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Chile's President Gabriel Boric casts his ballot during a referendum on a new Chilean constitution, in Punta Arenas, Chile, September 4, 2022. REUTERS/Joel Estay NO RESALES NO ARCHIVE
La nueva Constitución de Chile fue ampliamente rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre (por el 62% de quienes votaron). Antes de que el país decidiera, publicamos estos siete testimonios de quienes participaron, como constituyentes, en el proceso de elaboración del texto constitucional. ¿Qué buscaban?, ¿qué pudo haberse hecho mejor?, ¿qué errores se cometieron? Las visiones de distintas posturas políticas están representadas en este texto.
Las protestas que protagonizaron miles de estudiantes secundarios, quienes en 2019 se saltaron los torniquetes del metro contra el alza de treinta pesos en el pasaje del sistema de transporte público, detonaron un estallido ciudadano tan poderoso contra la desigualdad, perpetuada durante décadas por el sistema económico neoliberal en Chile, que la clase política se vio obligada a buscar una salida institucional a la crisis. Esa salida fue un plebiscito, en el que 80% de los chilenos decidió, el 25 de octubre de 2020, tener una nueva Constitución que fuera escrita —de manera inédita en el mundo— por una Convención Constitucional paritaria en términos de género y con escaños reservados para los pueblos indígenas.
La propuesta que escribieron en apenas un año los 154 miembros de la Convención, elegidos por la ciudadanía, proviene mayoritariamente de líderes de organizaciones sociales y de jóvenes independientes que tuvieron que buscar patrocinios para levantar sus candidaturas y triunfaron al margen de los partidos políticos. La hazaña permitió ver a Chile en una profundidad y diversidad inauditas. Pero cuando el órgano entregó el proyecto de Constitución que fue evaluado el domingo en un plebiscito de salida, su resultado no dejó conforme a la mayoría de la población. De acuerdo con las encuestas, solo el 37% la aprobaría, pero con miras a reformarla, y el 46% la rechazaría, con la promesa de abrir un nuevo proceso constituyente, lo que frenaría el ciclo político que comenzó con el estallido social de 2019.
Mientras la ciudadanía valora o desestima el trabajo del órgano que se instaló formalmente el 4 de julio de 2021, le pedimos a siete de sus exintegrantes que nos contaran cómo construyeron la Constitución que en sus primeras líneas define a Chile como “un Estado social y democrático de derecho”, además de “plurinacional, intercultural, regional y ecológico”.
¿Qué anticipan para esta votación que pone en juego la consagración de la paridad, los derechos sociales y el medio ambiente como ejes estructurales del Chile del siglo XXI?, ¿qué aprendieron, qué atesoran, qué los frustró y qué pudieron haber hecho mejor durante el proceso constituyente? Los testimonios de esa trastienda son de Elisa Loncón, Alondra Carrillo, Adolfo Millabur, Cristián Monckeberg, Giovanna Grandón, Juan José Martín Bravo y Gaspar Domínguez.
Elisa Loncón: la mapuche que presidió la Convención Constituyente de Chile
“Nunca antes habíamos tenido una democracia ampliada como la que instalamos para escribir esta nueva Constitución. Este proceso erigió a todos los postergados que nunca antes habían participado en el diseño político de este país. Para mí, es reduccionista decir que esto es de izquierda y de derecha, porque estos nuevos actores son, por ejemplo, la paridad, las regiones, la diversidad sexogenérica y los pueblos indígenas.
El 50% de esta sociedad somos mujeres, pero no existíamos en las decisiones políticas. No estábamos en igualdad de derechos con respecto a los hombres a lo largo de toda esta historia. Los pueblos indígenas, nunca reconocidos en ninguna Constitución política, por primera vez aparecimos por medio de los escaños reservados. Con historia, con diseño, con comprensión de lo político y con diálogo frente a este país, del cual no sabíamos que era diverso.
Uno de los momentos más memorables del proceso constituyente de Chile fue cuando iniciamos la discusión de las normas: cada convencional tuvo cinco minutos para hablar de lo que quería hacer, y cada uno lo hizo desde su historia territorial y familiar. Yo inicié esas presentaciones como presidenta y mi primer discurso tiene esa fuerza. Fue algo muy bello que en el futuro permitirá a los estudiantes volver a esos relatos y encontrar en ellos las historias no contadas que ha tratado de ocultar la historia oficial. Para mí, fue un avance en cuanto a la inteligibilidad del discurso, le dio pluralidad y sustancia. Fue la prueba de que la diversidad estaba esperando el agua para poder brotar y florecer.
En cuanto al trabajo con los territorios, no me olvido de la vez que fuimos a la cumbre del Nahuelbuta en Concepción. Nos juntamos allí con los campesinos de la zona y ellos nos dijeron que habían cuidado la diversidad de plantas y de hierbas, pero que tenían el problema del agua que amenazaba su existencia. Ellos renunciaban a abandonar sus tierras y querían seguirlas cultivando. Eso me conmovió porque entendí que no solo los mapuche queremos seguir siendo mapuche, también los campesinos quieren seguir siendo campesinos, como los diferentes territorios quieren seguir en sus territorios. Y ese es un punto.
El otro punto que me gustó mucho fue escuchar a los niños en una de nuestras audiencias públicas. Nosotros estábamos acostumbrados a llamarles “la generación del futuro”, pero ellos dijeron: “Somos la generación del presente, porque en el presente queremos ser sujetos de derecho”. Eso me pareció hermoso.
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El posible triunfo del rechazo no es difícil de comprender. Los medios en Chile son controlados por el duopolio de quienes tienen el poder económico, y es ese poder económico el que ha controlado todas las comunicaciones desde que se instaló la Convención. Esos medios hicieron muy poca pedagogía. Trataron el proceso como si fuera un reality show y no mostraron el proceso democrático, la dimensión filosófica y social que implica instalar el diálogo y llegar al acuerdo. Eso inundó a la ciudadanía con información de poco contenido y superficial, y eso lo aprovechó muy bien la política del rechazo, que también se instaló dentro de la misma Convención, pero no para colaborar en el proceso, sino más bien para boicotearlo. Quienes instalaron con mucha violencia el racismo fueron precisamente los convencionales de derecha. A nosotras nos maltrataron una y otra vez: la “convención indigenista”, decían.
Por otro lado, la clase política que no fue electa para escribir la nueva Constitución se coludió con la derecha del rechazo. Cuando entregamos el texto final, ellos reaccionaron en contra, diciendo que no los representaba, pero, en lugar de plantear que estuvieron ausentes en su escritura y diseño porque no fueron electos para esa labor, manipularon el discurso y dijeron que este texto no representaba a la ciudadanía, instalando que era una Constitución que dividía, que no tenía el consenso del pueblo, de Chile.
Nosotros sabemos que la Constitución fue escrita por personas democráticamente electas y que tuvo el consenso mayoritario, porque todas las normas están escritas con dos tercios [de aprobación entre los constituyentes]. Y si no tuvieron dos tercios, simplemente no llegaron. No tiene el consenso de la clase política, porque la clase política no fue electa para escribir la nueva Constitución y no tiene el consenso de la derecha conservadora, porque ellos no quieren hacer cambios, quieren mantener la Constitución de Pinochet.
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Yo no soy de esa clase política que llama a aprobar para reformar. Prefiero hablar de aprobar esta nueva Constitución y de que esta incluye en sí misma mecanismos de cómo mejorarla. Lo demás es puro discurso de los que han tratado de confundir a la población para instalar sus intereses y sus privilegios. Yo no soy de la idea de reformar. Estoy trabajando para el “apruebo” y estoy convencida de que vamos a ganar.
Ahora, si perdiéramos por voluntad democrática, voy a sentir que las mentiras ganaron y eso le hace daño a la democracia. Pero aún en ese escenario estoy convencida de que no se puede volver atrás en materia de demandas de paridad, derechos sociales y plurinacionalidad. La discusión ya está instalada y los pueblos vamos a continuar peleando para alcanzar los derechos que para nosotros son importantes. Hoy nos están prometiendo todo, pero una vez que pase esto y si el rechazo gana, se van a sentir con [la] sartén por el mango y no van a favorecer los derechos de los pueblos. ¿Quién más va a defender los derechos de la plurinacionalidad [si no somos] nosotros, los pueblos indígenas?, ¿quién más va a defender los derechos de paridad, si no son las mujeres?
Nosotros lo dimos todo y mucho más. El Congreso nos dio solo un año para sacar este texto adelante y nosotros trabajamos un año como si fueran tres. Quienes no hicieron la pega, justamente, fueron los de derecha: ni siquiera iban a votar, se abstenían y no trabajaban. Es falso que nosotros les hayamos cerrado las puertas. Yo fui la primera presidenta de la Convención y uno de los primeros cambios que hicimos fue crear el órgano e instalar una mesa ampliada, con un asiento para la gente de la derecha: tuvieron allí a sus representantes. Entonces no es cierto que nosotros los aislamos. Lo que sucedió es que ellos querían reproducir la Constitución de Pinochet. Y nosotros no estábamos para eso porque aquella, en principio y en derecho, no es para el chileno del siglo XXI”.
Giovanna Grandón: del estallido social al pleno
“Llegué a la Convención Constituyente como la mayoría de los independientes: sin el apoyo de ningún partido político y tras estar meses en las manifestaciones de la Plaza de la Dignidad, con el traje de Pikachú con el que me hice conocida como ‘la tía de Chile’. Antes había trabajado en jardines infantiles y fui transportista escolar, por lo que tuve que aprender el lenguaje jurídico: ¿qué significaba un artículo, un inciso, una indicación? No tenía idea y tuve que preguntarlo sobre la marcha. Lo que sí tenía claro es que la gente me había elegido para redactar una nueva Constitución, así que debía intentar que este proyecto fuera tan participativo que las personas lo sintieran suyo.
Para eso fuimos aprendiendo, como lo haría un niño que al principio solo ve siluetas y luego enfoca más. Con el tiempo, ese niño empieza a decir algunas palabras y empieza a dar sus primeros pasos. Lo mismo pasó con nosotros: fuimos avanzando de a poco y cuando llegamos al momento de hacer las indicaciones y los artículos, nos largamos a caminar y empezamos a dialogar un poco más.
Desde el principio nos dividimos en comisiones. Teníamos que hacer el reglamento de la Convención, decidir cómo íbamos a trabajar, para luego poder redactar los artículos. Los primeros días lo único que teníamos era un cuaderno Auca y un lápiz Bic. Ni siquiera había computador, así que yo misma me tuve que endeudar y comprar un Ipad, al que le compartía internet desde mi celular para poder avanzar. Queríamos almorzar, pero no teníamos dónde. Teníamos que comer en el césped, pero los guardias nos echaban. Creo que a los perritos los trataban mejor que a nosotros.
Adentro el ambiente tampoco era acogedor: cada vez que ciertos sectores tomaban el micrófono, nos trataban de pungas, de ordinarios, de poblacionales, de bananeros. Nosotros nos quedábamos callados nomás, nos reíamos. A la mayoría de ellos sus partidos les entregaban las pautas en la mañana, con las cosas que tenían que hablar. Se levantaban y venían fresquitos, con su documento listo. Nosotros [los independientes], en cambio, llegábamos con tremendas ojeras, porque terminábamos a las siete u ocho de la noche, y una hora después llegábamos a la casa y seguíamos trabajando por Zoom hasta las tres, cuatro, a veces seis de la mañana, discutiendo acerca de qué cosas tenían que cambiar y cómo debíamos cambiarlas.
