Barberos en huelga

Barberos en huelga

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Tiempo de Lectura: 00 min

La autora Michelle Recinos escribió el cuento que mejor describe lo que hoy sucede en El Salvador. “Barberos en huelga” es ya un relato indispensable para la literatura latinoamericana. El cuento ganó el Premio Centroamericano de Cuento 2022 Mario Monteforte Toledo y es parte del libro Sustancia de hígado, publicado por FyG editores.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Fotografía de Latin America News Agency/REUTERS. 6 de diciembre de 2022, miembros de las Fuerzas Armadas participan en un operativo de seguridad en la ciudad de Soyapango. El presidente, Nayib Bukele, aseguró que más de 140 pandilleros han sido detenidos en Soyapango luego de dos días de estar rodeados por militares.

Día 1
Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales... Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos. A menos que fueras mujer, joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4
Salí de casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de super. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6
Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la federación nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la federación nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8
Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10
“¿Dónde he visto ese corte mierda antes?”, pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de colaboradores de la 42.

“Qué corte más mierda”, pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12
Anoche no dormí nada. La vecina, Elena, despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15
Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

“Yo quería ese”, dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. “Como el Cabrita Lena”, dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16
A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18
Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá.

Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

“Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal”, era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

“¿Quién putas es Alexis?”, pensé yo, con el celular en la oreja.

Día 19
Tenía bastante de no comprar un periódico. Es que, la verdad, solo pendejadas escriben. Hoy me dio por comprar uno. No tenía un periódico entre las manos desde que mi papá se murió.

Las mismas pendejadas, solo que hoy vienen más delgados.

Mi papá me enseñó a leer de atrás para adelante. Importaba más la selecta que lo que dijeran los viejos pendejos de la Asamblea Legislativa. Hoy empecé por la portada. Había fútbol en la sección de política.

Capturan a jugador promesa de selección de fútbol playa, decía en letras grandes.

Familiares denuncian detención arbitraria de Pedrito Lena, jugador de fútbol playa conocido también como Cabrita Lena, decía en letras medianas.

A Pedrito Lena lo levantaron de la tijera en la que dormía. Soldados de la Fuerza Armada, acompañados de elementos de la Policía Nacional, irrumpieron en la vivienda de Lena la madrugada de este domingo. Lo capturaron luego de acusarlo, según familiares, de pertenecer a estructuras criminales, decía el primer párrafo.

Un chorrero de letritas negras.

A la familia de Lena no le han brindado mayor información del paradero del reconocido jugador y pescador. Temen que le hayan obligado a firmar algo, ya que el jugador no sabe leer ni escribir, decía la última oración.

Y, en la foto, el corte mierda de Pedrito. ¿Por qué no habrán puesto fotos más viejas, en donde el tipo no andaba ese horroroso mohicano que lo hacía parecer cepillo de zapatos?, pensé.

Doblé el periódico y lo guardé en la mochila.

Día 22
Hoy no pasó el panadero. Se lo llevaron en una redada que hicieron en la colonia Gertrudis, a dos cuadras de aquí. Lo supe porque niña Vilma le estaba contando a don Pedro a la entrada del pasaje. Los vi cuando iba para el taller.

Nunca me da por saludar a nadie, pero hoy me alegré, no sé bien por qué, de ver a los viejos. De saber que estaban bien. No me contestaron. Ella caminó rápido con una bolsita de queso en las manos. Él se limitó a mover la cabeza y entrarse a su casa.

Quizá ya no son de hablar mucho tampoco.

Día 23
Hoy vi al Chino en las noticias de las siete. Lo presentaron bajo un canopy con el logo de la Policía, ahí en la cuarta avenida. Era pleno mediodía. Dijeron que lo capturaron en flagrancia, junto a otros tres cristianos. Que estaban acusados de agrupaciones ilícitas.

Los otros tres eran los que le ayudaban en la barbería. Buena gente los bichos, pero nunca les confié mi pelo. El pelo nada más, por lo demás, se veían de fiar.

Y ahí estaban. Todos con el corte del Cabrita Lena. Todos parados frente a un banner con el logo del Gobierno.
El chino se llamaba Alberto. No sabía que tenía nombre real.

Día 24
Hoy no pude pasar por la calle San Pedro. Los soldados ya se adueñaron de esa parcela, al parecer. Un soldado me dijo “Por aquí no pasa nadie. Regrese a la Alameda”. La mano siempre en el fusil, por si no te quedaba muy claro que no tiene tantas ganas de hablar.

Hay más soldados. Y hoy se adueñaron de una parcela.

Día 25
Dos compañeros se cagaban de la risa viendo el celular de uno de ellos. Yo pasé por donde estaban, sin el menor interés en saber qué los tenía tan entretenidos. “Mirá esta pendejada”, me dijo Willo. Balmore no podía dejar de reír.

Era un video corto que mostraba una protesta en nombre de Pedrito Lena. “Cabrita somos todos”, decía en una de las pancartas que alcancé a ver en la pantalla quebrada del Motorola de mi compañero. A decir verdad, no me parecía chistoso. Ni relevante.

Los dos lo notaron. “¿No te dan risa ese vergo de pendejos?”, me dijo Balmore. Y, después, dirigiéndose a Willo: “tené cuidado, que vos te parecés al Cabrita con ese tu pelo”.

Contesté que no. Y, para hacerlos sentir más pendejos de lo que seguro ya se sentían, les dije que, de hecho, me parecía bien que estuvieran denunciando la detención arbitraria de una figura tan importante para el país.

Me di la vuelta y no los volví a ver en todo el día. Qué pendejada defender a un futbolista don nadie y, encima, salir a protestar en su nombre, pensé. Pero este país está cada día más pendejo. Estamos cada día más pendejos.

Día 26
Hoy no vi al cobrador buena onda de la 42. En su lugar, un soldado viajaba colgado en la puerta del microbús que, a las seis de la mañana, parecía querer vomitar gente por las ventanas sin parabrisas.

El soldadito se bajaba cada vez que una persona quería entrar. Después, encontraba la forma de escurrirse en el muro de gentes para cobrarles la cora del pasaje a cada uno. No hablaba, como otros de los suyos.

Recordé entonces que en las noticias habían dicho que los soldados empezarían a prestar “su noble labor” ayudando a la población en tareas comunes. Porque hacía falta personal. Porque la mayoría de trabajadores estaban en algún centro penal.

Eso último lo concluyo yo. En las noticias no podían decirlo.

Los soldados no solo eran dueños de calles y avenidas. Los soldados, ahora, manejaban buses y microbuses. Me bajé cerca del puesto de niña Mirna. Cuando llegué, la mujer, visiblemente agobiada, despachaba platos de comida y recibía el dinero de los clientes.

“Pobrecita, así le toca desde que se llevaron a Mauricio”, dijo, entre dientes, una señora chiquita que esperaba bus cerca de la plancha caliente.

Hasta entonces supe que el hijo de Mirna, el muchacho amable con el corte de pelo espantoso, con el corte del Cabrita Lena, se llamaba Mauricio. Y que ahora guardaba prisión en uno de los centros penales que cada día se asemejaban más a los buses reventados de gente que los soldados también poseían. Hoy no desayuné.

Día 28
Balmore no llegó al taller. Los familiares llamaron al jefe para anunciar que se lo habían llevado preso en una redada en su comunidad. No sabían cuándo saldría. No sabían ni siquiera dónde estaba.

El jefe nos reunió a todos. A los que quedábamos. Nos dijo que íbamos a tener que socarnos el cincho en cuanto a horarios. Había que cubrir la plaza del que se llevaron. Mi hora de salida, entonces, ya no sería a las seis de la tarde. Tenía que quedarme a hacer inventario, como hacía Balmore.

Afuera, una protesta avanzaba en silencio. Parecía viacrucis. Sobre todo porque, en su mayoría, varias señoras iban caminando a paso lento bajo el sol. Eran madres de detenidos —supe después— por las noticias del mediodía.
Desde ese día, Willo empezó a andar gorra todo el tiempo. En el almuerzo no vio videos en su celular.

Día 29
Hoy vi las noticias antes de acostarme. Abrieron con un balance de detenciones. 17 000 hombres y mujeres habían sido capturados a escala nacional en veintinueve días. Todos estaban, explicó la presentadora babosa, esperando condena en cualquiera de los siete centros penales del país. Siete para 17 000, pensé. Lo pensé yo porque esa pendeja de pelito bonito jamás en su vida lo habría dicho. O pensado, me atrevo a decir. Cerró diciendo que era una jugada maestra del presidente de la República. Que, al fin, en San Carlos se podía caminar en paz. Que al fin estábamos en paz.

“Jugada maestra”, lo llamó la bicha.

Le siguió la presentación de seis hombres que habían sido capturados por presuntas agrupaciones ilícitas. El “presuntas” lo agrego yo: la presentadora dijo, a secas, que se trataba de una agrupación ilícita. Tres andaban el corte del Cabrito Lena. No tenían más de veinte.

Apagué la televisión. Dormí con la luz encendida.

Día 30
Un soldado me llevó al trabajo. Hoy no hay ni cobrador ni motorista. Está bien, pienso, porque la gente va en paz. No los miran a los ojos, pero van en paz.

Día 32
Willo no llegó al taller. Se lo llevaron preso ayer.

A la mamá le dijeron que el corte de pelo de su hijo era similar al de un peligroso criminal que se hacía pasar por jugador de fútbol playa.

Se lo llevaron, dijo la señora entre lágrimas al jefe, junto a otros treinta jóvenes.

En las noticias del almuerzo apareció. Otros doce que alcancé a contar tenían el mismo corte que Willo. El joven que cobraba el almuerzo a un soldado se miraba nervioso. El soldado no dejaba de ver la gorra del bicho.

Día 33
Los barberos del centro se fueron a huelga.

Ellos le llamaban huelga, movidos, supongo, por el espíritu revolucionario de algunos de los mayores. Pero, en realidad, era que no tenían ayudantes: todos estaban en algún centro penal. Y a los mayores, a los que no les podían reprochar ningún corte moderno, ya no les quedaba mucha gente a quién cortarle el pelo.

O eso leí en unas declaraciones de otro periódico que compré.

Día 35
Se llevaron al que cobraba los almuerzos en el comedor. Ahora hay otro bicho. Más joven, el pelo cortado al ras, camisa manga larga. No habla con nadie más allá de lo relacionado con los precios de la comida. Los murmullos del comedor se detienen cuando entran los soldados. Hoy son más. No pagaron el almuerzo.

Día 36
El jefe tuvo que llevar a sus dos hijos a cubrir las vacantes del taller. Solo quedamos Víctor, Gustavo y yo. Los demás, en algún centro penal. Ahora hago inventarios, cambios de aceite y solicito productos a los proveedores.

Día 39
Compré, otra vez, el mugre periódico.

Un cura, de esos que tienen alto cargo en la Iglesia, había sacado una columna de opinión. Arzobispo, decía a la par de su nombre. El viejo se deshacía en elogios ante el plan de militarización del Gobierno.

Al final del editorial, condenaba las malas influencias para los jóvenes de San Carlos. Condenaba, especialmente, cortes de cabello que podían representar un peligro para la moral y la integridad de las juventudes. Recomendaba evitar estilos modernos que pudieran confundirse con los de algún criminal capturado. Cerraba con que la labor de la gloriosa Fuerza Armada era tan noble y compleja que podían existir errores mínimos en las capturas, de los cuales, claro, los culpables eran los que se asemejaban a criminales.

