Desde sus primeros años, antes de que se estableciera el parataekwondo en 2016, Jessica García competía en torneos con atletas sin discapacidad, a quienes llaman “convencionales”. Hoy es una de las favoritas en los Juegos Paralímpicos de París 2024.
Jessica García ensayó cómo subir a un pódium olímpico semanas antes de viajar para competir en los Juegos Paralímpicos de París 2024. Para hacer la visualización lo más cercana a la realidad, mientras ella se colocaba en una plataforma improvisada, sus entrenadoras hicieron sonar el himno nacional de fondo. En su cuello colocaron una réplica de plástico de la medalla de oro que fabricó a mano la psicóloga del equipo paralímpico mexicano. Jessica mostró la medalla a un público y cámaras imaginarias y escuchó el himno en posición de saludo a la bandera. El entrenamiento en el Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CNAR) es tan riguroso que los deportistas practican todo, incluso la ceremonia de premiación.
Según Jessica, este ensayo va mucho más allá de cumplir con el protocolo olímpico. Es una forma de mentalizarse, de prepararse para ganar. Algo que ya les ha funcionado antes. Previo al mundial de parataekwondo celebrado en Veracruz en 2023, Jessica también entrenó para subir al pódium y colgarse la medalla de oro. Días después, tras vencer en la final 3-1 a la egipcia Salma Ali Abd, Jessica ganó el oro y se convirtió en la mejor parataekwondista del mundo. Aunque fue tanta la emoción que el festejo no resultó completamente como lo planearon: con el himno nacional de fondo, Jessica olvidó saludar a la bandera como había ensayado. Entre lágrimas sujetaba contra su dobok la bandera de México, y decenas de personas vitoreaban su nombre.
En la casa de sus padres, como si fuera un presagio de lo que venía, cada 20 minutos se escucha la turbina de un avión. Las fotografías y trofeos dan testimonio de lo que su madre, Beatriz Quijano Quintal, llama orgullosa “la vuelta al mundo de mi hija”. Jessica ha competido y traído medallas de Italia, Brasil, Francia, Turquía, Estados Unidos, Inglaterra, China, Bulgaria y otros países. Beatriz, quien nunca ha salido de México, ahora tendrá la oportunidad de acompañar a su hija en el que será, hasta ahora, el viaje más importante de su vida: París 2024.
Con cada patada se construye una medalla
El sueño olímpico de Jessica comenzó con un volante que su padre, Francisco García Martínez, encontró hace 20 años en un parque del municipio de Umán, al noroeste del estado de Yucatán, de donde Jessica es originaria. En él se anunciaba la apertura de la escuela de taekwondo de la maestra Mónica Ferráez. Sus padres creían que practicar algún deporte podría ayudar a su hija de 8 años con su personalidad introvertida.
“Cuando llegaron a pedir informes no fue algo que llamara mi atención, que yo pensara que pudiera ser un obstáculo. Sin embargo, cuando va a su primera clase y tengo que trabajar con ella los ejercicios, recuerdo que tuve un poco de miedo de no saber cómo manejar la situación, de no saber cómo tratarla”, me comparte Mónica en una nota de voz rumbo a París, un viaje para el que ahorró con anticipación para cumplir el sueño más grande de un entrenador: acompañar a una alumna a participar en unas olimpiadas.
La escuela Grupo Halcones A.C. tenía pocas semanas de haber abierto y, a pesar de ser una deportista con una trayectoria importante, para Mónica, de tan sólo 19 años, era una novedad estar a cargo de una escuela de taekwondo. Entonces recurrió a su maestro Emilio Vallado, fundador de Grupo Halcones y presidente de la Asociación de Taekwondo de Yucatán: “Le dije —continua Mónica— que había llegado una niña a la escuela que no tenía un bracito, y que yo tenía mucho miedo de no hacerlo bien, de no ser una buena guía, una buena maestra para ella. Recuerdo que sus palabras fueron ʻtrátala igual que cualquier otro alumno, ella te va a poner sus límites. Respétalos, pero exige que sea capaz de romperlosʼ”.
