«El sicario de tinta» vs. Rafael Correa
Esta es la historia de Bonil, el caricaturista que enfureció al expresidente de Ecuador.
Una mañana de 2007, Rafael Correa Delgado llamó a Xavier “Bonil” Bonilla para felicitarlo por su trabajo. Un evento para nada extraño, de no ser porque el primero era el recién nombrado presidente de Ecuador y el segundo ejercía como caricaturista en uno de los periódicos más importantes del país, El Universo.
“Me pareció muy raro”, recordó Bonil en entrevista para Gatopardo, “dijo que le encantaban mis dibujos pero al pasar del tiempo me di cuenta que esa llamada solo era una manera de sobarme el lomo”. En efecto, el presentimiento del caricaturista era correcto, en cuestión de meses, los comentarios del mandatario hacia el trabajo de Bonilla fueron cada vez más crudos, mucho más cuando él protagonizaba alguna de las viñetas que se publicaban en el diario de Guayaquil, ciudad natal de Correa.
En un inicio, el rechazo del presidente al trabajo de Bonil no fue más allá de los calificativos, pues para el Ejecutivo ecuatoriano, no era más que un «miserable, mentiroso y corrupto». Pero la tensión fue escalando hasta llegar a los insultos públicos y a través de redes sociales como Twitter, que el mandatario utilizaba para descalificar su labor periodística y fomentar expresiones contra el caricaturista.
Para Bonil quedo claro que “la causa no fue una caricatura en particular, al presidente Correa no le molestaba el dibujo, a él le molestaba el periodismo”.
El gobierno de Rafael Correa duró diez años y durante todo ese tiempo no escatimó en su batalla contra los comunicadores. En junio de 2013, en seguimiento al capricho del mandatario y gracias a su mayoría legislativa, en menos de 30 minutos se aprobó la Ley de Comunicación en Ecuador. Una iniciativa con la supuesta intención de “democratizar el espacio mediático, fortalecer la libertad de expresión y promover “una buena prensa” en el país», pero en la práctica se convirtió en una eficaz herramienta para presionar y controlar a los medios. Una estrategia con la que el gobierno “hacía visible el látigo con el que podrían perseguir y coartar a los medios de comunicación, con el propósito de lograr la hegemonía de su visión particular de gobierno”, señaló.
En el escenario del primer Oslo Forum Freedom en América Latina celebrado en la Ciudad de México, Bonil reconstruyó lo que pasó a partir de que, desde el primer día de su mandato, Rafael Correa «le declaró la guerra a la prensa y los consideró sus enemigos”, una cadena de sucesos que lo convirtieron en el primer comunicador llamado a comparecer ante la Superintendencia de Información y Comunicación, una agencia creada a partir de la Ley de Comunicación de Ecuador.
Correa vs. «el sicario de tinta»
Un día como cualquier otro, Xavier Bonil buscaba inspiración en el panorama de Ecuador para trazar su próxima viñeta. El suceso ganador de aquel día fue la intervención de un grupo de 12 policías al domicilio de Fernando Villavicencio, asesor parlamentario de oposición al régimen, la noche del 26 de diciembre de 2013.
El cartón, publicado en El Universo, se tituló “Regale la Navidad” y lo acompañó con la frase: “Policía y fiscalía allanan domicilio de Fernando Villavicencio y se llevan documentación de denuncias de corrupción”. Sin duda, la caricatura indignó a Correa.
El gobierno argumentaba que el equipo de cómputo de Villavicencio, asesor del asambleísta de la oposición Cléver Jiménez, contenía correos y documentos personales del presidente Correa y otros funcionarios de Estado. El mandatario acusó a ambos de hackear durante meses su cuenta de email y el de otras dependencias del gobierno. Por la caricatura, Correa acusó a Bonil de mentiroso. Sin embargo, el dibujante se defendió al señalar que la información plasmada no era más que “objetiva y extraída de las declaraciones del mismo Fernando Villavicencio, que semanas atrás dijo tener información de casos de corrupción”.
