El 10 de julio de 2017 se celebró la entrega número 59 de los Premios Ariel. La máxima ganadora en esa edición fue La 4ª Compañía, que se llevó diez de las veinte categorías a las cuales estaba nominada. ¿Lo curioso? Ni sus propios protagonistas la habían visto terminada. Tan sólo pudieron verla quienes votaron por ella y un puñado de periodistas de cine en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Casi un año después, la película consigue estrenarse a nivel nacional, tanto en salas comerciales como a través de la plataforma Netflix.
La ópera prima de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera aborda una incidente vinculado a uno de los personajes más polémicos de la historia reciente de México: Arturo Durazo Moreno, quien se desempó como jefe de la ya desaparecida Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT) de la ciudad de México durante el gobierno del presidente José López Portillo; y quien se hizo tristemente célebre al revelarse que durante su gestión en el cargo se enriqueció de forma ilícita y fue responsable directo de diversos actos de corrupción, robo, secuestro y asaltos bancarios, así como de sostener nexos con el crimen organizado y el narcotráfico, desembocando en su posterior persecución, captura y encarcelamiento.El episodio recuperado para la pantalla por Arreola y Galván Cervera no lo tiene a él como protagonista central, sino a Los Perros, un equipo de fútbol americano formado al interior del penal de Santa Martha por internos del lugar y apadrinados por el propio Durazo. La función del equipo era mostrar a la opinión pública que había avances en la readaptación social de los reos a través del deporte, pero –como el largometraje puntualiza– era también una fachada usada para encubrir los delitos perpetrados por los integrantes de dicho equipo, obligados por sus propios custodios.
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* * *
Tras un arduo trabajo de investigación de varios años, los realizadores hicieron una apuesta muy afortunada: en lugar de presentar los resultados de sus pesquisas en forma de un documental, optaron por desarrollar con esa información una especie de crónica ficcionalizada, basándose en los sucesos reales, y presentarla a manera de un filme noir. Deciden iniciar su narración en 1979, y centrarse en el personaje de Zambrano –apodado el Easy Rider–, un joven con un largo historial de evasiones quien es trasladado a Santa Martha, donde desde un primer momento comprende las reglas del juego y que su supervivencia depende de ser aceptado como uno de Los Perros, porque sus miembros no solo gozan de impunidad al interior de la penitenciaría, sino que ejercen el control de la misma con la venia de la autoridad, y son conocidos de forma interna como “La 4ª Compañía”.Zambrano –interpretado por Adrián Ladrón– se relaciona con Palafox, Combate, Quinto y otros internos jugadores del equipo de fútbol, con quienes llega a trabar amistad –además de disfrutar a su lado los privilegios de ser quienes tengan el control de los reclusos–. Sin embargo esta aparente inmunidad tiene un costo y está sujeta a los designios de sus patrones carceleros, a quienes la solidaridad y unión les significan poco, en un mundo donde las traiciones y el revanchismo son la norma.De la mano del Easy Rider, el espectador es guiado a través de las oscuras realidades del sistema carcelario de esos años (no muy distintas de las actuales), donde en lugar de ser reformados, los criminales son instigados a delinquir bajo las órdenes de un líder corrupto, quien les exige a sus mandos inmediatos cubrir una cuota diaria, so pena de castigarlos con relevarlos de su cargo o algo peor. Y así en grado descendente hasta llegar a los presos quienes deben de llevar a cabo las (a veces peligrosas) tareas criminales para satisfacer las demandas del mando superior, las cuales llegan a aumentar a escalas verdaderamente demenciales. Y deben obedecer, ya que cualquier falla o intento de escapatoria es castigada con encierro en solitario, tortura, o la muerte. Asimismo, funciona también como un relato sobre la pérdida de la inocencia y la inmersión de un joven en una interminable espiral de delincuencia y violencia.