Muchos de nosotros, por ejemplo, queríamos que la educación fuera gratuita y universal desde el inicio. Pero luego nos dimos cuenta de que alrededor del 75% de la población de Chile tiene a sus hijos en colegios particulares y subvencionados, por lo que no podíamos quitarles eso de raíz, debía ser paulatino. Fortalecer la educación estatal a tal nivel que quede igual o mejor que la educación particular, para que sea la propia gente la que se dé cuenta de que no tiene sentido pagar por algo que es de tan buena calidad como lo público. [Esa] fue nuestra apuesta finalmente.
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En la comisión Participación Popular y Equidad Territorial formulamos un mecanismo de audiencias públicas. El objetivo era recibir las propuestas o experiencias de la sociedad civil: de asambleas, cabildos territoriales o temáticos, comunidades, universidades, fundaciones, organizaciones sociales o pueblos originarios, para que este proceso fuera participativo. Tuvimos más de dos mil audiencias con agrupaciones y también llamamos a las personas para que votaran las iniciativas populares de norma que, para pasar a la siguiente etapa y ser discutidas por las comisiones, tenían que reunir quince mil firmas.
También fuimos al terreno todas las semanas, a recabar las demandas y los anhelos de las personas que querían que esta nueva Constitución de Chile mejorara sus circunstancias de vida. La gente agradecía mucho que uno se diera el tiempo y los tomara en cuenta. De esta manera se llevaron sus necesidades a las discusiones de las comisiones o de los plenos. También participé en la comisión de Derechos Fundamentales y estuve en la mesa, donde entregué todo de mí y donde incluso me agarré con mis pares para que quedaran ciertos artículos que tenía que aliar. Había muchas personas que iban con objetivos específicos. ‘Yo vengo por las semillas’, ‘Yo por el cobre’, ‘Yo por la naturaleza’. Yo les decía: ‘Yo vengo por todo. Queda todo o no queda nada’.
Fue bonito pero también cansador. En la Convención Constituyente de Chile conocí lo peor del ser humano, porque ya entonces éramos tratados de flojos por un sector de la derecha y también por algunos socialistas que desde siempre quisieron bajar este proceso. Hoy la campaña del rechazo me ha ocupado en su franja por la vez que me disfracé en la Convención, pero fue en mi hora de colación y en respuesta a todas las personas que me preguntaban en las redes sociales: ¿Tía, cuándo se va a poner el traje?
A mí me eligieron por ser la tía Pickachu que iba a las marchas y que salía a luchar por estos cambios. Les había prometido que en algún momento me iba a poner el traje y así lo hice. No me dan vergüenza mis orígenes. Vergüenza les debiese dar a quienes se disfrazan de buenas personas, o de que van a hacer cambios, a los que se disfrazan en base [de] mentiras. Yo me puse el traje de cara a Chile. En vez de valorar el estallido social, porque gracias a eso tenemos esta nueva Constitución, se detienen en cosas que no valen la pena, como que el texto no lo redactaron expertos. ¿Expertos en qué? Expertos a los que nunca les ha faltado, que nunca han pasado hambre ni saben la necesidad del pueblo, porque nunca han tenido que pasar que se les muera alguien esperando una cama en el hospital. ¿Expertos de qué? De estudios, puede ser, pero ¿en la vida…? Esos expertos se manejan en economía pero están desconectados. Son expertos en arreglarle la Constitución al empresariado para seguir exactamente con el mismo modelo. No le quieren dar mejoras a la gente pobre.
El texto constitucional no es perfecto pero es bueno. Nos faltó tiempo, tiempo para discutir y para redactar algunas indicaciones. En la comisión muchas veces no lográbamos consensuar algunas cosas. Decíamos: ‘Quedó malo este artículo… hay que devolverlo’. [Sin embargo], para volver a discutirlo y mejorarlo, teníamos que hacer cálculos. ‘Ya, ustedes pasan tantos votos. Otros votan rechazo, otros abstención’. Si lograba menos de los 103 votos que ese artículo requería para ser aprobado en el pleno, se devolvía a la comisión, pero si quedaba en menos de 78 votos, se perdía y no podíamos recuperarlo. Fue todo sobre la máquina.
En algún momento nadie quería más guerra, decían: que se termine esta cuestión. Varios nos enfermamos y caímos como pollos afiebrados. Otros fueron hospitalizados o colapsaron de nervios. Fue como batallar constantemente con el enemigo allí. Nuestro enemigo era el tiempo y también un poco el otro sector, que todo el día te estaba maltratando”.
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Ganando el ‘apruebo’, lo único que espero es que los partidos políticos no modifiquen la esencia del texto; que avancen en mejorarlo, pero no en sacarle la esencia que entregó la mayoría del pueblo. En caso de que la cambien, voy a alzar la voz por todos lados. Si gana el ‘rechazo’, la gente lo decidió, pero yo al menos me iré a vivir a otro lado para darle una mejor vida a mis hijos. Dicen que quieren reformar la Constitución del 80, abrir un nuevo proceso constituyente, pero no se va a dar, al menos no con la diversidad con que se dio ahora. Nosotros tratamos de pelear para que hubiera listas de independientes en esa eventualidad y perdimos. Lo que pasará es que van a elegir entre ellos mismos quiénes redacten la nueva Constitución de Chile y no va a ser representativa de la gente. Va a ser exactamente la misma tontera que está ahora.
Juan José Marín Bravo: un ecologista en la convención
“Muchos, como yo, llegamos a la Convención desde el ecologismo y llegamos entendiendo que iba a ser un desafío supergrande. Las materias ecológicas, a nivel de derecho comparado, son relativamente nuevas, pero dentro de la Convención vivimos un hito que nos otorgó un ánimo supergrande y que nos indicó que aquí, en este proceso, efectivamente se podían acoger los desafíos ecológicos que veníamos a plantear a la Constitución. Este hito fue lograr que la Convención Constituyente de Chile se declarara en emergencia climática y ecológica. Así, la Convención se transformó en el primer órgano constitucional del mundo en declararse en ese estado de emergencia.
De esa forma se logró poner sobre la mesa de manera irremediable que teníamos que hablar en esta Convención y en esta Nueva Constitución de los desafíos ecológicos. Allí nos dijimos: esto es posible, hay que dedicarnos a hacer lo que venimos a hacer, traer el ecologismo a la Constitución. En la misma línea, otro de los momentos más especiales del proceso fue cuando se aprobaron los derechos de la naturaleza, a través del artículo 103 de la propuesta. Allí, en ese artículo, se jugaba lo más importante de las propuestas ecológicas. Dar derechos a la naturaleza fue un cambio de paradigma y permeó todos los demás artículos ecológicos de la Constitución. Fue un hito gigante para los que nos dedicamos a esto. Ese era el artículo madre de todos los artículos.
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A lo largo del proceso fue muy difícil llegar a puntos de acuerdo en la comisión número cinco, de medio ambiente, derechos de la naturaleza, bienes naturales comunes y modelo económico, en la cual fui coordinador junto a Camila Zárate. Estuvimos en la polémica. Nos pusieron en los grandes medios de comunicación para atacarnos, por casi dos meses. Nuestros dos primeros informes fueron rechazados por el pleno de manera casi completa. El desafío que tenía esta comisión era especial. Mientras las otras comisiones debatían cómo tenían que ir las temáticas que abordaban en la Constitución, en la nuestra, al igual que en la comisión número siete (Sistemas de Conocimiento), no solo debíamos debatir el cómo, sino también debatir y justificar el hecho de que tenían que estar en la Constitución de Chile.
Había que convencerlos, primero, de que esto era importante y que tenía relevancia constitucional, y después de esa conversación recién pudimos avanzar hacia el cómo debíamos tratar aspectos, por ejemplo, el económico. La comisión tuvo un fuerte asedio mediático que venía principalmente de los gremios empresariales, que nos atacaron mucho.
Al final de todo el proceso, nuestra comisión ni siquiera fue la que menos artículos ingresó a la Convención. Ingresamos 43 artículos, que es bastante, y representa un salto sustantivo en comparación al único artículo que existe en materia de protección ambiental en la Constitución vigente. Además, hoy en día los artículos que más polémica generan, y que más usa el “rechazo” para decir que la propuesta de Constitución es mala, no son artículos redactados por nuestra comisión. Lo relativamente polémico de lo redactado en nuestra comisión es la desprivatización del agua.
Nos rechazaron sustantivamente los informes que generaban conflicto y discusiones. Siempre había que volver a sentarse a la mesa a dialogar y negociar para sacar adelante los artículos. Creo que ese esfuerzo, y nunca perder el horizonte, fue lo que al final nos permitió sacar adelante el proceso. Los trasnoches, las jornadas de negociación y de conversación eran infinitas. Instancias que partían a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la mañana del día siguiente. Era brutal.
Siempre le digo a la gente que entré con veinticinco años a la Convención de Chile y salí con cincuenta y tantos. A todos nos afectó a nivel personal, de distintas maneras. Muchas personas nos preguntan cómo lo logramos en un solo año. Hubo cuatro meses completos en que me acostaba a las cinco de la mañana y me levantaba a las ocho. Durante cuatro meses, de lunes a domingo, me dedicaba a trabajar en la Convención. Y eso no es sano ni todos podían tener este ritmo. Al final, el poco tiempo que hubo permitió sacar una muy buena Constitución. El costo no lo pagó el texto, lo pagamos nosotros como personas.
Un aspecto que no me gustó para nada fue el muñequeo político activista. Yo soy ajeno a eso y en la Convención lo viví, sé cómo funciona. Creo que hay una ambivalencia en los partidos políticos; por un lado, dicen: son cuestiones que están normadas en la ley y están obligadas a ser democráticas y transparentes, por otro lado, se [prestan] para un conflicto de interés, en el que tienen que permanentemente beneficiar al mismo partido. Creo que eso fue algo muy decepcionante.
El mundo independiente, en cambio, es muy impredecible. Le pone más desafíos a la democracia porque aquí nadie te baja el telón y [te dice]: tienes que aprobar o tienes que aprobar. Tú apruebas si es que estás convencido, y si es que lo que estás viendo ahí tiene valor, porque no tienes a nadie a quien rendirle cuentas. No tienes un partido arriba dando órdenes. Eso hace que el mundo independiente sea más impredecible y eso les molesta mucho.
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No existe ninguna Constitución perfecta. Yo no aprobé todos los artículos que están allí y aprobé otros que no están. Sin embargo, creo que es un muy buen texto constitucional. La autocrítica tiene que ver, para mí, con cómo la Convención comunicaba hacia afuera lo que estaba haciendo. Ese era el desafío más grande y el que más le costó. En general, entender la Convención fue algo muy difícil para la sociedad.
En retrospectiva, hay un aprendizaje muy grande: saber escuchar y dialogar con la gente. Creo que este proceso, aunque no aparezca en los medios, es un proceso donde hubo mucha conexión con las personas y las organizaciones. Nos tocaba ir mucho a los territorios. Fue, sobre todo para nosotros, en la comisión, un ejercicio permanente de templanza, paciencia y perspectiva.
