenemos seguridad privada!”, grita Manuel.
Manuel, de 41 años, ha trabajado desde los 12 en los mercados principales de Mérida: Lucas de Gálvez y San Benito. Dice que de bebé creció “envuelto en hojas de plátano”. Sus padres vendían frutas, ropa, rasuradoras, naftalina. Su implicación en la Neighborhood no fue menor: fundó la Banda Mercado Loco (BML), la fracción más grande de aquella pandilla surgida a principios de los noventa en Mérida. Su identidad está marcada por la bola 8 del billar: Manuel lleva una tatuada en el brazo.

—¿Qué significa la bola 8?
—Era un rosario al que le quitábamos la cruz y le poníamos la bola 8 del billar. La letra número 8 del abecedario es la H. En conjunto nosotros hacíamos una placa con el número 148: 14 por la N y 8 por la H. Éramos Real 148 que significaba Neighborhood en siglas. Nuestra vestimenta era camiseta azul de cuadros con pantalón caqui. Siempre tumbados, cholos.
Cholos que intentan contribuir al mejoramiento de la sociedad. Expresidiarios, exmaleantes que viajan a comisarías para llevar medicamentos. Los que, tras fenómenos meteorológicos destructivos, ayudan a personas en condiciones de precariedad a reconstruir sus casas. Hombres que fueron juzgados como antisociales, y hoy van a anexos para hablar sobre los peligros del pandillerismo y la adicción a las drogas.
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Manuel Magaña pasó casi 20 años en la cárcel. Allí se convirtió en una de las piezas clave para cambiar el panorama del pandillerismo en el estado. Junto con miembros de pandillas rivales —Sur 13, la BOF (Brothers of Family), la South Side, entre otras—, participó en la creación del Concilio Maya: el acuerdo que logró desactivar los conflictos en el interior del Cereso de Mérida y en las calles. El proyecto tuvo continuidad. En 2021, líderes, miembros y exmiembros de pandillas desarrollaron, a partir del Concilio Maya, el proyecto de activismo Vieja Escuela Yucatán. Resulta surrealista ver a una comitiva de cholos viajando a comisarías paupérrimas para entregar medicamentos, reconstruir casas, entregar despensas, ayudar a personas de la tercera edad. Pero es, también, un arco de redención, la muestra de la solidaridad colectiva. Lo que surge luego de la ira.
“En esa mesa había dos mil años de cárcel”, dice riendo Manuel, cuando recuerda la reunión entre líderes pandilleros en el Cereso de Mérida. Desde que él fue privado de la libertad en 2003 se desataron los conflictos, los conatos de lucha. Hubo agresiones fuertes. Pero recuerda: “Allí, entre los principales líderes de pandillas, los puntos más importantes, nos dimos cuenta [de] que había más cosas que nos unían que las que nos separaban: la familia, defender a los nuestros, cambiar a las nuevas generaciones. Nos unió la identidad yucateca, maya”.

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Desde su origen, las pandillas han sido núcleos de resistencia. ¿Qué convoca a cientos, a veces miles de personas, alrededor de la indumentaria chola, la placa (los números que representan), la violencia? ¿Qué no vemos de las pandillas? ¿Demuestran rasgos de una sociedad que tiende, por inercia, al desprecio de lo “otro”, de lo distinto? En todo caso, a lo largo de tres meses vi a exlíderes pandilleros haciendo más activismo que muchos políticos. Encontré talentos musicales. Muchos dijeron: “No es una pandilla, son mi familia”. O también: “Ellos han sido los únicos que me entienden y apoyan”. Maleantes, malandros, vagos, vándalos: existen decenas de motes peyorativos. Para mí llanamente se trata de “puro macizo”.
“Desde una perspectiva antropológica, las pandillas son microsociedades”, dice el antropólogo Édgar Rodríguez Cimé, autor de Aviéntense todos: radiografía de las bandas urbanas en Mérida (1997) y Culturas juveniles en el mayab (2008), los primeros análisis completos del pandillerismo en Mérida. Édgar entrevistó a buena parte de los actuales integrantes de Vieja Escuela Yucatán.
Yo mismo fui pandillero, Mateo. En ese entonces no eran pandillas sino las ‘brozas’: nos unía nuestra colonia, la pobreza, las ganas de divertirnos. Éramos, desde la mirada del prejuicio, del poder, ‘los wiros’, ‘los sin futuro’. Pero también fuimos futbolistas talentosos, estudiantes, licenciados. En el caso de las ‘gangas’ —clicas o pandillas derivadas de la influencia de lo pachuco y lo chicano— nosotros trabajamos desde la música con esas juventudes. Antes, con el Consejo Nacional Juvenil, donde trabajé, intentamos hacer lo que están haciendo los chavos de Vieja Escuela Yucatán: apoyar a la juventud para fomentar intereses artísticos.
A donde va Manuel llama la atención. Es una figura importante, un líder. La gente lo identifica, lo abraza. Es igual de querido en el mercado, en el tianguis —donde actualmente trabaja— que en las zonas más pobres de Mérida. Es, a su vez, un ejemplo de superación: la prisión, los grandes errores cometidos, no son el fin de la vida. A principios de 2000 controlaba a más de mil personas en todo Yucatán. Era un pandillero “firme”, el primero en “brincar a los putazos”, que apoyaba a su gente a no consumir drogas duras. El mercado de Lucas de Gálvez era un punto estratégico. “Todos los contras —pandilleros de otras bandas— pasaban por ahí en algún momento. Casa de jabonero: lo que no cae, resbala. Los seguíamos desde que bajaban de los camiones”.
Manuel, en pocas palabras, dirigía el mercado; hasta apoyó a integrantes de la Neighbor para trabajar allí. Se incorporó a las filas del pandillerismo desde los 15 años. Estuvo en la correccional, luego en la cárcel. La Neighborhood fue una de las pandillas más grandes y temidas en el estado. Durante la primera década del siglo los conflictos entre integrantes neighbors y sureños dejó muertos, personas en prisión y otras pérdidas; se atacaban con cuchillos, bates, machetes, bombas molotov y, en contadas ocasiones, armas de fuego. En los principales eventos de Mérida, como el Carnaval o la Feria de Xmatkuil, Manuel llegó a liderar a más de 800 personas. Era la pandilla con más problemas. Dominantes, con tanto terreno ganado, en donde hubiera un neighbor surgía el conflicto. Pero todo poderoso le sirve a un poderoso más arriba.
Nos sentíamos los dueños, siempre causando temor. Yo soy chaparrito y tener mil cabrones atrás de mí me hacía sentir gigante. Hacemos, deshacemos, ¡te sientes Juan Camaney, cabrón! Claro, hubo tantas formas de decirme a mí mismo: bájale. Algún día te vas a meter en un problema. Y, fíjate: al mover una cantidad de gente tan grande como teníamos, nos buscaban autoridades políticas para los famosos grupos de choque. Teníamos ciertos paros. Pon tú: ‘Ah, cayó por lapidar una casa’. Nos hacían el paro y salíamos [de los separos]. O cayó por lesiones y pandillerismo. Y nos hacían el paro (los grupos políticos). En ese entonces nos decían, porque venían las elecciones: ‘Mientras no caigas por homicidio o algún delito por el que no se pueda hacer nada, se te va a apoyar’. Y órale, a romper madres, robar votos; la realidad es que no nos dábamos cuenta de que nos utilizaban, que éramos los peones del tablero.
Pero esos tiempos pasaron. “La vida loca”, “muero por mi clica”, “firmes hasta la muerte” le cobraron a Manuel una factura de casi dos décadas en prisión. El tiempo fue diluyendo su liderazgo de fuerza. Manuel se aisló, estuvo solo; muchos criticaron su iniciativa de colaborar para cambiar la violencia del estado. No desistió. En prisión, además de participar en muchos proyectos culturales, se rehabilitó de las adicciones. “Pensé en mi familia. Esa es la única pandilla que se queda al final contigo. Me alejé de todo”. Por sus gestiones y las de otros integrantes, la cárcel se culturalizó. Con el Concilio Maya llegaron los conciertos, presentaciones de libros —como el de Édgar Rodríguez—, convivencias, así como la confianza del director del Cereso, Francisco Javier Brito Herrera, a quien no logré contactar por medio del Departamento de Comunicación del Gobierno.



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Fuera de prisión, una persona clave para consolidar Vieja Escuela Yucatán fue Gustavo Rosado, “La Mazkara”, exmiembro de la pandilla Florencia 13. Habla desde su cabina de radio. Ha sido locutor por 16 años. Antes, como líder pandillero, al principio de 2000, dirigía la zona norte de la ciudad de Mérida: Carranza, Las Águilas, La Maya y otras colonias vecinas. Explica que la pandilla se estructuraba en torno a un “cerebro”, que daba instrucciones a dos elementos de confianza. Se organizaba una reunión de cerebros con los líderes clave de la pandilla. Durante las juntas, en las que llegaban cientos de jóvenes, no se permitía el consumo de drogas, una de las normas que se perdieron con el paso de los años. ¿Había altos niveles de violencia? Por supuesto. Otro expandillero me habló de las “misiones” para ganarse la clecha —tatuajes y grados de jerarquía en la pandilla—. Tenían diferentes niveles de dificultad; iban desde el robo hasta el intento de homicidio.
En esa época había un objetivo: unirse para ir en contra del enemigo. La banda rival, la más dura además de nosotros, era la banda de Manuel Magaña, la Neighborhood. Estuve tres años involucrado. Y lo abandoné por malas experiencias. Entré y salí de la correccional; algunas veces estuve en los separos por conflictos, pleitos. Cuando decidí apartarme me enfoqué en lo que siempre me había gustado en realidad. Yo ya destacaba por el liderazgo. Era bueno como bailarín, cantante, no le tenía pena al micrófono. Me dedico a conducir y a animar las tardeadas en las discotecas y después trabajé muchos años para una cervecería. Finalmente entré a la radio, que fue algo que soñé desde niño, abunda Gustavo.
Enfocado en la producción radial, Gustavo tuvo un acercamiento con autoridades del Cereso, que le abrieron la puerta para conducir eventos musicales. Dialogó con sus antiguos rivales. Todos, como condición en común, querían reivindicarse a expensas del pasado, y les resultaba importante hablar de él como una advertencia para la juventud. El primer acercamiento en la cárcel derivó en un programa de radio en el que líderes que estuvieron (o no) privados de la libertad narraron cómo se logró un acercamiento para enterrar el hacha de guerra adentro y fuera de la cárcel, así como para recordar las experiencias de su juventud.
Así lo recuerda Gustavo:
Cuando voy al Cereso ya se había dado el Concilio Maya. Pasa un tiempo y a quienes estaban fuera los invito a un programa de radio: ‘Platicando con la Generación X’. Hubo dos capítulos para hablar de las experiencias que vivimos. Al final del segundo, les dije: ‘¿Por qué no hacemos una asociación donde podamos ayudar a los jóvenes? Ahora hay problemas con el cristal. Muchos conocimos lo que son las drogas’. Y al darnos cuenta de que el cristal está destruyendo a los jóvenes, ¿de qué manera podemos apoyarlos con nuestros pasado, más con un pasado que es cien veces más agresivo? A todos les pareció y surgió la Vieja Escuela Yucatán.
A partir de ese acuerdo se fundó un grupo de WhatsApp que, en 2025, cuenta con al menos 60 integrantes. Los primeros eventos de Vieja Escuela se centraron en impartir charlas en los anexos y recolectar juguetes para niños de bajos recursos —más de 3 000 juguetes en la primera ocasión—. Luego atendieron llamados de ayuda mediante redes sociales, como a personas de la tercera edad “que no tenían para pagar su luz” o que necesitaban reparaciones en casa. “En una de las primeras actividades ayudamos a una chica con parálisis llevando despensa y pañales. Desde entonces se ha hecho bastante”.



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Maricela Tamayo es la patrona de la Santa Muerte en la Melitón Salazar, un antiguo barrio “pesado” de Mérida. Tiene 70 figuras de la santa; ha viajado a la Ciudad de México a los “eventos” de esta deidad. Las figuras son de varios colores. Una chica, que pide no incluir su nombre, dice que le llevó un Gerber a su bebé fallecido. Otras personas —de diferentes generaciones y vestimentas; cholos, adolescentes, personas de la tercera edad— se acercan a ofrendarle, solicitarle salud, amor, dinero. Pedirle por quienes aman y se encuentran enfermos. Rogarle por un futuro mejor. Es un ambiente tranquilo, una casa azul saturada de incienso
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Maricela abre las puertas de su casa para este rezo masivo, en donde Dj Bogie —Álvaro David Valdez Martín, de 41 años—, integrante de Vieja Escuela Yucatán, pone rolas en la tornamesa. Narra que él fue de la Sur 13 desde los 18 años. Es un artista: aparte de dedicarse a pinchar discos, pinta, grafitea, diseña playeras con frases que reivindican el sureste de México. Él creció en el sur de Mérida. Entrar a las pandillas era casi un hecho natural. Por esto mismo se dedica a dos ramas principales del hiphop: grafiti y música. Empezó con los “placazos” en su barrio para defender el territorio.
—¿Cómo llegaste a Vieja Escuela?
—A través de los cuates con los que nos reuníamos antes en pandilla. Hoy en día todos ya tienen sus chambas, sus familias. Yo me enfoqué en la pintura. Pero con ellos hace unos años nos organizamos para hacer recaudaciones. Soy dj y siempre apoyo con eso.
Con 11 años de experiencia, Bogie pone música en los eventos de Vieja Escuela. También pinta murales con causa. Habla de uno en particular que hizo en el Arca de Noé, un centro de rehabilitación. “La pintura me rescató para no meterme en broncas”, dice Bogie y menciona a una retahíla de amigos que se enfocaron en el arte. Frente a nosotros hay 20 sillas con personas sentadas, viendo los rezos. “Llevo un rato pintando. He hecho de todo. Lo que más me late es hacer letras”. La música suena: “Quítame la mala vida, ya sabes que soy devoto de hace rato, mi santita”.
El altar, del sexto aniversario de la casa, es precioso: en el centro hay veladoras, frutas, dulces y pan. La figura central es una estatua de casi dos metros adornada con globos azules; viste una túnica negra y, a sus pies, junto a un número siete, un búho de cerámica mira fijamente a quienes rezan. La rodean 50 figuras. Un hombre se arrodilla, dice algo inentendible y le escupe humo a la muerte.


