Rosario Robles cambió los vestidos de diseñador, los trajes sastre y las blusas bordadas por pantalones y camisolas color caqui. De su cuello ya no cuelgan los collares de perlas, ni las mascadas de seda que usaba a diario. Sus orejas y sus manos lucen libres de aretes de oro, pulseras de plata, anillos con piedras vistosas, el iWatch que usaba casualmente o el reloj Cartier de más de 80 mil pesos con el que alguna vez fue retratada. Calza unos tenis, y no las alpargatas Yves Saint Laurent de 695 dólares con las que se presentó a su primera audiencia en el Reclusorio Sur, el 9 de agosto del año pasado.
Han pasado más de cinco meses desde que el juez Felipe Delgadillo Padierna dictó prisión preventiva oficiosa en su contra, y ha perdido casi 10 kilos. En su celda —diminuta en comparación con los despachos de más de 60 metros cuadrados que ocupó en las secretarías de Desarrollo Social y Desarrollo Agrario Territorial y Urbano—, Robles repasa una y otra vez el expediente de su acusación.
Se le ha vinculado a proceso por uso indebido del servicio público y por el desvío de más de 5 mil millones de pesos durante su gestión como secretaria de Estado en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Es la principal señalada en el caso de “La Estafa Maestra”, pero ella insiste en que le busquen propiedades, cuentas bancarias, fortunas en paraísos fiscales, ranchos, mansiones en Las Lomas o departamentos en el extranjero. “No van a encontrar nada”, ha dicho desde el primer día en que le cayó encima todo el peso de la opinión pública.
La villana favorita del peñismo —el sexenio de la corrupción— fue encarcelada el 13 de agosto de 2019, después de una audiencia de más de 12 horas en un juzgado del Reclusorio Sur, de la que esperaba regresar a su casa de Coyoacán.
Después de su aprehensión, se le han acumulado las malas noticias: no sólo le congelaron las cuentas bancarias, le negaron la posibilidad de llevar su caso en libertad o bajo arresto domiciliario y le inventaron una licencia de conducir falsa para justificar el “riesgo inminente de fuga”; además, el 18 de septiembre, la Secretaría de la Función Pública la inhabilitó para ocupar cargos públicos por diez años; el 29 de noviembre, la Cámara de Diputados aprobó someterla a juicio político en este mes de febrero, y el 12 de diciembre, la magistrada que revisó las irregularidades cometidas por el juez Delgadillo Padierna decidió dejarla en prisión.
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En los más de 150 días que ha pasado en el área de ingreso del penal de Santa Martha Acatitla, Robles ha tenido tiempo para escribir dos cartas de su puño y letra pidiendo un debido proceso al fiscal Alejandro Gertz Manero, quien fuera su compañero en el gabinete de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de Gabierno del entonces Distrito Federal; escribe un libro narrando su proceso, lee sentencias y acuerdos internacionales para documentarse sobre la presunción de inocencia a la que apela, y distrae la mente en rompecabezas y libros que sus hermanas llevan y recogen en los días de visita.
Leyó Becoming, la autobiografía de Michelle Obama; Días sin ti, la novela de la poeta española Elvira Sastre, y El laberinto de los espíritus, la última entrega de una popular saga de Carlos Ruiz Zafón. Sin teléfonos celulares, tabletas ni computadoras, Robles busca entereza en la yoga y la oración, en la intimidad de los libros y en la búsqueda de las piezas que la ayuden a armar el rompecabezas de su propia trama: la de una mujer habituada a probar las mieles del poder y el sabor amargo de la defenestración pública.
No es la primera vez que es acusada de corrupción, pero esta ocasión no hubo un partido, un presidente, un expresidente o un líder político que la salvara de ir a la cárcel. Al contrario, fue abandonada por el grupo priista al que sirvió en el sexenio pasado y apresada por la izquierda con la que rompió hace 15 años. Sólo cuenta con el apoyo de sus familiares y amigos que todos los martes, jueves y sábados esperan un turno para entrar a platicar con ella, llevarle comida, periódicos, libros, cuadernos para escribir, estambre para tejer bufandas o ropa limpia del color autorizado.
Apenas tiene contacto con las demás reclusas de Santa Martha y, en su aislamiento, le da vueltas una y otra vez a una idea: la de ser víctima de una venganza política. “Rehén” fue la palabra que eligió para definirse a sí misma en la carta de cinco cuartillas que su hija Mariana leyó afuera del reclusorio el 19 de septiembre.
