Literatura y feminismo: Selva Almada
Arte

Literatura y feminismo: Selva Almada

Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Es momento de conversar, pero sobre todo de debatir. No tenemos todas las respuestas, pero son necesarias las preguntas. Es momento de repensar y evolucionar nuestras concepciones de género. Es momento de rabia, pero también de esperanza. Es momento de hablar, para nunca callar más.

Aquí están las ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Selva Almada (1973, Argentina)

“El feminismo que me interesa, el que siento propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases”.

Obra:
Mal de muñecas, 2003. (Poesía); Niños, 2005. (Novela); Una chica de provincia, 2007. (Cuentos); El viento que arrasa, 2012. (Novela); Ladrillero, 2013. (Novela); Chicas muertas, 2014. (Crónica); El desapego es una manera de querernos, 2015. (Cuentos); El mono en el remolino: Notas del Rodaje de Zama de Lucrecia Martel, 2017.

¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo?
No hace mucho que me reconozco feminista. Creo que casi toda mi vida fui una feminista espontánea, pero no sabía si podía llamarme feminista. Escribir Chicas muertas y después, cuando el libro se publicó, ponerle el cuerpo, creo que terminó de confirmarme en el feminismo.

¿Cómo calificarías el momento que atraviesa el feminismo?
En Argentina, y creo que en toda Latinoamérica, el feminismo es el movimiento político, social y cultural más importante en los últimos cincuenta años. Desde el peronismo, en Argentina no hubo un movimiento que irrumpiera con tanta fuerza y presencia como lo ha hecho el feminismo en los últimos tres o cuatro años. Claro, había feminismo antes: gran parte del camino recorrido se lo debemos a las mujeres, las lesbianas y las trans que nos precedieron. Me gustaría que no nos olvidemos que las hijas, las nietas, no surgieron por generación espontánea, antes que ellas, que nosotras, estuvieron estas otras activistas, grupos muy pequeños que salían a las calles cuando ser feminista era absolutamente resistido y absolutamente antipático. Aquí empezó a crecer con el “Ni una menos” y explotó con el debate por el derecho al aborto. El año pasado (2018) creo que todas entendimos que era el gran tema urgente del feminismo, que sin ese derecho esencial a decidir cuándo ser madre, no podíamos seguir hablando de otras cosas. El activismo feminista logró cosas que nunca antes: que el feminicidio entrara en la agenda del periodismo, ya no como un caso policial más, si no como una problemática social y que el aborto, que era un tema tabú, saliera finalmente del closet. Hoy mujeres que son abuelas pueden blanquear que ellas también abortaron alguna vez. Se debatió de aborto hasta en los programas de la farándula… eso fue maravilloso.

Sobre la creciente publicación de autoras mujeres, ¿consideras que se trata de una estrategia de mercado, o más bien se trata de mayor concientización de la industria de equilibrar la balanza?
Cuando anteponemos la palabra «mercado» a mí todo me genera una gran desconfianza. Si le interesa al mercado es porque vende, claro. Pero también que se venda, que haya una demanda de más libros feministas, quiere decir que hay un interés creciente en el tema. Me causa contradicciones. Yo creo que sí, es una estrategia de mercado. Sin ir más lejos hace poco el diario Clarín sacó una colección de libros feministas. Uno de mis libros está en esa colección. Y me da gusto no porque adhiera o comparta la ideología del diario, ni por el dinero que pueda generarme (que es muy poco porque estos libros son mucho más baratos que el mismo publicado por la editorial) si no porque tengo la fantasía de que el libro pueda llegar a otros lugares y a otro público. En ese sentido, que el feminismo le interese al mercado editorial, con todo el escozor que pueda producirnos, es la posibilidad de que esos libros estén en las vidrieras y no en los depósitos de las librerías; de que tengan su lugar en los suplementos culturales; de que, ojalá, lleguen a un público mucho más amplio y que ello sí signifique al final una mayor conciencia y reflexión sobre el tema.

¿Te identificas con alguna facción de feminismo?
No milito en ningún movimiento en particular. Pero el feminismo que me interesa, el que siento como propio, es el feminismo íntimamente ligado a la lucha de clases. Imagínate que hasta el peón más maltratado por su patrón llega a su casa y tiene a alguien que está por debajo de él: su mujer. Como dice Yoko Ono: “la mujer es el negro del mundo” (no, no lo dijo Lennon, aunque lo haya escrito en una canción). Entonces no es posible o no me interesa, al menos, un feminismo que no contemple a las pobres, a las indias, a las mestizas… No es lo mismo ser una mujer en Buenos Aires que serlo en Salta (una de las provincias más católicas y conservadoras del país). Esas diferencias significan vulnerabilidades diferentes, menor acceso a la información y también a la justicia. En mi país hay una población indígena muy grande, completamente olvidada por el Estado, donde el grado de indefensión de esas mujeres es terrible: niñas violadas y obligadas a parir porque se les niega el aborto terapéutico (que es el legal); violaciones colectivas perpetradas por hombres blancos. Todo eso queda muy lejos de Buenos Aires, pero un feminismo que tenga sentido no puede ser indiferente a estas cuestiones.