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Tres chicos de al menos 12 años lijan la pintura de un coche afuera de la casa de Frankel Pérez, fundador de la Florencia 13. Frankel, de 45 años, es una mole: músculos encuadrados en un cuerpo de poco más de un 1.60 m de altura. Pelón, cholo, con un tatuaje en el brazo que reza: “Pacabdreams”, el nombre de su estudio de arte urbano. Aquí vive con su esposa e hijos.
“A uno de estos chicos, que son muy buenos ‘prospectos’ y excelentes deportistas, casi lo perdemos por el hambre”, dice sobre los muchachos de afuera. “Aportar a la juventud es darle chamba, sentido de hacer las cosas, comida, posibilidades en la vida de encontrar nuevas experiencias”.
La pandilla de Frankel surgió a raíz del gusto por el estilo mexicoamericano. Al principio, influenciados por películas extranjeras y por la indumentaria que usaban los deportados de Estados Unidos, él y un grupo de amigos, adictos a la música y a la cultura hiphop, iban a los bailes del centro de Mérida, en el parque Santa Lucía. Vestidos de cholos se acercaban a las personas de tercera edad que bailaban danzón.
“Nos gustaba ver sus trajes. Catrines, como Tin Tan. Nos sentíamos bien porque regresábamos a esa época donde se enlazaba lo cholo, lo catrín, lo elegante, lo pachuco, lo salvaje. Nos hacía sentir gánsteres, pandilleros, mafiosos. Ya luego empezamos a traer diferentes tipos de vestimentas. Todo iba bien hasta que nos encontramos con personas que tenían otros ideales. Era normal, lo lógico. Ahí surgieron las broncas”, detalla el artista expandillero.
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Estamos en el estudio de Frankel. Le tatuará a un amigo un dragón negro, de corte oriental. Narra cómo la Sur 13 se volvió una de las pandillas más importantes del estado de Yucatán: la regulaban principios éticos como “no dejar morir a los homies”, “rescatarlos de las drogas”, “estar siempre firmes”. También habla sobre el consumo exacerbado de drogas. Hoy las pandillas no tienen las reglas de antes; están más drogadas. El cristal, las sustancias adulteradas con fentanilo, llegaron a cambiarlo todo. En algunos casos, durante las charlas que imparte la Vieja Escuela Yucatán en anexos, encontraron niños adictos.
Vemos niños de 11 años fumando piedra y cristal. Ves adolescentes que pueden ser buenos prospectos en el barrio: que pueden tener familia, que pueden salir adelante, una estabilidad, educar a sus hijos para que tengan una mejor vida. Y es difícil cuando sabes que ya ganó la batalla la piedra o el cristal. Los ves pepenando con tal de consumir más, las caras demacradas, zombis, muertos en vida. Sabes que perdiste la batalla con ese adolescente. Para mí es un ‘prospecto’ porque siempre los he querido a todos como mis hijos, los he adoptado, apoyado, tratado bien. Les he enseñado a tener carácter y que más adelante se vuelvan personas responsables.
Hace ocho años Frankel perdió a “Sodas”, un chico que trabajaba en el estudio de Pacabdreams. Con la formación de Frankel ejercía la aerografía, el tatuaje, el muralismo. Murió cuando resguardaba, por 300 pesos, una casilla de votación.
Por eso odio la política. Es una etapa en la que he odiado la política y la corrupción que se maneja en nuestro país. Fue a defender la casilla, alguien sacó un arma corta y le disparó en el pecho, plomo en el corazón. Justo ese día me dijo que estaba contento porque iba a recibir su equipo de tatuaje, que se lo traía su papá. Su papá trabaja de buzo, en el arte de pescar langostas. Imagínate todas las veces que se sumergió para conseguirle el equipo a su hijo. Me pesa saber que estaba conmigo, que estaba seguro. Él hasta se había burlado de los muchachos que pensaban ir. Dijo: ´Yo a qué voy a ir a ese lugar si ya tengo todo’. Ya ves cómo funciona la vida, dios o el diablo. Él tenía 17 años.
Frankel es un artista. Los miembros de la pandilla lo reconocen por su participación en el programa de TV internacional Tunéame la nave, donde se reparaban autos en pésimas condiciones. Él es experto en aerografía, producción musical, tatuaje. Desde la fundación de la pandilla, los “Macizos” de la Sur 13, gente que se había metido en asuntos “densos”, le reconocieron que tenía un don y debía aprovecharlo. Le dijeron: “No estás fuera de la pandilla, sino que eres nuestro representante del arte”. En realidad, lo que representa por medio de la aerografía es la cultura chola y chicana entera.
Frankel dio clases de arte gratuitas en el Cereso, luego de haberse ganado el reconocimiento de otros líderes. Esas amistades, surgidas dentro y fuera de la cárcel, unió aún más a quienes fueron enemigos. Neighborhood y Sur 13, históricamente en disputa, finalmente dialogaron. Otro punto: el amor surgió y se formaron parejas entre hombres y mujeres de distintas clicas. “Se ha logrado apaciguar. Sí hubo sus muertos, sus enfrentamientos, pero hoy por hoy todo cambia, y el que da la voz a que se arreglen las cosas es Dios. Es irónico, pero, en cuanto a mi esposa… su primo hermano es el jefe de la Neighbor […] Ahora, las otras líneas, los jóvenes, tienen ese calor, tienen esa ira, y si se topan con alguien… son cosas que a veces queremos evitar. Pero todos tenemos que cruzar por ese amplio camino que significa ser pandillero”, resume el artista.
—¿Cuál es tu mejor arma para apoyar a la juventud?
—Uso la música. Para apoyar a los chavos, a los adolescentes. Ya viste cómo está el problema de la droga. Es una forma de jalarlos para que se enfoquen en otras cosas. Tenerlos ahí un momento ya es ganancia.
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Es el 26 de noviembre de 2024. Un portón metálico nos da acceso a un evento clandestino: el Malandrozos Fest, la máxima representación de la música hiphop sureña en el estado de Yucatán. La invitación se manda el mismo día para evitar presencias incómodas. Suena Cypress Hill, antes de que arranquen las bandas locales. Llegamos por invitación de Frankel Pérez: un acceso privilegiado.
Estamos en una sala de fiestas: piscinas, toldos bajo los cuales hay decenas de cholos. Cabezas rapadas con el número 13. Pantalones tumbados, algunos rozando el suelo. Yerseis azules, blancos y negros. Lentes en diferentes posiciones. “Estos camaradas son banda, son periodistas, estarán cubriendo este evento”, nos presenta Frankel. Recibimos un aplauso y, cuando el fotógrafo enfoca a la multitud, surgen varias manos: forman el uno y el tres como saludo. La 13 surge por la posición de la letra M en el abecedario: M de mexicano.
Hablo con varios integrantes de las bandas. Sus testimonios, a continuación, dan cuenta de un cambio generacional: la paz impera, la música impone un ritmo de vida mejor.

Big Rick, músico de Pacabrones
Soy Big Rick, Ricardo Benítez. Tengo 30 años, originario de Pacabtún. Compongo y hago música, hiphop. Hago música desde hace 12 o 13 años, carnalito. Al principio fue algo banal, algo que quería hacer, después le metí más seriedad porque hubo gente que me apoyó. Nosotros representamos a los Sureños 13, carnal, y a la 623, que es Fidel Velázquez-Pacabtún, un movimiento que nosotros hicimos. La 6 es la F en el abecedario y la 26 es la V. Mi hermanito que está aquí fue el primero en cantar hiphop. Él fue el primero, el Yayo Lp, e inició este pedo con Frankel en Clandestino Kingdom Records. La música me quita todo lo malo. Tengo familia, tengo hijos, tengo esposa, juego fucho. Estoy sobres en todo. La música es mi manera de expresar lo que he vivido. No me arrepiento de nada de lo que he pasado. La música, lo que he vivido, me define como persona, y me ha ayudado un chingo para mejorar como padre, hijo y hermano. Mi familia también representó el movimiento. Mis tíos son ʻLos Capricesʼ que en su tiempo representaban 65. En mi tiempo fue X3 y en el tiempo de mis tíos 3C. Es el mismo movimiento, carnal, puro sureño, lo que cambia es la historia. Mi canción favorita de Los Pacabrones es la de ʻOlvidoʼ, la acabamos de subir. Me gusta porque me gusta la letra y porque, aparte, salió mi esposa en el video. A güevo.
Yair Benítez, músico de Pacabrones
Mi nombre es Yair Benítez, me dicen Yayo LP. Tengo 23 años, nací en el 2001. El Malandrozos Fest es una descripción de nosotros, carnal: que podemos hacer una fiesta y que todos se la pasen chido, tranquilo, que la banda se lleve un buen recuerdo. La música para mí es vida porque no solo escucho rap, sino todo tipo de música. Siento que la música es una herramienta para mí en todos los sentidos: para la tristeza, la felicidad, para la malandreada. Ahí me expreso. Al menos por mi barrio somos la última generación: ahora las pandillas son más que nada drogas […] El cristal es una broncota, está jodiendo ahora a mucha raza. Ahora vas a todos los barrios, carnal, a todos, no solo el mío, y ves a la banda que ya está como zombis; muchos dones [señores], homies de mi clica que están igual.
Álex Xólotl, tatuador consagrado
Tengo 26 años, me dedico a tatuar y mi estilo es, más que nada, realismo a color, carnal. Soy de Tabasco, ahí tatúo actualmente, pero por cuestiones de trabajo y de viajar con la banda, actualmente estoy con la banda de Mérida apoyando el Malandrozos Fest. Para mí el arte del tatuaje es una manera de transmitir, dejar algo de mí en el mundo. He entendido que soy un artista, que merezco estar donde estoy.
Comando Doce (por los 12 pasos de rehabilitación). Tres integrantes hablan simultáneamente: Blaner, Morro y Genio
Venimos de un centro de rehabilitación, carnal. Ahí nos conocimos y se dio la ʻconectaʼ de que cada quien hacía rimas. Y a través de las vivencias que hemos tenido con las adicciones, pandillas, experiencias callejeras, expresamos el día de hoy la música que tenemos nosotros a través de sugerencias para que la pandilla sepa lo que es vivir en adicción. La música para nosotros es vivir, sentir cada letra que cantamos, cada verso que tiramos. Porque claro: para poder cantarlo primero tuvimos que vivirlo, la realidad en el hiphop ya lo vivimos y hoy en día intentamos dar un mensaje en cada una de las canciones. Cultura urbana yucateca, para ayudar a otras personas para que no pasen lo que nosotros pasamos.
DKA, músico
Soy el loco DKA, de Campeche, de Santa Licha, tengo 29 años. Represento a la Sur 13 de Santa Licha, la clica Lost Batos. Me dedico totalmente a la música, carnal, para mí es el sentido de mi vida, de mi cultura, de mi esencia, es mi refugio. En lugar de enfocarme en todo lo malo, me enfoco en la música. Todo lo escribo en una hoja, lo monto en un beat y es un desahogo. No todo es de drogas y pandillerismo, sino que hay un mensaje, una vida. Para mí el Malandrozos Fest es un evento donde se juntan diversos elementos de nuestra cultura: el grafiti, el dj, el rap que hacemos nosotros. Es una familia más que un gran evento.
Chacal MH, músico
Mi nombre es Chacal MH. Con el Malandrozos Fest tratamos de crear un evento más allá de lo normal, de lo de siempre, intentamos conjuntar a gente que tiene otros talentos además de la música. La aerografía, la pintura, los tatuajes y la música. Lo que reúne es el movimiento urbano. Yo empecé hace tres años a producir música y ahí vamos, aferrados. Se ha vuelto algo fundamental para mí, antes era por cotorreo, por estar con la banda, ahora lo hacemos algo más serio, que la gente lo vea como un trabajo de bastantes personas, que todos vean lo que lleva hacer una canción desde la composición hasta las personas, los instrumentos y todo. La música cambió mi vida, me alejó de algunas cosas. No sé si ahora estaría muerto, pero sí andaría mal.
Mr. Dan, músico
Soy el pinche Mr. Dan. Daniel Canto Ramos, tengo 31 años y soy de Mérida, Yucatán. La música significa bastante, me ha ayudado en muchas cosas, empecé desde hace tiempo, pero no la ejercía por drogas. Le tuve que parar para ahora ir sobres. Soy solista, el Mr. Dan de la Melitón Salazar, de Mérida. Soy de la Sur 13. Las pandillas han cambiado, está más tranquilo. Anteriormente había riñas, ahora están más templadas las aguas. Pero seguimos representando: la ropa, lo cholo, la vestimenta, el paliacate azul, pelón, placazo de Sur 13 y todo, carnal. Si tuviera que darle un mensaje a la sociedad les diría que se enfoquen en lo que necesitan, en lo que quieren y no en pandillas. Las pandillas te llevan a algo malo, pero también te ayudan a aprender las jugadas. La pandilla es una familia que siempre te abre las puertas, siempre cotorreando en la esquina. El amor que no hay en la casa lo buscamos en la calle, carnal.
Pasajero Loco, músico
Soy el Pasajero Loco, tengo 35 años, perros, y vengo con todo directamente desde Jalisco. La música es parte de mi vida y es el tiempo convertido en melodía. Como lo dije: yo soy la voz de las personas que en mi barrio desaparecieron. A través de la música expreso mis incomodidades, las infidelidades que he tenido conmigo mismo como persona. Somos seres imperfectos. Lo bueno y lo malo se juntan. Lucho por el derecho de tener. Lucho por cada una de las personas que están en el rap, que se dedican a hacer música, que son dj, presentadores, conductores, raperos, escritores. Creo que todos hacen un gran cambio en esta música. Tengo dos hijas y para mí es un deleite mostrarles la cultura de hiphop, las he llevado a los eventos. Para que disfruten y vean que, aunque tuvimos una vida mala, el futuro existe, y podemos aportar mucho. Tengo una hija con autismo, es un placer tenerla, me enseña día con día porque la paciencia es la virtud de cada hombre. Cuando hay momentos donde quisiera tirar la toalla, volteo a verla, sonrío y sigo adelante. Esto es para que no se repita lo malo que hicimos.
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El consumo problemático de cristal —metanfetamina— ha provocado hacinamiento en el Hospital Psiquiátrico de Yucatán. Hace un año entrevisté a dos enfermeros, con más de 15 años en la institución, que me advirtieron de la “psicotización” de la juventud. “No tenemos abasto y cada vez habrá más violencia”, coincidieron. Las drogas están generando brotes de esquizofrenia, de ataques violentos.
Los integrantes de Vieja Escuela están igualmente en estado de alerta. Insisten en que es un fenómeno que no habían vivido. Hace menos de un mes, en la localidad de Tekit, al sur de Yucatán, la gente linchó y quemó vivo a un joven porque mató a una adulta mayor, supuestamente empujado por el consumo de sustancias. ¿Cuántas veces hemos visto hechos como este en el estado más “pacífico” de México? Por otra parte, proliferan en redes notas y videos de personas con machetes, alteradas por el consumo. Y pienso: ¿un grupo de expandilleros, antiguos enemigos, actualmente padres de familia, artistas y músicos talentosos, líderes sociales, es la única trinchera que queda para combatir la problemática? Parece que sí. Al menos, son los únicos que lo intentan.
El consumidor de cristal sufre alucinaciones. Estoy en un patio cubriendo parte de esta crónica. Un chico de 20 años fuma cristal, insiste en que fume con él. Invade mi espacio, no se aleja. Veo más chicos sentados a un metro de distancia. Sin temor le digo que no, que no hace falta. Habla de su hijo, un bebé; de lo que le gustaría hacer en el futuro: producir música. Repite que él es un “duende” que protege a su gente. Cuando salgo del sitio, pensando si la escena anterior es parte de un síntoma social, si vale la pena contarla, miro una libreta en la que el chico había creado una supuesta canción —habló varios minutos de esto—, y en la que solo escribió varias veces la palabra “duende”. Si se encontrara con un expandillero de Vieja Escuela, aquellos que han sido estigmatizados como maleantes o gente peligrosa —y que han pagado su “deuda con la sociedad” por ello—, estoy seguro de que lo sacaría adelante, que lo apoyaría para convertirse, como dijo Frankel, en “un buen prospecto”.
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Una muestra del arte que cristaliza en Pacabdreams, estudio que ofrece salidas creativas a los jóvenes susceptibles al pandillerismo en Yucatán.
En 2006, varios líderes pandilleros se sentaron a dialogar en una cárcel de Mérida, Yucatán. Tras décadas de riñas, se preguntaron: “¿En serio queremos heredar nuestros problemas a la siguiente generación?”. Así nació el Concilio Maya, una <i>pax pandillera</i> modelo.
Motos, camionetas. Sentado sobre la puerta de la batea de una pick up, sigo con la vista a Manuel Magaña, un expandillero que lleva regalos de Reyes Magos a las zonas de invasión en Mérida, Yucatán. Son galpones, casas de lámina construidas en el monte. Por disputas políticas, hay quienes las incendian para expulsar a sus pobladores, los más pobres de la ciudad. Los nombres de las barriadas son La Conejera, Henry Martín —el futbolista del América—, Renacimiento Maya. Nuestra caravana está protegida por dos cholos motorizados. Las paredes portan, aún, las “placas” o firmas de identidad de las pandillas, en especial de la Sur 13, antiguos rivales de la Neighborhood, de la que Manuel fue líder.
“Esto lo hacemos para devolverle a la sociedad”, dice Manuel, quien hoy en la comitiva encabeza la representación de Vieja Escuela Yucatán, una suerte de consorcio formado por antiguos rivales pandilleros. La semilla de la integración de la alianza se plantó en 2006, en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida. Su contexto es una tregua con nombre propio: Concilio Maya.
Un payaso —antes un neighbor— entrega regalos a los niños de la zona. Las camionetas se detienen, decenas de personas bajan y piden que se formen filas. Parece que todos conocen a Manuel; lo saludan y abrazan. Él reparte, además de juguetes, sombreros, ropa, dulces. “Cotorrea” con las señoras. “¿Quién se quiere llevar a esta señora? ¡A la una, a las dos, a las tres!”. Hace chistes que provocan la risa de la caravana completa. En una zona de invasión donde el sol pega de lleno en las casas de bahareque y lámina, cuyas paredes están tapiadas con pedazos de cartón y rematadas con corcholatas, aparece una mujer vestida como guardia de seguridad de algún negocio. “¡Miren, aquí hasta tenemos seguridad privada!”, grita Manuel.
Manuel, de 41 años, ha trabajado desde los 12 en los mercados principales de Mérida: Lucas de Gálvez y San Benito. Dice que de bebé creció “envuelto en hojas de plátano”. Sus padres vendían frutas, ropa, rasuradoras, naftalina. Su implicación en la Neighborhood no fue menor: fundó la Banda Mercado Loco (BML), la fracción más grande de aquella pandilla surgida a principios de los noventa en Mérida. Su identidad está marcada por la bola 8 del billar: Manuel lleva una tatuada en el brazo.

