Monte Xanic: la revolución del vino

Monte Xanic: la revolución del vino

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

Para esta bodega nada es imposible cuando se trata de elevar una experiencia gastronómica que celebre a México en cada bocado (y trago). Para más información, visita montexanic.com.mx. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

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En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

Para esta bodega nada es imposible cuando se trata de elevar una experiencia gastronómica que celebre a México en cada bocado (y trago). Para más información, visita montexanic.com.mx. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

Para esta bodega nada es imposible cuando se trata de elevar una experiencia gastronómica que celebre a México en cada bocado (y trago). Para más información, visita montexanic.com.mx. 

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Monte Xanic: la revolución del vino

Monte Xanic: la revolución del vino

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
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.
07
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

Para esta bodega nada es imposible cuando se trata de elevar una experiencia gastronómica que celebre a México en cada bocado (y trago). Para más información, visita montexanic.com.mx. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

Para esta bodega nada es imposible cuando se trata de elevar una experiencia gastronómica que celebre a México en cada bocado (y trago). Para más información, visita montexanic.com.mx. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

Para esta bodega nada es imposible cuando se trata de elevar una experiencia gastronómica que celebre a México en cada bocado (y trago). Para más información, visita montexanic.com.mx. 

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Desde etiquetas icónicas hasta procesos sustentables, el impacto de Monte Xanic en la industria del vino mexicano se aprecia en varios y distintos frentes. Esta es la historia de una de las casas vinícolas más importantes del país.

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En los últimos años, la conversación sobre bebidas en México se ha extendido más allá de una buena botella de tequila o mezcal. En materia de vino, hoy, la producción mexicana es cosa seria, tanto así que el país —específicamente regiones como el Valle de Guadalupe, en Baja California; Parras, en Coahuila, o Tequisquiapan, en Querétaro— se ha convertido en uno de los principales destinos para viajeros, inversionistas, enólogos y entusiastas vinícolas en búsqueda de propuestas de calidad. 

Si bien la presencia del vino tiene su origen con la llegada de los españoles, tuvieron que pasar cientos de años para que la producción nacional adquiriera la relevancia y estructura que conocemos actualmente. Hoy vemos una industria que crece, con el potencial de grandes jugadores, bodegas innovadoras, etiquetas icónicas y hasta procesos sustentables. Entre todo ese auge, uno de los nombres clave para entender el desarrollo del negocio vinícola mexicano es Monte Xanic, una casa fundada por cinco amigos (Hans, Manuel, Tomás, Eric y Ricardo) en 1987, con una misión simple pero revolucionaria para la época: crear vino mexicano sofisticado y da alta calidad. 

Desde entonces, la bodega se ha destacado por introducir prácticas pioneras en la industria en cada etapa de la producción del vino, desde el campo hasta la botella que se disfruta en la mesa. Su nombre viene de xanic, palabra del cora nayarita que significa “la que brota después de la primera lluvia”, una flor silvestre que crece en el desierto y que ha ido a parar a cada una de sus etiquetas. 

Destacan su propuesta de cosecha nocturna —que busca conservar todas las propiedades de la uva— y el impulso de nuevas cepas en la enología nacional. Otro de los grandes pilares de Monte Xanic es la sustentabilidad. La vinícola continúa con la gestión de programas internos de reducción de impacto ambiental, que permiten el uso eficiente y controlado de los recursos naturales. El agua, al ser un bien indispensable para la industria agrícola, es uno de sus enfoques principales. Los sistemas de riego por goteo, así como la implementación de sensores de humedad y estaciones climatológicas —unidades que permiten entender el ciclo de la planta y proporcionarle el agua que requiere en el tiempo y la cantidad precisos— son algunas muestras de la filosofía de Monte Xanic, una que apunta a la búsqueda de mejores y más innovadoras prácticas en todos sus procesos productivos. 

Hablar del legado de Monte Xanic sin mencionar el Gran Ricardo —un crianza de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y cabernet franc con dieciocho meses en barrica— es imposible. En 1994, este lanzamiento la convirtió en la primera bodega de México en ofrecer un vino ultrapremium que, en 35 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país a nivel mundial. Famoso por su carácter y gran calidad (tanto así que para su producción se diseñó un área específica dentro de los viñedos), Gran Ricardo se coloca como el máximo exponente del vino mexicano en su categoría. 

Para Hans Backhoff Guerrero, director general e hijo de uno de los socios fundadores, el compromiso de Monte Xanic por hacer vinos auténticos va más allá de cualquier reconocimiento externo y está mucho más ligado a “representar a nuestro país, nuestra tierra y nuestra gente”. Desde Calixa hasta las ediciones limitadas, cada botella de la bodega refleja la vocación y el talento de las manos mexicanas que la elaboran, así como el potencial del terruño del Valle de Guadalupe y el Valle de Ojos Negros, en Baja California, donde se encuentran los viñedos de esta casa. 

Siempre con un ojo puesto en la innovación, esta casa también ha desarrollado una interesante propuesta en términos de maridaje con cocina mexicana. ¿Pipián, mole amarillo y chiles rellenos acompañados de un chenin colombard, con sus notas a cítricos, flores blancas y anís? ¿Un estofado con adobo acompañado por un syrah, con notas a arándanos, rosas y enebro? Monte Xanic ha probado que sus vinos, además de convertirse en insignia del país, pueden encontrarse de manera sorprendente con las texturas, los olores y los sabores de la gastronomía nacional. 

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