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Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

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Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico; es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario.
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Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Ha estado solo casi toda la vida y desconoce capítulos enteros de su propia especie.

Lunes 25 de noviembre de 2024. 13:30 horas. Isla 19 del río que atraviesa de oeste a este la provincia que lleva su nombre, Río Negro. Norte de la Patagonia argentina. 

En esta región conocida como Alto Valle, una estría verde en medio de la palidez árida de la estepa, se cultivan peras, manzanas, cerezas y uvas. Pero en este preciso lugar —Isla 19, entre chacras reverdecidas, a orillas del río y al final de un camino arduo y poco señalizado—, hay dos tigres, una cebra, antílopes, un gibón de manos blancas, un siamango, carayás, cacatúas, lemures, flamencos. Y un chimpancé. 

El lugar se llama Bubalcó, y este día, a esta hora, aquí solo se oye el canto de los pavos reales. Debe haber seres humanos en las 34 hectáreas que abarca el antiguo zoológico —ahora bioparque— que abrió en 2008. Julio Rajneri, exdirector del diario Río Negro, el más importante de la Patagonia, exlegislador, exministro de Educación de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático tras la más sangrienta de las dictaduras militares argentinas. Debe haber seres humanos, pero no se ven, no se oyen. El único sonido, que llega como una insistencia lastimera y cronometrada, es el canto de los 30 pavos reales que andan sueltos. El resto de los 500 animales que viven en la reserva guarda un silencio acechante. El efecto es perturbador: parece la escenografía de una época en extinción, un Jurassic Park justo antes de salirse de control. 

Durante el recorrido, que dura más de dos horas, se ven maras, antílopes, pavos sueltos, jaulas distanciadas unas de otras, vegetación autóctona. En la mitad del trayecto, después del llamado parque de los loros, recostado contra las rejas de su recinto, la espalda ancha, negra, en silencio, está Toti, el chimpancé. 

Las primeras atracciones de Bubalcó fueron las aves; después los tigres. Ahora, él. Pero no por las mismas razones; más bien por todo lo contrario. 

Toti se ve macizo, fuerte. Tiene un pelaje oscuro que escasea en partes de los brazos y de la espalda —consecuencia de haberlo perdido o habérselo arrancado por estrés—, algunas canas alrededor de la cara, la mirada perdida en algún punto impreciso. De pronto se levanta, se agarra de las rejas de su recinto, y trepa hasta el segundo nivel, a más de dos metros. Ahí le han dejado manzanas cortadas en cuartos. Se mete ocho cuartos entre los dientes y así, con la boca cargada de frutas y balanceándose con los brazos, llega hasta el árbol que está en el centro del recinto. Se ubica entre las ramas más bajas y come sentado, en silencio. 

Los chimpancés son los parientes vivos más cercanos al hombre y comparten un ancestro común que vivió hace unos 7 o 13 millones de años. Quedan entre 150 y 250 000 ejemplares en libertad. Suelen vivir 45 años, aunque en cautiverio pueden llegar a los 60. Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico. Los chimpancés, originarios de África central y acostumbrados a un clima húmedo y tropical, viven en comunidades —de 15 a más de 100 individuos—, que pueden deshacerse o combinarse con otras para buscar alimento, copular o descansar. Son animales altamente sociables que requieren del contacto y la interacción. Se reconocen en un espejo, tienen memoria fotográfica, de ubicación y social. Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Estuvo solo casi toda la vida. Desconoce capítulos enteros de su propia especie. 

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Toti es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario; el chimpancé “deprimido” y el “de la mirada más triste del mundo”, según los títulos de los diarios que siguieron su caso judicial desde que se inició, en 2013. 

Su caso es así: nació el 29 de agosto de 1990, en el zoológico, ubicado en la provincia de Buenos Aires, del controvertido Jorge Cutini, un hombre que “jugaba” con leones y dejaba que la gente se acercara temerariamente a los animales (terminó en tragedia cuando un oso le arrancó el brazo a un nene de 7 años, el 8 de octubre de 1988). Aunque la historia de Toti está narrada en varios expedientes judiciales, los datos sobre su origen son imprecisos. Incluso su nombre: primero lo llamaron Nahuel, pero inexplicablemente pasó a ser Toti. Unos cuentan que tras su nacimiento estuvo encerrado en un container junto a su madre, que ella murió de tuberculosis y que él fue trasladado a otro zoo, en Florencia Varela, en el conurbano bonaerense. Otros dicen que llegaron allí juntos, que la madre murió después, y que allí Toti fue aislado y criado en una “pequeña habitación”. En cualquiera de las dos versiones, queda huérfano con un año, cuando aún le faltan tres o cuatro más para el destete, y ocho para independizarse. Perdió así un periodo esencial de aprendizaje que “puede afectar la impronta específica (lo que complicaría su reconocimiento como miembro de su propia especie), los rituales sociales, la capacidad de apaciguamiento, la gestión de estímulos”, según el informe de la médica veterinaria María de la Paz Salinas, designada como perita en el caso judicial. En 2008, fue derivado al antiguo Zoo de Córdoba, ahora Bio Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la Argentina, en el centro del país. Allí convivió seis meses con otro chimpancé, Coco, que murió. También hay versiones distintas. Unas sostienen que Coco murió de viejo, otras que fue a causa de esa convivencia y de la exigente vitalidad de Toti. En ese zoológico, Toti permaneció cinco años en una jaula que daba a una ruidosa avenida. 

Lo que cuentan excuidadores que no quieren dar su nombre es que en ese lugar Toti recibía cigarrillos que le pasaban visitantes a través de los barrotes. Las organizaciones defensoras de animales comenzaron a protestar por su estado y las condiciones en las que estaba. 

La noche del 21 de diciembre del 2013 fue llevado a Bubalcó, a cambio de un tigre macho de dos años, que viajaba en sentido inverso. El canje se autorizó por la Municipalidad de Córdoba. A esa altura ya tenía 23 años, iba por su tercera mudanza, llevaba recorridos más de 2 400 kilómetros, y los dos únicos chimpancés que había conocido estaban muertos. 

Poco antes del traslado, Alejandra Juárez, mediante el Proyecto Gran Simio Argentina, presentó el primer habeas corpus para un chimpancé en Argentina con la idea de frenar el viaje. Se trata de un recurso legal que protege la libertad de una persona cuando esta es amenazada o restringida y que en Argentina se concedió por primera vez a un primate en 2014, para la orangutana Sandra, que estaba en el entonces Zoo de Buenos Aires, y también en 2016 para la chimpancé Cecilia, que se encontraba en Mendoza. Consideradas ambas desde entonces “Personas no humanas” fueron trasladadas a un zoo de Estados Unidos y a un santuario brasileño, respectivamente. Con Toti no hubo suerte: su derrotero judicial tomó otro camino. Tras el primer habeas corpus rechazado por una presentación fuera de término le siguieron dos más que interpuso la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA); ninguno prosperó: tenían errores formales. Después de tres rechazos, la primera jueza de la causa encontró en el amparo una figura más amplia: consideró que no solo estaba en juego la libertad de locomoción, sino que había otros derechos constitucionales comprometidos y objetos de protección, como el ambiente, la biodiversidad y la fauna en peligro de extinción. El proceso fue largo, hubo cambios de jueces, demoras, peritos que explicaban la situación de Toti sin haberlo visto nunca, diferencias entre los amparistas. Bajo la nueva figura, los demandantes consiguieron que la defensora de pobres y ausentes del Juzgado Núm. 10 de General Roca, Río Negro, María Belén Delucchi, lo representara. 

En 2022 se lanzó la campaña “Liberen a Toti”, organizada por Change.org, que ha reunido más de 165 000 firmas hasta ahora. En febrero de 2023, finalmente, la jueza de familia Ángela Sosa dictó una sentencia de primera instancia que estableció que fuera derivado a un centro o santuario para grandes primates: “Los daños resultarían irreparables de no adoptarse medidas urgentes para lograr la inserción de Toti en un medio en el que pueda interactuar con sus pares”. El fallo se fundamentó en el peritaje de la médica veterinaria Salinas que concluye que “Toti se encuentra en inminente riesgo” y que “sufre de un cuadro de ansiedad permanente, por la falta de socialización con otros de su especie”. En mayo del mismo año, el Superior Tribunal de Río Negro ratificó la sentencia. El 21 de diciembre, la orden quedó firme ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. 

Un centro o santuario es un espacio para animales que fueron sacados de su hábitat y que ya no podrían vivir en él. Siguen bajo cuidado humano (se les alimenta y se les atiende), pero ya no están en exhibición y viven con pares en un entorno que guarda algunas semejanzas con su lugar original. 

La veterinaria María de la Paz Salinas trabaja desde hace 34 años en su profesión, y tiene un doctorado en psiquiatría veterinaria en Francia. Fue nombrada perito en la causa en 2022, después de que los otros profesionales dispuestos para esa tarea fueran recusados por no haber visto a Toti. Salinas viajó desde Buenos Aires, donde vive, a Bubalcó. Pasó dos días analizando al chimpancé y el recinto. Elaboró el informe. Además de evaluar las condiciones físicas y el espacio en el que vive, escribió que “el caso de Toti presenta un desafío adicional ya que, a diferencia de los chimpancés ya trasladados (caso Cecilia del Zoo de Mendoza y los del Ecoparque de CABA), Toti nunca vivió con su propia especie, [...] y partiendo de su historia de vida, el riesgo de que padezca de trastornos de la socialización es de muy alta probabilidad”. 

Salinas lleva unas larguísimas y finas trenzas decoloradas que le cubren toda la cabeza. Es una mujer de opiniones contundentes, que parece oponerse tanto a los dueños de los zoos como a muchas de las asociaciones ambientalistas. De la causa, solo rescata la actitud de la jueza. Dice que el domingo 11 de septiembre de 2022, antes de iniciar su trabajo en Bubalcó, le habló a Toti: “No quiero complicar más tu vida”, le dijo. 

Hubiera sido muy terrible si me quedaba más tiempo con él porque ¿viste cuando te das cuenta de que alguien tiene potencial para otra cosa? Toti lo tiene —dice ahora, en una llamada—. Entonces me dio mucha culpa pensar en que se quede y me dio mucha culpa pensar en que se vaya. ¿Está mejor que antes? Sí. ¿Tiene todo lo que necesita? No. No tiene ni una soga en el árbol para trepar y jugar. Por otro lado, Toti nunca convivió con otros monos, y después de los 30 años los chimpancés pueden tener problemas cardiológicos. El traslado implica un riesgo severísimo porque hay que sedarlo y luego ver si se adapta al lugar que va. Pero toda movida tiene un costo y un beneficio y siempre hay que priorizar al animal. Entonces, pienso que hay situaciones en las que podemos hacer lo óptimo y hay situaciones en las que lo único que podemos hacer es mejorar el desastre que generamos. En el caso de Toti, con suerte y viento a favor, podríamos mejorar el desastre que generamos hace 34 años. Pero yo no tengo grandes expectativas y cada día que pasa tengo peores expectativas. 

El 25 de mayo de 2024, “un comité de especialistas designados por la Fundación Franz Weber y por el Instituto Jane Goodall” comienza las visitas técnicas para “evaluar la posibilidad de dar comienzo a un proceso de traslado”. El comité aclara que eso “no puede ocurrir en cualquier momento, bajo cualquier condición o a cualquier lugar. Es necesario tener en cuenta su edad, estado psicofísico y sus reales posibilidades de readaptación a un nuevo lugar”. Aún no hay una decisión. Mudar a un chimpancé cuesta más de 10 000 dólares y, de acuerdo con el fallo judicial, estará a cargo de quienes promovieron el amparo o de una de las dos fundaciones que integran el comité. 

Este lunes de noviembre de 2024, a más de una década de su llegada desde Córdoba, un año después de la sentencia firme, con 34 años vividos en cautiverio, casi todos en soledad, Toti sigue acá, en Bubalcó, en el filo entre una época que celebraba los zoológicos y otra que los condena como símbolo de encierro y explotación, en el núcleo inflamable de una duda de alta complejidad: hay riesgo si se queda, hay riesgo si se va. En un limbo.  

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Domingo 1 de diciembre. 11:00 horas. Alerta por vientos fuertes con ráfagas de hasta 80 kilómetros por hora. Sobre la ruta hay ramas que se desprenden de los álamos. Aunque las chacras están verdes, con árboles cargados de peras y manzanas, el paisaje se vuelve lúgubre, vuelan hojas, tierra, como si una fiera descomunal estuviera revolcándose. 

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Cerca de Bubalcó, al final de un camino más enrevesado que el que lleva al zoológico, con tramos asfaltados y otros de ripio, vive el dueño de estas y de aquellas 34 hectáreas del ahora bioparque. Su nombre es Julio Rajneri, le dicen Bubi, tiene 97 años. Prácticamente no sale de la casa de la chacra, una vivienda de imponentes ventanales de doble altura, que dan a un extenso jardín verde y a un brazo del río, el mismo que bordea Bubalcó unos pocos kilómetros más allá.  

Rajneri está sentado a uno de los lados de una mesa larga, las manos apoyadas sobre un bastón. Usa pantalón gris, una remera deportiva azul, zapatillas. Lleva casi 10 años alejado del periódico que dirigió por más de cuatro décadas. Dejó el cargo el 9 de septiembre de 2015, tres años después de que el diario Río Negro, fundado en 1912 por su padre, cumpliera 100 años. La compleja sucesión familiar que devino y la crisis de la industria periodística forman parte de un capítulo que él dice haber cerrado, el broche opaco de una época de poder e influencia que lo tuvo en la cúspide, y que le valió premios como el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, en 1987, por su defensa de los derechos humanos durante la última dictadura militar. En ese momento, Rajneri integró la Comisión que reunió las denuncias por desapariciones, torturas y sustracción de menores en su región. Al diario que dirigía se le reconoce ser uno de los pocos del país que publicó y denunció las desapariciones forzadas en ese periodo; también haber sido una de las voces críticas al desembarco argentino en las islas Malvinas, en 1982, y más tarde, investigar y publicar hechos de corrupción en las dos provincias en la que tuvo influencia, Río Negro y Neuquén. De todo lo que hizo, dice, los 42 años en la dirección de ese medio representan la parte “más importante” de su vida. “Tenía una sensación clara de que yo tenía poder, pero jamás lo utilicé para nada que no fuera el interés general. Nunca pedí nada”. 

Abogado y periodista, Rajneri también fue candidato frustrado a gobernador, dueño de una empresa de televisión por cable que se vendió antes de la devaluación monetaria de 2001, de la que obtuvo el dinero para construir el zoológico. Tuvo dos matrimonios. Tiene dos hijos, en uno de ellos, su hija mujer, ha delegado la dirección del zoológico. Prácticamente no sale de esta casa, excepto una vez al mes para ir a cortarse el pelo y comprar libros en la ciudad en la que nació, General Roca, a 26 kilómetros. 

Desde el living-comedor donde está ahora, un lugar despojado, con paredes de un amarillo pálido, se ven dos jaulas blancas. Fueron el principio de todo. 

Tenía solo pájaros. Los tenía allá, ¿ves?, en esa jaula. Ahora está vacía. Si mirás al otro lado, en el borde del río, hay otra. Inicialmente empecé por buscar un lugar lindo donde tener a los animales. Después apareció la posibilidad de hacer un aviario en el brazo del río con un arquitecto muy imaginativo que me hizo el proyecto y me entusiasmé. Una vez construido, surgió la idea del zoológico, de sumar animales. ¿Cómo tener un lugar así, con ese valor monetario y simbólico, exclusivamente para disfrute de mi familia? Me pareció que era egoísmo y lo abrimos al público. 

La relación entre su apodo (Bubi) y el nombre del zoo (Bubalcó) parece obvia, pero él la niega, como acostumbrado a responder lo mismo desde hace años. Dice que no tiene nada que ver, que es casualidad. De todos modos, prefiere mantener en secreto el origen. Solamente dirá que era el nombre de un animal.  

Para cuando llegó Toti, en 2013, ya había una enorme colección de pájaros, tigres, una cebra, pumas. Toti es el único de los 700 animales que había entonces y de los 500 que hay ahora, por el que existen una causa judicial y una sentencia firme. En las jaulas más cercanas a la de Toti están Boris (un siamango, originario de la región de Malasia, el norte de Tailandia y Sumatra), y Tobías (un gibón de manos blancas, proveniente de selvas tropicales). También están solos en sus recintos, pero no hay reclamos por ellos. Ni por los tigres, ni por la cebra. 

Los chimpancés, que comparten el 98.8% del ADN con los seres humanos, son quizá una de las principales razones del pasaje del antropocentrismo, que considera al hombre como medida de todas las cosas, al sensocentrismo, que pone en foco la capacidad de sentir (hambre, frío, dolor, calor, etc.) y que se expandió en los fallos de la Corte a favor de los grandes simios. Ellos son un eslabón esencial en el cambio de paradigma alrededor de los zoológicos, un cambio que va más allá de la tranquilizadora metamorfosis semántica que los convierte en ecoparque, reserva, bioparque, y que pone su concepto victoriano (la exhibición de animales en jaulas) a un paso de desaparecer. 

Es una linda batalla —dice Rajneri—. No siempre es agradable. Las deformaciones te hacen parecer una especie de capo de mafia que tiene un zoológico. Pero ahí hay una discusión de fondo que es, para mí, una batalla que vale la pena librar. Las organizaciones no gubernamentales que en la Argentina están militando en casos similares al de Toti, se dividen básicamente en dos: por un lado, grupos ligados a una entidad brasileña que colecciona chimpancés y que es dudosa, y por el otro, entidades como la Fundación Jane Goodall, inobjetables, que luchan por mejores condiciones para la especie. En el primer caso, se trata de un grupo que está en Sorocaba, que es propiedad de un microbiólogo cubano (Pedro Ynterian) que tiene una cadena de laboratorios y de farmacias en Brasil. Tiene la mayor colección de chimpancés en cautividad del mundo. El segundo grupo son las entidades que responden a una concepción contraria a la existencia de zoológicos en el mundo, con argumentos que yo creo que son rebatibles, que me parece que son el meollo del problema y que es el lugar donde debería librarse la batalla. 

Para Rajneri, el meollo es este: 

Los chimpancés están en riesgo de extinción. Están severamente afectados en muchos lugares y en otros ya han desaparecido. Pero no están en riesgo en los zoológicos; están en riesgo en libertad y en sus lugares de origen. Es decir, cuando las entidades piden que los chimpancés vuelvan a su lugar de origen, están incitando, en definitiva, a llevarlos a los lugares donde se están extinguiendo. De manera que la idea de las entidades de obtener la libertad y devolverlos a su lugar de origen es una falacia. Si se hiciera eso, los monos desaparecerían. En 20 o 30 años se calcula que no va a quedar ningún gran simio, entre los cuales se incluyen los gorilas, los orangutanes y los chimpancés. No va a quedar ninguno en la naturaleza. Van a quedar solamente en los zoológicos. La lucha puede estar bien inspirada, pero está básicamente equivocada. 

Lo dice con voz pausada, pero firme. No rehúye del debate que generan los zoológicos, pero está convencido de que la razón está de su lado. 

Desde luego que no es agradable ser objeto de críticas que defienden principios que uno cree estar defendiendo. En definitiva, yo soy un conservacionista y coincido con la mayor parte de las personas que luchan en el mundo por preservar a los animales. Pero creo que se oculta la verdadera causa del problema, que es el crecimiento de la población mundial. En Indonesia, por ejemplo, están exterminando a los orangutanes porque los privan de sus bosques para plantar una palma que produce aceite. Los indonesios tienen que elegir entre defender a los orangutanes o privilegiar la situación de sus pobres que necesitan tierras para producir aceite. Ese es el dilema que enfrenta el mundo. Es imposible que el mundo sobreviva con una población sin límites. Y desde luego, las primeras víctimas son los animales salvajes. 

Desde 2014 y hasta 2023 hubo protestas en la puerta del zoológico y del periódico que dirigía. Los manifestantes pedían la liberación de Toti, con carteles que apuntaban directamente a él: “Senor Julio Rajneri. Un siglo fue suficiente. No más zoológicos”. Después llegaron artículos en diarios y revistas de todo el país, encabezados todos por la premisa “Liberen a Toti, el chimpancé de la mirada más triste”. No las desestima, pero cree que es un pedido tan bienintencionado como “imposible”. 

Los animales nacidos en cautividad no pueden ser devueltos a la naturaleza. No sabrían qué hacer. Si a Toti lo soltaran en el Congo o en Costa de Marfil, moriría de hambre porque no sabría alimentarse. Por otra parte, no se busca su liberación sino su traslado a otro centro, supuestamente de mejores condiciones, donde se lo mantendría en cautividad. El problema más grande, que es la mayor objeción de las organizaciones que defienden la libertad de los chimpancés, es que por naturaleza son seres gregarios y que la soledad no es aconsejable. La objeción es cierta, pero también es cierto que Toti nunca vivió en compañía, salvo un breve periodo con un mono viejo en Córdoba que murió al poco tiempo. Y se llevaban mal. Así que el argumento relativo a la cuestión de la soledad del mono es cierto, pero es difícil que a esta altura de su vida se pueda adaptar a vivir en compañía. 

La “mayor objeción” a la que se refiere Rajneri le llegó en forma de carta, firmada por la etóloga inglesa, conservacionista y activista Jane Goodall, fundadora del Instituto Jane Goodall y Mensajera de la Paz de la ONU. De todos los argumentos y voces que se oponen a la presencia de Toti en Bubalcó, es la única que considera inobjetable. Pero aún así, la rebate. Fechada el 31 de julio de 2022, en Kigoma, República Unida de Tanzania, la carta de Goodall dice: 

Los chimpancés son seres extremadamente sociales. Para Toti, estar solo, sin nadie a quien acicalar o con quien simplemente pasar el rato es una forma de tortura. Ningún chimpancé debe estar confinado, solo. Toti debe ser enviado a un Centro especializado para la rehabilitación de grandes simios donde pueda integrarse gradualmente en un grupo. Me preocupa mucho que continúe permaneciendo aislado, en un entorno tan árido. Espero que, al menos, se le proporcione mucho enriquecimiento. 

La palabra enriquecimiento, que se repite en fallos, en boca de cuidadores, de ambientalistas, se refiere a todo lo que pueden hacer los humanos para mejorar la calidad de vida de los animales en cautiverio. Rajneri publicó una carta en respuesta a Goodall en el diario La Nación. Le agradeció “profundamente la preocupación por el bienestar de Toti”, y admitió la soledad del simio: 

Desde su incorporación a Bubalcó, hemos tratado de conseguir miembros de su misma especie. Fuimos candidatos —en nuestra opinión injustamente relegados— a la incorporación de la chimpancé Cecilia, de Mendoza. Nos presentamos ante las autoridades de CABA (Ciudad de Buenos Aires) para optar por el traslado de su chimpancé hembra, lamentablemente fallecida. Y hemos estado abiertos a cualquier posibilidad proveniente del exterior. En tal sentido, nos permitimos pedir su valiosa colaboración. Consideramos que ninguna persona en el mundo está en mejores condiciones para saber dónde existen una o más compañeras para Toti, que estén disponibles. Nosotros estableceríamos el contacto y nos haríamos cargo de todos los gastos inherentes a su traslado. 

Después de eso, no hubo más cartas. 

Los otros dos chimpancés que quedan en Argentina son Tomy y Johnny. Tommy está en el antiguo Jardín Zoológico y Botánico de La Plata, bioparque desde enero de 1980, cuando llegó por un “canje de animales” con el Circo Tihany. El zoo entregó un oso pardo y un tigre de Bengala y recibió un chimpancé de tres años y medio. Ahora tiene 47. Johnny es aún mayor: tiene 52 y vive en el zoo de Luján, que no cambió de nombre, pero fue clausurado en 2020 por maltrato animal. Johnny aguarda una decisión judicial para saber si podrá ir a un santuario. Como en el caso de Toti, hay opiniones divididas. Desde Tchimpounga, Congo, la doctora española Rebeca Atencia, a quien se considera la heredera de la primatóloga Jane Goodall y que dirige un santuario, afirmó: “Sinceramente, por los videos y las imágenes que veo, Jhonny está totalmente humanizado. Se percibe claramente el fuerte vínculo que tiene con quien lo cuida. A esta edad y con la contención afectiva que tiene, yo no lo movería de Luján”. 

Otras vidas complicadas. Otros limbos. 

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Domingo 1 de diciembre. 14 horas. Hay nueve autos en el estacionamiento, pero en la entrada del bioparque no se ve a nadie. La boletería y los molinillos de ingreso lucen desiertos. Aunque con un riego por aspersión que cada mañana se enciende, el paisaje dentro de la reserva es más bien agreste. Cerca del curso del río y de algunos recintos hay árboles altos que dan sombra a los animales y también a las mesitas y sillas de madera distribuidas para que los visitantes descansen. 

En 2008, el año en que abrió, Bubalcó tuvo 100 000 visitantes. El promedio de los últimos cinco años, sin contar 2020, cuando estuvo cerrado por la pandemia, es de 28 000. Paula Rajneri, hija de Julio y la directora del parque, dice que para que sea rentable debería haber 5 000 visitas al mes, 60 000 al año. A razón de 17 dólares cada entrada, la cuenta daría un ingreso mensual de 85 000 dólares, y al cabo de 12 meses de un millón. 

Paula Rajneri tiene 32 años y vive en la casa de la chacra, adonde se mudó hace un año para cuidar de su padre y hacerse cargo del parque. Nació en Buenos Aires y se crió entre aquella ciudad y este lugar. Estudió en el liceo francés de la capital argentina y se formó como licenciada en Comunicación Social en la exclusiva universidad San Andrés. Desde que su padre dejó la dirección de Bubalcó en sus manos, ha decidido transformarlo en una fundación y orientarlo “a los animales autóctonos, pero seguir con los pilares originarios que tienen que ver con la conservación, con la investigación y con la educación”, dice. 

Lleva el pelo recogido sin mucho cuidado, usa jeans, una remera negra, zapatillas. Desde chica convivió con el proyecto del zoo. Conoce a todos los animales, los llama por su nombre, los visita cada día. Casi nunca va a la ciudad. 

A Toti, dice Paula, no le gusta el viento, así que después de entrar a la reserva pasa por el bar y pide un licuado natural de frutas para llevarle. “Es un mimo”. 

La información oficial dice que la jaula de Toti “tiene un sector de aire libre de 314 metros cuadrado por 10 metros de altura, un dormitorio, de 16 metros cuadrados (sector privado, sin ojo del público, disponible todo el día) y un patio de invierno de 50 metros cuadrados. El recinto cuenta con una visión periférica de 360 grados. Los espacios cerrados (patio de invierno y dormitorio) tienen calefacción y aire acondicionado. El espacio abierto tiene un sauce centenario, árbol alrededor del cual se construyó el hogar de Toti”. Paula dice que es el primer árbol que Toti conoció en su vida, que le costó varios años aprender a usarlo y que aún no se anima a las partes más altas. 

Hoy hay una familia mirando a Toti, detrás de un cerco de madera dispuesto para que haya distancia. La cuidadora le ofrece el licuado. Él lo toma desde el otro lado de la reja, con un sorbete. Parece disfrutar. La escena provoca grititos de entusiasmo en la familia.  

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Viernes 6 de diciembre de 2024. 11:00. Antiguo zoológico de la ciudad de Buenos Aires. Un día húmedo, nublado. 