—¿Qué significa la bola 8?
—Era un rosario al que le quitábamos la cruz y le poníamos la bola 8 del billar. La letra número 8 del abecedario es la H. En conjunto nosotros hacíamos una placa con el número 148: 14 por la N y 8 por la H. Éramos Real 148 que significaba Neighborhood en siglas. Nuestra vestimenta era camiseta azul de cuadros con pantalón caqui. Siempre tumbados, cholos.
Cholos que intentan contribuir al mejoramiento de la sociedad. Expresidiarios, exmaleantes que viajan a comisarías para llevar medicamentos. Los que, tras fenómenos meteorológicos destructivos, ayudan a personas en condiciones de precariedad a reconstruir sus casas. Hombres que fueron juzgados como antisociales, y hoy van a anexos para hablar sobre los peligros del pandillerismo y la adicción a las drogas.
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Manuel Magaña pasó casi 20 años en la cárcel. Allí se convirtió en una de las piezas clave para cambiar el panorama del pandillerismo en el estado. Junto con miembros de pandillas rivales —Sur 13, la BOF (Brothers of Family), la South Side, entre otras—, participó en la creación del Concilio Maya: el acuerdo que logró desactivar los conflictos en el interior del Cereso de Mérida y en las calles. El proyecto tuvo continuidad. En 2021, líderes, miembros y exmiembros de pandillas desarrollaron, a partir del Concilio Maya, el proyecto de activismo Vieja Escuela Yucatán. Resulta surrealista ver a una comitiva de cholos viajando a comisarías paupérrimas para entregar medicamentos, reconstruir casas, entregar despensas, ayudar a personas de la tercera edad. Pero es, también, un arco de redención, la muestra de la solidaridad colectiva. Lo que surge luego de la ira.
“En esa mesa había dos mil años de cárcel”, dice riendo Manuel, cuando recuerda la reunión entre líderes pandilleros en el Cereso de Mérida. Desde que él fue privado de la libertad en 2003 se desataron los conflictos, los conatos de lucha. Hubo agresiones fuertes. Pero recuerda: “Allí, entre los principales líderes de pandillas, los puntos más importantes, nos dimos cuenta [de] que había más cosas que nos unían que las que nos separaban: la familia, defender a los nuestros, cambiar a las nuevas generaciones. Nos unió la identidad yucateca, maya”.

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Desde su origen, las pandillas han sido núcleos de resistencia. ¿Qué convoca a cientos, a veces miles de personas, alrededor de la indumentaria chola, la placa (los números que representan), la violencia? ¿Qué no vemos de las pandillas? ¿Demuestran rasgos de una sociedad que tiende, por inercia, al desprecio de lo “otro”, de lo distinto? En todo caso, a lo largo de tres meses vi a exlíderes pandilleros haciendo más activismo que muchos políticos. Encontré talentos musicales. Muchos dijeron: “No es una pandilla, son mi familia”. O también: “Ellos han sido los únicos que me entienden y apoyan”. Maleantes, malandros, vagos, vándalos: existen decenas de motes peyorativos. Para mí llanamente se trata de “puro macizo”.
“Desde una perspectiva antropológica, las pandillas son microsociedades”, dice el antropólogo Édgar Rodríguez Cimé, autor de Aviéntense todos: radiografía de las bandas urbanas en Mérida (1997) y Culturas juveniles en el mayab (2008), los primeros análisis completos del pandillerismo en Mérida. Édgar entrevistó a buena parte de los actuales integrantes de Vieja Escuela Yucatán.
Yo mismo fui pandillero, Mateo. En ese entonces no eran pandillas sino las ‘brozas’: nos unía nuestra colonia, la pobreza, las ganas de divertirnos. Éramos, desde la mirada del prejuicio, del poder, ‘los wiros’, ‘los sin futuro’. Pero también fuimos futbolistas talentosos, estudiantes, licenciados. En el caso de las ‘gangas’ —clicas o pandillas derivadas de la influencia de lo pachuco y lo chicano— nosotros trabajamos desde la música con esas juventudes. Antes, con el Consejo Nacional Juvenil, donde trabajé, intentamos hacer lo que están haciendo los chavos de Vieja Escuela Yucatán: apoyar a la juventud para fomentar intereses artísticos.
A donde va Manuel llama la atención. Es una figura importante, un líder. La gente lo identifica, lo abraza. Es igual de querido en el mercado, en el tianguis —donde actualmente trabaja— que en las zonas más pobres de Mérida. Es, a su vez, un ejemplo de superación: la prisión, los grandes errores cometidos, no son el fin de la vida. A principios de 2000 controlaba a más de mil personas en todo Yucatán. Era un pandillero “firme”, el primero en “brincar a los putazos”, que apoyaba a su gente a no consumir drogas duras. El mercado de Lucas de Gálvez era un punto estratégico. “Todos los contras —pandilleros de otras bandas— pasaban por ahí en algún momento. Casa de jabonero: lo que no cae, resbala. Los seguíamos desde que bajaban de los camiones”.
Manuel, en pocas palabras, dirigía el mercado; hasta apoyó a integrantes de la Neighbor para trabajar allí. Se incorporó a las filas del pandillerismo desde los 15 años. Estuvo en la correccional, luego en la cárcel. La Neighborhood fue una de las pandillas más grandes y temidas en el estado. Durante la primera década del siglo los conflictos entre integrantes neighbors y sureños dejó muertos, personas en prisión y otras pérdidas; se atacaban con cuchillos, bates, machetes, bombas molotov y, en contadas ocasiones, armas de fuego. En los principales eventos de Mérida, como el Carnaval o la Feria de Xmatkuil, Manuel llegó a liderar a más de 800 personas. Era la pandilla con más problemas. Dominantes, con tanto terreno ganado, en donde hubiera un neighbor surgía el conflicto. Pero todo poderoso le sirve a un poderoso más arriba.
Nos sentíamos los dueños, siempre causando temor. Yo soy chaparrito y tener mil cabrones atrás de mí me hacía sentir gigante. Hacemos, deshacemos, ¡te sientes Juan Camaney, cabrón! Claro, hubo tantas formas de decirme a mí mismo: bájale. Algún día te vas a meter en un problema. Y, fíjate: al mover una cantidad de gente tan grande como teníamos, nos buscaban autoridades políticas para los famosos grupos de choque. Teníamos ciertos paros. Pon tú: ‘Ah, cayó por lapidar una casa’. Nos hacían el paro y salíamos [de los separos]. O cayó por lesiones y pandillerismo. Y nos hacían el paro (los grupos políticos). En ese entonces nos decían, porque venían las elecciones: ‘Mientras no caigas por homicidio o algún delito por el que no se pueda hacer nada, se te va a apoyar’. Y órale, a romper madres, robar votos; la realidad es que no nos dábamos cuenta de que nos utilizaban, que éramos los peones del tablero.
Pero esos tiempos pasaron. “La vida loca”, “muero por mi clica”, “firmes hasta la muerte” le cobraron a Manuel una factura de casi dos décadas en prisión. El tiempo fue diluyendo su liderazgo de fuerza. Manuel se aisló, estuvo solo; muchos criticaron su iniciativa de colaborar para cambiar la violencia del estado. No desistió. En prisión, además de participar en muchos proyectos culturales, se rehabilitó de las adicciones. “Pensé en mi familia. Esa es la única pandilla que se queda al final contigo. Me alejé de todo”. Por sus gestiones y las de otros integrantes, la cárcel se culturalizó. Con el Concilio Maya llegaron los conciertos, presentaciones de libros —como el de Édgar Rodríguez—, convivencias, así como la confianza del director del Cereso, Francisco Javier Brito Herrera, a quien no logré contactar por medio del Departamento de Comunicación del Gobierno.



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Fuera de prisión, una persona clave para consolidar Vieja Escuela Yucatán fue Gustavo Rosado, “La Mazkara”, exmiembro de la pandilla Florencia 13. Habla desde su cabina de radio. Ha sido locutor por 16 años. Antes, como líder pandillero, al principio de 2000, dirigía la zona norte de la ciudad de Mérida: Carranza, Las Águilas, La Maya y otras colonias vecinas. Explica que la pandilla se estructuraba en torno a un “cerebro”, que daba instrucciones a dos elementos de confianza. Se organizaba una reunión de cerebros con los líderes clave de la pandilla. Durante las juntas, en las que llegaban cientos de jóvenes, no se permitía el consumo de drogas, una de las normas que se perdieron con el paso de los años. ¿Había altos niveles de violencia? Por supuesto. Otro expandillero me habló de las “misiones” para ganarse la clecha —tatuajes y grados de jerarquía en la pandilla—. Tenían diferentes niveles de dificultad; iban desde el robo hasta el intento de homicidio.
En esa época había un objetivo: unirse para ir en contra del enemigo. La banda rival, la más dura además de nosotros, era la banda de Manuel Magaña, la Neighborhood. Estuve tres años involucrado. Y lo abandoné por malas experiencias. Entré y salí de la correccional; algunas veces estuve en los separos por conflictos, pleitos. Cuando decidí apartarme me enfoqué en lo que siempre me había gustado en realidad. Yo ya destacaba por el liderazgo. Era bueno como bailarín, cantante, no le tenía pena al micrófono. Me dedico a conducir y a animar las tardeadas en las discotecas y después trabajé muchos años para una cervecería. Finalmente entré a la radio, que fue algo que soñé desde niño, abunda Gustavo.
Enfocado en la producción radial, Gustavo tuvo un acercamiento con autoridades del Cereso, que le abrieron la puerta para conducir eventos musicales. Dialogó con sus antiguos rivales. Todos, como condición en común, querían reivindicarse a expensas del pasado, y les resultaba importante hablar de él como una advertencia para la juventud. El primer acercamiento en la cárcel derivó en un programa de radio en el que líderes que estuvieron (o no) privados de la libertad narraron cómo se logró un acercamiento para enterrar el hacha de guerra adentro y fuera de la cárcel, así como para recordar las experiencias de su juventud.
Así lo recuerda Gustavo:
Cuando voy al Cereso ya se había dado el Concilio Maya. Pasa un tiempo y a quienes estaban fuera los invito a un programa de radio: ‘Platicando con la Generación X’. Hubo dos capítulos para hablar de las experiencias que vivimos. Al final del segundo, les dije: ‘¿Por qué no hacemos una asociación donde podamos ayudar a los jóvenes? Ahora hay problemas con el cristal. Muchos conocimos lo que son las drogas’. Y al darnos cuenta de que el cristal está destruyendo a los jóvenes, ¿de qué manera podemos apoyarlos con nuestros pasado, más con un pasado que es cien veces más agresivo? A todos les pareció y surgió la Vieja Escuela Yucatán.
A partir de ese acuerdo se fundó un grupo de WhatsApp que, en 2025, cuenta con al menos 60 integrantes. Los primeros eventos de Vieja Escuela se centraron en impartir charlas en los anexos y recolectar juguetes para niños de bajos recursos —más de 3 000 juguetes en la primera ocasión—. Luego atendieron llamados de ayuda mediante redes sociales, como a personas de la tercera edad “que no tenían para pagar su luz” o que necesitaban reparaciones en casa. “En una de las primeras actividades ayudamos a una chica con parálisis llevando despensa y pañales. Desde entonces se ha hecho bastante”.



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Maricela Tamayo es la patrona de la Santa Muerte en la Melitón Salazar, un antiguo barrio “pesado” de Mérida. Tiene 70 figuras de la santa; ha viajado a la Ciudad de México a los “eventos” de esta deidad. Las figuras son de varios colores. Una chica, que pide no incluir su nombre, dice que le llevó un Gerber a su bebé fallecido. Otras personas —de diferentes generaciones y vestimentas; cholos, adolescentes, personas de la tercera edad— se acercan a ofrendarle, solicitarle salud, amor, dinero. Pedirle por quienes aman y se encuentran enfermos. Rogarle por un futuro mejor. Es un ambiente tranquilo, una casa azul saturada de incienso
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Maricela abre las puertas de su casa para este rezo masivo, en donde Dj Bogie —Álvaro David Valdez Martín, de 41 años—, integrante de Vieja Escuela Yucatán, pone rolas en la tornamesa. Narra que él fue de la Sur 13 desde los 18 años. Es un artista: aparte de dedicarse a pinchar discos, pinta, grafitea, diseña playeras con frases que reivindican el sureste de México. Él creció en el sur de Mérida. Entrar a las pandillas era casi un hecho natural. Por esto mismo se dedica a dos ramas principales del hiphop: grafiti y música. Empezó con los “placazos” en su barrio para defender el territorio.
—¿Cómo llegaste a Vieja Escuela?
—A través de los cuates con los que nos reuníamos antes en pandilla. Hoy en día todos ya tienen sus chambas, sus familias. Yo me enfoqué en la pintura. Pero con ellos hace unos años nos organizamos para hacer recaudaciones. Soy dj y siempre apoyo con eso.
Con 11 años de experiencia, Bogie pone música en los eventos de Vieja Escuela. También pinta murales con causa. Habla de uno en particular que hizo en el Arca de Noé, un centro de rehabilitación. “La pintura me rescató para no meterme en broncas”, dice Bogie y menciona a una retahíla de amigos que se enfocaron en el arte. Frente a nosotros hay 20 sillas con personas sentadas, viendo los rezos. “Llevo un rato pintando. He hecho de todo. Lo que más me late es hacer letras”. La música suena: “Quítame la mala vida, ya sabes que soy devoto de hace rato, mi santita”.
El altar, del sexto aniversario de la casa, es precioso: en el centro hay veladoras, frutas, dulces y pan. La figura central es una estatua de casi dos metros adornada con globos azules; viste una túnica negra y, a sus pies, junto a un número siete, un búho de cerámica mira fijamente a quienes rezan. La rodean 50 figuras. Un hombre se arrodilla, dice algo inentendible y le escupe humo a la muerte.