Día 45
Don Pedro no volvió a abrir la tienda. Ahora me toca pasar a otra, en la colonia Gertrudis. Ahí atiende doña Cata. Porque a su esposo, me explicó, lo tienen en el penal Los Geranios.

Día 47
Barberos de Oriente se unen a la huelga de brazos caídos.

Eso decía el titular de una nota que leí en el bus.

Ya son cerca de quinientos los que cerraron sus barberías. Concentración espera salir del Rosales camino a la Asamblea Legislativa a exigir el cese de las capturas arbitrarias, decía en letras medianas.

Conté treinta cabezas sentadas en el bus. Diecisiete eran hombres jóvenes. Todos llevaban el pelo al ras.

Día 50
Un soldado me llevó el tambo de gas hasta la casa. Pregunté por Chito, el hijo de don Pedro, que siempre repartía los tambos en la colonia.

“El raterito ese ya está con los de su clase”, me dijo el soldado contando los billetes para darme cambio. Me dio un número en un papel: “A partir de hoy, llamás ahí si se te acaba el gas”, dijo. Se fue con el tambo en el lomo.

Día 52
Anoche no dormí. Del calor no se escapa ni cuando se oculta el sol. Puse las noticias de las nueve. Las capturas continuaban. Los jóvenes que aparecían en la tele, de repente, ya no llevaban el corte mierda de Pedrito Lena. Ahora la mayoría llevaba el pelo al ras.

Día 58
Promesa del fútbol playa muere por paliza en Centro Penal, decían las letras grandes.

Pedro Lena murió la madrugada del domingo luego de recibir una paliza en el Centro Penal en el que estaba detenido. Había sido declarado inocente, esperaba dos días para salir, decían las letras medianas.

Un chorro de letritas negras.

Día 60
Si quería entrar al taller, tenía que tener el pelo cortado al ras.

Porque ahora no se aceptaba ningún otro corte. Porque aquí un corte puede significar que seás un ciudadano de bien o que te pudrás en la cárcel. Así había dicho el jefe. Lo dijo con agonía, como si fuera a darle un paro al terminar la oración. O como si a su hijo menor se lo acabaran de llevar preso.

Así que me tocó ir a una barbería del centro, porque el Chino estaba en el penal de Los Geranios, Neto estaba desaparecido y don Saúl estaba en huelga.

La barbería se llamaba “La Esperanza”. Un soldado estaba rapando a un bicho de unos quince años.

En la tele, el canal legislativo. Una diputada bonita, con un tono de voz chillante, hablaba. Decía que la población estaba feliz con los resultados del Régimen de Excepción en el país. Decía que habían capturado a peligrosos criminales y que, con el apoyo de la población, iban a extender el período. Después, mostró una foto del que describía como un peligroso criminal que, finalmente, había dejado en paz a las grandes mayorías de San Carlos. Era Cabrita Lena.

El soldado terminó con el bicho. “Es por tu bien”, le dijo bajito. Yo era el siguiente.

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Tiempo de Lectura: 00 min

La autora Michelle Recinos escribió el cuento que mejor describe lo que hoy sucede en El Salvador. “Barberos en huelga” es ya un relato indispensable para la literatura latinoamericana. El cuento ganó el Premio Centroamericano de Cuento 2022 Mario Monteforte Toledo y es parte del libro Sustancia de hígado, publicado por FyG editores.

Día 1
Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales... Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos. A menos que fueras mujer, joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4
Salí de casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de super. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6
Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la federación nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la federación nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8
Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10
“¿Dónde he visto ese corte mierda antes?”, pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de colaboradores de la 42.

“Qué corte más mierda”, pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12
Anoche no dormí nada. La vecina, Elena, despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15
Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

“Yo quería ese”, dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. “Como el Cabrita Lena”, dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16
A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18
Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá.

Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

“Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal”, era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

“¿Quién putas es Alexis?”, pensé yo, con el celular en la oreja.

Día 19
Tenía bastante de no comprar un periódico. Es que, la verdad, solo pendejadas escriben. Hoy me dio por comprar uno. No tenía un periódico entre las manos desde que mi papá se murió.

Las mismas pendejadas, solo que hoy vienen más delgados.

Mi papá me enseñó a leer de atrás para adelante. Importaba más la selecta que lo que dijeran los viejos pendejos de la Asamblea Legislativa. Hoy empecé por la portada. Había fútbol en la sección de política.

Capturan a jugador promesa de selección de fútbol playa, decía en letras grandes.

Familiares denuncian detención arbitraria de Pedrito Lena, jugador de fútbol playa conocido también como Cabrita Lena, decía en letras medianas.

A Pedrito Lena lo levantaron de la tijera en la que dormía. Soldados de la Fuerza Armada, acompañados de elementos de la Policía Nacional, irrumpieron en la vivienda de Lena la madrugada de este domingo. Lo capturaron luego de acusarlo, según familiares, de pertenecer a estructuras criminales, decía el primer párrafo.

Un chorrero de letritas negras.

A la familia de Lena no le han brindado mayor información del paradero del reconocido jugador y pescador. Temen que le hayan obligado a firmar algo, ya que el jugador no sabe leer ni escribir, decía la última oración.

Y, en la foto, el corte mierda de Pedrito. ¿Por qué no habrán puesto fotos más viejas, en donde el tipo no andaba ese horroroso mohicano que lo hacía parecer cepillo de zapatos?, pensé.

Doblé el periódico y lo guardé en la mochila.

Día 22
Hoy no pasó el panadero. Se lo llevaron en una redada que hicieron en la colonia Gertrudis, a dos cuadras de aquí. Lo supe porque niña Vilma le estaba contando a don Pedro a la entrada del pasaje. Los vi cuando iba para el taller.

Nunca me da por saludar a nadie, pero hoy me alegré, no sé bien por qué, de ver a los viejos. De saber que estaban bien. No me contestaron. Ella caminó rápido con una bolsita de queso en las manos. Él se limitó a mover la cabeza y entrarse a su casa.

Quizá ya no son de hablar mucho tampoco.

Día 23
Hoy vi al Chino en las noticias de las siete. Lo presentaron bajo un canopy con el logo de la Policía, ahí en la cuarta avenida. Era pleno mediodía. Dijeron que lo capturaron en flagrancia, junto a otros tres cristianos. Que estaban acusados de agrupaciones ilícitas.

Los otros tres eran los que le ayudaban en la barbería. Buena gente los bichos, pero nunca les confié mi pelo. El pelo nada más, por lo demás, se veían de fiar.

Y ahí estaban. Todos con el corte del Cabrita Lena. Todos parados frente a un banner con el logo del Gobierno.
El chino se llamaba Alberto. No sabía que tenía nombre real.

Día 24
Hoy no pude pasar por la calle San Pedro. Los soldados ya se adueñaron de esa parcela, al parecer. Un soldado me dijo “Por aquí no pasa nadie. Regrese a la Alameda”. La mano siempre en el fusil, por si no te quedaba muy claro que no tiene tantas ganas de hablar.

Hay más soldados. Y hoy se adueñaron de una parcela.

Día 25
Dos compañeros se cagaban de la risa viendo el celular de uno de ellos. Yo pasé por donde estaban, sin el menor interés en saber qué los tenía tan entretenidos. “Mirá esta pendejada”, me dijo Willo. Balmore no podía dejar de reír.

Era un video corto que mostraba una protesta en nombre de Pedrito Lena. “Cabrita somos todos”, decía en una de las pancartas que alcancé a ver en la pantalla quebrada del Motorola de mi compañero. A decir verdad, no me parecía chistoso. Ni relevante.

Los dos lo notaron. “¿No te dan risa ese vergo de pendejos?”, me dijo Balmore. Y, después, dirigiéndose a Willo: “tené cuidado, que vos te parecés al Cabrita con ese tu pelo”.

Contesté que no. Y, para hacerlos sentir más pendejos de lo que seguro ya se sentían, les dije que, de hecho, me parecía bien que estuvieran denunciando la detención arbitraria de una figura tan importante para el país.

Me di la vuelta y no los volví a ver en todo el día. Qué pendejada defender a un futbolista don nadie y, encima, salir a protestar en su nombre, pensé. Pero este país está cada día más pendejo. Estamos cada día más pendejos.

Día 26
Hoy no vi al cobrador buena onda de la 42. En su lugar, un soldado viajaba colgado en la puerta del microbús que, a las seis de la mañana, parecía querer vomitar gente por las ventanas sin parabrisas.

El soldadito se bajaba cada vez que una persona quería entrar. Después, encontraba la forma de escurrirse en el muro de gentes para cobrarles la cora del pasaje a cada uno. No hablaba, como otros de los suyos.

Recordé entonces que en las noticias habían dicho que los soldados empezarían a prestar “su noble labor” ayudando a la población en tareas comunes. Porque hacía falta personal. Porque la mayoría de trabajadores estaban en algún centro penal.

Eso último lo concluyo yo. En las noticias no podían decirlo.

Los soldados no solo eran dueños de calles y avenidas. Los soldados, ahora, manejaban buses y microbuses. Me bajé cerca del puesto de niña Mirna. Cuando llegué, la mujer, visiblemente agobiada, despachaba platos de comida y recibía el dinero de los clientes.

“Pobrecita, así le toca desde que se llevaron a Mauricio”, dijo, entre dientes, una señora chiquita que esperaba bus cerca de la plancha caliente.

Hasta entonces supe que el hijo de Mirna, el muchacho amable con el corte de pelo espantoso, con el corte del Cabrita Lena, se llamaba Mauricio. Y que ahora guardaba prisión en uno de los centros penales que cada día se asemejaban más a los buses reventados de gente que los soldados también poseían. Hoy no desayuné.

Día 28
Balmore no llegó al taller. Los familiares llamaron al jefe para anunciar que se lo habían llevado preso en una redada en su comunidad. No sabían cuándo saldría. No sabían ni siquiera dónde estaba.

El jefe nos reunió a todos. A los que quedábamos. Nos dijo que íbamos a tener que socarnos el cincho en cuanto a horarios. Había que cubrir la plaza del que se llevaron. Mi hora de salida, entonces, ya no sería a las seis de la tarde. Tenía que quedarme a hacer inventario, como hacía Balmore.

Afuera, una protesta avanzaba en silencio. Parecía viacrucis. Sobre todo porque, en su mayoría, varias señoras iban caminando a paso lento bajo el sol. Eran madres de detenidos —supe después— por las noticias del mediodía.
Desde ese día, Willo empezó a andar gorra todo el tiempo. En el almuerzo no vio videos en su celular.

Día 29
Hoy vi las noticias antes de acostarme. Abrieron con un balance de detenciones. 17 000 hombres y mujeres habían sido capturados a escala nacional en veintinueve días. Todos estaban, explicó la presentadora babosa, esperando condena en cualquiera de los siete centros penales del país. Siete para 17 000, pensé. Lo pensé yo porque esa pendeja de pelito bonito jamás en su vida lo habría dicho. O pensado, me atrevo a decir. Cerró diciendo que era una jugada maestra del presidente de la República. Que, al fin, en San Carlos se podía caminar en paz. Que al fin estábamos en paz.

“Jugada maestra”, lo llamó la bicha.

Le siguió la presentación de seis hombres que habían sido capturados por presuntas agrupaciones ilícitas. El “presuntas” lo agrego yo: la presentadora dijo, a secas, que se trataba de una agrupación ilícita. Tres andaban el corte del Cabrito Lena. No tenían más de veinte.

Apagué la televisión. Dormí con la luz encendida.

Día 30
Un soldado me llevó al trabajo. Hoy no hay ni cobrador ni motorista. Está bien, pienso, porque la gente va en paz. No los miran a los ojos, pero van en paz.