El parataekwondo se convirtió en deporte olímpico en el 2017, desde entonces compiten atletas con discapacidad en las extremidades superiores, divididos por peso en cinco categorías. En esta modalidad las patadas para sumar puntos deben marcarse en el peto, que cuenta con sensores al igual que en los pies de los contendientes.
El escenario parece el de un set de concursos de televisión con mucho presupuesto. Es octubre del 2022, durante la final del Grand Prix de Manchester. Jessica entra al tatami cruzando un arco de luces azules. Saluda al público haciendo una reverencia acompañada de una amplia sonrisa que recuerda a un anuncio de dentífrico. Con esa imagen aparece en entrevistas y fotografías. Tiene los ojos negros y amplios, entrenados para leer al oponente y, aunque se considera tímida, aparenta seguridad para responder a los entrevistadores. Se le ve lista para el enfrentamiento. Con apariencia retadora, gira la cabeza y se coloca la guarda de protección en la boca. La réferi, vestida de camisa blanca de mangas cortas y corbata roja, invita a las contrincantes a colocarse en medio del tatami. Jessica se enfrenta a una contrincante de mucho tiempo atrás, la turca Meryem Cavdar.
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El padre de Jessica me compartió que Turquía es uno de los países destacados en el parataekwondo. Meryem es mucho más alta que Jessica, lo que en este deporte le da una amplia ventaja. Es por eso que Jessica se preparó para clasificar en las olimpiadas de París en la categoría de 52 kilos, con el fin de enfrentarse a atletas con estatura similar a la suya.
Al ver esa imagen del 2022, en un escenario repleto de luces que dan la sensación de estar viendo una competencia de la Ultimate Fighting Championship (UFC), la primera diferencia que advierto entre el parataekwondo y el de atletas sin discapacidad es que Jessica y su oponente, antes de comenzar el combate, se colocan una careta de protección. En el parataekwondo están prohibidas las patadas a la cara. De hacerlo cuenta como una falta y suma un punto al oponente. Frente a la turca, Jessica marca una patada en el peto. En esta modalidad necesitan que el golpe entre con cierta potencia para considerarlo válido. Al comenzar la pelea el narrador dice en inglés que el estilo de Jessica es agresivo. Tras recibir varios puntos en contra, Jessica logró conectar una patada, pero no con la fuerza suficiente para marcar el punto. En el parataekwondo la velocidad y poder de las patadas son la clave para la victoria. Comparando esta modalidad con el taekwondo convencional, el ataque se prioriza a la defensa. Lo que además de ser un reto de resistencia, la cantidad de impactos que buscan los contrincantes hace de esta modalidad un deporte algo más atractivo.
Hace 20 años, cuando comenzó la carrera de Jessica, Mónica logró que sus alumnos llenaran la escuela de medallas estatales y nacionales, aunque era joven y apenas empezaba como profesora. Jessica no fue la excepción, desde esos primeros años cuando competía en torneos con atletas sin discapacidad, a quienes llaman “convencionales”. Fue hasta 2016 que el parataekwondo comenzó a practicarse en México.
En un video del 2012 en YouTube, Jessica, de peto azul, enfrenta a una oponente sin discapacidad de Quintana Roo en un concurso estatal. Jessica compensa la dificultad para la defensa con el ataque constante. Tiene a la oponente contra la esquina, midiendo en milisegundos la oportunidad para colocar una patada. Al no poder defenderse con un brazo izquierdo, logran entrar patadas directas a la cara. A la mitad del combate logra colocar una patada con tanta fuerza en el peto de la oponente que la tira contra el piso. A pesar de la desventaja física, Jessica es tan buena con las patadas que acumuló varias victorias que la llevaron al pódium. Recibía más golpes que las deportistas “convencionales”, pero a los moretones que le producían los combates, desde que se inició en este deporte, los llamó sus trofeos.