Los cineastas logran concebir un universo de ricos contrastes, donde la nostalgia retro es contrapunteada por atmósferas enrarecidas y atemorizantes. Lo primero, resultado de una impecable recreación de época lograda con base en vestuario, maquillaje, diálogos y una ecléctica selección musical en la cual coexisten Los Bravos y Gary Glitter al lado de Javier Solís. Lo segundo, es resultado de una sobria, lóbrega pero deslumbrante –y a ratos espectacular– fotografía a cargo de Miguel López, así como el uso de espacios cerrados y claustrofóbicos alternados con escenas filmadas en locaciones reales dentro de la propia prisión.La película consigue obtener un perfecto equilibrio entre ficción y realismo. Esto como resultado de un excepcional trabajo coral, logrado en primera instancia por un ecléctico cuadro de actores, donde se incluyen rostros jóvenes junto a actores experimentados o que marcaron toda una época en el cine nacional (Manuel Ojeda, Darío T. Pie) y en su conjunto conforman un sólido ensamble actoral, a la altura de las exigencias requeridas por la trama. Incluso (y para inyectarle más veracidad) algunos de los presos que aparecen a cuadro son internos reales, integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario.Finalmente, el tratamiento y la tónica de la historia esta en profunda deuda con el cine de denuncia producido en los años setenta, en particular con obras clave como El apando (1976) de Felipe Cazals y Cadena Perpetua (1979) de Arturo Ripstein, con quienes sostiene vasos comunicantes no solo en lo tocante a que las tres logran plasmar un agudo retrato de un México devorado por la corrupción, la impunidad y el crimen, sino por compartir con ellas su pesimismo y desasosiego. En ese sentido, el filme enfatiza que, en lo referente al sistema carcelario, todo ha cambiado solo para permanecer igual… o peor. E instan por un urgente cambio de fondo, y no solo de forma.
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Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera llevan a la pantalla una cruda realidad del pasado que sigue vigente en México.
El 10 de julio de 2017 se celebró la entrega número 59 de los Premios Ariel. La máxima ganadora en esa edición fue La 4ª Compañía, que se llevó diez de las veinte categorías a las cuales estaba nominada. ¿Lo curioso? Ni sus propios protagonistas la habían visto terminada. Tan sólo pudieron verla quienes votaron por ella y un puñado de periodistas de cine en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Casi un año después, la película consigue estrenarse a nivel nacional, tanto en salas comerciales como a través de la plataforma Netflix.
La ópera prima de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera aborda una incidente vinculado a uno de los personajes más polémicos de la historia reciente de México: Arturo Durazo Moreno, quien se desempó como jefe de la ya desaparecida Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT) de la ciudad de México durante el gobierno del presidente José López Portillo; y quien se hizo tristemente célebre al revelarse que durante su gestión en el cargo se enriqueció de forma ilícita y fue responsable directo de diversos actos de corrupción, robo, secuestro y asaltos bancarios, así como de sostener nexos con el crimen organizado y el narcotráfico, desembocando en su posterior persecución, captura y encarcelamiento.El episodio recuperado para la pantalla por Arreola y Galván Cervera no lo tiene a él como protagonista central, sino a Los Perros, un equipo de fútbol americano formado al interior del penal de Santa Martha por internos del lugar y apadrinados por el propio Durazo. La función del equipo era mostrar a la opinión pública que había avances en la readaptación social de los reos a través del deporte, pero –como el largometraje puntualiza– era también una fachada usada para encubrir los delitos perpetrados por los integrantes de dicho equipo, obligados por sus propios custodios.