Día 32
Willo no llegó al taller. Se lo llevaron preso ayer.

A la mamá le dijeron que el corte de pelo de su hijo era similar al de un peligroso criminal que se hacía pasar por jugador de fútbol playa.

Se lo llevaron, dijo la señora entre lágrimas al jefe, junto a otros treinta jóvenes.

En las noticias del almuerzo apareció. Otros doce que alcancé a contar tenían el mismo corte que Willo. El joven que cobraba el almuerzo a un soldado se miraba nervioso. El soldado no dejaba de ver la gorra del bicho.

Día 33
Los barberos del centro se fueron a huelga.

Ellos le llamaban huelga, movidos, supongo, por el espíritu revolucionario de algunos de los mayores. Pero, en realidad, era que no tenían ayudantes: todos estaban en algún centro penal. Y a los mayores, a los que no les podían reprochar ningún corte moderno, ya no les quedaba mucha gente a quién cortarle el pelo.

O eso leí en unas declaraciones de otro periódico que compré.

Día 35
Se llevaron al que cobraba los almuerzos en el comedor. Ahora hay otro bicho. Más joven, el pelo cortado al ras, camisa manga larga. No habla con nadie más allá de lo relacionado con los precios de la comida. Los murmullos del comedor se detienen cuando entran los soldados. Hoy son más. No pagaron el almuerzo.

Día 36
El jefe tuvo que llevar a sus dos hijos a cubrir las vacantes del taller. Solo quedamos Víctor, Gustavo y yo. Los demás, en algún centro penal. Ahora hago inventarios, cambios de aceite y solicito productos a los proveedores.

Día 39
Compré, otra vez, el mugre periódico.

Un cura, de esos que tienen alto cargo en la Iglesia, había sacado una columna de opinión. Arzobispo, decía a la par de su nombre. El viejo se deshacía en elogios ante el plan de militarización del Gobierno.

Al final del editorial, condenaba las malas influencias para los jóvenes de San Carlos. Condenaba, especialmente, cortes de cabello que podían representar un peligro para la moral y la integridad de las juventudes. Recomendaba evitar estilos modernos que pudieran confundirse con los de algún criminal capturado. Cerraba con que la labor de la gloriosa Fuerza Armada era tan noble y compleja que podían existir errores mínimos en las capturas, de los cuales, claro, los culpables eran los que se asemejaban a criminales.

Día 45
Don Pedro no volvió a abrir la tienda. Ahora me toca pasar a otra, en la colonia Gertrudis. Ahí atiende doña Cata. Porque a su esposo, me explicó, lo tienen en el penal Los Geranios.

Día 47
Barberos de Oriente se unen a la huelga de brazos caídos.

Eso decía el titular de una nota que leí en el bus.

Ya son cerca de quinientos los que cerraron sus barberías. Concentración espera salir del Rosales camino a la Asamblea Legislativa a exigir el cese de las capturas arbitrarias, decía en letras medianas.

Conté treinta cabezas sentadas en el bus. Diecisiete eran hombres jóvenes. Todos llevaban el pelo al ras.

Día 50
Un soldado me llevó el tambo de gas hasta la casa. Pregunté por Chito, el hijo de don Pedro, que siempre repartía los tambos en la colonia.

“El raterito ese ya está con los de su clase”, me dijo el soldado contando los billetes para darme cambio. Me dio un número en un papel: “A partir de hoy, llamás ahí si se te acaba el gas”, dijo. Se fue con el tambo en el lomo.

Día 52
Anoche no dormí. Del calor no se escapa ni cuando se oculta el sol. Puse las noticias de las nueve. Las capturas continuaban. Los jóvenes que aparecían en la tele, de repente, ya no llevaban el corte mierda de Pedrito Lena. Ahora la mayoría llevaba el pelo al ras.

Día 58
Promesa del fútbol playa muere por paliza en Centro Penal, decían las letras grandes.

Pedro Lena murió la madrugada del domingo luego de recibir una paliza en el Centro Penal en el que estaba detenido. Había sido declarado inocente, esperaba dos días para salir, decían las letras medianas.

Un chorro de letritas negras.

Día 60
Si quería entrar al taller, tenía que tener el pelo cortado al ras.

Porque ahora no se aceptaba ningún otro corte. Porque aquí un corte puede significar que seás un ciudadano de bien o que te pudrás en la cárcel. Así había dicho el jefe. Lo dijo con agonía, como si fuera a darle un paro al terminar la oración. O como si a su hijo menor se lo acabaran de llevar preso.

Así que me tocó ir a una barbería del centro, porque el Chino estaba en el penal de Los Geranios, Neto estaba desaparecido y don Saúl estaba en huelga.

La barbería se llamaba “La Esperanza”. Un soldado estaba rapando a un bicho de unos quince años.

En la tele, el canal legislativo. Una diputada bonita, con un tono de voz chillante, hablaba. Decía que la población estaba feliz con los resultados del Régimen de Excepción en el país. Decía que habían capturado a peligrosos criminales y que, con el apoyo de la población, iban a extender el período. Después, mostró una foto del que describía como un peligroso criminal que, finalmente, había dejado en paz a las grandes mayorías de San Carlos. Era Cabrita Lena.

El soldado terminó con el bicho. “Es por tu bien”, le dijo bajito. Yo era el siguiente.

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Barberos en huelga

Barberos en huelga

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
19
.
09
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La autora Michelle Recinos escribió el cuento que mejor describe lo que hoy sucede en El Salvador. “Barberos en huelga” es ya un relato indispensable para la literatura latinoamericana. El cuento ganó el Premio Centroamericano de Cuento 2022 Mario Monteforte Toledo y es parte del libro Sustancia de hígado, publicado por FyG editores.

Día 1
Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales... Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos. A menos que fueras mujer, joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4
Salí de casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de super. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6
Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la federación nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la federación nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8
Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10
“¿Dónde he visto ese corte mierda antes?”, pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de colaboradores de la 42.

“Qué corte más mierda”, pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12
Anoche no dormí nada. La vecina, Elena, despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15
Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

“Yo quería ese”, dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. “Como el Cabrita Lena”, dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16
A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18
Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá.

Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

“Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal”, era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

“¿Quién putas es Alexis?”, pensé yo, con el celular en la oreja.

Día 19
Tenía bastante de no comprar un periódico. Es que, la verdad, solo pendejadas escriben. Hoy me dio por comprar uno. No tenía un periódico entre las manos desde que mi papá se murió.

Las mismas pendejadas, solo que hoy vienen más delgados.

Mi papá me enseñó a leer de atrás para adelante. Importaba más la selecta que lo que dijeran los viejos pendejos de la Asamblea Legislativa. Hoy empecé por la portada. Había fútbol en la sección de política.

Capturan a jugador promesa de selección de fútbol playa, decía en letras grandes.

Familiares denuncian detención arbitraria de Pedrito Lena, jugador de fútbol playa conocido también como Cabrita Lena, decía en letras medianas.

A Pedrito Lena lo levantaron de la tijera en la que dormía. Soldados de la Fuerza Armada, acompañados de elementos de la Policía Nacional, irrumpieron en la vivienda de Lena la madrugada de este domingo. Lo capturaron luego de acusarlo, según familiares, de pertenecer a estructuras criminales, decía el primer párrafo.

Un chorrero de letritas negras.

A la familia de Lena no le han brindado mayor información del paradero del reconocido jugador y pescador. Temen que le hayan obligado a firmar algo, ya que el jugador no sabe leer ni escribir, decía la última oración.

Y, en la foto, el corte mierda de Pedrito. ¿Por qué no habrán puesto fotos más viejas, en donde el tipo no andaba ese horroroso mohicano que lo hacía parecer cepillo de zapatos?, pensé.

Doblé el periódico y lo guardé en la mochila.

Día 22
Hoy no pasó el panadero. Se lo llevaron en una redada que hicieron en la colonia Gertrudis, a dos cuadras de aquí. Lo supe porque niña Vilma le estaba contando a don Pedro a la entrada del pasaje. Los vi cuando iba para el taller.

Nunca me da por saludar a nadie, pero hoy me alegré, no sé bien por qué, de ver a los viejos. De saber que estaban bien. No me contestaron. Ella caminó rápido con una bolsita de queso en las manos. Él se limitó a mover la cabeza y entrarse a su casa.

Quizá ya no son de hablar mucho tampoco.

Día 23
Hoy vi al Chino en las noticias de las siete. Lo presentaron bajo un canopy con el logo de la Policía, ahí en la cuarta avenida. Era pleno mediodía. Dijeron que lo capturaron en flagrancia, junto a otros tres cristianos. Que estaban acusados de agrupaciones ilícitas.

Los otros tres eran los que le ayudaban en la barbería. Buena gente los bichos, pero nunca les confié mi pelo. El pelo nada más, por lo demás, se veían de fiar.

Y ahí estaban. Todos con el corte del Cabrita Lena. Todos parados frente a un banner con el logo del Gobierno.
El chino se llamaba Alberto. No sabía que tenía nombre real.

Día 24
Hoy no pude pasar por la calle San Pedro. Los soldados ya se adueñaron de esa parcela, al parecer. Un soldado me dijo “Por aquí no pasa nadie. Regrese a la Alameda”. La mano siempre en el fusil, por si no te quedaba muy claro que no tiene tantas ganas de hablar.

Hay más soldados. Y hoy se adueñaron de una parcela.

Día 25
Dos compañeros se cagaban de la risa viendo el celular de uno de ellos. Yo pasé por donde estaban, sin el menor interés en saber qué los tenía tan entretenidos. “Mirá esta pendejada”, me dijo Willo. Balmore no podía dejar de reír.

Era un video corto que mostraba una protesta en nombre de Pedrito Lena. “Cabrita somos todos”, decía en una de las pancartas que alcancé a ver en la pantalla quebrada del Motorola de mi compañero. A decir verdad, no me parecía chistoso. Ni relevante.

Los dos lo notaron. “¿No te dan risa ese vergo de pendejos?”, me dijo Balmore. Y, después, dirigiéndose a Willo: “tené cuidado, que vos te parecés al Cabrita con ese tu pelo”.

Contesté que no. Y, para hacerlos sentir más pendejos de lo que seguro ya se sentían, les dije que, de hecho, me parecía bien que estuvieran denunciando la detención arbitraria de una figura tan importante para el país.

Me di la vuelta y no los volví a ver en todo el día. Qué pendejada defender a un futbolista don nadie y, encima, salir a protestar en su nombre, pensé. Pero este país está cada día más pendejo. Estamos cada día más pendejos.

Día 26
Hoy no vi al cobrador buena onda de la 42. En su lugar, un soldado viajaba colgado en la puerta del microbús que, a las seis de la mañana, parecía querer vomitar gente por las ventanas sin parabrisas.

El soldadito se bajaba cada vez que una persona quería entrar. Después, encontraba la forma de escurrirse en el muro de gentes para cobrarles la cora del pasaje a cada uno. No hablaba, como otros de los suyos.

Recordé entonces que en las noticias habían dicho que los soldados empezarían a prestar “su noble labor” ayudando a la población en tareas comunes. Porque hacía falta personal. Porque la mayoría de trabajadores estaban en algún centro penal.

Eso último lo concluyo yo. En las noticias no podían decirlo.

Los soldados no solo eran dueños de calles y avenidas. Los soldados, ahora, manejaban buses y microbuses. Me bajé cerca del puesto de niña Mirna. Cuando llegué, la mujer, visiblemente agobiada, despachaba platos de comida y recibía el dinero de los clientes.

