Una revolución agrícola
Paula Velasco
Fotografía de Andrea Cinta
La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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