Jorge Fons y el enamoramiento por hacer cine - Gatopardo

Homenaje a Jorge Fons y al cine mismo

El director mexicano Jorge Fons habla sobre su generación, su ausencia de las pantallas grandes y los 29 años de Rojo amanecer.

Tiempo de lectura: 5 minutos

El enamoramiento fue uno de los grandes motores que impulsaron las ganas de hacer cine del director Jorge Fons. Pero no se enamoró de una persona o una corriente específica, sino del cine mismo, del arte de filmar y plasmar en celuloide una buena historia. Así, el cineasta de veracruzano inició una carrera que hoy es considerada una de las más emblemáticas de la cinematografía nacional.

Desde su juventud, Fons manifestó un especial interés por las artes, involucrándose en los escenarios teatrales de la ciudad bajo el cobijo del director Enrique Ruelas y el también actor japonés Seki Sano, reconocido como “el padre del teatro en México”. Poco después fundó el grupo de Teatro de Tlalnepantla y se convirtió en un cercano colaborador del afamado maestro teatral Ludwik Margules; pero el cine irrumpió en su vida en sus los primeros años de su vida adulta, en los sesenta, una época que el cineasta considera clave para entender a la cultura en nuestro país.

“Los sesentas en México son inolvidables, sobre todo por el 68”, cuenta el realizador en entrevista con Gatopardo. “Pasaron muchas cosas, la música, la política, las luchas de liberación que llenaron a uno de ideas, de inquietudes, de sorpresas, de gusto”. Una de esas inquietudes llevó a Fons a inscribirse en el recién formado Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), institución de la UNAM especializada en el estudio y profesionalización del séptimo arte. Durante sus tiempos de estudiante, Fons comenzó a involucrarse en la producción cinematográfica, que en ese entonces buscaba seguir con el buen paso que había caracterizado a la industria durante los cincuenta, ese periodo de oro donde el melodrama ranchero musical había conquistado las pantallas del país, al mismo tiempo que luchaba por alejarse de esas narrativas ficticias, persiguiendo fines más realistas.

“Yo creo que toda mi generación trabajaba esos temas como una cosa natural, ni siquiera lo hacían porque anduvieran buscando ser representativos del colorido o de todos los acontecimientos de esas épocas, sino porque se daba de forma natural”, comenta. Poco después de su salida del CUEC, formando parte de la primera generación que egresó de dicho centro de estudios, Fons trabajó en las películas antológicas Los bienamados (1965) dirigida por Juan José Gurrola y Juan Ibáñez y Amor, amor, amor (1965), primer experimento en cine de los directores teatrales José Luis Ibáñez, uno de los principales mentores de Fons, Miguel Barbachano Ponce y Héctor Mendoza. Ambos trabajos, que originalmente serían comercializados en una sola película, retratan las problemáticas sociales que rodeaban a la sociedad del México de los años sesenta, al igual que Fe, esperanza y caridad (1974), uno de los primeros trabajos más reconocidos del veracruzano.

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Fons es la tercera persona que recibe la Medalla de la Cátedra Ingmar Bergman, tras Alejandro Luna y Julieta Egurrola – Fotografía: CulturaUNAM

Tras un par de proyectos documentales y otros enfocados en el género del western, Fons decidió llevar a la pantalla la novela Los albañiles, escrita por Vicente Leñero y reconocida con el Premio Biblioteca Breve, de la editorial Seix Barral, en 1963. El filme, protagonizado por Ignacio López Tarso, Katy Jurado y José Carlos Ruiz, aborda las deficiencias del sistema legal mexicano, al mismo tiempo que contrasta a dos clases sociales en una reveladora trama policiaca.