—¿Por qué esta saña? —le pregunta en esa carta al presidente Andrés Manuel López Obrador, su excompañero de partido y sucesor en el gobierno de la capital mexicana, quien como presidente electo pareció exonerarla, en septiembre de 2018, cuando aseguró que las acusaciones en su contra eran parte de un circo mediático.
¿En qué momento Rosario Robles dejó de ser un “chivo expiatorio” —como la definió López Obrador—, para convertirse en el trofeo de caza de la Cuarta Transformación? La historia es compleja, tanto como el rompecabezas de su vida personal y política.
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Matias Recart/AFP[/caption]
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Rosario Robles Berlanga nació el 17 de febrero de 1956. Su madre, Rosario Berlanga Flores, pertenece a una familia ganadera de Coahuila. Su padre, Francisco Robles Martínez, es oriundo de Saltillo y trabajó décadas en la industria del vidrio. Cuando Vitro montó una fábrica en la zona metropolitana de la Ciudad de México, la familia migró y se asentó en Echegaray, un fraccionamiento de Naucalpan que, a la larga, sería el corazón de Ciudad Satélite. La pareja, norteña y católica, inscribió a sus seis hijos en los colegios particulares de la zona. En 1971, la UNAM fundó el Colegio de Ciencias y Humanidades y asentó uno de sus planteles en el municipio de Naucalpan, donde la mayor parte de los Robles Berlanga estudiaron el bachillerato.
Mientras el padre participaba en las campañas panistas, al lado de personajes como Abel Vicencio, sus hijas e hijos aprendían de marxismo en el CCH y descubrían la trova cubana, las tesis filosóficas de Mao, el movimiento estudiantil, la Revolución. Rosario dirigía el coro de la Parroquia de la Asunción, en la colonia Pastores, un barrio popular en el que ella se sentía más cómoda que en Echegaray. Su hermana menor, Magdalena, recuerda que a su casa llegaban jóvenes cargados de libros, que hablaban de política en largas tertulias amenizadas con música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Al concluir el CCH, Rosario entró a la Facultad de Economía de la UNAM, en donde conoció a su primera pareja, Saúl Escobar; a su esposo y padre de su única hija, Julio Moguel, y al líder que la metería de lleno en la izquierda partidista, Armando Quintero.
En esos años pasó largas jornadas en el auditorio Ho Chi Minh, formando parte de asambleas en las que los universitarios se debatían entre la guerrilla, la lucha social o la ruta electoral.
La propia Rosario rememoró esos años en su libro autobiográfico Con todo el corazón (Plaza & Janés, 2005), en el que explica su afiliación a la Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas (OIR-LM), grupo de corte maoísta que encabezaba Armando Quintero:
“Creíamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Para nosotros existía la utopía de un país mejor, pero siempre con referencia a la Unión Soviética, Cuba o China… La izquierda partidaria tenía una preocupación estrictamente electoral y la sentíamos muy alejada. Por eso me incliné más por participar con la izquierda social; aunque era igual de dogmática, por lo menos privilegiaba el contacto con la gente”.
Rosario se graduó de la licenciatura en Economía en 1979, con una tesis sobre el movimiento campesino en México en la década de los setenta, y se integró en una de las corrientes internas del Sindicato de Trabajadores de la UNAM. En 1983, nació su hija Mariana, pero la maternidad no detuvo su trabajo político. Se involucró en el movimiento estudiantil en contra de las cuotas, en 1986, y un año más tarde, Moguel le presentó al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, quien entonces encabezaba la Corriente Democrática del PRI, crítica de las políticas de Miguel de la Madrid e inconforme con la candidatura de Carlos Salinas de Gortari.
En ese año, la izquierda mexicana se encontraba atomizada en un sinfín de organizaciones, grupos obreros, magisteriales y campesinos, trotskistas y maoístas, reformistas y revolucionarios. Unos apoyaban la candidatura presidencial de Heberto Castillo y otros —entre los que se encontraban la corriente de Quintero— impulsaban la candidatura de Rosario Ibarra de Piedra.
En 1988, la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas congregó a los diversos partidos y movimientos de izquierda en el Frente Democrático Nacional que, después de las elecciones, sirvió de base para fundar el Partido de la Revolución Democrática (PRD), del que Rosario fue una militante más hasta 1994, cuando fue electa diputada a la 56 Legislatura.