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Tras un arduo trabajo de investigación de varios años, los realizadores hicieron una apuesta muy afortunada: en lugar de presentar los resultados de sus pesquisas en forma de un documental, optaron por desarrollar con esa información una especie de crónica ficcionalizada, basándose en los sucesos reales, y presentarla a manera de un filme noir. Deciden iniciar su narración en 1979, y centrarse en el personaje de Zambrano –apodado el Easy Rider–, un joven con un largo historial de evasiones quien es trasladado a Santa Martha, donde desde un primer momento comprende las reglas del juego y que su supervivencia depende de ser aceptado como uno de Los Perros, porque sus miembros no solo gozan de impunidad al interior de la penitenciaría, sino que ejercen el control de la misma con la venia de la autoridad, y son conocidos de forma interna como “La 4ª Compañía”.Zambrano –interpretado por Adrián Ladrón– se relaciona con Palafox, Combate, Quinto y otros internos jugadores del equipo de fútbol, con quienes llega a trabar amistad –además de disfrutar a su lado los privilegios de ser quienes tengan el control de los reclusos–. Sin embargo esta aparente inmunidad tiene un costo y está sujeta a los designios de sus patrones carceleros, a quienes la solidaridad y unión les significan poco, en un mundo donde las traiciones y el revanchismo son la norma.De la mano del Easy Rider, el espectador es guiado a través de las oscuras realidades del sistema carcelario de esos años (no muy distintas de las actuales), donde en lugar de ser reformados, los criminales son instigados a delinquir bajo las órdenes de un líder corrupto, quien les exige a sus mandos inmediatos cubrir una cuota diaria, so pena de castigarlos con relevarlos de su cargo o algo peor. Y así en grado descendente hasta llegar a los presos quienes deben de llevar a cabo las (a veces peligrosas) tareas criminales para satisfacer las demandas del mando superior, las cuales llegan a aumentar a escalas verdaderamente demenciales. Y deben obedecer, ya que cualquier falla o intento de escapatoria es castigada con encierro en solitario, tortura, o la muerte. Asimismo, funciona también como un relato sobre la pérdida de la inocencia y la inmersión de un joven en una interminable espiral de delincuencia y violencia.
Los cineastas logran concebir un universo de ricos contrastes, donde la nostalgia retro es contrapunteada por atmósferas enrarecidas y atemorizantes. Lo primero, resultado de una impecable recreación de época lograda con base en vestuario, maquillaje, diálogos y una ecléctica selección musical en la cual coexisten Los Bravos y Gary Glitter al lado de Javier Solís. Lo segundo, es resultado de una sobria, lóbrega pero deslumbrante –y a ratos espectacular– fotografía a cargo de Miguel López, así como el uso de espacios cerrados y claustrofóbicos alternados con escenas filmadas en locaciones reales dentro de la propia prisión.La película consigue obtener un perfecto equilibrio entre ficción y realismo. Esto como resultado de un excepcional trabajo coral, logrado en primera instancia por un ecléctico cuadro de actores, donde se incluyen rostros jóvenes junto a actores experimentados o que marcaron toda una época en el cine nacional (Manuel Ojeda, Darío T. Pie) y en su conjunto conforman un sólido ensamble actoral, a la altura de las exigencias requeridas por la trama. Incluso (y para inyectarle más veracidad) algunos de los presos que aparecen a cuadro son internos reales, integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario.Finalmente, el tratamiento y la tónica de la historia esta en profunda deuda con el cine de denuncia producido en los años setenta, en particular con obras clave como El apando (1976) de Felipe Cazals y Cadena Perpetua (1979) de Arturo Ripstein, con quienes sostiene vasos comunicantes no solo en lo tocante a que las tres logran plasmar un agudo retrato de un México devorado por la corrupción, la impunidad y el crimen, sino por compartir con ellas su pesimismo y desasosiego. En ese sentido, el filme enfatiza que, en lo referente al sistema carcelario, todo ha cambiado solo para permanecer igual… o peor. E instan por un urgente cambio de fondo, y no solo de forma.
Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera llevan a la pantalla una cruda realidad del pasado que sigue vigente en México.