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Tres chicos de al menos 12 años lijan la pintura de un coche afuera de la casa de Frankel Pérez, fundador de la Florencia 13. Frankel, de 45 años, es una mole: músculos encuadrados en un cuerpo de poco más de un 1.60 m de altura. Pelón, cholo, con un tatuaje en el brazo que reza: “Pacabdreams”, el nombre de su estudio de arte urbano. Aquí vive con su esposa e hijos.
“A uno de estos chicos, que son muy buenos ‘prospectos’ y excelentes deportistas, casi lo perdemos por el hambre”, dice sobre los muchachos de afuera. “Aportar a la juventud es darle chamba, sentido de hacer las cosas, comida, posibilidades en la vida de encontrar nuevas experiencias”.
La pandilla de Frankel surgió a raíz del gusto por el estilo mexicoamericano. Al principio, influenciados por películas extranjeras y por la indumentaria que usaban los deportados de Estados Unidos, él y un grupo de amigos, adictos a la música y a la cultura hiphop, iban a los bailes del centro de Mérida, en el parque Santa Lucía. Vestidos de cholos se acercaban a las personas de tercera edad que bailaban danzón.
“Nos gustaba ver sus trajes. Catrines, como Tin Tan. Nos sentíamos bien porque regresábamos a esa época donde se enlazaba lo cholo, lo catrín, lo elegante, lo pachuco, lo salvaje. Nos hacía sentir gánsteres, pandilleros, mafiosos. Ya luego empezamos a traer diferentes tipos de vestimentas. Todo iba bien hasta que nos encontramos con personas que tenían otros ideales. Era normal, lo lógico. Ahí surgieron las broncas”, detalla el artista expandillero.
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Estamos en el estudio de Frankel. Le tatuará a un amigo un dragón negro, de corte oriental. Narra cómo la Sur 13 se volvió una de las pandillas más importantes del estado de Yucatán: la regulaban principios éticos como “no dejar morir a los homies”, “rescatarlos de las drogas”, “estar siempre firmes”. También habla sobre el consumo exacerbado de drogas. Hoy las pandillas no tienen las reglas de antes; están más drogadas. El cristal, las sustancias adulteradas con fentanilo, llegaron a cambiarlo todo. En algunos casos, durante las charlas que imparte la Vieja Escuela Yucatán en anexos, encontraron niños adictos.
Vemos niños de 11 años fumando piedra y cristal. Ves adolescentes que pueden ser buenos prospectos en el barrio: que pueden tener familia, que pueden salir adelante, una estabilidad, educar a sus hijos para que tengan una mejor vida. Y es difícil cuando sabes que ya ganó la batalla la piedra o el cristal. Los ves pepenando con tal de consumir más, las caras demacradas, zombis, muertos en vida. Sabes que perdiste la batalla con ese adolescente. Para mí es un ‘prospecto’ porque siempre los he querido a todos como mis hijos, los he adoptado, apoyado, tratado bien. Les he enseñado a tener carácter y que más adelante se vuelvan personas responsables.
Hace ocho años Frankel perdió a “Sodas”, un chico que trabajaba en el estudio de Pacabdreams. Con la formación de Frankel ejercía la aerografía, el tatuaje, el muralismo. Murió cuando resguardaba, por 300 pesos, una casilla de votación.
Por eso odio la política. Es una etapa en la que he odiado la política y la corrupción que se maneja en nuestro país. Fue a defender la casilla, alguien sacó un arma corta y le disparó en el pecho, plomo en el corazón. Justo ese día me dijo que estaba contento porque iba a recibir su equipo de tatuaje, que se lo traía su papá. Su papá trabaja de buzo, en el arte de pescar langostas. Imagínate todas las veces que se sumergió para conseguirle el equipo a su hijo. Me pesa saber que estaba conmigo, que estaba seguro. Él hasta se había burlado de los muchachos que pensaban ir. Dijo: ´Yo a qué voy a ir a ese lugar si ya tengo todo’. Ya ves cómo funciona la vida, dios o el diablo. Él tenía 17 años.
Frankel es un artista. Los miembros de la pandilla lo reconocen por su participación en el programa de TV internacional Tunéame la nave, donde se reparaban autos en pésimas condiciones. Él es experto en aerografía, producción musical, tatuaje. Desde la fundación de la pandilla, los “Macizos” de la Sur 13, gente que se había metido en asuntos “densos”, le reconocieron que tenía un don y debía aprovecharlo. Le dijeron: “No estás fuera de la pandilla, sino que eres nuestro representante del arte”. En realidad, lo que representa por medio de la aerografía es la cultura chola y chicana entera.
Frankel dio clases de arte gratuitas en el Cereso, luego de haberse ganado el reconocimiento de otros líderes. Esas amistades, surgidas dentro y fuera de la cárcel, unió aún más a quienes fueron enemigos. Neighborhood y Sur 13, históricamente en disputa, finalmente dialogaron. Otro punto: el amor surgió y se formaron parejas entre hombres y mujeres de distintas clicas. “Se ha logrado apaciguar. Sí hubo sus muertos, sus enfrentamientos, pero hoy por hoy todo cambia, y el que da la voz a que se arreglen las cosas es Dios. Es irónico, pero, en cuanto a mi esposa… su primo hermano es el jefe de la Neighbor […] Ahora, las otras líneas, los jóvenes, tienen ese calor, tienen esa ira, y si se topan con alguien… son cosas que a veces queremos evitar. Pero todos tenemos que cruzar por ese amplio camino que significa ser pandillero”, resume el artista.
—¿Cuál es tu mejor arma para apoyar a la juventud?
—Uso la música. Para apoyar a los chavos, a los adolescentes. Ya viste cómo está el problema de la droga. Es una forma de jalarlos para que se enfoquen en otras cosas. Tenerlos ahí un momento ya es ganancia.
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Es el 26 de noviembre de 2024. Un portón metálico nos da acceso a un evento clandestino: el Malandrozos Fest, la máxima representación de la música hiphop sureña en el estado de Yucatán. La invitación se manda el mismo día para evitar presencias incómodas. Suena Cypress Hill, antes de que arranquen las bandas locales. Llegamos por invitación de Frankel Pérez: un acceso privilegiado.
Estamos en una sala de fiestas: piscinas, toldos bajo los cuales hay decenas de cholos. Cabezas rapadas con el número 13. Pantalones tumbados, algunos rozando el suelo. Yerseis azules, blancos y negros. Lentes en diferentes posiciones. “Estos camaradas son banda, son periodistas, estarán cubriendo este evento”, nos presenta Frankel. Recibimos un aplauso y, cuando el fotógrafo enfoca a la multitud, surgen varias manos: forman el uno y el tres como saludo. La 13 surge por la posición de la letra M en el abecedario: M de mexicano.
Hablo con varios integrantes de las bandas. Sus testimonios, a continuación, dan cuenta de un cambio generacional: la paz impera, la música impone un ritmo de vida mejor.

Big Rick, músico de Pacabrones
Soy Big Rick, Ricardo Benítez. Tengo 30 años, originario de Pacabtún. Compongo y hago música, hiphop. Hago música desde hace 12 o 13 años, carnalito. Al principio fue algo banal, algo que quería hacer, después le metí más seriedad porque hubo gente que me apoyó. Nosotros representamos a los Sureños 13, carnal, y a la 623, que es Fidel Velázquez-Pacabtún, un movimiento que nosotros hicimos. La 6 es la F en el abecedario y la 26 es la V. Mi hermanito que está aquí fue el primero en cantar hiphop. Él fue el primero, el Yayo Lp, e inició este pedo con Frankel en Clandestino Kingdom Records. La música me quita todo lo malo. Tengo familia, tengo hijos, tengo esposa, juego fucho. Estoy sobres en todo. La música es mi manera de expresar lo que he vivido. No me arrepiento de nada de lo que he pasado. La música, lo que he vivido, me define como persona, y me ha ayudado un chingo para mejorar como padre, hijo y hermano. Mi familia también representó el movimiento. Mis tíos son ʻLos Capricesʼ que en su tiempo representaban 65. En mi tiempo fue X3 y en el tiempo de mis tíos 3C. Es el mismo movimiento, carnal, puro sureño, lo que cambia es la historia. Mi canción favorita de Los Pacabrones es la de ʻOlvidoʼ, la acabamos de subir. Me gusta porque me gusta la letra y porque, aparte, salió mi esposa en el video. A güevo.
Yair Benítez, músico de Pacabrones
Mi nombre es Yair Benítez, me dicen Yayo LP. Tengo 23 años, nací en el 2001. El Malandrozos Fest es una descripción de nosotros, carnal: que podemos hacer una fiesta y que todos se la pasen chido, tranquilo, que la banda se lleve un buen recuerdo. La música para mí es vida porque no solo escucho rap, sino todo tipo de música. Siento que la música es una herramienta para mí en todos los sentidos: para la tristeza, la felicidad, para la malandreada. Ahí me expreso. Al menos por mi barrio somos la última generación: ahora las pandillas son más que nada drogas […] El cristal es una broncota, está jodiendo ahora a mucha raza. Ahora vas a todos los barrios, carnal, a todos, no solo el mío, y ves a la banda que ya está como zombis; muchos dones [señores], homies de mi clica que están igual.
Álex Xólotl, tatuador consagrado
Tengo 26 años, me dedico a tatuar y mi estilo es, más que nada, realismo a color, carnal. Soy de Tabasco, ahí tatúo actualmente, pero por cuestiones de trabajo y de viajar con la banda, actualmente estoy con la banda de Mérida apoyando el Malandrozos Fest. Para mí el arte del tatuaje es una manera de transmitir, dejar algo de mí en el mundo. He entendido que soy un artista, que merezco estar donde estoy.
Comando Doce (por los 12 pasos de rehabilitación). Tres integrantes hablan simultáneamente: Blaner, Morro y Genio
Venimos de un centro de rehabilitación, carnal. Ahí nos conocimos y se dio la ʻconectaʼ de que cada quien hacía rimas. Y a través de las vivencias que hemos tenido con las adicciones, pandillas, experiencias callejeras, expresamos el día de hoy la música que tenemos nosotros a través de sugerencias para que la pandilla sepa lo que es vivir en adicción. La música para nosotros es vivir, sentir cada letra que cantamos, cada verso que tiramos. Porque claro: para poder cantarlo primero tuvimos que vivirlo, la realidad en el hiphop ya lo vivimos y hoy en día intentamos dar un mensaje en cada una de las canciones. Cultura urbana yucateca, para ayudar a otras personas para que no pasen lo que nosotros pasamos.
DKA, músico
Soy el loco DKA, de Campeche, de Santa Licha, tengo 29 años. Represento a la Sur 13 de Santa Licha, la clica Lost Batos. Me dedico totalmente a la música, carnal, para mí es el sentido de mi vida, de mi cultura, de mi esencia, es mi refugio. En lugar de enfocarme en todo lo malo, me enfoco en la música. Todo lo escribo en una hoja, lo monto en un beat y es un desahogo. No todo es de drogas y pandillerismo, sino que hay un mensaje, una vida. Para mí el Malandrozos Fest es un evento donde se juntan diversos elementos de nuestra cultura: el grafiti, el dj, el rap que hacemos nosotros. Es una familia más que un gran evento.
Chacal MH, músico
Mi nombre es Chacal MH. Con el Malandrozos Fest tratamos de crear un evento más allá de lo normal, de lo de siempre, intentamos conjuntar a gente que tiene otros talentos además de la música. La aerografía, la pintura, los tatuajes y la música. Lo que reúne es el movimiento urbano. Yo empecé hace tres años a producir música y ahí vamos, aferrados. Se ha vuelto algo fundamental para mí, antes era por cotorreo, por estar con la banda, ahora lo hacemos algo más serio, que la gente lo vea como un trabajo de bastantes personas, que todos vean lo que lleva hacer una canción desde la composición hasta las personas, los instrumentos y todo. La música cambió mi vida, me alejó de algunas cosas. No sé si ahora estaría muerto, pero sí andaría mal.
Mr. Dan, músico
Soy el pinche Mr. Dan. Daniel Canto Ramos, tengo 31 años y soy de Mérida, Yucatán. La música significa bastante, me ha ayudado en muchas cosas, empecé desde hace tiempo, pero no la ejercía por drogas. Le tuve que parar para ahora ir sobres. Soy solista, el Mr. Dan de la Melitón Salazar, de Mérida. Soy de la Sur 13. Las pandillas han cambiado, está más tranquilo. Anteriormente había riñas, ahora están más templadas las aguas. Pero seguimos representando: la ropa, lo cholo, la vestimenta, el paliacate azul, pelón, placazo de Sur 13 y todo, carnal. Si tuviera que darle un mensaje a la sociedad les diría que se enfoquen en lo que necesitan, en lo que quieren y no en pandillas. Las pandillas te llevan a algo malo, pero también te ayudan a aprender las jugadas. La pandilla es una familia que siempre te abre las puertas, siempre cotorreando en la esquina. El amor que no hay en la casa lo buscamos en la calle, carnal.
Pasajero Loco, músico
Soy el Pasajero Loco, tengo 35 años, perros, y vengo con todo directamente desde Jalisco. La música es parte de mi vida y es el tiempo convertido en melodía. Como lo dije: yo soy la voz de las personas que en mi barrio desaparecieron. A través de la música expreso mis incomodidades, las infidelidades que he tenido conmigo mismo como persona. Somos seres imperfectos. Lo bueno y lo malo se juntan. Lucho por el derecho de tener. Lucho por cada una de las personas que están en el rap, que se dedican a hacer música, que son dj, presentadores, conductores, raperos, escritores. Creo que todos hacen un gran cambio en esta música. Tengo dos hijas y para mí es un deleite mostrarles la cultura de hiphop, las he llevado a los eventos. Para que disfruten y vean que, aunque tuvimos una vida mala, el futuro existe, y podemos aportar mucho. Tengo una hija con autismo, es un placer tenerla, me enseña día con día porque la paciencia es la virtud de cada hombre. Cuando hay momentos donde quisiera tirar la toalla, volteo a verla, sonrío y sigo adelante. Esto es para que no se repita lo malo que hicimos.
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El consumo problemático de cristal —metanfetamina— ha provocado hacinamiento en el Hospital Psiquiátrico de Yucatán. Hace un año entrevisté a dos enfermeros, con más de 15 años en la institución, que me advirtieron de la “psicotización” de la juventud. “No tenemos abasto y cada vez habrá más violencia”, coincidieron. Las drogas están generando brotes de esquizofrenia, de ataques violentos.
Los integrantes de Vieja Escuela están igualmente en estado de alerta. Insisten en que es un fenómeno que no habían vivido. Hace menos de un mes, en la localidad de Tekit, al sur de Yucatán, la gente linchó y quemó vivo a un joven porque mató a una adulta mayor, supuestamente empujado por el consumo de sustancias. ¿Cuántas veces hemos visto hechos como este en el estado más “pacífico” de México? Por otra parte, proliferan en redes notas y videos de personas con machetes, alteradas por el consumo. Y pienso: ¿un grupo de expandilleros, antiguos enemigos, actualmente padres de familia, artistas y músicos talentosos, líderes sociales, es la única trinchera que queda para combatir la problemática? Parece que sí. Al menos, son los únicos que lo intentan.
El consumidor de cristal sufre alucinaciones. Estoy en un patio cubriendo parte de esta crónica. Un chico de 20 años fuma cristal, insiste en que fume con él. Invade mi espacio, no se aleja. Veo más chicos sentados a un metro de distancia. Sin temor le digo que no, que no hace falta. Habla de su hijo, un bebé; de lo que le gustaría hacer en el futuro: producir música. Repite que él es un “duende” que protege a su gente. Cuando salgo del sitio, pensando si la escena anterior es parte de un síntoma social, si vale la pena contarla, miro una libreta en la que el chico había creado una supuesta canción —habló varios minutos de esto—, y en la que solo escribió varias veces la palabra “duende”. Si se encontrara con un expandillero de Vieja Escuela, aquellos que han sido estigmatizados como maleantes o gente peligrosa —y que han pagado su “deuda con la sociedad” por ello—, estoy seguro de que lo sacaría adelante, que lo apoyaría para convertirse, como dijo Frankel, en “un buen prospecto”.
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En 2006, varios líderes pandilleros se sentaron a dialogar en una cárcel de Mérida, Yucatán. Tras décadas de riñas, se preguntaron: “¿En serio queremos heredar nuestros problemas a la siguiente generación?”. Así nació el Concilio Maya, una <i>pax pandillera</i> modelo.
Motos, camionetas. Sentado sobre la puerta de la batea de una pick up, sigo con la vista a Manuel Magaña, un expandillero que lleva regalos de Reyes Magos a las zonas de invasión en Mérida, Yucatán. Son galpones, casas de lámina construidas en el monte. Por disputas políticas, hay quienes las incendian para expulsar a sus pobladores, los más pobres de la ciudad. Los nombres de las barriadas son La Conejera, Henry Martín —el futbolista del América—, Renacimiento Maya. Nuestra caravana está protegida por dos cholos motorizados. Las paredes portan, aún, las “placas” o firmas de identidad de las pandillas, en especial de la Sur 13, antiguos rivales de la Neighborhood, de la que Manuel fue líder.
“Esto lo hacemos para devolverle a la sociedad”, dice Manuel, quien hoy en la comitiva encabeza la representación de Vieja Escuela Yucatán, una suerte de consorcio formado por antiguos rivales pandilleros. La semilla de la integración de la alianza se plantó en 2006, en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida. Su contexto es una tregua con nombre propio: Concilio Maya.
Un payaso —antes un neighbor— entrega regalos a los niños de la zona. Las camionetas se detienen, decenas de personas bajan y piden que se formen filas. Parece que todos conocen a Manuel; lo saludan y abrazan. Él reparte, además de juguetes, sombreros, ropa, dulces. “Cotorrea” con las señoras. “¿Quién se quiere llevar a esta señora? ¡A la una, a las dos, a las tres!”. Hace chistes que provocan la risa de la caravana completa. En una zona de invasión donde el sol pega de lleno en las casas de bahareque y lámina, cuyas paredes están tapiadas con pedazos de cartón y rematadas con corcholatas, aparece una mujer vestida como guardia de seguridad de algún negocio. “¡Miren, aquí hasta tenemos seguridad privada!”, grita Manuel.
Manuel, de 41 años, ha trabajado desde los 12 en los mercados principales de Mérida: Lucas de Gálvez y San Benito. Dice que de bebé creció “envuelto en hojas de plátano”. Sus padres vendían frutas, ropa, rasuradoras, naftalina. Su implicación en la Neighborhood no fue menor: fundó la Banda Mercado Loco (BML), la fracción más grande de aquella pandilla surgida a principios de los noventa en Mérida. Su identidad está marcada por la bola 8 del billar: Manuel lleva una tatuada en el brazo.