Era una más en la lista de plurinominales en la segunda campaña presidencial de Cárdenas, que incluía a personajes representativos de las corrientes que dieron origen al PRD, como Arnoldo Martínez Verdugo (exdirigente del pc), Ifigenia Martínez (cofundadora de la Corriente Democrática), Salvador Martínez della Rocca (líder estudiantil en 1968), Jesús Ortega y Jesús Zambrano (provenientes del PRT), Ramón Sosamontes (del PC) y Armando Quintero (del OIR-LM).
La Legislatura se vio impactada por las secuelas del levantamiento zapatista de 1994, la crisis económica de 1995 y las fuertes medidas adoptadas por Ernesto Zedillo para afrontarla. El PRI tenía la mayoría absoluta, por lo que la presencia de perredistas seguía siendo testimonial e incapaz de frenar las reformas impulsadas por el Ejecutivo.
En ese contexto, la actividad de Rosario como presidenta de la Comisión de Desarrollo Social pasó inadvertida en la Cámara, pero de esos años data su tesis de maestría en la UAM Xochimilco, titulada Voces de mujeres: la experiencia de las campesinas e indígenas en el Valle del Mezquital, en la que denuncia el fracaso de la política social del salinismo.
En 1996, Rosario formó parte de la planilla que impulsó la candidatura de López Obrador a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRD, y se integró a la dirigencia como secretaria de Organización.
Con las elecciones federales de 1997 en puerta, y ante la expectativa de convertir a Cárdenas en el primer jefe de Gobierno electo del Distrito Federal mediante voto popular, Rosario se volcó en la organización de estructuras partidistas a las que denominó “brigadas del sol”. Con López Obrador en la presidencia del partido y ella en la estrategia territorial, el 6 de julio de ese año el PRD vivió una de las mejores jornadas de su historia: Cárdenas arrasó en la capital, los perredistas obtuvieron una mayoría clara en la Asamblea Legislativa y sus candidatos al Congreso consiguieron más de 7.5 millones de votos, que llevaron a 125 perredistas a San Lázaro.
Después de las elecciones, Cárdenas invitó a Rosario a su equipo de transición y, en diciembre, la nombró secretaria de Gobierno.
Desde la oficina ubicada en el edificio donde antiguamente despacharon los regentes del DDF, Rosario cultivó influencia, poder y presencia pública. Su amplia sonrisa, su frescura, su agenda progresista y frases ingeniosas —como la de “tengo las faldas bien puestas”— contrastaban con la parquedad del e de Gobierno.
Su imagen creció tanto en esos años que, en septiembre de 1999, cuando Cárdenas renunció al cargo para dar inicio a su tercera campaña presidencial, ella era la candidata natural para quedar al frente.
“El tiempo que restaba al periodo de gobierno sería un tiempo eminentemente político, que requería que quien estuviera al frente del gobierno mantuviera relaciones con todos los actores, sobre todo aquellos en juego en el proceso electoral, con el Gobierno Federal, con la propia Asamblea Legislativa… y quien a lo largo de dos años había llevado esas relaciones y mejor conocía el ambiente político era, a mi juicio, Rosario Robles”, escribe Cárdenas en su libro Sobre mis pasos (Aguilar, 2010).
La administración de Rosario —en contraste con el estilo pausado y sin estridencias de Cárdenas— estuvo bajo el reflector permanentemente. Acusó al exregente Óscar Espinosa Villarreal de peculado e inició un proceso que lo llevó a la cárcel; promovió la “Ley Robles” para despenalizar el aborto en la capital; puso en marcha el servicio nocturno de transporte y los conciertos masivos en el Zócalo; concluyó la negociación definitiva del conflicto de Ruta 100, y ordenó pagar una intensa campaña de publicidad con ella como principal protagonista.
Durante las elecciones de 2000, con Cárdenas como candidato a la presidencia, López Obrador como candidato a jefe de Gobierno del Distrito Federal y múltiples cuadros perredistas postulados para diputados y jefes delegacionales, Rosario fue acusada por el pan y el PRI de cargar los dados a favor de los suyos.
Después de las elecciones del 2 de julio, con la derrota de Cárdenas y la victoria de López Obrador, Rosario preparó su salida del gobierno, sin tener aún claridad sobre qué hacer con la popularidad y el capital político acumulados.
El 5 de diciembre de 2000, López Obrador tomó protesta como jefe de Gobierno en una sobria ceremonia, compartiendo el estrado con el presidente Vicente Fox, la ex jefa de Gobierno y el presidente de la nueva legislatura local, Armando Quintero. Vestida de negro y con una mascada amarilla atada al cuello, Rosario entregó el poder al tabasqueño, sin saber que una de sus primeras acciones sería revisar los contratos de obra pública, el gasto en publicidad y las finanzas del gobierno que estaba recibiendo en sus manos.