El 10 de julio de 2017 se celebró la entrega número 59 de los Premios Ariel. La máxima ganadora en esa edición fue La 4ª Compañía, que se llevó diez de las veinte categorías a las cuales estaba nominada. ¿Lo curioso? Ni sus propios protagonistas la habían visto terminada. Tan sólo pudieron verla quienes votaron por ella y un puñado de periodistas de cine en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Casi un año después, la película consigue estrenarse a nivel nacional, tanto en salas comerciales como a través de la plataforma Netflix.
La ópera prima de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera aborda una incidente vinculado a uno de los personajes más polémicos de la historia reciente de México: Arturo Durazo Moreno, quien se desempó como jefe de la ya desaparecida Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT) de la ciudad de México durante el gobierno del presidente José López Portillo; y quien se hizo tristemente célebre al revelarse que durante su gestión en el cargo se enriqueció de forma ilícita y fue responsable directo de diversos actos de corrupción, robo, secuestro y asaltos bancarios, así como de sostener nexos con el crimen organizado y el narcotráfico, desembocando en su posterior persecución, captura y encarcelamiento.El episodio recuperado para la pantalla por Arreola y Galván Cervera no lo tiene a él como protagonista central, sino a Los Perros, un equipo de fútbol americano formado al interior del penal de Santa Martha por internos del lugar y apadrinados por el propio Durazo. La función del equipo era mostrar a la opinión pública que había avances en la readaptación social de los reos a través del deporte, pero –como el largometraje puntualiza– era también una fachada usada para encubrir los delitos perpetrados por los integrantes de dicho equipo, obligados por sus propios custodios.
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Tras un arduo trabajo de investigación de varios años, los realizadores hicieron una apuesta muy afortunada: en lugar de presentar los resultados de sus pesquisas en forma de un documental, optaron por desarrollar con esa información una especie de crónica ficcionalizada, basándose en los sucesos reales, y presentarla a manera de un filme noir. Deciden iniciar su narración en 1979, y centrarse en el personaje de Zambrano –apodado el Easy Rider–, un joven con un largo historial de evasiones quien es trasladado a Santa Martha, donde desde un primer momento comprende las reglas del juego y que su supervivencia depende de ser aceptado como uno de Los Perros, porque sus miembros no solo gozan de impunidad al interior de la penitenciaría, sino que ejercen el control de la misma con la venia de la autoridad, y son conocidos de forma interna como “La 4ª Compañía”.Zambrano –interpretado por Adrián Ladrón– se relaciona con Palafox, Combate, Quinto y otros internos jugadores del equipo de fútbol, con quienes llega a trabar amistad –además de disfrutar a su lado los privilegios de ser quienes tengan el control de los reclusos–. Sin embargo esta aparente inmunidad tiene un costo y está sujeta a los designios de sus patrones carceleros, a quienes la solidaridad y unión les significan poco, en un mundo donde las traiciones y el revanchismo son la norma.De la mano del Easy Rider, el espectador es guiado a través de las oscuras realidades del sistema carcelario de esos años (no muy distintas de las actuales), donde en lugar de ser reformados, los criminales son instigados a delinquir bajo las órdenes de un líder corrupto, quien les exige a sus mandos inmediatos cubrir una cuota diaria, so pena de castigarlos con relevarlos de su cargo o algo peor. Y así en grado descendente hasta llegar a los presos quienes deben de llevar a cabo las (a veces peligrosas) tareas criminales para satisfacer las demandas del mando superior, las cuales llegan a aumentar a escalas verdaderamente demenciales. Y deben obedecer, ya que cualquier falla o intento de escapatoria es castigada con encierro en solitario, tortura, o la muerte. Asimismo, funciona también como un relato sobre la pérdida de la inocencia y la inmersión de un joven en una interminable espiral de delincuencia y violencia.
