En 1994, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea atravesó por uno de los momentos más afortunados a los que se podría enfrentar cualquier realizador en el mundo. Su película Fresa y chocolate conquistó los festivales de cine de La Habana, reconocido por premiar a lo mejor del "Nuevo Cine Latinoamericano"; Gramado, uno de los más importantes de Brasil; y Berlín, donde recibió el Premio Especial del Jurado y el premio Teddy a la Mejor Película.
Además, la compañía Miramax —en ese entonces liderada por el todopoderoso productor estadounidense Harvey Weinstein— compró los derechos de exhibición de la cinta en Norteamérica y consiguió que fuera seleccionada para proyectarse en el Festival de Cine de Sundance y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Sin embargo, a pesar del gran alcance que había tenido su película (la penúltima que el director cubano logró filmar), el éxito no era solamente suyo, sino uno más de la Revolución Cubana, el movimiento ideológico y político que había encumbrado a una serie de jóvenes promesas de las artes cinematográficas, incluido Gutiérrez Alea.
Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX.
Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955.
Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica.
Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista.
En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS.
Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo.
En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos.
Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alva tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país.
La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región.
Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse.
Fotografía de portada vía Tomás Gutiérrez Alea vía Senses of Cinema
Más en Gatopardo:
Clímax: La danza de la provocación
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Recordamos la obra del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, uno de los representantes más importantes del "Nuevo Cine Latinoamericano".
En 1994, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea atravesó por uno de los momentos más afortunados a los que se podría enfrentar cualquier realizador en el mundo. Su película Fresa y chocolate conquistó los festivales de cine de La Habana, reconocido por premiar a lo mejor del "Nuevo Cine Latinoamericano"; Gramado, uno de los más importantes de Brasil; y Berlín, donde recibió el Premio Especial del Jurado y el premio Teddy a la Mejor Película.
Además, la compañía Miramax —en ese entonces liderada por el todopoderoso productor estadounidense Harvey Weinstein— compró los derechos de exhibición de la cinta en Norteamérica y consiguió que fuera seleccionada para proyectarse en el Festival de Cine de Sundance y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Sin embargo, a pesar del gran alcance que había tenido su película (la penúltima que el director cubano logró filmar), el éxito no era solamente suyo, sino uno más de la Revolución Cubana, el movimiento ideológico y político que había encumbrado a una serie de jóvenes promesas de las artes cinematográficas, incluido Gutiérrez Alea.
Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX.
Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955.
Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica.
Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista.
En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS.
Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo.
En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos.
Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alva tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país.
La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región.
Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse.
Fotografía de portada vía Tomás Gutiérrez Alea vía Senses of Cinema
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Clímax: La danza de la provocación
Recordamos la obra del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, uno de los representantes más importantes del "Nuevo Cine Latinoamericano".
En 1994, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea atravesó por uno de los momentos más afortunados a los que se podría enfrentar cualquier realizador en el mundo. Su película Fresa y chocolate conquistó los festivales de cine de La Habana, reconocido por premiar a lo mejor del "Nuevo Cine Latinoamericano"; Gramado, uno de los más importantes de Brasil; y Berlín, donde recibió el Premio Especial del Jurado y el premio Teddy a la Mejor Película.
Además, la compañía Miramax —en ese entonces liderada por el todopoderoso productor estadounidense Harvey Weinstein— compró los derechos de exhibición de la cinta en Norteamérica y consiguió que fuera seleccionada para proyectarse en el Festival de Cine de Sundance y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Sin embargo, a pesar del gran alcance que había tenido su película (la penúltima que el director cubano logró filmar), el éxito no era solamente suyo, sino uno más de la Revolución Cubana, el movimiento ideológico y político que había encumbrado a una serie de jóvenes promesas de las artes cinematográficas, incluido Gutiérrez Alea.
Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX.
Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955.
Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica.
Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista.
En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS.
Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo.
En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos.
Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alva tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país.
La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región.
Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse.
Fotografía de portada vía Tomás Gutiérrez Alea vía Senses of Cinema
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Clímax: La danza de la provocación
Recordamos la obra del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, uno de los representantes más importantes del "Nuevo Cine Latinoamericano".