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Amalia García, Rosario Robles, Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas reunidos con mujeres del PRD como parte de los festejos del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 2000. / Pedro Mera. Cuartoscuro.[/caption]
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Opacada por el nuevo jefe de Gobierno, en los primeros meses de 2001 Robles se sentía sola y frustrada pues su carrera política se había visto abruptamente interrumpida. Cárdenas había sido derrotado y, antes de retirarse de la vida pública, le sugirió rechazar la invitación de Vicente Fox para integrarse a su gabinete como secretaria de Desarrollo Social. Además, se acababa de divorciar de Julio Moguel.
En abril fue señalada por el diario Reforma en una investigación sobre los gastos de publicidad de su gobierno, contratos a sobreprecios y el destino de miles de millones de pesos no aclarados en las auditorías practicadas a su administración. En medio de la tormenta desatada por lo que Reforma bautizaba como “el cochinito de Robles”, ella apeló a su condición de mujer para denunciar una campaña en su contra emprendida por un partido misógino (el pan) y un periódico conservador, que nunca le perdonaron haber legalizado el aborto. Desde entonces, encontró en el discurso feminista argumentos para rechazar las acusaciones por corrupción. Y, aunque obtuvo el respaldo de dirigentes y legisladores del PRD, poco a poco se fue convirtiendo en una figura incómoda para el gobierno de López Obrador, que presumía la honestidad como principal divisa.
En esos días, Robles se sentó a comer con su amigo Mario Saucedo en el restaurante Bellinghausen de la Zona Rosa de la Ciudad de México, y al lugar llegó Ramón Sosamontes, su operador político más leal, acompañado del abogado Ignacio Morales Lechuga y el empresario Carlos Ahumada, un argentino que llevaba varios años haciendo negocios en la capital del país, propietario de constructoras y comercializadoras aglutinadas en el Grupo Quart.
Después de los saludos, las presentaciones y una breve charla a la salida del restaurante, Sosamontes comentó al empresario que su exjefa quería hacer un viaje de descanso en Semana Santa, desconectarse de la grilla y prepararse para su campaña al interior del PRD, cuya dirigencia habría de renovarse exactamente en un año. Acostumbrado a ayudar a políticos para beneficiar sus negocios, Ahumada consiguió la suite presidencial del Hotel Quinta Real, en Bahías de Huatulco, y, un mes después, le prestó un avión a Sosamontes para viajar a Zacatecas en compañía de Robles, para el Congreso Nacional del PRD.
El 3 de mayo de 2001 —según relata Carlos Ahumada en su libro Derecho de réplica (Grijalbo, 2009)— Robles lo invitó a comer para agradecerle su ayuda en Huatulco y en Zacatecas. Ella llegó puntual a la cita y, mientras esperaban a Ramón Sosamontes, comieron, conversaron y se tomaron una botella de vino tinto.
Así comenzó una amistad que terminó por convertirse en una compleja relación amorosa. Quienes conocen a Robles aseguran que, a partir de ahí, la combativa militante, revolucionaria y soñadora se fue convirtiendo en una política pragmática y ambiciosa.
En una de las cartas que escribió al empresario, Robles escribe: “Llegaste en un momento en el que mis sueños se habían convertido en pesadillas. Apenas unos meses antes era reconocida, querida, aclamada. De pronto me había quedado sin nada… Estaba sola, confundida… Había vivido mi gobierno con alegría, pasión, intensidad, con gran entrega. Trabajé por mis convicciones y por mis ideales. Sin embargo, todo eso ahora se volvía contra mí”.
Apenas cuatro meses después de conocer a Ahumada, Robles se había recuperado, preparaba su candidatura para dirigir el PRD y soñaba con llegar a las más altas esferas del poder. A tal grado que, en un viaje que hizo con Ahumada a Berlín, ella le apostó que en los primeros meses de 2007 regresarían a Alemania para brindar por su nuevo cargo: presidenta de México.
Con el apoyo económico de las empresas de su amante (que para entonces ya había adquirido el equipo de futbol León y el periódico El Independiente), Robles ganó la dirigencia nacional del PRD en marzo de 2002, tras una compleja negociación con las tribus perredistas y una contienda interna plagada de irregularidades.
