La cámara es un atrapa-recuerdos para Pedro Meyer. Algo que le da a su oficio la dimensión de un mago que se aprovecha de la fugacidad para capturarla para siempre. La cámara es como un instrumento que cuida los instantes destinados al olvido de cualquier persona y cualquier ciudad.
“Una pistola se dispara igual que una cámara, pero en la fotografía se debe tener el cuidado de no lastimar”, Meyer suele decir. El fotógrafo de 84 años que llamaba conservadores a aquellos que a fuerza de mantener su prestigio en el dominio de la cámara analógica se resistían a ser aprendices de la cámara digital a principios de los noventa, es la misma persona que quiso apostar por la eficacia educativa de la fotografía en 2015, cuando inauguró el Foto Museo Cuatro Caminos (FM4C).
Hoy no acepta entrevistas, pero responde correos electrónicos para hablar de ese barco al que subió y del que no se termina de bajar a pesar de su cierre en abril de 2020 en medio de la pandemia.
“Creo que todos podemos estar de acuerdo en que la educación es una de las grandes tareas pendientes en nuestro México actual. Y dentro de ese tema la fotografía como vanguardia de los cambios tecnológicos es una forma ideal de atraer la conversación de todo el mundo, todo lo relacionado a ese rubro”, escribe.
Su llamado encontró eco en el FM4C, un espacio donde el aura lumínico de las imágenes no era exclusivo de algunos: “La educación de la fotografía es algo que atañe no solo a los profesionales del ramo, sino a todo mundo. Entender la fotografía digital es comprender los cambios profundos del mundo digital en todo nuestro quehacer personal y profesional”, apunta.
Podríamos calcular el andar de Pedro Meyer en función de cada modelo de cámara con el que ha ido experimentando, así nos acercaríamos también a la certeza que él mismo suele referir, que el porvenir de la fotografía es tan incierto como el rumbo exponencial de la tecnología: “Entendamos a la fotografía desde la era digital y sus nuevas posibilidades expresivas y de comunicación, el asunto de la tecnología marcha a una gran velocidad en el mundo entero y no se detiene ante nada. Las burocracias están mal equipadas para ocuparse de este tema de manera correcta y eso quedó muy evidenciado en el desastre que ha sido todo lo relacionado a la Covid-19″, escribe en un correo.
El fotógrafo que le daba la bienvenida al futuro tecnológico hoy no sabe si pueda existir una versión 2.0 del FM4C. «El horizonte está tan nublado que difícilmente podemos ver unos metros adelante de nosotros», señala.
Foto Museo Cuatro Caminos
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Llegar al museo en metro implicaba bajarse en la estación Cuatro Caminos de la línea azul, andar por un largo pasillo en el que se venden discos, comida, videojuegos y ropa, después salir al ruido de motores de combis y camiones del paradero, cruzar la avenida, y dar unos cuantos pasos para finalmente ingresar al lugar en el que sucedían inauguraciones fotográficas con hasta tres mil personas. El recorrido parece sencillo pero era mejor no distraerse en esta zona fronteriza de la Ciudad de México. Una mitad del museo pertenece al municipio de Naucalpan, Edo. de México y la otra a la alcaldía Miguel Hidalgo.
“Desde que iniciamos y sobre todo al final se puso muy violenta la situación. Tuvimos varios encuentros con personas que querían cobrarnos derecho de piso. No teníamos vigilancia por parte del municipio, y contratamos una empresa de seguridad que nos robó los visores de realidad virtual. No sabíamos cuánto tiempo podríamos continuar sin tener un conflicto más grande”, dice vía telefónica Guadalupe Lara, directora del FM4C.
“Una manera de recompensar estos lugares violentos es llevando oferta cultural, logramos hacer un buen trabajo con la comunidad, ellos cuidaban del espacio porque lo sentían suyo”, agrega Guadalupe. Hacer más habitable el barrio a través de la cultura pronto tomó la dimensión de una utopía que habitó durante seis años en lo que solía ser una fábrica de plásticos.
Tras salir corridos de España al comienzo de la Guerra Civil, los Meyer Richheimer deambularon por Europa con su bebé Pedro; tiempo después el padre que vendía juguetes como agente viajero en la Península Ibérica y la madre que cuidaba del hogar terminaron del otro lado del atlántico, en México, donde echarían raíces por el resto de sus vidas.
“Creo que todos podemos estar de acuerdo en que la educación es una de las grandes tareas pendientes en nuestro México actual».
Foto Museo Cuatro Caminos / Fundación Pedro Meyer.
