Daniel Saldaña París: el arte del fracaso
Al leer de corrido los libros de Saldaña París, se pueden detectar algunas decisiones cruciales de su autor: no romantizar la ciudad; no permitir que el libro descanse únicamente en la trama, sino que proponga en términos de lenguaje y estructura; no obedecer a la mesa de novedades pero tampoco inventarse provocaciones superfluas y falsas. Saldaña París ha construido para él mismo y para su escritura otro camino, uno muy distinto al de las tendencias de la actualidad.
“El día 8 de noviembre de 2021, el jurado compuesto por Gonzalo Pontón Gijón, Marta Ramoneda (de la librería La Central), Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé otorgó el 39º Premio Herralde de Novela a El año del Búfalo, de Javier Pérez Andújar. Resultó finalista El baile y el incendio, de Daniel Saldaña París.”
Nos estamos extinguiendo, pero hay cosas que parece que no cambiarán nunca. En esta época en la que Anagrama y Alfaguara pertenecen a conglomerados editoriales multinacionales, es difícil saber si la insistencia en mantener premios literarios cada año con los mismos nombres de siempre se debe a una preocupación por salvaguardar el prestigio y la tradición o a pura y llana inercia: como si pusieran a un robot a redactar los párrafos ilegibles que luego firman los jurados. En todo caso, hay veces en las que la novela finalista me llama más la atención que la ganadora. El año pasado, por ejemplo, con Los llanos de Federico Falco. Y ahora éste, con El baile y el incendio de Daniel Saldaña París.
“A veces me da miedo pensar que todo lo que nos queda en común son unas cuantas palabras y el consumo paralelo de benzodiazepinas. Y sin embargo, por esas pocas palabras valdría la pena aprender a hablar otra vez desde el principio.” (La máquina autobiográfica, p. 22).
Cuando uno lee los libros de Daniel Saldaña París de un tirón no es difícil llegar a la conclusión de que sus protagonistas viven entre una fe ciega por la humanidad y el pasmo total. Allí está, por ejemplo, Rodrigo, el protagonista de En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013), quien decide casarse con una colega a la que apenas conoce simplemente porque alguien más le propuso matrimonio en su nombre. O el protagonista de El nervio principal (Sexto Piso, 2018), que durante un largo periodo sin apenas salir de su cama recuerda el episodio de su infancia cuando, sin tener idea de lo que estaba haciendo, se subió a un camión rumbo a Villahermosa para buscar a su madre. O Natalia, que en El baile y el incendio (Anagrama, 2021), sin muchas ganas, planea una coreografía que termina causando una epidemia de baile desenfrenado y un revuelo social. Son desencantados con esperanza que están dispuestos a todo, menos a hacer algo.
“Año de crisis económica. Los periódicos, los analistas y las vecinas se quejan exageradamente del probable advenimiento del apocalipsis” (En medio de extrañas víctimas, p. 174).
Esta particular tensión entre un optimismo desenfadado y una completa certeza de que todo está perdido se desarrolla usualmente en el contexto de una familia desintegrada y una crisis, que puede ser económica (En medio de extrañas víctimas) o político-social, como el levantamiento armado zapatista de 1994 (El nervio principal), o la crisis ambiental de El baile y el incendio. El mundo, en los libros de Daniel Saldaña París, está permanentemente a punto de acabarse. Esto pasa en sus libros de ficción, pero también en su poesía (La máquina autobiográfica, Bonobos, 2012) y en sus ensayos/crónicas recopiladas en Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021).
“Lo característico de la ciudad de México no es la combinación de azul y siena de la casa de Frida Kahlo, en Coyoacán, sino el mar de casas grises, sin pintura, con las varillas de construcción expuestas, que se extiende en torno a la calzada Ignacio Zaragoza, por la salida a Puebla” (Aviones… p. 18).
Las ficciones de Daniel Saldaña París se centran en el absurdo de habitar la normalidad frente al apocalipsis, antes que en la nostalgia por el mundo que está por desaparecer. Esto genera un tono que se niega al melodrama, aunque coquetee con lo íntimo. Huérfanos de padre o de madre, sus personajes no recuerdan su infancia en busca de confort o empatía; sus historias se tratan más bien de narrar todos los detalles alrededor de abandonos, asesinatos, desapariciones, sin que estas tragedias se conviertan en el centro de la historia. Así, algo que Daniel Saldaña París hace muy bien es dominar el difícil ejercicio de imaginar personajes antiheroicos sin caer en la caricatura: un burócrata cultural en su primera novela; un tipo que desde su cama recuerda su infancia y se niega a convivir con el mundo, en la segunda; y un trío de amigos fracasados en la tercera.
“No me interesa hablar tanto de la droga como de la ciudad. La ciudad y la droga, la droga y la ciudad” (Aviones…, p. 76).
