Tiempo de lectura: 3 minutosEl primer congreso feminista de México sucedió en 1916 en plena Revolución: 617 mujeres se reunieron en Mérida, Yucatán, para discutir sobre sus derechos civiles, educación, incidencia política y pública, el derecho al voto y la enseñanza de ciencias y artes con un fin laboral. Después de aquel primer encuentro, células feministas se multiplicaron por todo el territorio nacional: se hablaba de educación laica, salud sexual y reproductiva, control natal y el derecho a abortar. En 1922 entre las mujeres participantes comenzó a circular un folleto titulado La brújula del hogar, una guía médica para evitar la concepción, redactada por Margaret Sanger, enfermera estadounidense que fue perseguida y encarcelada por instruir a las mujeres sobre el uso de métodos anticonceptivos y por fundar la primera clínica de control natal en Brooklyn, Nueva York, en 1916. Este folleto se había publicado en Mérida, traducido al español.
El hecho de que las mujeres abogaran por el derecho a abortar y pretendieran educarse sexualmente y distribuyeran información considerada “socialista y antiburguesa”, escandalizó al conservadurismo mexicano, el cual respondió con la creación del Día de la Madre, escribió Susana Vargas Cervantes en la Revista de la Universidad de México en mayo de 2019. Excélsior, periódico fundado y dirigido por Rafael Alducin, fue el impulsor fundamental de la campaña que instauró el 10 de mayo como el día para venerar a las madres del país. Ésta fue respaldada abiertamente por José Mora y del Río, entonces arzobispo primado de México y por toda la Iglesia católica, al igual que por José Vasconcelos, secretario de Educación Pública, quien ofreció su ayuda “moral efectiva” para que fuesen los niños los primeros en rendir “homenaje a las santas y abnegadas mujeres que han contribuido a la prolongación de la familia mexicana, con su noble y alto ejercicio de las funciones de la maternidad”.
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El Monumento a las Madres que hoy decora el entronque entre Avenida de los Insurgentes y Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, fue ideado por Alducin y Vasconcelos, cuya cruzada por afianzar el festejo en el imaginario colectivo nacional se extendió durante casi cuatro décadas: en 1932 exhortaron a la construcción de un “monumento de ternura”, muestra del “amor filial” que todos los hijos debían manifestar por las mujeres que “ejercen el más sublime sacrificio”: ser madre. En 1941 Excélsior creó un concurso dedicado a la madre prolífica y en el rotativo se publicaban loas a las mujeres con mayor número de hijos; en 1953 el concurso se dedicó a la madre viuda que con más sacrificios educó ejemplarmente a sus hijos; en 1959 a las madres solitarias y, en 1967, a la madre más ejemplar.
Durante los años del Porfiriato, la élite gobernante y los grupos conservadores forjaron la concepción de que las madres eran las responsables de criar ciudadanos ejemplares con valores morales bien establecidos que, bajo el lema de “orden y progreso”, consolidarían una nación “próspera y civilizada”. La irrupción de las feministas, que eran llamadas “mujeres modernas”, en medio del cambio político, económico y social de los años veinte, representó una amenaza para los intereses nacionalista del Estado. Estos fueron protegidos mediante el reforzamiento de la imagen absolutamente doméstica de la mujer, con un día para elogiar la abnegación, la devoción, la resistencia y la resignación al dolor, cansancio y despotismo que conlleva ser madre.
La plaza pública dedicada a las madres en la capital mexicana fue cambiando con el tiempo: dejó de ser aquella expresión escultórica de una visión machista de la maternidad porque unas cuantas feministas, de subsecuentes generaciones, empezaron a convertirla en su lugar de encuentro. En la década de los setenta ahí empezaron a cantar, tocaban la guitarra, hacían performances y hasta lograron colocar una placa de hierro que contradice el mensaje de las esculturas de piedra. “A la que nos amó antes de conocernos”, dice la leyenda original; “porque su maternidad fue voluntaria”, corrigieron ellas.
«En este 2021 se cumplen 50 años de la manifestación feminista [en el Monumento a las Madres] en contra del silencio y la abnegación maternal. Un puñado de jóvenes rebeldes expresó su repudio al ‘mito de la maternidad’ que exaltaba la capacidad y negaba la autonomía y derechos de las mujeres», escribió esta mañana la historiadora Gabriela Cano en Twitter.
La resignificación es una de las grandes aliadas del feminismo, que ha permitido interpretar la maternidad desde el arte, la política, la antropología, la ciencia; cuestionar su imposición como una condición inherente y natural al género femenino e incluso como un acto conservador; configurarla como un hecho político-contextual, y desarrollar posicionamientos críticos, movimientos sociales y un vasto acervo teórico, que en la actualidad posibilitan la admisión del 10 de mayo como una celebración patriarcal, cuya falacia de veneración materna se resquebraja con cada caso de violencia obstétrica y doméstica, con las vejaciones laborales a las mujeres gestantes, con las paternidades ausentes y las discusiones maternófobas que incluso han llegado a ser enunciadas desde el feminismo.