Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

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El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

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Fotografía de
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Ilustración de
Traducción de

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

Los Camisas Doradas: breve historia de un fascismo mexicano

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¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

El zócalo olía a estiércol de caballo y aceite de motor. Una multitud expectante, decenas de personas con rostros inexpresivos y las manos en las bolsas observaban cómo un automóvil embestía a toda velocidad a un caballo y su jinete.

La cámara del "Chato" Montes de Oca capturó el momento. Una imagen impresionante, llena de movimiento y violencia simbólica. El caballo parece sentado, en una posición vertical levantando las patas delanteras al cielo, algo absolutamente inusual para su equino comportamiento. Si no fuera por las marcas violentas de los neumáticos que trazan rutas diagonales en la fotografía, el coche parecería estacionado. El jinete, acuclillado, intenta levantarse del suelo mientras mira atónito al caballo.

La fotografía retrata el enfrentamiento entre fascistas y comunistas en el Zócalo de la Ciudad de México, el 20 de noviembre de 1935. Y la imagen cuenta mucho más de lo que parece evidente. El automóvil detenido, el caballo en posición anómala, el hombre que intenta pararse, la multitud que observa impasible. Todo parece un juego de simbolismos, como lo retrató, con fuerza literaria, el historiador Ricardo Pérez-Monfort:

“Al anochecer de aquel 20 de noviembre de 1935, en el cuarto oscuro del 'Chato', la imagen de aquel potro patas al aire con el automóvil pasando y el jinete en tierra fue apareciendo poco a poco en la charola. Ahí estaban la modernidad y la tradición chocando una con la otra”.

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Habían pasado 25 años del inicio de la Revolución y, en pleno principio del cardenismo, el periodo de institucionalización de la Revolución mexicana, el Zócalo de la Ciudad de México vivía un enfrentamiento entre nacionalistas radicales y comunistas que dejaría un saldo de decenas de heridos y, por lo menos, tres muertos.

Las organizaciones comunistas que se presentaron ese día querían impedir la manifestación del grupo fascista mexicano conocido como los Camisas Doradas. El Comité de Defensa Proletaria consideraba que este grupo estaba conformado de “provocadores de masas laborantes y del pueblo, rompehuelgas y terroristas” cuyo objetivo era “atacar los locales sindicales, romper las huelgas existentes y ejecutar otros actos de agresión en contra de las organizaciones de trabajadores”.

Al parecer, no era la primera vez que se confrontaban grupos de comunistas con los Camisas Doradas, liderados por el “jefe supremo” Nicolás Rodríguez Carrasco. Según relata el periódico comunista El Machete, el 12 de julio de 1934, los Camisas Doradas llevaron a cabo su primera aparición pública en la plaza de Santo Domingo en el centro de la Ciudad de México durante un mitin antifascista.

Entre más de quinientas personas que acudieron a la plaza para escuchar consignas comunistas, aparecieron los Camisas Doradas para provocar a los asistentes. Cuando la policía dispersó la manifestación, el grupo de fascistas mexicanos no estaba conforme. Estos tipos querían guerra y querían hacerse notar: ésta era su primera aparición oficial y no se iban a ir así como así.

Entonces, tomaron por la fuerza a dos comerciantes judíos que tuvieron la mala fortuna de haber estado paseando por ahí. Los Camisas Doradas los zarandearon y, ante los ojos hambrientos de una prensa voraz, empezaron a acusar a los dos hombres de ser “líderes soviéticos”. Como era de esperarse, nadie les creyó y, después de un rato, tuvieron que soltar a los maltrechos comerciantes.

Después, en alguna manifestación en la Alameda, los Camisas Doradas trataron de hacer desplantes de fuerza. Pero era más que evidente la separación entre los acarreados, “en su mayoría llevados con engaños, traídos de los alrededores, campesinos e indígenas ignorantes de que participaban en una farsa fascista, muchos reclutados por los subcomités del PNR con la consabida torta y el tostón”, y los "jefes de zona y comandantes, ricachones y militares fracasados” que se distinguían por “los anillos y lo bien trajeados”.