“Nunca dijo que no podía hacer algún ejercicio —recuerda Mónica—; al contrario, Jessica siempre fue muy fuerte. Ella buscó cómo solucionar, cómo hacer las cosas. Y si yo pedía que hicieran planchas, Jessica se tiraba al piso y hacia las planchas. Entendí que el límite muchas veces los tenemos las personas sin discapacidad, no ellos”.
En una casa llena de medallas, siempre habrá espacio para otras más
Me reuní un sábado con los padres de Jessica, Francisco y Beatriz. En la mesa de la sala había un reconocimiento por su próxima participación en Paris 2024 que le entregó el alcalde de Mérida, Alejando Ruz Castro. Tiene una escultura de las sillas de los enamorados, emblemáticas de Yucatán. Junto a él hay un servilletero vacío de madera con la palabra “París”, y al lado una réplica de metal de la torre Eiffel. La casa de los padres de una deportista de alto rendimiento se viste acorde a las vísperas paralímpicas.
En cada espacio de la casa hay trofeos y medallas colocados en lo que parecen pequeños altares, acompañados de fotografías y estatuillas. En la sala hay dos trofeos con detalles estilo huichol, en el que una figura, que parece tener un brazo más corto que otro, se encuentra soltando una patada. También hay una habitación, donde antes dormía Jessica, dedicada exclusivamente a las medallas y souvenirs de las competencias. En la puerta hay un letrero que dice “Love Jessica” y arriba unas letras con la palabra “Éxito”. Da la sensación de estar en un museo donde no cabe ni una medalla más. Aunque al escuchar esta observación Francisco aclara que ya tienen asignado dónde colocarán la medalla de los juegos paralímpicos.
Sobre la mesa hay un álbum de fotografías y otro más a reventar con recortes de periódicos. Cada vez que hay un evento relacionado con la trayectoria de su hija, Francisco sale a buscar el periódico para sumar a la colección. Lo ha hecho durante dos décadas, desde que, con un año practicando el deporte, Jessica ganó una mención honorífica del municipio de Umán por su trayectoria deportiva. Años después obtendría también los máximos galardones nacionales de parataekwondo y 10 medallas por competiciones internacionales, incluyendo el oro que la convirtió en la actual campeona del mundo en la categoría de 52 kg. Hoy, a sus 28 años, podría cumplir el sueño más grande: ganar unos juegos olímpicos.
Francisco a veces lee el resto del periódico o lo utiliza para el aseo de sus mascotas. Entre ellos, los gatos que Jessica adopta y a quienes cuida a la distancia y pide que se los muestren por videollamada. Incluso lleva tatuado cerca del corazón a Max, un gato siamés, cuyo retrato realista, con una mirada profunda, observa con ojos felinos las patadas de su adorada dueña, que tan lejos la han llevado. Jessica, a pesar de los entrenamientos y la distancia, cuidó a Max y otros felinos con esmero. Apenas hace un mes falleció su adorada Merlina, atacada por un grupo de perros. La vida es feroz y Jessica la combate en cada una de sus patadas, con las que apoya y defiende a su familia y felinos. Otro de sus tatuajes es la palabra “imposible” con la primera sílaba tachada porque para Jessica lo imposible es posible.
México, potencia de medallistas paralímpicos
Durante la pandemia Jessica tuvo que resguardarse con sus padres y continuar los entrenamientos rigurosos por videollamada. Trataron de acondicionar la sala, pero el espacio no fue suficiente. Entonces Francisco, ingeniero agrónomo de profesión, decidió que pediría un préstamo y con él construyeron un techo en la entrada de su casa y colocaron piso de loseta para que Jessica entrenara. Sus padres recuerdan orgullosos la hazaña que ejemplifica que Jessica no sólo está en combate cuando se para en el tatami, las batallas son diarias y diversas y las más importantes son contra ella misma. En pandemia cuando todos en casa tenían covid-19, Jessica, a pesar de la fiebre, continuó entrenando en la terraza que su padre construyó. Nada la iba a detener.