—¿Qué significa la bola 8?
—Era un rosario al que le quitábamos la cruz y le poníamos la bola 8 del billar. La letra número 8 del abecedario es la H. En conjunto nosotros hacíamos una placa con el número 148: 14 por la N y 8 por la H. Éramos Real 148 que significaba Neighborhood en siglas. Nuestra vestimenta era camiseta azul de cuadros con pantalón caqui. Siempre tumbados, cholos.
Cholos que intentan contribuir al mejoramiento de la sociedad. Expresidiarios, exmaleantes que viajan a comisarías para llevar medicamentos. Los que, tras fenómenos meteorológicos destructivos, ayudan a personas en condiciones de precariedad a reconstruir sus casas. Hombres que fueron juzgados como antisociales, y hoy van a anexos para hablar sobre los peligros del pandillerismo y la adicción a las drogas.
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Manuel Magaña pasó casi 20 años en la cárcel. Allí se convirtió en una de las piezas clave para cambiar el panorama del pandillerismo en el estado. Junto con miembros de pandillas rivales —Sur 13, la BOF (Brothers of Family), la South Side, entre otras—, participó en la creación del Concilio Maya: el acuerdo que logró desactivar los conflictos en el interior del Cereso de Mérida y en las calles. El proyecto tuvo continuidad. En 2021, líderes, miembros y exmiembros de pandillas desarrollaron, a partir del Concilio Maya, el proyecto de activismo Vieja Escuela Yucatán. Resulta surrealista ver a una comitiva de cholos viajando a comisarías paupérrimas para entregar medicamentos, reconstruir casas, entregar despensas, ayudar a personas de la tercera edad. Pero es, también, un arco de redención, la muestra de la solidaridad colectiva. Lo que surge luego de la ira.
“En esa mesa había dos mil años de cárcel”, dice riendo Manuel, cuando recuerda la reunión entre líderes pandilleros en el Cereso de Mérida. Desde que él fue privado de la libertad en 2003 se desataron los conflictos, los conatos de lucha. Hubo agresiones fuertes. Pero recuerda: “Allí, entre los principales líderes de pandillas, los puntos más importantes, nos dimos cuenta [de] que había más cosas que nos unían que las que nos separaban: la familia, defender a los nuestros, cambiar a las nuevas generaciones. Nos unió la identidad yucateca, maya”.

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Desde su origen, las pandillas han sido núcleos de resistencia. ¿Qué convoca a cientos, a veces miles de personas, alrededor de la indumentaria chola, la placa (los números que representan), la violencia? ¿Qué no vemos de las pandillas? ¿Demuestran rasgos de una sociedad que tiende, por inercia, al desprecio de lo “otro”, de lo distinto? En todo caso, a lo largo de tres meses vi a exlíderes pandilleros haciendo más activismo que muchos políticos. Encontré talentos musicales. Muchos dijeron: “No es una pandilla, son mi familia”. O también: “Ellos han sido los únicos que me entienden y apoyan”. Maleantes, malandros, vagos, vándalos: existen decenas de motes peyorativos. Para mí llanamente se trata de “puro macizo”.
“Desde una perspectiva antropológica, las pandillas son microsociedades”, dice el antropólogo Édgar Rodríguez Cimé, autor de Aviéntense todos: radiografía de las bandas urbanas en Mérida (1997) y Culturas juveniles en el mayab (2008), los primeros análisis completos del pandillerismo en Mérida. Édgar entrevistó a buena parte de los actuales integrantes de Vieja Escuela Yucatán.
Yo mismo fui pandillero, Mateo. En ese entonces no eran pandillas sino las ‘brozas’: nos unía nuestra colonia, la pobreza, las ganas de divertirnos. Éramos, desde la mirada del prejuicio, del poder, ‘los wiros’, ‘los sin futuro’. Pero también fuimos futbolistas talentosos, estudiantes, licenciados. En el caso de las ‘gangas’ —clicas o pandillas derivadas de la influencia de lo pachuco y lo chicano— nosotros trabajamos desde la música con esas juventudes. Antes, con el Consejo Nacional Juvenil, donde trabajé, intentamos hacer lo que están haciendo los chavos de Vieja Escuela Yucatán: apoyar a la juventud para fomentar intereses artísticos.
A donde va Manuel llama la atención. Es una figura importante, un líder. La gente lo identifica, lo abraza. Es igual de querido en el mercado, en el tianguis —donde actualmente trabaja— que en las zonas más pobres de Mérida. Es, a su vez, un ejemplo de superación: la prisión, los grandes errores cometidos, no son el fin de la vida. A principios de 2000 controlaba a más de mil personas en todo Yucatán. Era un pandillero “firme”, el primero en “brincar a los putazos”, que apoyaba a su gente a no consumir drogas duras. El mercado de Lucas de Gálvez era un punto estratégico. “Todos los contras —pandilleros de otras bandas— pasaban por ahí en algún momento. Casa de jabonero: lo que no cae, resbala. Los seguíamos desde que bajaban de los camiones”.
Manuel, en pocas palabras, dirigía el mercado; hasta apoyó a integrantes de la Neighbor para trabajar allí. Se incorporó a las filas del pandillerismo desde los 15 años. Estuvo en la correccional, luego en la cárcel. La Neighborhood fue una de las pandillas más grandes y temidas en el estado. Durante la primera década del siglo los conflictos entre integrantes neighbors y sureños dejó muertos, personas en prisión y otras pérdidas; se atacaban con cuchillos, bates, machetes, bombas molotov y, en contadas ocasiones, armas de fuego. En los principales eventos de Mérida, como el Carnaval o la Feria de Xmatkuil, Manuel llegó a liderar a más de 800 personas. Era la pandilla con más problemas. Dominantes, con tanto terreno ganado, en donde hubiera un neighbor surgía el conflicto. Pero todo poderoso le sirve a un poderoso más arriba.
Nos sentíamos los dueños, siempre causando temor. Yo soy chaparrito y tener mil cabrones atrás de mí me hacía sentir gigante. Hacemos, deshacemos, ¡te sientes Juan Camaney, cabrón! Claro, hubo tantas formas de decirme a mí mismo: bájale. Algún día te vas a meter en un problema. Y, fíjate: al mover una cantidad de gente tan grande como teníamos, nos buscaban autoridades políticas para los famosos grupos de choque. Teníamos ciertos paros. Pon tú: ‘Ah, cayó por lapidar una casa’. Nos hacían el paro y salíamos [de los separos]. O cayó por lesiones y pandillerismo. Y nos hacían el paro (los grupos políticos). En ese entonces nos decían, porque venían las elecciones: ‘Mientras no caigas por homicidio o algún delito por el que no se pueda hacer nada, se te va a apoyar’. Y órale, a romper madres, robar votos; la realidad es que no nos dábamos cuenta de que nos utilizaban, que éramos los peones del tablero.
Pero esos tiempos pasaron. “La vida loca”, “muero por mi clica”, “firmes hasta la muerte” le cobraron a Manuel una factura de casi dos décadas en prisión. El tiempo fue diluyendo su liderazgo de fuerza. Manuel se aisló, estuvo solo; muchos criticaron su iniciativa de colaborar para cambiar la violencia del estado. No desistió. En prisión, además de participar en muchos proyectos culturales, se rehabilitó de las adicciones. “Pensé en mi familia. Esa es la única pandilla que se queda al final contigo. Me alejé de todo”. Por sus gestiones y las de otros integrantes, la cárcel se culturalizó. Con el Concilio Maya llegaron los conciertos, presentaciones de libros —como el de Édgar Rodríguez—, convivencias, así como la confianza del director del Cereso, Francisco Javier Brito Herrera, a quien no logré contactar por medio del Departamento de Comunicación del Gobierno.



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Fuera de prisión, una persona clave para consolidar Vieja Escuela Yucatán fue Gustavo Rosado, “La Mazkara”, exmiembro de la pandilla Florencia 13. Habla desde su cabina de radio. Ha sido locutor por 16 años. Antes, como líder pandillero, al principio de 2000, dirigía la zona norte de la ciudad de Mérida: Carranza, Las Águilas, La Maya y otras colonias vecinas. Explica que la pandilla se estructuraba en torno a un “cerebro”, que daba instrucciones a dos elementos de confianza. Se organizaba una reunión de cerebros con los líderes clave de la pandilla. Durante las juntas, en las que llegaban cientos de jóvenes, no se permitía el consumo de drogas, una de las normas que se perdieron con el paso de los años. ¿Había altos niveles de violencia? Por supuesto. Otro expandillero me habló de las “misiones” para ganarse la clecha —tatuajes y grados de jerarquía en la pandilla—. Tenían diferentes niveles de dificultad; iban desde el robo hasta el intento de homicidio.
En esa época había un objetivo: unirse para ir en contra del enemigo. La banda rival, la más dura además de nosotros, era la banda de Manuel Magaña, la Neighborhood. Estuve tres años involucrado. Y lo abandoné por malas experiencias. Entré y salí de la correccional; algunas veces estuve en los separos por conflictos, pleitos. Cuando decidí apartarme me enfoqué en lo que siempre me había gustado en realidad. Yo ya destacaba por el liderazgo. Era bueno como bailarín, cantante, no le tenía pena al micrófono. Me dedico a conducir y a animar las tardeadas en las discotecas y después trabajé muchos años para una cervecería. Finalmente entré a la radio, que fue algo que soñé desde niño, abunda Gustavo.
Enfocado en la producción radial, Gustavo tuvo un acercamiento con autoridades del Cereso, que le abrieron la puerta para conducir eventos musicales. Dialogó con sus antiguos rivales. Todos, como condición en común, querían reivindicarse a expensas del pasado, y les resultaba importante hablar de él como una advertencia para la juventud. El primer acercamiento en la cárcel derivó en un programa de radio en el que líderes que estuvieron (o no) privados de la libertad narraron cómo se logró un acercamiento para enterrar el hacha de guerra adentro y fuera de la cárcel, así como para recordar las experiencias de su juventud.
Así lo recuerda Gustavo:
Cuando voy al Cereso ya se había dado el Concilio Maya. Pasa un tiempo y a quienes estaban fuera los invito a un programa de radio: ‘Platicando con la Generación X’. Hubo dos capítulos para hablar de las experiencias que vivimos. Al final del segundo, les dije: ‘¿Por qué no hacemos una asociación donde podamos ayudar a los jóvenes? Ahora hay problemas con el cristal. Muchos conocimos lo que son las drogas’. Y al darnos cuenta de que el cristal está destruyendo a los jóvenes, ¿de qué manera podemos apoyarlos con nuestros pasado, más con un pasado que es cien veces más agresivo? A todos les pareció y surgió la Vieja Escuela Yucatán.
A partir de ese acuerdo se fundó un grupo de WhatsApp que, en 2025, cuenta con al menos 60 integrantes. Los primeros eventos de Vieja Escuela se centraron en impartir charlas en los anexos y recolectar juguetes para niños de bajos recursos —más de 3 000 juguetes en la primera ocasión—. Luego atendieron llamados de ayuda mediante redes sociales, como a personas de la tercera edad “que no tenían para pagar su luz” o que necesitaban reparaciones en casa. “En una de las primeras actividades ayudamos a una chica con parálisis llevando despensa y pañales. Desde entonces se ha hecho bastante”.



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Maricela Tamayo es la patrona de la Santa Muerte en la Melitón Salazar, un antiguo barrio “pesado” de Mérida. Tiene 70 figuras de la santa; ha viajado a la Ciudad de México a los “eventos” de esta deidad. Las figuras son de varios colores. Una chica, que pide no incluir su nombre, dice que le llevó un Gerber a su bebé fallecido. Otras personas —de diferentes generaciones y vestimentas; cholos, adolescentes, personas de la tercera edad— se acercan a ofrendarle, solicitarle salud, amor, dinero. Pedirle por quienes aman y se encuentran enfermos. Rogarle por un futuro mejor. Es un ambiente tranquilo, una casa azul saturada de incienso
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Maricela abre las puertas de su casa para este rezo masivo, en donde Dj Bogie —Álvaro David Valdez Martín, de 41 años—, integrante de Vieja Escuela Yucatán, pone rolas en la tornamesa. Narra que él fue de la Sur 13 desde los 18 años. Es un artista: aparte de dedicarse a pinchar discos, pinta, grafitea, diseña playeras con frases que reivindican el sureste de México. Él creció en el sur de Mérida. Entrar a las pandillas era casi un hecho natural. Por esto mismo se dedica a dos ramas principales del hiphop: grafiti y música. Empezó con los “placazos” en su barrio para defender el territorio.
—¿Cómo llegaste a Vieja Escuela?
—A través de los cuates con los que nos reuníamos antes en pandilla. Hoy en día todos ya tienen sus chambas, sus familias. Yo me enfoqué en la pintura. Pero con ellos hace unos años nos organizamos para hacer recaudaciones. Soy dj y siempre apoyo con eso.
Con 11 años de experiencia, Bogie pone música en los eventos de Vieja Escuela. También pinta murales con causa. Habla de uno en particular que hizo en el Arca de Noé, un centro de rehabilitación. “La pintura me rescató para no meterme en broncas”, dice Bogie y menciona a una retahíla de amigos que se enfocaron en el arte. Frente a nosotros hay 20 sillas con personas sentadas, viendo los rezos. “Llevo un rato pintando. He hecho de todo. Lo que más me late es hacer letras”. La música suena: “Quítame la mala vida, ya sabes que soy devoto de hace rato, mi santita”.
El altar, del sexto aniversario de la casa, es precioso: en el centro hay veladoras, frutas, dulces y pan. La figura central es una estatua de casi dos metros adornada con globos azules; viste una túnica negra y, a sus pies, junto a un número siete, un búho de cerámica mira fijamente a quienes rezan. La rodean 50 figuras. Un hombre se arrodilla, dice algo inentendible y le escupe humo a la muerte.


