Archivo Gatopardo

Militante en la causa del paraíso

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Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Raúl Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra.

El 2 de junio de 1982, Raúl Zurita trazó sobre el cielo de Nueva York doce versos de su poema “La vida nueva”. Escritos por cinco aviones en letras de humo, cada verso medía aproximadamente nueve kilómetros de largo, y estaban compuestos por frases como “Mi Dios es hambre”, “Mi Dios es ghetto”, “Mi Dios es chicano”. El gesto, monumental pero fugaz, ocupó el paisaje por apenas unos minutos y desapareció inmediatamente después arrastrado por el viento.Como contraportada a este acto, en 1992 y tras el término de la dictadura militar, el poeta chileno trazaría sobre el desierto de Atacama un verso solitario que aún hoy, visto desde el cielo, versa: “Ni pena ni miedo”. Ambas acciones, ideadas en conjunto, resumen el pensamiento de un escritor que opta por una poesía de grandes proporciones, la cual, ante el hueco que dejó la dictadura, se dirige a un pueblo herido para anunciar, a través de la página, o lo que es lo mismo, el desierto, una promesa de resurrección.Héctor Hernández Montecinos en Un mar de piedras, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) a finales de 2018, retrata, mediante el montaje de cuarenta años de entrevistas sostenidas con medios latinoamericanos, la vida y obra del poeta chileno. A través de la congregación de fragmentos, logra mostrar una continuidad, un tono y una lógica que, desde el 11 de septiembre de 1973, tras el golpe de Estado en Chile, abraza profundamente el pensamiento de Raúl Zurita. “Cuando uno ha sobrevivido, cuando se está vivo y en su propio país, uno comprende que la relación entre la literatura y la vida es fundamental, que lo que importa en realidad es hacer que la existencia que vivimos sea más vivible y que toda obra literaria y de arte participe de ese proyecto”, apunta Zurita en el libro.[caption id="attachment_242696" align="aligncenter" width="620"]

Un mar de piedras, Raul Zurita

Un mar de piedras de Raul Zurita[/caption]Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra. Nacido en Santiago, hijo de madre italiana, genovesa, y huérfano de padre, Zurita fue criado por su abuela, Josefina, quien había llegado con su esposo a un país, alguna vez rico, guiados por la fiebre del salitre. Nostálgica, sin nunca haber podido regresar a Italia, la abuela les contaba a él y a su hermana, en un italiano que migraba indiscriminadamente al genovés, los cantos de La Divina Comebdia, de Dante Alighieri; pasajes enteros que remplazarían los recuerdos de la infancia de Zurita y los sustituirían por una cosmología única.La cadencia de estos versos, indescifrables al principio, pero cercanos e íntimos después, acompañaron a Zurita a lo largo de su vida. Con la llegada de la dictadura y tras los quiebres que la violencia le infligieron a la experiencia y a la lengua, la estructura del poema de Dante se volvió parte de un itinerario poético que rigió consistentemente el proyecto estético de Zurita y que culmina en el que es hoy su proyecto artístico más ambicioso: la trilogía compuesta por Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La vida nueva (1994). Habitante del infierno, la búsqueda de Zurita se volvió un ferviente deseo por reconciliarse con la vida y entregarle al mundo un poema, capaz de regresarle a él y a su país la promesa del paraíso.Hoy, al término de diecisiete años de dictadura y al borde de cumplir setenta años, Zurita, heredero de las ambiciones de poetas como Pablo Neruda y Nicanor Parra, se aboca a la traducción de los cien cantos de La Divina Comedia. El gesto, tan íntimo como inconcebible, pretende exhumar con el paso del italiano al español los restos de una vida, procurándoles de una vez por todas reposo a esas dos mujeres italianas que llegaron a mediados de los años treinta a Chile, la persecución, el silencio, y lo que será el momento que marca a Zurita para siempre, el golpe de Estado de 1973.

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Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Raúl Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra.