Con dicha cinta, ganadora del Oso de Plata del Festival de Cine de Berlín en 1977, Fons se estableció como uno de los directores más importantes del cine mexicano. Con una sonrisa dibujándose tímidamente, el director alega que su éxito y el de otros directores contemporáneos, incluidos los reconocidos Arturo Ripstein y Felipe Cazals, fue gracias al profundo amor que se le profesaba al cine. «Era una generación enamorada del cine, yo veía mucho amor en mis colegas, todo lo hacíamos con mucho entusiasmo. Eso es lo que yo recuerdo, el enamoramiento por hacer cine», dijo. «Hacer cine es importante, es disfrutarlo con todo, con la historia de amor, con la historia familiar, con la historia de trabajo, con la historia de la calle, meter todo y meter las relaciones entre los hombres. Más que la comedia sencilla, era un cine que se metía en más problemas».

Su consagración llegó en 1989 con Rojo amanecer, una claustrofóbica experiencia durante los ataques gubernamentales a grupos estudiantiles el 2 de octubre de 1968. «Rojo amanecer, de hecho, nace tarde. Pero el afán de hacer algo se mantenía desde el ’68, no sólo entre los cineastas, todos los artistas y creadores querían expresar su sentir. A mí me dio gusto que, aunque sea tardecito, pudimos hacer esta película, gracias a un buen guión de (Xavier) Robles, sobre un episodio que marcó a muchas generaciones», explica.

La película, que este año fue restaurada por la Filmoteca de la UNAM en el marco del 50º aniversario de la matanza en Tlatelolco, se convirtió con el tiempo en un testimonio de uno de los capítulos más oscuros en la historia de nuestro país, algo que el realizador perseguía: «Es un disparador, pues involucra a una clase media muy típica en ese entonces. Quizá por eso toca, todos fuimos víctimas. No importa quién eres, eso es lo que quedó, la inocencia lastimada».

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Fons, ganador de tres Arieles, del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes y del Ariel de Oro, es egresado de la primera generación CUEC – Fotografía: CulturaUNAM

A pesar de su relevancia y la importancia generada por sus dos últimas películas, El callejón de los milagros (1995), adaptación de la novela de Naguib Mahfuz y El atentado (2010), basada en un supuesto intento de asesinato al presidente Porfirio Díaz años antes del inicio de la independencia, Fons se ha mantenido alejado de las pantallas grandes por los últimos ocho años. Argumenta que su ausencia no se debe a un descanto, sino a la falta de un proyecto atractivo que lo regrese a la silla del director.

«Las películas son una especie de encuentro. Uno apuesta por muchos proyectos posibles, candidatos, pero no todos cuajan, no todos hacen el click, no todos hacen un cruce y ahí se quedan. Algunos tienen esa facilidad de encontrar proyectos con los que hacen contacto y hay otros que tenemos más dificultades para hacerlo», justifica el director, quien aclara que su búsqueda incluye viajes, constantes salidas al cine, al teatro, experimentación con el actor durante su trabajo como director de televisión y mantener ojos y oídos bien abiertos. «A mí me gustaría ser como al principio, hacer una película un año y otra al siguiente, así empieza uno, muy calientito. Lamento que me cueste tanto trabajo y que pase tanto tiempo sin encontrar algo para volver a ejercer, pero así son las cosas».

El cineasta de 73 años, que recientemente fue condecorado con la Medalla de la Cátedra Bergman por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México como reconocimiento a su nutrida aportación a la cultura cinematográfica, ve con entusiasmo el futuro del cine. A pesar de que no reconoce muchos avances en los últimos años, debido a la poca exhibición de películas y a pesar del incremento exponencial en la cantidad de cintas que se producen al año en México y la importancia que han ganado los productores externos en los proyectos gracias a su aportación vía fiscal. «El cine estará condenado al fracaso si hay una barrera de ese tipo, que por una determinada cantidad de dinero quiere meter el lápiz en el guion. Ahí tendríamos que tener cuidado, para que el realizador se exprese, para que los jóvenes se expresen. Eso es lo que yo exigiría, una buena exhibición y tener cuidado con los que entran a la producción. Que el dinero entre a participar económicamente, pero no ideológicamente», concluye.

Fotografía de portada: CulturaUNAM

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