Al servicio de la historia
Alfredo Núñez Lanz
Fotografía de Adrián Duchateau
En tiempos en los que la novela es el género que reina el mercado editorial, Samanta Schweblin es una escritora que solamente publica cuentos.
Sorteando las vicisitudes de la crisis europea, la editorial Páginas de Espuma, consagrada a la publicación del género cuentístico dentro de un mercado que apuesta cada vez más por las novelas, otorgó en 2015 el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero a la escritora Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) por su libro Siete casas vacías. Una colección de relatos que disecciona los terrores cotidianos, centrándose en la locura, la muerte y las complejas relaciones familiares, como si fuera una “científica cuerda contemplando locos o gente que está pensando seriamente en volverse loca”, escribió Rodrigo Fresán.
Schweblin es una pluma que goza de un lugar destacado gracias a los reconocimientos internacionales que ha obtenido. En 2008, su segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca, fue acreedor del Premio Casa de las Américas, en Cuba, y en 2012 logró el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, en México. Esta serie de reconocimientos le abrieron las puertas hacia nuevos lectores gracias a la intensa campaña emprendida por Páginas de Espuma en España, Argentina, Chile y México.
En Siete casas vacías, Schweblin trabaja con el tema de la familia desde ángulos decididamente obtusos, que muestran esa parte abyecta de las relaciones entre padres e hijos, parejas consolidadas o incluso entre vecinos, personajes con los que uno está obligado a convivir. Sus personajes están circunscriptos a un concepto de familia que actualmente está en crisis, y atraviesan los horrores de los malos entendidos, las consecuencias del exceso de confianza o incluso los silencios. “Cuando formamos al otro, cuando tratamos de prepararlo para el mundo, también lo deformamos. Lo estructuramos. Y en ese afán, le heredamos nuestros miedos y vicios. Es algo inevitable”, dice la escritora argentina en entrevista para Gatopardo. “Este libro se relaciona con el fenómeno de la comunicación. Creo que jamás podremos comunicar algo con exactitud y fidelidad. La manera más efectiva que yo encuentro para comunicarme es con la literatura”.
Aunque el libro se siente argentino, en los personajes y en las situaciones que viven, no cae en el exceso de los localismos ni dirigirse a un público específico. “No podría escribir en una lengua que no sea la mía. Tengo la idea de un lector, un tipo de lector, pero no es otra cosa que la imagen de mí misma, el espejo de cómo soy mientras leo. Cuando los argentinos publicamos en España muchas veces los editores deciden cambiar palabras para adaptarlo a las formas locales. Entiendo la necesidad, pero en este caso, Juan Casamayor fue muy respetuoso conmigo. Lo agradecí porque normalmente los latinoamericanos somos quienes debemos adaptarnos a las traducciones españolas, por ejemplo”, comenta la autora.
Las estructuras de sus cuentos son lineales, con un enfoque minucioso que nos conduce siempre a un inquietante final. Esto responde más a la historia misma, que a una poética. En palabras de la autora, “ningún recurso puede ser caprichoso. Todo tiene que estar al servicio de la historia”. Con un énfasis en la dualidad, los personajes de Schweblin poseen una mirada atenta que les permite indagar en el otro, calificarlo o incluso desconfiar de él, como en el caso de “La respiración cavernaria”, el relato más extenso y ambicioso del volumen, en el que una mujer enferma depende de su marido para las actividades más básicas que poco a poco se convierten en siniestras pruebas de lealtad. Aquí la autora explora la prolongación de la vida que nos ha legado la modernidad y los adelantos médicos en contraste con la calidad y plenitud.
“No se alarga la vida, sino se alarga la muerte. La agonía resulta sumamente cruel. En mi familia ha habido muchos casos de mujeres a quienes les ha llevado mucho tiempo morir, era casi una lucha para ellas. Es un tema que me preocupa a nivel personal. No me asusta la muerte, en ese sentido soy fatalista. La pesadilla verdadera es la conciencia de que uno está muriendo muy lentamente”.
Con una prosa limpia, aguda y atenta a las emociones, Samanta Schweblin profundiza en la pérdida, el desconcierto, la enfermedad y la violencia afectiva. Siete casas vacías demuestra la buena salud que goza el género cuentístico en Latinoamérica.
*Texto publicado originalmente en diciembre de 2015, en el número 167 de Gatopardo.
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