El primer libro que publicó Borges
Fue un poemario de juventud sobre Buenos Aires, cuya primera edición pagó su padre. Borges nunca dejó de corregirlo: lo releyó incontables veces, eliminó versos y hasta poemas completos, integró otros. Tanto trabajó en él que finalmente concluyó que había dedicado toda su vida a reescribir este libro.
Marzo de 1921. La familia Borges regresa a Argentina en el barco Victoria Eugenia luego de haber vivido en distintas ciudades de Europa —Ginebra, Mallorca, Sevilla, Madrid— desde 1914. Jorge Luis, de veintidós años, ya ha escrito dos libros que nunca publicará [estos poemas ahora pueden leerse en Textos recobrados (1919-1929)]; ya ha leído a Whitman, Carlyle, Virgilio, Dante y Meyrink; ya se ha convertido en discípulo del escritor y traductor español Rafael Cansinos Assens. De este cúmulo de experiencias, en especial la del regreso a la patria, surgirá Fervor de Buenos Aires, el primer libro publicado de Jorge Luis Borges, que ahora cumple cien años de su primera edición.
Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña.
“Las calles”
Buenos Aires fascinó al Jorge Luis Borges joven. Casi cincuenta años después recordará la impresión que le causó su ciudad natal en la autobiografía que dictó en inglés a su colaborador y traductor Norman Thomas di Giovanni: “fue para mí una sorpresa, después de vivir en tantas ciudades europeas —después de tantos recuerdos de Ginebra, Zúrich, Nimes, Córdoba y Lisboa—, descubrir que el lugar donde nací se había transformado en una ciudad muy grande y muy extensa, casi infinita, poblada de edificios bajos con azotea, que se extendía por el oeste hacia lo que los geógrafos y los literatos llaman la pampa”.
Jorge Luis Borges tenía catorce años cuando él y su familia dejaron Buenos Aires. Emir Rodríguez Monegal apunta en su biografía literaria sobre el escritor que Palermo era “el único barrio de su ciudad natal que realmente llegó a conocer. Hasta ese momento (antes de ir a Europa) el niño rara vez se había aventurado más allá de una casa de dos plantas con su jardín. Estaba familiarizado solo con unos pocos sitios […] Monótona, segura y previsible, su vida antes de 1914 había ayudado a convertir a Georgie en un adolescente introvertido y silencioso”.
Con la tarde
se cansaron los dos o tres colores del patio.
Esta noche, la luna, el claro círculo,
no domina su espacio.
Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive
por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.
“Un patio”
“Más que un regreso fue un redescubrimiento”, dice Jorge Luis Borges en su autobiografía. “Podía ver Buenos Aires con entusiasmo y con una mirada diferente porque me había alejado de ella un largo tiempo”.
Vivir en Europa lo había cambiado. Pero Buenos Aires también era diferente, había crecido en población e infraestructura pública; entre 1855 y 1915, varias oleadas de migrantes europeos llegaron a la capital argentina, lo que “aportó al crecimiento neto de la población de la ciudad, representando el 63.9% del incremento poblacional total”, apuntan los datos del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Los cambios en los medios de transporte también jugaron un rol central en la expansión de la capital. “En las tres primeras décadas del siglo XX el tranvía tirado por caballos es reemplazado por el eléctrico. En 1913 se inauguró el subterráneo, el primero en Iberoamérica, que iba desde Plaza de Mayo hasta Plaza de Miserere y en 1914, hasta Caballito. Paulatinamente se densificó la red de transporte, extendiendo sus líneas principales hacia las localidades periféricas de la ciudad”. “Hacia el Oeste, el Norte y el Sur se han desplegado —y son también la patria— las calles”, escribe Jorge Luis Borges en el poema “Las calles”.
Los poemas que integran este primer libro publicado surgen de aquel espacio, “la ciudad —no toda la ciudad, claro, sino algunos lugares que adquirieron para mí una importancia emocional— me inspiró”, menciona en su autobiografía. Entre 1921 y 1922 escribe la mayoría de los poemas que aparecerán en Fervor de Buenos Aires y la obra se publica en junio de 1923, según Carlos García en El joven Borges, poeta (1919-1930). “El libro fue impreso en cinco días; hubo que hacerlo con urgencia porque teníamos que volver a Europa, donde mi padre quería volver a consultar a su oculista de Ginebra”, dice el poeta.