En 1994, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea atravesó por uno de los momentos más afortunados a los que se podría enfrentar cualquier realizador en el mundo. Su película Fresa y chocolate conquistó los festivales de cine de La Habana, reconocido por premiar a lo mejor del "Nuevo Cine Latinoamericano"; Gramado, uno de los más importantes de Brasil; y Berlín, donde recibió el Premio Especial del Jurado y el premio Teddy a la Mejor Película.
Además, la compañía Miramax —en ese entonces liderada por el todopoderoso productor estadounidense Harvey Weinstein— compró los derechos de exhibición de la cinta en Norteamérica y consiguió que fuera seleccionada para proyectarse en el Festival de Cine de Sundance y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Sin embargo, a pesar del gran alcance que había tenido su película (la penúltima que el director cubano logró filmar), el éxito no era solamente suyo, sino uno más de la Revolución Cubana, el movimiento ideológico y político que había encumbrado a una serie de jóvenes promesas de las artes cinematográficas, incluido Gutiérrez Alea.
Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX.
Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955.
Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica.
Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista.
En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS.
Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo.
En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos.
Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alva tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país.
La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región.
Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse.
Fotografía de portada vía Tomás Gutiérrez Alea vía Senses of Cinema
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Clímax: La danza de la provocación
Recordamos la obra del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, uno de los representantes más importantes del "Nuevo Cine Latinoamericano".
En 1994, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea atravesó por uno de los momentos más afortunados a los que se podría enfrentar cualquier realizador en el mundo. Su película Fresa y chocolate conquistó los festivales de cine de La Habana, reconocido por premiar a lo mejor del "Nuevo Cine Latinoamericano"; Gramado, uno de los más importantes de Brasil; y Berlín, donde recibió el Premio Especial del Jurado y el premio Teddy a la Mejor Película.
Además, la compañía Miramax —en ese entonces liderada por el todopoderoso productor estadounidense Harvey Weinstein— compró los derechos de exhibición de la cinta en Norteamérica y consiguió que fuera seleccionada para proyectarse en el Festival de Cine de Sundance y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Sin embargo, a pesar del gran alcance que había tenido su película (la penúltima que el director cubano logró filmar), el éxito no era solamente suyo, sino uno más de la Revolución Cubana, el movimiento ideológico y político que había encumbrado a una serie de jóvenes promesas de las artes cinematográficas, incluido Gutiérrez Alea.
Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX.
Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955.
Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica.
Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista.
En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS.
Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo.
En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos.
Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alva tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país.
La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región.
Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse.
Fotografía de portada vía Tomás Gutiérrez Alea vía Senses of Cinema
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Clímax: La danza de la provocación
En 1994, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea atravesó por uno de los momentos más afortunados a los que se podría enfrentar cualquier realizador en el mundo. Su película Fresa y chocolate conquistó los festivales de cine de La Habana, reconocido por premiar a lo mejor del "Nuevo Cine Latinoamericano"; Gramado, uno de los más importantes de Brasil; y Berlín, donde recibió el Premio Especial del Jurado y el premio Teddy a la Mejor Película.
Además, la compañía Miramax —en ese entonces liderada por el todopoderoso productor estadounidense Harvey Weinstein— compró los derechos de exhibición de la cinta en Norteamérica y consiguió que fuera seleccionada para proyectarse en el Festival de Cine de Sundance y nominada al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera.
Sin embargo, a pesar del gran alcance que había tenido su película (la penúltima que el director cubano logró filmar), el éxito no era solamente suyo, sino uno más de la Revolución Cubana, el movimiento ideológico y político que había encumbrado a una serie de jóvenes promesas de las artes cinematográficas, incluido Gutiérrez Alea.
Nacido en el seno de una familia progresista el 11 de diciembre de 1928, Tomás Gutiérrez Alea siempre manifestó un gusto por las artes. Antes de entrar a la universidad, Gutiérrez Alea dedicó su tiempo libre a tocar piezas de Chopin y Debussy bajo la tutela del pianista César Pérez Sentenat. Sin embargo, el cine europeo que tocó a su puerta constantemente durante su adolescencia, generó un interés por las historias que habían quedado fuera de representación durante la primera mitad del siglo XX.