A pesar de las evidentes exageraciones y del claro sesgo ideológico del periódico El Machete, su caracterización de los Camisas Doradas no es del todo errónea. Se trataba de un grupo con un discurso violento, profundamente anticomunista y antisemita, xenófobo e intolerante que, a través de una nacionalismo radical, quería cambiar la dirección de las políticas cardenistas.

También, como supone el relato de El Machete, se cree que, en su formación, recibieron ayuda de simpatizantes callistas para contribuir al enrarecido ambiente de los primeros años del cardenismo. Finalmente, la compra de acarreados a punta de “torta y tostón” era una práctica cotidiana, y la prensa, en su mayoría de derecha, gustaba de darle espacio a estas manifestaciones de fascismo más o menos improvisadas.

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Grupo de Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

En cualquier caso, los Camisas Doradas, entre zafarranchos en el Zócalo, la Alameda o Santo Domingo; entre panfletos de inspiración goebbeliana y lustrosas camisetas azafrán bajo amplios sombreros charros, dejaron una viva impresión en la prensa y los capítulos más sensacionalistas de ciertos libros de historia. Algunos estudiosos todavía buscan la influencia de los Camisas Doradas en la rebelión cedillista de 1938 y afirman que tuvieron fecundos vínculos con el nacionalsocialismo de Hitler.

Pero, ¿acaso fueron tan importantes los movimientos fascistas en México?; ¿en verdad existió un poderoso movimiento en este país que, entre las grandes guerras mundiales, arremedó al fascismo europeo de Italia y Alemania?; ¿es coherente pensar que estos grupos de choque, elegantemente ataviados de dorado, fueron más que un espectáculo pasajero para la prensa sensacionalista?: ¿quiénes eran y qué importancia histórica tienen los Camisas Doradas?

Investigar a los Camisas Doradas es una tarea frustrante. Los grandes relatos de golpizas y mítines tienden a ser exagerados y, conforme uno persigue una extraña pesadilla de botas charras y camisas que brillan al sol, va apareciendo una decepción tras otra. No habría nada más satisfactorio que contarles cómo los fascistas tuvieron un auge importante en México, cómo se pavonearon en el Zócalo y acabaron derrotados por la fuerza de la historia. Pero el asunto no fue tan dramático.

Cada vez que trato de entender, a través de ciertos historiadores, cómo se extendieron lazos entre el fascismo europeo y el mexicano, y si en verdad adquirieron cierto poder y organizaron levantamientos armados casi tres décadas después de la Revolución; o cómo miembros del gabinete presidencial estaban relacionados íntimamente con sus nefarios planes, aparece otra evidencia que demuestra lo contrario.

En realidad, creo que tanto la prensa como los historiadores se perdieron en la misma pesadilla grandilocuente que yo quería retratar. Y muchos nunca salieron de ella... porque es más interesante hablar de un enorme, apremiante y terrible complot de ultraderecha que decir una opaca verdad: los Camisas Doradas fueron un movimiento inocuo y gris.

Por más que se dieron cierta importancia, por más que creyeron que estaban cambiando el rumbo de la revolución en México, los Camisas Doradas eran un pequeño grupo simplón de militares frustrados que reaccionaban más con la tripa que con el cerebro. Todo era una cuestión de odio y enconos mal organizados, de líderes mediocres que trataron de aprovechar un momento político complicado en el país para bañarse en una nueva gloria.

Todo acabó finalmente, con puñaladas, balazos y puñetazos en el Zócalo. Días después, el humo se había disipado y los Camisas Doradas, como la plancha del Zócalo, que siempre se vacía después de llenarse, se fueron dispersando.

Con todo esto, claro, no digo que el fascismo no haya existido (ni exista), ni niego que sea una insidiosa fuerza que se alimenta de la desesperación y el resentimiento. Con esto quiero decir, más bien, que el fascismo también se alimenta de nuestros deseos de sensacionalismo.

De cualquier manera, la historia del fascismo mexicano importa. El gesto del levantamiento de estos charros dorados, de estos militares frustrados, de estos ricachones derrotados, muestra cómo el fascismo sigue tejiendo fecundos lazos con nuestro imaginario.

Los charros dorados del Zócalo siguen alimentado pesadillas colectivas.