El lugar fue reconvertido en ecoparque en 2016, tras años de presión de organizaciones ambientalistas y de protestas por Winner, el oso polar que fue hallado muerto el 26 de diciembre de 2012, luego de una jornada de 40 grados y una noche de pirotecnia por los festejos de Navidad. Aquí vivía la orangutana Sandra, que fue trasladada al Centro de Grandes Simios que funciona en la Florida, Estados Unidos, donde convive con 52 orangutanes y chimpancés rescatados de la industrias del entretenimiento —que participaron en películas o series—, de laboratorios experimentales de medicina, y del mascotismo, como Bubbles que era de Michael Jackson. 

Del antiguo zoológico de Buenos Aires, inaugurado en 1875 y que ocupa 18 hectáreas de un barrio elegante, queda casi todo en pie: el recorrido, las estructuras, incluso algunos de los animales exóticos que por la edad no pudieron ser reubicados: un mandril, una elefanta, dos jirafas, dos hipopótamos y un dromedario. 

El efecto es desconcertante: la promesa tranquilizadora de un parque ecológico, con sus plantas y sus animales autóctonos, junto a los vestigios de un pasado en suspenso; el bálsamo moderno junto a la idea de los zoológicos como geriátricos, lugares quizá destinados a desaparecer cuando muera el último animal silvestre. 

Cuando se construyó, el entonces director decidió que los animales debían ser alojados en edificios que reflejasen sus países de origen: un templo hindú para los elefantes asiáticos, una estructura estilo islámico para las jirafas, una pagoda china para el panda rojo. El Pabellón de las Fieras, edificado en 1900 para albergar grandes felinos, es un edificio de inspiración renacentista, réplica del que existe en el Zoológico de Breslavia, en Polonia. Tiene 2 600 metros cuadrados, entre la parte que está a nivel del suelo y la parte inferior, donde funcionaba el área de manejo de los animales y la cocina. Ahora, en el edificio renacentista, reconvertido y pintado de blanco, hay mesas y sillas, una barra larga y un pizarrón que anuncia especialidades gourmet. Se pueden tomar mojitos, licuados y café; se pueden comer crepes, ensaladas y tortas, sentado en el interior de una jaula mirando a los visitantes del Ecoparque. 

Puede ser una metáfora, pero resulta un cliché. 

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16 de diciembre. 9:35. Río Negro. Bubalcó. Algunas nubes en el cielo. La temperatura amenaza con trepar hasta los 32 grados. 

El parque abre a las 10:00, así que hay que ingresar por otra puerta, donde funcionan las oficinas administrativas, la cocina, un galpón, y una serie de recintos donde los veterinarios atienden a los animales. Aquí llegan los que la gente suele tener como mascotas, aunque no lo son (tortugas, loros y algunos monos caí), pero también los heridos, como un águila que fue atropellada, un choique lastimado, o un chulengo (la cría del guanaco) que quedó huérfano y fue traído por personal de Fauna de la provincia. Todos animales autóctonos. 

Romina, la cuidadora de Toti (a pedido de los responsables de Bubalcó, el apellido se mantiene en reserva para “no exponerla a recibir agresiones”) sale de la cocina con un bowl lleno de fruta cortada. Va a alimentar a los lemures y luego pasará varias horas con Toti, en tareas de enriquecimiento. 

Romina llegó al zoo hace tiempo, pero desde hace un año está dedicada especialmente al chimpancé. Es bailarina y profesora de malambo, una danza folclórica argentina, pero fue asignada a esta tarea “por la conexión que estableció con Toti”. Su rutina diaria incluye llevarle “una mamadera —biberón— con un té calentito” y un balde de frutas frescas por la mañana; luego el menú que le toque en la tarde, y jugar con él. Está orgullosa de haberle enseñado, por ejemplo, a sonarse la nariz, a que tolere mejor el momento de limpieza de su dormitorio y, sobre todo, a que haya dejado de sentirse amenazado por los niños. Al principio mostraba muy poca tolerancia al ruido y a los más chicos; cuando veía grupos les tiraba tierra, se ponía nervioso. “Hoy en día lo hace, pero muchísimo menos, muy poquito”, dice Romina. 

Enumera: le gustan las nueces pecán que crecen en el árbol junto a su recinto, el bife bien cocido (“si está jugoso lo devuelve”); no le gusta que alguien la abrace (“se pone celoso, les tira tierra”) ni la parte negra de la banana (“la tengo que quitar, sino no la come”) ni perder (“jugamos a correr y si yo corro fuerte, se enoja. Digamos que es mal perdedor”). Lo llama “mi Negro”, le habla, le toca la espalda, lo mima. 

Paula Rajneri viste como todos los que trabajan en el parque: pantalón cargo, remera, zapatillas de trekking. Lleva un handy en la mano. No hay señal para los móviles en este lugar. 

Entiendo que haya gente a la que no le gusten los zoológicos. Todo esto hoy no es lindo de ver. No es un show. La gente se puede ir de acá con angustia y no me parece mal, siempre y cuando sepan el trabajo que se hace. A mí conceptualmente tampoco me gusta, pero cuando uno está acá sabe por qué existe y sabe con lo que está contribuyendo. La gente tiene que saber cómo funciona el rubro, cuál es el problema, porque los animales no están acá por gusto, están por cómo nos relacionamos con el medio ambiente. Y el trabajo que hacemos es valioso. Somos un parque zoológico, todos los espacios que trabajan animales bajo cuidado humano son, por definición jurídica, espacios zoológicos. Bioparque, ecoparque, todos son lo mismo. Yo a Bubalcó le digo parque porque obviamente el zoológico en Argentina tiene una connotación muy negativa, entonces un poco hay que adaptarse. 

Parece pertenecer a dos mundos: al del zoológico que montó su padre, y al bioparque destinado a atender animales autóctonos. 

Ahora hay un montón de especies que están prohibidas, como los exóticos. Incluso hay limitaciones entre el norte y el sur del país. A eso hay que sumarle la presión de la opinión pública que, con buena intención, pero fundamentalmente desinformada, empujó a que todos los lugares quieran deshacerse de los animales que traen problemas. El chimpancé hoy, para cualquier espacio como el nuestro, es un problema, un ojo de tormenta. Los cambios que se dieron en relación con los zoológicos fueron graduales, pero de repente estaba todo mal. Y se siente frustración porque la voz más fuerte es la de las personas que no trabajan en este rubro. Todo ese movimiento que contiene una base que es hermosa, que es el amor por los animales y el deseo de cuidarlos, necesita estar bien informado para dirigir bien la fuerza hacia la conservación. 

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18 de diciembre de 2024. 18:00 horas. Videollamada. 

Julia Busqueta es una de las representantes del movimiento Liberen a Toti. Es abogada. Desde 2016 forma parte de la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (Afada). Tiene 44 años. Vive a unos 30 kilómetros de Bubalcó, en la ciudad de Neuquén. Dice que va tantas veces como puede a ver a Toti. Estuvo en el parque el último 29 de agosto para acompañar al chimpancé en su cumpleaños. 

Julia tiene un tono enérgico. Lleva el pelo recogido, acaba de llegar de una clase de pilates y habla desde su oficina en la capital de la provincia de Neuquén. Se entusiasma enumerando todo lo que hacen junto a un grupo de mujeres que trabaja por los derechos de los animales. Se emociona cuando cuenta la reacción de una alumna de uno de los jardines de infantes que visitó hace poco para narrar la historia de Toti. 

Hacemos como un cuentito, les decimos que cuando nació estaba con su mamá, pero que siempre estuvo encerrado; que estuvo un tiempo con un amigo, pero que después siempre estuvo solo, con mucho frío. Vamos poniendo imágenes, dibujos, para que vean que se aburre mucho, que los chimpancés viven en un clima tropical y que acá sabemos que hace mucho frío. Después de que conté la historia, una nena vino, me agarró del brazo y me dijo: ʻVamos al zoológico a buscarlo, ahoraʼ. 

Habla rápido, pasa de la justicia a la educación y de ahí a la necesidad de movilizar a través del arte. 

Esta es una transformación social y cultural. Por eso visitamos escuelas, pintamos murales, hacemos charlas, repartimos stickers que dicen ʻLiberen a Totiʼ, que adopten animales. Tratamos de concientizar con cosas lindas y se recibe mucho amor, mucha energía. 

Afada es la ONG que inició la presentación judicial para pedir la liberación de Toti y su traslado a un santuario. 

Desde el año 2017, nosotras intentamos primero buscar el diálogo con las personas de Bubalcó; mandamos una carta documento, les pedimos abrir el diálogo para conciliar o buscar una salida para Toti, pero nunca recibimos ninguna respuesta y no nos quedó otra que la vía judicial. 

Julia tiene el mismo grado de vehemencia para explicar la difusión de la causa Toti, que para subrayar cuánto aborrece los zoológicos. 

Son lugares de explotación, de opresión, de cosificación. Son verdaderas cárceles y representan una de las tantas, pero no la única, maneras en que los humanos explotamos despiadadamente. A mí me duele tanto que siempre pienso: ¿cómo nunca lo vimos? ¿por qué, como humanidad, como sociedad, querríamos ver a un ser encerrado, padeciendo, sin ninguna de sus necesidades básicas satisfechas? Y son zoológicos disfrazados de reserva porque están llenos de un discurso de conservación, de educación, cuando en esos lugares no puede surgir nada bueno. Son lugares de tortura legalizados y sobre todo de una explotación enorme porque esto mueve millones. Es algo digno de un estudio sociológico porque las personas que fomentan o tienen estos lugares son personas que tienen mucho poder adquisitivo, que no saben qué hacer con su vida y entonces oprimen a los demás y tienen un goce horrendo a partir de la tortura, cosificación y explotación de seres vulnerables. 

¿Esperás que Toti finalmente sea trasladado? 

Yo siempre digo: después de 34 años oprimido, así sean cinco minutos de vida digna, todo valió la pena. Que pueda ver las estrellas, que pueda ver el sol, que pueda relacionarse y tocar otra piel, eso le da sentido a todo porque ¿con qué derecho nos creemos merecedores de haberle arrebatado su dignidad? Aunque sean 5, 10 minutos o 20 años, ojalá que tenga ese derecho. 

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Alejandra Juárez es la mujer que presentó el primer habeas corpus en Argentina por un chimpancé. Fue en 2013, por Toti, y no tuvo suerte. Trabajó muchos años en el zoológico de Córdoba y ahora dirige una reserva de monos carayá en las sierras de su provincia. Fue también la primera en cuestionar el traslado de Toti de Córdoba a Río Negro: visitaba a Toti todas las semanas, jugaba con él. En un intercambio de mensajes de WhatsApp, dice que el recinto actual de Toti es el más grande que existe en el país, pero advierte que tiene reservas: con la causa judicial, con el peritaje, con la concepción de los proteccionistas, con la soledad de Toti, con los que atacan los zoológicos. “Soy amada y odiada por mis opiniones”. Por ejemplo, estas: “Antes estaba desesperada, quería que Toti se fuera al santuario de Brasil. Por supuesto que estaría bien ahí. Pero hoy, mi posición sería buscar especialistas en chimpancés para que el propio Toti decida qué quiere”; “Hay chimpancés que están mal, que son considerados sobras en países cercanos y que podrían venir a acompañar a Toti. Si la justicia dictaminara eso, nadie podría oponerse”; “No hay que pensar mal de los zoológicos. En Europa, en Estados Unidos, son lugares prestigiosos, han evolucionado, han crecido. Argentina es el único lugar del mundo en el que se cometió la aberración de cerrarlos y se trasladaron animales a seudosantuarios o parques de diversiones, donde murieron a los dos días”; “Toti físicamente no está mal, de espacio no está mal. El único problema es que está solo, que necesita compañía”; “Para que se tomen buenas decisiones, los proteccionistas que no saben de este tema tienen que mantenerse al margen. Tienen que opinar los especialistas en primates”. 

Nadie parece completamente de acuerdo con nadie. Todos se arrogan la razón. Conservacionistas. Proteccionistas. A favor de los zoológicos, en contra. En el medio, Toti, el chimpancé que está solo y espera. 

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Domingo 22 de diciembre. 10:30 de la mañana. Casa de la chacra. Es un día diáfano, de 28 grados, el cielo se ve celeste, sin mácula. 

La casa tiene varias escaleras, tres niveles. En el living hay una chimenea de vidrio que no interrumpe la continuidad del paisaje, y una mesa baja cubierta de libros —de temas políticos, novelas policiales, sobre fauna— y de unos adornos de madera que simulan aves. 

Rajneri tarda en bajar de su habitación. Lleva bermudas, una remera celeste, sandalias deportivas, su bastón. Propone ir al jardín. Dice que tiene una memoria privilegiada, que puede recordar hechos de 90 años atrás, “pero, como los viejos, quizás olvido qué desayuné”. 

Mis hijos me insisten en que escriba unas memorias. Por un lado, no creo tener una vida tan interesante y, por otro, tengo 97 años, tengo ya la sensación de lo efímero que me queda de vida y no me gustaría empezar algo y no terminarlo. 

El tono de este domingo es una cuerda más bien oscura. Las palabras caminan por esa zona ambigua en la que el humor se vuelve una savia amarga. 

Si no tuviera la memoria, mi vida sería muy parecida a la que es ahora. Podría buscar todo lo que necesito recordar a través de la tecnología. La sensación que tengo del avance tecnológico es que algún día un tipo va a tocar el botón equivocado y vamos a parar todos a la mierda. Tal vez podría evitarse la extinción de la especie si podemos emigrar antes a otros planetas. Pero si no, yo veo la posibilidad de que el mundo y los seres humanos desaparezcan. 

A veces le resulta difícil llenar el tiempo: “Leo los diarios, hago sudokus, veo alguna película de cine clásico, pero a veces los días son largos”, y a esta altura de la mañana ya leyó todos los diarios, incluido el que dirigió. Hubo tiempos en los que a esta casa venían políticos, candidatos, gobernadores, ministros, expresidentes. 

Querían tratar de tener la mejor relación posible conmigo para asegurarse, o creer más bien, que así tenían impunidad. El diario fue un sustituto del poder legislativo de la provincia, cumplió un rol. No te imaginás el poder que tuvo el diario. 

¿Sigue viniendo mucha gente? 

Muy poca, casi no me llaman por teléfono. De mis amigos amigos, me queda uno. Nos vemos a veces. El resto no, mis amigos están muertos, todos. 

Llegó a tener cuatro pumas en la chacra, antes del zoológico. Los alimentaba, les corría carreras, él en cuatriciclo. Durante muchos años jugó con Toti. Le llevaba las primeras uvas y cerezas de su chacra y se las intercambiaba por medias que Toti tenía en su jaula. El chimpancé entregaba la prenda, Rajneri la llenaba de fruta, Toti las vaciaba y volvía a pedir. 

Ahora hace un año que no va al zoológico. 

En el verano quizás vaya, pero con el frío, el viento, mis dificultades para caminar…. Y, además, en el fondo, la tristeza que me causan algunos animales que se han muerto. Eso me produce una pena enorme. Estuve muchos años con algunos de ellos. Por eso dejé de ir, para no recordar. 

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Domingo 29 de diciembre. 10:30. Bubalcó. El cielo es una masa hinchada de grises oscuros. Una tormenta pasajera descarga agua sobre la ruta que conduce al bioparque.  

Hay 15 autos en el estacionamiento. La mayoría son familias. Para las 11 se ofrece una visita guiada, pero todos van por la suya, aprovechando la mañana que todavía es fresca, bajo una sombra indecisa. 

En la jaula de Toti, a mitad del trayecto, después del parque de los loros, es donde más gente se congrega. Hay dos cuidadores junto al recinto, Romina y Jonás. Es el único lugar en el que hay dos cuidadores; es más bien el único lugar en el que hay cuidadores. Hablan con los visitantes, responden preguntas. Romina le da agua al chimpancé, unas nueces, le rasca un poco la espalda. El día anterior estuvo nervioso; les tiró tierra a algunos visitantes. 

En esta región, y sobre todo en esta época, cuando las nubes pueden convertirse en granizo, algunas chacras recurren a cañones antigranizo para proteger sus cosechas de un daño que puede resultar catastrófico. Técnicamente, producen una explosión con gas acetileno y así generan ondas de choque que inhiben la formación de hielo. Lo que se oye es como un disparo, una exhalación honda. Esta mañana las detonaciones resuenan desde algún lugar cercano e impreciso. Al primer cañonazo, Toti sube ágil, veloz, a una rama del árbol centenario que está en su recinto. Parece un reflejo instintivo: el miedo a un mundo que le es ajeno y que desde hace 34 años no sabe qué hacer con él. 

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Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

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Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Ha estado solo casi toda la vida y desconoce capítulos enteros de su propia especie.

Lunes 25 de noviembre de 2024. 13:30 horas. Isla 19 del río que atraviesa de oeste a este la provincia que lleva su nombre, Río Negro. Norte de la Patagonia argentina. 

En esta región conocida como Alto Valle, una estría verde en medio de la palidez árida de la estepa, se cultivan peras, manzanas, cerezas y uvas. Pero en este preciso lugar —Isla 19, entre chacras reverdecidas, a orillas del río y al final de un camino arduo y poco señalizado—, hay dos tigres, una cebra, antílopes, un gibón de manos blancas, un siamango, carayás, cacatúas, lemures, flamencos. Y un chimpancé. 

El lugar se llama Bubalcó, y este día, a esta hora, aquí solo se oye el canto de los pavos reales. Debe haber seres humanos en las 34 hectáreas que abarca el antiguo zoológico —ahora bioparque— que abrió en 2008. Julio Rajneri, exdirector del diario Río Negro, el más importante de la Patagonia, exlegislador, exministro de Educación de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático tras la más sangrienta de las dictaduras militares argentinas. Debe haber seres humanos, pero no se ven, no se oyen. El único sonido, que llega como una insistencia lastimera y cronometrada, es el canto de los 30 pavos reales que andan sueltos. El resto de los 500 animales que viven en la reserva guarda un silencio acechante. El efecto es perturbador: parece la escenografía de una época en extinción, un Jurassic Park justo antes de salirse de control. 

Durante el recorrido, que dura más de dos horas, se ven maras, antílopes, pavos sueltos, jaulas distanciadas unas de otras, vegetación autóctona. En la mitad del trayecto, después del llamado parque de los loros, recostado contra las rejas de su recinto, la espalda ancha, negra, en silencio, está Toti, el chimpancé. 

Las primeras atracciones de Bubalcó fueron las aves; después los tigres. Ahora, él. Pero no por las mismas razones; más bien por todo lo contrario. 

Toti se ve macizo, fuerte. Tiene un pelaje oscuro que escasea en partes de los brazos y de la espalda —consecuencia de haberlo perdido o habérselo arrancado por estrés—, algunas canas alrededor de la cara, la mirada perdida en algún punto impreciso. De pronto se levanta, se agarra de las rejas de su recinto, y trepa hasta el segundo nivel, a más de dos metros. Ahí le han dejado manzanas cortadas en cuartos. Se mete ocho cuartos entre los dientes y así, con la boca cargada de frutas y balanceándose con los brazos, llega hasta el árbol que está en el centro del recinto. Se ubica entre las ramas más bajas y come sentado, en silencio. 

Los chimpancés son los parientes vivos más cercanos al hombre y comparten un ancestro común que vivió hace unos 7 o 13 millones de años. Quedan entre 150 y 250 000 ejemplares en libertad. Suelen vivir 45 años, aunque en cautiverio pueden llegar a los 60. Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico. Los chimpancés, originarios de África central y acostumbrados a un clima húmedo y tropical, viven en comunidades —de 15 a más de 100 individuos—, que pueden deshacerse o combinarse con otras para buscar alimento, copular o descansar. Son animales altamente sociables que requieren del contacto y la interacción. Se reconocen en un espejo, tienen memoria fotográfica, de ubicación y social. Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Estuvo solo casi toda la vida. Desconoce capítulos enteros de su propia especie. 

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Toti es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario; el chimpancé “deprimido” y el “de la mirada más triste del mundo”, según los títulos de los diarios que siguieron su caso judicial desde que se inició, en 2013. 

Su caso es así: nació el 29 de agosto de 1990, en el zoológico, ubicado en la provincia de Buenos Aires, del controvertido Jorge Cutini, un hombre que “jugaba” con leones y dejaba que la gente se acercara temerariamente a los animales (terminó en tragedia cuando un oso le arrancó el brazo a un nene de 7 años, el 8 de octubre de 1988). Aunque la historia de Toti está narrada en varios expedientes judiciales, los datos sobre su origen son imprecisos. Incluso su nombre: primero lo llamaron Nahuel, pero inexplicablemente pasó a ser Toti. Unos cuentan que tras su nacimiento estuvo encerrado en un container junto a su madre, que ella murió de tuberculosis y que él fue trasladado a otro zoo, en Florencia Varela, en el conurbano bonaerense. Otros dicen que llegaron allí juntos, que la madre murió después, y que allí Toti fue aislado y criado en una “pequeña habitación”. En cualquiera de las dos versiones, queda huérfano con un año, cuando aún le faltan tres o cuatro más para el destete, y ocho para independizarse. Perdió así un periodo esencial de aprendizaje que “puede afectar la impronta específica (lo que complicaría su reconocimiento como miembro de su propia especie), los rituales sociales, la capacidad de apaciguamiento, la gestión de estímulos”, según el informe de la médica veterinaria María de la Paz Salinas, designada como perita en el caso judicial. En 2008, fue derivado al antiguo Zoo de Córdoba, ahora Bio Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la Argentina, en el centro del país. Allí convivió seis meses con otro chimpancé, Coco, que murió. También hay versiones distintas. Unas sostienen que Coco murió de viejo, otras que fue a causa de esa convivencia y de la exigente vitalidad de Toti. En ese zoológico, Toti permaneció cinco años en una jaula que daba a una ruidosa avenida. 

Lo que cuentan excuidadores que no quieren dar su nombre es que en ese lugar Toti recibía cigarrillos que le pasaban visitantes a través de los barrotes. Las organizaciones defensoras de animales comenzaron a protestar por su estado y las condiciones en las que estaba. 

La noche del 21 de diciembre del 2013 fue llevado a Bubalcó, a cambio de un tigre macho de dos años, que viajaba en sentido inverso. El canje se autorizó por la Municipalidad de Córdoba. A esa altura ya tenía 23 años, iba por su tercera mudanza, llevaba recorridos más de 2 400 kilómetros, y los dos únicos chimpancés que había conocido estaban muertos. 

Poco antes del traslado, Alejandra Juárez, mediante el Proyecto Gran Simio Argentina, presentó el primer habeas corpus para un chimpancé en Argentina con la idea de frenar el viaje. Se trata de un recurso legal que protege la libertad de una persona cuando esta es amenazada o restringida y que en Argentina se concedió por primera vez a un primate en 2014, para la orangutana Sandra, que estaba en el entonces Zoo de Buenos Aires, y también en 2016 para la chimpancé Cecilia, que se encontraba en Mendoza. Consideradas ambas desde entonces “Personas no humanas” fueron trasladadas a un zoo de Estados Unidos y a un santuario brasileño, respectivamente. Con Toti no hubo suerte: su derrotero judicial tomó otro camino. Tras el primer habeas corpus rechazado por una presentación fuera de término le siguieron dos más que interpuso la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA); ninguno prosperó: tenían errores formales. Después de tres rechazos, la primera jueza de la causa encontró en el amparo una figura más amplia: consideró que no solo estaba en juego la libertad de locomoción, sino que había otros derechos constitucionales comprometidos y objetos de protección, como el ambiente, la biodiversidad y la fauna en peligro de extinción. El proceso fue largo, hubo cambios de jueces, demoras, peritos que explicaban la situación de Toti sin haberlo visto nunca, diferencias entre los amparistas. Bajo la nueva figura, los demandantes consiguieron que la defensora de pobres y ausentes del Juzgado Núm. 10 de General Roca, Río Negro, María Belén Delucchi, lo representara. 

En 2022 se lanzó la campaña “Liberen a Toti”, organizada por Change.org, que ha reunido más de 165 000 firmas hasta ahora. En febrero de 2023, finalmente, la jueza de familia Ángela Sosa dictó una sentencia de primera instancia que estableció que fuera derivado a un centro o santuario para grandes primates: “Los daños resultarían irreparables de no adoptarse medidas urgentes para lograr la inserción de Toti en un medio en el que pueda interactuar con sus pares”. El fallo se fundamentó en el peritaje de la médica veterinaria Salinas que concluye que “Toti se encuentra en inminente riesgo” y que “sufre de un cuadro de ansiedad permanente, por la falta de socialización con otros de su especie”. En mayo del mismo año, el Superior Tribunal de Río Negro ratificó la sentencia. El 21 de diciembre, la orden quedó firme ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. 

Un centro o santuario es un espacio para animales que fueron sacados de su hábitat y que ya no podrían vivir en él. Siguen bajo cuidado humano (se les alimenta y se les atiende), pero ya no están en exhibición y viven con pares en un entorno que guarda algunas semejanzas con su lugar original. 

La veterinaria María de la Paz Salinas trabaja desde hace 34 años en su profesión, y tiene un doctorado en psiquiatría veterinaria en Francia. Fue nombrada perito en la causa en 2022, después de que los otros profesionales dispuestos para esa tarea fueran recusados por no haber visto a Toti. Salinas viajó desde Buenos Aires, donde vive, a Bubalcó. Pasó dos días analizando al chimpancé y el recinto. Elaboró el informe. Además de evaluar las condiciones físicas y el espacio en el que vive, escribió que “el caso de Toti presenta un desafío adicional ya que, a diferencia de los chimpancés ya trasladados (caso Cecilia del Zoo de Mendoza y los del Ecoparque de CABA), Toti nunca vivió con su propia especie, [...] y partiendo de su historia de vida, el riesgo de que padezca de trastornos de la socialización es de muy alta probabilidad”. 

Salinas lleva unas larguísimas y finas trenzas decoloradas que le cubren toda la cabeza. Es una mujer de opiniones contundentes, que parece oponerse tanto a los dueños de los zoos como a muchas de las asociaciones ambientalistas. De la causa, solo rescata la actitud de la jueza. Dice que el domingo 11 de septiembre de 2022, antes de iniciar su trabajo en Bubalcó, le habló a Toti: “No quiero complicar más tu vida”, le dijo. 

Hubiera sido muy terrible si me quedaba más tiempo con él porque ¿viste cuando te das cuenta de que alguien tiene potencial para otra cosa? Toti lo tiene —dice ahora, en una llamada—. Entonces me dio mucha culpa pensar en que se quede y me dio mucha culpa pensar en que se vaya. ¿Está mejor que antes? Sí. ¿Tiene todo lo que necesita? No. No tiene ni una soga en el árbol para trepar y jugar. Por otro lado, Toti nunca convivió con otros monos, y después de los 30 años los chimpancés pueden tener problemas cardiológicos. El traslado implica un riesgo severísimo porque hay que sedarlo y luego ver si se adapta al lugar que va. Pero toda movida tiene un costo y un beneficio y siempre hay que priorizar al animal. Entonces, pienso que hay situaciones en las que podemos hacer lo óptimo y hay situaciones en las que lo único que podemos hacer es mejorar el desastre que generamos. En el caso de Toti, con suerte y viento a favor, podríamos mejorar el desastre que generamos hace 34 años. Pero yo no tengo grandes expectativas y cada día que pasa tengo peores expectativas. 