El mandatario llevó el caso de Bonil hasta la Superintendencia de Información y Comunicación, que para ese entonces ya tenía operando tres meses y una fila de 52 casos procesados. Sin embargo, el caso trascendió luego de que el presidente Correa calificó al caricaturista de ser “un sicario de tinta y un enfermo” durante su informe de actividades del 4 de enero de 2014. Además, durante la transmisión del segmento conocido como La canallada de la semana, le dirigió palabras adicionales: “Presentaremos la queja, ahora ya tenemos una Ley de Comunicación que nos defiende. Por más que se disfracen de caricaturistas jocosos para destilar su odio”.
“La opción por la que optó el gobierno de Correa para controlar a los comunicadores fue la de consolidar su propaganda a través de la institucionalización”, detalló Bonil. Fue así como la Superintendencia multó a El Universo por 95 mil dólares, el 2% de los ingresos de los últimos tres meses del diario. “Nos obligaron a ponernos de rodillas públicamente y durante siete días tuvimos que publicar disculpas hacia ellos, todo de manera injusta y humillante”.
Bonil tenía una única orden, rediseñar el cartón a petición del gobierno, y lo hizo. Sin embargo, fue más allá de lo que esperaba el presidente. Agregó más detalles, más dibujos y mucho más ironía. “Yo me divertí”, señaló el caricaturista.
“Por parte del periódico recibí total respaldo”, aseguró, “ siempre hubo un total respeto que contradecía el prejuicio que Rafael Correa trataba de implantar, es decir, que los dueños de medios de comunicación no hacen periodismo sino que responden a sus intereses y dicen a los periodistas lo que deben escribir”.
Rechazo internacional a la ley mordaza
El conflicto en torno al cartón sobre Villavicencio no fue el primero entre el mandatario y el caricaturista. El Knight Center of Journalism in the Americas señaló que un año antes, durante la campaña que lo llevó a la Presidencia, Correa se quejó ante la Comisión Nacional Electoral por la publicación de una caricatura que dañaba su imagen y exigió a El Universo una réplica y una disculpa. El diario no se disculpó pero publicó la queja del entonces candidato, quien un año antes había ganado una demanda por injuria contra el medio, que condenó a tres directivos y un ex-editorialista a tres años de cárcel y el pago de $40 millones de dólares. Después, Correa pidió anular la sentencia.
Sin embargo, con la Ley de Comunicación, el escenario cambió por completo y Correa adquirió un poder inimaginable sobre los medios de comunicación.
“Reitero mi preocupación por el hecho de que dicha Ley no se haya sometido a una amplia consulta con los diferentes actores sociales, incluyendo los periodistas y los medios”, comentó días después de la aprobación el Relator Especial de Naciones Unidas para la Promoción y Protección de la Libertad de Opinión y Expresión, Frank La Rue.
A su preocupación se sumaron no sólo medios y organizaciones por la defensa de la libertad de expresión nacionales. El ámbito internacional también volteó a ver a Ecuador, pues en poco tiempo Correa había provocado un grave retroceso en la libertad de prensa y de expresión. La ley fue catalogada de inmediato como «ley mordaza», y Human Rights Watch se unió al llamado por erradicar la nueva legislación y alertó que al cercenar la libertad de prensa, el gobierno abría la puerta a “la censura, en tanto otorga al Gobierno o los jueces la potestad de decidir si la información es veraz”.
Rafael Correa perdió la presidencia en 2017 frente a Lenin Moreno y a pesar de ser un elegido del exmandatario, que incluso fue vicepresidente durante su primer periodo al frente de Ecuador, el nuevo presidente se enfrentó a una realidad económica distinta a la que le habían planteado y eso le dio cierta libertad. “Lenin Moreno comenzó a marcar otro rumbo”, aseguró el dibujante.
A partir de entonces la ley fue reformulada. “Durante los primeros meses se convirtió en letra muerta, no funcionaba más esa dentadura del perro rabioso. Hay un cambio en ese aspecto de la libertad de expresión”, reconoce.
Bonil sigue haciendo su trabajo y no ha parado de encontrarse con escenarios similares al que él vivió con Correa en los diarios internacionales. Se refiere, por ejemplo, a la batalla que Donald Trump ha emprendido en contra de la prensa de su país y el mundo.
“Siempre que lo escucho me digo, ‘ese discurso dónde lo he escuchado’”.
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