Ésta es su historia.

México roto

El general Lázaro Cárdenas del Río, con apenas 39 años de edad, tomó posesión como presidente de la República el 30 de noviembre de 1934. A diferencia de sus antecesores, no utilizó un frac aristocrático, sino que se vistió con un sencillo saco cruzado que le dio un carácter discreto y algo misterioso.

Nadie sabía mucho sobre este joven general michoacano y a la sociedad mexicana parecía no importarle gran cosa. Después del Maximato, todos los políticos representaban, en el imaginario popular, seres de la misma calaña: un pequeño grupo en el poder que quería enriquecerse a costa del sufrimiento del resto.

Por supuesto, la cercanía que, en ese momento, todavía tenía Cárdenas con el jefe máximo de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, contribuía a esta imagen de ratero empoderado. Y sí, como bien saben, el imaginario que impuso Calles sigue pesando en el partido que institucionalizó la revolución.

Entre el enojo popular hacia la clase política y los diferentes conflictos por la transición de poderes, el general Cárdenas iba a tener un primer año bastante complicado.

De entrada, uno de los miembros de su gabinete, Tomás Garrido Canabal, un cacique tabasqueño a la cabeza de la Secretaría de Agricultura, empezó a organizar provocaciones anticlericales desde diciembre de 1934. El licenciado Garrido creía que estas agresiones en contra de los católicos iban a ser celebradas o, al menos, aceptadas, por el jefe del ejecutivo. Entonces se dedicó a “partirle la madre a los católicos.”

Sin embargo, con el recuerdo fresco de la Guerra cristera, la gente no se tomó muy bien algo que parecía una persecución religiosa. En México, meterse con la religión, por más poderoso que seas, siempre tiene su costo. Y, claro, el efecto de todos estos relajos fue uno de los primeros dolores de cabeza en el mandato de Cárdenas.

“Garrido Canabal, fanfarrón y envalentonado, fue a presumirle al general Cárdenas que en Cuernavaca sus 'muchachos' habían derribado una imagen cristiana a la entrada de la ciudad. El presidente lo reprendió y le pidió que no estimulara actos semejantes “que podían traer graves consecuencias”. Según el propio Cárdenas, "Garrido se retiró contrariado de la reunión”, cuenta Ricardo Pérez-Monfort.

De cualquier manera, una semana después, el 30 de diciembre de 1934, los Camisas Rojas de Garrido insultaron y provocaron a los feligreses de la parroquia de San Juan Bautista en Coyoacán. Los asistentes a la misa respondieron y se armó una pelea que dejó un saldo de un camisa roja y 12 cristianos muertos.

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Mujeres integrantes del grupo Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“Con un método muy ligado a la violencia, se mostraban en contra del fanatismo religioso quemando santos y provocando a los enemigos del garridismo. Eran amantes pasionales de la educación nacionalista y del antialcoholismo, buenos marchistas, excelentes voceadores de consignas radicales y convencidos de los métodos agresivos para convencer a la población. Algunos Camisas Rojas portaban armas, desde los simples garrotes hasta las ametralladoras”.

Evidentemente, Cárdenas se encontró atrapado entre la violencia de los Camisas Rojas, apoyados desde el gabinete por Garrido, y los reclamos religiosos del pueblo y la élite. Las repercusiones de este incidente no se hicieron esperar y el primero de enero de 1935, 20 mil cristianos marcharon exigiendo justicia en Coyoacán. La cosa se estaba poniendo fea....

Sin embargo, la lucha entre los garridistas y los católicos no era el más apremiante o complejo de los conflictos a los que se enfrentó Cárdenas. Para mediados de 1935, se habían organizado más de 1200 huelgas en todo el país y, a pesar de que Cárdenas mantenía una posición bastante moderada hacia los obreros en resistencia, los paros constantes, el aumento en el precio de la gasolina y el descontento de los universitarios llevaron a una crisis política en el seno del gabinete.