El 25 de mayo de 2024, “un comité de especialistas designados por la Fundación Franz Weber y por el Instituto Jane Goodall” comienza las visitas técnicas para “evaluar la posibilidad de dar comienzo a un proceso de traslado”. El comité aclara que eso “no puede ocurrir en cualquier momento, bajo cualquier condición o a cualquier lugar. Es necesario tener en cuenta su edad, estado psicofísico y sus reales posibilidades de readaptación a un nuevo lugar”. Aún no hay una decisión. Mudar a un chimpancé cuesta más de 10 000 dólares y, de acuerdo con el fallo judicial, estará a cargo de quienes promovieron el amparo o de una de las dos fundaciones que integran el comité. 

Este lunes de noviembre de 2024, a más de una década de su llegada desde Córdoba, un año después de la sentencia firme, con 34 años vividos en cautiverio, casi todos en soledad, Toti sigue acá, en Bubalcó, en el filo entre una época que celebraba los zoológicos y otra que los condena como símbolo de encierro y explotación, en el núcleo inflamable de una duda de alta complejidad: hay riesgo si se queda, hay riesgo si se va. En un limbo.  

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Domingo 1 de diciembre. 11:00 horas. Alerta por vientos fuertes con ráfagas de hasta 80 kilómetros por hora. Sobre la ruta hay ramas que se desprenden de los álamos. Aunque las chacras están verdes, con árboles cargados de peras y manzanas, el paisaje se vuelve lúgubre, vuelan hojas, tierra, como si una fiera descomunal estuviera revolcándose. 

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Cerca de Bubalcó, al final de un camino más enrevesado que el que lleva al zoológico, con tramos asfaltados y otros de ripio, vive el dueño de estas y de aquellas 34 hectáreas del ahora bioparque. Su nombre es Julio Rajneri, le dicen Bubi, tiene 97 años. Prácticamente no sale de la casa de la chacra, una vivienda de imponentes ventanales de doble altura, que dan a un extenso jardín verde y a un brazo del río, el mismo que bordea Bubalcó unos pocos kilómetros más allá.  

Rajneri está sentado a uno de los lados de una mesa larga, las manos apoyadas sobre un bastón. Usa pantalón gris, una remera deportiva azul, zapatillas. Lleva casi 10 años alejado del periódico que dirigió por más de cuatro décadas. Dejó el cargo el 9 de septiembre de 2015, tres años después de que el diario Río Negro, fundado en 1912 por su padre, cumpliera 100 años. La compleja sucesión familiar que devino y la crisis de la industria periodística forman parte de un capítulo que él dice haber cerrado, el broche opaco de una época de poder e influencia que lo tuvo en la cúspide, y que le valió premios como el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, en 1987, por su defensa de los derechos humanos durante la última dictadura militar. En ese momento, Rajneri integró la Comisión que reunió las denuncias por desapariciones, torturas y sustracción de menores en su región. Al diario que dirigía se le reconoce ser uno de los pocos del país que publicó y denunció las desapariciones forzadas en ese periodo; también haber sido una de las voces críticas al desembarco argentino en las islas Malvinas, en 1982, y más tarde, investigar y publicar hechos de corrupción en las dos provincias en la que tuvo influencia, Río Negro y Neuquén. De todo lo que hizo, dice, los 42 años en la dirección de ese medio representan la parte “más importante” de su vida. “Tenía una sensación clara de que yo tenía poder, pero jamás lo utilicé para nada que no fuera el interés general. Nunca pedí nada”. 

Abogado y periodista, Rajneri también fue candidato frustrado a gobernador, dueño de una empresa de televisión por cable que se vendió antes de la devaluación monetaria de 2001, de la que obtuvo el dinero para construir el zoológico. Tuvo dos matrimonios. Tiene dos hijos, en uno de ellos, su hija mujer, ha delegado la dirección del zoológico. Prácticamente no sale de esta casa, excepto una vez al mes para ir a cortarse el pelo y comprar libros en la ciudad en la que nació, General Roca, a 26 kilómetros. 

Desde el living-comedor donde está ahora, un lugar despojado, con paredes de un amarillo pálido, se ven dos jaulas blancas. Fueron el principio de todo. 

Tenía solo pájaros. Los tenía allá, ¿ves?, en esa jaula. Ahora está vacía. Si mirás al otro lado, en el borde del río, hay otra. Inicialmente empecé por buscar un lugar lindo donde tener a los animales. Después apareció la posibilidad de hacer un aviario en el brazo del río con un arquitecto muy imaginativo que me hizo el proyecto y me entusiasmé. Una vez construido, surgió la idea del zoológico, de sumar animales. ¿Cómo tener un lugar así, con ese valor monetario y simbólico, exclusivamente para disfrute de mi familia? Me pareció que era egoísmo y lo abrimos al público. 

La relación entre su apodo (Bubi) y el nombre del zoo (Bubalcó) parece obvia, pero él la niega, como acostumbrado a responder lo mismo desde hace años. Dice que no tiene nada que ver, que es casualidad. De todos modos, prefiere mantener en secreto el origen. Solamente dirá que era el nombre de un animal.  

Para cuando llegó Toti, en 2013, ya había una enorme colección de pájaros, tigres, una cebra, pumas. Toti es el único de los 700 animales que había entonces y de los 500 que hay ahora, por el que existen una causa judicial y una sentencia firme. En las jaulas más cercanas a la de Toti están Boris (un siamango, originario de la región de Malasia, el norte de Tailandia y Sumatra), y Tobías (un gibón de manos blancas, proveniente de selvas tropicales). También están solos en sus recintos, pero no hay reclamos por ellos. Ni por los tigres, ni por la cebra. 

Los chimpancés, que comparten el 98.8% del ADN con los seres humanos, son quizá una de las principales razones del pasaje del antropocentrismo, que considera al hombre como medida de todas las cosas, al sensocentrismo, que pone en foco la capacidad de sentir (hambre, frío, dolor, calor, etc.) y que se expandió en los fallos de la Corte a favor de los grandes simios. Ellos son un eslabón esencial en el cambio de paradigma alrededor de los zoológicos, un cambio que va más allá de la tranquilizadora metamorfosis semántica que los convierte en ecoparque, reserva, bioparque, y que pone su concepto victoriano (la exhibición de animales en jaulas) a un paso de desaparecer. 

Es una linda batalla —dice Rajneri—. No siempre es agradable. Las deformaciones te hacen parecer una especie de capo de mafia que tiene un zoológico. Pero ahí hay una discusión de fondo que es, para mí, una batalla que vale la pena librar. Las organizaciones no gubernamentales que en la Argentina están militando en casos similares al de Toti, se dividen básicamente en dos: por un lado, grupos ligados a una entidad brasileña que colecciona chimpancés y que es dudosa, y por el otro, entidades como la Fundación Jane Goodall, inobjetables, que luchan por mejores condiciones para la especie. En el primer caso, se trata de un grupo que está en Sorocaba, que es propiedad de un microbiólogo cubano (Pedro Ynterian) que tiene una cadena de laboratorios y de farmacias en Brasil. Tiene la mayor colección de chimpancés en cautividad del mundo. El segundo grupo son las entidades que responden a una concepción contraria a la existencia de zoológicos en el mundo, con argumentos que yo creo que son rebatibles, que me parece que son el meollo del problema y que es el lugar donde debería librarse la batalla. 

Para Rajneri, el meollo es este: 

Los chimpancés están en riesgo de extinción. Están severamente afectados en muchos lugares y en otros ya han desaparecido. Pero no están en riesgo en los zoológicos; están en riesgo en libertad y en sus lugares de origen. Es decir, cuando las entidades piden que los chimpancés vuelvan a su lugar de origen, están incitando, en definitiva, a llevarlos a los lugares donde se están extinguiendo. De manera que la idea de las entidades de obtener la libertad y devolverlos a su lugar de origen es una falacia. Si se hiciera eso, los monos desaparecerían. En 20 o 30 años se calcula que no va a quedar ningún gran simio, entre los cuales se incluyen los gorilas, los orangutanes y los chimpancés. No va a quedar ninguno en la naturaleza. Van a quedar solamente en los zoológicos. La lucha puede estar bien inspirada, pero está básicamente equivocada. 

Lo dice con voz pausada, pero firme. No rehúye del debate que generan los zoológicos, pero está convencido de que la razón está de su lado. 

Desde luego que no es agradable ser objeto de críticas que defienden principios que uno cree estar defendiendo. En definitiva, yo soy un conservacionista y coincido con la mayor parte de las personas que luchan en el mundo por preservar a los animales. Pero creo que se oculta la verdadera causa del problema, que es el crecimiento de la población mundial. En Indonesia, por ejemplo, están exterminando a los orangutanes porque los privan de sus bosques para plantar una palma que produce aceite. Los indonesios tienen que elegir entre defender a los orangutanes o privilegiar la situación de sus pobres que necesitan tierras para producir aceite. Ese es el dilema que enfrenta el mundo. Es imposible que el mundo sobreviva con una población sin límites. Y desde luego, las primeras víctimas son los animales salvajes. 

Desde 2014 y hasta 2023 hubo protestas en la puerta del zoológico y del periódico que dirigía. Los manifestantes pedían la liberación de Toti, con carteles que apuntaban directamente a él: “Senor Julio Rajneri. Un siglo fue suficiente. No más zoológicos”. Después llegaron artículos en diarios y revistas de todo el país, encabezados todos por la premisa “Liberen a Toti, el chimpancé de la mirada más triste”. No las desestima, pero cree que es un pedido tan bienintencionado como “imposible”. 

Los animales nacidos en cautividad no pueden ser devueltos a la naturaleza. No sabrían qué hacer. Si a Toti lo soltaran en el Congo o en Costa de Marfil, moriría de hambre porque no sabría alimentarse. Por otra parte, no se busca su liberación sino su traslado a otro centro, supuestamente de mejores condiciones, donde se lo mantendría en cautividad. El problema más grande, que es la mayor objeción de las organizaciones que defienden la libertad de los chimpancés, es que por naturaleza son seres gregarios y que la soledad no es aconsejable. La objeción es cierta, pero también es cierto que Toti nunca vivió en compañía, salvo un breve periodo con un mono viejo en Córdoba que murió al poco tiempo. Y se llevaban mal. Así que el argumento relativo a la cuestión de la soledad del mono es cierto, pero es difícil que a esta altura de su vida se pueda adaptar a vivir en compañía. 

La “mayor objeción” a la que se refiere Rajneri le llegó en forma de carta, firmada por la etóloga inglesa, conservacionista y activista Jane Goodall, fundadora del Instituto Jane Goodall y Mensajera de la Paz de la ONU. De todos los argumentos y voces que se oponen a la presencia de Toti en Bubalcó, es la única que considera inobjetable. Pero aún así, la rebate. Fechada el 31 de julio de 2022, en Kigoma, República Unida de Tanzania, la carta de Goodall dice: 

Los chimpancés son seres extremadamente sociales. Para Toti, estar solo, sin nadie a quien acicalar o con quien simplemente pasar el rato es una forma de tortura. Ningún chimpancé debe estar confinado, solo. Toti debe ser enviado a un Centro especializado para la rehabilitación de grandes simios donde pueda integrarse gradualmente en un grupo. Me preocupa mucho que continúe permaneciendo aislado, en un entorno tan árido. Espero que, al menos, se le proporcione mucho enriquecimiento. 

La palabra enriquecimiento, que se repite en fallos, en boca de cuidadores, de ambientalistas, se refiere a todo lo que pueden hacer los humanos para mejorar la calidad de vida de los animales en cautiverio. Rajneri publicó una carta en respuesta a Goodall en el diario La Nación. Le agradeció “profundamente la preocupación por el bienestar de Toti”, y admitió la soledad del simio: 

Desde su incorporación a Bubalcó, hemos tratado de conseguir miembros de su misma especie. Fuimos candidatos —en nuestra opinión injustamente relegados— a la incorporación de la chimpancé Cecilia, de Mendoza. Nos presentamos ante las autoridades de CABA (Ciudad de Buenos Aires) para optar por el traslado de su chimpancé hembra, lamentablemente fallecida. Y hemos estado abiertos a cualquier posibilidad proveniente del exterior. En tal sentido, nos permitimos pedir su valiosa colaboración. Consideramos que ninguna persona en el mundo está en mejores condiciones para saber dónde existen una o más compañeras para Toti, que estén disponibles. Nosotros estableceríamos el contacto y nos haríamos cargo de todos los gastos inherentes a su traslado. 

Después de eso, no hubo más cartas. 

Los otros dos chimpancés que quedan en Argentina son Tomy y Johnny. Tommy está en el antiguo Jardín Zoológico y Botánico de La Plata, bioparque desde enero de 1980, cuando llegó por un “canje de animales” con el Circo Tihany. El zoo entregó un oso pardo y un tigre de Bengala y recibió un chimpancé de tres años y medio. Ahora tiene 47. Johnny es aún mayor: tiene 52 y vive en el zoo de Luján, que no cambió de nombre, pero fue clausurado en 2020 por maltrato animal. Johnny aguarda una decisión judicial para saber si podrá ir a un santuario. Como en el caso de Toti, hay opiniones divididas. Desde Tchimpounga, Congo, la doctora española Rebeca Atencia, a quien se considera la heredera de la primatóloga Jane Goodall y que dirige un santuario, afirmó: “Sinceramente, por los videos y las imágenes que veo, Jhonny está totalmente humanizado. Se percibe claramente el fuerte vínculo que tiene con quien lo cuida. A esta edad y con la contención afectiva que tiene, yo no lo movería de Luján”. 

Otras vidas complicadas. Otros limbos. 

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Domingo 1 de diciembre. 14 horas. Hay nueve autos en el estacionamiento, pero en la entrada del bioparque no se ve a nadie. La boletería y los molinillos de ingreso lucen desiertos. Aunque con un riego por aspersión que cada mañana se enciende, el paisaje dentro de la reserva es más bien agreste. Cerca del curso del río y de algunos recintos hay árboles altos que dan sombra a los animales y también a las mesitas y sillas de madera distribuidas para que los visitantes descansen. 

En 2008, el año en que abrió, Bubalcó tuvo 100 000 visitantes. El promedio de los últimos cinco años, sin contar 2020, cuando estuvo cerrado por la pandemia, es de 28 000. Paula Rajneri, hija de Julio y la directora del parque, dice que para que sea rentable debería haber 5 000 visitas al mes, 60 000 al año. A razón de 17 dólares cada entrada, la cuenta daría un ingreso mensual de 85 000 dólares, y al cabo de 12 meses de un millón. 

Paula Rajneri tiene 32 años y vive en la casa de la chacra, adonde se mudó hace un año para cuidar de su padre y hacerse cargo del parque. Nació en Buenos Aires y se crió entre aquella ciudad y este lugar. Estudió en el liceo francés de la capital argentina y se formó como licenciada en Comunicación Social en la exclusiva universidad San Andrés. Desde que su padre dejó la dirección de Bubalcó en sus manos, ha decidido transformarlo en una fundación y orientarlo “a los animales autóctonos, pero seguir con los pilares originarios que tienen que ver con la conservación, con la investigación y con la educación”, dice. 

Lleva el pelo recogido sin mucho cuidado, usa jeans, una remera negra, zapatillas. Desde chica convivió con el proyecto del zoo. Conoce a todos los animales, los llama por su nombre, los visita cada día. Casi nunca va a la ciudad. 

A Toti, dice Paula, no le gusta el viento, así que después de entrar a la reserva pasa por el bar y pide un licuado natural de frutas para llevarle. “Es un mimo”. 

La información oficial dice que la jaula de Toti “tiene un sector de aire libre de 314 metros cuadrado por 10 metros de altura, un dormitorio, de 16 metros cuadrados (sector privado, sin ojo del público, disponible todo el día) y un patio de invierno de 50 metros cuadrados. El recinto cuenta con una visión periférica de 360 grados. Los espacios cerrados (patio de invierno y dormitorio) tienen calefacción y aire acondicionado. El espacio abierto tiene un sauce centenario, árbol alrededor del cual se construyó el hogar de Toti”. Paula dice que es el primer árbol que Toti conoció en su vida, que le costó varios años aprender a usarlo y que aún no se anima a las partes más altas. 

Hoy hay una familia mirando a Toti, detrás de un cerco de madera dispuesto para que haya distancia. La cuidadora le ofrece el licuado. Él lo toma desde el otro lado de la reja, con un sorbete. Parece disfrutar. La escena provoca grititos de entusiasmo en la familia.  

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Viernes 6 de diciembre de 2024. 11:00. Antiguo zoológico de la ciudad de Buenos Aires. Un día húmedo, nublado. 

El lugar fue reconvertido en ecoparque en 2016, tras años de presión de organizaciones ambientalistas y de protestas por Winner, el oso polar que fue hallado muerto el 26 de diciembre de 2012, luego de una jornada de 40 grados y una noche de pirotecnia por los festejos de Navidad. Aquí vivía la orangutana Sandra, que fue trasladada al Centro de Grandes Simios que funciona en la Florida, Estados Unidos, donde convive con 52 orangutanes y chimpancés rescatados de la industrias del entretenimiento —que participaron en películas o series—, de laboratorios experimentales de medicina, y del mascotismo, como Bubbles que era de Michael Jackson. 

Del antiguo zoológico de Buenos Aires, inaugurado en 1875 y que ocupa 18 hectáreas de un barrio elegante, queda casi todo en pie: el recorrido, las estructuras, incluso algunos de los animales exóticos que por la edad no pudieron ser reubicados: un mandril, una elefanta, dos jirafas, dos hipopótamos y un dromedario. 

El efecto es desconcertante: la promesa tranquilizadora de un parque ecológico, con sus plantas y sus animales autóctonos, junto a los vestigios de un pasado en suspenso; el bálsamo moderno junto a la idea de los zoológicos como geriátricos, lugares quizá destinados a desaparecer cuando muera el último animal silvestre. 

Cuando se construyó, el entonces director decidió que los animales debían ser alojados en edificios que reflejasen sus países de origen: un templo hindú para los elefantes asiáticos, una estructura estilo islámico para las jirafas, una pagoda china para el panda rojo. El Pabellón de las Fieras, edificado en 1900 para albergar grandes felinos, es un edificio de inspiración renacentista, réplica del que existe en el Zoológico de Breslavia, en Polonia. Tiene 2 600 metros cuadrados, entre la parte que está a nivel del suelo y la parte inferior, donde funcionaba el área de manejo de los animales y la cocina. Ahora, en el edificio renacentista, reconvertido y pintado de blanco, hay mesas y sillas, una barra larga y un pizarrón que anuncia especialidades gourmet. Se pueden tomar mojitos, licuados y café; se pueden comer crepes, ensaladas y tortas, sentado en el interior de una jaula mirando a los visitantes del Ecoparque. 

Puede ser una metáfora, pero resulta un cliché. 

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16 de diciembre. 9:35. Río Negro. Bubalcó. Algunas nubes en el cielo. La temperatura amenaza con trepar hasta los 32 grados. 

El parque abre a las 10:00, así que hay que ingresar por otra puerta, donde funcionan las oficinas administrativas, la cocina, un galpón, y una serie de recintos donde los veterinarios atienden a los animales. Aquí llegan los que la gente suele tener como mascotas, aunque no lo son (tortugas, loros y algunos monos caí), pero también los heridos, como un águila que fue atropellada, un choique lastimado, o un chulengo (la cría del guanaco) que quedó huérfano y fue traído por personal de Fauna de la provincia. Todos animales autóctonos. 

Romina, la cuidadora de Toti (a pedido de los responsables de Bubalcó, el apellido se mantiene en reserva para “no exponerla a recibir agresiones”) sale de la cocina con un bowl lleno de fruta cortada. Va a alimentar a los lemures y luego pasará varias horas con Toti, en tareas de enriquecimiento. 

Romina llegó al zoo hace tiempo, pero desde hace un año está dedicada especialmente al chimpancé. Es bailarina y profesora de malambo, una danza folclórica argentina, pero fue asignada a esta tarea “por la conexión que estableció con Toti”. Su rutina diaria incluye llevarle “una mamadera —biberón— con un té calentito” y un balde de frutas frescas por la mañana; luego el menú que le toque en la tarde, y jugar con él. Está orgullosa de haberle enseñado, por ejemplo, a sonarse la nariz, a que tolere mejor el momento de limpieza de su dormitorio y, sobre todo, a que haya dejado de sentirse amenazado por los niños. Al principio mostraba muy poca tolerancia al ruido y a los más chicos; cuando veía grupos les tiraba tierra, se ponía nervioso. “Hoy en día lo hace, pero muchísimo menos, muy poquito”, dice Romina. 

Enumera: le gustan las nueces pecán que crecen en el árbol junto a su recinto, el bife bien cocido (“si está jugoso lo devuelve”); no le gusta que alguien la abrace (“se pone celoso, les tira tierra”) ni la parte negra de la banana (“la tengo que quitar, sino no la come”) ni perder (“jugamos a correr y si yo corro fuerte, se enoja. Digamos que es mal perdedor”). Lo llama “mi Negro”, le habla, le toca la espalda, lo mima. 

Paula Rajneri viste como todos los que trabajan en el parque: pantalón cargo, remera, zapatillas de trekking. Lleva un handy en la mano. No hay señal para los móviles en este lugar. 

Entiendo que haya gente a la que no le gusten los zoológicos. Todo esto hoy no es lindo de ver. No es un show. La gente se puede ir de acá con angustia y no me parece mal, siempre y cuando sepan el trabajo que se hace. A mí conceptualmente tampoco me gusta, pero cuando uno está acá sabe por qué existe y sabe con lo que está contribuyendo. La gente tiene que saber cómo funciona el rubro, cuál es el problema, porque los animales no están acá por gusto, están por cómo nos relacionamos con el medio ambiente. Y el trabajo que hacemos es valioso. Somos un parque zoológico, todos los espacios que trabajan animales bajo cuidado humano son, por definición jurídica, espacios zoológicos. Bioparque, ecoparque, todos son lo mismo. Yo a Bubalcó le digo parque porque obviamente el zoológico en Argentina tiene una connotación muy negativa, entonces un poco hay que adaptarse. 

Parece pertenecer a dos mundos: al del zoológico que montó su padre, y al bioparque destinado a atender animales autóctonos. 

Ahora hay un montón de especies que están prohibidas, como los exóticos. Incluso hay limitaciones entre el norte y el sur del país. A eso hay que sumarle la presión de la opinión pública que, con buena intención, pero fundamentalmente desinformada, empujó a que todos los lugares quieran deshacerse de los animales que traen problemas. El chimpancé hoy, para cualquier espacio como el nuestro, es un problema, un ojo de tormenta. Los cambios que se dieron en relación con los zoológicos fueron graduales, pero de repente estaba todo mal. Y se siente frustración porque la voz más fuerte es la de las personas que no trabajan en este rubro. Todo ese movimiento que contiene una base que es hermosa, que es el amor por los animales y el deseo de cuidarlos, necesita estar bien informado para dirigir bien la fuerza hacia la conservación. 

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18 de diciembre de 2024. 18:00 horas. Videollamada. 

Julia Busqueta es una de las representantes del movimiento Liberen a Toti. Es abogada. Desde 2016 forma parte de la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (Afada). Tiene 44 años. Vive a unos 30 kilómetros de Bubalcó, en la ciudad de Neuquén. Dice que va tantas veces como puede a ver a Toti. Estuvo en el parque el último 29 de agosto para acompañar al chimpancé en su cumpleaños. 

Julia tiene un tono enérgico. Lleva el pelo recogido, acaba de llegar de una clase de pilates y habla desde su oficina en la capital de la provincia de Neuquén. Se entusiasma enumerando todo lo que hacen junto a un grupo de mujeres que trabaja por los derechos de los animales. Se emociona cuando cuenta la reacción de una alumna de uno de los jardines de infantes que visitó hace poco para narrar la historia de Toti. 

Hacemos como un cuentito, les decimos que cuando nació estaba con su mamá, pero que siempre estuvo encerrado; que estuvo un tiempo con un amigo, pero que después siempre estuvo solo, con mucho frío. Vamos poniendo imágenes, dibujos, para que vean que se aburre mucho, que los chimpancés viven en un clima tropical y que acá sabemos que hace mucho frío. Después de que conté la historia, una nena vino, me agarró del brazo y me dijo: ʻVamos al zoológico a buscarlo, ahoraʼ. 

Habla rápido, pasa de la justicia a la educación y de ahí a la necesidad de movilizar a través del arte. 

Esta es una transformación social y cultural. Por eso visitamos escuelas, pintamos murales, hacemos charlas, repartimos stickers que dicen ʻLiberen a Totiʼ, que adopten animales. Tratamos de concientizar con cosas lindas y se recibe mucho amor, mucha energía. 

Afada es la ONG que inició la presentación judicial para pedir la liberación de Toti y su traslado a un santuario. 

Desde el año 2017, nosotras intentamos primero buscar el diálogo con las personas de Bubalcó; mandamos una carta documento, les pedimos abrir el diálogo para conciliar o buscar una salida para Toti, pero nunca recibimos ninguna respuesta y no nos quedó otra que la vía judicial. 

Julia tiene el mismo grado de vehemencia para explicar la difusión de la causa Toti, que para subrayar cuánto aborrece los zoológicos. 

Son lugares de explotación, de opresión, de cosificación. Son verdaderas cárceles y representan una de las tantas, pero no la única, maneras en que los humanos explotamos despiadadamente. A mí me duele tanto que siempre pienso: ¿cómo nunca lo vimos? ¿por qué, como humanidad, como sociedad, querríamos ver a un ser encerrado, padeciendo, sin ninguna de sus necesidades básicas satisfechas? Y son zoológicos disfrazados de reserva porque están llenos de un discurso de conservación, de educación, cuando en esos lugares no puede surgir nada bueno. Son lugares de tortura legalizados y sobre todo de una explotación enorme porque esto mueve millones. Es algo digno de un estudio sociológico porque las personas que fomentan o tienen estos lugares son personas que tienen mucho poder adquisitivo, que no saben qué hacer con su vida y entonces oprimen a los demás y tienen un goce horrendo a partir de la tortura, cosificación y explotación de seres vulnerables. 

¿Esperás que Toti finalmente sea trasladado? 

Yo siempre digo: después de 34 años oprimido, así sean cinco minutos de vida digna, todo valió la pena. Que pueda ver las estrellas, que pueda ver el sol, que pueda relacionarse y tocar otra piel, eso le da sentido a todo porque ¿con qué derecho nos creemos merecedores de haberle arrebatado su dignidad? Aunque sean 5, 10 minutos o 20 años, ojalá que tenga ese derecho. 

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Alejandra Juárez es la mujer que presentó el primer habeas corpus en Argentina por un chimpancé. Fue en 2013, por Toti, y no tuvo suerte. Trabajó muchos años en el zoológico de Córdoba y ahora dirige una reserva de monos carayá en las sierras de su provincia. Fue también la primera en cuestionar el traslado de Toti de Córdoba a Río Negro: visitaba a Toti todas las semanas, jugaba con él. En un intercambio de mensajes de WhatsApp, dice que el recinto actual de Toti es el más grande que existe en el país, pero advierte que tiene reservas: con la causa judicial, con el peritaje, con la concepción de los proteccionistas, con la soledad de Toti, con los que atacan los zoológicos. “Soy amada y odiada por mis opiniones”. Por ejemplo, estas: “Antes estaba desesperada, quería que Toti se fuera al santuario de Brasil. Por supuesto que estaría bien ahí. Pero hoy, mi posición sería buscar especialistas en chimpancés para que el propio Toti decida qué quiere”; “Hay chimpancés que están mal, que son considerados sobras en países cercanos y que podrían venir a acompañar a Toti. Si la justicia dictaminara eso, nadie podría oponerse”; “No hay que pensar mal de los zoológicos. En Europa, en Estados Unidos, son lugares prestigiosos, han evolucionado, han crecido. Argentina es el único lugar del mundo en el que se cometió la aberración de cerrarlos y se trasladaron animales a seudosantuarios o parques de diversiones, donde murieron a los dos días”; “Toti físicamente no está mal, de espacio no está mal. El único problema es que está solo, que necesita compañía”; “Para que se tomen buenas decisiones, los proteccionistas que no saben de este tema tienen que mantenerse al margen. Tienen que opinar los especialistas en primates”. 

