Un actor que rechazó el blanco y el negro para potenciar los matices.
Marlon Brando Jr. nació una hora antes de la medianoche el 3 de abril de 1924 en el Hospital de Maternidad de Omaha, Nebraska. Un alumbramiento de nalgas. O eso le dijeron. Años después sus actuaciones lo convertirían en una leyenda del cine y el teatro. No obstante, el actor escribió en su autobiografía, Brando: Songs My Mother Taught Me, de 1995: “hacer películas fue un medio para un fin”. Ese fin era alimentarse a sí mismo, a su familia, sobrevivir y ayudar a otros.
Brando, a quien su familia llamaba “Bud” antes de su actuación en Un tranvía llamado deseo (1951) se cuestionaba constantemente la decisión de aparecer en películas. Decía que además de ser actor también contempló ser ministro de alguna religión o estafador. Actuar para él no era un asunto personal, sólo negocios. La excepción vino cuando abrió Pennebaker Productions, un estudio que nombró en honor a su madre y utilizó para emplear a su padre.
Dicha productora nos dio The Ugly American (1963), una película que originalmente hablaría sobre la labor de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que Brando tanto admiraba. El producto final resultó para él una “metáfora de las formas condescendientes y egoístas en las que Estados Unidos trataba a las naciones más pobres”. Brando se esforzaba por exhibir el miedo que atravesaba su país de origen frente al comunismo y descalificar la guerra de Vietnam.
Sus declaraciones, a pesar de ser altamente controversiales en su país, no evitaron que siguiera arrebatando suspiros. Bastaba su voz, de tono bajo, pero contundente. Las palabras que emitía sin gesticular demasiado -aún cuando era consciente de cada músculo en su rostro deslumbrante- para después, bajar la cabeza y emitir sin mucha energía una amplia sonrisa que reducía el tamaño de sus ojos azules.
Bajo esa infalible máscara, tuvo al inicio de su carrera una relación breve pero íntima con Marilyn Monroe. Según las confesiones de su autobiografía, ella le revelaba sus sentimientos y quejas del ámbito Hollywoodense justo cuando él filmaba su segundo largometraje Un tranvía llamado deseo.
Con esa misma seguridad, pero ya con facciones duras que reflejaban su edad, el actor de Viva Zapata! (1952), intentó alguna vez confrontar al entonces candidato presidencial John Kennedy durante una cena para recaudar fondos.
“Debes estar muy aburrido de todo esto”, le dijo Brando a Kennedy, con intenciones de que el político asintiera con honestidad, pero logró lo contrario; el presidente en turno, por poco molesto, le dijo que todo eso le parecía muy divertido y el actor contó después que sólo buscaba que, por única vez, un político le dijera la verdad.
***
“Entre las celebridades con estatus icónicos, aquellos cuyo nombre conjura imágenes: Garbo, Marilyn, Sinatra, Olivier; Brando se distingue por su ambigüedad. (…) ¿Es el bruto carismático en playera blanca? ¿El motociclista con una chamarra negra de piel? ¿El padrino? ¿El padre de Superman? ¿O el fantasma calvo de la jungla vietnamita en Apocalypse Now?”, escribe al inicio del libro La sonrisa de Brando: su vida, pensamiento y trabajo, la autora, Susan L. Muzruchi.
Se trata de una pregunta que no puede responderse con el nombre de ningún personaje al que Brando haya interpretado en su carrera artística. En todo caso, hay que usar a todos en conjunto.
Su familia no era adinerada, creció como el tercer hijo de Dorothy Pennebaker y Marlon Brando. El aliento alcohólico de su madre marcó su vida. A pesar de ver a sus dos padres beber cotidianamente, con todas las consecuencias de aquel hábito, mantuvo una relación extraña con “lo dulce” del aliento de su madre y el dolor que le provocaba verla tomar.
En la adultez estuvo frecuentemente acompañado por alguna mujer cuyo aliento le traía de regreso ese aroma dulzón. “Siempre me sentí sexualmente atraído por ese olor. Por más que lo odiaba, tenía una inevitable atracción hacia él”, escribió en sus memorias.
Otro evento que marcó su niñez fue la partida de Ermi, una instructora negra que vivía con la familia de Brando para cuidar de él y de sus dos hermanos. Él desarrolló una obsesión por la institutriz desde que tenía tres o cuatro años de edad y desde que cumplió siete, ellos dormían juntos y desnudos. Ella tenía el sueño pesado y mientras dormía, él tocaba los senos y la abrazaba.
Marlon Brando reconoció en su autobiografía que se sintió abandonado al descubrir que el viaje que su cuidadora le había anunciado a la familia, era en realidad una partida definitiva.