A través de una entrevista en un periódico de circulación nacional, Plutarco Elías Calles hizo ciertos comentarios espinosos sobre el mandato de Cárdenas y el político michoacano no los tomó de muy buena gana. Así que mandó reemplazar a todos los callistas de su gabinete por gente de mayor confianza (o que quería mantener vigilada de cerca, como a Saturnino Cedillo, que después iba a armar otro levantamiento armado contra Cárdenas).

Todo esto anunciaba el exilio al que, finalmente, Cárdenas obligaría al máximo líder de la Revolución, sacándolo de la cama el 9 de abril de 1936 y mandándolo por avión, con una copia del Mein Kampf de Hitler bajo el brazo, a San Diego, California.

“La tensión se respiraba en las calles de las ciudades mexicanas. Principalmente en el primer cuadro de la ciudad capital. La división de la ciudadanía estaba muy polarizada. Los sectores medios y aristocráticos se quejaban de las constantes interrupciones del tránsito y el comercio dado que no había día en que una o varias manifestaciones no hicieran retumbar con sus consignas las paredes coloniales y modernas del centro”.

En este ambiente enrarecido, con el principio de la ruptura interna en el PNR (partido oficial ancestro del PRI) entre Cárdenas y Calles, con el encono de universitarios y de religiosos, empezaron a hacer actos de provocaciones los fascistas de Acción Revolucionaria Mexicanista (ARM), mejor conocidos como los Camisas Doradas.

Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: ¿Quiénes eran los fascistas mexicanos?, ¿de dónde salieron y qué es lo que querían estos Camisas Doradas?, ¿a qué intereses respondían? y ¿cuál era su proyecto ideológico?

México intolerante

Según sus propios dichos, Nicolás Rodríguez Carrasco nació en el estado de Chihuahua y conoció a Pancho Villa de joven. El que luego sería jefe máximo de los Camisas Doradas también decía que ocultó a Villa en su casa en diferentes ocasiones y que formó parte activa de sus huestes. Por eso, justamente, llamó a su facción “los Dorados”.

Al parecer, después de formar parte de la rebelión delahuertista tuvo que huir exiliado del país y vivió varios años en Estados Unidos, desde donde trató de organizar una partida armada para apoderarse de Baja California. Como se imaginarán, la rebelión fracasó.

Tiempo después, al regresar a México después de purgar una condena en la Isla de McNeil, al noroeste de Estados Unidos, Rodríguez participó en campañas vasconcelistas y, después, con el beneplácito de Calles, esbozó la primera forma de los Camisas Doradas con sus Camisas Verdes, que trataron de promover la campaña nacionalista y xenófoba de “México para los mexicanos”.

Luego, cuando Cárdenas llegó al poder, Rodríguez aprovechó el clima político enrarecido y la existencia de organizaciones nacionalistas como el Comité Pro-Raza o la Confederación de la Clase Media para formar la Acción Revolucionaria Mexicanista o los Camisas Doradas en 1934.

Inmediatamente, por supuesto, se declaró como el jefe supremo del movimiento.

A partir de ahí y durante su breve existencia, los Camisas Doradas tuvieron un solo propósito político claro, afianzado en un solo recurso de acción: mostrar su odio hacia los comunistas y los judíos “partiéndoles la madre”. Así, los Camisas Doradas atacaban las oficinas de los partidos comunistas o de los sindicatos y provocaban grescas durante las huelgas. Para atacar a los judíos, en cambio, hacían panfletos de inspiración nazi y aterrorizaban a dueños de tiendas para cobrarles derecho de piso.

La idea de los Camisas Doradas no era muy diferente de las milicias de acción directa del fascismo alemán con sus Camisas Pardas, del fascismo italiano con sus Camisas Negras y de los mismos grupos de choque de izquierda, como el de Garrido Canabal, con sus Camisas Rojas, que andaban por ahí destruyendo Cristos y golpeando cristianos.

Para 1935 había cerca de 5 mil personas que se identificaban como “dorados” repartidas en quince zonas en toda la República con una estructura jerárquica bastante estricta. La mayoría de estos hombres eran militares poco destacados que formaban una especie de clase media del ejército: una clase olvidada por las diferentes reestructuraciones militares desde el mandato de Obregón; una clase frustrada que seguía soñando con mayores glorias.

