Antonio Ortuño pasa los días en Berlín, aunque por las noches su alma está en Zapopan, porque cuando sueña, “sigo soñando que estoy en mi ciudad”. Así lo dice en entrevista telefónica desde Alemania, el escritor de tiempo completo que dejó Jalisco hace poco cuando se hizo acreedor de una residencia artística por parte del Servicio Alemán de Intercambio Académico, donde ha podido concluir Olinka, una novela sobre su ciudad.
Desde hace algún tiempo, Ortuño tenía deseos de contar algo acerca de Zapopan, un municipio jaliscience que quedó rebasado por la densidad demográfica de Guadalajara. “Pero buscaba algo que realmente fuera interesante y relevante de contar, no escribir de mi ciudad como si hiciera una larga postal o una artesanía”, dice el autor.
Antes de convertirse en el escritor revelación, trabajó desde joven: fue reportero de los periódicos El Informador y Milenio en Guadalajara. Encontró en el periodismo la manera de ser su propio mecenas y cubrir los gastos mientras escribía en días de asueto, en vacaciones, en fines de semana o al finalizar su jornada laboral. “Era complicado y en mis primeros libros todo lo que pasa son golpizas y decapitaciones. Supongo porque terminaba el día de trabajo y lo único de lo que tenía ganas era que al mundo se lo cargara el carajo”, recuerda.
En 2006 publicó su primera novela El buscador de cabezas y en 2007 publicó Recursos humanos, que fue finalista del Premio Herralde de Novela; y ese mismo año salió el libro de relatos El jardín japonés, que llegó hasta España. En 2010 la revista inglesa Granta lo consideró como uno de los 22 mejores autores jóvenes en español, lista en la que él era el único mexicano. En 2018 fue galardonado con el Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello por su libro de relatos La vaga ambición. Hoy es uno de los autores mexicanos traducidos a más de diez idiomas.
Recursos humanos y El buscador de cabezas son novelas con sutiles críticas a la doble moral social, mientras hila emocionantes historias de personajes que enfrentan todo tipo de contradicciones. Olinka no es la excepción.
“Creo que la literatura debe ser siempre interesante y debe ser siempre sugestiva. La diferencia entre el entretenimiento y la literatura que a mí me importa, es que el entretenimiento solamente distrae y la literatura que a mí me importa es crítica. El arte es crítico y el entretenimiento es cómodo”, resume Ortuño, quien también tiene una columna en El País llamada “Combat Rock”.
Olinka toma el nombre de la ciudad de ensueño del paisajista y vulcanólogo Dr. Atl. Una utopía, un lugar ideal para artistas, científicos y pensadores, que para Ortuño en el fondo era hacer un fraccionamiento. Con esta historia como inspiración, cuenta la historia de Aurelio Blanco. Su familia política quiere construir una residencia de lujo en Guadalajara a la que nombrarán justamente Olinka. Después de varios fraudes y despojos ilegales de tierras, Aurelio asumirá la culpa de su suegro, Carlos Flores, e irá a prisión con la promesa de que le ayudarán a salir pronto. Sin embargo, es dejado a su suerte.
“Queda muy claro que una de las desgracias de la historia de México, desde hace muchos años, es que tiene una clase media desmovilizada, despolitizada, que esencialmente lo que quiere es encontrar alguna forma legal o ilegal de ascender socialmente y que está dispuesta a lo que sea con tal de conseguir ese ascenso social”, analiza.
La última pieza que disparó la idea de escribir esta novela fue cuando salió la noticia de que el futbolista Rafa Márquez había sido vinculado a lavado de dinero por autoridades de Estados Unidos. “Fue una noticia que para mí fue descorazonadora porque ¡ha sido un ídolo futbolístico mío! Yo soy chiva y de alguna manera me rompió el corazón verlo metido en uno de esos pasillos tenebrosos”, confiesa Ortuño. Y, sin embargo, pensó también que era un destino muy mexicano. “El de alguien que asciende y que incluso si hace las cosas muy bien, le puede llegar a salir muy mal”.
Al inicio de Olinka se lee la advertencia de que Guadalajara alberga la mitad de los negocios señalados por el Departamento de Tesoro de Estados Unidos por lavado de dinero. A través de la historia de Aurelio, no hay una postal turística de Guadalajara, sino la de toda una sociedad que busca guardar las apariencias a un costo que termina por perforar los valores del país, porque estos actos se replican.
“Tal vez ése es el escenario que he tenido toda la vida y, a lo mejor, es la parcela del mundo que me toca contar”, finaliza Ortuño.
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