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Tres chicos de al menos 12 años lijan la pintura de un coche afuera de la casa de Frankel Pérez, fundador de la Florencia 13. Frankel, de 45 años, es una mole: músculos encuadrados en un cuerpo de poco más de un 1.60 m de altura. Pelón, cholo, con un tatuaje en el brazo que reza: “Pacabdreams”, el nombre de su estudio de arte urbano. Aquí vive con su esposa e hijos.
“A uno de estos chicos, que son muy buenos ‘prospectos’ y excelentes deportistas, casi lo perdemos por el hambre”, dice sobre los muchachos de afuera. “Aportar a la juventud es darle chamba, sentido de hacer las cosas, comida, posibilidades en la vida de encontrar nuevas experiencias”.
La pandilla de Frankel surgió a raíz del gusto por el estilo mexicoamericano. Al principio, influenciados por películas extranjeras y por la indumentaria que usaban los deportados de Estados Unidos, él y un grupo de amigos, adictos a la música y a la cultura hiphop, iban a los bailes del centro de Mérida, en el parque Santa Lucía. Vestidos de cholos se acercaban a las personas de tercera edad que bailaban danzón.
“Nos gustaba ver sus trajes. Catrines, como Tin Tan. Nos sentíamos bien porque regresábamos a esa época donde se enlazaba lo cholo, lo catrín, lo elegante, lo pachuco, lo salvaje. Nos hacía sentir gánsteres, pandilleros, mafiosos. Ya luego empezamos a traer diferentes tipos de vestimentas. Todo iba bien hasta que nos encontramos con personas que tenían otros ideales. Era normal, lo lógico. Ahí surgieron las broncas”, detalla el artista expandillero.
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Estamos en el estudio de Frankel. Le tatuará a un amigo un dragón negro, de corte oriental. Narra cómo la Sur 13 se volvió una de las pandillas más importantes del estado de Yucatán: la regulaban principios éticos como “no dejar morir a los homies”, “rescatarlos de las drogas”, “estar siempre firmes”. También habla sobre el consumo exacerbado de drogas. Hoy las pandillas no tienen las reglas de antes; están más drogadas. El cristal, las sustancias adulteradas con fentanilo, llegaron a cambiarlo todo. En algunos casos, durante las charlas que imparte la Vieja Escuela Yucatán en anexos, encontraron niños adictos.
Vemos niños de 11 años fumando piedra y cristal. Ves adolescentes que pueden ser buenos prospectos en el barrio: que pueden tener familia, que pueden salir adelante, una estabilidad, educar a sus hijos para que tengan una mejor vida. Y es difícil cuando sabes que ya ganó la batalla la piedra o el cristal. Los ves pepenando con tal de consumir más, las caras demacradas, zombis, muertos en vida. Sabes que perdiste la batalla con ese adolescente. Para mí es un ‘prospecto’ porque siempre los he querido a todos como mis hijos, los he adoptado, apoyado, tratado bien. Les he enseñado a tener carácter y que más adelante se vuelvan personas responsables.
Hace ocho años Frankel perdió a “Sodas”, un chico que trabajaba en el estudio de Pacabdreams. Con la formación de Frankel ejercía la aerografía, el tatuaje, el muralismo. Murió cuando resguardaba, por 300 pesos, una casilla de votación.
Por eso odio la política. Es una etapa en la que he odiado la política y la corrupción que se maneja en nuestro país. Fue a defender la casilla, alguien sacó un arma corta y le disparó en el pecho, plomo en el corazón. Justo ese día me dijo que estaba contento porque iba a recibir su equipo de tatuaje, que se lo traía su papá. Su papá trabaja de buzo, en el arte de pescar langostas. Imagínate todas las veces que se sumergió para conseguirle el equipo a su hijo. Me pesa saber que estaba conmigo, que estaba seguro. Él hasta se había burlado de los muchachos que pensaban ir. Dijo: ´Yo a qué voy a ir a ese lugar si ya tengo todo’. Ya ves cómo funciona la vida, dios o el diablo. Él tenía 17 años.
Frankel es un artista. Los miembros de la pandilla lo reconocen por su participación en el programa de TV internacional Tunéame la nave, donde se reparaban autos en pésimas condiciones. Él es experto en aerografía, producción musical, tatuaje. Desde la fundación de la pandilla, los “Macizos” de la Sur 13, gente que se había metido en asuntos “densos”, le reconocieron que tenía un don y debía aprovecharlo. Le dijeron: “No estás fuera de la pandilla, sino que eres nuestro representante del arte”. En realidad, lo que representa por medio de la aerografía es la cultura chola y chicana entera.
Frankel dio clases de arte gratuitas en el Cereso, luego de haberse ganado el reconocimiento de otros líderes. Esas amistades, surgidas dentro y fuera de la cárcel, unió aún más a quienes fueron enemigos. Neighborhood y Sur 13, históricamente en disputa, finalmente dialogaron. Otro punto: el amor surgió y se formaron parejas entre hombres y mujeres de distintas clicas. “Se ha logrado apaciguar. Sí hubo sus muertos, sus enfrentamientos, pero hoy por hoy todo cambia, y el que da la voz a que se arreglen las cosas es Dios. Es irónico, pero, en cuanto a mi esposa… su primo hermano es el jefe de la Neighbor […] Ahora, las otras líneas, los jóvenes, tienen ese calor, tienen esa ira, y si se topan con alguien… son cosas que a veces queremos evitar. Pero todos tenemos que cruzar por ese amplio camino que significa ser pandillero”, resume el artista.
—¿Cuál es tu mejor arma para apoyar a la juventud?
—Uso la música. Para apoyar a los chavos, a los adolescentes. Ya viste cómo está el problema de la droga. Es una forma de jalarlos para que se enfoquen en otras cosas. Tenerlos ahí un momento ya es ganancia.
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Es el 26 de noviembre de 2024. Un portón metálico nos da acceso a un evento clandestino: el Malandrozos Fest, la máxima representación de la música hiphop sureña en el estado de Yucatán. La invitación se manda el mismo día para evitar presencias incómodas. Suena Cypress Hill, antes de que arranquen las bandas locales. Llegamos por invitación de Frankel Pérez: un acceso privilegiado.
Estamos en una sala de fiestas: piscinas, toldos bajo los cuales hay decenas de cholos. Cabezas rapadas con el número 13. Pantalones tumbados, algunos rozando el suelo. Yerseis azules, blancos y negros. Lentes en diferentes posiciones. “Estos camaradas son banda, son periodistas, estarán cubriendo este evento”, nos presenta Frankel. Recibimos un aplauso y, cuando el fotógrafo enfoca a la multitud, surgen varias manos: forman el uno y el tres como saludo. La 13 surge por la posición de la letra M en el abecedario: M de mexicano.
Hablo con varios integrantes de las bandas. Sus testimonios, a continuación, dan cuenta de un cambio generacional: la paz impera, la música impone un ritmo de vida mejor.

Big Rick, músico de Pacabrones
Soy Big Rick, Ricardo Benítez. Tengo 30 años, originario de Pacabtún. Compongo y hago música, hiphop. Hago música desde hace 12 o 13 años, carnalito. Al principio fue algo banal, algo que quería hacer, después le metí más seriedad porque hubo gente que me apoyó. Nosotros representamos a los Sureños 13, carnal, y a la 623, que es Fidel Velázquez-Pacabtún, un movimiento que nosotros hicimos. La 6 es la F en el abecedario y la 26 es la V. Mi hermanito que está aquí fue el primero en cantar hiphop. Él fue el primero, el Yayo Lp, e inició este pedo con Frankel en Clandestino Kingdom Records. La música me quita todo lo malo. Tengo familia, tengo hijos, tengo esposa, juego fucho. Estoy sobres en todo. La música es mi manera de expresar lo que he vivido. No me arrepiento de nada de lo que he pasado. La música, lo que he vivido, me define como persona, y me ha ayudado un chingo para mejorar como padre, hijo y hermano. Mi familia también representó el movimiento. Mis tíos son ʻLos Capricesʼ que en su tiempo representaban 65. En mi tiempo fue X3 y en el tiempo de mis tíos 3C. Es el mismo movimiento, carnal, puro sureño, lo que cambia es la historia. Mi canción favorita de Los Pacabrones es la de ʻOlvidoʼ, la acabamos de subir. Me gusta porque me gusta la letra y porque, aparte, salió mi esposa en el video. A güevo.
Yair Benítez, músico de Pacabrones
Mi nombre es Yair Benítez, me dicen Yayo LP. Tengo 23 años, nací en el 2001. El Malandrozos Fest es una descripción de nosotros, carnal: que podemos hacer una fiesta y que todos se la pasen chido, tranquilo, que la banda se lleve un buen recuerdo. La música para mí es vida porque no solo escucho rap, sino todo tipo de música. Siento que la música es una herramienta para mí en todos los sentidos: para la tristeza, la felicidad, para la malandreada. Ahí me expreso. Al menos por mi barrio somos la última generación: ahora las pandillas son más que nada drogas […] El cristal es una broncota, está jodiendo ahora a mucha raza. Ahora vas a todos los barrios, carnal, a todos, no solo el mío, y ves a la banda que ya está como zombis; muchos dones [señores], homies de mi clica que están igual.
Álex Xólotl, tatuador consagrado
Tengo 26 años, me dedico a tatuar y mi estilo es, más que nada, realismo a color, carnal. Soy de Tabasco, ahí tatúo actualmente, pero por cuestiones de trabajo y de viajar con la banda, actualmente estoy con la banda de Mérida apoyando el Malandrozos Fest. Para mí el arte del tatuaje es una manera de transmitir, dejar algo de mí en el mundo. He entendido que soy un artista, que merezco estar donde estoy.
Comando Doce (por los 12 pasos de rehabilitación). Tres integrantes hablan simultáneamente: Blaner, Morro y Genio
Venimos de un centro de rehabilitación, carnal. Ahí nos conocimos y se dio la ʻconectaʼ de que cada quien hacía rimas. Y a través de las vivencias que hemos tenido con las adicciones, pandillas, experiencias callejeras, expresamos el día de hoy la música que tenemos nosotros a través de sugerencias para que la pandilla sepa lo que es vivir en adicción. La música para nosotros es vivir, sentir cada letra que cantamos, cada verso que tiramos. Porque claro: para poder cantarlo primero tuvimos que vivirlo, la realidad en el hiphop ya lo vivimos y hoy en día intentamos dar un mensaje en cada una de las canciones. Cultura urbana yucateca, para ayudar a otras personas para que no pasen lo que nosotros pasamos.
DKA, músico
Soy el loco DKA, de Campeche, de Santa Licha, tengo 29 años. Represento a la Sur 13 de Santa Licha, la clica Lost Batos. Me dedico totalmente a la música, carnal, para mí es el sentido de mi vida, de mi cultura, de mi esencia, es mi refugio. En lugar de enfocarme en todo lo malo, me enfoco en la música. Todo lo escribo en una hoja, lo monto en un beat y es un desahogo. No todo es de drogas y pandillerismo, sino que hay un mensaje, una vida. Para mí el Malandrozos Fest es un evento donde se juntan diversos elementos de nuestra cultura: el grafiti, el dj, el rap que hacemos nosotros. Es una familia más que un gran evento.
Chacal MH, músico
Mi nombre es Chacal MH. Con el Malandrozos Fest tratamos de crear un evento más allá de lo normal, de lo de siempre, intentamos conjuntar a gente que tiene otros talentos además de la música. La aerografía, la pintura, los tatuajes y la música. Lo que reúne es el movimiento urbano. Yo empecé hace tres años a producir música y ahí vamos, aferrados. Se ha vuelto algo fundamental para mí, antes era por cotorreo, por estar con la banda, ahora lo hacemos algo más serio, que la gente lo vea como un trabajo de bastantes personas, que todos vean lo que lleva hacer una canción desde la composición hasta las personas, los instrumentos y todo. La música cambió mi vida, me alejó de algunas cosas. No sé si ahora estaría muerto, pero sí andaría mal.
Mr. Dan, músico
Soy el pinche Mr. Dan. Daniel Canto Ramos, tengo 31 años y soy de Mérida, Yucatán. La música significa bastante, me ha ayudado en muchas cosas, empecé desde hace tiempo, pero no la ejercía por drogas. Le tuve que parar para ahora ir sobres. Soy solista, el Mr. Dan de la Melitón Salazar, de Mérida. Soy de la Sur 13. Las pandillas han cambiado, está más tranquilo. Anteriormente había riñas, ahora están más templadas las aguas. Pero seguimos representando: la ropa, lo cholo, la vestimenta, el paliacate azul, pelón, placazo de Sur 13 y todo, carnal. Si tuviera que darle un mensaje a la sociedad les diría que se enfoquen en lo que necesitan, en lo que quieren y no en pandillas. Las pandillas te llevan a algo malo, pero también te ayudan a aprender las jugadas. La pandilla es una familia que siempre te abre las puertas, siempre cotorreando en la esquina. El amor que no hay en la casa lo buscamos en la calle, carnal.
Pasajero Loco, músico
Soy el Pasajero Loco, tengo 35 años, perros, y vengo con todo directamente desde Jalisco. La música es parte de mi vida y es el tiempo convertido en melodía. Como lo dije: yo soy la voz de las personas que en mi barrio desaparecieron. A través de la música expreso mis incomodidades, las infidelidades que he tenido conmigo mismo como persona. Somos seres imperfectos. Lo bueno y lo malo se juntan. Lucho por el derecho de tener. Lucho por cada una de las personas que están en el rap, que se dedican a hacer música, que son dj, presentadores, conductores, raperos, escritores. Creo que todos hacen un gran cambio en esta música. Tengo dos hijas y para mí es un deleite mostrarles la cultura de hiphop, las he llevado a los eventos. Para que disfruten y vean que, aunque tuvimos una vida mala, el futuro existe, y podemos aportar mucho. Tengo una hija con autismo, es un placer tenerla, me enseña día con día porque la paciencia es la virtud de cada hombre. Cuando hay momentos donde quisiera tirar la toalla, volteo a verla, sonrío y sigo adelante. Esto es para que no se repita lo malo que hicimos.
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El consumo problemático de cristal —metanfetamina— ha provocado hacinamiento en el Hospital Psiquiátrico de Yucatán. Hace un año entrevisté a dos enfermeros, con más de 15 años en la institución, que me advirtieron de la “psicotización” de la juventud. “No tenemos abasto y cada vez habrá más violencia”, coincidieron. Las drogas están generando brotes de esquizofrenia, de ataques violentos.
Los integrantes de Vieja Escuela están igualmente en estado de alerta. Insisten en que es un fenómeno que no habían vivido. Hace menos de un mes, en la localidad de Tekit, al sur de Yucatán, la gente linchó y quemó vivo a un joven porque mató a una adulta mayor, supuestamente empujado por el consumo de sustancias. ¿Cuántas veces hemos visto hechos como este en el estado más “pacífico” de México? Por otra parte, proliferan en redes notas y videos de personas con machetes, alteradas por el consumo. Y pienso: ¿un grupo de expandilleros, antiguos enemigos, actualmente padres de familia, artistas y músicos talentosos, líderes sociales, es la única trinchera que queda para combatir la problemática? Parece que sí. Al menos, son los únicos que lo intentan.
El consumidor de cristal sufre alucinaciones. Estoy en un patio cubriendo parte de esta crónica. Un chico de 20 años fuma cristal, insiste en que fume con él. Invade mi espacio, no se aleja. Veo más chicos sentados a un metro de distancia. Sin temor le digo que no, que no hace falta. Habla de su hijo, un bebé; de lo que le gustaría hacer en el futuro: producir música. Repite que él es un “duende” que protege a su gente. Cuando salgo del sitio, pensando si la escena anterior es parte de un síntoma social, si vale la pena contarla, miro una libreta en la que el chico había creado una supuesta canción —habló varios minutos de esto—, y en la que solo escribió varias veces la palabra “duende”. Si se encontrara con un expandillero de Vieja Escuela, aquellos que han sido estigmatizados como maleantes o gente peligrosa —y que han pagado su “deuda con la sociedad” por ello—, estoy seguro de que lo sacaría adelante, que lo apoyaría para convertirse, como dijo Frankel, en “un buen prospecto”.
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Una muestra del arte que cristaliza en Pacabdreams, estudio que ofrece salidas creativas a los jóvenes susceptibles al pandillerismo en Yucatán.
En 2006, varios líderes pandilleros se sentaron a dialogar en una cárcel de Mérida, Yucatán. Tras décadas de riñas, se preguntaron: “¿En serio queremos heredar nuestros problemas a la siguiente generación?”. Así nació el Concilio Maya, una <i>pax pandillera</i> modelo.
Motos, camionetas. Sentado sobre la puerta de la batea de una pick up, sigo con la vista a Manuel Magaña, un expandillero que lleva regalos de Reyes Magos a las zonas de invasión en Mérida, Yucatán. Son galpones, casas de lámina construidas en el monte. Por disputas políticas, hay quienes las incendian para expulsar a sus pobladores, los más pobres de la ciudad. Los nombres de las barriadas son La Conejera, Henry Martín —el futbolista del América—, Renacimiento Maya. Nuestra caravana está protegida por dos cholos motorizados. Las paredes portan, aún, las “placas” o firmas de identidad de las pandillas, en especial de la Sur 13, antiguos rivales de la Neighborhood, de la que Manuel fue líder.
“Esto lo hacemos para devolverle a la sociedad”, dice Manuel, quien hoy en la comitiva encabeza la representación de Vieja Escuela Yucatán, una suerte de consorcio formado por antiguos rivales pandilleros. La semilla de la integración de la alianza se plantó en 2006, en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida. Su contexto es una tregua con nombre propio: Concilio Maya.
Un payaso —antes un neighbor— entrega regalos a los niños de la zona. Las camionetas se detienen, decenas de personas bajan y piden que se formen filas. Parece que todos conocen a Manuel; lo saludan y abrazan. Él reparte, además de juguetes, sombreros, ropa, dulces. “Cotorrea” con las señoras. “¿Quién se quiere llevar a esta señora? ¡A la una, a las dos, a las tres!”. Hace chistes que provocan la risa de la caravana completa. En una zona de invasión donde el sol pega de lleno en las casas de bahareque y lámina, cuyas paredes están tapiadas con pedazos de cartón y rematadas con corcholatas, aparece una mujer vestida como guardia de seguridad de algún negocio. “¡Miren, aquí hasta tenemos seguridad privada!”, grita Manuel.
Manuel, de 41 años, ha trabajado desde los 12 en los mercados principales de Mérida: Lucas de Gálvez y San Benito. Dice que de bebé creció “envuelto en hojas de plátano”. Sus padres vendían frutas, ropa, rasuradoras, naftalina. Su implicación en la Neighborhood no fue menor: fundó la Banda Mercado Loco (BML), la fracción más grande de aquella pandilla surgida a principios de los noventa en Mérida. Su identidad está marcada por la bola 8 del billar: Manuel lleva una tatuada en el brazo.