Las constituciones de carácter más social nacieron, sobre todo, en el siglo pasado para responder a los grandes desafíos de entonces, desafíos totalmente humanitarios y de carácter social, que siguen vigentes hoy. Sin embargo, en el siglo XXI se agrega la crisis climática y ecológica, que es un desafío propio de estos tiempos. Muchos dijimos que si la nueva Constitución de Chile no atendía este desafío gigante, iba a empezar de forma obsoleta. Este es el primer Estado que se define como un Estado ecológico, y eso lo logramos impulsar desde nuestro espacio, los ecoconstituyentes”.
Adolfo Millabur: representante de los pueblos indígenas
“Creo que no hubo ningún indígena que no bot[ara] una lágrima de emoción. Al menos yo, que soy el más llorón del grupo, observé eso en el momento en que se aprobó, después de dos intentos, el artículo 79 de la nueva Constitución. Mediante cuatro numerales se nos reconoce el derecho a la tierra, al territorio y sus recursos. Ese día fue el más importante, el más bonito y más profundo de todos los que viví como exconvencional constituyente. Yo sentía que nos jugábamos el todo ahí, como pueblo.
Más allá de que en el texto que proponemos se reconoce un Estado plurinacional, los pueblos indígenas sin tierra, sin territorio y sin recursos están predeterminados a desaparecer. Que la nueva Constitución de Chile respete esos tres conceptos nos convoca a seguir luchando. Lo dimos todo por lograrlo y nos emocionamos porque fue muy complejo hacerles entender la importancia de esos tres puntos para nosotros.
Finalmente, el artículo que quedó tiene una llave muy importante para poder ir desaflojando la restitución territorial que tanto le ha costado a nuestro pueblo. Tiene varios aspectos que abren la posibilidad de que incluso si el particular que tiene la tierra indígena no llega a un acuerdo para venderla, puede declararla de utilidad pública e interés general, lo que permitiría que el gobierno en turno pueda expropiar la tierra que está en manos de un privado para entregársela a las comunidades.
Otro de los momentos memorables para los pueblos indígenas fue cuando elegimos a Elisa Loncón como presidenta. Fue muy simbólico que hayan elegido a una mujer, pero que además fuera mapuche impactó moralmente en la autoestima de los pueblos indígenas. Fue magistral. Emocionante también fue lo accidentada que fue la inauguración de la Convención. Fue Chile. Fue Chile, con su diversidad cultural, el que mostró lo que venía. Ahí estábamos todos con motivación, pero también con mucha desconfianza. Ese día hubo protestas afuera y nos costó arrancar el proceso.
El primer artículo de la nueva Constitución fue muy inspirador también. Es un punto de partida en términos de cómo se entiende la democracia de aquí en adelante. De aprobarse el texto que redactamos, nuestro país se va a construir desde los colectivos y los pueblos diversos que estamos al interior del Estado chileno. Es un proceso en construcción. Si gana el ‘apruebo’, por cierto que comienza el camino de un cambio que ya no tiene vuelta atrás.
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Si gana el ‘rechazo’, en cambio, los pueblos indígenas vamos a quedar donde mismo y todo se va a complicar, porque los que hemos apostado por este camino gastamos todo el ahorro político en este proceso. Y cuando uno no tiene ahorros, las posibilidades de diálogo se achican y se van a polarizar las cosas. Puedo compartir las palabras de cierre del vicepresidente de la Convención, Gaspar Domínguez: ‘Pase lo que pase el 4 de septiembre, Chile ya cambió’. Pero cambió para que el país se diera cuenta de que existimos y, por lo tanto, ya no nos pueden ignorar. Los pueblos indígenas no van a retroceder, seguirán reclamando lo que en la Constitución se consagra como propuesta. En ese sentido, el cambio que bien plantea Domínguez va en función de que no vamos a renunciar a lo que ya hemos logrado en la propuesta de nueva Constitución.
Si gana el ‘rechazo’, no creo que haya un proceso genuino como hasta ahora se ha dado. Si llegara a haber otro proceso constituyente, va a ser controlado desde la élite, desde la derecha y desde la manera en que acostumbran controlar el poder. Yo no tengo esperanza en que vaya a ser muy fácil garantizar derechos, porque van a utilizar toda su influencia y el dinero para poder manejar este proceso en función de sus intereses.
Los que están en contra de la nueva Constitución de Chile se dedicaron a destruir al mensajero y a invalidar a los convencionales todo el año que duró la discusión. Eso no le permitió a la población ver y entender el mensaje. Cuando nosotros levantamos la cabeza, ellos ya habían instalado su desprecio, que tiene más relación con nosotros que con los contenidos de la Constitución que escribimos. Tras entregar la propuesta y desde julio hasta ahora, ha sido muy difícil contrarrestar ese mensaje y llegar con el nuestro a la comunidad. Eso nos tiene estratégicamente muy neutralizados. En lugar de estar debatiendo el contenido del texto, estamos debatiendo las falsedades del relato de sus detractores. Eso nos ha hecho perder mucho tiempo y energía.
Haciendo una autocrítica, creo que pecamos de ingenuos. Como no éramos un colectivo afiatado con los otros pueblos indígenas que participaron mediante escaños reservados y los colectivos eran bastante jóvenes e inexpertos, nosotros nos dedicamos a hacer la pega y no leímos que ellos estaban destruyendo la imagen de la Convención, no salimos oportunamente a defender el proceso ni a explicar el contenido. Esa es una dificultad que tuvimos, que se sumó a otros insumos que les entregamos para que hicieran fiesta con nosotros. Incidentes que la derecha utilizó como joyas, como trofeos.
Los otros son casi errores humanos, chascarros, pero la derecha los amplificó hábilmente para dar a entender a la población que los que estábamos discutiendo no éramos serios y no estábamos a la altura de la redacción de una Constitución. Teresa Marinovic trató a la Convención de ‘conchesumadre’, siendo que ella también era convencional. Lo mismo Bernardo Fontaine, cuando dijo que los fondos de pensiones se iban a expropiar, cuestión que es una mentira evidente, pero que ganó varios titulares.
A pesar de todo eso, aprendí mucho conociendo más profundamente a Chile en su diversidad. Yo fui alcalde mucho rato, pero lograr escuchar, comprender y aceptar las ideas de tantos otros fue un proceso muy profundo en lo personal. Creo que todo eso me ha hecho mucho más abierto y me permite entender los distintos planteamientos y veredas que tiene el país: desde el planteamiento de las mujeres, la diversidad sexogenérica y la gente que vive en las poblaciones barriales. Yo había estudiado en la universidad esos temas, pero no había tenido esos insumos a la vista. Aquí, en poco tiempo, me nutrí y amplié mi perspectiva.
En cuanto a lo que me frustró: me dejó sorprendido la actitud de la derecha. Su falta de voluntad para llegar a acuerdos, su intransigencia, su prepotencia hacia los pueblos indígenas o hacia la gente que no es de su clase social. Para mí, quedó en evidencia cuán profundo tienen arraigada su forma de concebir el poder: ellos sienten que son los únicos que tienen la razón y que el resto somos una especie de plebeyos, no nos ven como interlocutores válidos.
Yo viví la primera etapa en la comisión de derechos fundamentales y ahí escuchamos el testimonio de la tragedia del pasado de Chile: la que se vivió con la dictadura de Pinochet. Fueron testimonios de personas y familiares de detenidos desaparecidos, que fueron a reclamar justicia, a hacer una especie de terapia de lo que todavía les toca sobrellevar. Los testimonios de los travestis que escuchamos también fueron brutales. Una de las cosas que nunca más se me olvidó fue lo que dijo uno de ellos: que la mayoría de los travestis se dedican a la prostitución y que no tienen más allá de cincuenta años de proyección de vida porque siempre están expuestos a la violencia. Un mes después, la persona que vino a dar ese testimonio fue golpeada brutalmente.
Luego de ir a los territorios y de escuchar testimonios tan profundos, tuvimos que dedicarnos a redactar normas y discutirlas internamente. De lo contrario, no [habríamos alcanzado] a llegar al 4 de julio y eso [habría] sido un tremendo fracaso, porque no [habría] habido propuesta. Fue una maratón, sesionábamos jornada completa, conversábamos con nuestro colectivo hasta la una o dos de la mañana, todos los días, y al siguiente había que estar nuevamente sesionando. Pero cumplimos.
Alondra Carrillo: una voz feminista dentro de la Convención de Chile
“La premura del tiempo solo permite tener presentes algunos hitos, pero estoy segura que hubo muchos más. Cuando me lo han preguntado, he reiterado que el día en que se aprobaron los derechos sexuales y reproductivos fue un día extremadamente potente. Había movilizaciones fuera de la Convención, y estábamos desplegados también adentro, para anticipar esa votación histórica.
Los días en que votamos los derechos sociales, el derecho a la educación, la negociación colectiva por rama, el derecho a la salud, a la vivienda, también fueron jornadas extremadamente potentes porque se trató de una condensación de luchas de largo tiempo. Fue muy impactante, además, cuando votamos la restitución territorial indígena, el reconocimiento a los pueblos y naciones indígenas sobre sus tierras y territorios. Creo que esas son jornadas que fueron particularmente impresionantes, precisamente porque sentimos la magnitud histórica de una norma constitucional ampliamente apoyada.
La paridad de género fue decisiva y determinante para la escritura del texto constitucional. Mostró que la democracia tiene contenidos diferentes cuando estamos presentes, le dio forma no solamente a las orientaciones respecto a la perspectiva de género que atraviesan todo el texto constitucional y que son extremedamente robustas, sino también a múltiples otros debates. La paridad supone que las mujeres somos reconocidas como representantes generales de los proyectos políticos que portamos y, por lo tanto, esa representación deja de estar localizada en una voz exclusivamente masculina, y eso amplía los sujetos que portan la disputa política y que politizan los debates. La paridad tuvo también esa dimensión: transformar las vocerías políticas de los diversos sectores y, con ello, permitir que llegaran perspectivas y experiencias de articulación, elaboración y diálogo político, que están portadas por estas compañeras que vienen de distintos territorios, de distintas realidades, colectivos y con diversas perspectivas también.
Las mujeres ganamos con la propuesta de texto constitucional un piso irrenunciable de derechos. Es esta propuesta la que consagra prácticamente todas las aspiraciones con las que llegamos al proceso constituyente y, por lo tanto, la aprobación o el rechazo constituyen simplemente un momento más de un camino que para nosotras encontró en este texto constitucional esa orientación, esa brújula.
Algunas personas del ‘rechazo’ dijeron que este texto deja abierta la posibilidad de abortar hasta los nueve meses. Pero creo que, más bien, han preferido abordar esta campaña a partir de la mentira y la desinformación sistemática, y esa fue una decisión política. La decisión política de negarse a debatir de fondo y [dedicarse] exclusivamente [a] construir mentiras para instalar el miedo en la población de Chile.
Es sabido por todo el mundo que el aborto es la interrupción voluntaria del embarazo mientras no exista viabilidad fetal. No existe el aborto a los nueve meses; es un sinsentido plantearlo de ese modo. Para nosotras, es muy importante que los derechos sexuales y reproductivos expresen también de manera manifiesta las garantías, precisamente porque son esas garantías las que aseguran su pleno reconocimiento. Por lo tanto, era indispensable poder enunciar tanto la protección del embarazo como su interrupción voluntaria, y que es la ley la que regula el ejercicio de esos derechos en su detalle, como [la cuestión de] los plazos.