El 2 de junio de 1982, Raúl Zurita trazó sobre el cielo de Nueva York doce versos de su poema “La vida nueva”. Escritos por cinco aviones en letras de humo, cada verso medía aproximadamente nueve kilómetros de largo, y estaban compuestos por frases como “Mi Dios es hambre”, “Mi Dios es ghetto”, “Mi Dios es chicano”. El gesto, monumental pero fugaz, ocupó el paisaje por apenas unos minutos y desapareció inmediatamente después arrastrado por el viento.Como contraportada a este acto, en 1992 y tras el término de la dictadura militar, el poeta chileno trazaría sobre el desierto de Atacama un verso solitario que aún hoy, visto desde el cielo, versa: “Ni pena ni miedo”. Ambas acciones, ideadas en conjunto, resumen el pensamiento de un escritor que opta por una poesía de grandes proporciones, la cual, ante el hueco que dejó la dictadura, se dirige a un pueblo herido para anunciar, a través de la página, o lo que es lo mismo, el desierto, una promesa de resurrección.Héctor Hernández Montecinos en Un mar de piedras, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) a finales de 2018, retrata, mediante el montaje de cuarenta años de entrevistas sostenidas con medios latinoamericanos, la vida y obra del poeta chileno. A través de la congregación de fragmentos, logra mostrar una continuidad, un tono y una lógica que, desde el 11 de septiembre de 1973, tras el golpe de Estado en Chile, abraza profundamente el pensamiento de Raúl Zurita. “Cuando uno ha sobrevivido, cuando se está vivo y en su propio país, uno comprende que la relación entre la literatura y la vida es fundamental, que lo que importa en realidad es hacer que la existencia que vivimos sea más vivible y que toda obra literaria y de arte participe de ese proyecto”, apunta Zurita en el libro.[caption id="attachment_242696" align="aligncenter" width="620"]

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Un mar de piedras de Raul Zurita[/caption]Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra. Nacido en Santiago, hijo de madre italiana, genovesa, y huérfano de padre, Zurita fue criado por su abuela, Josefina, quien había llegado con su esposo a un país, alguna vez rico, guiados por la fiebre del salitre. Nostálgica, sin nunca haber podido regresar a Italia, la abuela les contaba a él y a su hermana, en un italiano que migraba indiscriminadamente al genovés, los cantos de La Divina Comebdia, de Dante Alighieri; pasajes enteros que remplazarían los recuerdos de la infancia de Zurita y los sustituirían por una cosmología única.La cadencia de estos versos, indescifrables al principio, pero cercanos e íntimos después, acompañaron a Zurita a lo largo de su vida. Con la llegada de la dictadura y tras los quiebres que la violencia le infligieron a la experiencia y a la lengua, la estructura del poema de Dante se volvió parte de un itinerario poético que rigió consistentemente el proyecto estético de Zurita y que culmina en el que es hoy su proyecto artístico más ambicioso: la trilogía compuesta por Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La vida nueva (1994). Habitante del infierno, la búsqueda de Zurita se volvió un ferviente deseo por reconciliarse con la vida y entregarle al mundo un poema, capaz de regresarle a él y a su país la promesa del paraíso.Hoy, al término de diecisiete años de dictadura y al borde de cumplir setenta años, Zurita, heredero de las ambiciones de poetas como Pablo Neruda y Nicanor Parra, se aboca a la traducción de los cien cantos de La Divina Comedia. El gesto, tan íntimo como inconcebible, pretende exhumar con el paso del italiano al español los restos de una vida, procurándoles de una vez por todas reposo a esas dos mujeres italianas que llegaron a mediados de los años treinta a Chile, la persecución, el silencio, y lo que será el momento que marca a Zurita para siempre, el golpe de Estado de 1973.

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Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Raúl Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra.

El 2 de junio de 1982, Raúl Zurita trazó sobre el cielo de Nueva York doce versos de su poema “La vida nueva”. Escritos por cinco aviones en letras de humo, cada verso medía aproximadamente nueve kilómetros de largo, y estaban compuestos por frases como “Mi Dios es hambre”, “Mi Dios es ghetto”, “Mi Dios es chicano”. El gesto, monumental pero fugaz, ocupó el paisaje por apenas unos minutos y desapareció inmediatamente después arrastrado por el viento.Como contraportada a este acto, en 1992 y tras el término de la dictadura militar, el poeta chileno trazaría sobre el desierto de Atacama un verso solitario que aún hoy, visto desde el cielo, versa: “Ni pena ni miedo”. Ambas acciones, ideadas en conjunto, resumen el pensamiento de un escritor que opta por una poesía de grandes proporciones, la cual, ante el hueco que dejó la dictadura, se dirige a un pueblo herido para anunciar, a través de la página, o lo que es lo mismo, el desierto, una promesa de resurrección.Héctor Hernández Montecinos en Un mar de piedras, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) a finales de 2018, retrata, mediante el montaje de cuarenta años de entrevistas sostenidas con medios latinoamericanos, la vida y obra del poeta chileno. A través de la congregación de fragmentos, logra mostrar una continuidad, un tono y una lógica que, desde el 11 de septiembre de 1973, tras el golpe de Estado en Chile, abraza profundamente el pensamiento de Raúl Zurita. “Cuando uno ha sobrevivido, cuando se está vivo y en su propio país, uno comprende que la relación entre la literatura y la vida es fundamental, que lo que importa en realidad es hacer que la existencia que vivimos sea más vivible y que toda obra literaria y de arte participe de ese proyecto”, apunta Zurita en el libro.[caption id="attachment_242696" align="aligncenter" width="620"]