—¿Qué significa la bola 8?
—Era un rosario al que le quitábamos la cruz y le poníamos la bola 8 del billar. La letra número 8 del abecedario es la H. En conjunto nosotros hacíamos una placa con el número 148: 14 por la N y 8 por la H. Éramos Real 148 que significaba Neighborhood en siglas. Nuestra vestimenta era camiseta azul de cuadros con pantalón caqui. Siempre tumbados, cholos.
Cholos que intentan contribuir al mejoramiento de la sociedad. Expresidiarios, exmaleantes que viajan a comisarías para llevar medicamentos. Los que, tras fenómenos meteorológicos destructivos, ayudan a personas en condiciones de precariedad a reconstruir sus casas. Hombres que fueron juzgados como antisociales, y hoy van a anexos para hablar sobre los peligros del pandillerismo y la adicción a las drogas.
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Manuel Magaña pasó casi 20 años en la cárcel. Allí se convirtió en una de las piezas clave para cambiar el panorama del pandillerismo en el estado. Junto con miembros de pandillas rivales —Sur 13, la BOF (Brothers of Family), la South Side, entre otras—, participó en la creación del Concilio Maya: el acuerdo que logró desactivar los conflictos en el interior del Cereso de Mérida y en las calles. El proyecto tuvo continuidad. En 2021, líderes, miembros y exmiembros de pandillas desarrollaron, a partir del Concilio Maya, el proyecto de activismo Vieja Escuela Yucatán. Resulta surrealista ver a una comitiva de cholos viajando a comisarías paupérrimas para entregar medicamentos, reconstruir casas, entregar despensas, ayudar a personas de la tercera edad. Pero es, también, un arco de redención, la muestra de la solidaridad colectiva. Lo que surge luego de la ira.
“En esa mesa había dos mil años de cárcel”, dice riendo Manuel, cuando recuerda la reunión entre líderes pandilleros en el Cereso de Mérida. Desde que él fue privado de la libertad en 2003 se desataron los conflictos, los conatos de lucha. Hubo agresiones fuertes. Pero recuerda: “Allí, entre los principales líderes de pandillas, los puntos más importantes, nos dimos cuenta [de] que había más cosas que nos unían que las que nos separaban: la familia, defender a los nuestros, cambiar a las nuevas generaciones. Nos unió la identidad yucateca, maya”.

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Desde su origen, las pandillas han sido núcleos de resistencia. ¿Qué convoca a cientos, a veces miles de personas, alrededor de la indumentaria chola, la placa (los números que representan), la violencia? ¿Qué no vemos de las pandillas? ¿Demuestran rasgos de una sociedad que tiende, por inercia, al desprecio de lo “otro”, de lo distinto? En todo caso, a lo largo de tres meses vi a exlíderes pandilleros haciendo más activismo que muchos políticos. Encontré talentos musicales. Muchos dijeron: “No es una pandilla, son mi familia”. O también: “Ellos han sido los únicos que me entienden y apoyan”. Maleantes, malandros, vagos, vándalos: existen decenas de motes peyorativos. Para mí llanamente se trata de “puro macizo”.
“Desde una perspectiva antropológica, las pandillas son microsociedades”, dice el antropólogo Édgar Rodríguez Cimé, autor de Aviéntense todos: radiografía de las bandas urbanas en Mérida (1997) y Culturas juveniles en el mayab (2008), los primeros análisis completos del pandillerismo en Mérida. Édgar entrevistó a buena parte de los actuales integrantes de Vieja Escuela Yucatán.
Yo mismo fui pandillero, Mateo. En ese entonces no eran pandillas sino las ‘brozas’: nos unía nuestra colonia, la pobreza, las ganas de divertirnos. Éramos, desde la mirada del prejuicio, del poder, ‘los wiros’, ‘los sin futuro’. Pero también fuimos futbolistas talentosos, estudiantes, licenciados. En el caso de las ‘gangas’ —clicas o pandillas derivadas de la influencia de lo pachuco y lo chicano— nosotros trabajamos desde la música con esas juventudes. Antes, con el Consejo Nacional Juvenil, donde trabajé, intentamos hacer lo que están haciendo los chavos de Vieja Escuela Yucatán: apoyar a la juventud para fomentar intereses artísticos.
A donde va Manuel llama la atención. Es una figura importante, un líder. La gente lo identifica, lo abraza. Es igual de querido en el mercado, en el tianguis —donde actualmente trabaja— que en las zonas más pobres de Mérida. Es, a su vez, un ejemplo de superación: la prisión, los grandes errores cometidos, no son el fin de la vida. A principios de 2000 controlaba a más de mil personas en todo Yucatán. Era un pandillero “firme”, el primero en “brincar a los putazos”, que apoyaba a su gente a no consumir drogas duras. El mercado de Lucas de Gálvez era un punto estratégico. “Todos los contras —pandilleros de otras bandas— pasaban por ahí en algún momento. Casa de jabonero: lo que no cae, resbala. Los seguíamos desde que bajaban de los camiones”.
Manuel, en pocas palabras, dirigía el mercado; hasta apoyó a integrantes de la Neighbor para trabajar allí. Se incorporó a las filas del pandillerismo desde los 15 años. Estuvo en la correccional, luego en la cárcel. La Neighborhood fue una de las pandillas más grandes y temidas en el estado. Durante la primera década del siglo los conflictos entre integrantes neighbors y sureños dejó muertos, personas en prisión y otras pérdidas; se atacaban con cuchillos, bates, machetes, bombas molotov y, en contadas ocasiones, armas de fuego. En los principales eventos de Mérida, como el Carnaval o la Feria de Xmatkuil, Manuel llegó a liderar a más de 800 personas. Era la pandilla con más problemas. Dominantes, con tanto terreno ganado, en donde hubiera un neighbor surgía el conflicto. Pero todo poderoso le sirve a un poderoso más arriba.
Nos sentíamos los dueños, siempre causando temor. Yo soy chaparrito y tener mil cabrones atrás de mí me hacía sentir gigante. Hacemos, deshacemos, ¡te sientes Juan Camaney, cabrón! Claro, hubo tantas formas de decirme a mí mismo: bájale. Algún día te vas a meter en un problema. Y, fíjate: al mover una cantidad de gente tan grande como teníamos, nos buscaban autoridades políticas para los famosos grupos de choque. Teníamos ciertos paros. Pon tú: ‘Ah, cayó por lapidar una casa’. Nos hacían el paro y salíamos [de los separos]. O cayó por lesiones y pandillerismo. Y nos hacían el paro (los grupos políticos). En ese entonces nos decían, porque venían las elecciones: ‘Mientras no caigas por homicidio o algún delito por el que no se pueda hacer nada, se te va a apoyar’. Y órale, a romper madres, robar votos; la realidad es que no nos dábamos cuenta de que nos utilizaban, que éramos los peones del tablero.
Pero esos tiempos pasaron. “La vida loca”, “muero por mi clica”, “firmes hasta la muerte” le cobraron a Manuel una factura de casi dos décadas en prisión. El tiempo fue diluyendo su liderazgo de fuerza. Manuel se aisló, estuvo solo; muchos criticaron su iniciativa de colaborar para cambiar la violencia del estado. No desistió. En prisión, además de participar en muchos proyectos culturales, se rehabilitó de las adicciones. “Pensé en mi familia. Esa es la única pandilla que se queda al final contigo. Me alejé de todo”. Por sus gestiones y las de otros integrantes, la cárcel se culturalizó. Con el Concilio Maya llegaron los conciertos, presentaciones de libros —como el de Édgar Rodríguez—, convivencias, así como la confianza del director del Cereso, Francisco Javier Brito Herrera, a quien no logré contactar por medio del Departamento de Comunicación del Gobierno.



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Fuera de prisión, una persona clave para consolidar Vieja Escuela Yucatán fue Gustavo Rosado, “La Mazkara”, exmiembro de la pandilla Florencia 13. Habla desde su cabina de radio. Ha sido locutor por 16 años. Antes, como líder pandillero, al principio de 2000, dirigía la zona norte de la ciudad de Mérida: Carranza, Las Águilas, La Maya y otras colonias vecinas. Explica que la pandilla se estructuraba en torno a un “cerebro”, que daba instrucciones a dos elementos de confianza. Se organizaba una reunión de cerebros con los líderes clave de la pandilla. Durante las juntas, en las que llegaban cientos de jóvenes, no se permitía el consumo de drogas, una de las normas que se perdieron con el paso de los años. ¿Había altos niveles de violencia? Por supuesto. Otro expandillero me habló de las “misiones” para ganarse la clecha —tatuajes y grados de jerarquía en la pandilla—. Tenían diferentes niveles de dificultad; iban desde el robo hasta el intento de homicidio.
En esa época había un objetivo: unirse para ir en contra del enemigo. La banda rival, la más dura además de nosotros, era la banda de Manuel Magaña, la Neighborhood. Estuve tres años involucrado. Y lo abandoné por malas experiencias. Entré y salí de la correccional; algunas veces estuve en los separos por conflictos, pleitos. Cuando decidí apartarme me enfoqué en lo que siempre me había gustado en realidad. Yo ya destacaba por el liderazgo. Era bueno como bailarín, cantante, no le tenía pena al micrófono. Me dedico a conducir y a animar las tardeadas en las discotecas y después trabajé muchos años para una cervecería. Finalmente entré a la radio, que fue algo que soñé desde niño, abunda Gustavo.
Enfocado en la producción radial, Gustavo tuvo un acercamiento con autoridades del Cereso, que le abrieron la puerta para conducir eventos musicales. Dialogó con sus antiguos rivales. Todos, como condición en común, querían reivindicarse a expensas del pasado, y les resultaba importante hablar de él como una advertencia para la juventud. El primer acercamiento en la cárcel derivó en un programa de radio en el que líderes que estuvieron (o no) privados de la libertad narraron cómo se logró un acercamiento para enterrar el hacha de guerra adentro y fuera de la cárcel, así como para recordar las experiencias de su juventud.
Así lo recuerda Gustavo:
Cuando voy al Cereso ya se había dado el Concilio Maya. Pasa un tiempo y a quienes estaban fuera los invito a un programa de radio: ‘Platicando con la Generación X’. Hubo dos capítulos para hablar de las experiencias que vivimos. Al final del segundo, les dije: ‘¿Por qué no hacemos una asociación donde podamos ayudar a los jóvenes? Ahora hay problemas con el cristal. Muchos conocimos lo que son las drogas’. Y al darnos cuenta de que el cristal está destruyendo a los jóvenes, ¿de qué manera podemos apoyarlos con nuestros pasado, más con un pasado que es cien veces más agresivo? A todos les pareció y surgió la Vieja Escuela Yucatán.
A partir de ese acuerdo se fundó un grupo de WhatsApp que, en 2025, cuenta con al menos 60 integrantes. Los primeros eventos de Vieja Escuela se centraron en impartir charlas en los anexos y recolectar juguetes para niños de bajos recursos —más de 3 000 juguetes en la primera ocasión—. Luego atendieron llamados de ayuda mediante redes sociales, como a personas de la tercera edad “que no tenían para pagar su luz” o que necesitaban reparaciones en casa. “En una de las primeras actividades ayudamos a una chica con parálisis llevando despensa y pañales. Desde entonces se ha hecho bastante”.



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Maricela Tamayo es la patrona de la Santa Muerte en la Melitón Salazar, un antiguo barrio “pesado” de Mérida. Tiene 70 figuras de la santa; ha viajado a la Ciudad de México a los “eventos” de esta deidad. Las figuras son de varios colores. Una chica, que pide no incluir su nombre, dice que le llevó un Gerber a su bebé fallecido. Otras personas —de diferentes generaciones y vestimentas; cholos, adolescentes, personas de la tercera edad— se acercan a ofrendarle, solicitarle salud, amor, dinero. Pedirle por quienes aman y se encuentran enfermos. Rogarle por un futuro mejor. Es un ambiente tranquilo, una casa azul saturada de incienso
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Maricela abre las puertas de su casa para este rezo masivo, en donde Dj Bogie —Álvaro David Valdez Martín, de 41 años—, integrante de Vieja Escuela Yucatán, pone rolas en la tornamesa. Narra que él fue de la Sur 13 desde los 18 años. Es un artista: aparte de dedicarse a pinchar discos, pinta, grafitea, diseña playeras con frases que reivindican el sureste de México. Él creció en el sur de Mérida. Entrar a las pandillas era casi un hecho natural. Por esto mismo se dedica a dos ramas principales del hiphop: grafiti y música. Empezó con los “placazos” en su barrio para defender el territorio.
—¿Cómo llegaste a Vieja Escuela?
—A través de los cuates con los que nos reuníamos antes en pandilla. Hoy en día todos ya tienen sus chambas, sus familias. Yo me enfoqué en la pintura. Pero con ellos hace unos años nos organizamos para hacer recaudaciones. Soy dj y siempre apoyo con eso.
Con 11 años de experiencia, Bogie pone música en los eventos de Vieja Escuela. También pinta murales con causa. Habla de uno en particular que hizo en el Arca de Noé, un centro de rehabilitación. “La pintura me rescató para no meterme en broncas”, dice Bogie y menciona a una retahíla de amigos que se enfocaron en el arte. Frente a nosotros hay 20 sillas con personas sentadas, viendo los rezos. “Llevo un rato pintando. He hecho de todo. Lo que más me late es hacer letras”. La música suena: “Quítame la mala vida, ya sabes que soy devoto de hace rato, mi santita”.
El altar, del sexto aniversario de la casa, es precioso: en el centro hay veladoras, frutas, dulces y pan. La figura central es una estatua de casi dos metros adornada con globos azules; viste una túnica negra y, a sus pies, junto a un número siete, un búho de cerámica mira fijamente a quienes rezan. La rodean 50 figuras. Un hombre se arrodilla, dice algo inentendible y le escupe humo a la muerte.