Para nosotras, es indispensable esta norma. Forma parte de una larga lucha del movimiento feminista en nuestro país, que comienza a hablar de esto en 1934. También nos empapa de la lucha internacionalista feminista que demanda el reconocimiento de que las mujeres y las personas con capacidad de gestar no podemos estar subordinadas a la imposibilidad de decidir respecto de nuestra sexualidad, de la reproducción y de nuestra vida sexual”.
Cristián Monckeberg: la derecha en la Convención
“La Convención Constitucional fue un proceso necesario, oportuno e inédito, que partió con un apoyo ciudadano del 80% en las urnas y que nos puso en los ojos del mundo, pero que terminó con un país dividido y cargado hacia el ‘rechazo’. Desde ese punto de vista, fue una oportunidad desaprovechada que no provocó una base de acuerdo de mucho mayor entendimiento.
Yo lo encuentro lamentable porque fue una Convención elegida, 100% democrática, con participación de independientes, en igualdad de condiciones; con escaños para pueblos indígenas… con una paridad que yo celebro; con un país que además tiene una base institucional fuerte, que le ha permitido salir adelante de situaciones muy complejas, pero que fue deficiente en cuanto a sus conclusiones y al resultado del mismo.
Algunos dirán que nosotros [los convencionales de derecha] fuimos a aportillar el proceso, pero la verdad es que no teníamos la capacidad de influir porque éramos minoría y, aún así, en lugar de pararnos e irnos, como sucede en otras partes del mundo, estuvimos en todas las votaciones, participamos, hicimos ver nuestros puntos de vista.
Una de las razones por las que la propuesta de Constitución de Chile hoy no genera consenso es porque, precisamente, le faltaron miradas. Yo creo que la autocrítica que tiene que hacer nuestro sector es que fallamos cuando no sacamos la suficiente cantidad de constituyentes que permitieran generar otro tipo de propuesta constitucional y, con ello, provocar acuerdos distintos.
Los que conformaron la mayoría de la Convención estaban muy marcados por banderas identitarias y por una postura frente a la sociedad muy ideologizada. Por otro lado, gran parte de la centroizquierda clásica y tradicional renegó de treinta años de avances que, a mi juicio, tuvieron problemas, pero fueron auspiciosos para el país. Esa renegación de la política privilegió al mundo independiente, como si fueran unos angelitos caídos del cielo, conformando un debate constitucional muy marcado hacia un sector, que no digo que sea ilegítimo, porque ganaron las elecciones y las normas se aprobaron con 103 votos, pero que evidentemente provocó problemas, porque finalmente a la ciudadanía no le hizo sentido la propuesta que están planteando y porque la gente percibió que no es una buena receta entregarle la fuerza a uno y dejar a otra división de la sociedad fuera del debate.
Otro problema que quedó clarísimo acá es que se denostó la política como el lugar donde se producen acuerdos y entendimientos, donde hay convergencias y diferencias de opinión muy legítimas. La política se dejó avasallar, a lo mejor producto de sus errores, de la desconfianza ciudadana, de las promesas incumplidas. Eso le dejó la cancha abierta al mundo independiente, que demostró al poco andar que tienen muchísimas deficiencias. Si la propuesta que esta Convención Constitucional presentó es rechazada, significa que estamos frente a una ciudadanía superempoderada, muy informada y que quiere soluciones y cambios, pero no los propuestos.
Si fuera así, no está todo perdido. A partir de lo que se ha trabajado y dependiendo de lo que responda la ciudadanía en este plebiscito de salida, vamos a tener que avanzar. Si el rechazo es el que triunfa, el objetivo es tener una nueva Constitución que interprete a una mayoría más amplia. En ese sentido, este proceso va a seguir dando de qué hablar. Ahora si gana el ‘apruebo’, yo creo que no vamos a cambiar nada. Eso de que cambiaremos la propuesta de Constitución que presentó la Convención no va a ocurrir, por una cosa muy simple: los quórums son muy altos para modificarla. Se requeriría de grandes acuerdos, que no van a existir.
A no caer en esa ingenuidad. El ‘apruebo’ es para implementar, y a lo mejor para hacer algún ajuste, pero menor. Los ajustes profundos, como los que se han prometido, no van a ocurrir muy pronto o van a ser muy difíciles de lograr. Esto lo dicen los partidos como una señal comunicacional para generar confianza, pero es irreal.
Gaspar Domínguez: el vicepresidente que entregó la propuesta constitucional
“Uno de los momentos más memorables fue el día de la inauguración de la Convención Constitucional, cuando quedó elegida como lideresa del proceso, en su primera etapa, una mujer mapuche. En Chile, que es un país muy racista y el único de Latinoamérica, junto con Uruguay, que no reconoce a sus pueblos originarios en la Constitución, nos quedamos con Elisa Loncón dirigiendo el proceso.
Otra de las postales más relevantes fue la ceremonia de cierre, cuando el presidente de la República Gabriel Boric ingresó al salón y recibió de manos mías y de las de la presidenta de la segunda etapa del proceso, María Elisa Quinteros, la propuesta de nueva Constitución escrita por el órgano. Yo estaba en primera fila. Me tocó hacer un discurso y fue muy emocionante ver cómo en ese momento se materializaba el resultado de un año de discusiones, de intenso sacrificio y de participación de millones de compatriotas.
Creo que fue muy eficiente y conmovedor el sistema de participación ciudadana también.
Solo por nombrar algunos hitos, la propia Convención Constitucional sesionó en todas las regiones de Chile. Su pleno estuvo en el norte, en Antofagasta; y en el sur, en Concepción. Pero las comisiones recorrieron distintas ciudades. También hubo personas que participaron telemática y presencialmente, exponiendo, o que sistematizaron información de cabildos y se involucraron en las iniciativas populares de norma constitucional, que tenían que juntar patrocinios para ser discutidas. Todos estos mecanismos de participación sin duda enriquecieron el resultado. Hoy más de treinta normas que están en el texto constitucional provienen, prácticamente y sin modificación, de iniciativas populares de norma.
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Uno de los principales problemas que genera que hoy las personas vean con desconfianza la propuesta de nueva Constitución está vinculado a las emociones que le genera el órgano constituyente. Creo que esto, por una parte, es entendible pero, por otra, también da cuenta de la falta de educación cívica, porque lo que se va a votar es el texto de nueva Constitución, y no si nos caen bien o mal quienes la escribieron.
Además, creo que efectivamente algunos constituyentes hicieron actos del todo reprochables y cuestionables que sin duda mancharon la legitimidad y la confianza con la que partió la Convención Constitucional. En ese sentido, el desafío ahora es que la gente pueda separar el resultado del órgano del texto, y también que se entienda que más del 90% de los convencionales trabajamos de manera profesional, responsable y prolija.
Por otro lado, también hay tener aquí un criterio de realidad. Chile, en sus más de doscientos años de historia republicana, nunca había tenido un proceso ni siquiera similar para escribir una Constitución en forma democrática. Si hoy pudiéramos volver de nuevo al 4 de julio del año 2021, por cierto que haríamos cosas distintas. Pero yo creo que, ad portas del plebiscito histórico en el que estamos ahora, el desafío es referirnos a las importantes puertas que se abren con la aprobación de esta propuesta, más que a los entretelones del proceso mismo, que será materia de estudio del futuro.
Si nuestra propuesta se aprueba, el texto constitucional puede ser mejorado. En su capítulo número 12 establece la forma y los mecanismos para reformarlo. Los requisitos que se requieren son 4/7 de quórum en el Congreso y para reformas sustanciales, se agregó además una ratificación ciudadana y la posibilidad de ingresar iniciativas populares de normas de reforma constitucional.
Si así fuera creo que es perfectamente legítimo, esperable y razonable que en el proceso de implementación del texto constitucional se precisen o modifiquen algunos aspectos, ya sea por los partidos políticos o porque la propia ciudadanía organizada así lo decida. Nuestra propuesta está hecha para convivir en democracia y es democráticamente que puede ser modificada. De hecho, el capítulo de reforma constitucional contiene un artículo que señala la posibilidad de llamar a otra Convención Constitucional, algo que eventualmente en treinta años podría ser el camino que Chile decida.
En caso de que gane el rechazo, lo que ocurre es que se mantiene vigente la Constitución que tenemos hoy, la Constitución del 80, con sus modificaciones posteriores. Cualquier cambio o plan que siga, debe ser siguiendo las normas de esta, entonces más bien creo que rechazar sería volver a foja cero y de alguna manera prolongar el estado de incertidumbre al que Chile ha estado expuesto.
Creo que esta nueva Constitución, en materias como descentralización y derechos sociales, nos pone a tono con el mundo desarrollado y moderno. Y eso no es menor en uno de los países más centralizados, según indicadores objetivos de la OCDE. Por otro lado, establece un Estado Social de Derecho. Hoy en Chile la salud y la educación están entregadas al mercado, pero en esta propuesta el Estado asume otro rol: asegura que la gente tenga las condiciones para acceder a sus derechos y también puede satisfacer estos derechos, ya no necesariamente como prestador.
Hay otras cuestiones que sin duda pondrán a Chile en la vanguardia mundial en materia constitucional y jurídica. Uno es reconocer que la naturaleza es titular de derechos, por ejemplo, [el de] mantenerse ecológicamente equilibrada. ¿Cómo?, específicamente generando una arquitectura y una orgánica institucional que permita ejecutar estos derechos. Lo mismo en materia de género y diversidad sexual: se establece la democracia paritaria para asegurar la representación en todos los espacios democráticos de al menos un 50% de mujeres y garantizar la representación de las personas de la diversidad y las disidencias sexuales.
Por otra parte, incluye el artículo 14, número 3, que establece que Chile debe tener una relación internacional prioritaria con América Latina y el Caribe, para impulsar la integración regional y resguardarla como una zona de paz y libre de violencia”.
La nueva Constitución de Chile fue ampliamente rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre (por el 62% de quienes votaron). Antes de que el país decidiera, publicamos estos siete testimonios de quienes participaron, como constituyentes, en el proceso de elaboración del texto constitucional. ¿Qué buscaban?, ¿qué pudo haberse hecho mejor?, ¿qué errores se cometieron? Las visiones de distintas posturas políticas están representadas en este texto.
Las protestas que protagonizaron miles de estudiantes secundarios, quienes en 2019 se saltaron los torniquetes del metro contra el alza de treinta pesos en el pasaje del sistema de transporte público, detonaron un estallido ciudadano tan poderoso contra la desigualdad, perpetuada durante décadas por el sistema económico neoliberal en Chile, que la clase política se vio obligada a buscar una salida institucional a la crisis. Esa salida fue un plebiscito, en el que 80% de los chilenos decidió, el 25 de octubre de 2020, tener una nueva Constitución que fuera escrita —de manera inédita en el mundo— por una Convención Constitucional paritaria en términos de género y con escaños reservados para los pueblos indígenas.
La propuesta que escribieron en apenas un año los 154 miembros de la Convención, elegidos por la ciudadanía, proviene mayoritariamente de líderes de organizaciones sociales y de jóvenes independientes que tuvieron que buscar patrocinios para levantar sus candidaturas y triunfaron al margen de los partidos políticos. La hazaña permitió ver a Chile en una profundidad y diversidad inauditas. Pero cuando el órgano entregó el proyecto de Constitución que fue evaluado el domingo en un plebiscito de salida, su resultado no dejó conforme a la mayoría de la población. De acuerdo con las encuestas, solo el 37% la aprobaría, pero con miras a reformarla, y el 46% la rechazaría, con la promesa de abrir un nuevo proceso constituyente, lo que frenaría el ciclo político que comenzó con el estallido social de 2019.