Éstos eran los derrotados de la Revolución, los que estuvieron con Villa y los que merecían más por sus heroicas gestas. O, al menos, eso era lo que creían.

Así que los Camisas Doradas montaron todo un movimiento, un espectáculo peculiar para oponerse a Cárdenas y el rumbo socializante, mal encauzado, de la Revolución en su devenir patriótico. Todo el asunto era contra Cárdenas y, claro, contra todo lo que pareciera comunista desde un punto de vista muy pasional. Más que una cuestión ideológica, todo nacía de una idea vaga de lo que representaban el comunismo y sus poderes judaizantes. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Desde el primer año del mandato cardenista –y, sobre todo, desde que empieza a separarse de Calles–, muchos grupos comunistas se volvieron más cercanos al gobierno. Ya no estamos en los mismos años de la represión del Maximato que narraba Pepe Revueltas regresando fiebroso y febril para recuperarse con prostitutas de Tamaulipas después de sus múltiples visitas a las Islas Marías.

El general Cárdenas, al contrario de Calles, parece ver con ojos mucho más tolerantes a las organizaciones obreras. Y claro, eso incendió el resentimiento de los nacionalistas anticomunistas que veían en la intervención del movimiento obrero internacional una pérdida de los valores propios de lo mexicano. Nada, pues, tenía mucho sentido.

Como los fascismos que surgieron en Europa después de la Primera Guerra Mundial, la ARM sostenía la posibilidad de una “tercera vía” que no representaba el capitalismo derrotado por la gran crisis financiera de 1929 ni el comunismo que aún estaba en etapas tempranas de establecimiento. Esta tercera vía, por supuesto, se decía anticapitalista y anticomunista e identificaba, en estos dos regímenes políticos, la influencia de lo “judaizante”.

Así, otro de estos enemigos clave de los “dorados” son, por supuesto, los judíos. El movimiento de Nicolás Rodríguez tiene una fuerte veta xenófoba y antisemita que parece ser bastante común en la época.

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Enfrentamiento del grupo Camisas Doradas en el Zócalo de la Ciudad de México / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

“No hay que olvidar que el fascismo identifica al capitalismo con los judíos y al comunismo con los judíos. Digo, Marx era judío, pero también el capitalismo es una forma de presión del judaísmo porque apela a la dimensión utilitaria, al agiotismo, etcétera, etcétera. Entonces sí se ve al mundo judío, al judaísmo, como el gran enemigo no solamente del fascismo sino, en general, del mundo. En ese sentido, estos grupos –que por algo son grupos reaccionarios de clase media– consideran que todo lo que no es como ellos es el enemigo", explica Pérez-Monfort.

Como nada de esto, por supuesto, tiene mucho sentido, hay que buscar, fuera del antisemitismo y el anticomunismo, una definición positiva de la ideología de estos grupos fascistas. Por un lado, de manera bastante imprecisa, los Camisas Doradas se consideraban nacionalistas extremos. Con sus relucientes camisas doradas y pañuelos en el cuello, a estos hombres también se les identificaban por un símbolo patriótico deformado: un águila roja de trazos modernistas que portaban amarrada en el brazo.

A la parafernalia de la vestimenta se equiparaba, por supuesto, la parafernalia verbal de sus emperifollados manifiestos en donde aparecen como “un haz de corazones resueltos y de conciencias limpias… los Hércules que salvamos el honor nacional… formamos una organización soberana y respetuosa de los derechos ajenos que por la firmeza de sus principios y de la honradez de sus procedimientos siembra el miedo entre las filas rojas y salvajes”.

La voluntad de los “dorados” es, entonces, luchar por la patria y sostener los valores de la familia, la moral y la propiedad frente a los enemigos, el “comunismo judaizante”. Y por eso querían pelearse con todo comunista que alucinaran y con todo judío al que pudieran provocar. Estos enfrentamientos, por supuesto, a diferencia de lo que ciertos historiadores quieren creer, estaban pensados para hacer ruido y nunca para conspirar en secreto.

Entre más gris e intrascendente es un movimiento, más necesita del bullicio. El escándalo, la violencia y los gritos llevan, al menos, a que se mencione una batalla inexistente en alguna plana de periódicos. Mucho ruido y pocas nueces.