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El expresidente Carlos Salinas de Gortari pidió a Carlos Ahumada que le presentara a Rosario Robles. Ella accedió hasta que estuvo fuera del PRD. / Getty Images.[/caption]
Para su toma de posesión, la nueva lideresa pidió llenar el Monumento a la Revolución, convocó a las televisoras, invitó a Cárdenas y a López Obrador al templete, y clausuró el evento con un concierto de Tania Libertad. Enfundada en un desconcertante vestido azul, leyó un largo discurso en el que invocó la unidad partidista y, sin saber lo que vendría, aseguró que sus enemigos no estaban dentro, sino fuera del PRD.
Ya como lideresa nacional, Robles tuvo acceso al aparato partidista, a los medios de comunicación y a las prerrogativas del financiamiento público, que sumaron 868 millones de pesos en sus dos años de gestión.
Meses antes de las elecciones federales de 2003, cuando el ambiente comenzaba a tensarse por las diferencias entre Fox y López Obrador, Robles hizo la promesa pública de conseguir al menos 20 por ciento de los votos, o renunciar. Para alcanzar la meta, desplegó brigadistas en todo el país, pero concentró su energía en la capital, donde la campaña quedó a cargo de René Bejarano, fundador de la corriente Izquierda Democrática Nacional, quien compartía con su esposa, Dolores Padierna, el liderazgo real del PRD en la ciudad. “El Profe” Bejarano había sido secretario particular de López Obrador en los primeros dos años de su gobierno. Todos en el PRD lo ubicaban como un hábil operador electoral, y un enlace eficiente con patrocinadores de campañas, uno de los cuales era, precisamente, Carlos Ahumada.
En 2002, el dueño de Grupo Quart le había ayudado a financiar a los candidatos perredistas mejor posicionados para ganar las 16 delegaciones de la capital. Según “El Profe”, Ahumada y Robles lo citaron a finales de ese año en la casa de ella en Coyoacán para planear la entrega de dinero en efectivo a personajes como Carlos Ímaz, candidato a la delegación Tlalpan; Ramón Sosamontes, secretario de Asuntos Electorales del PRD nacional, y él mismo, quien buscaba una diputación para convertirse en líder de la Asamblea Legislativa. Los perredistas acudieron a las oficinas de Ahumada para recoger jugosas donaciones a sus campañas sin saber que eran filmados por el empresario.
El 6 de julio de 2003, el PRD obtuvo una victoria apabullante en la Ciudad de México (ganó 37 de 40 distritos y 13 de 16 delegaciones), pero en el resto del país los números eran un desastre. El partido llegó apenas a 4.5 millones de votos, 56 de 300 distritos, 97 de 500 diputados y el 17 por ciento de la votación nacional, lo que obligaba a Robles a presentar su renuncia.
El 9 de agosto, en una sesión de Consejo Nacional en la que habría de discutirse una deuda de más de 250 millones de pesos adquirida por la presidenta para financiar las campañas, Robles leyó un discurso de siete cuartillas en el que describió a un partido quebrado, sumido en conflictos permanentes, dividido en corrientes y paralizado por su burocracia interna.
Con una falda negra (bien puesta) y una blusa amarilla, un collar de perlas y un fistol dorado con el escudo del PRD en la solapa (el mismo look con el que había grabado varios spots de campaña), la presidenta anunció su renuncia, haciendo del desconcierto su mejor aliado.
Mientras los consejeros vociferaban, indignados por el problema financiero, ella acusaba a las tribus de convertir al PRD en un partido envenenado, que había sustituido el debate interno por las filtraciones interesadas.
En medio de empujones y gritos, salió del hotel Aristos de la Zona Rosa acompañada por sus más cercanos: Ramón Sosamontes, Armando Quintero, Juan N. Guerra, Mario Saucedo, Carlos Ímaz, Salvador Martínez della Rocca, Inti Muñoz, su hija Mariana y los responsables de las finanzas del partido, María Eugenia López Blum y José Ramón Zebadúa.
Sumido en el caos, el PRD nombró dirigente interino al michoacano Leonel Godoy, quien había sido secretario de Seguridad Pública con López Obrador. Días después, Robles y Ahumada se fueron de viaje.
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Rosario Robles durante el Foro México Incluyente, como secretaria de Desarrollo Social, en la ciudad de Puebla en 2013. / Carlos Pacheco Parra/NOTIMEX/AFP[/caption]
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Carlos Ahumada conoció en 2002 a Carlos Salinas de Gortari a través del abogado Juan Collado, un conspicuo defensor de peces gordos como Raúl Salinas (el hermano del expresidente preso desde 1995 y liberado en 2005), que hoy está detenido y vinculado a proceso por lavado de dinero y delincuencia organizada. En Derecho de réplica, Ahumada narra que, apenas conocerlo, Salinas le pidió reunirse con Robles, a lo que ella se negó siendo lideresa del PRD, pues le daba terror que sus compañeros supieran de un encuentro con el personaje más odiado por la izquierda mexicana. Sin embargo, en septiembre de 2003, liberada ya del cargo, Robles accedió a viajar a Londres para conocer al innombrable.