Los cineastas logran concebir un universo de ricos contrastes, donde la nostalgia retro es contrapunteada por atmósferas enrarecidas y atemorizantes. Lo primero, resultado de una impecable recreación de época lograda con base en vestuario, maquillaje, diálogos y una ecléctica selección musical en la cual coexisten Los Bravos y Gary Glitter al lado de Javier Solís. Lo segundo, es resultado de una sobria, lóbrega pero deslumbrante –y a ratos espectacular– fotografía a cargo de Miguel López, así como el uso de espacios cerrados y claustrofóbicos alternados con escenas filmadas en locaciones reales dentro de la propia prisión.La película consigue obtener un perfecto equilibrio entre ficción y realismo. Esto como resultado de un excepcional trabajo coral, logrado en primera instancia por un ecléctico cuadro de actores, donde se incluyen rostros jóvenes junto a actores experimentados o que marcaron toda una época en el cine nacional (Manuel Ojeda, Darío T. Pie) y en su conjunto conforman un sólido ensamble actoral, a la altura de las exigencias requeridas por la trama. Incluso (y para inyectarle más veracidad) algunos de los presos que aparecen a cuadro son internos reales, integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario.Finalmente, el tratamiento y la tónica de la historia esta en profunda deuda con el cine de denuncia producido en los años setenta, en particular con obras clave como El apando (1976) de Felipe Cazals y Cadena Perpetua (1979) de Arturo Ripstein, con quienes sostiene vasos comunicantes no solo en lo tocante a que las tres logran plasmar un agudo retrato de un México devorado por la corrupción, la impunidad y el crimen, sino por compartir con ellas su pesimismo y desasosiego. En ese sentido, el filme enfatiza que, en lo referente al sistema carcelario, todo ha cambiado solo para permanecer igual… o peor. E instan por un urgente cambio de fondo, y no solo de forma.
Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera llevan a la pantalla una cruda realidad del pasado que sigue vigente en México.
El 10 de julio de 2017 se celebró la entrega número 59 de los Premios Ariel. La máxima ganadora en esa edición fue La 4ª Compañía, que se llevó diez de las veinte categorías a las cuales estaba nominada. ¿Lo curioso? Ni sus propios protagonistas la habían visto terminada. Tan sólo pudieron verla quienes votaron por ella y un puñado de periodistas de cine en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Casi un año después, la película consigue estrenarse a nivel nacional, tanto en salas comerciales como a través de la plataforma Netflix.
La ópera prima de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera aborda una incidente vinculado a uno de los personajes más polémicos de la historia reciente de México: Arturo Durazo Moreno, quien se desempó como jefe de la ya desaparecida Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT) de la ciudad de México durante el gobierno del presidente José López Portillo; y quien se hizo tristemente célebre al revelarse que durante su gestión en el cargo se enriqueció de forma ilícita y fue responsable directo de diversos actos de corrupción, robo, secuestro y asaltos bancarios, así como de sostener nexos con el crimen organizado y el narcotráfico, desembocando en su posterior persecución, captura y encarcelamiento.El episodio recuperado para la pantalla por Arreola y Galván Cervera no lo tiene a él como protagonista central, sino a Los Perros, un equipo de fútbol americano formado al interior del penal de Santa Martha por internos del lugar y apadrinados por el propio Durazo. La función del equipo era mostrar a la opinión pública que había avances en la readaptación social de los reos a través del deporte, pero –como el largometraje puntualiza– era también una fachada usada para encubrir los delitos perpetrados por los integrantes de dicho equipo, obligados por sus propios custodios.
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También podrían interesarte estas películas de cine mexicano:
El vigilante, testigo de un crimen.
La libertad del narcotráfico, un documental.
