Poco se habla fuera de Colombia de los campesinos, el eslabón más débil de la cadena de tráfico, que siembran y procesan la hoja de coca en laboratorios clandestinos. Los daños a la salud —por la exposición a sustancias tóxicas, sin las cuales sus cultivos no sobrevivirían a plagas ni a suelos poco fértiles— no se han estudiado con rigor. La política antidrogas, en su intento por frenar esta práctica, ha creado un ambiente en el que tomar medidas de salud pública es casi imposible.