Es así como llegamos al 20 de noviembre de 1935, fecha que marcaría el más importante momento de los Camisas Doradas en la política nacional y, también, su inevitable declive y posterior desaparición. Como un cerillo que se enciende con fuerza desmedida, los dorados se apagaron rápido: una chispa de locura apasionada que dejó un pequeño embarrón curioso en las páginas de nuestra historia.

Para celebrar el aniversario número 25 del inicio de la Revolución, la ARM quería jurar a la bandera en presencia del general Cárdenas. ¿Por qué necesitaban tener a un presidente que repudiaran en una ceremonia que enaltecían? Otra de las contradicciones tan recurrentes en el accionar de estos señores. Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido.

En cualquier caso, le extendieron una invitación unos días antes a Cárdenas para que bajara al centro del estadio en donde se realizarían los festejos. Cuando se supo de esta invitación, el Comité de Defensa Proletaria, compuesto por diversas organizaciones obreras, se indignó profundamente y reaccionó, junto a otras organizaciones sindicales, para impedir cualquier desplante de los fascistas. El presidente ni siquiera se dignó a responderles.

Así lo recuerda Valentín Campa en sus memorias:

“Los Camisas Doradas, apoyados también por los callistas, anunciaron un gran desfile de caballería en el zócalo de la capital, el 20 de noviembre de 1935. El Partido Comunista invitó al Comité de Defensa Proletaria y a todas las organizaciones democráticas a unificar las fuerzas para rechazar, inclusive por la violencia, el desfile anunciado por aquéllos. Al no tener respuesta operativa de las demás organizaciones, el Partido Comunista, la Sindical Unitaria, el Frente Único del Volante y otras organizaciones decidieron prepararse para contrarrestar el desfile de los Camisas Doradas.

"Examinamos la orientación a seguir y preparamos la colocación, en los automóviles de los compañeros del Frente Único del Volante, de varillas con picos y láminas para lanzarlos contra la caballería de los dorados. Se organizaron grupos armados dirigidos, entre otros, por los compañeros Gómez Lorenzo y David Alfaro Siqueiros. Yo fui nombrado por la dirección del Partido para encauzar la operación desde un local, con teléfonos y enlaces. Teníamos algunos grupos armados, pequeños, de reserva”.

Cuando llegó la fuerza de 75 dorados a caball–además de un centenar a pie–, fueron recibidos por decenas de Buicks y Packards bien lavados que los amedrentaron con arrancones de motor. De pronto, los conductores aceleraron y los choferes del Frente Único de Trabajadores del Volante arrollaron los caballos de los dorados y alguno que otro fascista que iba a pie. Hasta entonces, los coches solamente habían servido como templetes de discursos. En ese momento, sin embargo, se convirtieron en un arma antifascista para embestir, campalmente, a charros emperifollados bajo los ojos sorprendidos de Palacio Nacional.

Los dorados pronto respondieron arrancando algunos palos a las gradas y agrediendo a los comunistas. Aparecieron las pistolas, tronaron balazos y la gente, hasta entonces impávida, se desafanó corriendo. Empezaron a sonar las primeras sirenas. Los comunistas trataron de centrar sus ataques en la figura, muy bien identificada, de Nicolás Rodríguez. Y ese día, de hecho, casi logran acabar con su vida.

Un automóvil tiró a Rodríguez del caballo, pero el dirigente fascista logró huir a pie del caos en la plancha del Zócalo. Un joven comunista no lo perdió de vista y lo siguió en su escape.

Después de colearlo por varias cuadras, en la esquina de Argentina y Guatemala, sacó un cuchillo y se lo clavó en el costado. Rodríguez estaba malherido, pero los dorados habían traído sus propias ambulancias y los paramédicos lograron salvarle la vida.

El ARM, sin embargo, no tendría la misma suerte. Algunos días después, varios miembros de los Camisas Doradas fueron arrestados y Cárdenas, finalmente, promulgó que todo este pequeño y molesto movimiento era una organización ilegal.

En 1936, Rodríguez tuvo que salir exiliado del país para residir nuevamente en Texas. Se dice que sólo regresó a México para morir en casa de su madre.