En un restaurante de la capital británica, con Juan Collado, Ana Paula Gerard —esposa de Salinas— y Ahumada como testigos, Salinas habría ofrecido a Robles gestionar recursos para saldar la deuda del PRD y promover su carrera política.
Dos semanas después volvieron a encontrarse pero esta vez en Cuba, donde Salinas había encontrado refugio gracias a su amistad con Fidel Castro. En el encuentro, habrían barajado varias opciones para que Robles continuara con su carrera, que entonces se encontraba eclipsada por la figura de Andrés Manuel López Obrador.
Salinas veía con preocupación el ascenso del jefe de Gobierno y encontró en Robles una figura que podría disputarle, dentro del PRD, la candidatura presidencial de 2006. En ese contexto, la relación entre ambos se fue estrechando.
En noviembre, Robles y Ahumada visitaron la casa del expresidente en el sur de la Ciudad de México y, después de degustar varias botellas de vino francés, mostraron a su anfitrión los videos que el empresario había grabado en sus oficinas, con Bejarano y Carlos Ímaz recibiendo dinero en efectivo.
Sentado en un sillón de su biblioteca, Salinas se frotó las manos al ver a los colaboradores del tabasqueño guardando fajos de billetes en portafolios, maletas y bolsas de plástico. Arqueó las cejas, sonrió y dijo: “Con esto están acabados”.
Aquel día se fraguó la trama de los videoescándalos, a la que Salinas sumaría después a los panistas Diego Fernández de Cevallos y Federico Döring; a funcionarios del gobierno de Fox, como Eduardo Medina Mora (entonces director del Cisen), y a sus amigos de las televisoras, con el único fin de descarrilar la carrera presidencial de López Obrador. También en esa velada, Salinas le hizo a Robles un guiño sobre su futuro, tocándole la fibra sensible de su ambición.
“En la madrugada, antes de despedirnos, Salinas le mostró su biblioteca a Rosario. Había condecoraciones y fotografías, entre otros recuerdos”, narra Ahumada en su libro. “Cuando llegamos a la vitrina donde conserva sus bandas presidenciales, Rosario le comentó que debía ser un gran honor y un orgullo portarla. Salinas inmediatamente tomó una escalerita para poder subir a abrir la vitrina y sacó una de las bandas presidenciales… la tomó y se la puso a Rosario cruzándole el pecho, y le dijo: te luce muy bien”.
En febrero de 2004, Televisa difundió un video del secretario de Finanzas del gobierno del Distrito Federal, Gustavo Ponce, apostando en el casino del Hotel Bellagio de Las Vegas. Era el principio de los videoescándalos. Un mes después, René Bejarano fue exhibido por Televisa en el programa de Brozo, recibiendo fajos de billetes en la oficina de Ahumada, acomodándolos con ligas para guardarlos en su portafolios y guardando el sobrante en bolsas. Una escena grotesca que conmocionó al país y que, a su vez, dejó a Ahumada expuesto a que el gobierno de la ciudad lo denunciara por lavado de dinero y fraude.
Los videoescándalos le pegaron en la línea de flotación a López Obrador, quien tuvo que prescindir de sus colaboradores en medio de una ola de críticas y denostaciones. Ponce renunció el 2 de marzo a la Secretaría de Finanzas y se fugó, pero fue detenido en octubre y procesado por fraude, peculado y enriquecimiento ilícito. Bejarano renunció a la Asamblea para someterse a juicio político; fue desaforado, detenido y preso durante ocho meses. En los primeros días de marzo de 2004, Robles viajó a La Habana y logró reunirse con Ahumada antes de ser detenido por la Interpol, acusado de fraude. De aquella despedida, Robles dejó un testimonio escrito en el que admite: “Mi error más grave fue mezclar la política con mi vida personal”.
Ahumada fue arrestado y extraditado a México, y permaneció en prisión hasta mayo de 2007.
Robles renunció al PRD, justo antes de ser expulsada.
Salinas celebró lo que consideró el aniquilamiento de su adversario.
Pero López Obrador supo convertir los videoescándalos en la teoría del complot orquestado por “la mafia del poder” en su contra, una narrativa que sería el motor principal de sus campañas presidenciales en 2006, 2012 y 2018.
