La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

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Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

08
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Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Texto de
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Realización de
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Traducción de

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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Archivo Gatopardo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

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Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

08
.
08
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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Ilustración de
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Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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Texto de
Fotografía de
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08
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08
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Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).
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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

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Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

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Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).
08
.
08
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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Ilustración de
Traducción de
08
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Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).
08
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

08
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23
2023
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Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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José Ismael Alvarado, Juana Barraza en La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

La Mataviejitas: una lección sobre hacer true crime sin descuidar el periodismo

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Tiempo de Lectura: 00 min

Vemos true crime por morbo, por entretenimiento, por distracción. ¿Es posible negociar con esta popular tendencia y hacer periodismo? Las creadoras de La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, disponible en Netflix, adaptan el género guiadas por una convicción clara: señalar a los responsables y exigir justicia.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Por fin llegas a casa o terminas de hacer home office luego de un tedioso día de trabajo —uno más—. Apagas una pantalla y enciendes otra, la televisión que ya no es televisión sino streaming, donde esperas que haya algo para distraerte, para relajarte. No tienes ganas de volver a ver la tercera temporada de Friends, pero tampoco la estámina para involucrarte de lleno con una serie larga y nueva —una más—. Revisas el catálogo de Netflix, navegas entre dramas de adolescentes, concursos de pasteles, comedias mexicanas y, ahí están, por supuesto, historias amarillistas de sectas, asesinos, secuestradores. No lo piensas demasiado y escoges alguna mientras cenas porque el true crime se ha convertido en un entretenimiento muy popular y prolífico en la era de las plataformas en línea. Pero esta noche verás la historia de la Mataviejitas.

La tempestuosa producción de libros, pódcasts, series, largometrajes — ficcionalizados o documentales— evidencia que existe un mercado voraz e incansable para estos relatos. Los títulos más exitosos vuelven a mostrar casos que en su momento fueron sumamente mediáticos y que con el paso del tiempo se han instalado en el imaginario pop, como los de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, NXIVM y otros más. No todo asesino serial puede convertirse en serie de Netflix, sin embargo, cuando lo consigue la fórmula es sencilla: se exponen detalles de las investigaciones, las teorías de los expertos, ciertos hallazgos y los testimonios de autoridades, testigos, sospechosos, sobrevivientes y victimarios; al final se analiza la solución del caso —o la ausencia de ella— para llegar a una conclusión cargada de tintes morales, con alguna lección sobre el desempeño de las autoridades o el juicio de la sociedad y, especialmente, algún comentario sobre los rincones oscuros e inquietantes de la mente humana. Es este contexto donde se inserta —y al que desafía— La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas (María José Cuevas, 2023).

El auge renovado del true crime —que nunca muere del todo y cada tanto revive— ha despertado un sinfín de discusiones acerca de la fascinación que causa y los dilemas morales que contiene. Hay productos muy desafortunados que se sostienen completamente en el sensacionalismo, y otros que incorporan el rigor periodístico. Hay muchos que en la búsqueda se han quedado a la mitad del camino. El true crime resulta atractivo para su consumo —y hasta reconfortante— porque narra el peligro y la violencia mientras ofrece una sensación de seguridad y una claridad moral ramplona pero sumamente satisfactoria. Consumimos historias ominosas protagonizadas por quienes están allá, en otro lado, mientras nos sentimos afortunados de estar acá, entretenidos pero a salvo de la crueldad, viendo Netflix después de otro arduo día de trabajo. Condenamos al asesino en pantalla, disparamos reclamos hacia los policías y las autoridades incompetentes, y nos identificamos efímeramente con las víctimas, muy seguros de nuestro compás moral.

Para entretener a su público —y, ya se sabe, entretener no es lo mismo que informar o analizar—, el true crime privilegia el impacto, convierte las heridas —muchas veces aún abiertas— en espectáculo y simplifica asuntos en los que confluyen condiciones mucho más complejas de lo que se alcanza a mostrar. Este género se vale de recursos como una musicalización que acentúe el suspenso, un montaje efectista de los testimonios dolorosos e intrigantes y la dramatización de las escenas de los crímenes. Las convenciones están establecidas y son aceptadas por un público que no tiene expectativas mucho más altas ni más sofisticadas que las de los aficionados a las películas de superhéroes o a las comedias románticas. Las novedades del true crime se cuelan en las conversaciones como cualquier otro estreno en las plataformas, con instantes muy breves de sorpresa e indignación... de los cuales se puede volver sin mayor problema a la cotidianidad. Mientras entretiene, el true crime también normaliza.