México fantástico

La primera vez que encontré la historia de los Camisas Doradas quedé estupefacto. Había algo absolutamente fantástico en una cabalgata de hombres vestidos con entalladas camisas doradas y ceñidos sombreros charros en la plancha del Zócalo luchando contra los coches de los comunistas. Un surrealismo involuntario de Juan Orol mezclado con una completa irrealidad política. Todo esto era muy fascinante y sin mucho sentido.

De pronto, el tema parecía más serio: ¿había verdaderamente existido una organización fascista en México?, ¿realmente tuvo fuerza? y ¿hubo brotes considerables de antisemitismo y odio xenofóbico por culpa de estos charros altisonantes?

Al alcance inmediato de mi poco conocimiento sobre el tema llegaron bibliografías que mostraban tendencias preocupantes: los Camisas Doradas como parte del levantamiento cedillista, la permanencia de los Camisas Doradas en activo hasta el día de hoy, los Camisas Doradas en conjura directa con los nazis en Alemania... así que decidí comparar fuentes con un historiador que tenía una perspectiva, si se quiere, menos sensacionalista del movimiento.

En mi contacto con Ricardo Pérez-Monfort, investigador del CIESAS, experto en las derechas durante el cardenismo y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me di cuenta de que, tal vez, esta historia tiene un apelativo más fantástico que realista. Y claro, eso siempre es decepcionante cuando uno busca contar anécdotas electrizantes.

La lección historiográfica que retumba constantemente en mis oídos es que la historia no es siempre lo que queremos que sea. O que, aunque siempre estemos trazando una línea de ficción, hay ficciones más honestas que otras. En esta historia, pues, los protagonistas son un grupo de charros vestidos de deslumbrantes telas áureas que, en realidad, ocultan una historia mucho más gris que sus vestimentas.

Ésta es, tal vez, la historia de una frustración, de una moda y de una esperanza. La frustración de un grupo derrotado en la Revolución y que no se siente representado. De la muy reducida clase media de los años treinta que busca formar un mundo a su medida. La esperanza, finalmente, que alimentó a estos grupos era que las masas iban a encontrar una identificación inmediata en un planteamiento político muy reducido y que, en un fervor patriótico, iban a abanderarse bajo el liderazgo de un jefe supremo.

“Soñaban que movilizaban a las masas, pero no lo lograron nunca. Esa idea de que las masas reaccionan en contra de la reforma agraria o en contra de la guerra en España y cosas de ese tipo es más un producto de los medios que una realidad”, me comenta Pérez-Monfort.

Estos sueños del incipiente fascismo mexicano se agotaron rápidamente porque, a diferencia de otros movimientos conservadores de derecha, nunca lograron un apoyo popular de masas. En parte, por supuesto, por no ser un movimiento de derecha que se inclinara hacia la religión católica.

“Los Camisas Doradas no tienen una presencia social muy profunda, la verdad; a diferencia de los católicos, que tienen una larguísima tradición en México, que tienen un arraigo de gran profundidad en los sectores populares. A veces la Iglesia católica es prácticamente la única institución que realmente llega a los estratos más populares”, comenta Pérez-Monfort.

“Estos reaccionarios seculares tienen una influencia muy reducida, muy local, muy regionalizada porque sus instrumentos de poder están vinculados a determinados personajes”.

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camisas doradas ciudad de mexico

Fotografía grupal de los Camisas Doradas / Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (INAH).[/caption]

El fondo de todo esto es que el fascismo mexicano de los Camisas Doradas nunca tuvo el impacto real que los medios le quisieron dar. Nunca fueron grandes actores políticos ni tampoco, como lo plantearon algunos historiadores, grandes agentes de cambio dentro de la realidad nacional más oculta.

En algunos intercambios se sabe que Rodríguez le pidió dinero a Cedillo. Cinco mil pesos para comprar dos mil camisas. Dinero para vestir a sus charros e impactar a la prensa y nunca dinero para organizar una causa política, comprar armas o algo mucho más elaborado. De alguna forma, los fascistas mexicanos sabían que sus uniformes siempre iban a ser más brillantes que sus ideas.