“Pobrecita, así le toca desde que se llevaron a Mauricio”, dijo, entre dientes, una señora chiquita que esperaba bus cerca de la plancha caliente.

Hasta entonces supe que el hijo de Mirna, el muchacho amable con el corte de pelo espantoso, con el corte del Cabrita Lena, se llamaba Mauricio. Y que ahora guardaba prisión en uno de los centros penales que cada día se asemejaban más a los buses reventados de gente que los soldados también poseían. Hoy no desayuné.

Día 28
Balmore no llegó al taller. Los familiares llamaron al jefe para anunciar que se lo habían llevado preso en una redada en su comunidad. No sabían cuándo saldría. No sabían ni siquiera dónde estaba.

El jefe nos reunió a todos. A los que quedábamos. Nos dijo que íbamos a tener que socarnos el cincho en cuanto a horarios. Había que cubrir la plaza del que se llevaron. Mi hora de salida, entonces, ya no sería a las seis de la tarde. Tenía que quedarme a hacer inventario, como hacía Balmore.

Afuera, una protesta avanzaba en silencio. Parecía viacrucis. Sobre todo porque, en su mayoría, varias señoras iban caminando a paso lento bajo el sol. Eran madres de detenidos —supe después— por las noticias del mediodía.
Desde ese día, Willo empezó a andar gorra todo el tiempo. En el almuerzo no vio videos en su celular.

Día 29
Hoy vi las noticias antes de acostarme. Abrieron con un balance de detenciones. 17 000 hombres y mujeres habían sido capturados a escala nacional en veintinueve días. Todos estaban, explicó la presentadora babosa, esperando condena en cualquiera de los siete centros penales del país. Siete para 17 000, pensé. Lo pensé yo porque esa pendeja de pelito bonito jamás en su vida lo habría dicho. O pensado, me atrevo a decir. Cerró diciendo que era una jugada maestra del presidente de la República. Que, al fin, en San Carlos se podía caminar en paz. Que al fin estábamos en paz.

“Jugada maestra”, lo llamó la bicha.

Le siguió la presentación de seis hombres que habían sido capturados por presuntas agrupaciones ilícitas. El “presuntas” lo agrego yo: la presentadora dijo, a secas, que se trataba de una agrupación ilícita. Tres andaban el corte del Cabrito Lena. No tenían más de veinte.

Apagué la televisión. Dormí con la luz encendida.

Día 30
Un soldado me llevó al trabajo. Hoy no hay ni cobrador ni motorista. Está bien, pienso, porque la gente va en paz. No los miran a los ojos, pero van en paz.

Día 32
Willo no llegó al taller. Se lo llevaron preso ayer.

A la mamá le dijeron que el corte de pelo de su hijo era similar al de un peligroso criminal que se hacía pasar por jugador de fútbol playa.

Se lo llevaron, dijo la señora entre lágrimas al jefe, junto a otros treinta jóvenes.

En las noticias del almuerzo apareció. Otros doce que alcancé a contar tenían el mismo corte que Willo. El joven que cobraba el almuerzo a un soldado se miraba nervioso. El soldado no dejaba de ver la gorra del bicho.

Día 33
Los barberos del centro se fueron a huelga.

Ellos le llamaban huelga, movidos, supongo, por el espíritu revolucionario de algunos de los mayores. Pero, en realidad, era que no tenían ayudantes: todos estaban en algún centro penal. Y a los mayores, a los que no les podían reprochar ningún corte moderno, ya no les quedaba mucha gente a quién cortarle el pelo.

O eso leí en unas declaraciones de otro periódico que compré.

Día 35
Se llevaron al que cobraba los almuerzos en el comedor. Ahora hay otro bicho. Más joven, el pelo cortado al ras, camisa manga larga. No habla con nadie más allá de lo relacionado con los precios de la comida. Los murmullos del comedor se detienen cuando entran los soldados. Hoy son más. No pagaron el almuerzo.

Día 36
El jefe tuvo que llevar a sus dos hijos a cubrir las vacantes del taller. Solo quedamos Víctor, Gustavo y yo. Los demás, en algún centro penal. Ahora hago inventarios, cambios de aceite y solicito productos a los proveedores.

Día 39
Compré, otra vez, el mugre periódico.

Un cura, de esos que tienen alto cargo en la Iglesia, había sacado una columna de opinión. Arzobispo, decía a la par de su nombre. El viejo se deshacía en elogios ante el plan de militarización del Gobierno.

Al final del editorial, condenaba las malas influencias para los jóvenes de San Carlos. Condenaba, especialmente, cortes de cabello que podían representar un peligro para la moral y la integridad de las juventudes. Recomendaba evitar estilos modernos que pudieran confundirse con los de algún criminal capturado. Cerraba con que la labor de la gloriosa Fuerza Armada era tan noble y compleja que podían existir errores mínimos en las capturas, de los cuales, claro, los culpables eran los que se asemejaban a criminales.

Día 45
Don Pedro no volvió a abrir la tienda. Ahora me toca pasar a otra, en la colonia Gertrudis. Ahí atiende doña Cata. Porque a su esposo, me explicó, lo tienen en el penal Los Geranios.

Día 47
Barberos de Oriente se unen a la huelga de brazos caídos.

Eso decía el titular de una nota que leí en el bus.

Ya son cerca de quinientos los que cerraron sus barberías. Concentración espera salir del Rosales camino a la Asamblea Legislativa a exigir el cese de las capturas arbitrarias, decía en letras medianas.

Conté treinta cabezas sentadas en el bus. Diecisiete eran hombres jóvenes. Todos llevaban el pelo al ras.

Día 50
Un soldado me llevó el tambo de gas hasta la casa. Pregunté por Chito, el hijo de don Pedro, que siempre repartía los tambos en la colonia.

“El raterito ese ya está con los de su clase”, me dijo el soldado contando los billetes para darme cambio. Me dio un número en un papel: “A partir de hoy, llamás ahí si se te acaba el gas”, dijo. Se fue con el tambo en el lomo.

Día 52
Anoche no dormí. Del calor no se escapa ni cuando se oculta el sol. Puse las noticias de las nueve. Las capturas continuaban. Los jóvenes que aparecían en la tele, de repente, ya no llevaban el corte mierda de Pedrito Lena. Ahora la mayoría llevaba el pelo al ras.

Día 58
Promesa del fútbol playa muere por paliza en Centro Penal, decían las letras grandes.

Pedro Lena murió la madrugada del domingo luego de recibir una paliza en el Centro Penal en el que estaba detenido. Había sido declarado inocente, esperaba dos días para salir, decían las letras medianas.

Un chorro de letritas negras.

Día 60
Si quería entrar al taller, tenía que tener el pelo cortado al ras.

Porque ahora no se aceptaba ningún otro corte. Porque aquí un corte puede significar que seás un ciudadano de bien o que te pudrás en la cárcel. Así había dicho el jefe. Lo dijo con agonía, como si fuera a darle un paro al terminar la oración. O como si a su hijo menor se lo acabaran de llevar preso.

Así que me tocó ir a una barbería del centro, porque el Chino estaba en el penal de Los Geranios, Neto estaba desaparecido y don Saúl estaba en huelga.

La barbería se llamaba “La Esperanza”. Un soldado estaba rapando a un bicho de unos quince años.

En la tele, el canal legislativo. Una diputada bonita, con un tono de voz chillante, hablaba. Decía que la población estaba feliz con los resultados del Régimen de Excepción en el país. Decía que habían capturado a peligrosos criminales y que, con el apoyo de la población, iban a extender el período. Después, mostró una foto del que describía como un peligroso criminal que, finalmente, había dejado en paz a las grandes mayorías de San Carlos. Era Cabrita Lena.

El soldado terminó con el bicho. “Es por tu bien”, le dijo bajito. Yo era el siguiente.

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Barberos en huelga

Barberos en huelga

Texto de
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Realización de
Ilustración de
Traducción de
Fotografía de Latin America News Agency/REUTERS. 6 de diciembre de 2022, miembros de las Fuerzas Armadas participan en un operativo de seguridad en la ciudad de Soyapango. El presidente, Nayib Bukele, aseguró que más de 140 pandilleros han sido detenidos en Soyapango luego de dos días de estar rodeados por militares.
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Tiempo de Lectura: 00 min

La autora Michelle Recinos escribió el cuento que mejor describe lo que hoy sucede en El Salvador. “Barberos en huelga” es ya un relato indispensable para la literatura latinoamericana. El cuento ganó el Premio Centroamericano de Cuento 2022 Mario Monteforte Toledo y es parte del libro Sustancia de hígado, publicado por FyG editores.

Día 1
Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales... Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos. A menos que fueras mujer, joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4
Salí de casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de super. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6
Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la federación nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la federación nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8
Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10
“¿Dónde he visto ese corte mierda antes?”, pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de colaboradores de la 42.

“Qué corte más mierda”, pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12
Anoche no dormí nada. La vecina, Elena, despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15
Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

“Yo quería ese”, dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. “Como el Cabrita Lena”, dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16
A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18
Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá.

Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

“Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal”, era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

“¿Quién putas es Alexis?”, pensé yo, con el celular en la oreja.

Día 19
Tenía bastante de no comprar un periódico. Es que, la verdad, solo pendejadas escriben. Hoy me dio por comprar uno. No tenía un periódico entre las manos desde que mi papá se murió.

Las mismas pendejadas, solo que hoy vienen más delgados.

Mi papá me enseñó a leer de atrás para adelante. Importaba más la selecta que lo que dijeran los viejos pendejos de la Asamblea Legislativa. Hoy empecé por la portada. Había fútbol en la sección de política.

Capturan a jugador promesa de selección de fútbol playa, decía en letras grandes.

Familiares denuncian detención arbitraria de Pedrito Lena, jugador de fútbol playa conocido también como Cabrita Lena, decía en letras medianas.

A Pedrito Lena lo levantaron de la tijera en la que dormía. Soldados de la Fuerza Armada, acompañados de elementos de la Policía Nacional, irrumpieron en la vivienda de Lena la madrugada de este domingo. Lo capturaron luego de acusarlo, según familiares, de pertenecer a estructuras criminales, decía el primer párrafo.

Un chorrero de letritas negras.

A la familia de Lena no le han brindado mayor información del paradero del reconocido jugador y pescador. Temen que le hayan obligado a firmar algo, ya que el jugador no sabe leer ni escribir, decía la última oración.

Y, en la foto, el corte mierda de Pedrito. ¿Por qué no habrán puesto fotos más viejas, en donde el tipo no andaba ese horroroso mohicano que lo hacía parecer cepillo de zapatos?, pensé.

Doblé el periódico y lo guardé en la mochila.

Día 22
Hoy no pasó el panadero. Se lo llevaron en una redada que hicieron en la colonia Gertrudis, a dos cuadras de aquí. Lo supe porque niña Vilma le estaba contando a don Pedro a la entrada del pasaje. Los vi cuando iba para el taller.

Nunca me da por saludar a nadie, pero hoy me alegré, no sé bien por qué, de ver a los viejos. De saber que estaban bien. No me contestaron. Ella caminó rápido con una bolsita de queso en las manos. Él se limitó a mover la cabeza y entrarse a su casa.

Quizá ya no son de hablar mucho tampoco.

Día 23
Hoy vi al Chino en las noticias de las siete. Lo presentaron bajo un canopy con el logo de la Policía, ahí en la cuarta avenida. Era pleno mediodía. Dijeron que lo capturaron en flagrancia, junto a otros tres cristianos. Que estaban acusados de agrupaciones ilícitas.