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El expresidente Enrique Peña Nieto junto al gobernador de Zacatecas, Miguel Alonso Reyes, así como la titular de la Sedesol, Rosario Robles, en un encuentro con madres jefas de familia en Atitanac, en 2013. / Especial Presidencia/NOTIMEX/AFP.[/caption]
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En 2005, Robles escribió desde Madrid el libro titulado Con todo el corazón, en el que asegura que Bejarano conoció a Ahumada a través del empresario tabasqueño Raúl Ojeda, y que ella jamás intervino en los tratos que hicieron. En su balance, describe así el año 2004: “Para mí fue de pérdidas no sólo políticas, también afectivas, que son las más importantes. Los videos exhibidos a partir del 3 de marzo desataron un conflicto cuyas consecuencias nos arrastraron a muchos”.
Para René Bejarano, actor protagónico de esta historia, ese año dejó al descubierto la verdadera naturaleza de su antigua compañera de lucha. “Dicen que el poder cambia a las personas, pero en realidad el poder exhibe lo que las personas realmente son”, afirma.
Hoy cercano a Morena, “El Profe” prefiere mantener el bajo perfil que lo ha caracterizado desde 2005. Deja el protagonismo en su esposa Dolores, hoy vicepresidenta de la Cámara de Diputados, y prepara su propio libro sobre lo que ha vivido la izquierda en estos años.
Cuando se le pregunta sobre su relación con la ex Jefa de Gobierno, Bejarano coincide básicamente con el relato que hace Ahumada sobre la intervención de Salinas en la trama de los videoescándalos, pero afirma que la idea original era darlos a conocer hasta octubre de 2005, para afectar a López Obrador meses antes de la elección presidencial, y perfilar a Robles a la presidencia o a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Nada de eso ocurrió, pero el escándalo propició que Robles cultivara su relación con Salinas y otros priistas.
En 2011, Robles apareció por primera vez al lado del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, en un foro para impulsar reformas en favor de la equidad de género. Un año después, cuando Peña ya era candidato a la presidencia, su hija Mariana Moguel fue postulada por el PRI a una diputación local en la ciudad, y Robles firmó un compromiso de adhesión a la campaña priista.
En noviembre de ese año, Peña anunció la incorporación de Robles al gabinete como secretaria de Desarrollo Social (Sedesol), con la encomienda presidencial de encabezar una de las primeras y más ambiciosas acciones del gobierno: la Cruzada Contra el Hambre.
Era su regreso a las ligas mayores, pero en unos cuantos meses volvió a verse envuelta en la polémica, cuando el pan y el PRD denunciaron que un grupo de funcionarios de la Sedesol estaban coludidos con el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, para ayudar al PRI en las elecciones municipales.
En medio de las acusaciones, el presidente aprovechó una gira de la Cruzada Contra el Hambre —con Luiz Inácio Lula da Silva como testigo— para exonerarla con una frase que marcaría su destino: “Rosario, no te preocupes, han empezado los ataques”.
Cuando la oposición amenazó con salirse del Pacto por México, Robles se vio obligada a separar del cargo a algunos funcionarios y a firmar una serie de compromisos para evitar el uso electoral de los programas sociales.
Permaneció en Sedesol hasta septiembre de 2015, cuando abandonó el despacho dejando magros resultados: un incremento de 2 millones de pobres entre 2012 y 2014. Fue sustituida por José Antonio Meade, quien no tuvo reparo en señalar los errores de su antecesora.
Inconforme, pero disciplinada, Robles aceptó trasladarse a la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), donde su trabajo era menos visible, pero la mantenía en el gabinete.
En esos años, Robles alternó su residencia entre su casa de toda la vida en el barrio de Los Reyes, Coyoacán, y un departamento en el complejo Reforma 222, por el que pagaba rentas de más de 30 mil pesos mensuales. Desde la Sedatu, se convirtió en pieza clave para que el PRI mantuviera la gubernatura del Estado de México en 2017, a través de la entrega de despensas, tarjetas bancarias, servicios y programas sociales a comunidades marginadas.