Nadie parece completamente de acuerdo con nadie. Todos se arrogan la razón. Conservacionistas. Proteccionistas. A favor de los zoológicos, en contra. En el medio, Toti, el chimpancé que está solo y espera. 

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Domingo 22 de diciembre. 10:30 de la mañana. Casa de la chacra. Es un día diáfano, de 28 grados, el cielo se ve celeste, sin mácula. 

La casa tiene varias escaleras, tres niveles. En el living hay una chimenea de vidrio que no interrumpe la continuidad del paisaje, y una mesa baja cubierta de libros —de temas políticos, novelas policiales, sobre fauna— y de unos adornos de madera que simulan aves. 

Rajneri tarda en bajar de su habitación. Lleva bermudas, una remera celeste, sandalias deportivas, su bastón. Propone ir al jardín. Dice que tiene una memoria privilegiada, que puede recordar hechos de 90 años atrás, “pero, como los viejos, quizás olvido qué desayuné”. 

Mis hijos me insisten en que escriba unas memorias. Por un lado, no creo tener una vida tan interesante y, por otro, tengo 97 años, tengo ya la sensación de lo efímero que me queda de vida y no me gustaría empezar algo y no terminarlo. 

El tono de este domingo es una cuerda más bien oscura. Las palabras caminan por esa zona ambigua en la que el humor se vuelve una savia amarga. 

Si no tuviera la memoria, mi vida sería muy parecida a la que es ahora. Podría buscar todo lo que necesito recordar a través de la tecnología. La sensación que tengo del avance tecnológico es que algún día un tipo va a tocar el botón equivocado y vamos a parar todos a la mierda. Tal vez podría evitarse la extinción de la especie si podemos emigrar antes a otros planetas. Pero si no, yo veo la posibilidad de que el mundo y los seres humanos desaparezcan. 

A veces le resulta difícil llenar el tiempo: “Leo los diarios, hago sudokus, veo alguna película de cine clásico, pero a veces los días son largos”, y a esta altura de la mañana ya leyó todos los diarios, incluido el que dirigió. Hubo tiempos en los que a esta casa venían políticos, candidatos, gobernadores, ministros, expresidentes. 

Querían tratar de tener la mejor relación posible conmigo para asegurarse, o creer más bien, que así tenían impunidad. El diario fue un sustituto del poder legislativo de la provincia, cumplió un rol. No te imaginás el poder que tuvo el diario. 

¿Sigue viniendo mucha gente? 

Muy poca, casi no me llaman por teléfono. De mis amigos amigos, me queda uno. Nos vemos a veces. El resto no, mis amigos están muertos, todos. 

Llegó a tener cuatro pumas en la chacra, antes del zoológico. Los alimentaba, les corría carreras, él en cuatriciclo. Durante muchos años jugó con Toti. Le llevaba las primeras uvas y cerezas de su chacra y se las intercambiaba por medias que Toti tenía en su jaula. El chimpancé entregaba la prenda, Rajneri la llenaba de fruta, Toti las vaciaba y volvía a pedir. 

Ahora hace un año que no va al zoológico. 

En el verano quizás vaya, pero con el frío, el viento, mis dificultades para caminar…. Y, además, en el fondo, la tristeza que me causan algunos animales que se han muerto. Eso me produce una pena enorme. Estuve muchos años con algunos de ellos. Por eso dejé de ir, para no recordar. 

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Domingo 29 de diciembre. 10:30. Bubalcó. El cielo es una masa hinchada de grises oscuros. Una tormenta pasajera descarga agua sobre la ruta que conduce al bioparque.  

Hay 15 autos en el estacionamiento. La mayoría son familias. Para las 11 se ofrece una visita guiada, pero todos van por la suya, aprovechando la mañana que todavía es fresca, bajo una sombra indecisa. 

En la jaula de Toti, a mitad del trayecto, después del parque de los loros, es donde más gente se congrega. Hay dos cuidadores junto al recinto, Romina y Jonás. Es el único lugar en el que hay dos cuidadores; es más bien el único lugar en el que hay cuidadores. Hablan con los visitantes, responden preguntas. Romina le da agua al chimpancé, unas nueces, le rasca un poco la espalda. El día anterior estuvo nervioso; les tiró tierra a algunos visitantes. 

En esta región, y sobre todo en esta época, cuando las nubes pueden convertirse en granizo, algunas chacras recurren a cañones antigranizo para proteger sus cosechas de un daño que puede resultar catastrófico. Técnicamente, producen una explosión con gas acetileno y así generan ondas de choque que inhiben la formación de hielo. Lo que se oye es como un disparo, una exhalación honda. Esta mañana las detonaciones resuenan desde algún lugar cercano e impreciso. Al primer cañonazo, Toti sube ágil, veloz, a una rama del árbol centenario que está en su recinto. Parece un reflejo instintivo: el miedo a un mundo que le es ajeno y que desde hace 34 años no sabe qué hacer con él. 

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Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

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Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico; es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario.
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Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Ha estado solo casi toda la vida y desconoce capítulos enteros de su propia especie.

Lunes 25 de noviembre de 2024. 13:30 horas. Isla 19 del río que atraviesa de oeste a este la provincia que lleva su nombre, Río Negro. Norte de la Patagonia argentina. 

En esta región conocida como Alto Valle, una estría verde en medio de la palidez árida de la estepa, se cultivan peras, manzanas, cerezas y uvas. Pero en este preciso lugar —Isla 19, entre chacras reverdecidas, a orillas del río y al final de un camino arduo y poco señalizado—, hay dos tigres, una cebra, antílopes, un gibón de manos blancas, un siamango, carayás, cacatúas, lemures, flamencos. Y un chimpancé. 

El lugar se llama Bubalcó, y este día, a esta hora, aquí solo se oye el canto de los pavos reales. Debe haber seres humanos en las 34 hectáreas que abarca el antiguo zoológico —ahora bioparque— que abrió en 2008. Julio Rajneri, exdirector del diario Río Negro, el más importante de la Patagonia, exlegislador, exministro de Educación de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático tras la más sangrienta de las dictaduras militares argentinas. Debe haber seres humanos, pero no se ven, no se oyen. El único sonido, que llega como una insistencia lastimera y cronometrada, es el canto de los 30 pavos reales que andan sueltos. El resto de los 500 animales que viven en la reserva guarda un silencio acechante. El efecto es perturbador: parece la escenografía de una época en extinción, un Jurassic Park justo antes de salirse de control. 

Durante el recorrido, que dura más de dos horas, se ven maras, antílopes, pavos sueltos, jaulas distanciadas unas de otras, vegetación autóctona. En la mitad del trayecto, después del llamado parque de los loros, recostado contra las rejas de su recinto, la espalda ancha, negra, en silencio, está Toti, el chimpancé. 

Las primeras atracciones de Bubalcó fueron las aves; después los tigres. Ahora, él. Pero no por las mismas razones; más bien por todo lo contrario. 

Toti se ve macizo, fuerte. Tiene un pelaje oscuro que escasea en partes de los brazos y de la espalda —consecuencia de haberlo perdido o habérselo arrancado por estrés—, algunas canas alrededor de la cara, la mirada perdida en algún punto impreciso. De pronto se levanta, se agarra de las rejas de su recinto, y trepa hasta el segundo nivel, a más de dos metros. Ahí le han dejado manzanas cortadas en cuartos. Se mete ocho cuartos entre los dientes y así, con la boca cargada de frutas y balanceándose con los brazos, llega hasta el árbol que está en el centro del recinto. Se ubica entre las ramas más bajas y come sentado, en silencio. 

Los chimpancés son los parientes vivos más cercanos al hombre y comparten un ancestro común que vivió hace unos 7 o 13 millones de años. Quedan entre 150 y 250 000 ejemplares en libertad. Suelen vivir 45 años, aunque en cautiverio pueden llegar a los 60. Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico. Los chimpancés, originarios de África central y acostumbrados a un clima húmedo y tropical, viven en comunidades —de 15 a más de 100 individuos—, que pueden deshacerse o combinarse con otras para buscar alimento, copular o descansar. Son animales altamente sociables que requieren del contacto y la interacción. Se reconocen en un espejo, tienen memoria fotográfica, de ubicación y social. Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Estuvo solo casi toda la vida. Desconoce capítulos enteros de su propia especie. 

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Toti es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario; el chimpancé “deprimido” y el “de la mirada más triste del mundo”, según los títulos de los diarios que siguieron su caso judicial desde que se inició, en 2013. 

Su caso es así: nació el 29 de agosto de 1990, en el zoológico, ubicado en la provincia de Buenos Aires, del controvertido Jorge Cutini, un hombre que “jugaba” con leones y dejaba que la gente se acercara temerariamente a los animales (terminó en tragedia cuando un oso le arrancó el brazo a un nene de 7 años, el 8 de octubre de 1988). Aunque la historia de Toti está narrada en varios expedientes judiciales, los datos sobre su origen son imprecisos. Incluso su nombre: primero lo llamaron Nahuel, pero inexplicablemente pasó a ser Toti. Unos cuentan que tras su nacimiento estuvo encerrado en un container junto a su madre, que ella murió de tuberculosis y que él fue trasladado a otro zoo, en Florencia Varela, en el conurbano bonaerense. Otros dicen que llegaron allí juntos, que la madre murió después, y que allí Toti fue aislado y criado en una “pequeña habitación”. En cualquiera de las dos versiones, queda huérfano con un año, cuando aún le faltan tres o cuatro más para el destete, y ocho para independizarse. Perdió así un periodo esencial de aprendizaje que “puede afectar la impronta específica (lo que complicaría su reconocimiento como miembro de su propia especie), los rituales sociales, la capacidad de apaciguamiento, la gestión de estímulos”, según el informe de la médica veterinaria María de la Paz Salinas, designada como perita en el caso judicial. En 2008, fue derivado al antiguo Zoo de Córdoba, ahora Bio Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la Argentina, en el centro del país. Allí convivió seis meses con otro chimpancé, Coco, que murió. También hay versiones distintas. Unas sostienen que Coco murió de viejo, otras que fue a causa de esa convivencia y de la exigente vitalidad de Toti. En ese zoológico, Toti permaneció cinco años en una jaula que daba a una ruidosa avenida. 

Lo que cuentan excuidadores que no quieren dar su nombre es que en ese lugar Toti recibía cigarrillos que le pasaban visitantes a través de los barrotes. Las organizaciones defensoras de animales comenzaron a protestar por su estado y las condiciones en las que estaba. 

La noche del 21 de diciembre del 2013 fue llevado a Bubalcó, a cambio de un tigre macho de dos años, que viajaba en sentido inverso. El canje se autorizó por la Municipalidad de Córdoba. A esa altura ya tenía 23 años, iba por su tercera mudanza, llevaba recorridos más de 2 400 kilómetros, y los dos únicos chimpancés que había conocido estaban muertos. 

Poco antes del traslado, Alejandra Juárez, mediante el Proyecto Gran Simio Argentina, presentó el primer habeas corpus para un chimpancé en Argentina con la idea de frenar el viaje. Se trata de un recurso legal que protege la libertad de una persona cuando esta es amenazada o restringida y que en Argentina se concedió por primera vez a un primate en 2014, para la orangutana Sandra, que estaba en el entonces Zoo de Buenos Aires, y también en 2016 para la chimpancé Cecilia, que se encontraba en Mendoza. Consideradas ambas desde entonces “Personas no humanas” fueron trasladadas a un zoo de Estados Unidos y a un santuario brasileño, respectivamente. Con Toti no hubo suerte: su derrotero judicial tomó otro camino. Tras el primer habeas corpus rechazado por una presentación fuera de término le siguieron dos más que interpuso la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA); ninguno prosperó: tenían errores formales. Después de tres rechazos, la primera jueza de la causa encontró en el amparo una figura más amplia: consideró que no solo estaba en juego la libertad de locomoción, sino que había otros derechos constitucionales comprometidos y objetos de protección, como el ambiente, la biodiversidad y la fauna en peligro de extinción. El proceso fue largo, hubo cambios de jueces, demoras, peritos que explicaban la situación de Toti sin haberlo visto nunca, diferencias entre los amparistas. Bajo la nueva figura, los demandantes consiguieron que la defensora de pobres y ausentes del Juzgado Núm. 10 de General Roca, Río Negro, María Belén Delucchi, lo representara. 

En 2022 se lanzó la campaña “Liberen a Toti”, organizada por Change.org, que ha reunido más de 165 000 firmas hasta ahora. En febrero de 2023, finalmente, la jueza de familia Ángela Sosa dictó una sentencia de primera instancia que estableció que fuera derivado a un centro o santuario para grandes primates: “Los daños resultarían irreparables de no adoptarse medidas urgentes para lograr la inserción de Toti en un medio en el que pueda interactuar con sus pares”. El fallo se fundamentó en el peritaje de la médica veterinaria Salinas que concluye que “Toti se encuentra en inminente riesgo” y que “sufre de un cuadro de ansiedad permanente, por la falta de socialización con otros de su especie”. En mayo del mismo año, el Superior Tribunal de Río Negro ratificó la sentencia. El 21 de diciembre, la orden quedó firme ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. 

Un centro o santuario es un espacio para animales que fueron sacados de su hábitat y que ya no podrían vivir en él. Siguen bajo cuidado humano (se les alimenta y se les atiende), pero ya no están en exhibición y viven con pares en un entorno que guarda algunas semejanzas con su lugar original. 

La veterinaria María de la Paz Salinas trabaja desde hace 34 años en su profesión, y tiene un doctorado en psiquiatría veterinaria en Francia. Fue nombrada perito en la causa en 2022, después de que los otros profesionales dispuestos para esa tarea fueran recusados por no haber visto a Toti. Salinas viajó desde Buenos Aires, donde vive, a Bubalcó. Pasó dos días analizando al chimpancé y el recinto. Elaboró el informe. Además de evaluar las condiciones físicas y el espacio en el que vive, escribió que “el caso de Toti presenta un desafío adicional ya que, a diferencia de los chimpancés ya trasladados (caso Cecilia del Zoo de Mendoza y los del Ecoparque de CABA), Toti nunca vivió con su propia especie, [...] y partiendo de su historia de vida, el riesgo de que padezca de trastornos de la socialización es de muy alta probabilidad”. 

Salinas lleva unas larguísimas y finas trenzas decoloradas que le cubren toda la cabeza. Es una mujer de opiniones contundentes, que parece oponerse tanto a los dueños de los zoos como a muchas de las asociaciones ambientalistas. De la causa, solo rescata la actitud de la jueza. Dice que el domingo 11 de septiembre de 2022, antes de iniciar su trabajo en Bubalcó, le habló a Toti: “No quiero complicar más tu vida”, le dijo. 

Hubiera sido muy terrible si me quedaba más tiempo con él porque ¿viste cuando te das cuenta de que alguien tiene potencial para otra cosa? Toti lo tiene —dice ahora, en una llamada—. Entonces me dio mucha culpa pensar en que se quede y me dio mucha culpa pensar en que se vaya. ¿Está mejor que antes? Sí. ¿Tiene todo lo que necesita? No. No tiene ni una soga en el árbol para trepar y jugar. Por otro lado, Toti nunca convivió con otros monos, y después de los 30 años los chimpancés pueden tener problemas cardiológicos. El traslado implica un riesgo severísimo porque hay que sedarlo y luego ver si se adapta al lugar que va. Pero toda movida tiene un costo y un beneficio y siempre hay que priorizar al animal. Entonces, pienso que hay situaciones en las que podemos hacer lo óptimo y hay situaciones en las que lo único que podemos hacer es mejorar el desastre que generamos. En el caso de Toti, con suerte y viento a favor, podríamos mejorar el desastre que generamos hace 34 años. Pero yo no tengo grandes expectativas y cada día que pasa tengo peores expectativas. 

El 25 de mayo de 2024, “un comité de especialistas designados por la Fundación Franz Weber y por el Instituto Jane Goodall” comienza las visitas técnicas para “evaluar la posibilidad de dar comienzo a un proceso de traslado”. El comité aclara que eso “no puede ocurrir en cualquier momento, bajo cualquier condición o a cualquier lugar. Es necesario tener en cuenta su edad, estado psicofísico y sus reales posibilidades de readaptación a un nuevo lugar”. Aún no hay una decisión. Mudar a un chimpancé cuesta más de 10 000 dólares y, de acuerdo con el fallo judicial, estará a cargo de quienes promovieron el amparo o de una de las dos fundaciones que integran el comité. 

Este lunes de noviembre de 2024, a más de una década de su llegada desde Córdoba, un año después de la sentencia firme, con 34 años vividos en cautiverio, casi todos en soledad, Toti sigue acá, en Bubalcó, en el filo entre una época que celebraba los zoológicos y otra que los condena como símbolo de encierro y explotación, en el núcleo inflamable de una duda de alta complejidad: hay riesgo si se queda, hay riesgo si se va. En un limbo.  

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Domingo 1 de diciembre. 11:00 horas. Alerta por vientos fuertes con ráfagas de hasta 80 kilómetros por hora. Sobre la ruta hay ramas que se desprenden de los álamos. Aunque las chacras están verdes, con árboles cargados de peras y manzanas, el paisaje se vuelve lúgubre, vuelan hojas, tierra, como si una fiera descomunal estuviera revolcándose. 

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Cerca de Bubalcó, al final de un camino más enrevesado que el que lleva al zoológico, con tramos asfaltados y otros de ripio, vive el dueño de estas y de aquellas 34 hectáreas del ahora bioparque. Su nombre es Julio Rajneri, le dicen Bubi, tiene 97 años. Prácticamente no sale de la casa de la chacra, una vivienda de imponentes ventanales de doble altura, que dan a un extenso jardín verde y a un brazo del río, el mismo que bordea Bubalcó unos pocos kilómetros más allá.  

Rajneri está sentado a uno de los lados de una mesa larga, las manos apoyadas sobre un bastón. Usa pantalón gris, una remera deportiva azul, zapatillas. Lleva casi 10 años alejado del periódico que dirigió por más de cuatro décadas. Dejó el cargo el 9 de septiembre de 2015, tres años después de que el diario Río Negro, fundado en 1912 por su padre, cumpliera 100 años. La compleja sucesión familiar que devino y la crisis de la industria periodística forman parte de un capítulo que él dice haber cerrado, el broche opaco de una época de poder e influencia que lo tuvo en la cúspide, y que le valió premios como el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, en 1987, por su defensa de los derechos humanos durante la última dictadura militar. En ese momento, Rajneri integró la Comisión que reunió las denuncias por desapariciones, torturas y sustracción de menores en su región. Al diario que dirigía se le reconoce ser uno de los pocos del país que publicó y denunció las desapariciones forzadas en ese periodo; también haber sido una de las voces críticas al desembarco argentino en las islas Malvinas, en 1982, y más tarde, investigar y publicar hechos de corrupción en las dos provincias en la que tuvo influencia, Río Negro y Neuquén. De todo lo que hizo, dice, los 42 años en la dirección de ese medio representan la parte “más importante” de su vida. “Tenía una sensación clara de que yo tenía poder, pero jamás lo utilicé para nada que no fuera el interés general. Nunca pedí nada”. 

Abogado y periodista, Rajneri también fue candidato frustrado a gobernador, dueño de una empresa de televisión por cable que se vendió antes de la devaluación monetaria de 2001, de la que obtuvo el dinero para construir el zoológico. Tuvo dos matrimonios. Tiene dos hijos, en uno de ellos, su hija mujer, ha delegado la dirección del zoológico. Prácticamente no sale de esta casa, excepto una vez al mes para ir a cortarse el pelo y comprar libros en la ciudad en la que nació, General Roca, a 26 kilómetros. 

Desde el living-comedor donde está ahora, un lugar despojado, con paredes de un amarillo pálido, se ven dos jaulas blancas. Fueron el principio de todo. 

Tenía solo pájaros. Los tenía allá, ¿ves?, en esa jaula. Ahora está vacía. Si mirás al otro lado, en el borde del río, hay otra. Inicialmente empecé por buscar un lugar lindo donde tener a los animales. Después apareció la posibilidad de hacer un aviario en el brazo del río con un arquitecto muy imaginativo que me hizo el proyecto y me entusiasmé. Una vez construido, surgió la idea del zoológico, de sumar animales. ¿Cómo tener un lugar así, con ese valor monetario y simbólico, exclusivamente para disfrute de mi familia? Me pareció que era egoísmo y lo abrimos al público. 

La relación entre su apodo (Bubi) y el nombre del zoo (Bubalcó) parece obvia, pero él la niega, como acostumbrado a responder lo mismo desde hace años. Dice que no tiene nada que ver, que es casualidad. De todos modos, prefiere mantener en secreto el origen. Solamente dirá que era el nombre de un animal.  

Para cuando llegó Toti, en 2013, ya había una enorme colección de pájaros, tigres, una cebra, pumas. Toti es el único de los 700 animales que había entonces y de los 500 que hay ahora, por el que existen una causa judicial y una sentencia firme. En las jaulas más cercanas a la de Toti están Boris (un siamango, originario de la región de Malasia, el norte de Tailandia y Sumatra), y Tobías (un gibón de manos blancas, proveniente de selvas tropicales). También están solos en sus recintos, pero no hay reclamos por ellos. Ni por los tigres, ni por la cebra. 

Los chimpancés, que comparten el 98.8% del ADN con los seres humanos, son quizá una de las principales razones del pasaje del antropocentrismo, que considera al hombre como medida de todas las cosas, al sensocentrismo, que pone en foco la capacidad de sentir (hambre, frío, dolor, calor, etc.) y que se expandió en los fallos de la Corte a favor de los grandes simios. Ellos son un eslabón esencial en el cambio de paradigma alrededor de los zoológicos, un cambio que va más allá de la tranquilizadora metamorfosis semántica que los convierte en ecoparque, reserva, bioparque, y que pone su concepto victoriano (la exhibición de animales en jaulas) a un paso de desaparecer. 

Es una linda batalla —dice Rajneri—. No siempre es agradable. Las deformaciones te hacen parecer una especie de capo de mafia que tiene un zoológico. Pero ahí hay una discusión de fondo que es, para mí, una batalla que vale la pena librar. Las organizaciones no gubernamentales que en la Argentina están militando en casos similares al de Toti, se dividen básicamente en dos: por un lado, grupos ligados a una entidad brasileña que colecciona chimpancés y que es dudosa, y por el otro, entidades como la Fundación Jane Goodall, inobjetables, que luchan por mejores condiciones para la especie. En el primer caso, se trata de un grupo que está en Sorocaba, que es propiedad de un microbiólogo cubano (Pedro Ynterian) que tiene una cadena de laboratorios y de farmacias en Brasil. Tiene la mayor colección de chimpancés en cautividad del mundo. El segundo grupo son las entidades que responden a una concepción contraria a la existencia de zoológicos en el mundo, con argumentos que yo creo que son rebatibles, que me parece que son el meollo del problema y que es el lugar donde debería librarse la batalla. 

Para Rajneri, el meollo es este: 

Los chimpancés están en riesgo de extinción. Están severamente afectados en muchos lugares y en otros ya han desaparecido. Pero no están en riesgo en los zoológicos; están en riesgo en libertad y en sus lugares de origen. Es decir, cuando las entidades piden que los chimpancés vuelvan a su lugar de origen, están incitando, en definitiva, a llevarlos a los lugares donde se están extinguiendo. De manera que la idea de las entidades de obtener la libertad y devolverlos a su lugar de origen es una falacia. Si se hiciera eso, los monos desaparecerían. En 20 o 30 años se calcula que no va a quedar ningún gran simio, entre los cuales se incluyen los gorilas, los orangutanes y los chimpancés. No va a quedar ninguno en la naturaleza. Van a quedar solamente en los zoológicos. La lucha puede estar bien inspirada, pero está básicamente equivocada. 

Lo dice con voz pausada, pero firme. No rehúye del debate que generan los zoológicos, pero está convencido de que la razón está de su lado. 

Desde luego que no es agradable ser objeto de críticas que defienden principios que uno cree estar defendiendo. En definitiva, yo soy un conservacionista y coincido con la mayor parte de las personas que luchan en el mundo por preservar a los animales. Pero creo que se oculta la verdadera causa del problema, que es el crecimiento de la población mundial. En Indonesia, por ejemplo, están exterminando a los orangutanes porque los privan de sus bosques para plantar una palma que produce aceite. Los indonesios tienen que elegir entre defender a los orangutanes o privilegiar la situación de sus pobres que necesitan tierras para producir aceite. Ese es el dilema que enfrenta el mundo. Es imposible que el mundo sobreviva con una población sin límites. Y desde luego, las primeras víctimas son los animales salvajes. 

Desde 2014 y hasta 2023 hubo protestas en la puerta del zoológico y del periódico que dirigía. Los manifestantes pedían la liberación de Toti, con carteles que apuntaban directamente a él: “Senor Julio Rajneri. Un siglo fue suficiente. No más zoológicos”. Después llegaron artículos en diarios y revistas de todo el país, encabezados todos por la premisa “Liberen a Toti, el chimpancé de la mirada más triste”. No las desestima, pero cree que es un pedido tan bienintencionado como “imposible”. 

Los animales nacidos en cautividad no pueden ser devueltos a la naturaleza. No sabrían qué hacer. Si a Toti lo soltaran en el Congo o en Costa de Marfil, moriría de hambre porque no sabría alimentarse. Por otra parte, no se busca su liberación sino su traslado a otro centro, supuestamente de mejores condiciones, donde se lo mantendría en cautividad. El problema más grande, que es la mayor objeción de las organizaciones que defienden la libertad de los chimpancés, es que por naturaleza son seres gregarios y que la soledad no es aconsejable. La objeción es cierta, pero también es cierto que Toti nunca vivió en compañía, salvo un breve periodo con un mono viejo en Córdoba que murió al poco tiempo. Y se llevaban mal. Así que el argumento relativo a la cuestión de la soledad del mono es cierto, pero es difícil que a esta altura de su vida se pueda adaptar a vivir en compañía. 

La “mayor objeción” a la que se refiere Rajneri le llegó en forma de carta, firmada por la etóloga inglesa, conservacionista y activista Jane Goodall, fundadora del Instituto Jane Goodall y Mensajera de la Paz de la ONU. De todos los argumentos y voces que se oponen a la presencia de Toti en Bubalcó, es la única que considera inobjetable. Pero aún así, la rebate. Fechada el 31 de julio de 2022, en Kigoma, República Unida de Tanzania, la carta de Goodall dice: 

Los chimpancés son seres extremadamente sociales. Para Toti, estar solo, sin nadie a quien acicalar o con quien simplemente pasar el rato es una forma de tortura. Ningún chimpancé debe estar confinado, solo. Toti debe ser enviado a un Centro especializado para la rehabilitación de grandes simios donde pueda integrarse gradualmente en un grupo. Me preocupa mucho que continúe permaneciendo aislado, en un entorno tan árido. Espero que, al menos, se le proporcione mucho enriquecimiento. 