Los otros tres eran los que le ayudaban en la barbería. Buena gente los bichos, pero nunca les confié mi pelo. El pelo nada más, por lo demás, se veían de fiar.

Y ahí estaban. Todos con el corte del Cabrita Lena. Todos parados frente a un banner con el logo del Gobierno.
El chino se llamaba Alberto. No sabía que tenía nombre real.

Día 24
Hoy no pude pasar por la calle San Pedro. Los soldados ya se adueñaron de esa parcela, al parecer. Un soldado me dijo “Por aquí no pasa nadie. Regrese a la Alameda”. La mano siempre en el fusil, por si no te quedaba muy claro que no tiene tantas ganas de hablar.

Hay más soldados. Y hoy se adueñaron de una parcela.

Día 25
Dos compañeros se cagaban de la risa viendo el celular de uno de ellos. Yo pasé por donde estaban, sin el menor interés en saber qué los tenía tan entretenidos. “Mirá esta pendejada”, me dijo Willo. Balmore no podía dejar de reír.

Era un video corto que mostraba una protesta en nombre de Pedrito Lena. “Cabrita somos todos”, decía en una de las pancartas que alcancé a ver en la pantalla quebrada del Motorola de mi compañero. A decir verdad, no me parecía chistoso. Ni relevante.

Los dos lo notaron. “¿No te dan risa ese vergo de pendejos?”, me dijo Balmore. Y, después, dirigiéndose a Willo: “tené cuidado, que vos te parecés al Cabrita con ese tu pelo”.

Contesté que no. Y, para hacerlos sentir más pendejos de lo que seguro ya se sentían, les dije que, de hecho, me parecía bien que estuvieran denunciando la detención arbitraria de una figura tan importante para el país.

Me di la vuelta y no los volví a ver en todo el día. Qué pendejada defender a un futbolista don nadie y, encima, salir a protestar en su nombre, pensé. Pero este país está cada día más pendejo. Estamos cada día más pendejos.

Día 26
Hoy no vi al cobrador buena onda de la 42. En su lugar, un soldado viajaba colgado en la puerta del microbús que, a las seis de la mañana, parecía querer vomitar gente por las ventanas sin parabrisas.

El soldadito se bajaba cada vez que una persona quería entrar. Después, encontraba la forma de escurrirse en el muro de gentes para cobrarles la cora del pasaje a cada uno. No hablaba, como otros de los suyos.

Recordé entonces que en las noticias habían dicho que los soldados empezarían a prestar “su noble labor” ayudando a la población en tareas comunes. Porque hacía falta personal. Porque la mayoría de trabajadores estaban en algún centro penal.

Eso último lo concluyo yo. En las noticias no podían decirlo.

Los soldados no solo eran dueños de calles y avenidas. Los soldados, ahora, manejaban buses y microbuses. Me bajé cerca del puesto de niña Mirna. Cuando llegué, la mujer, visiblemente agobiada, despachaba platos de comida y recibía el dinero de los clientes.

“Pobrecita, así le toca desde que se llevaron a Mauricio”, dijo, entre dientes, una señora chiquita que esperaba bus cerca de la plancha caliente.

Hasta entonces supe que el hijo de Mirna, el muchacho amable con el corte de pelo espantoso, con el corte del Cabrita Lena, se llamaba Mauricio. Y que ahora guardaba prisión en uno de los centros penales que cada día se asemejaban más a los buses reventados de gente que los soldados también poseían. Hoy no desayuné.

Día 28
Balmore no llegó al taller. Los familiares llamaron al jefe para anunciar que se lo habían llevado preso en una redada en su comunidad. No sabían cuándo saldría. No sabían ni siquiera dónde estaba.

El jefe nos reunió a todos. A los que quedábamos. Nos dijo que íbamos a tener que socarnos el cincho en cuanto a horarios. Había que cubrir la plaza del que se llevaron. Mi hora de salida, entonces, ya no sería a las seis de la tarde. Tenía que quedarme a hacer inventario, como hacía Balmore.

Afuera, una protesta avanzaba en silencio. Parecía viacrucis. Sobre todo porque, en su mayoría, varias señoras iban caminando a paso lento bajo el sol. Eran madres de detenidos —supe después— por las noticias del mediodía.
Desde ese día, Willo empezó a andar gorra todo el tiempo. En el almuerzo no vio videos en su celular.

Día 29
Hoy vi las noticias antes de acostarme. Abrieron con un balance de detenciones. 17 000 hombres y mujeres habían sido capturados a escala nacional en veintinueve días. Todos estaban, explicó la presentadora babosa, esperando condena en cualquiera de los siete centros penales del país. Siete para 17 000, pensé. Lo pensé yo porque esa pendeja de pelito bonito jamás en su vida lo habría dicho. O pensado, me atrevo a decir. Cerró diciendo que era una jugada maestra del presidente de la República. Que, al fin, en San Carlos se podía caminar en paz. Que al fin estábamos en paz.

“Jugada maestra”, lo llamó la bicha.

Le siguió la presentación de seis hombres que habían sido capturados por presuntas agrupaciones ilícitas. El “presuntas” lo agrego yo: la presentadora dijo, a secas, que se trataba de una agrupación ilícita. Tres andaban el corte del Cabrito Lena. No tenían más de veinte.

Apagué la televisión. Dormí con la luz encendida.

Día 30
Un soldado me llevó al trabajo. Hoy no hay ni cobrador ni motorista. Está bien, pienso, porque la gente va en paz. No los miran a los ojos, pero van en paz.

Día 32
Willo no llegó al taller. Se lo llevaron preso ayer.

A la mamá le dijeron que el corte de pelo de su hijo era similar al de un peligroso criminal que se hacía pasar por jugador de fútbol playa.

Se lo llevaron, dijo la señora entre lágrimas al jefe, junto a otros treinta jóvenes.

En las noticias del almuerzo apareció. Otros doce que alcancé a contar tenían el mismo corte que Willo. El joven que cobraba el almuerzo a un soldado se miraba nervioso. El soldado no dejaba de ver la gorra del bicho.

Día 33
Los barberos del centro se fueron a huelga.

Ellos le llamaban huelga, movidos, supongo, por el espíritu revolucionario de algunos de los mayores. Pero, en realidad, era que no tenían ayudantes: todos estaban en algún centro penal. Y a los mayores, a los que no les podían reprochar ningún corte moderno, ya no les quedaba mucha gente a quién cortarle el pelo.

O eso leí en unas declaraciones de otro periódico que compré.

Día 35
Se llevaron al que cobraba los almuerzos en el comedor. Ahora hay otro bicho. Más joven, el pelo cortado al ras, camisa manga larga. No habla con nadie más allá de lo relacionado con los precios de la comida. Los murmullos del comedor se detienen cuando entran los soldados. Hoy son más. No pagaron el almuerzo.

Día 36
El jefe tuvo que llevar a sus dos hijos a cubrir las vacantes del taller. Solo quedamos Víctor, Gustavo y yo. Los demás, en algún centro penal. Ahora hago inventarios, cambios de aceite y solicito productos a los proveedores.

Día 39
Compré, otra vez, el mugre periódico.

Un cura, de esos que tienen alto cargo en la Iglesia, había sacado una columna de opinión. Arzobispo, decía a la par de su nombre. El viejo se deshacía en elogios ante el plan de militarización del Gobierno.

Al final del editorial, condenaba las malas influencias para los jóvenes de San Carlos. Condenaba, especialmente, cortes de cabello que podían representar un peligro para la moral y la integridad de las juventudes. Recomendaba evitar estilos modernos que pudieran confundirse con los de algún criminal capturado. Cerraba con que la labor de la gloriosa Fuerza Armada era tan noble y compleja que podían existir errores mínimos en las capturas, de los cuales, claro, los culpables eran los que se asemejaban a criminales.

Día 45
Don Pedro no volvió a abrir la tienda. Ahora me toca pasar a otra, en la colonia Gertrudis. Ahí atiende doña Cata. Porque a su esposo, me explicó, lo tienen en el penal Los Geranios.

Día 47
Barberos de Oriente se unen a la huelga de brazos caídos.

Eso decía el titular de una nota que leí en el bus.

Ya son cerca de quinientos los que cerraron sus barberías. Concentración espera salir del Rosales camino a la Asamblea Legislativa a exigir el cese de las capturas arbitrarias, decía en letras medianas.

Conté treinta cabezas sentadas en el bus. Diecisiete eran hombres jóvenes. Todos llevaban el pelo al ras.

Día 50
Un soldado me llevó el tambo de gas hasta la casa. Pregunté por Chito, el hijo de don Pedro, que siempre repartía los tambos en la colonia.

“El raterito ese ya está con los de su clase”, me dijo el soldado contando los billetes para darme cambio. Me dio un número en un papel: “A partir de hoy, llamás ahí si se te acaba el gas”, dijo. Se fue con el tambo en el lomo.

Día 52
Anoche no dormí. Del calor no se escapa ni cuando se oculta el sol. Puse las noticias de las nueve. Las capturas continuaban. Los jóvenes que aparecían en la tele, de repente, ya no llevaban el corte mierda de Pedrito Lena. Ahora la mayoría llevaba el pelo al ras.

Día 58
Promesa del fútbol playa muere por paliza en Centro Penal, decían las letras grandes.

Pedro Lena murió la madrugada del domingo luego de recibir una paliza en el Centro Penal en el que estaba detenido. Había sido declarado inocente, esperaba dos días para salir, decían las letras medianas.

Un chorro de letritas negras.

Día 60
Si quería entrar al taller, tenía que tener el pelo cortado al ras.

Porque ahora no se aceptaba ningún otro corte. Porque aquí un corte puede significar que seás un ciudadano de bien o que te pudrás en la cárcel. Así había dicho el jefe. Lo dijo con agonía, como si fuera a darle un paro al terminar la oración. O como si a su hijo menor se lo acabaran de llevar preso.

Así que me tocó ir a una barbería del centro, porque el Chino estaba en el penal de Los Geranios, Neto estaba desaparecido y don Saúl estaba en huelga.

La barbería se llamaba “La Esperanza”. Un soldado estaba rapando a un bicho de unos quince años.

En la tele, el canal legislativo. Una diputada bonita, con un tono de voz chillante, hablaba. Decía que la población estaba feliz con los resultados del Régimen de Excepción en el país. Decía que habían capturado a peligrosos criminales y que, con el apoyo de la población, iban a extender el período. Después, mostró una foto del que describía como un peligroso criminal que, finalmente, había dejado en paz a las grandes mayorías de San Carlos. Era Cabrita Lena.

El soldado terminó con el bicho. “Es por tu bien”, le dijo bajito. Yo era el siguiente.

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Barberos en huelga

Barberos en huelga

19
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09
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23
2023
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La autora Michelle Recinos escribió el cuento que mejor describe lo que hoy sucede en El Salvador. “Barberos en huelga” es ya un relato indispensable para la literatura latinoamericana. El cuento ganó el Premio Centroamericano de Cuento 2022 Mario Monteforte Toledo y es parte del libro Sustancia de hígado, publicado por FyG editores.

Día 1
Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales... Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos. A menos que fueras mujer, joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4
Salí de casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de super. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6
Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la federación nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la federación nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8
Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10
“¿Dónde he visto ese corte mierda antes?”, pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de colaboradores de la 42.

“Qué corte más mierda”, pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12
Anoche no dormí nada. La vecina, Elena, despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15
Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

“Yo quería ese”, dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. “Como el Cabrita Lena”, dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16
A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18
Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá.

Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

“Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal”, era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

“¿Quién putas es Alexis?”, pensé yo, con el celular en la oreja.