Robles volvía a ser consentida del presidente, pero el 5 de septiembre, los portales de Animal Político y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad publicaron una investigación periodística que retomaba las indagatorias de la Auditoría Superior de la Federación sobre el desvío de miles de millones de pesos hacia empresas fantasma, triangulados a través de universidades públicas estatales: “La Estafa Maestra”. Aunque la investigación involucraba a media docena de dependencias del gobierno, de inmediato resaltaron Sedesol y Sedatu como principales plataformas de la estafa. Ese mismo mes, dos fuertes sismos sacudieron a Oaxaca, Morelos, Puebla y la Ciudad de México, y provocaron pérdidas humanas y cuantiosos daños. En medio de la tragedia, Peña Nieto encargó a Robles las tareas de reconstrucción, a lo que ella respondió entregando miles de tarjetas con depósitos bancarios para que los damnificados arreglaran por sí mismos sus viviendas.
En noviembre de 2018, la Auditoría Superior de la Federación reportó que la Sedatu elaboró un padrón deficiente de damnificados, lo que impidió canalizar ayuda a 8.7 millones de habitantes en 343 municipios. Además, quedó en evidencia que la Secretaría se limitó a entregar tarjetas, sin reconstruir una sola casa.
Con la Auditoría encima, casi al final del gobierno de Peña Nieto, Robles compareció ante la Cámara de Diputados, donde enfrentó a una legislatura integrada en su mayoría por experredistas ahora afiliados a Morena. Sus agraviados excompañeros de lucha, convertidos en sus perfectos verdugos.
Al subir a la tribuna, enfundada en un impecable vestido blanco, saludó de beso a Porfirio Muñoz Ledo y estrechó la mano a Dolores Padierna antes de escuchar cuatro horas de acusaciones y reclamos. Como lo hizo en 2001, la secretaria apeló a su condición de mujer para denunciar que “La Estafa Maestra” era un ataque mediático en su contra.
—¿Recuerdan el nombre de algún otro de los funcionarios o de alguno de los rectores? ¿Por qué se tomó la decisión editorial de poner el nombre y el rostro de una mujer a esta investigación periodística? Eso se llama violencia política de género —cuestionó Robles ante la ira de Javier Hidalgo, Gerardo Fernández Noroña y otros excompañeros de partido.
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Rosario Robles comparece en el Reclusorio Sur, en el mes de agosto de 2019. Foto de Octavio Gómez / Proceso.[/caption]
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La suerte de Rosario Robles estaba decidida desde 2018. Como un rompecabezas, se fue armando pieza por pieza. El PRI, partido al que nunca quiso afiliarse, le negó una candidatura al Congreso por órdenes de José Antonio Meade, lo que al menos le hubiera dado fuero y una tribuna para defenderse. Y Morena, el partido fundado por el político al que ella quiso descarrilar en 2004, ganó contundentemente las elecciones presidenciales.
En febrero de 2019, Robles se enteró de que vendría un proceso judicial en su contra y pasó semanas analizando los procesos abiertos en la Auditoría Superior para preparar su estrategia jurídica.
Todos en su entorno sabían que era la presa perfecta para el nuevo gobierno, y así se lo advirtieron.
Cuando en agosto fue citada para declarar, sus hermanas le recomendaron quedarse en Puerto Rico —donde vacacionaba—, y enfrentar el proceso a la distancia. Pero ella comunicó a sus familiares y a sus abogados que no se convertiría en prófuga. No imaginaba que un juez, que es el sobrino predilecto de Dolores Padierna, la pondría en prisión preventiva.
Robles, la política de recia coraza y decisiones pragmáticas, se defiende con cartas cada vez más duras a fiscales y jueces, y denuncia ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos violaciones al debido proceso. Se prepara para ser sometida a juicio político en la Cámara de Diputados, con un jurado encabezado por su excompañero Pablo Gómez, uno de sus principales verdugos. En sus comunicados, se presenta como una víctima de persecución, objeto de rencor y resentimiento de la nueva élite en el poder, un chivo expiatorio, así como un trofeo para exhibir el supuesto combate a la corrupción de la Cuarta Transformación.
Rosario, la mujer, se sabe otra vez traicionada y utilizada; se aferra a un lápiz labial en su celda para mantener el glamour y pide a la única periodista con la que ha platicado, Lourdes Mendoza, que escriba que en efecto no aprendió nada, y que eso “aplica para todo”, publicó la periodista en su columna de El Financiero. Lleva la marca indeleble de los años en los que creía en la Revolución y de la feminista que usaba su Instagram para compartir poemas de la escritora nicaragüense y sandinista Gioconda Belli: “Si eres una mujer fuerte / prepárate para la batalla / aprende a estar sola / a dormir en la más absoluta oscuridad, sin miedo / a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta / a nadar contra corriente”. Su rompecabezas, como el de “La Estafa Maestra” que la llevó a prisión, aún está incompleto.
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