Mucho antes de los torneos y medallas, la primera batalla que Jessica enfrentó fue la de la aceptación. Beatriz recuerda que cuando Jessica tenía entre 3 y 4 años le preguntó cuándo le crecería su brazo izquierdo. Beatriz ya había entrenado para este momento con un psicólogo, que le recomendó ser honesta. Aunque con lágrimas reconoce que es algo muy difícil de hacer. Sus padres y entrenadores llegaron a ofrecerle una prótesis para evitar algunos impactos durante el combate, pero Jessica, desde muy chica, decidió que todo lo lograría con lo que tiene y con lo que no.
A pesar de los tempranos éxitos, como obtener la mención de honor del estado de Umán por sus méritos deportivos, convertirse en cinta negra, afrontar los retos de combatir contra deportistas convencionales y ganar algunas medallas en competencias entre asociaciones y escuelas de taekwondo, superando su desventaja física, Jessica dejó de practicar taekwondo al entrar a la preparatoria y luego a la universidad. Trabajó en otros sueños: estudió la licenciatura en educación, con especialidad en biología para nivel secundaria, e incursionó en la música, en la que también destacó y llegó a cantar en concursos de televisión local. Aunque superó el miedo escénico, que más adelante la prepararía para el tatami, y con una voz poderosa, el sueño de Jessica era ser famosa y que su nombre fuera reconocido, dejar huella. Pronto el taekwondo le ofrecería una revancha.
México es considerada una potencia importante en el deporte paralímpico, donde ya suma 311 medallas en su historia contra las 78 ganadas por atletas sin alguna discapacidad.
“En una certificación de entrenadores escuché que la Federación Mexicana iba a traer el parataekwondo a México —continúa la maestra Mónica en el audio— y es cuando, sin dudarlo ni un momento, me comunico con Jessica. Hablo por teléfono con su mamá y les doy la noticia. Le pregunto si quisiera volver a buscar esta oportunidad que tantas veces buscamos: formar parte de una selección de parataekwondo”.
Aun cuando el parataekwondo comenzó a practicarse en el 2005, no fue sino hasta años recientes que el deporte se propagó por distintos países.
Jessica aceptó la invitación y, pese a tener tiempo sin entrenar, aún conservaba la memoria de sus patadas, la coordinación y las cualidades necesarias que tantas veces le dieron la victoria. Tras ganar oro en el nacional en el 2016 fue llamada a la selección nacional. Lo que la encaminó a estar a punto de ganarse su lugar en Tokio 2020. Quedó cerca y, aunque no clasificó, en vez de desanimarse siguió entrenando y compitiendo durante otros tres años, con lo que consiguió clasificar para los juegos de París 2024 y llegar en el segundo lugar del ranking mundial más alto en su categoría. Aunque Francisco me platicó que, por algunos puntos que le restaron a la parataekwondista del primer lugar, Jessica llegó como primera del mundo, lo que la convierte en favorita para ganar una presea. Ella, ha dicho, va por el oro.
Beatriz recuerda cuando su hija vio en la pantalla a María Espinoza subir al podio olímpico, una leyenda del taekwondo en México, la segunda mujer mexicana en ganar oro en unas olimpiadas durante Pekín 2008. Entonces Jessica, que aún era una niña, le dijo: “Mamá, ese es el sueño que me gustaría tener. Ser como María Espinoza”.
Años después, Jessica llamó a su mamá emocionada para decirle que en el CNAR se encontró con María Espinoza. Las instalaciones deportivas se convirtieron en su nuevo hogar, y ahí ha pasado siete años con entrenamientos intensivos que algunos deportistas no soportan siquiera unos días. Junto a su ídola, Jessica se tomó una foto. Pronto platicó a sus padres, muy emocionada, que María la iba a entrenar y harían sparring juntas. Entre risas Beatriz recuerda que Jessica le dijo: “Que me patee lo que me tenga que patear, lo que importa es que voy a entrenar con ella”.