La palabra enriquecimiento, que se repite en fallos, en boca de cuidadores, de ambientalistas, se refiere a todo lo que pueden hacer los humanos para mejorar la calidad de vida de los animales en cautiverio. Rajneri publicó una carta en respuesta a Goodall en el diario La Nación. Le agradeció “profundamente la preocupación por el bienestar de Toti”, y admitió la soledad del simio: 

Desde su incorporación a Bubalcó, hemos tratado de conseguir miembros de su misma especie. Fuimos candidatos —en nuestra opinión injustamente relegados— a la incorporación de la chimpancé Cecilia, de Mendoza. Nos presentamos ante las autoridades de CABA (Ciudad de Buenos Aires) para optar por el traslado de su chimpancé hembra, lamentablemente fallecida. Y hemos estado abiertos a cualquier posibilidad proveniente del exterior. En tal sentido, nos permitimos pedir su valiosa colaboración. Consideramos que ninguna persona en el mundo está en mejores condiciones para saber dónde existen una o más compañeras para Toti, que estén disponibles. Nosotros estableceríamos el contacto y nos haríamos cargo de todos los gastos inherentes a su traslado. 

Después de eso, no hubo más cartas. 

Los otros dos chimpancés que quedan en Argentina son Tomy y Johnny. Tommy está en el antiguo Jardín Zoológico y Botánico de La Plata, bioparque desde enero de 1980, cuando llegó por un “canje de animales” con el Circo Tihany. El zoo entregó un oso pardo y un tigre de Bengala y recibió un chimpancé de tres años y medio. Ahora tiene 47. Johnny es aún mayor: tiene 52 y vive en el zoo de Luján, que no cambió de nombre, pero fue clausurado en 2020 por maltrato animal. Johnny aguarda una decisión judicial para saber si podrá ir a un santuario. Como en el caso de Toti, hay opiniones divididas. Desde Tchimpounga, Congo, la doctora española Rebeca Atencia, a quien se considera la heredera de la primatóloga Jane Goodall y que dirige un santuario, afirmó: “Sinceramente, por los videos y las imágenes que veo, Jhonny está totalmente humanizado. Se percibe claramente el fuerte vínculo que tiene con quien lo cuida. A esta edad y con la contención afectiva que tiene, yo no lo movería de Luján”. 

Otras vidas complicadas. Otros limbos. 

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Domingo 1 de diciembre. 14 horas. Hay nueve autos en el estacionamiento, pero en la entrada del bioparque no se ve a nadie. La boletería y los molinillos de ingreso lucen desiertos. Aunque con un riego por aspersión que cada mañana se enciende, el paisaje dentro de la reserva es más bien agreste. Cerca del curso del río y de algunos recintos hay árboles altos que dan sombra a los animales y también a las mesitas y sillas de madera distribuidas para que los visitantes descansen. 

En 2008, el año en que abrió, Bubalcó tuvo 100 000 visitantes. El promedio de los últimos cinco años, sin contar 2020, cuando estuvo cerrado por la pandemia, es de 28 000. Paula Rajneri, hija de Julio y la directora del parque, dice que para que sea rentable debería haber 5 000 visitas al mes, 60 000 al año. A razón de 17 dólares cada entrada, la cuenta daría un ingreso mensual de 85 000 dólares, y al cabo de 12 meses de un millón. 

Paula Rajneri tiene 32 años y vive en la casa de la chacra, adonde se mudó hace un año para cuidar de su padre y hacerse cargo del parque. Nació en Buenos Aires y se crió entre aquella ciudad y este lugar. Estudió en el liceo francés de la capital argentina y se formó como licenciada en Comunicación Social en la exclusiva universidad San Andrés. Desde que su padre dejó la dirección de Bubalcó en sus manos, ha decidido transformarlo en una fundación y orientarlo “a los animales autóctonos, pero seguir con los pilares originarios que tienen que ver con la conservación, con la investigación y con la educación”, dice. 

Lleva el pelo recogido sin mucho cuidado, usa jeans, una remera negra, zapatillas. Desde chica convivió con el proyecto del zoo. Conoce a todos los animales, los llama por su nombre, los visita cada día. Casi nunca va a la ciudad. 

A Toti, dice Paula, no le gusta el viento, así que después de entrar a la reserva pasa por el bar y pide un licuado natural de frutas para llevarle. “Es un mimo”. 

La información oficial dice que la jaula de Toti “tiene un sector de aire libre de 314 metros cuadrado por 10 metros de altura, un dormitorio, de 16 metros cuadrados (sector privado, sin ojo del público, disponible todo el día) y un patio de invierno de 50 metros cuadrados. El recinto cuenta con una visión periférica de 360 grados. Los espacios cerrados (patio de invierno y dormitorio) tienen calefacción y aire acondicionado. El espacio abierto tiene un sauce centenario, árbol alrededor del cual se construyó el hogar de Toti”. Paula dice que es el primer árbol que Toti conoció en su vida, que le costó varios años aprender a usarlo y que aún no se anima a las partes más altas. 

Hoy hay una familia mirando a Toti, detrás de un cerco de madera dispuesto para que haya distancia. La cuidadora le ofrece el licuado. Él lo toma desde el otro lado de la reja, con un sorbete. Parece disfrutar. La escena provoca grititos de entusiasmo en la familia.  

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Viernes 6 de diciembre de 2024. 11:00. Antiguo zoológico de la ciudad de Buenos Aires. Un día húmedo, nublado. 

El lugar fue reconvertido en ecoparque en 2016, tras años de presión de organizaciones ambientalistas y de protestas por Winner, el oso polar que fue hallado muerto el 26 de diciembre de 2012, luego de una jornada de 40 grados y una noche de pirotecnia por los festejos de Navidad. Aquí vivía la orangutana Sandra, que fue trasladada al Centro de Grandes Simios que funciona en la Florida, Estados Unidos, donde convive con 52 orangutanes y chimpancés rescatados de la industrias del entretenimiento —que participaron en películas o series—, de laboratorios experimentales de medicina, y del mascotismo, como Bubbles que era de Michael Jackson. 

Del antiguo zoológico de Buenos Aires, inaugurado en 1875 y que ocupa 18 hectáreas de un barrio elegante, queda casi todo en pie: el recorrido, las estructuras, incluso algunos de los animales exóticos que por la edad no pudieron ser reubicados: un mandril, una elefanta, dos jirafas, dos hipopótamos y un dromedario. 

El efecto es desconcertante: la promesa tranquilizadora de un parque ecológico, con sus plantas y sus animales autóctonos, junto a los vestigios de un pasado en suspenso; el bálsamo moderno junto a la idea de los zoológicos como geriátricos, lugares quizá destinados a desaparecer cuando muera el último animal silvestre. 

Cuando se construyó, el entonces director decidió que los animales debían ser alojados en edificios que reflejasen sus países de origen: un templo hindú para los elefantes asiáticos, una estructura estilo islámico para las jirafas, una pagoda china para el panda rojo. El Pabellón de las Fieras, edificado en 1900 para albergar grandes felinos, es un edificio de inspiración renacentista, réplica del que existe en el Zoológico de Breslavia, en Polonia. Tiene 2 600 metros cuadrados, entre la parte que está a nivel del suelo y la parte inferior, donde funcionaba el área de manejo de los animales y la cocina. Ahora, en el edificio renacentista, reconvertido y pintado de blanco, hay mesas y sillas, una barra larga y un pizarrón que anuncia especialidades gourmet. Se pueden tomar mojitos, licuados y café; se pueden comer crepes, ensaladas y tortas, sentado en el interior de una jaula mirando a los visitantes del Ecoparque. 

Puede ser una metáfora, pero resulta un cliché. 

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16 de diciembre. 9:35. Río Negro. Bubalcó. Algunas nubes en el cielo. La temperatura amenaza con trepar hasta los 32 grados. 

El parque abre a las 10:00, así que hay que ingresar por otra puerta, donde funcionan las oficinas administrativas, la cocina, un galpón, y una serie de recintos donde los veterinarios atienden a los animales. Aquí llegan los que la gente suele tener como mascotas, aunque no lo son (tortugas, loros y algunos monos caí), pero también los heridos, como un águila que fue atropellada, un choique lastimado, o un chulengo (la cría del guanaco) que quedó huérfano y fue traído por personal de Fauna de la provincia. Todos animales autóctonos. 

Romina, la cuidadora de Toti (a pedido de los responsables de Bubalcó, el apellido se mantiene en reserva para “no exponerla a recibir agresiones”) sale de la cocina con un bowl lleno de fruta cortada. Va a alimentar a los lemures y luego pasará varias horas con Toti, en tareas de enriquecimiento. 

Romina llegó al zoo hace tiempo, pero desde hace un año está dedicada especialmente al chimpancé. Es bailarina y profesora de malambo, una danza folclórica argentina, pero fue asignada a esta tarea “por la conexión que estableció con Toti”. Su rutina diaria incluye llevarle “una mamadera —biberón— con un té calentito” y un balde de frutas frescas por la mañana; luego el menú que le toque en la tarde, y jugar con él. Está orgullosa de haberle enseñado, por ejemplo, a sonarse la nariz, a que tolere mejor el momento de limpieza de su dormitorio y, sobre todo, a que haya dejado de sentirse amenazado por los niños. Al principio mostraba muy poca tolerancia al ruido y a los más chicos; cuando veía grupos les tiraba tierra, se ponía nervioso. “Hoy en día lo hace, pero muchísimo menos, muy poquito”, dice Romina. 

Enumera: le gustan las nueces pecán que crecen en el árbol junto a su recinto, el bife bien cocido (“si está jugoso lo devuelve”); no le gusta que alguien la abrace (“se pone celoso, les tira tierra”) ni la parte negra de la banana (“la tengo que quitar, sino no la come”) ni perder (“jugamos a correr y si yo corro fuerte, se enoja. Digamos que es mal perdedor”). Lo llama “mi Negro”, le habla, le toca la espalda, lo mima. 

Paula Rajneri viste como todos los que trabajan en el parque: pantalón cargo, remera, zapatillas de trekking. Lleva un handy en la mano. No hay señal para los móviles en este lugar. 

Entiendo que haya gente a la que no le gusten los zoológicos. Todo esto hoy no es lindo de ver. No es un show. La gente se puede ir de acá con angustia y no me parece mal, siempre y cuando sepan el trabajo que se hace. A mí conceptualmente tampoco me gusta, pero cuando uno está acá sabe por qué existe y sabe con lo que está contribuyendo. La gente tiene que saber cómo funciona el rubro, cuál es el problema, porque los animales no están acá por gusto, están por cómo nos relacionamos con el medio ambiente. Y el trabajo que hacemos es valioso. Somos un parque zoológico, todos los espacios que trabajan animales bajo cuidado humano son, por definición jurídica, espacios zoológicos. Bioparque, ecoparque, todos son lo mismo. Yo a Bubalcó le digo parque porque obviamente el zoológico en Argentina tiene una connotación muy negativa, entonces un poco hay que adaptarse. 

Parece pertenecer a dos mundos: al del zoológico que montó su padre, y al bioparque destinado a atender animales autóctonos. 

Ahora hay un montón de especies que están prohibidas, como los exóticos. Incluso hay limitaciones entre el norte y el sur del país. A eso hay que sumarle la presión de la opinión pública que, con buena intención, pero fundamentalmente desinformada, empujó a que todos los lugares quieran deshacerse de los animales que traen problemas. El chimpancé hoy, para cualquier espacio como el nuestro, es un problema, un ojo de tormenta. Los cambios que se dieron en relación con los zoológicos fueron graduales, pero de repente estaba todo mal. Y se siente frustración porque la voz más fuerte es la de las personas que no trabajan en este rubro. Todo ese movimiento que contiene una base que es hermosa, que es el amor por los animales y el deseo de cuidarlos, necesita estar bien informado para dirigir bien la fuerza hacia la conservación. 

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18 de diciembre de 2024. 18:00 horas. Videollamada. 

Julia Busqueta es una de las representantes del movimiento Liberen a Toti. Es abogada. Desde 2016 forma parte de la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (Afada). Tiene 44 años. Vive a unos 30 kilómetros de Bubalcó, en la ciudad de Neuquén. Dice que va tantas veces como puede a ver a Toti. Estuvo en el parque el último 29 de agosto para acompañar al chimpancé en su cumpleaños. 

Julia tiene un tono enérgico. Lleva el pelo recogido, acaba de llegar de una clase de pilates y habla desde su oficina en la capital de la provincia de Neuquén. Se entusiasma enumerando todo lo que hacen junto a un grupo de mujeres que trabaja por los derechos de los animales. Se emociona cuando cuenta la reacción de una alumna de uno de los jardines de infantes que visitó hace poco para narrar la historia de Toti. 

Hacemos como un cuentito, les decimos que cuando nació estaba con su mamá, pero que siempre estuvo encerrado; que estuvo un tiempo con un amigo, pero que después siempre estuvo solo, con mucho frío. Vamos poniendo imágenes, dibujos, para que vean que se aburre mucho, que los chimpancés viven en un clima tropical y que acá sabemos que hace mucho frío. Después de que conté la historia, una nena vino, me agarró del brazo y me dijo: ʻVamos al zoológico a buscarlo, ahoraʼ. 

Habla rápido, pasa de la justicia a la educación y de ahí a la necesidad de movilizar a través del arte. 

Esta es una transformación social y cultural. Por eso visitamos escuelas, pintamos murales, hacemos charlas, repartimos stickers que dicen ʻLiberen a Totiʼ, que adopten animales. Tratamos de concientizar con cosas lindas y se recibe mucho amor, mucha energía. 

Afada es la ONG que inició la presentación judicial para pedir la liberación de Toti y su traslado a un santuario. 

Desde el año 2017, nosotras intentamos primero buscar el diálogo con las personas de Bubalcó; mandamos una carta documento, les pedimos abrir el diálogo para conciliar o buscar una salida para Toti, pero nunca recibimos ninguna respuesta y no nos quedó otra que la vía judicial. 

Julia tiene el mismo grado de vehemencia para explicar la difusión de la causa Toti, que para subrayar cuánto aborrece los zoológicos. 

Son lugares de explotación, de opresión, de cosificación. Son verdaderas cárceles y representan una de las tantas, pero no la única, maneras en que los humanos explotamos despiadadamente. A mí me duele tanto que siempre pienso: ¿cómo nunca lo vimos? ¿por qué, como humanidad, como sociedad, querríamos ver a un ser encerrado, padeciendo, sin ninguna de sus necesidades básicas satisfechas? Y son zoológicos disfrazados de reserva porque están llenos de un discurso de conservación, de educación, cuando en esos lugares no puede surgir nada bueno. Son lugares de tortura legalizados y sobre todo de una explotación enorme porque esto mueve millones. Es algo digno de un estudio sociológico porque las personas que fomentan o tienen estos lugares son personas que tienen mucho poder adquisitivo, que no saben qué hacer con su vida y entonces oprimen a los demás y tienen un goce horrendo a partir de la tortura, cosificación y explotación de seres vulnerables. 

¿Esperás que Toti finalmente sea trasladado? 

Yo siempre digo: después de 34 años oprimido, así sean cinco minutos de vida digna, todo valió la pena. Que pueda ver las estrellas, que pueda ver el sol, que pueda relacionarse y tocar otra piel, eso le da sentido a todo porque ¿con qué derecho nos creemos merecedores de haberle arrebatado su dignidad? Aunque sean 5, 10 minutos o 20 años, ojalá que tenga ese derecho. 

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Alejandra Juárez es la mujer que presentó el primer habeas corpus en Argentina por un chimpancé. Fue en 2013, por Toti, y no tuvo suerte. Trabajó muchos años en el zoológico de Córdoba y ahora dirige una reserva de monos carayá en las sierras de su provincia. Fue también la primera en cuestionar el traslado de Toti de Córdoba a Río Negro: visitaba a Toti todas las semanas, jugaba con él. En un intercambio de mensajes de WhatsApp, dice que el recinto actual de Toti es el más grande que existe en el país, pero advierte que tiene reservas: con la causa judicial, con el peritaje, con la concepción de los proteccionistas, con la soledad de Toti, con los que atacan los zoológicos. “Soy amada y odiada por mis opiniones”. Por ejemplo, estas: “Antes estaba desesperada, quería que Toti se fuera al santuario de Brasil. Por supuesto que estaría bien ahí. Pero hoy, mi posición sería buscar especialistas en chimpancés para que el propio Toti decida qué quiere”; “Hay chimpancés que están mal, que son considerados sobras en países cercanos y que podrían venir a acompañar a Toti. Si la justicia dictaminara eso, nadie podría oponerse”; “No hay que pensar mal de los zoológicos. En Europa, en Estados Unidos, son lugares prestigiosos, han evolucionado, han crecido. Argentina es el único lugar del mundo en el que se cometió la aberración de cerrarlos y se trasladaron animales a seudosantuarios o parques de diversiones, donde murieron a los dos días”; “Toti físicamente no está mal, de espacio no está mal. El único problema es que está solo, que necesita compañía”; “Para que se tomen buenas decisiones, los proteccionistas que no saben de este tema tienen que mantenerse al margen. Tienen que opinar los especialistas en primates”. 

Nadie parece completamente de acuerdo con nadie. Todos se arrogan la razón. Conservacionistas. Proteccionistas. A favor de los zoológicos, en contra. En el medio, Toti, el chimpancé que está solo y espera. 

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Domingo 22 de diciembre. 10:30 de la mañana. Casa de la chacra. Es un día diáfano, de 28 grados, el cielo se ve celeste, sin mácula. 

La casa tiene varias escaleras, tres niveles. En el living hay una chimenea de vidrio que no interrumpe la continuidad del paisaje, y una mesa baja cubierta de libros —de temas políticos, novelas policiales, sobre fauna— y de unos adornos de madera que simulan aves. 

Rajneri tarda en bajar de su habitación. Lleva bermudas, una remera celeste, sandalias deportivas, su bastón. Propone ir al jardín. Dice que tiene una memoria privilegiada, que puede recordar hechos de 90 años atrás, “pero, como los viejos, quizás olvido qué desayuné”. 

Mis hijos me insisten en que escriba unas memorias. Por un lado, no creo tener una vida tan interesante y, por otro, tengo 97 años, tengo ya la sensación de lo efímero que me queda de vida y no me gustaría empezar algo y no terminarlo. 

El tono de este domingo es una cuerda más bien oscura. Las palabras caminan por esa zona ambigua en la que el humor se vuelve una savia amarga. 

Si no tuviera la memoria, mi vida sería muy parecida a la que es ahora. Podría buscar todo lo que necesito recordar a través de la tecnología. La sensación que tengo del avance tecnológico es que algún día un tipo va a tocar el botón equivocado y vamos a parar todos a la mierda. Tal vez podría evitarse la extinción de la especie si podemos emigrar antes a otros planetas. Pero si no, yo veo la posibilidad de que el mundo y los seres humanos desaparezcan. 

A veces le resulta difícil llenar el tiempo: “Leo los diarios, hago sudokus, veo alguna película de cine clásico, pero a veces los días son largos”, y a esta altura de la mañana ya leyó todos los diarios, incluido el que dirigió. Hubo tiempos en los que a esta casa venían políticos, candidatos, gobernadores, ministros, expresidentes. 

Querían tratar de tener la mejor relación posible conmigo para asegurarse, o creer más bien, que así tenían impunidad. El diario fue un sustituto del poder legislativo de la provincia, cumplió un rol. No te imaginás el poder que tuvo el diario. 

¿Sigue viniendo mucha gente? 

Muy poca, casi no me llaman por teléfono. De mis amigos amigos, me queda uno. Nos vemos a veces. El resto no, mis amigos están muertos, todos. 

Llegó a tener cuatro pumas en la chacra, antes del zoológico. Los alimentaba, les corría carreras, él en cuatriciclo. Durante muchos años jugó con Toti. Le llevaba las primeras uvas y cerezas de su chacra y se las intercambiaba por medias que Toti tenía en su jaula. El chimpancé entregaba la prenda, Rajneri la llenaba de fruta, Toti las vaciaba y volvía a pedir. 

Ahora hace un año que no va al zoológico. 

En el verano quizás vaya, pero con el frío, el viento, mis dificultades para caminar…. Y, además, en el fondo, la tristeza que me causan algunos animales que se han muerto. Eso me produce una pena enorme. Estuve muchos años con algunos de ellos. Por eso dejé de ir, para no recordar. 

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Domingo 29 de diciembre. 10:30. Bubalcó. El cielo es una masa hinchada de grises oscuros. Una tormenta pasajera descarga agua sobre la ruta que conduce al bioparque.  

Hay 15 autos en el estacionamiento. La mayoría son familias. Para las 11 se ofrece una visita guiada, pero todos van por la suya, aprovechando la mañana que todavía es fresca, bajo una sombra indecisa. 

En la jaula de Toti, a mitad del trayecto, después del parque de los loros, es donde más gente se congrega. Hay dos cuidadores junto al recinto, Romina y Jonás. Es el único lugar en el que hay dos cuidadores; es más bien el único lugar en el que hay cuidadores. Hablan con los visitantes, responden preguntas. Romina le da agua al chimpancé, unas nueces, le rasca un poco la espalda. El día anterior estuvo nervioso; les tiró tierra a algunos visitantes. 

En esta región, y sobre todo en esta época, cuando las nubes pueden convertirse en granizo, algunas chacras recurren a cañones antigranizo para proteger sus cosechas de un daño que puede resultar catastrófico. Técnicamente, producen una explosión con gas acetileno y así generan ondas de choque que inhiben la formación de hielo. Lo que se oye es como un disparo, una exhalación honda. Esta mañana las detonaciones resuenan desde algún lugar cercano e impreciso. Al primer cañonazo, Toti sube ágil, veloz, a una rama del árbol centenario que está en su recinto. Parece un reflejo instintivo: el miedo a un mundo que le es ajeno y que desde hace 34 años no sabe qué hacer con él. 

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Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

05
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02
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25
2025
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Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Ha estado solo casi toda la vida y desconoce capítulos enteros de su propia especie.

Lunes 25 de noviembre de 2024. 13:30 horas. Isla 19 del río que atraviesa de oeste a este la provincia que lleva su nombre, Río Negro. Norte de la Patagonia argentina. 

En esta región conocida como Alto Valle, una estría verde en medio de la palidez árida de la estepa, se cultivan peras, manzanas, cerezas y uvas. Pero en este preciso lugar —Isla 19, entre chacras reverdecidas, a orillas del río y al final de un camino arduo y poco señalizado—, hay dos tigres, una cebra, antílopes, un gibón de manos blancas, un siamango, carayás, cacatúas, lemures, flamencos. Y un chimpancé. 

El lugar se llama Bubalcó, y este día, a esta hora, aquí solo se oye el canto de los pavos reales. Debe haber seres humanos en las 34 hectáreas que abarca el antiguo zoológico —ahora bioparque— que abrió en 2008. Julio Rajneri, exdirector del diario Río Negro, el más importante de la Patagonia, exlegislador, exministro de Educación de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático tras la más sangrienta de las dictaduras militares argentinas. Debe haber seres humanos, pero no se ven, no se oyen. El único sonido, que llega como una insistencia lastimera y cronometrada, es el canto de los 30 pavos reales que andan sueltos. El resto de los 500 animales que viven en la reserva guarda un silencio acechante. El efecto es perturbador: parece la escenografía de una época en extinción, un Jurassic Park justo antes de salirse de control. 

Durante el recorrido, que dura más de dos horas, se ven maras, antílopes, pavos sueltos, jaulas distanciadas unas de otras, vegetación autóctona. En la mitad del trayecto, después del llamado parque de los loros, recostado contra las rejas de su recinto, la espalda ancha, negra, en silencio, está Toti, el chimpancé. 

Las primeras atracciones de Bubalcó fueron las aves; después los tigres. Ahora, él. Pero no por las mismas razones; más bien por todo lo contrario. 

Toti se ve macizo, fuerte. Tiene un pelaje oscuro que escasea en partes de los brazos y de la espalda —consecuencia de haberlo perdido o habérselo arrancado por estrés—, algunas canas alrededor de la cara, la mirada perdida en algún punto impreciso. De pronto se levanta, se agarra de las rejas de su recinto, y trepa hasta el segundo nivel, a más de dos metros. Ahí le han dejado manzanas cortadas en cuartos. Se mete ocho cuartos entre los dientes y así, con la boca cargada de frutas y balanceándose con los brazos, llega hasta el árbol que está en el centro del recinto. Se ubica entre las ramas más bajas y come sentado, en silencio. 

Los chimpancés son los parientes vivos más cercanos al hombre y comparten un ancestro común que vivió hace unos 7 o 13 millones de años. Quedan entre 150 y 250 000 ejemplares en libertad. Suelen vivir 45 años, aunque en cautiverio pueden llegar a los 60. Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico. Los chimpancés, originarios de África central y acostumbrados a un clima húmedo y tropical, viven en comunidades —de 15 a más de 100 individuos—, que pueden deshacerse o combinarse con otras para buscar alimento, copular o descansar. Son animales altamente sociables que requieren del contacto y la interacción. Se reconocen en un espejo, tienen memoria fotográfica, de ubicación y social. Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Estuvo solo casi toda la vida. Desconoce capítulos enteros de su propia especie. 

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Toti es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario; el chimpancé “deprimido” y el “de la mirada más triste del mundo”, según los títulos de los diarios que siguieron su caso judicial desde que se inició, en 2013. 

Su caso es así: nació el 29 de agosto de 1990, en el zoológico, ubicado en la provincia de Buenos Aires, del controvertido Jorge Cutini, un hombre que “jugaba” con leones y dejaba que la gente se acercara temerariamente a los animales (terminó en tragedia cuando un oso le arrancó el brazo a un nene de 7 años, el 8 de octubre de 1988). Aunque la historia de Toti está narrada en varios expedientes judiciales, los datos sobre su origen son imprecisos. Incluso su nombre: primero lo llamaron Nahuel, pero inexplicablemente pasó a ser Toti. Unos cuentan que tras su nacimiento estuvo encerrado en un container junto a su madre, que ella murió de tuberculosis y que él fue trasladado a otro zoo, en Florencia Varela, en el conurbano bonaerense. Otros dicen que llegaron allí juntos, que la madre murió después, y que allí Toti fue aislado y criado en una “pequeña habitación”. En cualquiera de las dos versiones, queda huérfano con un año, cuando aún le faltan tres o cuatro más para el destete, y ocho para independizarse. Perdió así un periodo esencial de aprendizaje que “puede afectar la impronta específica (lo que complicaría su reconocimiento como miembro de su propia especie), los rituales sociales, la capacidad de apaciguamiento, la gestión de estímulos”, según el informe de la médica veterinaria María de la Paz Salinas, designada como perita en el caso judicial. En 2008, fue derivado al antiguo Zoo de Córdoba, ahora Bio Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la Argentina, en el centro del país. Allí convivió seis meses con otro chimpancé, Coco, que murió. También hay versiones distintas. Unas sostienen que Coco murió de viejo, otras que fue a causa de esa convivencia y de la exigente vitalidad de Toti. En ese zoológico, Toti permaneció cinco años en una jaula que daba a una ruidosa avenida. 

Lo que cuentan excuidadores que no quieren dar su nombre es que en ese lugar Toti recibía cigarrillos que le pasaban visitantes a través de los barrotes. Las organizaciones defensoras de animales comenzaron a protestar por su estado y las condiciones en las que estaba. 

La noche del 21 de diciembre del 2013 fue llevado a Bubalcó, a cambio de un tigre macho de dos años, que viajaba en sentido inverso. El canje se autorizó por la Municipalidad de Córdoba. A esa altura ya tenía 23 años, iba por su tercera mudanza, llevaba recorridos más de 2 400 kilómetros, y los dos únicos chimpancés que había conocido estaban muertos. 