Si bien se trata de un género exhaustivamente explorado por las producciones estadounidenses, el modelo se ha propagado hacia otras regiones del mundo, adquiriendo matices relacionados con problemas sociales y políticos locales. En los últimos dos años, en México se han producido relatos sobre casos tan escandalosos como el asesinato de Paco Stanley (El show, crónica de un asesinato, de Diego Enrique Osorno para VIX, 2023), el multihomicidio de la Narvarte (A plena luz: el caso Narvarte, de Alberto Arnaut para Netflix, 2022), los crímenes del caníbal de Atizapán (Caníbal: Indignación total, de Grau Serra para Justicia TV y Canal 22, 2022) y, ahora, el misterio de la Mataviejitas. Todos estos relatos —abismalmente disímiles—, presentados como documentales —los tres primeros en formato seriado y el último como largometraje— pretenden recapitular lo sucedido, aclarar las dudas que subsisten y analizar los problemas que los atravesaron.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas retoma a la llamada “primera asesina serial de México”, a quien se le adjudican decenas de asesinatos de mujeres de la tercera edad cometidos entre 1999 y 2006 —actualmente, cumple una sentencia de 759 años por dieciséis casos comprobados—. Todos los que tenemos edad para acordarnos, porque estuvimos cerca de una televisión entre esos años, estamos familiarizados con aquel mote repetido hasta el hartazgo y con la sensación de inquietud e indignación que esta asesina provocó. Sin embargo, el documental de María José Cuevas expone meticulosamente el caso de principio a fin y consigue ofrecer un panorama amplio que sorprenderá tanto a quienes conocen la historia como a quienes la escuchan por primera vez. A lo largo de casi dos horas, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas conduce a sus espectadores a través de la investigación y de los daños irreparables infringidos por esta mujer.

La cineasta parte de las convenciones del true crime para amoldarlas a ciertas convicciones que se volverán claras a lo largo del metraje. En contraste, en proyectos como Caníbal: Indignación totalproducido, nada menos, que por la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, las dramatizaciones de los hechos se regodean en detalles morbosos, saboreando innecesariamente las atrocidades del criminal; Cuevas, en cambio, apuesta por una distancia más respetuosa que cumple con la función de ilustrar ciertas escenas sin recurrir a la explotación de los cuerpos ni a otras imágenes sangrientas y escandalosas. La realizadora lo tiene claro: en lugar de mostrarnos el cadáver completo de una anciana estrangulada, retrata los espacios y los objetos que la rodearon mientras era despojada de su vida; sus fotografías, sus muebles, su joyería, las huellas que dejó tras de sí. Accedemos entonces a las imágenes de la cotidianidad y a la seguridad, que fueron violadas. Escuchamos también a los deudos, cuyo dolor es más contundente y perdurable —siempre lo será— que el carácter excéntrico del caso: las emociones profundas permanecen. Nos detenemos, por lo tanto, en los recovecos silenciosos de una historia que ha sido consumida, magnificada y explotada irrefrenablemente.

La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas, Netflix (2023).

A la vez, el caso de la Mataviejitas pone en evidencia muchas fracturas del sistema de justicia y la sociedad. El documental repasa los aciertos y las omisiones de las autoridades, la vulnerabilidad de las personas ancianas en una ciudad tan monstruosa como lo era —y sigue siendo— el entonces Distrito Federal, la cobertura excesiva de los medios, los abusos contra quienes fueron presentados como sospechosos y la relación generada por los ciudadanos espectadores con una historia presentada de forma apabullante en un contexto donde la violencia contra las mujeres de todas las edades era y es omnipresente. El ejercicio periodístico, encabezado por Karla Casillas, no se detiene en la inmediatez característica del true crime como lo conocemos, más bien advierte sobre las fallas que obstruyen el acceso a la justicia en México y plantea preguntas incómodas y aún vigentes para las autoridades, como Renato Sales, quien incluso ahora sigue desempeñándose en un puesto de impartición de justicia: hoy es fiscal general de Campeche, pero cuando ocurrió lo de la Mataviejitas, era subprocurador del departamento de Averiguaciones Previas de la Procuraduría de Justicia local. Cuando las realizadoras le preguntan, hacia el final de la historia, sobre los errores en la investigación y en los arrestos —los cuales perduran—, Sales se limita a decir que tendrá que resolverlo quien ahora sea la autoridad. Un deslinde —otro más—, pero queda registrado, como hace el buen periodismo.