No fue la única vez que besó a una mujer inconsciente. A los ocho años de edad, se propuso como voluntario para cuidar de Carol, una compañera de la escuela que tenía un problema de somnolencia constante. Ella lo invitó a su casa y cuando ella se quedó dormida en el sillón, le dio lo que él consideró su primer beso. Carol nunca lo supo.
Brando fue un niño problemático desde el jardín de niños. Padecía una dislexia no diagnosticada y reprobaba materias. “Bud” hería insectos y animales. También robaba dinero.
En algún punto eso cambió y se convirtió en un protector de animales. Si encontraba alguno enfermo o con hambre lo llevaba a su casa. También llevó con su familia a una mujer que él creía enferma, aunque más tarde descubrió que sólo estaba ebria.
***
La curiosidad y la pretensión de ingenuidad rigieron parte de la vida personal de Brando, pero también su carrera como actor.
Durante el rodaje de El Padrino, en un momento en el que era percibido como uno de los grandes actores cuya carrera se había desinflado con el tiempo, acordó con el camarógrafo poner pesas de plomo en una camilla que transportaría a al Padrino en una secuencia en la que su familia debía cargarlo para subir unas escaleras.
“Escondí las pesas bajo las sábanas, pero nadie sabía esto más que el camarógrafo y yo. Mi familia comenzó a cargarme, pero no podían (…). Les dije ‘vamos, debiluchos, me voy a caer de aquí si no me suben. Es ridículo’”, les gritaba. Brando mantuvo la broma durante cinco o seis tomas. El camarógrafo casi tropieza de la risa.
“Una vez que eres famoso, todo y todos cambian. Incluso mi padre. Después de Un tranvía llamado deseo, él comenzó a hacer algo que realmente me molestó: empezó a llamarme Marlon. Hasta entonces siempre me había llamado Bud o Buddy”, contó el actor en su libro.
Solía decir que la profesión de actor no le apasionaba. “Me interesaban otras cosas, pero nada me sale mejor que actuar, así no pude tomar otra decisión. Tal vez sólo ponga mi energía en ser tan buen actor como pueda”, comentó a la ligera un joven Marlon Brando en entrevista con Edward Murrow en 1955, antes de cumplir 30 años de edad. En esa misma transmisión mostró una estatuilla que le fue otorgada en los Premios de la Academia ese mismo año. Fue la primera y única vez que subió a recoger su premio luego de ganar en la categoría a Mejor Actor por interpretar al moralmente conflictuado Terry Malloy en Nido de Ratas (1954).
La segunda vez que ganó en esa misma categoría fue por su legendaria encarnación de Don Vito Corleone en El Padrino (1972). En aquella ocasión, quien subió a recibir la estatuilla fue Sacheen Littlefeather, actriz de ascendencia apache y representante de los derechos humanos de los nativos estadounidenses.
“No creo que la gente se dé cuenta de lo que la industria de las películas le ha hecho a los nativos norteamericanos, de hecho, a todos los grupos étnicos, a todas las minorías y a los no blancos. No se dan cuenta. Sólo dieron por sentado que esta sería la forma en que la gente sería representada y los clichés se han perpetuado”, reprochó en televisión durante una entrevista de 1973 con Dick Cavett, en la que apareció permanentemente incómodo.
Sin temor a ser silenciado como sí lo fue Sacheen a la mitad de su discurso en la cuadragésima quinta ceremonia de los Premios Oscar, arremetió contra Hollywood y el gobierno de Estados Unidos. “En muchos sentidos, la gente de la mafia vive bajo un código más estricto que los presidentes y otros políticos”, continuó en su autobiografía respecto al personaje de Don Corleone, enmarcado en Hollywood y la política de su país.
***
“Supongo que piensas que no soy un tipo muy refinado”, es una de las frases que dice Stanley Kowalski, interpretado por Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, a Blanche Dubois, bajo la actuación Vivien Leigh.
Como Kowalski, intentaba recordarle a sus conocidos y a la audiencia que él tampoco era de alcurnia. Se alejaba de los convencionalismos, de la caballerosidad y lo galante. Aún así, muchos lo consideraban la máxima representación de esas cualidades. Ordenaba sus discos de jazz y libros favoritos meticulosamente y nunca se le vio mal vestido. Tampoco a Don Vito Corleone, quien se regía con los valores de un caballero en lo familiar y personal, trajeado hasta en los días más violentos.
La propuesta de interpretar al mafioso protagonista de El Padrino en la novela escrita por Mario Puzo ya estaba en la mesa, pero de entrada, él ni siquiera la consideró. Aunque Puzo le dio una copia del libro con una nota que decía que era el perfecto Don Corleone, Brando no lo hojeó siquiera, a pesar de que amaba leer. Sin embargo, tiempo después, descubrió que aquello podría ser un buen reto.