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Tras un arduo trabajo de investigación de varios años, los realizadores hicieron una apuesta muy afortunada: en lugar de presentar los resultados de sus pesquisas en forma de un documental, optaron por desarrollar con esa información una especie de crónica ficcionalizada, basándose en los sucesos reales, y presentarla a manera de un filme noir. Deciden iniciar su narración en 1979, y centrarse en el personaje de Zambrano –apodado el Easy Rider–, un joven con un largo historial de evasiones quien es trasladado a Santa Martha, donde desde un primer momento comprende las reglas del juego y que su supervivencia depende de ser aceptado como uno de Los Perros, porque sus miembros no solo gozan de impunidad al interior de la penitenciaría, sino que ejercen el control de la misma con la venia de la autoridad, y son conocidos de forma interna como “La 4ª Compañía”.Zambrano –interpretado por Adrián Ladrón– se relaciona con Palafox, Combate, Quinto y otros internos jugadores del equipo de fútbol, con quienes llega a trabar amistad –además de disfrutar a su lado los privilegios de ser quienes tengan el control de los reclusos–. Sin embargo esta aparente inmunidad tiene un costo y está sujeta a los designios de sus patrones carceleros, a quienes la solidaridad y unión les significan poco, en un mundo donde las traiciones y el revanchismo son la norma.De la mano del Easy Rider, el espectador es guiado a través de las oscuras realidades del sistema carcelario de esos años (no muy distintas de las actuales), donde en lugar de ser reformados, los criminales son instigados a delinquir bajo las órdenes de un líder corrupto, quien les exige a sus mandos inmediatos cubrir una cuota diaria, so pena de castigarlos con relevarlos de su cargo o algo peor. Y así en grado descendente hasta llegar a los presos quienes deben de llevar a cabo las (a veces peligrosas) tareas criminales para satisfacer las demandas del mando superior, las cuales llegan a aumentar a escalas verdaderamente demenciales. Y deben obedecer, ya que cualquier falla o intento de escapatoria es castigada con encierro en solitario, tortura, o la muerte. Asimismo, funciona también como un relato sobre la pérdida de la inocencia y la inmersión de un joven en una interminable espiral de delincuencia y violencia.
Los cineastas logran concebir un universo de ricos contrastes, donde la nostalgia retro es contrapunteada por atmósferas enrarecidas y atemorizantes. Lo primero, resultado de una impecable recreación de época lograda con base en vestuario, maquillaje, diálogos y una ecléctica selección musical en la cual coexisten Los Bravos y Gary Glitter al lado de Javier Solís. Lo segundo, es resultado de una sobria, lóbrega pero deslumbrante –y a ratos espectacular– fotografía a cargo de Miguel López, así como el uso de espacios cerrados y claustrofóbicos alternados con escenas filmadas en locaciones reales dentro de la propia prisión.La película consigue obtener un perfecto equilibrio entre ficción y realismo. Esto como resultado de un excepcional trabajo coral, logrado en primera instancia por un ecléctico cuadro de actores, donde se incluyen rostros jóvenes junto a actores experimentados o que marcaron toda una época en el cine nacional (Manuel Ojeda, Darío T. Pie) y en su conjunto conforman un sólido ensamble actoral, a la altura de las exigencias requeridas por la trama. Incluso (y para inyectarle más veracidad) algunos de los presos que aparecen a cuadro son internos reales, integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario.Finalmente, el tratamiento y la tónica de la historia esta en profunda deuda con el cine de denuncia producido en los años setenta, en particular con obras clave como El apando (1976) de Felipe Cazals y Cadena Perpetua (1979) de Arturo Ripstein, con quienes sostiene vasos comunicantes no solo en lo tocante a que las tres logran plasmar un agudo retrato de un México devorado por la corrupción, la impunidad y el crimen, sino por compartir con ellas su pesimismo y desasosiego. En ese sentido, el filme enfatiza que, en lo referente al sistema carcelario, todo ha cambiado solo para permanecer igual… o peor. E instan por un urgente cambio de fondo, y no solo de forma.
Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera llevan a la pantalla una cruda realidad del pasado que sigue vigente en México.
El 10 de julio de 2017 se celebró la entrega número 59 de los Premios Ariel. La máxima ganadora en esa edición fue La 4ª Compañía, que se llevó diez de las veinte categorías a las cuales estaba nominada. ¿Lo curioso? Ni sus propios protagonistas la habían visto terminada. Tan sólo pudieron verla quienes votaron por ella y un puñado de periodistas de cine en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Casi un año después, la película consigue estrenarse a nivel nacional, tanto en salas comerciales como a través de la plataforma Netflix.
