Apropiarse del otro

Apropiarse del otro

05
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07
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19
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Un texto teatral de Juan Villoro que explora el amor en tiempos de hostilidad y el combate entre dos

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

***

La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Un texto teatral de Juan Villoro que explora el amor en tiempos de hostilidad y el combate entre dos

Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Un texto teatral de Juan Villoro que explora el amor en tiempos de hostilidad y el combate entre dos

Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

***

La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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Las estridentes notas al piano inspiradas en el disco Berlin, de Lou Reed, irrumpen entre las paredes de la sala del Museo Tamayo en la Ciudad de México. La directora de la obra teatral Guerra fría, Mariana Giménez, alza la voz para hacerse oír entre ensayos y decir que no imagina esta puesta sin una banda punk, sin esa "exacerbación de suciedad". "¡Es como si estuviéramos abriendo una grieta en el museo y metiéndonos!", dice a gritos sin arrepentirse. Juan Villoro es el artífice detrás de Guerra fría, un texto teatral de su autoría que se presentará con música de Alejandro Preisser en este espacio. Es una faceta esporádica del periodista y escritor; en 2017 se montó su obra La desobediencia de Marte y en 2011 se presentó El filósofo declara. Guerra Fría habla sobre la autodestrucción, el surgimiento de la creatividad en un ambiente hostil y el combate en una relación amorosa. La actriz Mariana Gajá es la protagonista, interpreta a Carolina, una actriz que sigue a su novio, El Gato, a Berlín en 1982 hasta 1984. El Gato, interpretado por Mauricio Isaac es un músico rockero que no ha encontrado su momento, que quiere tocar, pero no toca. Los dos huyen para vivir el sueño "punk" en el Berlín Occidental en tiempos del Muro. Afuera de una habitación okupa en la que viven, hay un mundo hostil que representa a una escala menos dramática la guerra fría que viven los personajes. “Muchas veces el amor depende de eso. No de encontrar un paraíso perfecto donde cantan los pajaritos (y que en el fondo no existe). Sino de salvarte de lo peor que le podías hacer al otro, o de lo peor que el otro te podía hacer. Evitar la aniquilación, evitar la destrucción es una forma de lealtad y de supervivencia”, dice Juan Villoro en entrevista para Gatopardo. El disco Berlín de Lou Reed, así como su relación amorosa con Laurie Anderson, fueron la inspiración de Villoro para escribir esta obra teatral, porque para él, el cantante punk se convirtió en rehén de su propio disco. Un álbum muy dark que propició la curiosidad de sus fanáticos para que Reed fuera una de “esas tantas víctimas del rock”. “Pero en su propia vida, Lou demostró que una manera de seguir adelante es lograr que la destrucción fracase. Si bien, es una manera un tanto paradójica de ser optimista, por lo menos él logró sobrevivir a sus propias posibilidades de destrucción”, aclara Villoro. Un detector de mentiras soviético, luces parpadeantes, un altavoz que grita por ellos, las acusaciones imparables hacia el otro, Sad Song de Reed en vivo, un vestido de tul, dos abrigos de piel, la construcción de un muro. Así es el ritmo de Guerra Fría, que ocurre como un bombardeo frenético descrito por los actores y la directora de la obra, Mariana Giménez, como un tour de force. “Como espectador, este tipo de espectáculos multidisciplinarios me encantan. Con mucha energía y catarsis. De un lugar performativo, es algo que había soñado alguna vez y se me cumple el sueño. Como espectador me parece importante lo no convencional”, dice Mauricio Isaac luego de parar el ensayo unos minutos para tomar un respiro. Gajá ve esta experiencia como una lucha constante al ser una obra que le demanda correr, subir al escenario de la banda, cantar, arrastrarse, pelearse con El Gato y además, hacer que Carolina se vea independiente en ese juego vicioso. “Ella es la que quiere salir adelante y ella es la que se da cuenta que no están yendo bien las cosas. Somos así las mujeres, de pronto muy enamoradizas y que podemos dejarlo todo por alguien, y luego te reinventas. Tenemos esa capacidad para hacer hogar fuera de casa”, dice la actriz, protagonista de la cinta No quiero dormir sola.

Guerra Fría obra de Juan Villora

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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***

La obra Autodestrucción 8 de Abraham Cruzvillegas es una pieza que se incorporó en 2016 a la colección del Museo Tamayo y es la que da pie a la construcción del universo que habitan los protagonistas. Estuvo montada en una larga sala en Corea antes de llegar a México y a Guerra Fría. No conformes con intervenir la sala del Tamayo a modo de un teatro, la escenografía está compuesta por Autodestrucción 8 del artista Abraham Cruzvillegas. La pieza consiste en lo que alguna vez fueron destrozos y basura. Ésta dialoga con la temática de Guerra Fría y sus personajes que destruyen al otro y a sí mismos entre drogas, abusos y el punk. De acuerdo con Giménez, Cruzvillegas les pidió que no excluyeran ningún elemento de su pieza.. La diseñadora y escenógrafa, Patricia Gutiérrez intervino a manera de provocación con el apropiacionismo, la corriente plástica con la que uno se apropia de la obra del otro, le cambia el contexto y el discurso. “Pensábamos en la idea de apropiarse del otro, que es distinto a someterlo o conquistarlo, sino hacer lo que es del otro propio y cuidarlo como cuidamos lo nuestro. Eso es distinto al verbo conquistar o someter y es lo que a todos nos cuesta entender”, indica Giménez. Como en guerra fría, los protagonistas no tendrán otras posibilidades más que ver la bomba explotar o un cese al fuego. Temas que, aunque parecen lejanos por la temporalidad de la historia, el elenco detrás sabe que siguen muy vigentes. “Las crisis amorosas tienen una perdurable actualidad, aunque también las amenazas de destrucción del mundo quizá ahora son distintas. No estamos pensando tanto en la conflagración nuclear, pero sí hay un apocalipsis psicológico a la vista y el tema de la guerra fría quizás se ha desplazado al interior de los países”, dice Juan Villoro. Para Giménez, la revelación vino al momento de trabajar con la obra de Cruzvillegas, porque pasó de una sala enorme a convivir con la banda, los actores y el público como escenografía. La directora se preguntó: ¿cómo hacemos para que toda esa obra cupiera aquí? ¿cómo hacer para que haya lugar para los migrantes? ¿Cómo hacer para que entre el otro y uno no se diluya; para ser uno con el otro, en el otro y viceversa? Guerra Fría es una propuesta que saca el teatro del teatro y busca otros espacios alternativos, como propone Mariana Gajá. Es como si los okupas realmente fuera el equipo detrás de esta puesta, dice. Como elenco, buscan acaparar museos y calles. A partir del 6 de julio y hasta el 9 de septiembre, esta obra se llevará a cabo en la sala 4 del Museo Tamayo. Cuando no haya funciones, el público podrá transitar por la sala y ver la instalación Autodestrucción 8 como una exhibición más. “El canto surge, en ocasiones, de las heridas. hay algo que te duele, te desgasta y te permite entenderte a ti mismo de otra manera. Es este rito de paz, de cómo el dolor y la posibilidad de destrucción, se convierten en algo creativo”, concluye Juan Villoro sobre el espíritu de esta obra.

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