¿Consideras que al tocar este tipo de temas en la literatura se podría crear mayor conciencia sobre un asunto normalizado? ¿Podría pensarse como una suerte de activismo?
La literatura escrita ad hoc para «hablar de tal cosa» no me interesa como lectora, te diría que me aleja inmediatamente. Me gusta encontrar en los relatos, en las novelas, en la poesía una mirada feminista del mundo, pero cuando está hecho a propósito me deja un poco fría. Por ejemplo, Enero, de Sara Gallardo, es una novela escrita hace 50 años, por una Sara Gallardo muy joven en ese momento, y puede leerse como un gran y hermoso alegato a favor del aborto. Sin embargo no creo que Sara Gallardo lo haya pensado como «su aporte al tema». Sara Gallardo escribió una novela en la que el drama de ese personaje es estar embarazada en una relación confusa, una violación sin que termine de reconocerse como tal, y querer deshacerse de eso que le está pasando y no conseguirlo.

Cuando se publicó mi primera novela, en 2012, un periodista me dijo que yo dejaba muy mal paradas a las mujeres porque en la historia las dos madres, por distintas razones, están alejadas de sus hijos. Yo todavía no había publicado Chicas muertas ni me asociaban públicamente al feminismo. A mí me causó gracia su lectura, bastante machista por otro lado, pensando que las mujeres que son madres están condenadas a serlo de por vida, que no pueden decidir dejar a sus hijos como cualquier hombre. Hoy sería difícil que alguien leyera alguno de mis relatos sin la clave feminista. No sé si eso me gusta, no me esfuerzo para escribir novelas feministas porque de todos modos los universos que escribo están siempre atravesados por la mirada que yo tengo sobre las cosas.

El movimiento ha abierto un debate sobre si hay que dejar o no de consumir producciones artísticas (literatura, películas, obras de teatro) cuando sus creadores han sido denunciados por violencia o machismo. ¿Cuál es tu postura al respecto?
Para mí es un tema de reflexión constante y de charla con otras amigas… no estoy de acuerdo con los escraches porque no termino de ver adónde conducen y porque creo que no es lo mismo una violación que una insinuación, no es lo mismo sentirse incómoda, involucrarse en una situación incómoda como por ejemplo terminar acostándote con alguien sin ganas, que ser violentada, encerrada, golpeada. Y no es lo mismo que alguna de estas situaciones te ocurra a los 15 años que a los 20 o 25 (estoy hablando de lo que llamo situaciones incómodas, no de las violaciones claro está). Entonces en el afán del escrache todo se mezcla y da la impresión de que todo es lo mismo. Hace poco hubo una situación aquí con un poeta y editor que sería jurado en la Bienal de Arte Joven. Finalmente y tras la denuncia en su contra, el editor renunció como jurado ,pero la Bienal además separó a la editorial, conformada por otras personas. Es decir, por la conducta de una persona se dejó sin trabajo a otras, se enturbió el prestigio de una editorial y a quienes trabajan en ella. No estoy de acuerdo con la medida tomada por los organizadores de la Bienal, me parece una medida complaciente, correcta políticamente pero injusta.

No leo libros de autores contemporáneos míos que sé que son violentos y machistas. Tampoco de los machistas aunque no tengan denuncias de violencia en su contra. No leo ni compro sus libros ni los recomiendo en mis talleres. ¿Por qué no de ellos y sí podría volver a leer Lolita? porque los contextos son diferentes. Estos autores están viviendo en la misma sociedad que yo, en el mismo tiempo que yo, entonces si no se sienten interpelados, si no pueden establecer un diálogo con esto que nos pasa, pues no me interesan en lo más mínimo.

¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? 
Creo que el feminismo me ha transformado sobre todo como lectora. Me di cuenta de que me había formado leyendo a escritores varones y que había todo un universo de libros escritos por mujeres que yo desconocía. Y como escritora, o como persona en realidad, el feminismo me ha llevado a involucrarme activamente, a reflexionar constantemente, a criticarme algunas prácticas también…

¿Hacia dónde te gustaría que fuera el movimiento?
Me gustaría que siguiera expandiéndose, multiplicándose… quiero creer que el futuro será feminista porque el feminismo es por ahora y para mí la manera más justa y hermosa de entender el mundo.

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