Mientras la ciudadanía valora o desestima el trabajo del órgano que se instaló formalmente el 4 de julio de 2021, le pedimos a siete de sus exintegrantes que nos contaran cómo construyeron la Constitución que en sus primeras líneas define a Chile como “un Estado social y democrático de derecho”, además de “plurinacional, intercultural, regional y ecológico”.
¿Qué anticipan para esta votación que pone en juego la consagración de la paridad, los derechos sociales y el medio ambiente como ejes estructurales del Chile del siglo XXI?, ¿qué aprendieron, qué atesoran, qué los frustró y qué pudieron haber hecho mejor durante el proceso constituyente? Los testimonios de esa trastienda son de Elisa Loncón, Alondra Carrillo, Adolfo Millabur, Cristián Monckeberg, Giovanna Grandón, Juan José Martín Bravo y Gaspar Domínguez.
Elisa Loncón: la mapuche que presidió la Convención Constituyente de Chile
“Nunca antes habíamos tenido una democracia ampliada como la que instalamos para escribir esta nueva Constitución. Este proceso erigió a todos los postergados que nunca antes habían participado en el diseño político de este país. Para mí, es reduccionista decir que esto es de izquierda y de derecha, porque estos nuevos actores son, por ejemplo, la paridad, las regiones, la diversidad sexogenérica y los pueblos indígenas.
El 50% de esta sociedad somos mujeres, pero no existíamos en las decisiones políticas. No estábamos en igualdad de derechos con respecto a los hombres a lo largo de toda esta historia. Los pueblos indígenas, nunca reconocidos en ninguna Constitución política, por primera vez aparecimos por medio de los escaños reservados. Con historia, con diseño, con comprensión de lo político y con diálogo frente a este país, del cual no sabíamos que era diverso.
Uno de los momentos más memorables del proceso constituyente de Chile fue cuando iniciamos la discusión de las normas: cada convencional tuvo cinco minutos para hablar de lo que quería hacer, y cada uno lo hizo desde su historia territorial y familiar. Yo inicié esas presentaciones como presidenta y mi primer discurso tiene esa fuerza. Fue algo muy bello que en el futuro permitirá a los estudiantes volver a esos relatos y encontrar en ellos las historias no contadas que ha tratado de ocultar la historia oficial. Para mí, fue un avance en cuanto a la inteligibilidad del discurso, le dio pluralidad y sustancia. Fue la prueba de que la diversidad estaba esperando el agua para poder brotar y florecer.
En cuanto al trabajo con los territorios, no me olvido de la vez que fuimos a la cumbre del Nahuelbuta en Concepción. Nos juntamos allí con los campesinos de la zona y ellos nos dijeron que habían cuidado la diversidad de plantas y de hierbas, pero que tenían el problema del agua que amenazaba su existencia. Ellos renunciaban a abandonar sus tierras y querían seguirlas cultivando. Eso me conmovió porque entendí que no solo los mapuche queremos seguir siendo mapuche, también los campesinos quieren seguir siendo campesinos, como los diferentes territorios quieren seguir en sus territorios. Y ese es un punto.
El otro punto que me gustó mucho fue escuchar a los niños en una de nuestras audiencias públicas. Nosotros estábamos acostumbrados a llamarles “la generación del futuro”, pero ellos dijeron: “Somos la generación del presente, porque en el presente queremos ser sujetos de derecho”. Eso me pareció hermoso.
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El posible triunfo del rechazo no es difícil de comprender. Los medios en Chile son controlados por el duopolio de quienes tienen el poder económico, y es ese poder económico el que ha controlado todas las comunicaciones desde que se instaló la Convención. Esos medios hicieron muy poca pedagogía. Trataron el proceso como si fuera un reality show y no mostraron el proceso democrático, la dimensión filosófica y social que implica instalar el diálogo y llegar al acuerdo. Eso inundó a la ciudadanía con información de poco contenido y superficial, y eso lo aprovechó muy bien la política del rechazo, que también se instaló dentro de la misma Convención, pero no para colaborar en el proceso, sino más bien para boicotearlo. Quienes instalaron con mucha violencia el racismo fueron precisamente los convencionales de derecha. A nosotras nos maltrataron una y otra vez: la “convención indigenista”, decían.
Por otro lado, la clase política que no fue electa para escribir la nueva Constitución se coludió con la derecha del rechazo. Cuando entregamos el texto final, ellos reaccionaron en contra, diciendo que no los representaba, pero, en lugar de plantear que estuvieron ausentes en su escritura y diseño porque no fueron electos para esa labor, manipularon el discurso y dijeron que este texto no representaba a la ciudadanía, instalando que era una Constitución que dividía, que no tenía el consenso del pueblo, de Chile.
Nosotros sabemos que la Constitución fue escrita por personas democráticamente electas y que tuvo el consenso mayoritario, porque todas las normas están escritas con dos tercios [de aprobación entre los constituyentes]. Y si no tuvieron dos tercios, simplemente no llegaron. No tiene el consenso de la clase política, porque la clase política no fue electa para escribir la nueva Constitución y no tiene el consenso de la derecha conservadora, porque ellos no quieren hacer cambios, quieren mantener la Constitución de Pinochet.
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Yo no soy de esa clase política que llama a aprobar para reformar. Prefiero hablar de aprobar esta nueva Constitución y de que esta incluye en sí misma mecanismos de cómo mejorarla. Lo demás es puro discurso de los que han tratado de confundir a la población para instalar sus intereses y sus privilegios. Yo no soy de la idea de reformar. Estoy trabajando para el “apruebo” y estoy convencida de que vamos a ganar.
Ahora, si perdiéramos por voluntad democrática, voy a sentir que las mentiras ganaron y eso le hace daño a la democracia. Pero aún en ese escenario estoy convencida de que no se puede volver atrás en materia de demandas de paridad, derechos sociales y plurinacionalidad. La discusión ya está instalada y los pueblos vamos a continuar peleando para alcanzar los derechos que para nosotros son importantes. Hoy nos están prometiendo todo, pero una vez que pase esto y si el rechazo gana, se van a sentir con [la] sartén por el mango y no van a favorecer los derechos de los pueblos. ¿Quién más va a defender los derechos de la plurinacionalidad [si no somos] nosotros, los pueblos indígenas?, ¿quién más va a defender los derechos de paridad, si no son las mujeres?
Nosotros lo dimos todo y mucho más. El Congreso nos dio solo un año para sacar este texto adelante y nosotros trabajamos un año como si fueran tres. Quienes no hicieron la pega, justamente, fueron los de derecha: ni siquiera iban a votar, se abstenían y no trabajaban. Es falso que nosotros les hayamos cerrado las puertas. Yo fui la primera presidenta de la Convención y uno de los primeros cambios que hicimos fue crear el órgano e instalar una mesa ampliada, con un asiento para la gente de la derecha: tuvieron allí a sus representantes. Entonces no es cierto que nosotros los aislamos. Lo que sucedió es que ellos querían reproducir la Constitución de Pinochet. Y nosotros no estábamos para eso porque aquella, en principio y en derecho, no es para el chileno del siglo XXI”.
Giovanna Grandón: del estallido social al pleno
“Llegué a la Convención Constituyente como la mayoría de los independientes: sin el apoyo de ningún partido político y tras estar meses en las manifestaciones de la Plaza de la Dignidad, con el traje de Pikachú con el que me hice conocida como ‘la tía de Chile’. Antes había trabajado en jardines infantiles y fui transportista escolar, por lo que tuve que aprender el lenguaje jurídico: ¿qué significaba un artículo, un inciso, una indicación? No tenía idea y tuve que preguntarlo sobre la marcha. Lo que sí tenía claro es que la gente me había elegido para redactar una nueva Constitución, así que debía intentar que este proyecto fuera tan participativo que las personas lo sintieran suyo.
Para eso fuimos aprendiendo, como lo haría un niño que al principio solo ve siluetas y luego enfoca más. Con el tiempo, ese niño empieza a decir algunas palabras y empieza a dar sus primeros pasos. Lo mismo pasó con nosotros: fuimos avanzando de a poco y cuando llegamos al momento de hacer las indicaciones y los artículos, nos largamos a caminar y empezamos a dialogar un poco más.
Desde el principio nos dividimos en comisiones. Teníamos que hacer el reglamento de la Convención, decidir cómo íbamos a trabajar, para luego poder redactar los artículos. Los primeros días lo único que teníamos era un cuaderno Auca y un lápiz Bic. Ni siquiera había computador, así que yo misma me tuve que endeudar y comprar un Ipad, al que le compartía internet desde mi celular para poder avanzar. Queríamos almorzar, pero no teníamos dónde. Teníamos que comer en el césped, pero los guardias nos echaban. Creo que a los perritos los trataban mejor que a nosotros.
Adentro el ambiente tampoco era acogedor: cada vez que ciertos sectores tomaban el micrófono, nos trataban de pungas, de ordinarios, de poblacionales, de bananeros. Nosotros nos quedábamos callados nomás, nos reíamos. A la mayoría de ellos sus partidos les entregaban las pautas en la mañana, con las cosas que tenían que hablar. Se levantaban y venían fresquitos, con su documento listo. Nosotros [los independientes], en cambio, llegábamos con tremendas ojeras, porque terminábamos a las siete u ocho de la noche, y una hora después llegábamos a la casa y seguíamos trabajando por Zoom hasta las tres, cuatro, a veces seis de la mañana, discutiendo acerca de qué cosas tenían que cambiar y cómo debíamos cambiarlas.
Muchos de nosotros, por ejemplo, queríamos que la educación fuera gratuita y universal desde el inicio. Pero luego nos dimos cuenta de que alrededor del 75% de la población de Chile tiene a sus hijos en colegios particulares y subvencionados, por lo que no podíamos quitarles eso de raíz, debía ser paulatino. Fortalecer la educación estatal a tal nivel que quede igual o mejor que la educación particular, para que sea la propia gente la que se dé cuenta de que no tiene sentido pagar por algo que es de tan buena calidad como lo público. [Esa] fue nuestra apuesta finalmente.
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En la comisión Participación Popular y Equidad Territorial formulamos un mecanismo de audiencias públicas. El objetivo era recibir las propuestas o experiencias de la sociedad civil: de asambleas, cabildos territoriales o temáticos, comunidades, universidades, fundaciones, organizaciones sociales o pueblos originarios, para que este proceso fuera participativo. Tuvimos más de dos mil audiencias con agrupaciones y también llamamos a las personas para que votaran las iniciativas populares de norma que, para pasar a la siguiente etapa y ser discutidas por las comisiones, tenían que reunir quince mil firmas.
También fuimos al terreno todas las semanas, a recabar las demandas y los anhelos de las personas que querían que esta nueva Constitución de Chile mejorara sus circunstancias de vida. La gente agradecía mucho que uno se diera el tiempo y los tomara en cuenta. De esta manera se llevaron sus necesidades a las discusiones de las comisiones o de los plenos. También participé en la comisión de Derechos Fundamentales y estuve en la mesa, donde entregué todo de mí y donde incluso me agarré con mis pares para que quedaran ciertos artículos que tenía que aliar. Había muchas personas que iban con objetivos específicos. ‘Yo vengo por las semillas’, ‘Yo por el cobre’, ‘Yo por la naturaleza’. Yo les decía: ‘Yo vengo por todo. Queda todo o no queda nada’.