“Estos Camisas Doradas son muy grises”, continúa Pérez-Monfort. “Eran muy proclives a utilizar la prensa del momento para hacer alharaca. La prensa del momento les hace mucho caso, pero es una guerra de papel en el fondo, no es una confrontación real”.

Este artículo sería definitivamente más jugoso si tratara de grandes complots y conjuras; de enormes presiones de grupos fascistas y de la permanencia de sus ideologías. Pero, en realidad, los Camisas Doradas son interesantes por el momento de su surgimiento y por ser una respuesta poco pensada y poco teorizada a un momento histórico de gran cambio.

“En términos de historiografía, los historiadores le quieren dar más peso a estos movimientos para darse más peso ellos mismos. Es mucho más importante, por ejemplo, la presencia de los republicanos en México que la de los fascistas. Los fascistas están ahí, no cabe duda. Son muy gritones y arman mucho escándalo, pero frente a ellos hay una cantidad importante de republicanos que sí hicieron muchas cosas para este país”, concluye Pérez-Monfort.

Los fascismos, aun en nuestros recuerdos históricos, con desagrado o distancia ideológica, siguen teniendo el apelativo de mítines espectaculares, vestimentas provocadoras y gritos altisonantes. Y, por supuesto, todavía sirven para generar atractivos relatos y fantásticas teorías. Igual, ante la tentación de darles, en la historia mexicana, un lugar que tal vez no tienen, es importante encontrar el justo medio de su trascendencia.

La emblemática fotografía del "Chato" Montes de Oca es, entonces, un recuerdo lúcido de ese momento que, a la luz de la verdadera irrelevancia histórica de estos grupos, nos dice mucho en una instantánea del acontecer nacional. Con ese caballo de patas al aire embestido por un Buick está todo el conflicto que dio vida a los Camisas Doradas: acción y reacción, la idea de una permanencia, el miedo arraigado al cambio, el choque de la modernidad y de la tradición, una realidad inmediata que será vestida de múltiples fantasías.

En realidad, el fascismo mexicano no tiene mucho sentido y queda preguntarnos si la forma en que constantemente regresamos, con morbo, a retratarlo, no dice más sobre nosotros que sobre la importancia del movimiento. Escribir historia es también contarnos cuentos y los cuentos siempre son más interesantes con coloridos villanos y flamantes enfrentamientos.

Los Camisas Doradas viven más en nuestro deseo de ficciones electrizantes que en la realidad gris de sus pretensiones. Si la prensa, en su momento, les dio tanta importancia, sería ahora, mucho más importante, decir su justo lugar como ese movimiento irascible, pequeño, espectacularmente demencial que, alguna vez, manchó de sangre la plancha del Zócalo para reivindicar algo que ni siquiera ellos mismos llegaron a entender.

Nada de esto, como les decía, tiene mucho sentido. Y entender eso, más que perseguir sueños de grandes conspiraciones, me reconforta. La historia es menos interesante, claro, pero es más como nosotros: disparatada, caprichosa y llena de pequeñas tramas grises que soñaron con vestirse como grandes épicas doradas.

1. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas”. Foto del "Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.2. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 66.3. Valentín Campa, Mi Testimonio: memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.107.4. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 19885. Ricardo Pérez Monfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, Tomo 2, Debate, Penguin Random House, 2019, p. 91.6. Ibidem, p. 92.7. Ibidem, p.95.8. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 70.9. Ricardo Pérez Monfort, “Los Obreros del Volante contra los Camisas Doradas” Foto de “El Chato” Montes de Oca, Oír la Luz, Radio UNAM, 1993.10. Alicia Gojman de Backal, “La Acción Revolucionaria Mexicanista y el fascismo en México”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Anuario de Historia de América Latina), num. 25, 1988, p.294.11. Ídem, p.295.12. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p. 72.13. Ricardo Pérez Monfort, “Los Camisas Doradas”: Secuencias 4, (México, Instituto Mora, enero-abril 1986), p.76.14. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.15. Valentín Campa, Mi Testimonio: Memorias de un comunista mexicano. Ediciones de Cultura Popular, 1978, p.108.

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