Lo mismo sucede con los espacios, pues las novelas se niegan a la fácil romantización de la ciudad. En El nervio principal y En medio de extrañas víctimas, las casas de Coapa y las calles de la colonia Educación son todas iguales; en El baile y el incendio, Cuernavaca no es más que una “sucesión de estacionamientos”. La razón de esto, sospecho, queda más clara en los ensayos/crónicas del autor. Por ejemplo, cuando en “Un invierno bajo tierra” se describe cada una de las reuniones diarias de adictos anónimos a las que el autor iba en Montreal, la relevancia de la ciudad consiste en su capacidad para albergar diferentes tipos de experiencias y no en algún valor inherente a ella. Esta crónica es un buen ejemplo para entender ese impulso contenido que yo leo en sus libros de ficción: aquí, la historia de la adicción del autor no termina con la autodestrucción ni con una epifanía. Se difumina más bien, luego de seis meses de sobriedad con el reconocimiento de que quizá nunca necesitó asistir a las reuniones “más allá de que todos necesitamos, a veces, contar una historia de nosotros mismos frente a un grupo de gente desconocida”.
“Es imposible encontrar tiempo para escribir si uno tiene que trabajar nueve o diez horas al día y, dado el estado de la economía mexicana, no hay manera de sobrevivir si no se trabaja nueve o diez horas al día” (Aviones…, p. 20).
Cuando esto lo dice un autor que en 2017 fue seleccionado por el Hay Festival en la lista Bogotá39 de los mejores escritores de América Latina menores de cuarenta años, que ha pasado de publicar de una editorial independiente prestigiosa (Sexto Piso) a una editorial multinacional prestigiosa (Anagrama), y que es representado por una agencia literaria prestigiosa, ¿qué le queda a la gente común y corriente? Para ser justo, Daniel Saldaña París escribió esto mucho antes de llegar a Anagrama, ignoro si ya tenía agente en ese momento, y al parecer era un texto enfocado en darse a conocer al público angloparlante con miras a la distribución de sus libros en traducción al inglés. En todo caso, la pregunta señala el difícil tema de la precariedad del mundo cultural, que se percibe y se experimenta de manera diferente según como haya suerte y contactos, y ganas. Creo que hay algo valioso en esta reflexión del autor sobre su propio lugar en el ecosistema literario mexicano y en la dificultad inherente de los artistas para sobrevivir de su oficio. Esto no es nuevo. Hace décadas, en un texto de los años sesenta o setenta (no me acuerdo), Ángel Rama colocó en primer lugar las condiciones económicas en la lista de los diez problemas para el novelista latinoamericano, y no es ningún misterio que les escritores necesiten de muchos otros trabajos, desde la traducción, las clases y ahora el taller literario online tipo Domestika, para pagar la renta.
“©Daniel Saldaña París, 2021
Por acuerdo con Casanovas & Lynch Literary Agency, S. L.”
Iba a escribir que desde un punto de vista comercial, Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama, 2021) es un momento central en la carrera de Daniel Saldaña París, pero pensándolo mejor creo que estoy equivocado. Mi idea tenía que ver con el hecho de que el paso de Sexto Piso a Anagrama, más el fichaje de la agencia literaria, representa un momento de mayor proyección para su obra. Y aunque esto pueda ser cierto, lo que también es verdad es que sus dos primeras novelas se tradujeron al inglés mucho antes de su llegada a Anagrama. En todo caso, creo que esta recopilación de ensayos o crónicas, o como se las quiera llamar, forma parte de un proyecto artístico coherente que, por inventarme algo, se trata de explorar las posibilidades artísticas del fracaso.
“Me interesa una narrativa que no navegue impulsada por el viento leve de la trama, sino que busque, a riesgo aun de naufragar, un trabajo exigente con el lenguaje y una atención especial a la estructura. Una narrativa, una cuentística, que no dé por supuesto el molde ni se limite a rellenarlo con la masa temática de moda; que se plantee, una y otra vez, la pregunta por el lenguaje que conviene a cada texto. Una literatura, en definitiva, poco programática pero muy consciente: que no ceda ante los esquemas dictados por las mesas de novedades ni contraponga a éstos una prescriptiva falsamente provocadora” (Un nuevo modo. Antología de narrativa mexicana actual, p. 12).
Además de todo, tengo que decir que Daniel Saldaña París me cae bien. No me refiero a que me caiga bien personalmente (aunque también sea el caso y aunque apenas nos conozcamos), sino como escritor. Me refiero a que algo que también leo en sus libros es una especie de apuesta por la pausa y la reflexión. En un mundo acostumbrado a los gritos, él ha elegido no seguir la ruta del escritor-influencer, ni la del opinador, ni la del libro por año, etcétera. Hasta podría decir que su Instagram contagia mucha paz. De nuevo, habría que entender cuáles son las condiciones que hacen posible que un escritor no necesite gritar para ser escuchado, pero eso no niega las decisiones que toma la gente cuando se trata de construir su imagen pública, más importante, las que se toman en el momento de escribir. Gatopardo
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