Fue bonito pero también cansador. En la Convención Constituyente de Chile conocí lo peor del ser humano, porque ya entonces éramos tratados de flojos por un sector de la derecha y también por algunos socialistas que desde siempre quisieron bajar este proceso. Hoy la campaña del rechazo me ha ocupado en su franja por la vez que me disfracé en la Convención, pero fue en mi hora de colación y en respuesta a todas las personas que me preguntaban en las redes sociales: ¿Tía, cuándo se va a poner el traje?
A mí me eligieron por ser la tía Pickachu que iba a las marchas y que salía a luchar por estos cambios. Les había prometido que en algún momento me iba a poner el traje y así lo hice. No me dan vergüenza mis orígenes. Vergüenza les debiese dar a quienes se disfrazan de buenas personas, o de que van a hacer cambios, a los que se disfrazan en base [de] mentiras. Yo me puse el traje de cara a Chile. En vez de valorar el estallido social, porque gracias a eso tenemos esta nueva Constitución, se detienen en cosas que no valen la pena, como que el texto no lo redactaron expertos. ¿Expertos en qué? Expertos a los que nunca les ha faltado, que nunca han pasado hambre ni saben la necesidad del pueblo, porque nunca han tenido que pasar que se les muera alguien esperando una cama en el hospital. ¿Expertos de qué? De estudios, puede ser, pero ¿en la vida…? Esos expertos se manejan en economía pero están desconectados. Son expertos en arreglarle la Constitución al empresariado para seguir exactamente con el mismo modelo. No le quieren dar mejoras a la gente pobre.
El texto constitucional no es perfecto pero es bueno. Nos faltó tiempo, tiempo para discutir y para redactar algunas indicaciones. En la comisión muchas veces no lográbamos consensuar algunas cosas. Decíamos: ‘Quedó malo este artículo… hay que devolverlo’. [Sin embargo], para volver a discutirlo y mejorarlo, teníamos que hacer cálculos. ‘Ya, ustedes pasan tantos votos. Otros votan rechazo, otros abstención’. Si lograba menos de los 103 votos que ese artículo requería para ser aprobado en el pleno, se devolvía a la comisión, pero si quedaba en menos de 78 votos, se perdía y no podíamos recuperarlo. Fue todo sobre la máquina.
En algún momento nadie quería más guerra, decían: que se termine esta cuestión. Varios nos enfermamos y caímos como pollos afiebrados. Otros fueron hospitalizados o colapsaron de nervios. Fue como batallar constantemente con el enemigo allí. Nuestro enemigo era el tiempo y también un poco el otro sector, que todo el día te estaba maltratando”.
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Ganando el ‘apruebo’, lo único que espero es que los partidos políticos no modifiquen la esencia del texto; que avancen en mejorarlo, pero no en sacarle la esencia que entregó la mayoría del pueblo. En caso de que la cambien, voy a alzar la voz por todos lados. Si gana el ‘rechazo’, la gente lo decidió, pero yo al menos me iré a vivir a otro lado para darle una mejor vida a mis hijos. Dicen que quieren reformar la Constitución del 80, abrir un nuevo proceso constituyente, pero no se va a dar, al menos no con la diversidad con que se dio ahora. Nosotros tratamos de pelear para que hubiera listas de independientes en esa eventualidad y perdimos. Lo que pasará es que van a elegir entre ellos mismos quiénes redacten la nueva Constitución de Chile y no va a ser representativa de la gente. Va a ser exactamente la misma tontera que está ahora.
Juan José Marín Bravo: un ecologista en la convención
“Muchos, como yo, llegamos a la Convención desde el ecologismo y llegamos entendiendo que iba a ser un desafío supergrande. Las materias ecológicas, a nivel de derecho comparado, son relativamente nuevas, pero dentro de la Convención vivimos un hito que nos otorgó un ánimo supergrande y que nos indicó que aquí, en este proceso, efectivamente se podían acoger los desafíos ecológicos que veníamos a plantear a la Constitución. Este hito fue lograr que la Convención Constituyente de Chile se declarara en emergencia climática y ecológica. Así, la Convención se transformó en el primer órgano constitucional del mundo en declararse en ese estado de emergencia.
De esa forma se logró poner sobre la mesa de manera irremediable que teníamos que hablar en esta Convención y en esta Nueva Constitución de los desafíos ecológicos. Allí nos dijimos: esto es posible, hay que dedicarnos a hacer lo que venimos a hacer, traer el ecologismo a la Constitución. En la misma línea, otro de los momentos más especiales del proceso fue cuando se aprobaron los derechos de la naturaleza, a través del artículo 103 de la propuesta. Allí, en ese artículo, se jugaba lo más importante de las propuestas ecológicas. Dar derechos a la naturaleza fue un cambio de paradigma y permeó todos los demás artículos ecológicos de la Constitución. Fue un hito gigante para los que nos dedicamos a esto. Ese era el artículo madre de todos los artículos.
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A lo largo del proceso fue muy difícil llegar a puntos de acuerdo en la comisión número cinco, de medio ambiente, derechos de la naturaleza, bienes naturales comunes y modelo económico, en la cual fui coordinador junto a Camila Zárate. Estuvimos en la polémica. Nos pusieron en los grandes medios de comunicación para atacarnos, por casi dos meses. Nuestros dos primeros informes fueron rechazados por el pleno de manera casi completa. El desafío que tenía esta comisión era especial. Mientras las otras comisiones debatían cómo tenían que ir las temáticas que abordaban en la Constitución, en la nuestra, al igual que en la comisión número siete (Sistemas de Conocimiento), no solo debíamos debatir el cómo, sino también debatir y justificar el hecho de que tenían que estar en la Constitución de Chile.
Había que convencerlos, primero, de que esto era importante y que tenía relevancia constitucional, y después de esa conversación recién pudimos avanzar hacia el cómo debíamos tratar aspectos, por ejemplo, el económico. La comisión tuvo un fuerte asedio mediático que venía principalmente de los gremios empresariales, que nos atacaron mucho.
Al final de todo el proceso, nuestra comisión ni siquiera fue la que menos artículos ingresó a la Convención. Ingresamos 43 artículos, que es bastante, y representa un salto sustantivo en comparación al único artículo que existe en materia de protección ambiental en la Constitución vigente. Además, hoy en día los artículos que más polémica generan, y que más usa el “rechazo” para decir que la propuesta de Constitución es mala, no son artículos redactados por nuestra comisión. Lo relativamente polémico de lo redactado en nuestra comisión es la desprivatización del agua.
Nos rechazaron sustantivamente los informes que generaban conflicto y discusiones. Siempre había que volver a sentarse a la mesa a dialogar y negociar para sacar adelante los artículos. Creo que ese esfuerzo, y nunca perder el horizonte, fue lo que al final nos permitió sacar adelante el proceso. Los trasnoches, las jornadas de negociación y de conversación eran infinitas. Instancias que partían a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la mañana del día siguiente. Era brutal.
Siempre le digo a la gente que entré con veinticinco años a la Convención de Chile y salí con cincuenta y tantos. A todos nos afectó a nivel personal, de distintas maneras. Muchas personas nos preguntan cómo lo logramos en un solo año. Hubo cuatro meses completos en que me acostaba a las cinco de la mañana y me levantaba a las ocho. Durante cuatro meses, de lunes a domingo, me dedicaba a trabajar en la Convención. Y eso no es sano ni todos podían tener este ritmo. Al final, el poco tiempo que hubo permitió sacar una muy buena Constitución. El costo no lo pagó el texto, lo pagamos nosotros como personas.
Un aspecto que no me gustó para nada fue el muñequeo político activista. Yo soy ajeno a eso y en la Convención lo viví, sé cómo funciona. Creo que hay una ambivalencia en los partidos políticos; por un lado, dicen: son cuestiones que están normadas en la ley y están obligadas a ser democráticas y transparentes, por otro lado, se [prestan] para un conflicto de interés, en el que tienen que permanentemente beneficiar al mismo partido. Creo que eso fue algo muy decepcionante.
El mundo independiente, en cambio, es muy impredecible. Le pone más desafíos a la democracia porque aquí nadie te baja el telón y [te dice]: tienes que aprobar o tienes que aprobar. Tú apruebas si es que estás convencido, y si es que lo que estás viendo ahí tiene valor, porque no tienes a nadie a quien rendirle cuentas. No tienes un partido arriba dando órdenes. Eso hace que el mundo independiente sea más impredecible y eso les molesta mucho.
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No existe ninguna Constitución perfecta. Yo no aprobé todos los artículos que están allí y aprobé otros que no están. Sin embargo, creo que es un muy buen texto constitucional. La autocrítica tiene que ver, para mí, con cómo la Convención comunicaba hacia afuera lo que estaba haciendo. Ese era el desafío más grande y el que más le costó. En general, entender la Convención fue algo muy difícil para la sociedad.
En retrospectiva, hay un aprendizaje muy grande: saber escuchar y dialogar con la gente. Creo que este proceso, aunque no aparezca en los medios, es un proceso donde hubo mucha conexión con las personas y las organizaciones. Nos tocaba ir mucho a los territorios. Fue, sobre todo para nosotros, en la comisión, un ejercicio permanente de templanza, paciencia y perspectiva.
Las constituciones de carácter más social nacieron, sobre todo, en el siglo pasado para responder a los grandes desafíos de entonces, desafíos totalmente humanitarios y de carácter social, que siguen vigentes hoy. Sin embargo, en el siglo XXI se agrega la crisis climática y ecológica, que es un desafío propio de estos tiempos. Muchos dijimos que si la nueva Constitución de Chile no atendía este desafío gigante, iba a empezar de forma obsoleta. Este es el primer Estado que se define como un Estado ecológico, y eso lo logramos impulsar desde nuestro espacio, los ecoconstituyentes”.
Adolfo Millabur: representante de los pueblos indígenas
“Creo que no hubo ningún indígena que no bot[ara] una lágrima de emoción. Al menos yo, que soy el más llorón del grupo, observé eso en el momento en que se aprobó, después de dos intentos, el artículo 79 de la nueva Constitución. Mediante cuatro numerales se nos reconoce el derecho a la tierra, al territorio y sus recursos. Ese día fue el más importante, el más bonito y más profundo de todos los que viví como exconvencional constituyente. Yo sentía que nos jugábamos el todo ahí, como pueblo.
Más allá de que en el texto que proponemos se reconoce un Estado plurinacional, los pueblos indígenas sin tierra, sin territorio y sin recursos están predeterminados a desaparecer. Que la nueva Constitución de Chile respete esos tres conceptos nos convoca a seguir luchando. Lo dimos todo por lograrlo y nos emocionamos porque fue muy complejo hacerles entender la importancia de esos tres puntos para nosotros.
Finalmente, el artículo que quedó tiene una llave muy importante para poder ir desaflojando la restitución territorial que tanto le ha costado a nuestro pueblo. Tiene varios aspectos que abren la posibilidad de que incluso si el particular que tiene la tierra indígena no llega a un acuerdo para venderla, puede declararla de utilidad pública e interés general, lo que permitiría que el gobierno en turno pueda expropiar la tierra que está en manos de un privado para entregársela a las comunidades.