Fervor de Buenos Aires es publicado en la imprenta Serantes, en una edición de autor pagada por el padre de Borges. Son trescientos ejemplares sin índice ni numeración. El propio Jorge Luis Borges cuenta los detalles de la creación física del libro: “yo había pactado por una edición de sesenta y cuatro páginas, pero el manuscrito resultó demasiado largo y a último momento, por suerte, hubo que dejar afuera cinco poemas. No recuerdo absolutamente nada de ellos. El libro fue producido con espíritu un tanto juvenil. No hubo corrección de pruebas, no se incluyó un índice y las páginas no estaban numeradas. Mi hermana hizo un grabado para la tapa”.
La frase “no recuerdo absolutamente nada de ellos” resume el destino de este primer libro, reescrito y modificado en todas las ediciones posteriores publicadas mientras vivía el escritor argentino.
Nadie vio la hermosura de las calles
hasta que pavoroso en clamor
se derrumbó el cielo verdoso
en abatimiento de agua y de sombra.
El temporal fue unánime
y aborrecible a las miradas fue el mundo,
pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde,
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío.
“Barrio reconquistado”
A la falta de editor y de corrector de estilo, se sumó otra carencia en esa primera edición: la distribución del libro. “En aquellos tiempos publicar un libro era una especie de aventura privada. Nunca pensé en mandar ejemplares a los libreros ni a los críticos. La mayoría los regalé. Recuerdo uno de mis métodos de distribución”, dice el autor.
Ese método era el siguiente: Jorge Luis Borges se había percatado de que muchas personas iban a las oficinas de la revista Nosotros —una de las publicaciones literarias más prestigiosas y antiguas de la época— y al entrar colgaban sus sobretodos en el guardarropa. “Le llevé unos cincuenta ejemplares a Alfredo Bianchi, uno de los editores. Bianchi me miró asombrado y dijo: ‘¿Esperás que te venda todos esos libros?’. ‘No —le respondí—. Aunque escribí este libro no estoy loco. Pensé que podía pedirle que los metiera en los bolsillos de esos sobretodos que están allí colgados’”. Bianchi lo hizo.
“Cuando regresé después de un año de ausencia [luego de que la familia Borges regresara a Europa], descubrí que algunos de los habitantes de los sobretodos habían leído mis poemas e incluso escrito acerca de ellos. De esa manera me gané una modesta reputación de poeta”, dice.
***
En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
“Amanecer”
La relación de Jorge Luis Borges con su primer libro es interesante. Cada una de las nueve reediciones que publicó en vida presenta correcciones y en algunos casos la omisión de algunos poemas. Sebastián Hernaiz comenta en “Borges y sus editores: Itinerarios de Fervor de Buenos Aires (1923-1977)” que “el autor somete su poemario a una revisión que le permite modificarlo en cada ocasión como modo de adaptar el libro a sus vaivenes estético-ideológicos y como forma de intervenir de modo siempre actualizado en los distintos contextos político-culturales”.
Fogwill dice que “cada escritor tiene su máscara y arma su pose”. Jorge Luis Borges no solo construyó a conciencia la tradición en la que quería ser leído, también aplicó una estrategia similar con su figura de autor. Mediante correcciones, reescrituras y eliminación de textos de sus primeras obras, la inclusión de paratextos y los textos autobiográficos, fue moldeando la manera en que quería ser leído y percibido como autor. Entre las intervenciones que más destacan se encuentra haber agregado el poema “Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922” en la edición de 1969. Emir Rodríguez Monegal consigna en su biografía literaria que “al reeditar posteriormente el libro, Borges incurrió en enormes libertades con su contenido […] La primera vez que lo reimprimió, como parte de una colección poética, en 1943, eliminó ocho textos y alteró considerablemente muchos de los poemas restantes, tachando líneas, cambiando palabras […] En la edición más reciente del libro, hecha en 1969, continuó alterando versos, eliminó otros siete poemas y los compensó con tres nuevos. También agregó un prefacio en el que comparó al poeta de 1923 con el del presente”.