Entre sus propiedades estaba una fábrica de plásticos construída en diferentes épocas por judíos que también encontraron en México la tierra para hacer su historia. “Tiene dejos de una arquitectura Bauhaus porque probablemente quienes la hicieron estaban influenciados por los alemanes”, dice al teléfono Mauricio Rocha, el arquitecto que revivió el cascajo después de que el fotógrafo arreglara los papeles y le preguntara qué se le ocurría que podían hacer.
“No quisimos perder su espíritu de fábrica así que aprovechamos su luz norte. Era un edificio con un esqueleto interesante, de modo que si lo leíamos bien podíamos darle la vuelta sin tener que tirarlo. Trabajamos con varios fotógrafos y al final tuvimos gran éxito a nivel económico porque logramos por metro cuadrado un precio de la cuarta parte de uno convencional, en un espacio de 5 mil metros de exhibición más construcción iba a ser altísimo”, señala Rocha.
Así esta caja de pandora poco a poco fue revelando sorpresas, en 2016 la obra fue premiada como mejor proyecto de restauración en la Bienal Panamericana de Quito. El premio era una aliciente a su principal propósito, el de lograr que un territorio donde imperan los disparos de pistolas, mejor se conocieran los de las cámaras.
“Hay espacios que si los activas pueden convertirse en grandes oportunidades para revivir zonas marginadas y abandonadas. Desde la arquitectura contemporánea podemos emplear las acupunturas urbanas, generas un flujo a nivel urbano”, añade Rocha.
Pero el saneamiento deseado no ha terminado de suceder. “Se necesitan más factores que solamente el edificio, como posturas de política urbana y cultural. FM4C es parte de un grupo de acupunturas que deberían funcionar para que no haya delincuencia, ni agresión, para que no te pidan tus cuotas, pero eso no lo hace un solo edificio sino una serie de condiciones”, agrega el arquitecto.
Foto Museo Cuatro Caminos
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Reinventar un museo que carecía de acervo era jugar a ser cada vez más atractivos, así que los llamados al público se convirtieron en festivales musicales y exposiciones masivas, todo con tal de reunir a diferentes generaciones a idear, pero los buenos propósitos pronto empezaron a tambalear, porque el FM4C no tuvo un músculo mayor del cual sostenerse.
La suma de voluntades que arrancó bajo la gestión de Rafael Tovar y de Teresa como presidente del Conaculta, sucedido por María Cristina García Cepeda al frente de la Secretaría de Cultura y hasta Alejandra Frausto, la actual titular, tenía de por medio el apalabramiento de que la Fundación pondría la infraestructura y la secretaría apoyaría durante el funcionamiento.
“Con toda modestia y humildad pensamos que estábamos en una situación de combinar los recursos y habilidades tanto desde la sociedad civil (nosotros), como desde el gobierno con su inevitable burocracia, para mejorar y acelerar la educación en estos rubros.
Esa fue nuestra propuesta inicial que se le hizo al gobierno y que en los hechos no cumplieron su parte una sola vez, y lo prometido no ocurrió. Y eso a lo largo de varios periodos gubernamentales bajo distintos personajes de la cultura. Ahora con la 4T la situación se aclaró con mucha precisión, lo que teníamos que ofrecer no les interesaba para nada”, escribe Pedro Meyer.
Así comenzó a enfermar el museo y con esa vulnerabilidad se enfrentó a la Covid-19. “Intentamos sobrevivir con patrocinios de empresas, pero mantener un espacio tan grande con recursos propios se convirtió en algo muy complicado. Se quitaron los apoyos en cartelera, el convenio de seguridad y las visitas guiadas que eran una taquilla muy importante. Luego la pandemia nos dejó sin taquilla, cancelamos los eventos y las rentas para producciones de cine. No vimos un futuro promisorio”, dice Guadalupe Lara.
“El problema que intentábamos mejorar, al menos, seguirá pendiente. Nadie es indispensable. Hay un gran déficit de cultura visual en el mundo y nosotros estábamos haciendo un gran esfuerzo al contribuir con una solución. El sentimiento que tengo es el mismo respecto a mi país. Uno de gran tristeza. El que nuestro proyecto hubiera quedado atropellado por un gobierno que ni siquiera hizo una mínima evaluación de lo que hicimos, es muy penoso sin duda. Era un territorio libre de corrupción y de intereses ocultos. Simplemente queríamos aportar a la sociedad algo que veníamos haciendo desde hace 50 años. Tampoco es como que fuéramos advenedizos o aventureros”, concluye Meyer.