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Tres chicos de al menos 12 años lijan la pintura de un coche afuera de la casa de Frankel Pérez, fundador de la Florencia 13. Frankel, de 45 años, es una mole: músculos encuadrados en un cuerpo de poco más de un 1.60 m de altura. Pelón, cholo, con un tatuaje en el brazo que reza: “Pacabdreams”, el nombre de su estudio de arte urbano. Aquí vive con su esposa e hijos.
“A uno de estos chicos, que son muy buenos ‘prospectos’ y excelentes deportistas, casi lo perdemos por el hambre”, dice sobre los muchachos de afuera. “Aportar a la juventud es darle chamba, sentido de hacer las cosas, comida, posibilidades en la vida de encontrar nuevas experiencias”.
La pandilla de Frankel surgió a raíz del gusto por el estilo mexicoamericano. Al principio, influenciados por películas extranjeras y por la indumentaria que usaban los deportados de Estados Unidos, él y un grupo de amigos, adictos a la música y a la cultura hiphop, iban a los bailes del centro de Mérida, en el parque Santa Lucía. Vestidos de cholos se acercaban a las personas de tercera edad que bailaban danzón.
“Nos gustaba ver sus trajes. Catrines, como Tin Tan. Nos sentíamos bien porque regresábamos a esa época donde se enlazaba lo cholo, lo catrín, lo elegante, lo pachuco, lo salvaje. Nos hacía sentir gánsteres, pandilleros, mafiosos. Ya luego empezamos a traer diferentes tipos de vestimentas. Todo iba bien hasta que nos encontramos con personas que tenían otros ideales. Era normal, lo lógico. Ahí surgieron las broncas”, detalla el artista expandillero.
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Estamos en el estudio de Frankel. Le tatuará a un amigo un dragón negro, de corte oriental. Narra cómo la Sur 13 se volvió una de las pandillas más importantes del estado de Yucatán: la regulaban principios éticos como “no dejar morir a los homies”, “rescatarlos de las drogas”, “estar siempre firmes”. También habla sobre el consumo exacerbado de drogas. Hoy las pandillas no tienen las reglas de antes; están más drogadas. El cristal, las sustancias adulteradas con fentanilo, llegaron a cambiarlo todo. En algunos casos, durante las charlas que imparte la Vieja Escuela Yucatán en anexos, encontraron niños adictos.
Vemos niños de 11 años fumando piedra y cristal. Ves adolescentes que pueden ser buenos prospectos en el barrio: que pueden tener familia, que pueden salir adelante, una estabilidad, educar a sus hijos para que tengan una mejor vida. Y es difícil cuando sabes que ya ganó la batalla la piedra o el cristal. Los ves pepenando con tal de consumir más, las caras demacradas, zombis, muertos en vida. Sabes que perdiste la batalla con ese adolescente. Para mí es un ‘prospecto’ porque siempre los he querido a todos como mis hijos, los he adoptado, apoyado, tratado bien. Les he enseñado a tener carácter y que más adelante se vuelvan personas responsables.
Hace ocho años Frankel perdió a “Sodas”, un chico que trabajaba en el estudio de Pacabdreams. Con la formación de Frankel ejercía la aerografía, el tatuaje, el muralismo. Murió cuando resguardaba, por 300 pesos, una casilla de votación.
Por eso odio la política. Es una etapa en la que he odiado la política y la corrupción que se maneja en nuestro país. Fue a defender la casilla, alguien sacó un arma corta y le disparó en el pecho, plomo en el corazón. Justo ese día me dijo que estaba contento porque iba a recibir su equipo de tatuaje, que se lo traía su papá. Su papá trabaja de buzo, en el arte de pescar langostas. Imagínate todas las veces que se sumergió para conseguirle el equipo a su hijo. Me pesa saber que estaba conmigo, que estaba seguro. Él hasta se había burlado de los muchachos que pensaban ir. Dijo: ´Yo a qué voy a ir a ese lugar si ya tengo todo’. Ya ves cómo funciona la vida, dios o el diablo. Él tenía 17 años.
Frankel es un artista. Los miembros de la pandilla lo reconocen por su participación en el programa de TV internacional Tunéame la nave, donde se reparaban autos en pésimas condiciones. Él es experto en aerografía, producción musical, tatuaje. Desde la fundación de la pandilla, los “Macizos” de la Sur 13, gente que se había metido en asuntos “densos”, le reconocieron que tenía un don y debía aprovecharlo. Le dijeron: “No estás fuera de la pandilla, sino que eres nuestro representante del arte”. En realidad, lo que representa por medio de la aerografía es la cultura chola y chicana entera.
Frankel dio clases de arte gratuitas en el Cereso, luego de haberse ganado el reconocimiento de otros líderes. Esas amistades, surgidas dentro y fuera de la cárcel, unió aún más a quienes fueron enemigos. Neighborhood y Sur 13, históricamente en disputa, finalmente dialogaron. Otro punto: el amor surgió y se formaron parejas entre hombres y mujeres de distintas clicas. “Se ha logrado apaciguar. Sí hubo sus muertos, sus enfrentamientos, pero hoy por hoy todo cambia, y el que da la voz a que se arreglen las cosas es Dios. Es irónico, pero, en cuanto a mi esposa… su primo hermano es el jefe de la Neighbor […] Ahora, las otras líneas, los jóvenes, tienen ese calor, tienen esa ira, y si se topan con alguien… son cosas que a veces queremos evitar. Pero todos tenemos que cruzar por ese amplio camino que significa ser pandillero”, resume el artista.
—¿Cuál es tu mejor arma para apoyar a la juventud?
—Uso la música. Para apoyar a los chavos, a los adolescentes. Ya viste cómo está el problema de la droga. Es una forma de jalarlos para que se enfoquen en otras cosas. Tenerlos ahí un momento ya es ganancia.
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Es el 26 de noviembre de 2024. Un portón metálico nos da acceso a un evento clandestino: el Malandrozos Fest, la máxima representación de la música hiphop sureña en el estado de Yucatán. La invitación se manda el mismo día para evitar presencias incómodas. Suena Cypress Hill, antes de que arranquen las bandas locales. Llegamos por invitación de Frankel Pérez: un acceso privilegiado.
Estamos en una sala de fiestas: piscinas, toldos bajo los cuales hay decenas de cholos. Cabezas rapadas con el número 13. Pantalones tumbados, algunos rozando el suelo. Yerseis azules, blancos y negros. Lentes en diferentes posiciones. “Estos camaradas son banda, son periodistas, estarán cubriendo este evento”, nos presenta Frankel. Recibimos un aplauso y, cuando el fotógrafo enfoca a la multitud, surgen varias manos: forman el uno y el tres como saludo. La 13 surge por la posición de la letra M en el abecedario: M de mexicano.
Hablo con varios integrantes de las bandas. Sus testimonios, a continuación, dan cuenta de un cambio generacional: la paz impera, la música impone un ritmo de vida mejor.

Big Rick, músico de Pacabrones
Soy Big Rick, Ricardo Benítez. Tengo 30 años, originario de Pacabtún. Compongo y hago música, hiphop. Hago música desde hace 12 o 13 años, carnalito. Al principio fue algo banal, algo que quería hacer, después le metí más seriedad porque hubo gente que me apoyó. Nosotros representamos a los Sureños 13, carnal, y a la 623, que es Fidel Velázquez-Pacabtún, un movimiento que nosotros hicimos. La 6 es la F en el abecedario y la 26 es la V. Mi hermanito que está aquí fue el primero en cantar hiphop. Él fue el primero, el Yayo Lp, e inició este pedo con Frankel en Clandestino Kingdom Records. La música me quita todo lo malo. Tengo familia, tengo hijos, tengo esposa, juego fucho. Estoy sobres en todo. La música es mi manera de expresar lo que he vivido. No me arrepiento de nada de lo que he pasado. La música, lo que he vivido, me define como persona, y me ha ayudado un chingo para mejorar como padre, hijo y hermano. Mi familia también representó el movimiento. Mis tíos son ʻLos Capricesʼ que en su tiempo representaban 65. En mi tiempo fue X3 y en el tiempo de mis tíos 3C. Es el mismo movimiento, carnal, puro sureño, lo que cambia es la historia. Mi canción favorita de Los Pacabrones es la de ʻOlvidoʼ, la acabamos de subir. Me gusta porque me gusta la letra y porque, aparte, salió mi esposa en el video. A güevo.
Yair Benítez, músico de Pacabrones
Mi nombre es Yair Benítez, me dicen Yayo LP. Tengo 23 años, nací en el 2001. El Malandrozos Fest es una descripción de nosotros, carnal: que podemos hacer una fiesta y que todos se la pasen chido, tranquilo, que la banda se lleve un buen recuerdo. La música para mí es vida porque no solo escucho rap, sino todo tipo de música. Siento que la música es una herramienta para mí en todos los sentidos: para la tristeza, la felicidad, para la malandreada. Ahí me expreso. Al menos por mi barrio somos la última generación: ahora las pandillas son más que nada drogas […] El cristal es una broncota, está jodiendo ahora a mucha raza. Ahora vas a todos los barrios, carnal, a todos, no solo el mío, y ves a la banda que ya está como zombis; muchos dones [señores], homies de mi clica que están igual.
Álex Xólotl, tatuador consagrado
Tengo 26 años, me dedico a tatuar y mi estilo es, más que nada, realismo a color, carnal. Soy de Tabasco, ahí tatúo actualmente, pero por cuestiones de trabajo y de viajar con la banda, actualmente estoy con la banda de Mérida apoyando el Malandrozos Fest. Para mí el arte del tatuaje es una manera de transmitir, dejar algo de mí en el mundo. He entendido que soy un artista, que merezco estar donde estoy.
Comando Doce (por los 12 pasos de rehabilitación). Tres integrantes hablan simultáneamente: Blaner, Morro y Genio
Venimos de un centro de rehabilitación, carnal. Ahí nos conocimos y se dio la ʻconectaʼ de que cada quien hacía rimas. Y a través de las vivencias que hemos tenido con las adicciones, pandillas, experiencias callejeras, expresamos el día de hoy la música que tenemos nosotros a través de sugerencias para que la pandilla sepa lo que es vivir en adicción. La música para nosotros es vivir, sentir cada letra que cantamos, cada verso que tiramos. Porque claro: para poder cantarlo primero tuvimos que vivirlo, la realidad en el hiphop ya lo vivimos y hoy en día intentamos dar un mensaje en cada una de las canciones. Cultura urbana yucateca, para ayudar a otras personas para que no pasen lo que nosotros pasamos.
DKA, músico
Soy el loco DKA, de Campeche, de Santa Licha, tengo 29 años. Represento a la Sur 13 de Santa Licha, la clica Lost Batos. Me dedico totalmente a la música, carnal, para mí es el sentido de mi vida, de mi cultura, de mi esencia, es mi refugio. En lugar de enfocarme en todo lo malo, me enfoco en la música. Todo lo escribo en una hoja, lo monto en un beat y es un desahogo. No todo es de drogas y pandillerismo, sino que hay un mensaje, una vida. Para mí el Malandrozos Fest es un evento donde se juntan diversos elementos de nuestra cultura: el grafiti, el dj, el rap que hacemos nosotros. Es una familia más que un gran evento.
Chacal MH, músico
Mi nombre es Chacal MH. Con el Malandrozos Fest tratamos de crear un evento más allá de lo normal, de lo de siempre, intentamos conjuntar a gente que tiene otros talentos además de la música. La aerografía, la pintura, los tatuajes y la música. Lo que reúne es el movimiento urbano. Yo empecé hace tres años a producir música y ahí vamos, aferrados. Se ha vuelto algo fundamental para mí, antes era por cotorreo, por estar con la banda, ahora lo hacemos algo más serio, que la gente lo vea como un trabajo de bastantes personas, que todos vean lo que lleva hacer una canción desde la composición hasta las personas, los instrumentos y todo. La música cambió mi vida, me alejó de algunas cosas. No sé si ahora estaría muerto, pero sí andaría mal.
Mr. Dan, músico
Soy el pinche Mr. Dan. Daniel Canto Ramos, tengo 31 años y soy de Mérida, Yucatán. La música significa bastante, me ha ayudado en muchas cosas, empecé desde hace tiempo, pero no la ejercía por drogas. Le tuve que parar para ahora ir sobres. Soy solista, el Mr. Dan de la Melitón Salazar, de Mérida. Soy de la Sur 13. Las pandillas han cambiado, está más tranquilo. Anteriormente había riñas, ahora están más templadas las aguas. Pero seguimos representando: la ropa, lo cholo, la vestimenta, el paliacate azul, pelón, placazo de Sur 13 y todo, carnal. Si tuviera que darle un mensaje a la sociedad les diría que se enfoquen en lo que necesitan, en lo que quieren y no en pandillas. Las pandillas te llevan a algo malo, pero también te ayudan a aprender las jugadas. La pandilla es una familia que siempre te abre las puertas, siempre cotorreando en la esquina. El amor que no hay en la casa lo buscamos en la calle, carnal.
Pasajero Loco, músico
Soy el Pasajero Loco, tengo 35 años, perros, y vengo con todo directamente desde Jalisco. La música es parte de mi vida y es el tiempo convertido en melodía. Como lo dije: yo soy la voz de las personas que en mi barrio desaparecieron. A través de la música expreso mis incomodidades, las infidelidades que he tenido conmigo mismo como persona. Somos seres imperfectos. Lo bueno y lo malo se juntan. Lucho por el derecho de tener. Lucho por cada una de las personas que están en el rap, que se dedican a hacer música, que son dj, presentadores, conductores, raperos, escritores. Creo que todos hacen un gran cambio en esta música. Tengo dos hijas y para mí es un deleite mostrarles la cultura de hiphop, las he llevado a los eventos. Para que disfruten y vean que, aunque tuvimos una vida mala, el futuro existe, y podemos aportar mucho. Tengo una hija con autismo, es un placer tenerla, me enseña día con día porque la paciencia es la virtud de cada hombre. Cuando hay momentos donde quisiera tirar la toalla, volteo a verla, sonrío y sigo adelante. Esto es para que no se repita lo malo que hicimos.
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El consumo problemático de cristal —metanfetamina— ha provocado hacinamiento en el Hospital Psiquiátrico de Yucatán. Hace un año entrevisté a dos enfermeros, con más de 15 años en la institución, que me advirtieron de la “psicotización” de la juventud. “No tenemos abasto y cada vez habrá más violencia”, coincidieron. Las drogas están generando brotes de esquizofrenia, de ataques violentos.
Los integrantes de Vieja Escuela están igualmente en estado de alerta. Insisten en que es un fenómeno que no habían vivido. Hace menos de un mes, en la localidad de Tekit, al sur de Yucatán, la gente linchó y quemó vivo a un joven porque mató a una adulta mayor, supuestamente empujado por el consumo de sustancias. ¿Cuántas veces hemos visto hechos como este en el estado más “pacífico” de México? Por otra parte, proliferan en redes notas y videos de personas con machetes, alteradas por el consumo. Y pienso: ¿un grupo de expandilleros, antiguos enemigos, actualmente padres de familia, artistas y músicos talentosos, líderes sociales, es la única trinchera que queda para combatir la problemática? Parece que sí. Al menos, son los únicos que lo intentan.
El consumidor de cristal sufre alucinaciones. Estoy en un patio cubriendo parte de esta crónica. Un chico de 20 años fuma cristal, insiste en que fume con él. Invade mi espacio, no se aleja. Veo más chicos sentados a un metro de distancia. Sin temor le digo que no, que no hace falta. Habla de su hijo, un bebé; de lo que le gustaría hacer en el futuro: producir música. Repite que él es un “duende” que protege a su gente. Cuando salgo del sitio, pensando si la escena anterior es parte de un síntoma social, si vale la pena contarla, miro una libreta en la que el chico había creado una supuesta canción —habló varios minutos de esto—, y en la que solo escribió varias veces la palabra “duende”. Si se encontrara con un expandillero de Vieja Escuela, aquellos que han sido estigmatizados como maleantes o gente peligrosa —y que han pagado su “deuda con la sociedad” por ello—, estoy seguro de que lo sacaría adelante, que lo apoyaría para convertirse, como dijo Frankel, en “un buen prospecto”.
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