Hubo momentos en que Jorge Luis Borges consideró que Fervor de Buenos Aires se alejaba de su obra posterior, como si no fuera más que una apresurada creación de juventud. Por ejemplo, en su monumental Borges Adolfo Bioy Casares apuntó en la entrada del jueves 25 de junio de 1964: “En casa Borges. Leemos piezas de teatro. Me dice: ‘Estoy reuniendo todos mis poemas en un libro, que llamaré Obra poética, porque Poesías completas parece tan turbio… Es claro, hay que romper El hacedor, no sé si querrán, pero este libro me parece que vale la pena’. Bioy: ‘Un libro de poemas es el más importante de todos’. Borges: ‘Cuando empecé a trabajar corregí bastante. Ahora no puedo. Los poemas de Fervor de Buenos Aires, por ejemplo, están tan lejos…’”.
Cinco años después esa idea se mantiene. Bioy Casares anota en la entrada del 21 de agosto de 1969 que Jorge Luis Borges trabaja con Di Giovanni en la traducción de Fervor, y el propio Borges le comenta “no son corregibles esos poemas. Solo puedo moderar fealdades extremas”.
Días antes, el 18 de agosto, había escrito el prólogo a la edición de Fervor que saldría ese año en la editorial argentina Emecé y que se mantendría en las siguientes ediciones de sus Obras completas. “No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente —¿qué significa esencialmente? — el señor que ahora se resigna o corrige”.
Meses después, el viernes 24 de octubre 1969, Bioy Casares apunta “en casa Borges. Trae Fervor de Buenos Aires [edición de 1969]. Borges: ‘No hay que seguir la práctica de Whitman. No hay que reeditar siempre el mismo libro. La gente dice que uno ya no escribe. Voy a publicar libros nuevos’”.
Silenciosas batallas del ocaso
en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra del cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge de un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, los árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?
“Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922” [a partir de la edición de 1969].
Hay quien resume a Jorge Luis Borges como el autor de laberintos y bibliotecas; sin embargo, su obra es más amplia en tópicos: también es el autor de los atardeceres, de los patios, de los jardines, de las calles, del arrabal y de la pampa; y algunos de estos ya estaban presentes en su primer libro.
En su Estudio y edición crítica de Fervor de Buenos Aires, Antonio Cajero Vázquez comenta “que la mayor parte de los cambios que Borges practicó en los poemarios de la década del veinte [Fervor de Buenos Aires (1923); Luna de enfrente (1925); Cuaderno San Martín (1929)] tienen que ver más con la forma que con el contenido: por una parte, ahí están ya las preocupaciones metafísicas heredadas de Berkeley y Schopenhauer, los héroes familiares, los sitios preferidos como el arrabal y la pampa, los patios y la inclinación por los hechos pasados pero, por otra, según las estadísticas de Tommaso Scarano, Borges suprime casi el 40 por ciento de los versos de la edición de 1923, y eso no es todo: el 46 por ciento de los versos que se conservaron fueron objeto de correcciones sustanciales, es decir, solo ha llegado a la Obra poética el 24 por ciento de los versos de la primera edición”.
Por un lado, reescribe buena parte de Fervor de Buenos Aires con intenciones de “corregir” errores de juventud; por otro lado, reivindica el libro como aquel donde se prefigura todo lo que haría después. “Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo, lo aprobaron generosamente Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes”, escribe en el famoso prólogo de 1969.
A pesar de todo, ese libro que ahora cumple cien años siempre estuvo presente en Jorge Luis Borges. Pocos libros de su obra fueron tan trabajados como ese; ninguno tuvo tantas reescrituras. En su autobiografía comenta que nunca se apartó de Fervor de Buenos Aires: “siento que todos mis textos siguientes simplemente han desarrollado temas que estaban inicialmente allí; siento que durante toda mi vida he estado reescribiendo ese único libro”.
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