Tras graduarse como abogado en la Universidad de la Habana, Gutiérrez Alea viajó a Italia para estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematographia de Roma. Ahí, conoció al también cubano Julio García Espinosa, con quien filmaría su primer largometraje: el documental El Mégano, de 1955.
Tras el inicio de la Revolución cubana que, entre otras cosas, había prometido abrir y acercar las artes al pueblo cubano, Gutiérrez Alea y Espinosa regresaron a la isla y se encontraron con otros jóvenes realizadores partidarios de la Revolución. De esa unión surgió el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), un organismo público dedicado a la promoción y difusión de la industria cinematográfica.
Durante sus primeros años de existencia, el ICAIC permitió el desarrollo de Gutiérrez Alea en la producción y dirección de documentales y noticieros. Sus documentales, La toma de La Habana por los ingleses, de 1958 y Esta nuestra tierra, de 1959, significarían los primeros trabajos cinematográficos de la Cuba liderada por el régimen castrista.
En 1960, el cineasta escribió y dirigió la cinta Historias de la revolución, en la que contaba la historia de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista, a través de tres pasajes protagonizados por una serie de personajes que representaban a la sociedad cubana. La película, primer largometraje apoyado por el ICAIC, fue exhibida en el segundo Festival Internacional de Cine de Moscú, donde fue condecorada con el premio de escritores de la URSS.
Después de su irrupción en el terreno de la ficción, Gutiérrez Alea regresó brevemente al documental con los cortos Asamblea general y Muerte al invasor. Sin embargo, un par de años después decidió dedicarse por completo a las narraciones ficticias, presentando las cintas Las doce sillas, en 1962; Cumbite, en 1964; y Muerte de un burócrata, en 1966. Dicha cinta, inspirada en las rutinas de Buster Keaton y la mordacidad de Luis Buñuel, realizaba una crítica contra la burocracia estatal al plantear el infierno al que se tiene que enfrentar una mujer para acceder a la pensión de su fallecido esposo.
En 1968, el director presentó lo que muchos consideran su mejor película: Memorias del subdesarrollo, donde planteaba la vida de un burgués en La Habana durante la invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles de principios de los sesenta. La cinta, basada en la novela nihilista de Edmundo Desnoes, fue la primera película cubana que logró evadir los bloqueos comerciales impuestos tras la Revolución y se exhibió en los Estados Unidos.
Los siguientes trabajos del cineasta —Una pelea cubana contra los demonios, de 1971; El arte del tabaco, de 1974; La última cena, de 1976; De cierta manera, de 1977; Los sobrevivientes, de 1979; Hasta cierto punto, de 1983; Cartas del parque, de 1988; y Contigo a la distancia, de 1991— sirvieron sólo para magnificar su figura dentro de la naciente industria cubana, que en ese momento buscaba encontrar una voz que la representara en el mundo; Gutiérrez Alva tomó ese lugar en 1993, cuando Fresa y chocolate se convirtió en la cinta cubana más importante en la historia del país.
La cinta, adaptación del cuento El lobo, el bosque y el nombre nuevo de Senel Paz, contaba la historia de David (interpretado por Vladimir Cruz), un estudiante de sociología que comienza a dudar del comunismo en el que él tanto había confiado después de conocer a Diego (Jorge Perugorría), un artista homosexual acosado por las políticas homófobas del régimen castrista. Con el apoyo del gobierno, capital español y mexicano y el compañerismo de Juan Carlos Tabío, quien fungió como codirector del filme, Gutiérrez Alea se consagró con su drama, uno de los primeros con temática LGBT que se produjeron en la región.
Tras los buenos resultados, los ojos del mundo se pusieron ante Gutiérrez Alea, quien entregó en su último filme, Guantanamera, más parecido a sus primeros trabajos, enfocados en exponer las gracias y desventajas del subdesarrollo y la burocracia. Un año después del estreno del filme, el 16 de abril de 1996, Tomás Gutiérrez Alea falleció a los 68 años, dejando en la isla un espacio que aún no ha podido llenarse.
Fotografía de portada vía Tomás Gutiérrez Alea vía Senses of Cinema
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