El vuelo entre Nairobi y Nanyuki toma menos de una hora. Volamos bajo, a bordo de una Cessna Caravan, un avión de hélices donde cabe apenas una docena de pasajeros. Además de los dos pilotos, hoy somos sólo cuatro viajeros. Mientras nos alejamos de Nairobi miro por la ventana: debajo de nosotros el verde del paisaje se va ordenando en rectángulos. Uno tras otro se van sucediendo los cultivos, algunas veces cubiertos, otras al aire libre. La agricultura es la actividad principal en Kenia, contribuyendo con un tercio del PIB. Eso quiere decir que 75% de la población del país trabaja, aunque sea de manera parcial, en el campo. Hace más de 40 años que este país promulgó una ley para administrar y conservar la vida salvaje. Al día de hoy, los esfuerzos por encontrar el mejor balance entre conservación, turismo y economía continúan.
Nos dirigimos al Mount Kenya Safari Club, una propiedad histórica que se levanta majestuosa al pie de la montaña. Construida originalmente por una pareja de San Francisco, la responsable de convertirla en una magnífica casona fue Rhoda Lewinsohn, una neoyorkina millonaria que llegó a Kenia de vacaciones en la década de los treinta, y que, según cuenta la leyenda, después de matar a su primer elefante, se enamoró del país y de un cazador francés. Rhoda dejó al marido millonario, se casó con el francés y se instaló al pie de la montaña. Una década más tarde, y después de haber cambiado varias veces de dueño, la propiedad quedó en manos del actor William Holden. Otro amante de la cacería; la estrella de Hollywood se encargó de popularizar la propiedad entre los ricos y famosos. Pero, según cuentan las memorias de la actriz Stefanie Powers, hubo un incidente que hizo que Holden abandonara la cacería y convirtiera a Mawingu (ése era su nombre original) en un santuario para preservar la vida salvaje.
Mount Kenya Safari Club fue uno de los primeros espacios del país que dio el brinco al lado de la conservación. Cuando el resto de los terrenos alrededor de la casa estuvieron a la venta, Holden y un grupo de amigos los compraron para crear un espacio único en África del Este, un espacio dedicado a preservar la vida salvaje.
Aunque en las paredes de la casa principal cuelgan todavía trofeos de otras épocas, hoy el hotel dedica gran parte de sus energías a programas de conservación. Dentro de la propiedad, un pequeño santuario funciona como hogar temporal para animales salvajes rescatados. Algunos llegaron aquí por capricho, como Speedy González, una tortuga que William Holden trajo desde las islas Seychelles y que tiene más de 100 años. Hay también un par de llamas de importación, que llegaron desde Sudamérica; un par de avestruces etíopes y una jabalí, Wilba, que de tanto convivir con humanos ha terminado por convertirse en una especie de perro cariñoso que se deja acariciar la barriga. Pero las estrellas, y la razón de ser del santuario, son los bongos, una especie de antílope en peligro de extinción cuyo hábitat natural son los bosques tropicales de Kenia.
Los datos oficiales indican que hay más bongos viviendo en cautiverio que en libertad. El descenso en los números se debe principalmente a la pérdida de ecosistema: la agricultura y la tala de árboles han hecho que cada vez exista menos bosque tropical para ellos. El objetivo en el santuario es ayudarlos a reproducirse en cautiverio e irlos liberando en entornos naturales controlados que les permitan seguir creciendo en número. En los alrededores, al borde del parque nacional, el hotel mantiene espacios —bordeados y monitoreados— donde unos 150 bongos viven de manera relativamente independiente. Es un esfuerzo admirable y en el hotel se comparte con los huéspedes, sobre todo para crear conciencia.
A la mañana siguiente salimos al alba del hotel y hacemos una caminata por el bosque. Además de Eric, el guía del hotel, nos acompaña un guardabosques armado, pues estaremos cruzando el espacio del parque nacional. A esta hora, cuando el sol apenas empieza a asomarse, el pico del monte Kenia parece como iluminado por reflectores. Ésta no es una zona donde podríamos toparnos con gatos o elefantes, pero ante la vida salvaje siempre hay que andar con cuidado: nunca hay que quedarse detrás del grupo o separarse demasiado, y hay que estar atentos a las indicaciones de los guías que saben y entienden la presencia de los animales en su entorno. Estas islas de biodiversidad son espacios donde la vida salvaje vive en ambientes controlados en los que los seres humanos juegan un papel fundamental.
En Kenia, como en muchos países en desarrollo, el problema de la conservación está directamente relacionado con los problemas sociales y económicos del país. Los índices internacionales calculan que 36% de la población de Kenia vive debajo de la línea de pobreza. Y la agricultura sigue siendo la alternativa para sobrevivir. Más tierra de cultivo significa menos tierra para la conservación. O al menos, eso parece.
*Fotografías de cortesía Fairmont Kenya.
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