Poco antes del traslado, Alejandra Juárez, mediante el Proyecto Gran Simio Argentina, presentó el primer habeas corpus para un chimpancé en Argentina con la idea de frenar el viaje. Se trata de un recurso legal que protege la libertad de una persona cuando esta es amenazada o restringida y que en Argentina se concedió por primera vez a un primate en 2014, para la orangutana Sandra, que estaba en el entonces Zoo de Buenos Aires, y también en 2016 para la chimpancé Cecilia, que se encontraba en Mendoza. Consideradas ambas desde entonces “Personas no humanas” fueron trasladadas a un zoo de Estados Unidos y a un santuario brasileño, respectivamente. Con Toti no hubo suerte: su derrotero judicial tomó otro camino. Tras el primer habeas corpus rechazado por una presentación fuera de término le siguieron dos más que interpuso la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA); ninguno prosperó: tenían errores formales. Después de tres rechazos, la primera jueza de la causa encontró en el amparo una figura más amplia: consideró que no solo estaba en juego la libertad de locomoción, sino que había otros derechos constitucionales comprometidos y objetos de protección, como el ambiente, la biodiversidad y la fauna en peligro de extinción. El proceso fue largo, hubo cambios de jueces, demoras, peritos que explicaban la situación de Toti sin haberlo visto nunca, diferencias entre los amparistas. Bajo la nueva figura, los demandantes consiguieron que la defensora de pobres y ausentes del Juzgado Núm. 10 de General Roca, Río Negro, María Belén Delucchi, lo representara. 

En 2022 se lanzó la campaña “Liberen a Toti”, organizada por Change.org, que ha reunido más de 165 000 firmas hasta ahora. En febrero de 2023, finalmente, la jueza de familia Ángela Sosa dictó una sentencia de primera instancia que estableció que fuera derivado a un centro o santuario para grandes primates: “Los daños resultarían irreparables de no adoptarse medidas urgentes para lograr la inserción de Toti en un medio en el que pueda interactuar con sus pares”. El fallo se fundamentó en el peritaje de la médica veterinaria Salinas que concluye que “Toti se encuentra en inminente riesgo” y que “sufre de un cuadro de ansiedad permanente, por la falta de socialización con otros de su especie”. En mayo del mismo año, el Superior Tribunal de Río Negro ratificó la sentencia. El 21 de diciembre, la orden quedó firme ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. 

Un centro o santuario es un espacio para animales que fueron sacados de su hábitat y que ya no podrían vivir en él. Siguen bajo cuidado humano (se les alimenta y se les atiende), pero ya no están en exhibición y viven con pares en un entorno que guarda algunas semejanzas con su lugar original. 

La veterinaria María de la Paz Salinas trabaja desde hace 34 años en su profesión, y tiene un doctorado en psiquiatría veterinaria en Francia. Fue nombrada perito en la causa en 2022, después de que los otros profesionales dispuestos para esa tarea fueran recusados por no haber visto a Toti. Salinas viajó desde Buenos Aires, donde vive, a Bubalcó. Pasó dos días analizando al chimpancé y el recinto. Elaboró el informe. Además de evaluar las condiciones físicas y el espacio en el que vive, escribió que “el caso de Toti presenta un desafío adicional ya que, a diferencia de los chimpancés ya trasladados (caso Cecilia del Zoo de Mendoza y los del Ecoparque de CABA), Toti nunca vivió con su propia especie, [...] y partiendo de su historia de vida, el riesgo de que padezca de trastornos de la socialización es de muy alta probabilidad”. 

Salinas lleva unas larguísimas y finas trenzas decoloradas que le cubren toda la cabeza. Es una mujer de opiniones contundentes, que parece oponerse tanto a los dueños de los zoos como a muchas de las asociaciones ambientalistas. De la causa, solo rescata la actitud de la jueza. Dice que el domingo 11 de septiembre de 2022, antes de iniciar su trabajo en Bubalcó, le habló a Toti: “No quiero complicar más tu vida”, le dijo. 

Hubiera sido muy terrible si me quedaba más tiempo con él porque ¿viste cuando te das cuenta de que alguien tiene potencial para otra cosa? Toti lo tiene —dice ahora, en una llamada—. Entonces me dio mucha culpa pensar en que se quede y me dio mucha culpa pensar en que se vaya. ¿Está mejor que antes? Sí. ¿Tiene todo lo que necesita? No. No tiene ni una soga en el árbol para trepar y jugar. Por otro lado, Toti nunca convivió con otros monos, y después de los 30 años los chimpancés pueden tener problemas cardiológicos. El traslado implica un riesgo severísimo porque hay que sedarlo y luego ver si se adapta al lugar que va. Pero toda movida tiene un costo y un beneficio y siempre hay que priorizar al animal. Entonces, pienso que hay situaciones en las que podemos hacer lo óptimo y hay situaciones en las que lo único que podemos hacer es mejorar el desastre que generamos. En el caso de Toti, con suerte y viento a favor, podríamos mejorar el desastre que generamos hace 34 años. Pero yo no tengo grandes expectativas y cada día que pasa tengo peores expectativas. 

El 25 de mayo de 2024, “un comité de especialistas designados por la Fundación Franz Weber y por el Instituto Jane Goodall” comienza las visitas técnicas para “evaluar la posibilidad de dar comienzo a un proceso de traslado”. El comité aclara que eso “no puede ocurrir en cualquier momento, bajo cualquier condición o a cualquier lugar. Es necesario tener en cuenta su edad, estado psicofísico y sus reales posibilidades de readaptación a un nuevo lugar”. Aún no hay una decisión. Mudar a un chimpancé cuesta más de 10 000 dólares y, de acuerdo con el fallo judicial, estará a cargo de quienes promovieron el amparo o de una de las dos fundaciones que integran el comité. 

Este lunes de noviembre de 2024, a más de una década de su llegada desde Córdoba, un año después de la sentencia firme, con 34 años vividos en cautiverio, casi todos en soledad, Toti sigue acá, en Bubalcó, en el filo entre una época que celebraba los zoológicos y otra que los condena como símbolo de encierro y explotación, en el núcleo inflamable de una duda de alta complejidad: hay riesgo si se queda, hay riesgo si se va. En un limbo.  

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Domingo 1 de diciembre. 11:00 horas. Alerta por vientos fuertes con ráfagas de hasta 80 kilómetros por hora. Sobre la ruta hay ramas que se desprenden de los álamos. Aunque las chacras están verdes, con árboles cargados de peras y manzanas, el paisaje se vuelve lúgubre, vuelan hojas, tierra, como si una fiera descomunal estuviera revolcándose. 

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Cerca de Bubalcó, al final de un camino más enrevesado que el que lleva al zoológico, con tramos asfaltados y otros de ripio, vive el dueño de estas y de aquellas 34 hectáreas del ahora bioparque. Su nombre es Julio Rajneri, le dicen Bubi, tiene 97 años. Prácticamente no sale de la casa de la chacra, una vivienda de imponentes ventanales de doble altura, que dan a un extenso jardín verde y a un brazo del río, el mismo que bordea Bubalcó unos pocos kilómetros más allá.  

Rajneri está sentado a uno de los lados de una mesa larga, las manos apoyadas sobre un bastón. Usa pantalón gris, una remera deportiva azul, zapatillas. Lleva casi 10 años alejado del periódico que dirigió por más de cuatro décadas. Dejó el cargo el 9 de septiembre de 2015, tres años después de que el diario Río Negro, fundado en 1912 por su padre, cumpliera 100 años. La compleja sucesión familiar que devino y la crisis de la industria periodística forman parte de un capítulo que él dice haber cerrado, el broche opaco de una época de poder e influencia que lo tuvo en la cúspide, y que le valió premios como el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, en 1987, por su defensa de los derechos humanos durante la última dictadura militar. En ese momento, Rajneri integró la Comisión que reunió las denuncias por desapariciones, torturas y sustracción de menores en su región. Al diario que dirigía se le reconoce ser uno de los pocos del país que publicó y denunció las desapariciones forzadas en ese periodo; también haber sido una de las voces críticas al desembarco argentino en las islas Malvinas, en 1982, y más tarde, investigar y publicar hechos de corrupción en las dos provincias en la que tuvo influencia, Río Negro y Neuquén. De todo lo que hizo, dice, los 42 años en la dirección de ese medio representan la parte “más importante” de su vida. “Tenía una sensación clara de que yo tenía poder, pero jamás lo utilicé para nada que no fuera el interés general. Nunca pedí nada”. 

Abogado y periodista, Rajneri también fue candidato frustrado a gobernador, dueño de una empresa de televisión por cable que se vendió antes de la devaluación monetaria de 2001, de la que obtuvo el dinero para construir el zoológico. Tuvo dos matrimonios. Tiene dos hijos, en uno de ellos, su hija mujer, ha delegado la dirección del zoológico. Prácticamente no sale de esta casa, excepto una vez al mes para ir a cortarse el pelo y comprar libros en la ciudad en la que nació, General Roca, a 26 kilómetros. 

Desde el living-comedor donde está ahora, un lugar despojado, con paredes de un amarillo pálido, se ven dos jaulas blancas. Fueron el principio de todo. 

Tenía solo pájaros. Los tenía allá, ¿ves?, en esa jaula. Ahora está vacía. Si mirás al otro lado, en el borde del río, hay otra. Inicialmente empecé por buscar un lugar lindo donde tener a los animales. Después apareció la posibilidad de hacer un aviario en el brazo del río con un arquitecto muy imaginativo que me hizo el proyecto y me entusiasmé. Una vez construido, surgió la idea del zoológico, de sumar animales. ¿Cómo tener un lugar así, con ese valor monetario y simbólico, exclusivamente para disfrute de mi familia? Me pareció que era egoísmo y lo abrimos al público. 

La relación entre su apodo (Bubi) y el nombre del zoo (Bubalcó) parece obvia, pero él la niega, como acostumbrado a responder lo mismo desde hace años. Dice que no tiene nada que ver, que es casualidad. De todos modos, prefiere mantener en secreto el origen. Solamente dirá que era el nombre de un animal.  

Para cuando llegó Toti, en 2013, ya había una enorme colección de pájaros, tigres, una cebra, pumas. Toti es el único de los 700 animales que había entonces y de los 500 que hay ahora, por el que existen una causa judicial y una sentencia firme. En las jaulas más cercanas a la de Toti están Boris (un siamango, originario de la región de Malasia, el norte de Tailandia y Sumatra), y Tobías (un gibón de manos blancas, proveniente de selvas tropicales). También están solos en sus recintos, pero no hay reclamos por ellos. Ni por los tigres, ni por la cebra. 

Los chimpancés, que comparten el 98.8% del ADN con los seres humanos, son quizá una de las principales razones del pasaje del antropocentrismo, que considera al hombre como medida de todas las cosas, al sensocentrismo, que pone en foco la capacidad de sentir (hambre, frío, dolor, calor, etc.) y que se expandió en los fallos de la Corte a favor de los grandes simios. Ellos son un eslabón esencial en el cambio de paradigma alrededor de los zoológicos, un cambio que va más allá de la tranquilizadora metamorfosis semántica que los convierte en ecoparque, reserva, bioparque, y que pone su concepto victoriano (la exhibición de animales en jaulas) a un paso de desaparecer. 

Es una linda batalla —dice Rajneri—. No siempre es agradable. Las deformaciones te hacen parecer una especie de capo de mafia que tiene un zoológico. Pero ahí hay una discusión de fondo que es, para mí, una batalla que vale la pena librar. Las organizaciones no gubernamentales que en la Argentina están militando en casos similares al de Toti, se dividen básicamente en dos: por un lado, grupos ligados a una entidad brasileña que colecciona chimpancés y que es dudosa, y por el otro, entidades como la Fundación Jane Goodall, inobjetables, que luchan por mejores condiciones para la especie. En el primer caso, se trata de un grupo que está en Sorocaba, que es propiedad de un microbiólogo cubano (Pedro Ynterian) que tiene una cadena de laboratorios y de farmacias en Brasil. Tiene la mayor colección de chimpancés en cautividad del mundo. El segundo grupo son las entidades que responden a una concepción contraria a la existencia de zoológicos en el mundo, con argumentos que yo creo que son rebatibles, que me parece que son el meollo del problema y que es el lugar donde debería librarse la batalla. 

Para Rajneri, el meollo es este: 

Los chimpancés están en riesgo de extinción. Están severamente afectados en muchos lugares y en otros ya han desaparecido. Pero no están en riesgo en los zoológicos; están en riesgo en libertad y en sus lugares de origen. Es decir, cuando las entidades piden que los chimpancés vuelvan a su lugar de origen, están incitando, en definitiva, a llevarlos a los lugares donde se están extinguiendo. De manera que la idea de las entidades de obtener la libertad y devolverlos a su lugar de origen es una falacia. Si se hiciera eso, los monos desaparecerían. En 20 o 30 años se calcula que no va a quedar ningún gran simio, entre los cuales se incluyen los gorilas, los orangutanes y los chimpancés. No va a quedar ninguno en la naturaleza. Van a quedar solamente en los zoológicos. La lucha puede estar bien inspirada, pero está básicamente equivocada. 

Lo dice con voz pausada, pero firme. No rehúye del debate que generan los zoológicos, pero está convencido de que la razón está de su lado. 

Desde luego que no es agradable ser objeto de críticas que defienden principios que uno cree estar defendiendo. En definitiva, yo soy un conservacionista y coincido con la mayor parte de las personas que luchan en el mundo por preservar a los animales. Pero creo que se oculta la verdadera causa del problema, que es el crecimiento de la población mundial. En Indonesia, por ejemplo, están exterminando a los orangutanes porque los privan de sus bosques para plantar una palma que produce aceite. Los indonesios tienen que elegir entre defender a los orangutanes o privilegiar la situación de sus pobres que necesitan tierras para producir aceite. Ese es el dilema que enfrenta el mundo. Es imposible que el mundo sobreviva con una población sin límites. Y desde luego, las primeras víctimas son los animales salvajes. 

Desde 2014 y hasta 2023 hubo protestas en la puerta del zoológico y del periódico que dirigía. Los manifestantes pedían la liberación de Toti, con carteles que apuntaban directamente a él: “Senor Julio Rajneri. Un siglo fue suficiente. No más zoológicos”. Después llegaron artículos en diarios y revistas de todo el país, encabezados todos por la premisa “Liberen a Toti, el chimpancé de la mirada más triste”. No las desestima, pero cree que es un pedido tan bienintencionado como “imposible”. 

Los animales nacidos en cautividad no pueden ser devueltos a la naturaleza. No sabrían qué hacer. Si a Toti lo soltaran en el Congo o en Costa de Marfil, moriría de hambre porque no sabría alimentarse. Por otra parte, no se busca su liberación sino su traslado a otro centro, supuestamente de mejores condiciones, donde se lo mantendría en cautividad. El problema más grande, que es la mayor objeción de las organizaciones que defienden la libertad de los chimpancés, es que por naturaleza son seres gregarios y que la soledad no es aconsejable. La objeción es cierta, pero también es cierto que Toti nunca vivió en compañía, salvo un breve periodo con un mono viejo en Córdoba que murió al poco tiempo. Y se llevaban mal. Así que el argumento relativo a la cuestión de la soledad del mono es cierto, pero es difícil que a esta altura de su vida se pueda adaptar a vivir en compañía. 

La “mayor objeción” a la que se refiere Rajneri le llegó en forma de carta, firmada por la etóloga inglesa, conservacionista y activista Jane Goodall, fundadora del Instituto Jane Goodall y Mensajera de la Paz de la ONU. De todos los argumentos y voces que se oponen a la presencia de Toti en Bubalcó, es la única que considera inobjetable. Pero aún así, la rebate. Fechada el 31 de julio de 2022, en Kigoma, República Unida de Tanzania, la carta de Goodall dice: 

Los chimpancés son seres extremadamente sociales. Para Toti, estar solo, sin nadie a quien acicalar o con quien simplemente pasar el rato es una forma de tortura. Ningún chimpancé debe estar confinado, solo. Toti debe ser enviado a un Centro especializado para la rehabilitación de grandes simios donde pueda integrarse gradualmente en un grupo. Me preocupa mucho que continúe permaneciendo aislado, en un entorno tan árido. Espero que, al menos, se le proporcione mucho enriquecimiento. 

La palabra enriquecimiento, que se repite en fallos, en boca de cuidadores, de ambientalistas, se refiere a todo lo que pueden hacer los humanos para mejorar la calidad de vida de los animales en cautiverio. Rajneri publicó una carta en respuesta a Goodall en el diario La Nación. Le agradeció “profundamente la preocupación por el bienestar de Toti”, y admitió la soledad del simio: 

Desde su incorporación a Bubalcó, hemos tratado de conseguir miembros de su misma especie. Fuimos candidatos —en nuestra opinión injustamente relegados— a la incorporación de la chimpancé Cecilia, de Mendoza. Nos presentamos ante las autoridades de CABA (Ciudad de Buenos Aires) para optar por el traslado de su chimpancé hembra, lamentablemente fallecida. Y hemos estado abiertos a cualquier posibilidad proveniente del exterior. En tal sentido, nos permitimos pedir su valiosa colaboración. Consideramos que ninguna persona en el mundo está en mejores condiciones para saber dónde existen una o más compañeras para Toti, que estén disponibles. Nosotros estableceríamos el contacto y nos haríamos cargo de todos los gastos inherentes a su traslado. 

Después de eso, no hubo más cartas. 

Los otros dos chimpancés que quedan en Argentina son Tomy y Johnny. Tommy está en el antiguo Jardín Zoológico y Botánico de La Plata, bioparque desde enero de 1980, cuando llegó por un “canje de animales” con el Circo Tihany. El zoo entregó un oso pardo y un tigre de Bengala y recibió un chimpancé de tres años y medio. Ahora tiene 47. Johnny es aún mayor: tiene 52 y vive en el zoo de Luján, que no cambió de nombre, pero fue clausurado en 2020 por maltrato animal. Johnny aguarda una decisión judicial para saber si podrá ir a un santuario. Como en el caso de Toti, hay opiniones divididas. Desde Tchimpounga, Congo, la doctora española Rebeca Atencia, a quien se considera la heredera de la primatóloga Jane Goodall y que dirige un santuario, afirmó: “Sinceramente, por los videos y las imágenes que veo, Jhonny está totalmente humanizado. Se percibe claramente el fuerte vínculo que tiene con quien lo cuida. A esta edad y con la contención afectiva que tiene, yo no lo movería de Luján”. 

Otras vidas complicadas. Otros limbos. 

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Domingo 1 de diciembre. 14 horas. Hay nueve autos en el estacionamiento, pero en la entrada del bioparque no se ve a nadie. La boletería y los molinillos de ingreso lucen desiertos. Aunque con un riego por aspersión que cada mañana se enciende, el paisaje dentro de la reserva es más bien agreste. Cerca del curso del río y de algunos recintos hay árboles altos que dan sombra a los animales y también a las mesitas y sillas de madera distribuidas para que los visitantes descansen. 

En 2008, el año en que abrió, Bubalcó tuvo 100 000 visitantes. El promedio de los últimos cinco años, sin contar 2020, cuando estuvo cerrado por la pandemia, es de 28 000. Paula Rajneri, hija de Julio y la directora del parque, dice que para que sea rentable debería haber 5 000 visitas al mes, 60 000 al año. A razón de 17 dólares cada entrada, la cuenta daría un ingreso mensual de 85 000 dólares, y al cabo de 12 meses de un millón. 

Paula Rajneri tiene 32 años y vive en la casa de la chacra, adonde se mudó hace un año para cuidar de su padre y hacerse cargo del parque. Nació en Buenos Aires y se crió entre aquella ciudad y este lugar. Estudió en el liceo francés de la capital argentina y se formó como licenciada en Comunicación Social en la exclusiva universidad San Andrés. Desde que su padre dejó la dirección de Bubalcó en sus manos, ha decidido transformarlo en una fundación y orientarlo “a los animales autóctonos, pero seguir con los pilares originarios que tienen que ver con la conservación, con la investigación y con la educación”, dice. 

Lleva el pelo recogido sin mucho cuidado, usa jeans, una remera negra, zapatillas. Desde chica convivió con el proyecto del zoo. Conoce a todos los animales, los llama por su nombre, los visita cada día. Casi nunca va a la ciudad. 

A Toti, dice Paula, no le gusta el viento, así que después de entrar a la reserva pasa por el bar y pide un licuado natural de frutas para llevarle. “Es un mimo”. 

La información oficial dice que la jaula de Toti “tiene un sector de aire libre de 314 metros cuadrado por 10 metros de altura, un dormitorio, de 16 metros cuadrados (sector privado, sin ojo del público, disponible todo el día) y un patio de invierno de 50 metros cuadrados. El recinto cuenta con una visión periférica de 360 grados. Los espacios cerrados (patio de invierno y dormitorio) tienen calefacción y aire acondicionado. El espacio abierto tiene un sauce centenario, árbol alrededor del cual se construyó el hogar de Toti”. Paula dice que es el primer árbol que Toti conoció en su vida, que le costó varios años aprender a usarlo y que aún no se anima a las partes más altas. 

Hoy hay una familia mirando a Toti, detrás de un cerco de madera dispuesto para que haya distancia. La cuidadora le ofrece el licuado. Él lo toma desde el otro lado de la reja, con un sorbete. Parece disfrutar. La escena provoca grititos de entusiasmo en la familia.  

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Viernes 6 de diciembre de 2024. 11:00. Antiguo zoológico de la ciudad de Buenos Aires. Un día húmedo, nublado. 

El lugar fue reconvertido en ecoparque en 2016, tras años de presión de organizaciones ambientalistas y de protestas por Winner, el oso polar que fue hallado muerto el 26 de diciembre de 2012, luego de una jornada de 40 grados y una noche de pirotecnia por los festejos de Navidad. Aquí vivía la orangutana Sandra, que fue trasladada al Centro de Grandes Simios que funciona en la Florida, Estados Unidos, donde convive con 52 orangutanes y chimpancés rescatados de la industrias del entretenimiento —que participaron en películas o series—, de laboratorios experimentales de medicina, y del mascotismo, como Bubbles que era de Michael Jackson. 

Del antiguo zoológico de Buenos Aires, inaugurado en 1875 y que ocupa 18 hectáreas de un barrio elegante, queda casi todo en pie: el recorrido, las estructuras, incluso algunos de los animales exóticos que por la edad no pudieron ser reubicados: un mandril, una elefanta, dos jirafas, dos hipopótamos y un dromedario. 

El efecto es desconcertante: la promesa tranquilizadora de un parque ecológico, con sus plantas y sus animales autóctonos, junto a los vestigios de un pasado en suspenso; el bálsamo moderno junto a la idea de los zoológicos como geriátricos, lugares quizá destinados a desaparecer cuando muera el último animal silvestre. 

Cuando se construyó, el entonces director decidió que los animales debían ser alojados en edificios que reflejasen sus países de origen: un templo hindú para los elefantes asiáticos, una estructura estilo islámico para las jirafas, una pagoda china para el panda rojo. El Pabellón de las Fieras, edificado en 1900 para albergar grandes felinos, es un edificio de inspiración renacentista, réplica del que existe en el Zoológico de Breslavia, en Polonia. Tiene 2 600 metros cuadrados, entre la parte que está a nivel del suelo y la parte inferior, donde funcionaba el área de manejo de los animales y la cocina. Ahora, en el edificio renacentista, reconvertido y pintado de blanco, hay mesas y sillas, una barra larga y un pizarrón que anuncia especialidades gourmet. Se pueden tomar mojitos, licuados y café; se pueden comer crepes, ensaladas y tortas, sentado en el interior de una jaula mirando a los visitantes del Ecoparque. 

Puede ser una metáfora, pero resulta un cliché. 

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16 de diciembre. 9:35. Río Negro. Bubalcó. Algunas nubes en el cielo. La temperatura amenaza con trepar hasta los 32 grados. 

El parque abre a las 10:00, así que hay que ingresar por otra puerta, donde funcionan las oficinas administrativas, la cocina, un galpón, y una serie de recintos donde los veterinarios atienden a los animales. Aquí llegan los que la gente suele tener como mascotas, aunque no lo son (tortugas, loros y algunos monos caí), pero también los heridos, como un águila que fue atropellada, un choique lastimado, o un chulengo (la cría del guanaco) que quedó huérfano y fue traído por personal de Fauna de la provincia. Todos animales autóctonos. 

Romina, la cuidadora de Toti (a pedido de los responsables de Bubalcó, el apellido se mantiene en reserva para “no exponerla a recibir agresiones”) sale de la cocina con un bowl lleno de fruta cortada. Va a alimentar a los lemures y luego pasará varias horas con Toti, en tareas de enriquecimiento. 

Romina llegó al zoo hace tiempo, pero desde hace un año está dedicada especialmente al chimpancé. Es bailarina y profesora de malambo, una danza folclórica argentina, pero fue asignada a esta tarea “por la conexión que estableció con Toti”. Su rutina diaria incluye llevarle “una mamadera —biberón— con un té calentito” y un balde de frutas frescas por la mañana; luego el menú que le toque en la tarde, y jugar con él. Está orgullosa de haberle enseñado, por ejemplo, a sonarse la nariz, a que tolere mejor el momento de limpieza de su dormitorio y, sobre todo, a que haya dejado de sentirse amenazado por los niños. Al principio mostraba muy poca tolerancia al ruido y a los más chicos; cuando veía grupos les tiraba tierra, se ponía nervioso. “Hoy en día lo hace, pero muchísimo menos, muy poquito”, dice Romina. 

Enumera: le gustan las nueces pecán que crecen en el árbol junto a su recinto, el bife bien cocido (“si está jugoso lo devuelve”); no le gusta que alguien la abrace (“se pone celoso, les tira tierra”) ni la parte negra de la banana (“la tengo que quitar, sino no la come”) ni perder (“jugamos a correr y si yo corro fuerte, se enoja. Digamos que es mal perdedor”). Lo llama “mi Negro”, le habla, le toca la espalda, lo mima. 

Paula Rajneri viste como todos los que trabajan en el parque: pantalón cargo, remera, zapatillas de trekking. Lleva un handy en la mano. No hay señal para los móviles en este lugar. 

Entiendo que haya gente a la que no le gusten los zoológicos. Todo esto hoy no es lindo de ver. No es un show. La gente se puede ir de acá con angustia y no me parece mal, siempre y cuando sepan el trabajo que se hace. A mí conceptualmente tampoco me gusta, pero cuando uno está acá sabe por qué existe y sabe con lo que está contribuyendo. La gente tiene que saber cómo funciona el rubro, cuál es el problema, porque los animales no están acá por gusto, están por cómo nos relacionamos con el medio ambiente. Y el trabajo que hacemos es valioso. Somos un parque zoológico, todos los espacios que trabajan animales bajo cuidado humano son, por definición jurídica, espacios zoológicos. Bioparque, ecoparque, todos son lo mismo. Yo a Bubalcó le digo parque porque obviamente el zoológico en Argentina tiene una connotación muy negativa, entonces un poco hay que adaptarse. 

Parece pertenecer a dos mundos: al del zoológico que montó su padre, y al bioparque destinado a atender animales autóctonos. 

