La llorona: un cine para hacer justicia. Entrevista con Jayro Bustamante
La llorona es la película que aborda el genocidio guatemalteco, en el que asesinaron a más de 160 mil mayas, y que llega a las salas de cine en México. Su director, Jayro Bustamante, cuenta los detalles de su realización y la censura que sufrió la producción para impedir su realización.
Al contrario de lo que se cree, el cine es un oficio ingrato. Salvo por las actuaciones, la mayor parte del público ignora quién hizo qué en las películas y los detalles mismos de la realización se traslucen como detrás de un celofán ante el interés casi exclusivo por las tramas. Al menos el público nota los riesgos cuando el cine veraniego filma a los actores chocando en coches o cayendo de rascacielos, pero las imágenes politizadas de países a los que no se suele voltear a ver traen otros peligros para sus directores.
El guatemalteco Jayro Bustamante, por ejemplo, ofrece historias inquietantes de censura sobre la filmación de La llorona (2019), que se estrena este 29 de julio en salas de cine mexicanas: “Recibimos varias llamadas que nos decían anónimamente que no deberíamos hacer esta película, cuando empezamos a hacerla. Nos aconsejaban que hiciéramos una Amélie Poulain guatemalteca, algo positivo, que habláramos de nuestra Guatemala sonriente y colorida. Y luego empezaron a tomar forma de amenaza y entonces decidimos filmarla lo más rápido posible, porque lo único que podían hacer era impedir que la filmáramos”, cuenta en una entrevista por Zoom.
La compañía francesa Le Films du Volcan financió el rodaje de inmediato para evitar un bloqueo por parte del gobierno guatemalteco. “Aun así, trató de detener la filmación la ministra de Relaciones Exteriores”. El equipo utilizó la residencia del embajador francés, la embajada de México y la Universidad Jesuita como locaciones, donde pintaron pasos de cebra para simular calles. ¿Cómo no sonreír al enterarnos de que una película de horror atemorizó al gobierno guatemalteco? Quizá percatándonos de lo que realmente les preocupaba.
Aunque no evade la premisa que sugiere el título, La llorona aborda el genocidio guatemalteco, donde más de 160 mil mayas fueron ejecutados entre los años sesenta y el final de la guerra civil, en 1996. Las cifras totales, que incluyen al resto de la población, rebasan los doscientos mil asesinatos. El exdictador ficticio de Jayro Bustamante está basado en Efraín Ríos Montt, un militar que, tras un golpe de Estado, tomó la presidencia de su país entre 1982 y 1983, y en 2013 fue sentenciado por genocidio y crímenes de lesa humanidad. Tan solo unos días después, su sentencia fue revocada y nunca más se le volvió a juzgar. Murió en 2018.
La llorona es parte de una trilogía motivada por los insultos más políticamente cargados de Guatemala y abarca el debut de Bustamante, Ixcanul (2015), donde explora la discriminación contra los mayas, llamados despectivamente “indios”, y Temblores (2019), incitada por el mote “hueco”, que pretende humillar a los homosexuales. La llorona parte de la palabra “comunista”, un ataque para denigrar a los miembros de la izquierda. “En un país donde defender los derechos humanos se merece un insulto, es lógico pensar en un genocidio”, explica el director; “entonces empecé a trabajar sobre ese tema, hablando de Guatemala como una Madre Tierra cansada de llorar a sus hijos desaparecidos, y luego vino la pregunta de cómo tratarlo, porque ya no queremos seguir hablando de eso. Todavía las heridas están muy frescas. Entonces, se me ocurrió hacerlo bajo una idea un poco más de realismo mágico y horror, entre comillas”. La Llorona, el espectro de una mujer que, en el clásico relato mexicano, grita ahogada de culpa por asesinar a sus hijos, se convirtió en la materialización de un lamento colectivo ante la impunidad.
En la película, el dictador y su familia se encierran en una mansión después del juicio por el genocidio y los asedia un grupo de manifestantes cuando ―al igual que a Ríos Montt— las élites lo exoneran. Después de unos días, la familia contrata a Alma (María Mercedes Coroy), una nueva trabajadora doméstica que bien podría ser un fantasma justiciero o una mujer cuyo rostro maya evoca una culpa suprimida en la consciencia de estos oligarcas. “Todos los movimientos políticos y sociales”, dice Bustamante al respecto, “son siempre orgullosos de lo que son; incluso los nazis estaban orgullosos de llamarse nazis, pero los oligarcas son los únicos que nunca han aceptado con orgullo lo que son. De alguna manera eso ya te planta como oligarca, como alguien que sabe que está haciendo mal las cosas, pero las sigue perpetuando”.
Tratar el genocidio desde el horror y la fantasía es una decisión riesgosa. Sería fácil caer en la trivialidad del entretenimiento, pero Bustamante y su equipo estuvieron conscientes de ello y trataron de equilibrarlo con momentos de realismo y de magia. “Lo que queríamos era usar los elementos del horror, sin adoptarlos completamente, entonces en esos momentos en los que llegábamos al género y ya nos pasábamos a un horror universal, entraba el realismo mágico para contrarrestarlo. Fue un ejercicio difícil porque el horror es muy efectivo, entonces te da mucho placer jugar con él. Hicimos muchas tomas que al final no pusimos porque nos desequilibraban la película y aunque nos habían quedado geniales en términos de horror, dijimos: ‘no podemos permitirnos que el horror de la ficción le quite peso al de la realidad; no podemos hacer que una película sea más horrorífica por sus imágenes que por el genocidio que está contando’”.
Aunque sí hay sustos repentinos en La llorona, el director de fotografía Nicolás Wong busca distinguirse del horror convencional a partir de composiciones que primero crean elaborados cuadros cuyo artificio se reduce en acercamientos paulatinos hacia rostros atormentados. En otras ocasiones vemos alejamientos que describen los espacios, como en la primera imagen de la película, donde un grupo de mujeres reza una plegaria. Los tonos pálidos, el ritmo poseído de las voces, la inmovilidad de los personajes sugieren la perversidad de rezar por un genocida. En esas imágenes y en el encierro se ve la influencia de The Shining (1980), de Stanley Kubrick, que Bustamante describe como su principal referente.
Bien o mal, el cine puede representarlo todo, pero ¿puede incidir en la realidad? Para el director guatemalteco no hay que cavilarlo: se puede hacer justicia con las imágenes. “Creo que hay una manera de comunicar en el cine que es nuestro gran poder. Y es que nosotros no informamos sino que tocamos emociones. Yo creo que cuando tú tocas una emoción las reflexiones son más profundas que cuando sólo recibes información. Mi casa de producción se abrió en 2009 con ese lema que nos pusimos para trabajar: ‘el cine es más que entretenimiento y sólo haremos cine que cause impacto y cambio social positivo’. Entonces, digamos que trabajo para eso y creo ciegamente en eso, y cuando alguien me demuestre que no, me daré cuenta de que he echado a la basura muchos años de mi vida”.
A pesar de los bloqueos y las amenazas en su país, Bustamante goza del reconocimiento incontestable que la película ha tenido en festivales como la Berlinale y Venecia, que proyectaron Ixcanul y La llorona. Pero hay otra recompensa, más irónica, que parece darle satisfacción. “Los festivales han hecho ese papel de ponernos en el mapa, de darnos nombre, y eso nos ha servido mucho para que todos los detractores que no quieren que se hablen estos temas en el país, tengan esa confusión de que no nos quieren por lo que contamos, pero nos quieren porque nos volvimos famosos”.
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