A diferencia de la gran mayoría de productos de este tipo, La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas opta deliberadamente por alejarse de la figura de la asesina. En su lugar, el documental escucha a los familiares de las víctimas y expone el inesperado testimonio de Araceli Vázquez, una mujer que hoy sigue convicta sin pruebas que la incriminen por estos asesinatos. En una toma sin cortes de su rostro, oímos de su propia voz la impotencia de una mujer que fue arrastrada en un proceso irregular: es una vida más despojada por este caso, no por la asesina, sino por un sistema de justicia fallido que sigue en pie, casi intacto. Los asesinos —hombres y mujeres— van y vienen; la procuración de injusticia se mantiene. En una declaración de principios, Cuevas, pese a haber entrevistado brevemente a Juana Barraza Samperio durante la preparación de la cinta, decide no brindar un foro para su voz para no seguir alimentando el mito. Al tomar esta ruta alternativa, el documental esquiva uno de los problemas cruciales del true crime más convencional: la presentación utilitaria de sospechosos y afectados como meros personajes secundarios que solo sirven para la construcción del criminal como el único e indiscutible protagonista. Quizá olvidemos a la Mataviejitas, pero Cuevas, Casillas y Mariana Betanzos se empeñan en que no olvidemos a la falsa Mataviejitas. Superando el documental en Netflix, las tres publicaron un reportaje en El País, en el que exponen el caso desclasificado y el castigo que sigue recayendo sobre Araceli Vázquez, quien continúa en prisión. También muestran que a Jorge Mario Tablas Silva, otro inculpado, le construyeron pruebas falsas. Es inusual que los equipos involucrados en la realización de una serie o un documental de true crime hagan estos esfuerzos por insistir en el periodismo, y es encomiable.

Cuevas, como lo demostró antes en su documental Bellas de noche (2016), en el que retrata a las vedettes de los años setenta, tiene una sensibilidad particular para mirar personajes que, en su carácter de íconos pop, han sido despojados de sus matices y complejidad con el paso del tiempo. Si en aquel proyecto su curiosidad desembocó en un acercamiento amoroso y tierno, en el caso de la Mataviejitas, el mismo impulso resulta en una imagen que comprende los alcances de la violencia, que siempre superan el morbo. Sin dejar de echar mano de recursos visualmente atractivos —resaltan, por ejemplo, las recreaciones del paso de la asesina por el mundo de la lucha libre, la elaboración de un busto de plastilina a partir de los relatos hablados o la acertada selección de imágenes de archivo—, Cuevas y su equipo comprenden que se puede narrar e involucrar al público sin explotar los cuerpos ni el dolor.

Vivimos ya varias décadas atravesadas por la violencia: narrar nuestros tiempos a partir de ella es natural. Sin embargo, replicar las fórmulas del true crime hace homogénea a la violencia, presentándola como productos de consumo efímeros destinados a  provocar las mismas reacciones, una y otra vez, una y otra vez. La dama del silencio: el caso de la Mataviejitas surge entre todo esto como un esfuerzo que negocia entre lo espectacular y lo riguroso para presentarnos un relato estimulante, sí, pero también incisivo, y verdaderamente actual porque sus injusticias siguen viviéndose. Así escapa de la recreación sinsentido del pasado escandaloso en la que caen tantos otros. Este documental señala claramente a los responsables, que siguen entre nosotros, y muestra los problemas sistémicos que lo llevan más allá del recuento de un caso extraño e insólito. El punto no es dejar de narrar la violencia, sino trascender la tentación de la inmediatez, la satisfacción moral y el consumo acrítico, para iluminar los rincones omitidos, para revivir un reclamo público contra las autoridades. El texto periodístico de las tres autoras termina así: “Hoy, Juana Barraza es una especie de celebridad en Santa Martha y muchos medios siguen pidiéndole entrevistas que ella quiere cobrar. Araceli no ha recibido una sola visita en seis años, hasta hace poco nadie la quería entrevistar, y su deseo más anhelado es que alguien revise su caso.”

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Gatopardo publicó otra historia sobre una familia acusada falsamente de una serie de secuestros, que puedes leer aquí: Libertad robada. El montaje de una banda de secuestradores

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