Ahora hay un montón de especies que están prohibidas, como los exóticos. Incluso hay limitaciones entre el norte y el sur del país. A eso hay que sumarle la presión de la opinión pública que, con buena intención, pero fundamentalmente desinformada, empujó a que todos los lugares quieran deshacerse de los animales que traen problemas. El chimpancé hoy, para cualquier espacio como el nuestro, es un problema, un ojo de tormenta. Los cambios que se dieron en relación con los zoológicos fueron graduales, pero de repente estaba todo mal. Y se siente frustración porque la voz más fuerte es la de las personas que no trabajan en este rubro. Todo ese movimiento que contiene una base que es hermosa, que es el amor por los animales y el deseo de cuidarlos, necesita estar bien informado para dirigir bien la fuerza hacia la conservación. 

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18 de diciembre de 2024. 18:00 horas. Videollamada. 

Julia Busqueta es una de las representantes del movimiento Liberen a Toti. Es abogada. Desde 2016 forma parte de la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (Afada). Tiene 44 años. Vive a unos 30 kilómetros de Bubalcó, en la ciudad de Neuquén. Dice que va tantas veces como puede a ver a Toti. Estuvo en el parque el último 29 de agosto para acompañar al chimpancé en su cumpleaños. 

Julia tiene un tono enérgico. Lleva el pelo recogido, acaba de llegar de una clase de pilates y habla desde su oficina en la capital de la provincia de Neuquén. Se entusiasma enumerando todo lo que hacen junto a un grupo de mujeres que trabaja por los derechos de los animales. Se emociona cuando cuenta la reacción de una alumna de uno de los jardines de infantes que visitó hace poco para narrar la historia de Toti. 

Hacemos como un cuentito, les decimos que cuando nació estaba con su mamá, pero que siempre estuvo encerrado; que estuvo un tiempo con un amigo, pero que después siempre estuvo solo, con mucho frío. Vamos poniendo imágenes, dibujos, para que vean que se aburre mucho, que los chimpancés viven en un clima tropical y que acá sabemos que hace mucho frío. Después de que conté la historia, una nena vino, me agarró del brazo y me dijo: ʻVamos al zoológico a buscarlo, ahoraʼ. 

Habla rápido, pasa de la justicia a la educación y de ahí a la necesidad de movilizar a través del arte. 

Esta es una transformación social y cultural. Por eso visitamos escuelas, pintamos murales, hacemos charlas, repartimos stickers que dicen ʻLiberen a Totiʼ, que adopten animales. Tratamos de concientizar con cosas lindas y se recibe mucho amor, mucha energía. 

Afada es la ONG que inició la presentación judicial para pedir la liberación de Toti y su traslado a un santuario. 

Desde el año 2017, nosotras intentamos primero buscar el diálogo con las personas de Bubalcó; mandamos una carta documento, les pedimos abrir el diálogo para conciliar o buscar una salida para Toti, pero nunca recibimos ninguna respuesta y no nos quedó otra que la vía judicial. 

Julia tiene el mismo grado de vehemencia para explicar la difusión de la causa Toti, que para subrayar cuánto aborrece los zoológicos. 

Son lugares de explotación, de opresión, de cosificación. Son verdaderas cárceles y representan una de las tantas, pero no la única, maneras en que los humanos explotamos despiadadamente. A mí me duele tanto que siempre pienso: ¿cómo nunca lo vimos? ¿por qué, como humanidad, como sociedad, querríamos ver a un ser encerrado, padeciendo, sin ninguna de sus necesidades básicas satisfechas? Y son zoológicos disfrazados de reserva porque están llenos de un discurso de conservación, de educación, cuando en esos lugares no puede surgir nada bueno. Son lugares de tortura legalizados y sobre todo de una explotación enorme porque esto mueve millones. Es algo digno de un estudio sociológico porque las personas que fomentan o tienen estos lugares son personas que tienen mucho poder adquisitivo, que no saben qué hacer con su vida y entonces oprimen a los demás y tienen un goce horrendo a partir de la tortura, cosificación y explotación de seres vulnerables. 

¿Esperás que Toti finalmente sea trasladado? 

Yo siempre digo: después de 34 años oprimido, así sean cinco minutos de vida digna, todo valió la pena. Que pueda ver las estrellas, que pueda ver el sol, que pueda relacionarse y tocar otra piel, eso le da sentido a todo porque ¿con qué derecho nos creemos merecedores de haberle arrebatado su dignidad? Aunque sean 5, 10 minutos o 20 años, ojalá que tenga ese derecho. 

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Alejandra Juárez es la mujer que presentó el primer habeas corpus en Argentina por un chimpancé. Fue en 2013, por Toti, y no tuvo suerte. Trabajó muchos años en el zoológico de Córdoba y ahora dirige una reserva de monos carayá en las sierras de su provincia. Fue también la primera en cuestionar el traslado de Toti de Córdoba a Río Negro: visitaba a Toti todas las semanas, jugaba con él. En un intercambio de mensajes de WhatsApp, dice que el recinto actual de Toti es el más grande que existe en el país, pero advierte que tiene reservas: con la causa judicial, con el peritaje, con la concepción de los proteccionistas, con la soledad de Toti, con los que atacan los zoológicos. “Soy amada y odiada por mis opiniones”. Por ejemplo, estas: “Antes estaba desesperada, quería que Toti se fuera al santuario de Brasil. Por supuesto que estaría bien ahí. Pero hoy, mi posición sería buscar especialistas en chimpancés para que el propio Toti decida qué quiere”; “Hay chimpancés que están mal, que son considerados sobras en países cercanos y que podrían venir a acompañar a Toti. Si la justicia dictaminara eso, nadie podría oponerse”; “No hay que pensar mal de los zoológicos. En Europa, en Estados Unidos, son lugares prestigiosos, han evolucionado, han crecido. Argentina es el único lugar del mundo en el que se cometió la aberración de cerrarlos y se trasladaron animales a seudosantuarios o parques de diversiones, donde murieron a los dos días”; “Toti físicamente no está mal, de espacio no está mal. El único problema es que está solo, que necesita compañía”; “Para que se tomen buenas decisiones, los proteccionistas que no saben de este tema tienen que mantenerse al margen. Tienen que opinar los especialistas en primates”. 

Nadie parece completamente de acuerdo con nadie. Todos se arrogan la razón. Conservacionistas. Proteccionistas. A favor de los zoológicos, en contra. En el medio, Toti, el chimpancé que está solo y espera. 

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Domingo 22 de diciembre. 10:30 de la mañana. Casa de la chacra. Es un día diáfano, de 28 grados, el cielo se ve celeste, sin mácula. 

La casa tiene varias escaleras, tres niveles. En el living hay una chimenea de vidrio que no interrumpe la continuidad del paisaje, y una mesa baja cubierta de libros —de temas políticos, novelas policiales, sobre fauna— y de unos adornos de madera que simulan aves. 

Rajneri tarda en bajar de su habitación. Lleva bermudas, una remera celeste, sandalias deportivas, su bastón. Propone ir al jardín. Dice que tiene una memoria privilegiada, que puede recordar hechos de 90 años atrás, “pero, como los viejos, quizás olvido qué desayuné”. 

Mis hijos me insisten en que escriba unas memorias. Por un lado, no creo tener una vida tan interesante y, por otro, tengo 97 años, tengo ya la sensación de lo efímero que me queda de vida y no me gustaría empezar algo y no terminarlo. 

El tono de este domingo es una cuerda más bien oscura. Las palabras caminan por esa zona ambigua en la que el humor se vuelve una savia amarga. 

Si no tuviera la memoria, mi vida sería muy parecida a la que es ahora. Podría buscar todo lo que necesito recordar a través de la tecnología. La sensación que tengo del avance tecnológico es que algún día un tipo va a tocar el botón equivocado y vamos a parar todos a la mierda. Tal vez podría evitarse la extinción de la especie si podemos emigrar antes a otros planetas. Pero si no, yo veo la posibilidad de que el mundo y los seres humanos desaparezcan. 

A veces le resulta difícil llenar el tiempo: “Leo los diarios, hago sudokus, veo alguna película de cine clásico, pero a veces los días son largos”, y a esta altura de la mañana ya leyó todos los diarios, incluido el que dirigió. Hubo tiempos en los que a esta casa venían políticos, candidatos, gobernadores, ministros, expresidentes. 

Querían tratar de tener la mejor relación posible conmigo para asegurarse, o creer más bien, que así tenían impunidad. El diario fue un sustituto del poder legislativo de la provincia, cumplió un rol. No te imaginás el poder que tuvo el diario. 

¿Sigue viniendo mucha gente? 

Muy poca, casi no me llaman por teléfono. De mis amigos amigos, me queda uno. Nos vemos a veces. El resto no, mis amigos están muertos, todos. 

Llegó a tener cuatro pumas en la chacra, antes del zoológico. Los alimentaba, les corría carreras, él en cuatriciclo. Durante muchos años jugó con Toti. Le llevaba las primeras uvas y cerezas de su chacra y se las intercambiaba por medias que Toti tenía en su jaula. El chimpancé entregaba la prenda, Rajneri la llenaba de fruta, Toti las vaciaba y volvía a pedir. 

Ahora hace un año que no va al zoológico. 

En el verano quizás vaya, pero con el frío, el viento, mis dificultades para caminar…. Y, además, en el fondo, la tristeza que me causan algunos animales que se han muerto. Eso me produce una pena enorme. Estuve muchos años con algunos de ellos. Por eso dejé de ir, para no recordar. 

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Domingo 29 de diciembre. 10:30. Bubalcó. El cielo es una masa hinchada de grises oscuros. Una tormenta pasajera descarga agua sobre la ruta que conduce al bioparque.  

Hay 15 autos en el estacionamiento. La mayoría son familias. Para las 11 se ofrece una visita guiada, pero todos van por la suya, aprovechando la mañana que todavía es fresca, bajo una sombra indecisa. 

En la jaula de Toti, a mitad del trayecto, después del parque de los loros, es donde más gente se congrega. Hay dos cuidadores junto al recinto, Romina y Jonás. Es el único lugar en el que hay dos cuidadores; es más bien el único lugar en el que hay cuidadores. Hablan con los visitantes, responden preguntas. Romina le da agua al chimpancé, unas nueces, le rasca un poco la espalda. El día anterior estuvo nervioso; les tiró tierra a algunos visitantes. 

En esta región, y sobre todo en esta época, cuando las nubes pueden convertirse en granizo, algunas chacras recurren a cañones antigranizo para proteger sus cosechas de un daño que puede resultar catastrófico. Técnicamente, producen una explosión con gas acetileno y así generan ondas de choque que inhiben la formación de hielo. Lo que se oye es como un disparo, una exhalación honda. Esta mañana las detonaciones resuenan desde algún lugar cercano e impreciso. Al primer cañonazo, Toti sube ágil, veloz, a una rama del árbol centenario que está en su recinto. Parece un reflejo instintivo: el miedo a un mundo que le es ajeno y que desde hace 34 años no sabe qué hacer con él. 

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Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico; es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario.

Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

Toti, un mono en el limbo de la Patagonia argentina

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Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Ha estado solo casi toda la vida y desconoce capítulos enteros de su propia especie.

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Lunes 25 de noviembre de 2024. 13:30 horas. Isla 19 del río que atraviesa de oeste a este la provincia que lleva su nombre, Río Negro. Norte de la Patagonia argentina. 

En esta región conocida como Alto Valle, una estría verde en medio de la palidez árida de la estepa, se cultivan peras, manzanas, cerezas y uvas. Pero en este preciso lugar —Isla 19, entre chacras reverdecidas, a orillas del río y al final de un camino arduo y poco señalizado—, hay dos tigres, una cebra, antílopes, un gibón de manos blancas, un siamango, carayás, cacatúas, lemures, flamencos. Y un chimpancé. 

El lugar se llama Bubalcó, y este día, a esta hora, aquí solo se oye el canto de los pavos reales. Debe haber seres humanos en las 34 hectáreas que abarca el antiguo zoológico —ahora bioparque— que abrió en 2008. Julio Rajneri, exdirector del diario Río Negro, el más importante de la Patagonia, exlegislador, exministro de Educación de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático tras la más sangrienta de las dictaduras militares argentinas. Debe haber seres humanos, pero no se ven, no se oyen. El único sonido, que llega como una insistencia lastimera y cronometrada, es el canto de los 30 pavos reales que andan sueltos. El resto de los 500 animales que viven en la reserva guarda un silencio acechante. El efecto es perturbador: parece la escenografía de una época en extinción, un Jurassic Park justo antes de salirse de control. 

Durante el recorrido, que dura más de dos horas, se ven maras, antílopes, pavos sueltos, jaulas distanciadas unas de otras, vegetación autóctona. En la mitad del trayecto, después del llamado parque de los loros, recostado contra las rejas de su recinto, la espalda ancha, negra, en silencio, está Toti, el chimpancé. 

Las primeras atracciones de Bubalcó fueron las aves; después los tigres. Ahora, él. Pero no por las mismas razones; más bien por todo lo contrario. 

Toti se ve macizo, fuerte. Tiene un pelaje oscuro que escasea en partes de los brazos y de la espalda —consecuencia de haberlo perdido o habérselo arrancado por estrés—, algunas canas alrededor de la cara, la mirada perdida en algún punto impreciso. De pronto se levanta, se agarra de las rejas de su recinto, y trepa hasta el segundo nivel, a más de dos metros. Ahí le han dejado manzanas cortadas en cuartos. Se mete ocho cuartos entre los dientes y así, con la boca cargada de frutas y balanceándose con los brazos, llega hasta el árbol que está en el centro del recinto. Se ubica entre las ramas más bajas y come sentado, en silencio. 

Los chimpancés son los parientes vivos más cercanos al hombre y comparten un ancestro común que vivió hace unos 7 o 13 millones de años. Quedan entre 150 y 250 000 ejemplares en libertad. Suelen vivir 45 años, aunque en cautiverio pueden llegar a los 60. Toti tiene 34 y ya se lo considera geriátrico. Los chimpancés, originarios de África central y acostumbrados a un clima húmedo y tropical, viven en comunidades —de 15 a más de 100 individuos—, que pueden deshacerse o combinarse con otras para buscar alimento, copular o descansar. Son animales altamente sociables que requieren del contacto y la interacción. Se reconocen en un espejo, tienen memoria fotográfica, de ubicación y social. Toti no vive en el calor de África, sino en la Patagonia. Está solo. Estuvo solo casi toda la vida. Desconoce capítulos enteros de su propia especie. 

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Toti es uno de los tres grandes simios que quedan en cautiverio en Argentina; el único por el que existe una sentencia judicial firme en la Corte Suprema que ordena trasladarlo a un santuario; el chimpancé “deprimido” y el “de la mirada más triste del mundo”, según los títulos de los diarios que siguieron su caso judicial desde que se inició, en 2013. 

Su caso es así: nació el 29 de agosto de 1990, en el zoológico, ubicado en la provincia de Buenos Aires, del controvertido Jorge Cutini, un hombre que “jugaba” con leones y dejaba que la gente se acercara temerariamente a los animales (terminó en tragedia cuando un oso le arrancó el brazo a un nene de 7 años, el 8 de octubre de 1988). Aunque la historia de Toti está narrada en varios expedientes judiciales, los datos sobre su origen son imprecisos. Incluso su nombre: primero lo llamaron Nahuel, pero inexplicablemente pasó a ser Toti. Unos cuentan que tras su nacimiento estuvo encerrado en un container junto a su madre, que ella murió de tuberculosis y que él fue trasladado a otro zoo, en Florencia Varela, en el conurbano bonaerense. Otros dicen que llegaron allí juntos, que la madre murió después, y que allí Toti fue aislado y criado en una “pequeña habitación”. En cualquiera de las dos versiones, queda huérfano con un año, cuando aún le faltan tres o cuatro más para el destete, y ocho para independizarse. Perdió así un periodo esencial de aprendizaje que “puede afectar la impronta específica (lo que complicaría su reconocimiento como miembro de su propia especie), los rituales sociales, la capacidad de apaciguamiento, la gestión de estímulos”, según el informe de la médica veterinaria María de la Paz Salinas, designada como perita en el caso judicial. En 2008, fue derivado al antiguo Zoo de Córdoba, ahora Bio Córdoba, la segunda ciudad más poblada de la Argentina, en el centro del país. Allí convivió seis meses con otro chimpancé, Coco, que murió. También hay versiones distintas. Unas sostienen que Coco murió de viejo, otras que fue a causa de esa convivencia y de la exigente vitalidad de Toti. En ese zoológico, Toti permaneció cinco años en una jaula que daba a una ruidosa avenida. 

Lo que cuentan excuidadores que no quieren dar su nombre es que en ese lugar Toti recibía cigarrillos que le pasaban visitantes a través de los barrotes. Las organizaciones defensoras de animales comenzaron a protestar por su estado y las condiciones en las que estaba. 

La noche del 21 de diciembre del 2013 fue llevado a Bubalcó, a cambio de un tigre macho de dos años, que viajaba en sentido inverso. El canje se autorizó por la Municipalidad de Córdoba. A esa altura ya tenía 23 años, iba por su tercera mudanza, llevaba recorridos más de 2 400 kilómetros, y los dos únicos chimpancés que había conocido estaban muertos. 

Poco antes del traslado, Alejandra Juárez, mediante el Proyecto Gran Simio Argentina, presentó el primer habeas corpus para un chimpancé en Argentina con la idea de frenar el viaje. Se trata de un recurso legal que protege la libertad de una persona cuando esta es amenazada o restringida y que en Argentina se concedió por primera vez a un primate en 2014, para la orangutana Sandra, que estaba en el entonces Zoo de Buenos Aires, y también en 2016 para la chimpancé Cecilia, que se encontraba en Mendoza. Consideradas ambas desde entonces “Personas no humanas” fueron trasladadas a un zoo de Estados Unidos y a un santuario brasileño, respectivamente. Con Toti no hubo suerte: su derrotero judicial tomó otro camino. Tras el primer habeas corpus rechazado por una presentación fuera de término le siguieron dos más que interpuso la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA); ninguno prosperó: tenían errores formales. Después de tres rechazos, la primera jueza de la causa encontró en el amparo una figura más amplia: consideró que no solo estaba en juego la libertad de locomoción, sino que había otros derechos constitucionales comprometidos y objetos de protección, como el ambiente, la biodiversidad y la fauna en peligro de extinción. El proceso fue largo, hubo cambios de jueces, demoras, peritos que explicaban la situación de Toti sin haberlo visto nunca, diferencias entre los amparistas. Bajo la nueva figura, los demandantes consiguieron que la defensora de pobres y ausentes del Juzgado Núm. 10 de General Roca, Río Negro, María Belén Delucchi, lo representara. 

En 2022 se lanzó la campaña “Liberen a Toti”, organizada por Change.org, que ha reunido más de 165 000 firmas hasta ahora. En febrero de 2023, finalmente, la jueza de familia Ángela Sosa dictó una sentencia de primera instancia que estableció que fuera derivado a un centro o santuario para grandes primates: “Los daños resultarían irreparables de no adoptarse medidas urgentes para lograr la inserción de Toti en un medio en el que pueda interactuar con sus pares”. El fallo se fundamentó en el peritaje de la médica veterinaria Salinas que concluye que “Toti se encuentra en inminente riesgo” y que “sufre de un cuadro de ansiedad permanente, por la falta de socialización con otros de su especie”. En mayo del mismo año, el Superior Tribunal de Río Negro ratificó la sentencia. El 21 de diciembre, la orden quedó firme ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. 

Un centro o santuario es un espacio para animales que fueron sacados de su hábitat y que ya no podrían vivir en él. Siguen bajo cuidado humano (se les alimenta y se les atiende), pero ya no están en exhibición y viven con pares en un entorno que guarda algunas semejanzas con su lugar original. 

La veterinaria María de la Paz Salinas trabaja desde hace 34 años en su profesión, y tiene un doctorado en psiquiatría veterinaria en Francia. Fue nombrada perito en la causa en 2022, después de que los otros profesionales dispuestos para esa tarea fueran recusados por no haber visto a Toti. Salinas viajó desde Buenos Aires, donde vive, a Bubalcó. Pasó dos días analizando al chimpancé y el recinto. Elaboró el informe. Además de evaluar las condiciones físicas y el espacio en el que vive, escribió que “el caso de Toti presenta un desafío adicional ya que, a diferencia de los chimpancés ya trasladados (caso Cecilia del Zoo de Mendoza y los del Ecoparque de CABA), Toti nunca vivió con su propia especie, [...] y partiendo de su historia de vida, el riesgo de que padezca de trastornos de la socialización es de muy alta probabilidad”. 

Salinas lleva unas larguísimas y finas trenzas decoloradas que le cubren toda la cabeza. Es una mujer de opiniones contundentes, que parece oponerse tanto a los dueños de los zoos como a muchas de las asociaciones ambientalistas. De la causa, solo rescata la actitud de la jueza. Dice que el domingo 11 de septiembre de 2022, antes de iniciar su trabajo en Bubalcó, le habló a Toti: “No quiero complicar más tu vida”, le dijo. 

Hubiera sido muy terrible si me quedaba más tiempo con él porque ¿viste cuando te das cuenta de que alguien tiene potencial para otra cosa? Toti lo tiene —dice ahora, en una llamada—. Entonces me dio mucha culpa pensar en que se quede y me dio mucha culpa pensar en que se vaya. ¿Está mejor que antes? Sí. ¿Tiene todo lo que necesita? No. No tiene ni una soga en el árbol para trepar y jugar. Por otro lado, Toti nunca convivió con otros monos, y después de los 30 años los chimpancés pueden tener problemas cardiológicos. El traslado implica un riesgo severísimo porque hay que sedarlo y luego ver si se adapta al lugar que va. Pero toda movida tiene un costo y un beneficio y siempre hay que priorizar al animal. Entonces, pienso que hay situaciones en las que podemos hacer lo óptimo y hay situaciones en las que lo único que podemos hacer es mejorar el desastre que generamos. En el caso de Toti, con suerte y viento a favor, podríamos mejorar el desastre que generamos hace 34 años. Pero yo no tengo grandes expectativas y cada día que pasa tengo peores expectativas. 

El 25 de mayo de 2024, “un comité de especialistas designados por la Fundación Franz Weber y por el Instituto Jane Goodall” comienza las visitas técnicas para “evaluar la posibilidad de dar comienzo a un proceso de traslado”. El comité aclara que eso “no puede ocurrir en cualquier momento, bajo cualquier condición o a cualquier lugar. Es necesario tener en cuenta su edad, estado psicofísico y sus reales posibilidades de readaptación a un nuevo lugar”. Aún no hay una decisión. Mudar a un chimpancé cuesta más de 10 000 dólares y, de acuerdo con el fallo judicial, estará a cargo de quienes promovieron el amparo o de una de las dos fundaciones que integran el comité. 

Este lunes de noviembre de 2024, a más de una década de su llegada desde Córdoba, un año después de la sentencia firme, con 34 años vividos en cautiverio, casi todos en soledad, Toti sigue acá, en Bubalcó, en el filo entre una época que celebraba los zoológicos y otra que los condena como símbolo de encierro y explotación, en el núcleo inflamable de una duda de alta complejidad: hay riesgo si se queda, hay riesgo si se va. En un limbo.  

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Domingo 1 de diciembre. 11:00 horas. Alerta por vientos fuertes con ráfagas de hasta 80 kilómetros por hora. Sobre la ruta hay ramas que se desprenden de los álamos. Aunque las chacras están verdes, con árboles cargados de peras y manzanas, el paisaje se vuelve lúgubre, vuelan hojas, tierra, como si una fiera descomunal estuviera revolcándose. 

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Cerca de Bubalcó, al final de un camino más enrevesado que el que lleva al zoológico, con tramos asfaltados y otros de ripio, vive el dueño de estas y de aquellas 34 hectáreas del ahora bioparque. Su nombre es Julio Rajneri, le dicen Bubi, tiene 97 años. Prácticamente no sale de la casa de la chacra, una vivienda de imponentes ventanales de doble altura, que dan a un extenso jardín verde y a un brazo del río, el mismo que bordea Bubalcó unos pocos kilómetros más allá.  

Rajneri está sentado a uno de los lados de una mesa larga, las manos apoyadas sobre un bastón. Usa pantalón gris, una remera deportiva azul, zapatillas. Lleva casi 10 años alejado del periódico que dirigió por más de cuatro décadas. Dejó el cargo el 9 de septiembre de 2015, tres años después de que el diario Río Negro, fundado en 1912 por su padre, cumpliera 100 años. La compleja sucesión familiar que devino y la crisis de la industria periodística forman parte de un capítulo que él dice haber cerrado, el broche opaco de una época de poder e influencia que lo tuvo en la cúspide, y que le valió premios como el Moors Cabot de la Universidad de Columbia, en 1987, por su defensa de los derechos humanos durante la última dictadura militar. En ese momento, Rajneri integró la Comisión que reunió las denuncias por desapariciones, torturas y sustracción de menores en su región. Al diario que dirigía se le reconoce ser uno de los pocos del país que publicó y denunció las desapariciones forzadas en ese periodo; también haber sido una de las voces críticas al desembarco argentino en las islas Malvinas, en 1982, y más tarde, investigar y publicar hechos de corrupción en las dos provincias en la que tuvo influencia, Río Negro y Neuquén. De todo lo que hizo, dice, los 42 años en la dirección de ese medio representan la parte “más importante” de su vida. “Tenía una sensación clara de que yo tenía poder, pero jamás lo utilicé para nada que no fuera el interés general. Nunca pedí nada”. 

Abogado y periodista, Rajneri también fue candidato frustrado a gobernador, dueño de una empresa de televisión por cable que se vendió antes de la devaluación monetaria de 2001, de la que obtuvo el dinero para construir el zoológico. Tuvo dos matrimonios. Tiene dos hijos, en uno de ellos, su hija mujer, ha delegado la dirección del zoológico. Prácticamente no sale de esta casa, excepto una vez al mes para ir a cortarse el pelo y comprar libros en la ciudad en la que nació, General Roca, a 26 kilómetros. 

Desde el living-comedor donde está ahora, un lugar despojado, con paredes de un amarillo pálido, se ven dos jaulas blancas. Fueron el principio de todo. 

Tenía solo pájaros. Los tenía allá, ¿ves?, en esa jaula. Ahora está vacía. Si mirás al otro lado, en el borde del río, hay otra. Inicialmente empecé por buscar un lugar lindo donde tener a los animales. Después apareció la posibilidad de hacer un aviario en el brazo del río con un arquitecto muy imaginativo que me hizo el proyecto y me entusiasmé. Una vez construido, surgió la idea del zoológico, de sumar animales. ¿Cómo tener un lugar así, con ese valor monetario y simbólico, exclusivamente para disfrute de mi familia? Me pareció que era egoísmo y lo abrimos al público. 

La relación entre su apodo (Bubi) y el nombre del zoo (Bubalcó) parece obvia, pero él la niega, como acostumbrado a responder lo mismo desde hace años. Dice que no tiene nada que ver, que es casualidad. De todos modos, prefiere mantener en secreto el origen. Solamente dirá que era el nombre de un animal.  

Para cuando llegó Toti, en 2013, ya había una enorme colección de pájaros, tigres, una cebra, pumas. Toti es el único de los 700 animales que había entonces y de los 500 que hay ahora, por el que existen una causa judicial y una sentencia firme. En las jaulas más cercanas a la de Toti están Boris (un siamango, originario de la región de Malasia, el norte de Tailandia y Sumatra), y Tobías (un gibón de manos blancas, proveniente de selvas tropicales). También están solos en sus recintos, pero no hay reclamos por ellos. Ni por los tigres, ni por la cebra. 