Día 19
Tenía bastante de no comprar un periódico. Es que, la verdad, solo pendejadas escriben. Hoy me dio por comprar uno. No tenía un periódico entre las manos desde que mi papá se murió.

Las mismas pendejadas, solo que hoy vienen más delgados.

Mi papá me enseñó a leer de atrás para adelante. Importaba más la selecta que lo que dijeran los viejos pendejos de la Asamblea Legislativa. Hoy empecé por la portada. Había fútbol en la sección de política.

Capturan a jugador promesa de selección de fútbol playa, decía en letras grandes.

Familiares denuncian detención arbitraria de Pedrito Lena, jugador de fútbol playa conocido también como Cabrita Lena, decía en letras medianas.

A Pedrito Lena lo levantaron de la tijera en la que dormía. Soldados de la Fuerza Armada, acompañados de elementos de la Policía Nacional, irrumpieron en la vivienda de Lena la madrugada de este domingo. Lo capturaron luego de acusarlo, según familiares, de pertenecer a estructuras criminales, decía el primer párrafo.

Un chorrero de letritas negras.

A la familia de Lena no le han brindado mayor información del paradero del reconocido jugador y pescador. Temen que le hayan obligado a firmar algo, ya que el jugador no sabe leer ni escribir, decía la última oración.

Y, en la foto, el corte mierda de Pedrito. ¿Por qué no habrán puesto fotos más viejas, en donde el tipo no andaba ese horroroso mohicano que lo hacía parecer cepillo de zapatos?, pensé.

Doblé el periódico y lo guardé en la mochila.

Día 22
Hoy no pasó el panadero. Se lo llevaron en una redada que hicieron en la colonia Gertrudis, a dos cuadras de aquí. Lo supe porque niña Vilma le estaba contando a don Pedro a la entrada del pasaje. Los vi cuando iba para el taller.

Nunca me da por saludar a nadie, pero hoy me alegré, no sé bien por qué, de ver a los viejos. De saber que estaban bien. No me contestaron. Ella caminó rápido con una bolsita de queso en las manos. Él se limitó a mover la cabeza y entrarse a su casa.

Quizá ya no son de hablar mucho tampoco.

Día 23
Hoy vi al Chino en las noticias de las siete. Lo presentaron bajo un canopy con el logo de la Policía, ahí en la cuarta avenida. Era pleno mediodía. Dijeron que lo capturaron en flagrancia, junto a otros tres cristianos. Que estaban acusados de agrupaciones ilícitas.

Los otros tres eran los que le ayudaban en la barbería. Buena gente los bichos, pero nunca les confié mi pelo. El pelo nada más, por lo demás, se veían de fiar.

Y ahí estaban. Todos con el corte del Cabrita Lena. Todos parados frente a un banner con el logo del Gobierno.
El chino se llamaba Alberto. No sabía que tenía nombre real.

Día 24
Hoy no pude pasar por la calle San Pedro. Los soldados ya se adueñaron de esa parcela, al parecer. Un soldado me dijo “Por aquí no pasa nadie. Regrese a la Alameda”. La mano siempre en el fusil, por si no te quedaba muy claro que no tiene tantas ganas de hablar.

Hay más soldados. Y hoy se adueñaron de una parcela.

Día 25
Dos compañeros se cagaban de la risa viendo el celular de uno de ellos. Yo pasé por donde estaban, sin el menor interés en saber qué los tenía tan entretenidos. “Mirá esta pendejada”, me dijo Willo. Balmore no podía dejar de reír.

Era un video corto que mostraba una protesta en nombre de Pedrito Lena. “Cabrita somos todos”, decía en una de las pancartas que alcancé a ver en la pantalla quebrada del Motorola de mi compañero. A decir verdad, no me parecía chistoso. Ni relevante.

Los dos lo notaron. “¿No te dan risa ese vergo de pendejos?”, me dijo Balmore. Y, después, dirigiéndose a Willo: “tené cuidado, que vos te parecés al Cabrita con ese tu pelo”.

Contesté que no. Y, para hacerlos sentir más pendejos de lo que seguro ya se sentían, les dije que, de hecho, me parecía bien que estuvieran denunciando la detención arbitraria de una figura tan importante para el país.

Me di la vuelta y no los volví a ver en todo el día. Qué pendejada defender a un futbolista don nadie y, encima, salir a protestar en su nombre, pensé. Pero este país está cada día más pendejo. Estamos cada día más pendejos.

Día 26
Hoy no vi al cobrador buena onda de la 42. En su lugar, un soldado viajaba colgado en la puerta del microbús que, a las seis de la mañana, parecía querer vomitar gente por las ventanas sin parabrisas.

El soldadito se bajaba cada vez que una persona quería entrar. Después, encontraba la forma de escurrirse en el muro de gentes para cobrarles la cora del pasaje a cada uno. No hablaba, como otros de los suyos.

Recordé entonces que en las noticias habían dicho que los soldados empezarían a prestar “su noble labor” ayudando a la población en tareas comunes. Porque hacía falta personal. Porque la mayoría de trabajadores estaban en algún centro penal.

Eso último lo concluyo yo. En las noticias no podían decirlo.

Los soldados no solo eran dueños de calles y avenidas. Los soldados, ahora, manejaban buses y microbuses. Me bajé cerca del puesto de niña Mirna. Cuando llegué, la mujer, visiblemente agobiada, despachaba platos de comida y recibía el dinero de los clientes.

“Pobrecita, así le toca desde que se llevaron a Mauricio”, dijo, entre dientes, una señora chiquita que esperaba bus cerca de la plancha caliente.

Hasta entonces supe que el hijo de Mirna, el muchacho amable con el corte de pelo espantoso, con el corte del Cabrita Lena, se llamaba Mauricio. Y que ahora guardaba prisión en uno de los centros penales que cada día se asemejaban más a los buses reventados de gente que los soldados también poseían. Hoy no desayuné.

Día 28
Balmore no llegó al taller. Los familiares llamaron al jefe para anunciar que se lo habían llevado preso en una redada en su comunidad. No sabían cuándo saldría. No sabían ni siquiera dónde estaba.

El jefe nos reunió a todos. A los que quedábamos. Nos dijo que íbamos a tener que socarnos el cincho en cuanto a horarios. Había que cubrir la plaza del que se llevaron. Mi hora de salida, entonces, ya no sería a las seis de la tarde. Tenía que quedarme a hacer inventario, como hacía Balmore.

Afuera, una protesta avanzaba en silencio. Parecía viacrucis. Sobre todo porque, en su mayoría, varias señoras iban caminando a paso lento bajo el sol. Eran madres de detenidos —supe después— por las noticias del mediodía.
Desde ese día, Willo empezó a andar gorra todo el tiempo. En el almuerzo no vio videos en su celular.

Día 29
Hoy vi las noticias antes de acostarme. Abrieron con un balance de detenciones. 17 000 hombres y mujeres habían sido capturados a escala nacional en veintinueve días. Todos estaban, explicó la presentadora babosa, esperando condena en cualquiera de los siete centros penales del país. Siete para 17 000, pensé. Lo pensé yo porque esa pendeja de pelito bonito jamás en su vida lo habría dicho. O pensado, me atrevo a decir. Cerró diciendo que era una jugada maestra del presidente de la República. Que, al fin, en San Carlos se podía caminar en paz. Que al fin estábamos en paz.

“Jugada maestra”, lo llamó la bicha.

Le siguió la presentación de seis hombres que habían sido capturados por presuntas agrupaciones ilícitas. El “presuntas” lo agrego yo: la presentadora dijo, a secas, que se trataba de una agrupación ilícita. Tres andaban el corte del Cabrito Lena. No tenían más de veinte.

Apagué la televisión. Dormí con la luz encendida.

Día 30
Un soldado me llevó al trabajo. Hoy no hay ni cobrador ni motorista. Está bien, pienso, porque la gente va en paz. No los miran a los ojos, pero van en paz.

Día 32
Willo no llegó al taller. Se lo llevaron preso ayer.

A la mamá le dijeron que el corte de pelo de su hijo era similar al de un peligroso criminal que se hacía pasar por jugador de fútbol playa.

Se lo llevaron, dijo la señora entre lágrimas al jefe, junto a otros treinta jóvenes.

En las noticias del almuerzo apareció. Otros doce que alcancé a contar tenían el mismo corte que Willo. El joven que cobraba el almuerzo a un soldado se miraba nervioso. El soldado no dejaba de ver la gorra del bicho.

Día 33
Los barberos del centro se fueron a huelga.

Ellos le llamaban huelga, movidos, supongo, por el espíritu revolucionario de algunos de los mayores. Pero, en realidad, era que no tenían ayudantes: todos estaban en algún centro penal. Y a los mayores, a los que no les podían reprochar ningún corte moderno, ya no les quedaba mucha gente a quién cortarle el pelo.

O eso leí en unas declaraciones de otro periódico que compré.

Día 35
Se llevaron al que cobraba los almuerzos en el comedor. Ahora hay otro bicho. Más joven, el pelo cortado al ras, camisa manga larga. No habla con nadie más allá de lo relacionado con los precios de la comida. Los murmullos del comedor se detienen cuando entran los soldados. Hoy son más. No pagaron el almuerzo.

Día 36
El jefe tuvo que llevar a sus dos hijos a cubrir las vacantes del taller. Solo quedamos Víctor, Gustavo y yo. Los demás, en algún centro penal. Ahora hago inventarios, cambios de aceite y solicito productos a los proveedores.

Día 39
Compré, otra vez, el mugre periódico.

Un cura, de esos que tienen alto cargo en la Iglesia, había sacado una columna de opinión. Arzobispo, decía a la par de su nombre. El viejo se deshacía en elogios ante el plan de militarización del Gobierno.

Al final del editorial, condenaba las malas influencias para los jóvenes de San Carlos. Condenaba, especialmente, cortes de cabello que podían representar un peligro para la moral y la integridad de las juventudes. Recomendaba evitar estilos modernos que pudieran confundirse con los de algún criminal capturado. Cerraba con que la labor de la gloriosa Fuerza Armada era tan noble y compleja que podían existir errores mínimos en las capturas, de los cuales, claro, los culpables eran los que se asemejaban a criminales.

Día 45
Don Pedro no volvió a abrir la tienda. Ahora me toca pasar a otra, en la colonia Gertrudis. Ahí atiende doña Cata. Porque a su esposo, me explicó, lo tienen en el penal Los Geranios.

Día 47
Barberos de Oriente se unen a la huelga de brazos caídos.

Eso decía el titular de una nota que leí en el bus.

Ya son cerca de quinientos los que cerraron sus barberías. Concentración espera salir del Rosales camino a la Asamblea Legislativa a exigir el cese de las capturas arbitrarias, decía en letras medianas.

Conté treinta cabezas sentadas en el bus. Diecisiete eran hombres jóvenes. Todos llevaban el pelo al ras.

Día 50
Un soldado me llevó el tambo de gas hasta la casa. Pregunté por Chito, el hijo de don Pedro, que siempre repartía los tambos en la colonia.

“El raterito ese ya está con los de su clase”, me dijo el soldado contando los billetes para darme cambio. Me dio un número en un papel: “A partir de hoy, llamás ahí si se te acaba el gas”, dijo. Se fue con el tambo en el lomo.

Día 52
Anoche no dormí. Del calor no se escapa ni cuando se oculta el sol. Puse las noticias de las nueve. Las capturas continuaban. Los jóvenes que aparecían en la tele, de repente, ya no llevaban el corte mierda de Pedrito Lena. Ahora la mayoría llevaba el pelo al ras.