Otro de los momentos memorables para los pueblos indígenas fue cuando elegimos a Elisa Loncón como presidenta. Fue muy simbólico que hayan elegido a una mujer, pero que además fuera mapuche impactó moralmente en la autoestima de los pueblos indígenas. Fue magistral. Emocionante también fue lo accidentada que fue la inauguración de la Convención. Fue Chile. Fue Chile, con su diversidad cultural, el que mostró lo que venía. Ahí estábamos todos con motivación, pero también con mucha desconfianza. Ese día hubo protestas afuera y nos costó arrancar el proceso.
El primer artículo de la nueva Constitución fue muy inspirador también. Es un punto de partida en términos de cómo se entiende la democracia de aquí en adelante. De aprobarse el texto que redactamos, nuestro país se va a construir desde los colectivos y los pueblos diversos que estamos al interior del Estado chileno. Es un proceso en construcción. Si gana el ‘apruebo’, por cierto que comienza el camino de un cambio que ya no tiene vuelta atrás.
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Si gana el ‘rechazo’, en cambio, los pueblos indígenas vamos a quedar donde mismo y todo se va a complicar, porque los que hemos apostado por este camino gastamos todo el ahorro político en este proceso. Y cuando uno no tiene ahorros, las posibilidades de diálogo se achican y se van a polarizar las cosas. Puedo compartir las palabras de cierre del vicepresidente de la Convención, Gaspar Domínguez: ‘Pase lo que pase el 4 de septiembre, Chile ya cambió’. Pero cambió para que el país se diera cuenta de que existimos y, por lo tanto, ya no nos pueden ignorar. Los pueblos indígenas no van a retroceder, seguirán reclamando lo que en la Constitución se consagra como propuesta. En ese sentido, el cambio que bien plantea Domínguez va en función de que no vamos a renunciar a lo que ya hemos logrado en la propuesta de nueva Constitución.
Si gana el ‘rechazo’, no creo que haya un proceso genuino como hasta ahora se ha dado. Si llegara a haber otro proceso constituyente, va a ser controlado desde la élite, desde la derecha y desde la manera en que acostumbran controlar el poder. Yo no tengo esperanza en que vaya a ser muy fácil garantizar derechos, porque van a utilizar toda su influencia y el dinero para poder manejar este proceso en función de sus intereses.
Los que están en contra de la nueva Constitución de Chile se dedicaron a destruir al mensajero y a invalidar a los convencionales todo el año que duró la discusión. Eso no le permitió a la población ver y entender el mensaje. Cuando nosotros levantamos la cabeza, ellos ya habían instalado su desprecio, que tiene más relación con nosotros que con los contenidos de la Constitución que escribimos. Tras entregar la propuesta y desde julio hasta ahora, ha sido muy difícil contrarrestar ese mensaje y llegar con el nuestro a la comunidad. Eso nos tiene estratégicamente muy neutralizados. En lugar de estar debatiendo el contenido del texto, estamos debatiendo las falsedades del relato de sus detractores. Eso nos ha hecho perder mucho tiempo y energía.
Haciendo una autocrítica, creo que pecamos de ingenuos. Como no éramos un colectivo afiatado con los otros pueblos indígenas que participaron mediante escaños reservados y los colectivos eran bastante jóvenes e inexpertos, nosotros nos dedicamos a hacer la pega y no leímos que ellos estaban destruyendo la imagen de la Convención, no salimos oportunamente a defender el proceso ni a explicar el contenido. Esa es una dificultad que tuvimos, que se sumó a otros insumos que les entregamos para que hicieran fiesta con nosotros. Incidentes que la derecha utilizó como joyas, como trofeos.
Los otros son casi errores humanos, chascarros, pero la derecha los amplificó hábilmente para dar a entender a la población que los que estábamos discutiendo no éramos serios y no estábamos a la altura de la redacción de una Constitución. Teresa Marinovic trató a la Convención de ‘conchesumadre’, siendo que ella también era convencional. Lo mismo Bernardo Fontaine, cuando dijo que los fondos de pensiones se iban a expropiar, cuestión que es una mentira evidente, pero que ganó varios titulares.
A pesar de todo eso, aprendí mucho conociendo más profundamente a Chile en su diversidad. Yo fui alcalde mucho rato, pero lograr escuchar, comprender y aceptar las ideas de tantos otros fue un proceso muy profundo en lo personal. Creo que todo eso me ha hecho mucho más abierto y me permite entender los distintos planteamientos y veredas que tiene el país: desde el planteamiento de las mujeres, la diversidad sexogenérica y la gente que vive en las poblaciones barriales. Yo había estudiado en la universidad esos temas, pero no había tenido esos insumos a la vista. Aquí, en poco tiempo, me nutrí y amplié mi perspectiva.
En cuanto a lo que me frustró: me dejó sorprendido la actitud de la derecha. Su falta de voluntad para llegar a acuerdos, su intransigencia, su prepotencia hacia los pueblos indígenas o hacia la gente que no es de su clase social. Para mí, quedó en evidencia cuán profundo tienen arraigada su forma de concebir el poder: ellos sienten que son los únicos que tienen la razón y que el resto somos una especie de plebeyos, no nos ven como interlocutores válidos.
Yo viví la primera etapa en la comisión de derechos fundamentales y ahí escuchamos el testimonio de la tragedia del pasado de Chile: la que se vivió con la dictadura de Pinochet. Fueron testimonios de personas y familiares de detenidos desaparecidos, que fueron a reclamar justicia, a hacer una especie de terapia de lo que todavía les toca sobrellevar. Los testimonios de los travestis que escuchamos también fueron brutales. Una de las cosas que nunca más se me olvidó fue lo que dijo uno de ellos: que la mayoría de los travestis se dedican a la prostitución y que no tienen más allá de cincuenta años de proyección de vida porque siempre están expuestos a la violencia. Un mes después, la persona que vino a dar ese testimonio fue golpeada brutalmente.
Luego de ir a los territorios y de escuchar testimonios tan profundos, tuvimos que dedicarnos a redactar normas y discutirlas internamente. De lo contrario, no [habríamos alcanzado] a llegar al 4 de julio y eso [habría] sido un tremendo fracaso, porque no [habría] habido propuesta. Fue una maratón, sesionábamos jornada completa, conversábamos con nuestro colectivo hasta la una o dos de la mañana, todos los días, y al siguiente había que estar nuevamente sesionando. Pero cumplimos.
Alondra Carrillo: una voz feminista dentro de la Convención de Chile
“La premura del tiempo solo permite tener presentes algunos hitos, pero estoy segura que hubo muchos más. Cuando me lo han preguntado, he reiterado que el día en que se aprobaron los derechos sexuales y reproductivos fue un día extremadamente potente. Había movilizaciones fuera de la Convención, y estábamos desplegados también adentro, para anticipar esa votación histórica.
Los días en que votamos los derechos sociales, el derecho a la educación, la negociación colectiva por rama, el derecho a la salud, a la vivienda, también fueron jornadas extremadamente potentes porque se trató de una condensación de luchas de largo tiempo. Fue muy impactante, además, cuando votamos la restitución territorial indígena, el reconocimiento a los pueblos y naciones indígenas sobre sus tierras y territorios. Creo que esas son jornadas que fueron particularmente impresionantes, precisamente porque sentimos la magnitud histórica de una norma constitucional ampliamente apoyada.
La paridad de género fue decisiva y determinante para la escritura del texto constitucional. Mostró que la democracia tiene contenidos diferentes cuando estamos presentes, le dio forma no solamente a las orientaciones respecto a la perspectiva de género que atraviesan todo el texto constitucional y que son extremedamente robustas, sino también a múltiples otros debates. La paridad supone que las mujeres somos reconocidas como representantes generales de los proyectos políticos que portamos y, por lo tanto, esa representación deja de estar localizada en una voz exclusivamente masculina, y eso amplía los sujetos que portan la disputa política y que politizan los debates. La paridad tuvo también esa dimensión: transformar las vocerías políticas de los diversos sectores y, con ello, permitir que llegaran perspectivas y experiencias de articulación, elaboración y diálogo político, que están portadas por estas compañeras que vienen de distintos territorios, de distintas realidades, colectivos y con diversas perspectivas también.
Las mujeres ganamos con la propuesta de texto constitucional un piso irrenunciable de derechos. Es esta propuesta la que consagra prácticamente todas las aspiraciones con las que llegamos al proceso constituyente y, por lo tanto, la aprobación o el rechazo constituyen simplemente un momento más de un camino que para nosotras encontró en este texto constitucional esa orientación, esa brújula.
Algunas personas del ‘rechazo’ dijeron que este texto deja abierta la posibilidad de abortar hasta los nueve meses. Pero creo que, más bien, han preferido abordar esta campaña a partir de la mentira y la desinformación sistemática, y esa fue una decisión política. La decisión política de negarse a debatir de fondo y [dedicarse] exclusivamente [a] construir mentiras para instalar el miedo en la población de Chile.
Es sabido por todo el mundo que el aborto es la interrupción voluntaria del embarazo mientras no exista viabilidad fetal. No existe el aborto a los nueve meses; es un sinsentido plantearlo de ese modo. Para nosotras, es muy importante que los derechos sexuales y reproductivos expresen también de manera manifiesta las garantías, precisamente porque son esas garantías las que aseguran su pleno reconocimiento. Por lo tanto, era indispensable poder enunciar tanto la protección del embarazo como su interrupción voluntaria, y que es la ley la que regula el ejercicio de esos derechos en su detalle, como [la cuestión de] los plazos.
Para nosotras, es indispensable esta norma. Forma parte de una larga lucha del movimiento feminista en nuestro país, que comienza a hablar de esto en 1934. También nos empapa de la lucha internacionalista feminista que demanda el reconocimiento de que las mujeres y las personas con capacidad de gestar no podemos estar subordinadas a la imposibilidad de decidir respecto de nuestra sexualidad, de la reproducción y de nuestra vida sexual”.
Cristián Monckeberg: la derecha en la Convención
“La Convención Constitucional fue un proceso necesario, oportuno e inédito, que partió con un apoyo ciudadano del 80% en las urnas y que nos puso en los ojos del mundo, pero que terminó con un país dividido y cargado hacia el ‘rechazo’. Desde ese punto de vista, fue una oportunidad desaprovechada que no provocó una base de acuerdo de mucho mayor entendimiento.
Yo lo encuentro lamentable porque fue una Convención elegida, 100% democrática, con participación de independientes, en igualdad de condiciones; con escaños para pueblos indígenas… con una paridad que yo celebro; con un país que además tiene una base institucional fuerte, que le ha permitido salir adelante de situaciones muy complejas, pero que fue deficiente en cuanto a sus conclusiones y al resultado del mismo.
Algunos dirán que nosotros [los convencionales de derecha] fuimos a aportillar el proceso, pero la verdad es que no teníamos la capacidad de influir porque éramos minoría y, aún así, en lugar de pararnos e irnos, como sucede en otras partes del mundo, estuvimos en todas las votaciones, participamos, hicimos ver nuestros puntos de vista.
Una de las razones por las que la propuesta de Constitución de Chile hoy no genera consenso es porque, precisamente, le faltaron miradas. Yo creo que la autocrítica que tiene que hacer nuestro sector es que fallamos cuando no sacamos la suficiente cantidad de constituyentes que permitieran generar otro tipo de propuesta constitucional y, con ello, provocar acuerdos distintos.
