Leto: un verano musical al estilo soviético
Así era el Rock and Roll en el ocaso de la URSS.
Leto es una película sobre el amor. No sobre el amor romántico, sino el amor a una época, una comunidad, un discurso y una forma de comportarse. Leto no esconde en absoluto lo enamorada que está de sus sujetos, su música y sus historias. En realidad, películas como esta no se hacen muy a menudo, cintas que se entregan completamente a contar un relato de furia juvenil e ilusiones casi ingenuas.
A pesar de su lado sentimental, Leto no abandona la cruda realidad de su contexto, donde la expresión musical era coartada —por no decir prohibida— por el aparato represor del Estado y la lucha de egos estaba a la orden del día.
Este largometraje es el décimo de Kiril Serebrennikov, realizador ruso conocido por hablar en tono crítico del régimen actual en su país.
Sin embargo, Leto no está ambientada en la Rusia del siglo XXI. La película narra el nacimiento de Kino, la agrupación de rock más importante que tuvo la Unión Soviética, de principios a mediados de los años ochenta. Era una banda que hacía música de temas, no siempre políticos, representando a una sociedad que luchaba por su derecho a experimentar, por una forma de vida menos opresiva y cercana a políticas como la perestroika o el glasnost.
Kino era el reflejo perfecto de una sociedad que no se sentía representada por su gobierno.
La película muestra las tocadas de Kino y otras agrupaciones como Zoopark en foros tensamente controlados, donde los asistentes no podían pararse, gritar o llevar carteles de apoyo. Las grabaciones musicales también estaban firmemente reguladas y no cualquiera podía grabar un disco o un sencillo.
Sin embargo, el amor por la música y la pasión de sus personajes se abren camino a su manera. Aunque presente, el aparato represor de la Unión Soviética es constantemente mofado y nunca se muestra como un obstáculo insuperable. Después de todo, la URSS estaba en la antesala de la disolución.
A diferencia de su último trabajo, El Discípulo, que aborda el fanatismo religioso en Rusia, en esta historia Serebrennikov optó por diluir la seriedad entre música, sueños juveniles, romances imposibles e idealismo. Leto es un largometraje sobre el amor en tiempos de tempestad.
La película abre con unas chicas tratando de entrar ilegalmente a un concierto de rock. Después, la cámara arranca un extenso plano secuencia que recorre el lugar, muestra a Zoopark, la banda protagonista de la noche, y a una audiencia que por ley debe permanecer sentada y sin causar disturbios. La secuencia es emocionante y explosiva, gran precursora de una historia sobre la música como catalizador de libertad.
Leto tiene una ambición similar al espíritu extático de Trainspotting.
De este lado del charco poco se sabe sobre Kino, que Rusia tiene un estatus de culto, pero el enfoque emotivo del largometraje vuelve esto irrelevante. Su euforia es contagiosa. Leto es un relato a medio camino entre la biografía, el videodiario y el musical, combinando un estilo sin convenciones, siempre saltando de un género a otro. Es un largometraje lleno de momentos irreverentes y conscientes del aparato narrativo.
Hay varios instantes que interrumpen la narrativa taladrando la cuarta pared a través de aclaraciones dirigidas a la audiencia a través de frases tan contundentes como: “Esto en realidad no sucedió.”
En esta película, los conciertos enloquecidos se cruzan con asesinatos, en el marco de un musical donde los protagonistas cantan canciones icónicas de Talking Heads, Iggy Pop o Lou Reed, inspirando animaciones.
A unas semanas de terminar la filmación, Serebrennikov fue arrestado por autoridades rusas, acusado de un supuesto desvío de 2 millones de dólares en dinero del Estado. Muchas alas culturales protestan lo que parece ser un arresto arbitrario para limitar disidentes.
Leto está ambientada varias décadas atrás, pero su temática resuena hoy con la misma potencia.
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