Día 58
Promesa del fútbol playa muere por paliza en Centro Penal, decían las letras grandes.

Pedro Lena murió la madrugada del domingo luego de recibir una paliza en el Centro Penal en el que estaba detenido. Había sido declarado inocente, esperaba dos días para salir, decían las letras medianas.

Un chorro de letritas negras.

Día 60
Si quería entrar al taller, tenía que tener el pelo cortado al ras.

Porque ahora no se aceptaba ningún otro corte. Porque aquí un corte puede significar que seás un ciudadano de bien o que te pudrás en la cárcel. Así había dicho el jefe. Lo dijo con agonía, como si fuera a darle un paro al terminar la oración. O como si a su hijo menor se lo acabaran de llevar preso.

Así que me tocó ir a una barbería del centro, porque el Chino estaba en el penal de Los Geranios, Neto estaba desaparecido y don Saúl estaba en huelga.

La barbería se llamaba “La Esperanza”. Un soldado estaba rapando a un bicho de unos quince años.

En la tele, el canal legislativo. Una diputada bonita, con un tono de voz chillante, hablaba. Decía que la población estaba feliz con los resultados del Régimen de Excepción en el país. Decía que habían capturado a peligrosos criminales y que, con el apoyo de la población, iban a extender el período. Después, mostró una foto del que describía como un peligroso criminal que, finalmente, había dejado en paz a las grandes mayorías de San Carlos. Era Cabrita Lena.

El soldado terminó con el bicho. “Es por tu bien”, le dijo bajito. Yo era el siguiente.

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Fotografía de Latin America News Agency/REUTERS. 6 de diciembre de 2022, miembros de las Fuerzas Armadas participan en un operativo de seguridad en la ciudad de Soyapango. El presidente, Nayib Bukele, aseguró que más de 140 pandilleros han sido detenidos en Soyapango luego de dos días de estar rodeados por militares.

Barberos en huelga

Barberos en huelga

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La autora Michelle Recinos escribió el cuento que mejor describe lo que hoy sucede en El Salvador. “Barberos en huelga” es ya un relato indispensable para la literatura latinoamericana. El cuento ganó el Premio Centroamericano de Cuento 2022 Mario Monteforte Toledo y es parte del libro Sustancia de hígado, publicado por FyG editores.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Día 1
Todo bien. Amaneció soleado. En San Carlos siempre hace sol, pero el de hoy es distinto: es un sol de cambio. La suela de mi zapato no parecía derretirse por el calor en la acera del mercado central. Todo bien.

Los soldados estaban por todas partes. Entendí, por lo que escuché en las noticias, que los pendejos de la Asamblea habían aprobado algo para sacar soldados a la calle y llevarse presos a los maleantes. Que porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, aguantaba la violencia afuera del Palacio Azul. Porque nadie, ni siquiera ellos, al parecer, sabía qué más hacer.

Y sí, había soldados en la calle Lempa, por toda la 47, afuera del Estadio, cerca del Morales... Donde veías, había uno. Es bueno, pienso. Caminar y mirar. Solo eso hacen. No hablaban, ni siquiera entre ellos. A menos que fueras mujer, joven y chula, pues. Es bueno, pienso.

Los de la Universidad —los culeros de la Universidad— los odian. Algo deben, de seguro. Había un grupito con rótulos y pancartas cerca del Morales. No alcancé a ver qué decían, pero, de seguro, puras pendejadas.

Iba tarde al taller, pero todo bien. Amaneció soleado en San Carlos. Es bueno, pienso.

Día 4
Salí de casa un poco más temprano. Yo quería desayuno de la niña Mirna, la que se pone ahí por la terminal de buses. Pasé casi quince minutos buscando la plancha y el carrito de super. Ahí, donde antes vendía los pancitos con frijol, hay soldados. pero los hijos de puta no me pudieron explicar que la maitra se había ido tres calles más abajo, donde hay menos de ellos. De verdad que no hablan esos pendejos.

Pero es bueno, pienso.

El hijo de niña Mirna está bien grande ya. No lo veía desde que pasaba por aquí camino a la U. Él me despachó. Buena onda el cabrón. Lástima el corte de pelo que andaba. Pero, pues sí, todos somos bichos alguna vez y nos hacemos pendejadas en el pelo, ¿va?

Había más gente con los de la Universidad. Seguían ahí, por el Morales. Pero hoy los soldados estaban más cerca de ellos. ¿O es que había más?

Día 6
Pedro Lena salió en el noticiero de las doce. Lo que alcancé a oír —porque había una gran bulla en el comedor— es que una federación extranjera de fútbol playa le entregó un reconocimiento. Anda volando. La última vez que vi su cara fue en un gran anuncio de yinas cerca de la autopista.

Al Cabrita Lena, como lo conocían, lo habían usado de estandarte de superación desde que armaron la selección nacional de fútbol playa. El tipo no sabía leer ni escribir. Vivía de la pesca, en una islita al oriente del país.

Los funcionarios se peleaban por tener fotos con él. Pero solo cuando el equipo conseguía oro en cualquier competición internacional. Después, el cabrón y los siete hijos que tenía todavía vivían en una choza sin cagadero a la orilla del mar.

Pero, pues, ahí estaba. Le habían dado un reconocimiento.

El presidente de la federación nacional de fútbol playa ya no es el presidente de la federación nacional de fútbol playa. Lo sé porque el viejo gordo que había estado al frente en cada conferencia, inauguración de torneo, o cualquier cosa que le involucrara ante las cámaras, había sido reemplazado por un tipo seco, moreno y de pelo cortado al ras. Supe, por el apellido, que el nuevo era familiar del presidente de la República. ¿Qué habrá sido del gordo?

No pude escuchar las declaraciones de Cabrita Lena. Unos soldados hijos de puta llegaron a pedir comida y le cambiaron a un partido de repetición del mundial del 2006. Lo único que se me quedó fue el corte de pelo del jugador. Qué pelo más mierda.

Día 8
Desde ayer, una tanqueta se mantiene parqueada en la intersección de la avenida Amapola y la calle Rosario. Ahí, donde antes se ponía don Amadeo a vender minutas. Otra vez estuvo soleado. Hace un poquito más de calor que ayer.

Día 10
“¿Dónde he visto ese corte mierda antes?”, pensé cuando vi al hijo de la niña Mirna contando las monedas para darme cambio.

Ah, es el mismo que anda Cabrita Lena, ¿va? Y el mismo que anda el hijo de Cleo, el hermano de Mario, Chito, el vigilante de Los Almendros y un par de colaboradores de la 42.

“Qué corte más mierda”, pensé. Pero, pues sí, cada quien hace lo que le ronque el culo con su pelo, ¿va? Al menos eso, nuestro cuerpo, todavía lo podemos controlar.

Día 12
Anoche no dormí nada. La vecina, Elena, despertó a todos en el pasaje con sus chillidos. Vieja para joder.

Era la una. Yo había visto que varios soldados estaban entrando al pasaje. Apagué las luces y eché llave. Total, yo nada debo. A dormirme iba cuando la Elena iba chille y chille por la calle. Me asomé a la ventana; dos soldados se llevaban a Marvin, el hijo. Casi que arrastrado lo hicieron. Pobre man.

La Elena iba gritando que alguien saliera, que le ayudaran a convencer a los soldados de que Marvin era panificador. Y sí, en efecto, el bicho trabajaba con don Paco. La única barbaridad que había hecho en su vida fue dejar embarazada a la Jenny. Todos lo sabíamos en la colonia, pero nadie salió a decirlo. Es que aquí bien sabemos que los soldados no son de hablar.

Me quedé a eso de las dos de la madrugada, cuando el último chucho dejó de ladrar. Hoy, la colonia amaneció igual. Solo faltaba la Elena. Y la gente afuera de sus casas.

Día 15
Hoy fui a cortarme el pelo. Tenía casi dos meses de no ir. Fui donde el Chino, donde voy desde que tenía quince años. Cuando llegué, el propio Chino le estaba cortando el pelo a un niño. Al ras. No lo rapó porque, quizá, le tuvo piedad. El niño tenía lágrimas en los ojos y moqueaba.

“Yo quería ese”, dijo el niño a la mamá cuando el Chino lo bajó de la silla para cortar pelo. Señaló una foto de las de cortes de pelo de referencia que había en la barbería. Era un mohicano. “Como el Cabrita Lena”, dijo el niño con voz lastimera, sobándose la cabeza casi calva.

La madre le dejó ir una bofetada que de seguro le dolió a ella también. Dejó dos monedas sobre la mesa. No esperó el cambio.

El Chino meneó la cabeza con una sonrisa y me invitó a sentarme en la silla. Me preguntó si iba a querer el corte del Cabrita Lena. Él también lo andaba.

Día 16
A la tanqueta de la calle Rosario se le sumó otra, en la intersección con la 29. En lo que el semáforo estaba en rojo, alcancé a contar treinta y dos soldados a lo largo de la acera.

Hay menos gente en el grupito de los de la Universidad. Faltan varios hombres. Quedan, en su mayoría, mujeres jóvenes. También son pocas.

Día 18
Hoy hizo más calor que nunca. Durante todo el día no vi ni una sola nube en el cielo. Las calles brillaban por el resplandor del sol. A las doce, las plantas de los pies ardían sobre el cemento. A pesar, incluso, de la suela gruesa de las botas.

En la noche recibí una llamada. Era mi mamá.

Mi mamá sí era de hablar mucho. Siempre lo fue. Siempre hable y hable con las vecinas, con la del pan, con la de la tienda, con la costurera. Ah, pero llegaba mi tata a reventarnos a cinchazos y ahí la vieja ya no hablaba. Las palabras se las quedaba siempre la última persona con la que había hablado.

“Se llevaron a tu primo Alexis. Tu tía está desconsolada. Necesito que me pasés para el abogado y para llevarle comida al centro penal”, era un telegrama por teléfono. Si es que existía algo así. Si es que algo de lo que existía alrededor todavía tenía sentido.

Después, se puso a llorar.

“¿Quién putas es Alexis?”, pensé yo, con el celular en la oreja.

Día 19
Tenía bastante de no comprar un periódico. Es que, la verdad, solo pendejadas escriben. Hoy me dio por comprar uno. No tenía un periódico entre las manos desde que mi papá se murió.

Las mismas pendejadas, solo que hoy vienen más delgados.

Mi papá me enseñó a leer de atrás para adelante. Importaba más la selecta que lo que dijeran los viejos pendejos de la Asamblea Legislativa. Hoy empecé por la portada. Había fútbol en la sección de política.

Capturan a jugador promesa de selección de fútbol playa, decía en letras grandes.

Familiares denuncian detención arbitraria de Pedrito Lena, jugador de fútbol playa conocido también como Cabrita Lena, decía en letras medianas.

A Pedrito Lena lo levantaron de la tijera en la que dormía. Soldados de la Fuerza Armada, acompañados de elementos de la Policía Nacional, irrumpieron en la vivienda de Lena la madrugada de este domingo. Lo capturaron luego de acusarlo, según familiares, de pertenecer a estructuras criminales, decía el primer párrafo.

Un chorrero de letritas negras.

A la familia de Lena no le han brindado mayor información del paradero del reconocido jugador y pescador. Temen que le hayan obligado a firmar algo, ya que el jugador no sabe leer ni escribir, decía la última oración.

Y, en la foto, el corte mierda de Pedrito. ¿Por qué no habrán puesto fotos más viejas, en donde el tipo no andaba ese horroroso mohicano que lo hacía parecer cepillo de zapatos?, pensé.

Doblé el periódico y lo guardé en la mochila.