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Un mar de piedras de Raul Zurita[/caption]Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra. Nacido en Santiago, hijo de madre italiana, genovesa, y huérfano de padre, Zurita fue criado por su abuela, Josefina, quien había llegado con su esposo a un país, alguna vez rico, guiados por la fiebre del salitre. Nostálgica, sin nunca haber podido regresar a Italia, la abuela les contaba a él y a su hermana, en un italiano que migraba indiscriminadamente al genovés, los cantos de La Divina Comebdia, de Dante Alighieri; pasajes enteros que remplazarían los recuerdos de la infancia de Zurita y los sustituirían por una cosmología única.La cadencia de estos versos, indescifrables al principio, pero cercanos e íntimos después, acompañaron a Zurita a lo largo de su vida. Con la llegada de la dictadura y tras los quiebres que la violencia le infligieron a la experiencia y a la lengua, la estructura del poema de Dante se volvió parte de un itinerario poético que rigió consistentemente el proyecto estético de Zurita y que culmina en el que es hoy su proyecto artístico más ambicioso: la trilogía compuesta por Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La vida nueva (1994). Habitante del infierno, la búsqueda de Zurita se volvió un ferviente deseo por reconciliarse con la vida y entregarle al mundo un poema, capaz de regresarle a él y a su país la promesa del paraíso.Hoy, al término de diecisiete años de dictadura y al borde de cumplir setenta años, Zurita, heredero de las ambiciones de poetas como Pablo Neruda y Nicanor Parra, se aboca a la traducción de los cien cantos de La Divina Comedia. El gesto, tan íntimo como inconcebible, pretende exhumar con el paso del italiano al español los restos de una vida, procurándoles de una vez por todas reposo a esas dos mujeres italianas que llegaron a mediados de los años treinta a Chile, la persecución, el silencio, y lo que será el momento que marca a Zurita para siempre, el golpe de Estado de 1973.

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El 2 de junio de 1982, Raúl Zurita trazó sobre el cielo de Nueva York doce versos de su poema “La vida nueva”. Escritos por cinco aviones en letras de humo, cada verso medía aproximadamente nueve kilómetros de largo, y estaban compuestos por frases como “Mi Dios es hambre”, “Mi Dios es ghetto”, “Mi Dios es chicano”. El gesto, monumental pero fugaz, ocupó el paisaje por apenas unos minutos y desapareció inmediatamente después arrastrado por el viento.Como contraportada a este acto, en 1992 y tras el término de la dictadura militar, el poeta chileno trazaría sobre el desierto de Atacama un verso solitario que aún hoy, visto desde el cielo, versa: “Ni pena ni miedo”. Ambas acciones, ideadas en conjunto, resumen el pensamiento de un escritor que opta por una poesía de grandes proporciones, la cual, ante el hueco que dejó la dictadura, se dirige a un pueblo herido para anunciar, a través de la página, o lo que es lo mismo, el desierto, una promesa de resurrección.Héctor Hernández Montecinos en Un mar de piedras, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) a finales de 2018, retrata, mediante el montaje de cuarenta años de entrevistas sostenidas con medios latinoamericanos, la vida y obra del poeta chileno. A través de la congregación de fragmentos, logra mostrar una continuidad, un tono y una lógica que, desde el 11 de septiembre de 1973, tras el golpe de Estado en Chile, abraza profundamente el pensamiento de Raúl Zurita. “Cuando uno ha sobrevivido, cuando se está vivo y en su propio país, uno comprende que la relación entre la literatura y la vida es fundamental, que lo que importa en realidad es hacer que la existencia que vivimos sea más vivible y que toda obra literaria y de arte participe de ese proyecto”, apunta Zurita en el libro.[caption id="attachment_242696" align="aligncenter" width="620"]

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Un mar de piedras de Raul Zurita[/caption]Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra. Nacido en Santiago, hijo de madre italiana, genovesa, y huérfano de padre, Zurita fue criado por su abuela, Josefina, quien había llegado con su esposo a un país, alguna vez rico, guiados por la fiebre del salitre. Nostálgica, sin nunca haber podido regresar a Italia, la abuela les contaba a él y a su hermana, en un italiano que migraba indiscriminadamente al genovés, los cantos de La Divina Comebdia, de Dante Alighieri; pasajes enteros que remplazarían los recuerdos de la infancia de Zurita y los sustituirían por una cosmología única.La cadencia de estos versos, indescifrables al principio, pero cercanos e íntimos después, acompañaron a Zurita a lo largo de su vida. Con la llegada de la dictadura y tras los quiebres que la violencia le infligieron a la experiencia y a la lengua, la estructura del poema de Dante se volvió parte de un itinerario poético que rigió consistentemente el proyecto estético de Zurita y que culmina en el que es hoy su proyecto artístico más ambicioso: la trilogía compuesta por Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La vida nueva (1994). Habitante del infierno, la búsqueda de Zurita se volvió un ferviente deseo por reconciliarse con la vida y entregarle al mundo un poema, capaz de regresarle a él y a su país la promesa del paraíso.Hoy, al término de diecisiete años de dictadura y al borde de cumplir setenta años, Zurita, heredero de las ambiciones de poetas como Pablo Neruda y Nicanor Parra, se aboca a la traducción de los cien cantos de La Divina Comedia. El gesto, tan íntimo como inconcebible, pretende exhumar con el paso del italiano al español los restos de una vida, procurándoles de una vez por todas reposo a esas dos mujeres italianas que llegaron a mediados de los años treinta a Chile, la persecución, el silencio, y lo que será el momento que marca a Zurita para siempre, el golpe de Estado de 1973.