Los chimpancés, que comparten el 98.8% del ADN con los seres humanos, son quizá una de las principales razones del pasaje del antropocentrismo, que considera al hombre como medida de todas las cosas, al sensocentrismo, que pone en foco la capacidad de sentir (hambre, frío, dolor, calor, etc.) y que se expandió en los fallos de la Corte a favor de los grandes simios. Ellos son un eslabón esencial en el cambio de paradigma alrededor de los zoológicos, un cambio que va más allá de la tranquilizadora metamorfosis semántica que los convierte en ecoparque, reserva, bioparque, y que pone su concepto victoriano (la exhibición de animales en jaulas) a un paso de desaparecer. 

Es una linda batalla —dice Rajneri—. No siempre es agradable. Las deformaciones te hacen parecer una especie de capo de mafia que tiene un zoológico. Pero ahí hay una discusión de fondo que es, para mí, una batalla que vale la pena librar. Las organizaciones no gubernamentales que en la Argentina están militando en casos similares al de Toti, se dividen básicamente en dos: por un lado, grupos ligados a una entidad brasileña que colecciona chimpancés y que es dudosa, y por el otro, entidades como la Fundación Jane Goodall, inobjetables, que luchan por mejores condiciones para la especie. En el primer caso, se trata de un grupo que está en Sorocaba, que es propiedad de un microbiólogo cubano (Pedro Ynterian) que tiene una cadena de laboratorios y de farmacias en Brasil. Tiene la mayor colección de chimpancés en cautividad del mundo. El segundo grupo son las entidades que responden a una concepción contraria a la existencia de zoológicos en el mundo, con argumentos que yo creo que son rebatibles, que me parece que son el meollo del problema y que es el lugar donde debería librarse la batalla. 

Para Rajneri, el meollo es este: 

Los chimpancés están en riesgo de extinción. Están severamente afectados en muchos lugares y en otros ya han desaparecido. Pero no están en riesgo en los zoológicos; están en riesgo en libertad y en sus lugares de origen. Es decir, cuando las entidades piden que los chimpancés vuelvan a su lugar de origen, están incitando, en definitiva, a llevarlos a los lugares donde se están extinguiendo. De manera que la idea de las entidades de obtener la libertad y devolverlos a su lugar de origen es una falacia. Si se hiciera eso, los monos desaparecerían. En 20 o 30 años se calcula que no va a quedar ningún gran simio, entre los cuales se incluyen los gorilas, los orangutanes y los chimpancés. No va a quedar ninguno en la naturaleza. Van a quedar solamente en los zoológicos. La lucha puede estar bien inspirada, pero está básicamente equivocada. 

Lo dice con voz pausada, pero firme. No rehúye del debate que generan los zoológicos, pero está convencido de que la razón está de su lado. 

Desde luego que no es agradable ser objeto de críticas que defienden principios que uno cree estar defendiendo. En definitiva, yo soy un conservacionista y coincido con la mayor parte de las personas que luchan en el mundo por preservar a los animales. Pero creo que se oculta la verdadera causa del problema, que es el crecimiento de la población mundial. En Indonesia, por ejemplo, están exterminando a los orangutanes porque los privan de sus bosques para plantar una palma que produce aceite. Los indonesios tienen que elegir entre defender a los orangutanes o privilegiar la situación de sus pobres que necesitan tierras para producir aceite. Ese es el dilema que enfrenta el mundo. Es imposible que el mundo sobreviva con una población sin límites. Y desde luego, las primeras víctimas son los animales salvajes. 

Desde 2014 y hasta 2023 hubo protestas en la puerta del zoológico y del periódico que dirigía. Los manifestantes pedían la liberación de Toti, con carteles que apuntaban directamente a él: “Senor Julio Rajneri. Un siglo fue suficiente. No más zoológicos”. Después llegaron artículos en diarios y revistas de todo el país, encabezados todos por la premisa “Liberen a Toti, el chimpancé de la mirada más triste”. No las desestima, pero cree que es un pedido tan bienintencionado como “imposible”. 

Los animales nacidos en cautividad no pueden ser devueltos a la naturaleza. No sabrían qué hacer. Si a Toti lo soltaran en el Congo o en Costa de Marfil, moriría de hambre porque no sabría alimentarse. Por otra parte, no se busca su liberación sino su traslado a otro centro, supuestamente de mejores condiciones, donde se lo mantendría en cautividad. El problema más grande, que es la mayor objeción de las organizaciones que defienden la libertad de los chimpancés, es que por naturaleza son seres gregarios y que la soledad no es aconsejable. La objeción es cierta, pero también es cierto que Toti nunca vivió en compañía, salvo un breve periodo con un mono viejo en Córdoba que murió al poco tiempo. Y se llevaban mal. Así que el argumento relativo a la cuestión de la soledad del mono es cierto, pero es difícil que a esta altura de su vida se pueda adaptar a vivir en compañía. 

La “mayor objeción” a la que se refiere Rajneri le llegó en forma de carta, firmada por la etóloga inglesa, conservacionista y activista Jane Goodall, fundadora del Instituto Jane Goodall y Mensajera de la Paz de la ONU. De todos los argumentos y voces que se oponen a la presencia de Toti en Bubalcó, es la única que considera inobjetable. Pero aún así, la rebate. Fechada el 31 de julio de 2022, en Kigoma, República Unida de Tanzania, la carta de Goodall dice: 

Los chimpancés son seres extremadamente sociales. Para Toti, estar solo, sin nadie a quien acicalar o con quien simplemente pasar el rato es una forma de tortura. Ningún chimpancé debe estar confinado, solo. Toti debe ser enviado a un Centro especializado para la rehabilitación de grandes simios donde pueda integrarse gradualmente en un grupo. Me preocupa mucho que continúe permaneciendo aislado, en un entorno tan árido. Espero que, al menos, se le proporcione mucho enriquecimiento. 

La palabra enriquecimiento, que se repite en fallos, en boca de cuidadores, de ambientalistas, se refiere a todo lo que pueden hacer los humanos para mejorar la calidad de vida de los animales en cautiverio. Rajneri publicó una carta en respuesta a Goodall en el diario La Nación. Le agradeció “profundamente la preocupación por el bienestar de Toti”, y admitió la soledad del simio: 

Desde su incorporación a Bubalcó, hemos tratado de conseguir miembros de su misma especie. Fuimos candidatos —en nuestra opinión injustamente relegados— a la incorporación de la chimpancé Cecilia, de Mendoza. Nos presentamos ante las autoridades de CABA (Ciudad de Buenos Aires) para optar por el traslado de su chimpancé hembra, lamentablemente fallecida. Y hemos estado abiertos a cualquier posibilidad proveniente del exterior. En tal sentido, nos permitimos pedir su valiosa colaboración. Consideramos que ninguna persona en el mundo está en mejores condiciones para saber dónde existen una o más compañeras para Toti, que estén disponibles. Nosotros estableceríamos el contacto y nos haríamos cargo de todos los gastos inherentes a su traslado. 

Después de eso, no hubo más cartas. 

Los otros dos chimpancés que quedan en Argentina son Tomy y Johnny. Tommy está en el antiguo Jardín Zoológico y Botánico de La Plata, bioparque desde enero de 1980, cuando llegó por un “canje de animales” con el Circo Tihany. El zoo entregó un oso pardo y un tigre de Bengala y recibió un chimpancé de tres años y medio. Ahora tiene 47. Johnny es aún mayor: tiene 52 y vive en el zoo de Luján, que no cambió de nombre, pero fue clausurado en 2020 por maltrato animal. Johnny aguarda una decisión judicial para saber si podrá ir a un santuario. Como en el caso de Toti, hay opiniones divididas. Desde Tchimpounga, Congo, la doctora española Rebeca Atencia, a quien se considera la heredera de la primatóloga Jane Goodall y que dirige un santuario, afirmó: “Sinceramente, por los videos y las imágenes que veo, Jhonny está totalmente humanizado. Se percibe claramente el fuerte vínculo que tiene con quien lo cuida. A esta edad y con la contención afectiva que tiene, yo no lo movería de Luján”. 

Otras vidas complicadas. Otros limbos. 

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Domingo 1 de diciembre. 14 horas. Hay nueve autos en el estacionamiento, pero en la entrada del bioparque no se ve a nadie. La boletería y los molinillos de ingreso lucen desiertos. Aunque con un riego por aspersión que cada mañana se enciende, el paisaje dentro de la reserva es más bien agreste. Cerca del curso del río y de algunos recintos hay árboles altos que dan sombra a los animales y también a las mesitas y sillas de madera distribuidas para que los visitantes descansen. 

En 2008, el año en que abrió, Bubalcó tuvo 100 000 visitantes. El promedio de los últimos cinco años, sin contar 2020, cuando estuvo cerrado por la pandemia, es de 28 000. Paula Rajneri, hija de Julio y la directora del parque, dice que para que sea rentable debería haber 5 000 visitas al mes, 60 000 al año. A razón de 17 dólares cada entrada, la cuenta daría un ingreso mensual de 85 000 dólares, y al cabo de 12 meses de un millón. 

Paula Rajneri tiene 32 años y vive en la casa de la chacra, adonde se mudó hace un año para cuidar de su padre y hacerse cargo del parque. Nació en Buenos Aires y se crió entre aquella ciudad y este lugar. Estudió en el liceo francés de la capital argentina y se formó como licenciada en Comunicación Social en la exclusiva universidad San Andrés. Desde que su padre dejó la dirección de Bubalcó en sus manos, ha decidido transformarlo en una fundación y orientarlo “a los animales autóctonos, pero seguir con los pilares originarios que tienen que ver con la conservación, con la investigación y con la educación”, dice. 

Lleva el pelo recogido sin mucho cuidado, usa jeans, una remera negra, zapatillas. Desde chica convivió con el proyecto del zoo. Conoce a todos los animales, los llama por su nombre, los visita cada día. Casi nunca va a la ciudad. 

A Toti, dice Paula, no le gusta el viento, así que después de entrar a la reserva pasa por el bar y pide un licuado natural de frutas para llevarle. “Es un mimo”. 

La información oficial dice que la jaula de Toti “tiene un sector de aire libre de 314 metros cuadrado por 10 metros de altura, un dormitorio, de 16 metros cuadrados (sector privado, sin ojo del público, disponible todo el día) y un patio de invierno de 50 metros cuadrados. El recinto cuenta con una visión periférica de 360 grados. Los espacios cerrados (patio de invierno y dormitorio) tienen calefacción y aire acondicionado. El espacio abierto tiene un sauce centenario, árbol alrededor del cual se construyó el hogar de Toti”. Paula dice que es el primer árbol que Toti conoció en su vida, que le costó varios años aprender a usarlo y que aún no se anima a las partes más altas. 

Hoy hay una familia mirando a Toti, detrás de un cerco de madera dispuesto para que haya distancia. La cuidadora le ofrece el licuado. Él lo toma desde el otro lado de la reja, con un sorbete. Parece disfrutar. La escena provoca grititos de entusiasmo en la familia.  

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Viernes 6 de diciembre de 2024. 11:00. Antiguo zoológico de la ciudad de Buenos Aires. Un día húmedo, nublado. 

El lugar fue reconvertido en ecoparque en 2016, tras años de presión de organizaciones ambientalistas y de protestas por Winner, el oso polar que fue hallado muerto el 26 de diciembre de 2012, luego de una jornada de 40 grados y una noche de pirotecnia por los festejos de Navidad. Aquí vivía la orangutana Sandra, que fue trasladada al Centro de Grandes Simios que funciona en la Florida, Estados Unidos, donde convive con 52 orangutanes y chimpancés rescatados de la industrias del entretenimiento —que participaron en películas o series—, de laboratorios experimentales de medicina, y del mascotismo, como Bubbles que era de Michael Jackson. 

Del antiguo zoológico de Buenos Aires, inaugurado en 1875 y que ocupa 18 hectáreas de un barrio elegante, queda casi todo en pie: el recorrido, las estructuras, incluso algunos de los animales exóticos que por la edad no pudieron ser reubicados: un mandril, una elefanta, dos jirafas, dos hipopótamos y un dromedario. 

El efecto es desconcertante: la promesa tranquilizadora de un parque ecológico, con sus plantas y sus animales autóctonos, junto a los vestigios de un pasado en suspenso; el bálsamo moderno junto a la idea de los zoológicos como geriátricos, lugares quizá destinados a desaparecer cuando muera el último animal silvestre. 

Cuando se construyó, el entonces director decidió que los animales debían ser alojados en edificios que reflejasen sus países de origen: un templo hindú para los elefantes asiáticos, una estructura estilo islámico para las jirafas, una pagoda china para el panda rojo. El Pabellón de las Fieras, edificado en 1900 para albergar grandes felinos, es un edificio de inspiración renacentista, réplica del que existe en el Zoológico de Breslavia, en Polonia. Tiene 2 600 metros cuadrados, entre la parte que está a nivel del suelo y la parte inferior, donde funcionaba el área de manejo de los animales y la cocina. Ahora, en el edificio renacentista, reconvertido y pintado de blanco, hay mesas y sillas, una barra larga y un pizarrón que anuncia especialidades gourmet. Se pueden tomar mojitos, licuados y café; se pueden comer crepes, ensaladas y tortas, sentado en el interior de una jaula mirando a los visitantes del Ecoparque. 

Puede ser una metáfora, pero resulta un cliché. 

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16 de diciembre. 9:35. Río Negro. Bubalcó. Algunas nubes en el cielo. La temperatura amenaza con trepar hasta los 32 grados. 

El parque abre a las 10:00, así que hay que ingresar por otra puerta, donde funcionan las oficinas administrativas, la cocina, un galpón, y una serie de recintos donde los veterinarios atienden a los animales. Aquí llegan los que la gente suele tener como mascotas, aunque no lo son (tortugas, loros y algunos monos caí), pero también los heridos, como un águila que fue atropellada, un choique lastimado, o un chulengo (la cría del guanaco) que quedó huérfano y fue traído por personal de Fauna de la provincia. Todos animales autóctonos. 

Romina, la cuidadora de Toti (a pedido de los responsables de Bubalcó, el apellido se mantiene en reserva para “no exponerla a recibir agresiones”) sale de la cocina con un bowl lleno de fruta cortada. Va a alimentar a los lemures y luego pasará varias horas con Toti, en tareas de enriquecimiento. 

Romina llegó al zoo hace tiempo, pero desde hace un año está dedicada especialmente al chimpancé. Es bailarina y profesora de malambo, una danza folclórica argentina, pero fue asignada a esta tarea “por la conexión que estableció con Toti”. Su rutina diaria incluye llevarle “una mamadera —biberón— con un té calentito” y un balde de frutas frescas por la mañana; luego el menú que le toque en la tarde, y jugar con él. Está orgullosa de haberle enseñado, por ejemplo, a sonarse la nariz, a que tolere mejor el momento de limpieza de su dormitorio y, sobre todo, a que haya dejado de sentirse amenazado por los niños. Al principio mostraba muy poca tolerancia al ruido y a los más chicos; cuando veía grupos les tiraba tierra, se ponía nervioso. “Hoy en día lo hace, pero muchísimo menos, muy poquito”, dice Romina. 

Enumera: le gustan las nueces pecán que crecen en el árbol junto a su recinto, el bife bien cocido (“si está jugoso lo devuelve”); no le gusta que alguien la abrace (“se pone celoso, les tira tierra”) ni la parte negra de la banana (“la tengo que quitar, sino no la come”) ni perder (“jugamos a correr y si yo corro fuerte, se enoja. Digamos que es mal perdedor”). Lo llama “mi Negro”, le habla, le toca la espalda, lo mima. 

Paula Rajneri viste como todos los que trabajan en el parque: pantalón cargo, remera, zapatillas de trekking. Lleva un handy en la mano. No hay señal para los móviles en este lugar. 

Entiendo que haya gente a la que no le gusten los zoológicos. Todo esto hoy no es lindo de ver. No es un show. La gente se puede ir de acá con angustia y no me parece mal, siempre y cuando sepan el trabajo que se hace. A mí conceptualmente tampoco me gusta, pero cuando uno está acá sabe por qué existe y sabe con lo que está contribuyendo. La gente tiene que saber cómo funciona el rubro, cuál es el problema, porque los animales no están acá por gusto, están por cómo nos relacionamos con el medio ambiente. Y el trabajo que hacemos es valioso. Somos un parque zoológico, todos los espacios que trabajan animales bajo cuidado humano son, por definición jurídica, espacios zoológicos. Bioparque, ecoparque, todos son lo mismo. Yo a Bubalcó le digo parque porque obviamente el zoológico en Argentina tiene una connotación muy negativa, entonces un poco hay que adaptarse. 

Parece pertenecer a dos mundos: al del zoológico que montó su padre, y al bioparque destinado a atender animales autóctonos. 

Ahora hay un montón de especies que están prohibidas, como los exóticos. Incluso hay limitaciones entre el norte y el sur del país. A eso hay que sumarle la presión de la opinión pública que, con buena intención, pero fundamentalmente desinformada, empujó a que todos los lugares quieran deshacerse de los animales que traen problemas. El chimpancé hoy, para cualquier espacio como el nuestro, es un problema, un ojo de tormenta. Los cambios que se dieron en relación con los zoológicos fueron graduales, pero de repente estaba todo mal. Y se siente frustración porque la voz más fuerte es la de las personas que no trabajan en este rubro. Todo ese movimiento que contiene una base que es hermosa, que es el amor por los animales y el deseo de cuidarlos, necesita estar bien informado para dirigir bien la fuerza hacia la conservación. 

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18 de diciembre de 2024. 18:00 horas. Videollamada. 

Julia Busqueta es una de las representantes del movimiento Liberen a Toti. Es abogada. Desde 2016 forma parte de la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (Afada). Tiene 44 años. Vive a unos 30 kilómetros de Bubalcó, en la ciudad de Neuquén. Dice que va tantas veces como puede a ver a Toti. Estuvo en el parque el último 29 de agosto para acompañar al chimpancé en su cumpleaños. 

Julia tiene un tono enérgico. Lleva el pelo recogido, acaba de llegar de una clase de pilates y habla desde su oficina en la capital de la provincia de Neuquén. Se entusiasma enumerando todo lo que hacen junto a un grupo de mujeres que trabaja por los derechos de los animales. Se emociona cuando cuenta la reacción de una alumna de uno de los jardines de infantes que visitó hace poco para narrar la historia de Toti. 

Hacemos como un cuentito, les decimos que cuando nació estaba con su mamá, pero que siempre estuvo encerrado; que estuvo un tiempo con un amigo, pero que después siempre estuvo solo, con mucho frío. Vamos poniendo imágenes, dibujos, para que vean que se aburre mucho, que los chimpancés viven en un clima tropical y que acá sabemos que hace mucho frío. Después de que conté la historia, una nena vino, me agarró del brazo y me dijo: ʻVamos al zoológico a buscarlo, ahoraʼ. 

Habla rápido, pasa de la justicia a la educación y de ahí a la necesidad de movilizar a través del arte. 

Esta es una transformación social y cultural. Por eso visitamos escuelas, pintamos murales, hacemos charlas, repartimos stickers que dicen ʻLiberen a Totiʼ, que adopten animales. Tratamos de concientizar con cosas lindas y se recibe mucho amor, mucha energía. 

Afada es la ONG que inició la presentación judicial para pedir la liberación de Toti y su traslado a un santuario. 

Desde el año 2017, nosotras intentamos primero buscar el diálogo con las personas de Bubalcó; mandamos una carta documento, les pedimos abrir el diálogo para conciliar o buscar una salida para Toti, pero nunca recibimos ninguna respuesta y no nos quedó otra que la vía judicial. 

Julia tiene el mismo grado de vehemencia para explicar la difusión de la causa Toti, que para subrayar cuánto aborrece los zoológicos. 

Son lugares de explotación, de opresión, de cosificación. Son verdaderas cárceles y representan una de las tantas, pero no la única, maneras en que los humanos explotamos despiadadamente. A mí me duele tanto que siempre pienso: ¿cómo nunca lo vimos? ¿por qué, como humanidad, como sociedad, querríamos ver a un ser encerrado, padeciendo, sin ninguna de sus necesidades básicas satisfechas? Y son zoológicos disfrazados de reserva porque están llenos de un discurso de conservación, de educación, cuando en esos lugares no puede surgir nada bueno. Son lugares de tortura legalizados y sobre todo de una explotación enorme porque esto mueve millones. Es algo digno de un estudio sociológico porque las personas que fomentan o tienen estos lugares son personas que tienen mucho poder adquisitivo, que no saben qué hacer con su vida y entonces oprimen a los demás y tienen un goce horrendo a partir de la tortura, cosificación y explotación de seres vulnerables. 

¿Esperás que Toti finalmente sea trasladado? 

Yo siempre digo: después de 34 años oprimido, así sean cinco minutos de vida digna, todo valió la pena. Que pueda ver las estrellas, que pueda ver el sol, que pueda relacionarse y tocar otra piel, eso le da sentido a todo porque ¿con qué derecho nos creemos merecedores de haberle arrebatado su dignidad? Aunque sean 5, 10 minutos o 20 años, ojalá que tenga ese derecho. 

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Alejandra Juárez es la mujer que presentó el primer habeas corpus en Argentina por un chimpancé. Fue en 2013, por Toti, y no tuvo suerte. Trabajó muchos años en el zoológico de Córdoba y ahora dirige una reserva de monos carayá en las sierras de su provincia. Fue también la primera en cuestionar el traslado de Toti de Córdoba a Río Negro: visitaba a Toti todas las semanas, jugaba con él. En un intercambio de mensajes de WhatsApp, dice que el recinto actual de Toti es el más grande que existe en el país, pero advierte que tiene reservas: con la causa judicial, con el peritaje, con la concepción de los proteccionistas, con la soledad de Toti, con los que atacan los zoológicos. “Soy amada y odiada por mis opiniones”. Por ejemplo, estas: “Antes estaba desesperada, quería que Toti se fuera al santuario de Brasil. Por supuesto que estaría bien ahí. Pero hoy, mi posición sería buscar especialistas en chimpancés para que el propio Toti decida qué quiere”; “Hay chimpancés que están mal, que son considerados sobras en países cercanos y que podrían venir a acompañar a Toti. Si la justicia dictaminara eso, nadie podría oponerse”; “No hay que pensar mal de los zoológicos. En Europa, en Estados Unidos, son lugares prestigiosos, han evolucionado, han crecido. Argentina es el único lugar del mundo en el que se cometió la aberración de cerrarlos y se trasladaron animales a seudosantuarios o parques de diversiones, donde murieron a los dos días”; “Toti físicamente no está mal, de espacio no está mal. El único problema es que está solo, que necesita compañía”; “Para que se tomen buenas decisiones, los proteccionistas que no saben de este tema tienen que mantenerse al margen. Tienen que opinar los especialistas en primates”. 

Nadie parece completamente de acuerdo con nadie. Todos se arrogan la razón. Conservacionistas. Proteccionistas. A favor de los zoológicos, en contra. En el medio, Toti, el chimpancé que está solo y espera. 

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Domingo 22 de diciembre. 10:30 de la mañana. Casa de la chacra. Es un día diáfano, de 28 grados, el cielo se ve celeste, sin mácula. 

La casa tiene varias escaleras, tres niveles. En el living hay una chimenea de vidrio que no interrumpe la continuidad del paisaje, y una mesa baja cubierta de libros —de temas políticos, novelas policiales, sobre fauna— y de unos adornos de madera que simulan aves. 

Rajneri tarda en bajar de su habitación. Lleva bermudas, una remera celeste, sandalias deportivas, su bastón. Propone ir al jardín. Dice que tiene una memoria privilegiada, que puede recordar hechos de 90 años atrás, “pero, como los viejos, quizás olvido qué desayuné”. 

Mis hijos me insisten en que escriba unas memorias. Por un lado, no creo tener una vida tan interesante y, por otro, tengo 97 años, tengo ya la sensación de lo efímero que me queda de vida y no me gustaría empezar algo y no terminarlo. 

El tono de este domingo es una cuerda más bien oscura. Las palabras caminan por esa zona ambigua en la que el humor se vuelve una savia amarga. 

Si no tuviera la memoria, mi vida sería muy parecida a la que es ahora. Podría buscar todo lo que necesito recordar a través de la tecnología. La sensación que tengo del avance tecnológico es que algún día un tipo va a tocar el botón equivocado y vamos a parar todos a la mierda. Tal vez podría evitarse la extinción de la especie si podemos emigrar antes a otros planetas. Pero si no, yo veo la posibilidad de que el mundo y los seres humanos desaparezcan. 

A veces le resulta difícil llenar el tiempo: “Leo los diarios, hago sudokus, veo alguna película de cine clásico, pero a veces los días son largos”, y a esta altura de la mañana ya leyó todos los diarios, incluido el que dirigió. Hubo tiempos en los que a esta casa venían políticos, candidatos, gobernadores, ministros, expresidentes. 

Querían tratar de tener la mejor relación posible conmigo para asegurarse, o creer más bien, que así tenían impunidad. El diario fue un sustituto del poder legislativo de la provincia, cumplió un rol. No te imaginás el poder que tuvo el diario. 

¿Sigue viniendo mucha gente? 

Muy poca, casi no me llaman por teléfono. De mis amigos amigos, me queda uno. Nos vemos a veces. El resto no, mis amigos están muertos, todos. 

Llegó a tener cuatro pumas en la chacra, antes del zoológico. Los alimentaba, les corría carreras, él en cuatriciclo. Durante muchos años jugó con Toti. Le llevaba las primeras uvas y cerezas de su chacra y se las intercambiaba por medias que Toti tenía en su jaula. El chimpancé entregaba la prenda, Rajneri la llenaba de fruta, Toti las vaciaba y volvía a pedir. 

Ahora hace un año que no va al zoológico. 

En el verano quizás vaya, pero con el frío, el viento, mis dificultades para caminar…. Y, además, en el fondo, la tristeza que me causan algunos animales que se han muerto. Eso me produce una pena enorme. Estuve muchos años con algunos de ellos. Por eso dejé de ir, para no recordar. 

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Domingo 29 de diciembre. 10:30. Bubalcó. El cielo es una masa hinchada de grises oscuros. Una tormenta pasajera descarga agua sobre la ruta que conduce al bioparque.  

Hay 15 autos en el estacionamiento. La mayoría son familias. Para las 11 se ofrece una visita guiada, pero todos van por la suya, aprovechando la mañana que todavía es fresca, bajo una sombra indecisa. 

En la jaula de Toti, a mitad del trayecto, después del parque de los loros, es donde más gente se congrega. Hay dos cuidadores junto al recinto, Romina y Jonás. Es el único lugar en el que hay dos cuidadores; es más bien el único lugar en el que hay cuidadores. Hablan con los visitantes, responden preguntas. Romina le da agua al chimpancé, unas nueces, le rasca un poco la espalda. El día anterior estuvo nervioso; les tiró tierra a algunos visitantes. 

En esta región, y sobre todo en esta época, cuando las nubes pueden convertirse en granizo, algunas chacras recurren a cañones antigranizo para proteger sus cosechas de un daño que puede resultar catastrófico. Técnicamente, producen una explosión con gas acetileno y así generan ondas de choque que inhiben la formación de hielo. Lo que se oye es como un disparo, una exhalación honda. Esta mañana las detonaciones resuenan desde algún lugar cercano e impreciso. Al primer cañonazo, Toti sube ágil, veloz, a una rama del árbol centenario que está en su recinto. Parece un reflejo instintivo: el miedo a un mundo que le es ajeno y que desde hace 34 años no sabe qué hacer con él. 

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