“Tienes que tomar riesgos de vez en cuando”, dijo. Y así, casi por curiosidad, quiso ver cómo luciría de italiano. Después de todo ya había actuado como polaco, mexicano e irlandés.
Marlon Brando describió mejor a Don Corleone en sus remembranzas: “ una persona decente, independientemente de su trabajo. Un hombre que tenía fe en los valores familiares y que fue formado por una serie de sucesos, como el resto de nosotros”.
Aún sin demasiada devoción, al recorrer parte de su carrera, lo que más agradeció Brando fue la oportunidad de conocer William O. Douglas, un juez asociado de la Corte Suprema de Estados Unidos; a Martin Luther King Jr., al secretario general de la ONU entre 1953 y 1961, Dag Hammarskjöld, y a Robert y John F. Kennedy.
***
“A lo largo de la historia del cine ha cambiado la manera en la que la actuación ha sido abordada. En un principio era más teatral y conforme ha evolucionado, se convirtió en algo más sutil y de detalles. En Brando se puede ver esa evolución a través de su propia madurez, con personajes cada vez más complejos”, observa Carlos Andrés Mendiola, columnista de cine y autor de 120 películas para amar a México.
Según la biógrafa Susan L. Mizruchi, leía libros sobre los mundos de sus personajes. Escribía varias páginas con notas y preguntas en torno a sus papeles y dijo en diversas entrevistas que, en la mayoría de los guiones que le daban, reescribía sus partes.
Trabajar con Bernardo Bertolucci fue un reto de otro nivel para él, cuando interpretó a Paul en El Último Tango en París (1972). Para este trabajo Marlo Brando se apegó al método de actuación que utilizó durante toda su carrera filmográfica, basado en lo dictado por Konstantín Stanislavski y aprendió directamente de Stella Adler, una de las pupilas del experto ruso.
Ponerse en los zapatos de un viudo de 45 años que mantiene relaciones sexuales con una muy joven mujer, Jeanne (María Schneider), no fue lo ideal para su estabilidad emocional, como lo reveló después. Sobre todo porque no lo imaginaba. Bernardo le pidió que “se interpretara a sí mismo”, que improvisara a Paul. Él acató la orden.
“Decidí que nunca más iba a destruirme emocionalmente para hacer una película. Sentí que violé mi yo más interno y no quería sufrir así de nuevo. (…) Tuve que experimentar el sufrimiento. No pude fingirlo”, dijo Brando tiempo después.
Ante un vacío en el guion, la libertad expresa para la improvisación y el recurso de aspectos externos a la escena, se filmó en una sola toma la secuencia en la que Paul viola a Jeanne usando mantequilla como lubricante. La actriz no sabía lo que le esperaba, pues no estaba en el guion original, como dijo Schneider al Daily Mail en 2007 y confirmó Bertolucci en 2013. El lugar de trabajo de Marlon y de María pasó de imaginar cómo se sentiría algo así, a exponerse experimentando lo que realmente estaba pasando.
“’El último Tango en París me dejó agotado, quizás en parte porque hice lo que Bernardo pidió y algo del dolor que muestra la película era el mío”, escribió en sus memorias de 1995. Sin embargo, nunca se disculpó con María Schneider.
***
Marlon Brando intentó convencer a directores, fans, lectores y a sí mismo de que actuar no era su pasión verdadera, pero su temprana y estricta preparación, su dedicación a cada uno de sus papeles y el compromiso que tuvo hasta los últimos días de su vida con la profesión, dicen lo contrario.
“Nunca había prestado mucha atención a la iluminación (cinematográfica) y cuando lo hice me di cuenta de que el hombre que la configura puede hacer mucho por tu actuación, o romperte el cuello si así lo quiere”, escribió el actor en 1995. “Con las luces, puede agregar drama a tu rostro, hacerlo aburrido o dejarte en total oscuridad. A partir de entonces, comencé a consultar todo con el encargado de iluminación antes de hacer una escena, usando un espejo para ver de primera mano el efecto que le daría la luz a mi apariencia y rendimiento”.
Su talento y perfeccionismo lo convirtieron en un mito viviente, algo que nunca disfrutó. Padecía el recordatorio constante de que su realidad había sido distorsionada por la fama, como sus actuaciones por la luz.
“Para mucha gente resulta más conveniente ver el mundo en blanco y negro, pues así es más fácil elegir un bando. La mente humana encuentra difícil lidiar con áreas grises”, dijo el actor que construyó una carrera inolvidable trabajando en ese rango.
También te puede interesar:
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.