Antes de su viaje a París logré conversar con Jessica por videollamada. Fue una fortuna porque con el nivel de entrenamiento y concentración no se suelen aceptar entrevistas tan cerca de la competencia. El último permiso que consiguió fue para ir al concierto de Bruno Mars el 10 de agosto, después de lograr convencer a la entrenadora nacional, Jannet Alegría. Durante esa hora me platicó que en esta etapa del entrenamiento la carga es más baja para lograr un estado óptimo el día de la pelea. Le pregunté qué solía hacer fuera de los entrenamientos y me contó que es aficionada a los documentales de crímenes de Netflix, aunque también le divierten las películas de princesas de Disney.
Actualmente se encuentra estudiando una maestría en Dirección de Centros Educativos en la Universidad Anáhuac, donde por sus méritos deportivos tiene el 90% de beca. Jessica es muy consciente que el deporte de alto rendimiento no es para siempre, por lo que tiene otros planes en los que ya está trabajando. Por ejemplo, le gustaría convertirse en directora del Instituto del Deporte de Yucatán para ayudar a más deportistas como ella.
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Este año la presión para los seleccionados de parataekwondo es mayor, pues Daniela Souza y Carlos Sansores, los dos seleccionados mexicanos, no obtuvieron ninguna medalla. A diferencia de las olimpiadas de deportistas convencionales, México es considerada una potencia importante en el deporte paralímpico, donde ya suma 311 medallas en su historia contra las 78 ganadas por atletas sin alguna discapacidad.
Jessica tendrá que enfrentar a algunos de los 4 400 atletas que, como ella, han pasado tres años entrenando. Ésta es la primera vez que llega a las olimpiadas desde que estuvo cerca de calificar para Tokio 2020, pero perseguir el máximo reconocimiento en su disciplina no es más importante que cumplir con sus tareas de la maestría. Mientras se encuentre compitiendo en París, Jessica me asegura que cumplirá con las tareas de sus asignaturas. Cuando le pregunto si puede pedir permiso para no entregar tareas por estar representando a México en los juegos más importantes del planeta, me explica, notando mi asombro, que sin importar que se encuentre concentrada para el combate, cumplirá con las fechas establecidas en la universidad.
La música sigue siendo parte importante en su vida. Cuando ganó el mundial escuchó tres canciones una y otra vez, en especial “Cabrón, yo puedo”, de Grupo Origen: “La letra siento que me identifica mucho por el proceso por el que yo he pasado hasta donde estoy ahora”.
Jessica ya no dará más entrevistas y dejará de responder el teléfono, incluso a sus padres, desde el 28 de agosto. En estado de concentración total, este 29 de agosto es el día de la competencia más importante de su vida, en sus audífonos sonará de nuevo la canción que la llevó a ganar el mundial:
Que aquí todos son iguales
Que aquí todos son de cuero
[...]
Fue porque yo le metí huevos
No se crea que esto es suerte.
Años en esto es que llevo
No me ven pasar el tiempo
Porque siempre me renuevo
Empecé bien endeudado
Ahora a ningún cabrón le debo.
Porque me miré en el espejo
Y me dije: “Cabrón, yo puedo”.
El sueño de Jessica de que su nombre sea conocido mundialmente ya se cumplió. Ahora tendrá los ojos del mundo sobre ella. A sus padres les asombra todo lo que su hija ha construido, un sueño que empezó con un volante que anunciaba clases de taekwondo en un parque de Umán, una ciudad en la que no es fácil soñar con cambiar al mundo, después de haberse convertido en la zona industrial más importante de Yucatán, tras extinguirse las haciendas henequeneras. Ahora es ella quien lleva en alto a un país que necesita repetirse: “Cabrón, yo puedo”. Jessica está preparada para ganar.