Wilfredo Prieto y la reflexión sobre lo invisible
Wilfredo Prieto, conocido por obras de sutileza, sensibilidad y, a veces, bastantes polémicas, presenta su primera exposición en Kurimanzutto.
En la edición 2015 de ARCO en Madrid, España, una obra acaparaba los reflectores. Un vaso de vidrio con agua hasta la mitad reposaba sobre una repisa de madera en la galería Nogueras-Blanchard. La obra, Vaso medio lleno (2006), del artista cubano Wilfredo Prieto (Sancti Spíritus, 1978) causó revuelo por su precio, 20,000 euros, volviéndose rápidamente blanco perfecto de diversas críticas, unas menos afortunadas que otras: que el lugar común de un arte contemporáneo tan invisible o hasta insignificante que se confunde con los objetos menos artísticos —como un vaso—, los mecanismos de un mercado que permite vender un vaso con agua o, la más frecuente, la de acusar al arte actual por su supuesta banalidad y hermetismo.
Sin embargo, en medio de la polémica muchos olvidaron cuestionar lo más esencial: ¿qué quería decir un artista con un vaso de agua? Quizá reflexionar su naturaleza, sus partes, su material o la declaración filosófica de su título: un vaso medio lleno y medio vacío a la vez. Prieto proponía analizar nuestra relación con la realidad que experimentamos día a día, una práctica que desarrolla sin jerarquías al realizar sus piezas con objetos cotidianos, como han sido comida, bebidas, libros, piedras, automóviles, plantas o dinero.
“No es un tema tanto de estilo personal o una forma que yo tengo de trabajar, sino que es una consecuencia de la realidad, de los momentos que estamos viviendo, y yo me vuelvo un espejo de eso”, afirma el artista en entrevista, durante el montaje de su próxima exhibición en Kurimanzutto, “No se puede hacer una revolución con guantes de seda”, en la que presentará un cuerpo de obra nuevo.
Más que colocar objetos en una sala, Prieto interviene los distintos espacios alrededor de la galería distribuyendo sus piezas como si se tratara de un campo minado, abriendo un diálogo con el espacio y el espectador. “La exposición, más que un resultado, es un experimento, un proceso de estudio que yo llevo al espacio público”, explica Prieto, al no poner al espectador sólo frente a sus obras, sino guiarlo en sus propios pasos para que descubra esos momentos a menudo desapercibidos, hacerlo consciente de su tiempo y entorno, de los significados que desaparecen conforme estímulos e información saturan nuestra vida diaria. “Es la traducción de todas esas experiencias”, afirma.
Ese instinto de búsqueda es, quizá, la única constante de Wilfredo Prieto en su carrera, quien no cede ante estilos ni preferencias técnicas. Mientras que en algunas de sus obras más conocidas como Estrella muerta (2010) presenta nada más que un cerillo quemado, en otras como Apolítico (2001) despliega a lo largo de La Habana toda una serie de banderas de las principales potencias mundiales con sus colores reducidos a escalas de grises, eliminando toda tensión política y confrontación cultural. Si la primera obra es un gesto ínfimo y sutil, la segunda es monumental y abiertamente crítica. Con un rango tan amplio no sorprende que el artista se resista a las clasificaciones asociadas con su obra: lo político, lo minimal, lo latinoamericano. “La mayor de las estupideces es tener una etiqueta, es un error muy contraproducente con nuestra profesión que es la creación; creación es libertad. Yo creo que uno está haciendo un arte de un tiempo determinado, de un momento”, aclara.
El artista responde a estos momentos intuitivamente, sin agenda definida, y esta apertura le permite que sus piezas tengan al mismo tiempo implicaciones políticas, filosóficas o hasta cómicas, como Pan con pan (2011), un bollillo metido en otro, recordándonos una jocosa expresión que dice que no hay nada más que comer, una realidad socioeconómica complicada y un cuestionamiento casi ontológico. Wilfredo Prieto busca, como un sabueso, hasta encontrar esa multiplicidad de significados en lo más sencillo. “Es la intuición quien debe manejar al intelecto, esa intuición viene y tú tienes que ir atrás de ella; más que darle forma a una obra, yo tengo que dejar que ella tome su propia forma, yo soy el esclavo de las ideas y las decisiones técnicas que ella está necesitando.”
No obstante, aunque sus piezas sean de una sencillez tan abrumadora que por momentos parecieran silenciosas o enigmáticas (o hasta socarronas), Prieto no pierde de vista que deben entablar un diálogo. “Lo importante es que el resultado sea exacto, porque si no, no hay una comunicación”, dice, “una pieza puede ser muy compleja o enorme, pero si no hay una exactitud de lenguaje, no sirvió”.
Prieto persigue su propia realidad a sabiendas de que tal vez nunca la alcanzará: “Todavía no estoy libre. No sé si va a pasar, ojalá que no, porque me parece que si pasa, voy a entrar en una dinámica de seguridad y de aburrimiento tremenda, yo creo que continuamente estás en conflicto, la creación es un acto de presión. Es una especie de lucha, como el caballo con la zanahoria delante: nunca va a llegar”, concluye.
No se puede hacer una revolución con guantes de seda
Hasta el 27 de agosto de 2016
Kurimanzutto
kurimanzutto.com
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