La ópera prima de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera aborda una incidente vinculado a uno de los personajes más polémicos de la historia reciente de México: Arturo Durazo Moreno, quien se desempó como jefe de la ya desaparecida Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT) de la ciudad de México durante el gobierno del presidente José López Portillo; y quien se hizo tristemente célebre al revelarse que durante su gestión en el cargo se enriqueció de forma ilícita y fue responsable directo de diversos actos de corrupción, robo, secuestro y asaltos bancarios, así como de sostener nexos con el crimen organizado y el narcotráfico, desembocando en su posterior persecución, captura y encarcelamiento.El episodio recuperado para la pantalla por Arreola y Galván Cervera no lo tiene a él como protagonista central, sino a Los Perros, un equipo de fútbol americano formado al interior del penal de Santa Martha por internos del lugar y apadrinados por el propio Durazo. La función del equipo era mostrar a la opinión pública que había avances en la readaptación social de los reos a través del deporte, pero –como el largometraje puntualiza– era también una fachada usada para encubrir los delitos perpetrados por los integrantes de dicho equipo, obligados por sus propios custodios.
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Los cineastas logran concebir un universo de ricos contrastes, donde la nostalgia retro es contrapunteada por atmósferas enrarecidas y atemorizantes. Lo primero, resultado de una impecable recreación de época lograda con base en vestuario, maquillaje, diálogos y una ecléctica selección musical en la cual coexisten Los Bravos y Gary Glitter al lado de Javier Solís. Lo segundo, es resultado de una sobria, lóbrega pero deslumbrante –y a ratos espectacular– fotografía a cargo de Miguel López, así como el uso de espacios cerrados y claustrofóbicos alternados con escenas filmadas en locaciones reales dentro de la propia prisión.La película consigue obtener un perfecto equilibrio entre ficción y realismo. Esto como resultado de un excepcional trabajo coral, logrado en primera instancia por un ecléctico cuadro de actores, donde se incluyen rostros jóvenes junto a actores experimentados o que marcaron toda una época en el cine nacional (Manuel Ojeda, Darío T. Pie) y en su conjunto conforman un sólido ensamble actoral, a la altura de las exigencias requeridas por la trama. Incluso (y para inyectarle más veracidad) algunos de los presos que aparecen a cuadro son internos reales, integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario.Finalmente, el tratamiento y la tónica de la historia esta en profunda deuda con el cine de denuncia producido en los años setenta, en particular con obras clave como El apando (1976) de Felipe Cazals y Cadena Perpetua (1979) de Arturo Ripstein, con quienes sostiene vasos comunicantes no solo en lo tocante a que las tres logran plasmar un agudo retrato de un México devorado por la corrupción, la impunidad y el crimen, sino por compartir con ellas su pesimismo y desasosiego. En ese sentido, el filme enfatiza que, en lo referente al sistema carcelario, todo ha cambiado solo para permanecer igual… o peor. E instan por un urgente cambio de fondo, y no solo de forma.
El 10 de julio de 2017 se celebró la entrega número 59 de los Premios Ariel. La máxima ganadora en esa edición fue La 4ª Compañía, que se llevó diez de las veinte categorías a las cuales estaba nominada. ¿Lo curioso? Ni sus propios protagonistas la habían visto terminada. Tan sólo pudieron verla quienes votaron por ella y un puñado de periodistas de cine en la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Casi un año después, la película consigue estrenarse a nivel nacional, tanto en salas comerciales como a través de la plataforma Netflix.
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La libertad del narcotráfico, un documental.