Día 22
Hoy no pasó el panadero. Se lo llevaron en una redada que hicieron en la colonia Gertrudis, a dos cuadras de aquí. Lo supe porque niña Vilma le estaba contando a don Pedro a la entrada del pasaje. Los vi cuando iba para el taller.

Nunca me da por saludar a nadie, pero hoy me alegré, no sé bien por qué, de ver a los viejos. De saber que estaban bien. No me contestaron. Ella caminó rápido con una bolsita de queso en las manos. Él se limitó a mover la cabeza y entrarse a su casa.

Quizá ya no son de hablar mucho tampoco.

Día 23
Hoy vi al Chino en las noticias de las siete. Lo presentaron bajo un canopy con el logo de la Policía, ahí en la cuarta avenida. Era pleno mediodía. Dijeron que lo capturaron en flagrancia, junto a otros tres cristianos. Que estaban acusados de agrupaciones ilícitas.

Los otros tres eran los que le ayudaban en la barbería. Buena gente los bichos, pero nunca les confié mi pelo. El pelo nada más, por lo demás, se veían de fiar.

Y ahí estaban. Todos con el corte del Cabrita Lena. Todos parados frente a un banner con el logo del Gobierno.
El chino se llamaba Alberto. No sabía que tenía nombre real.

Día 24
Hoy no pude pasar por la calle San Pedro. Los soldados ya se adueñaron de esa parcela, al parecer. Un soldado me dijo “Por aquí no pasa nadie. Regrese a la Alameda”. La mano siempre en el fusil, por si no te quedaba muy claro que no tiene tantas ganas de hablar.

Hay más soldados. Y hoy se adueñaron de una parcela.

Día 25
Dos compañeros se cagaban de la risa viendo el celular de uno de ellos. Yo pasé por donde estaban, sin el menor interés en saber qué los tenía tan entretenidos. “Mirá esta pendejada”, me dijo Willo. Balmore no podía dejar de reír.

Era un video corto que mostraba una protesta en nombre de Pedrito Lena. “Cabrita somos todos”, decía en una de las pancartas que alcancé a ver en la pantalla quebrada del Motorola de mi compañero. A decir verdad, no me parecía chistoso. Ni relevante.

Los dos lo notaron. “¿No te dan risa ese vergo de pendejos?”, me dijo Balmore. Y, después, dirigiéndose a Willo: “tené cuidado, que vos te parecés al Cabrita con ese tu pelo”.

Contesté que no. Y, para hacerlos sentir más pendejos de lo que seguro ya se sentían, les dije que, de hecho, me parecía bien que estuvieran denunciando la detención arbitraria de una figura tan importante para el país.

Me di la vuelta y no los volví a ver en todo el día. Qué pendejada defender a un futbolista don nadie y, encima, salir a protestar en su nombre, pensé. Pero este país está cada día más pendejo. Estamos cada día más pendejos.

Día 26
Hoy no vi al cobrador buena onda de la 42. En su lugar, un soldado viajaba colgado en la puerta del microbús que, a las seis de la mañana, parecía querer vomitar gente por las ventanas sin parabrisas.

El soldadito se bajaba cada vez que una persona quería entrar. Después, encontraba la forma de escurrirse en el muro de gentes para cobrarles la cora del pasaje a cada uno. No hablaba, como otros de los suyos.

Recordé entonces que en las noticias habían dicho que los soldados empezarían a prestar “su noble labor” ayudando a la población en tareas comunes. Porque hacía falta personal. Porque la mayoría de trabajadores estaban en algún centro penal.

Eso último lo concluyo yo. En las noticias no podían decirlo.

Los soldados no solo eran dueños de calles y avenidas. Los soldados, ahora, manejaban buses y microbuses. Me bajé cerca del puesto de niña Mirna. Cuando llegué, la mujer, visiblemente agobiada, despachaba platos de comida y recibía el dinero de los clientes.

“Pobrecita, así le toca desde que se llevaron a Mauricio”, dijo, entre dientes, una señora chiquita que esperaba bus cerca de la plancha caliente.

Hasta entonces supe que el hijo de Mirna, el muchacho amable con el corte de pelo espantoso, con el corte del Cabrita Lena, se llamaba Mauricio. Y que ahora guardaba prisión en uno de los centros penales que cada día se asemejaban más a los buses reventados de gente que los soldados también poseían. Hoy no desayuné.

Día 28
Balmore no llegó al taller. Los familiares llamaron al jefe para anunciar que se lo habían llevado preso en una redada en su comunidad. No sabían cuándo saldría. No sabían ni siquiera dónde estaba.

El jefe nos reunió a todos. A los que quedábamos. Nos dijo que íbamos a tener que socarnos el cincho en cuanto a horarios. Había que cubrir la plaza del que se llevaron. Mi hora de salida, entonces, ya no sería a las seis de la tarde. Tenía que quedarme a hacer inventario, como hacía Balmore.

Afuera, una protesta avanzaba en silencio. Parecía viacrucis. Sobre todo porque, en su mayoría, varias señoras iban caminando a paso lento bajo el sol. Eran madres de detenidos —supe después— por las noticias del mediodía.
Desde ese día, Willo empezó a andar gorra todo el tiempo. En el almuerzo no vio videos en su celular.

Día 29
Hoy vi las noticias antes de acostarme. Abrieron con un balance de detenciones. 17 000 hombres y mujeres habían sido capturados a escala nacional en veintinueve días. Todos estaban, explicó la presentadora babosa, esperando condena en cualquiera de los siete centros penales del país. Siete para 17 000, pensé. Lo pensé yo porque esa pendeja de pelito bonito jamás en su vida lo habría dicho. O pensado, me atrevo a decir. Cerró diciendo que era una jugada maestra del presidente de la República. Que, al fin, en San Carlos se podía caminar en paz. Que al fin estábamos en paz.

“Jugada maestra”, lo llamó la bicha.

Le siguió la presentación de seis hombres que habían sido capturados por presuntas agrupaciones ilícitas. El “presuntas” lo agrego yo: la presentadora dijo, a secas, que se trataba de una agrupación ilícita. Tres andaban el corte del Cabrito Lena. No tenían más de veinte.

Apagué la televisión. Dormí con la luz encendida.

Día 30
Un soldado me llevó al trabajo. Hoy no hay ni cobrador ni motorista. Está bien, pienso, porque la gente va en paz. No los miran a los ojos, pero van en paz.

Día 32
Willo no llegó al taller. Se lo llevaron preso ayer.

A la mamá le dijeron que el corte de pelo de su hijo era similar al de un peligroso criminal que se hacía pasar por jugador de fútbol playa.

Se lo llevaron, dijo la señora entre lágrimas al jefe, junto a otros treinta jóvenes.

En las noticias del almuerzo apareció. Otros doce que alcancé a contar tenían el mismo corte que Willo. El joven que cobraba el almuerzo a un soldado se miraba nervioso. El soldado no dejaba de ver la gorra del bicho.

Día 33
Los barberos del centro se fueron a huelga.

Ellos le llamaban huelga, movidos, supongo, por el espíritu revolucionario de algunos de los mayores. Pero, en realidad, era que no tenían ayudantes: todos estaban en algún centro penal. Y a los mayores, a los que no les podían reprochar ningún corte moderno, ya no les quedaba mucha gente a quién cortarle el pelo.

O eso leí en unas declaraciones de otro periódico que compré.

Día 35
Se llevaron al que cobraba los almuerzos en el comedor. Ahora hay otro bicho. Más joven, el pelo cortado al ras, camisa manga larga. No habla con nadie más allá de lo relacionado con los precios de la comida. Los murmullos del comedor se detienen cuando entran los soldados. Hoy son más. No pagaron el almuerzo.

Día 36
El jefe tuvo que llevar a sus dos hijos a cubrir las vacantes del taller. Solo quedamos Víctor, Gustavo y yo. Los demás, en algún centro penal. Ahora hago inventarios, cambios de aceite y solicito productos a los proveedores.

Día 39
Compré, otra vez, el mugre periódico.

Un cura, de esos que tienen alto cargo en la Iglesia, había sacado una columna de opinión. Arzobispo, decía a la par de su nombre. El viejo se deshacía en elogios ante el plan de militarización del Gobierno.

Al final del editorial, condenaba las malas influencias para los jóvenes de San Carlos. Condenaba, especialmente, cortes de cabello que podían representar un peligro para la moral y la integridad de las juventudes. Recomendaba evitar estilos modernos que pudieran confundirse con los de algún criminal capturado. Cerraba con que la labor de la gloriosa Fuerza Armada era tan noble y compleja que podían existir errores mínimos en las capturas, de los cuales, claro, los culpables eran los que se asemejaban a criminales.

Día 45
Don Pedro no volvió a abrir la tienda. Ahora me toca pasar a otra, en la colonia Gertrudis. Ahí atiende doña Cata. Porque a su esposo, me explicó, lo tienen en el penal Los Geranios.

Día 47
Barberos de Oriente se unen a la huelga de brazos caídos.

Eso decía el titular de una nota que leí en el bus.

Ya son cerca de quinientos los que cerraron sus barberías. Concentración espera salir del Rosales camino a la Asamblea Legislativa a exigir el cese de las capturas arbitrarias, decía en letras medianas.

Conté treinta cabezas sentadas en el bus. Diecisiete eran hombres jóvenes. Todos llevaban el pelo al ras.

Día 50
Un soldado me llevó el tambo de gas hasta la casa. Pregunté por Chito, el hijo de don Pedro, que siempre repartía los tambos en la colonia.

“El raterito ese ya está con los de su clase”, me dijo el soldado contando los billetes para darme cambio. Me dio un número en un papel: “A partir de hoy, llamás ahí si se te acaba el gas”, dijo. Se fue con el tambo en el lomo.

Día 52
Anoche no dormí. Del calor no se escapa ni cuando se oculta el sol. Puse las noticias de las nueve. Las capturas continuaban. Los jóvenes que aparecían en la tele, de repente, ya no llevaban el corte mierda de Pedrito Lena. Ahora la mayoría llevaba el pelo al ras.

Día 58
Promesa del fútbol playa muere por paliza en Centro Penal, decían las letras grandes.

Pedro Lena murió la madrugada del domingo luego de recibir una paliza en el Centro Penal en el que estaba detenido. Había sido declarado inocente, esperaba dos días para salir, decían las letras medianas.

Un chorro de letritas negras.

Día 60
Si quería entrar al taller, tenía que tener el pelo cortado al ras.

Porque ahora no se aceptaba ningún otro corte. Porque aquí un corte puede significar que seás un ciudadano de bien o que te pudrás en la cárcel. Así había dicho el jefe. Lo dijo con agonía, como si fuera a darle un paro al terminar la oración. O como si a su hijo menor se lo acabaran de llevar preso.

Así que me tocó ir a una barbería del centro, porque el Chino estaba en el penal de Los Geranios, Neto estaba desaparecido y don Saúl estaba en huelga.

La barbería se llamaba “La Esperanza”. Un soldado estaba rapando a un bicho de unos quince años.

En la tele, el canal legislativo. Una diputada bonita, con un tono de voz chillante, hablaba. Decía que la población estaba feliz con los resultados del Régimen de Excepción en el país. Decía que habían capturado a peligrosos criminales y que, con el apoyo de la población, iban a extender el período. Después, mostró una foto del que describía como un peligroso criminal que, finalmente, había dejado en paz a las grandes mayorías de San Carlos. Era Cabrita Lena.

El soldado terminó con el bicho. “Es por tu bien”, le dijo bajito. Yo era el siguiente.

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