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El 2 de junio de 1982, Raúl Zurita trazó sobre el cielo de Nueva York doce versos de su poema “La vida nueva”. Escritos por cinco aviones en letras de humo, cada verso medía aproximadamente nueve kilómetros de largo, y estaban compuestos por frases como “Mi Dios es hambre”, “Mi Dios es ghetto”, “Mi Dios es chicano”. El gesto, monumental pero fugaz, ocupó el paisaje por apenas unos minutos y desapareció inmediatamente después arrastrado por el viento.Como contraportada a este acto, en 1992 y tras el término de la dictadura militar, el poeta chileno trazaría sobre el desierto de Atacama un verso solitario que aún hoy, visto desde el cielo, versa: “Ni pena ni miedo”. Ambas acciones, ideadas en conjunto, resumen el pensamiento de un escritor que opta por una poesía de grandes proporciones, la cual, ante el hueco que dejó la dictadura, se dirige a un pueblo herido para anunciar, a través de la página, o lo que es lo mismo, el desierto, una promesa de resurrección.Héctor Hernández Montecinos en Un mar de piedras, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) a finales de 2018, retrata, mediante el montaje de cuarenta años de entrevistas sostenidas con medios latinoamericanos, la vida y obra del poeta chileno. A través de la congregación de fragmentos, logra mostrar una continuidad, un tono y una lógica que, desde el 11 de septiembre de 1973, tras el golpe de Estado en Chile, abraza profundamente el pensamiento de Raúl Zurita. “Cuando uno ha sobrevivido, cuando se está vivo y en su propio país, uno comprende que la relación entre la literatura y la vida es fundamental, que lo que importa en realidad es hacer que la existencia que vivimos sea más vivible y que toda obra literaria y de arte participe de ese proyecto”, apunta Zurita en el libro.[caption id="attachment_242696" align="aligncenter" width="620"]

Un mar de piedras, Raul Zurita

Un mar de piedras de Raul Zurita[/caption]Bajo la convicción de que la poesía no es sólo un asunto concerniente a las palabras, Zurita, quien es quizá hoy el poeta vivo más importante de Chile, ha hecho de la vida el proyecto fundamental de su obra. Nacido en Santiago, hijo de madre italiana, genovesa, y huérfano de padre, Zurita fue criado por su abuela, Josefina, quien había llegado con su esposo a un país, alguna vez rico, guiados por la fiebre del salitre. Nostálgica, sin nunca haber podido regresar a Italia, la abuela les contaba a él y a su hermana, en un italiano que migraba indiscriminadamente al genovés, los cantos de La Divina Comebdia, de Dante Alighieri; pasajes enteros que remplazarían los recuerdos de la infancia de Zurita y los sustituirían por una cosmología única.La cadencia de estos versos, indescifrables al principio, pero cercanos e íntimos después, acompañaron a Zurita a lo largo de su vida. Con la llegada de la dictadura y tras los quiebres que la violencia le infligieron a la experiencia y a la lengua, la estructura del poema de Dante se volvió parte de un itinerario poético que rigió consistentemente el proyecto estético de Zurita y que culmina en el que es hoy su proyecto artístico más ambicioso: la trilogía compuesta por Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La vida nueva (1994). Habitante del infierno, la búsqueda de Zurita se volvió un ferviente deseo por reconciliarse con la vida y entregarle al mundo un poema, capaz de regresarle a él y a su país la promesa del paraíso.Hoy, al término de diecisiete años de dictadura y al borde de cumplir setenta años, Zurita, heredero de las ambiciones de poetas como Pablo Neruda y Nicanor Parra, se aboca a la traducción de los cien cantos de La Divina Comedia. El gesto, tan íntimo como inconcebible, pretende exhumar con el paso del italiano al español los restos de una vida, procurándoles de una vez por todas reposo a esas dos mujeres italianas que llegaron a mediados de los años treinta a Chile, la persecución, el silencio, y lo que será el momento que marca a Zurita para siempre, el golpe de Estado de 1973.

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