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Tras un arduo trabajo de investigación de varios años, los realizadores hicieron una apuesta muy afortunada: en lugar de presentar los resultados de sus pesquisas en forma de un documental, optaron por desarrollar con esa información una especie de crónica ficcionalizada, basándose en los sucesos reales, y presentarla a manera de un filme noir. Deciden iniciar su narración en 1979, y centrarse en el personaje de Zambrano –apodado el Easy Rider–, un joven con un largo historial de evasiones quien es trasladado a Santa Martha, donde desde un primer momento comprende las reglas del juego y que su supervivencia depende de ser aceptado como uno de Los Perros, porque sus miembros no solo gozan de impunidad al interior de la penitenciaría, sino que ejercen el control de la misma con la venia de la autoridad, y son conocidos de forma interna como “La 4ª Compañía”.Zambrano –interpretado por Adrián Ladrón– se relaciona con Palafox, Combate, Quinto y otros internos jugadores del equipo de fútbol, con quienes llega a trabar amistad –además de disfrutar a su lado los privilegios de ser quienes tengan el control de los reclusos–. Sin embargo esta aparente inmunidad tiene un costo y está sujeta a los designios de sus patrones carceleros, a quienes la solidaridad y unión les significan poco, en un mundo donde las traiciones y el revanchismo son la norma.De la mano del Easy Rider, el espectador es guiado a través de las oscuras realidades del sistema carcelario de esos años (no muy distintas de las actuales), donde en lugar de ser reformados, los criminales son instigados a delinquir bajo las órdenes de un líder corrupto, quien les exige a sus mandos inmediatos cubrir una cuota diaria, so pena de castigarlos con relevarlos de su cargo o algo peor. Y así en grado descendente hasta llegar a los presos quienes deben de llevar a cabo las (a veces peligrosas) tareas criminales para satisfacer las demandas del mando superior, las cuales llegan a aumentar a escalas verdaderamente demenciales. Y deben obedecer, ya que cualquier falla o intento de escapatoria es castigada con encierro en solitario, tortura, o la muerte. Asimismo, funciona también como un relato sobre la pérdida de la inocencia y la inmersión de un joven en una interminable espiral de delincuencia y violencia.
Los cineastas logran concebir un universo de ricos contrastes, donde la nostalgia retro es contrapunteada por atmósferas enrarecidas y atemorizantes. Lo primero, resultado de una impecable recreación de época lograda con base en vestuario, maquillaje, diálogos y una ecléctica selección musical en la cual coexisten Los Bravos y Gary Glitter al lado de Javier Solís. Lo segundo, es resultado de una sobria, lóbrega pero deslumbrante –y a ratos espectacular– fotografía a cargo de Miguel López, así como el uso de espacios cerrados y claustrofóbicos alternados con escenas filmadas en locaciones reales dentro de la propia prisión.La película consigue obtener un perfecto equilibrio entre ficción y realismo. Esto como resultado de un excepcional trabajo coral, logrado en primera instancia por un ecléctico cuadro de actores, donde se incluyen rostros jóvenes junto a actores experimentados o que marcaron toda una época en el cine nacional (Manuel Ojeda, Darío T. Pie) y en su conjunto conforman un sólido ensamble actoral, a la altura de las exigencias requeridas por la trama. Incluso (y para inyectarle más veracidad) algunos de los presos que aparecen a cuadro son internos reales, integrantes de la Compañía de Teatro Penitenciario.Finalmente, el tratamiento y la tónica de la historia esta en profunda deuda con el cine de denuncia producido en los años setenta, en particular con obras clave como El apando (1976) de Felipe Cazals y Cadena Perpetua (1979) de Arturo Ripstein, con quienes sostiene vasos comunicantes no solo en lo tocante a que las tres logran plasmar un agudo retrato de un México devorado por la corrupción, la impunidad y el crimen, sino por compartir con ellas su pesimismo y desasosiego. En ese sentido, el filme enfatiza que, en lo referente al sistema carcelario, todo ha cambiado solo para permanecer igual… o peor. E instan por un urgente cambio de fondo, y no solo de forma.
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