Los que conformaron la mayoría de la Convención estaban muy marcados por banderas identitarias y por una postura frente a la sociedad muy ideologizada. Por otro lado, gran parte de la centroizquierda clásica y tradicional renegó de treinta años de avances que, a mi juicio, tuvieron problemas, pero fueron auspiciosos para el país. Esa renegación de la política privilegió al mundo independiente, como si fueran unos angelitos caídos del cielo, conformando un debate constitucional muy marcado hacia un sector, que no digo que sea ilegítimo, porque ganaron las elecciones y las normas se aprobaron con 103 votos, pero que evidentemente provocó problemas, porque finalmente a la ciudadanía no le hizo sentido la propuesta que están planteando y porque la gente percibió que no es una buena receta entregarle la fuerza a uno y dejar a otra división de la sociedad fuera del debate.
Otro problema que quedó clarísimo acá es que se denostó la política como el lugar donde se producen acuerdos y entendimientos, donde hay convergencias y diferencias de opinión muy legítimas. La política se dejó avasallar, a lo mejor producto de sus errores, de la desconfianza ciudadana, de las promesas incumplidas. Eso le dejó la cancha abierta al mundo independiente, que demostró al poco andar que tienen muchísimas deficiencias. Si la propuesta que esta Convención Constitucional presentó es rechazada, significa que estamos frente a una ciudadanía superempoderada, muy informada y que quiere soluciones y cambios, pero no los propuestos.
Si fuera así, no está todo perdido. A partir de lo que se ha trabajado y dependiendo de lo que responda la ciudadanía en este plebiscito de salida, vamos a tener que avanzar. Si el rechazo es el que triunfa, el objetivo es tener una nueva Constitución que interprete a una mayoría más amplia. En ese sentido, este proceso va a seguir dando de qué hablar. Ahora si gana el ‘apruebo’, yo creo que no vamos a cambiar nada. Eso de que cambiaremos la propuesta de Constitución que presentó la Convención no va a ocurrir, por una cosa muy simple: los quórums son muy altos para modificarla. Se requeriría de grandes acuerdos, que no van a existir.
A no caer en esa ingenuidad. El ‘apruebo’ es para implementar, y a lo mejor para hacer algún ajuste, pero menor. Los ajustes profundos, como los que se han prometido, no van a ocurrir muy pronto o van a ser muy difíciles de lograr. Esto lo dicen los partidos como una señal comunicacional para generar confianza, pero es irreal.
Gaspar Domínguez: el vicepresidente que entregó la propuesta constitucional
“Uno de los momentos más memorables fue el día de la inauguración de la Convención Constitucional, cuando quedó elegida como lideresa del proceso, en su primera etapa, una mujer mapuche. En Chile, que es un país muy racista y el único de Latinoamérica, junto con Uruguay, que no reconoce a sus pueblos originarios en la Constitución, nos quedamos con Elisa Loncón dirigiendo el proceso.
Otra de las postales más relevantes fue la ceremonia de cierre, cuando el presidente de la República Gabriel Boric ingresó al salón y recibió de manos mías y de las de la presidenta de la segunda etapa del proceso, María Elisa Quinteros, la propuesta de nueva Constitución escrita por el órgano. Yo estaba en primera fila. Me tocó hacer un discurso y fue muy emocionante ver cómo en ese momento se materializaba el resultado de un año de discusiones, de intenso sacrificio y de participación de millones de compatriotas.
Creo que fue muy eficiente y conmovedor el sistema de participación ciudadana también.
Solo por nombrar algunos hitos, la propia Convención Constitucional sesionó en todas las regiones de Chile. Su pleno estuvo en el norte, en Antofagasta; y en el sur, en Concepción. Pero las comisiones recorrieron distintas ciudades. También hubo personas que participaron telemática y presencialmente, exponiendo, o que sistematizaron información de cabildos y se involucraron en las iniciativas populares de norma constitucional, que tenían que juntar patrocinios para ser discutidas. Todos estos mecanismos de participación sin duda enriquecieron el resultado. Hoy más de treinta normas que están en el texto constitucional provienen, prácticamente y sin modificación, de iniciativas populares de norma.
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Uno de los principales problemas que genera que hoy las personas vean con desconfianza la propuesta de nueva Constitución está vinculado a las emociones que le genera el órgano constituyente. Creo que esto, por una parte, es entendible pero, por otra, también da cuenta de la falta de educación cívica, porque lo que se va a votar es el texto de nueva Constitución, y no si nos caen bien o mal quienes la escribieron.
Además, creo que efectivamente algunos constituyentes hicieron actos del todo reprochables y cuestionables que sin duda mancharon la legitimidad y la confianza con la que partió la Convención Constitucional. En ese sentido, el desafío ahora es que la gente pueda separar el resultado del órgano del texto, y también que se entienda que más del 90% de los convencionales trabajamos de manera profesional, responsable y prolija.
Por otro lado, también hay tener aquí un criterio de realidad. Chile, en sus más de doscientos años de historia republicana, nunca había tenido un proceso ni siquiera similar para escribir una Constitución en forma democrática. Si hoy pudiéramos volver de nuevo al 4 de julio del año 2021, por cierto que haríamos cosas distintas. Pero yo creo que, ad portas del plebiscito histórico en el que estamos ahora, el desafío es referirnos a las importantes puertas que se abren con la aprobación de esta propuesta, más que a los entretelones del proceso mismo, que será materia de estudio del futuro.
Si nuestra propuesta se aprueba, el texto constitucional puede ser mejorado. En su capítulo número 12 establece la forma y los mecanismos para reformarlo. Los requisitos que se requieren son 4/7 de quórum en el Congreso y para reformas sustanciales, se agregó además una ratificación ciudadana y la posibilidad de ingresar iniciativas populares de normas de reforma constitucional.
Si así fuera creo que es perfectamente legítimo, esperable y razonable que en el proceso de implementación del texto constitucional se precisen o modifiquen algunos aspectos, ya sea por los partidos políticos o porque la propia ciudadanía organizada así lo decida. Nuestra propuesta está hecha para convivir en democracia y es democráticamente que puede ser modificada. De hecho, el capítulo de reforma constitucional contiene un artículo que señala la posibilidad de llamar a otra Convención Constitucional, algo que eventualmente en treinta años podría ser el camino que Chile decida.
En caso de que gane el rechazo, lo que ocurre es que se mantiene vigente la Constitución que tenemos hoy, la Constitución del 80, con sus modificaciones posteriores. Cualquier cambio o plan que siga, debe ser siguiendo las normas de esta, entonces más bien creo que rechazar sería volver a foja cero y de alguna manera prolongar el estado de incertidumbre al que Chile ha estado expuesto.
Creo que esta nueva Constitución, en materias como descentralización y derechos sociales, nos pone a tono con el mundo desarrollado y moderno. Y eso no es menor en uno de los países más centralizados, según indicadores objetivos de la OCDE. Por otro lado, establece un Estado Social de Derecho. Hoy en Chile la salud y la educación están entregadas al mercado, pero en esta propuesta el Estado asume otro rol: asegura que la gente tenga las condiciones para acceder a sus derechos y también puede satisfacer estos derechos, ya no necesariamente como prestador.
Hay otras cuestiones que sin duda pondrán a Chile en la vanguardia mundial en materia constitucional y jurídica. Uno es reconocer que la naturaleza es titular de derechos, por ejemplo, [el de] mantenerse ecológicamente equilibrada. ¿Cómo?, específicamente generando una arquitectura y una orgánica institucional que permita ejecutar estos derechos. Lo mismo en materia de género y diversidad sexual: se establece la democracia paritaria para asegurar la representación en todos los espacios democráticos de al menos un 50% de mujeres y garantizar la representación de las personas de la diversidad y las disidencias sexuales.
Por otra parte, incluye el artículo 14, número 3, que establece que Chile debe tener una relación internacional prioritaria con América Latina y el Caribe, para impulsar la integración regional y resguardarla como una zona de paz y libre de violencia”.
Chile's President Gabriel Boric casts his ballot during a referendum on a new Chilean constitution, in Punta Arenas, Chile, September 4, 2022. REUTERS/Joel Estay NO RESALES NO ARCHIVE
La nueva Constitución de Chile fue ampliamente rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre (por el 62% de quienes votaron). Antes de que el país decidiera, publicamos estos siete testimonios de quienes participaron, como constituyentes, en el proceso de elaboración del texto constitucional. ¿Qué buscaban?, ¿qué pudo haberse hecho mejor?, ¿qué errores se cometieron? Las visiones de distintas posturas políticas están representadas en este texto.
Las protestas que protagonizaron miles de estudiantes secundarios, quienes en 2019 se saltaron los torniquetes del metro contra el alza de treinta pesos en el pasaje del sistema de transporte público, detonaron un estallido ciudadano tan poderoso contra la desigualdad, perpetuada durante décadas por el sistema económico neoliberal en Chile, que la clase política se vio obligada a buscar una salida institucional a la crisis. Esa salida fue un plebiscito, en el que 80% de los chilenos decidió, el 25 de octubre de 2020, tener una nueva Constitución que fuera escrita —de manera inédita en el mundo— por una Convención Constitucional paritaria en términos de género y con escaños reservados para los pueblos indígenas.
La propuesta que escribieron en apenas un año los 154 miembros de la Convención, elegidos por la ciudadanía, proviene mayoritariamente de líderes de organizaciones sociales y de jóvenes independientes que tuvieron que buscar patrocinios para levantar sus candidaturas y triunfaron al margen de los partidos políticos. La hazaña permitió ver a Chile en una profundidad y diversidad inauditas. Pero cuando el órgano entregó el proyecto de Constitución que fue evaluado el domingo en un plebiscito de salida, su resultado no dejó conforme a la mayoría de la población. De acuerdo con las encuestas, solo el 37% la aprobaría, pero con miras a reformarla, y el 46% la rechazaría, con la promesa de abrir un nuevo proceso constituyente, lo que frenaría el ciclo político que comenzó con el estallido social de 2019.
Mientras la ciudadanía valora o desestima el trabajo del órgano que se instaló formalmente el 4 de julio de 2021, le pedimos a siete de sus exintegrantes que nos contaran cómo construyeron la Constitución que en sus primeras líneas define a Chile como “un Estado social y democrático de derecho”, además de “plurinacional, intercultural, regional y ecológico”.
¿Qué anticipan para esta votación que pone en juego la consagración de la paridad, los derechos sociales y el medio ambiente como ejes estructurales del Chile del siglo XXI?, ¿qué aprendieron, qué atesoran, qué los frustró y qué pudieron haber hecho mejor durante el proceso constituyente? Los testimonios de esa trastienda son de Elisa Loncón, Alondra Carrillo, Adolfo Millabur, Cristián Monckeberg, Giovanna Grandón, Juan José Martín Bravo y Gaspar Domínguez.
Elisa Loncón: la mapuche que presidió la Convención Constituyente de Chile
“Nunca antes habíamos tenido una democracia ampliada como la que instalamos para escribir esta nueva Constitución. Este proceso erigió a todos los postergados que nunca antes habían participado en el diseño político de este país. Para mí, es reduccionista decir que esto es de izquierda y de derecha, porque estos nuevos actores son, por ejemplo, la paridad, las regiones, la diversidad sexogenérica y los pueblos indígenas.
El 50% de esta sociedad somos mujeres, pero no existíamos en las decisiones políticas. No estábamos en igualdad de derechos con respecto a los hombres a lo largo de toda esta historia. Los pueblos indígenas, nunca reconocidos en ninguna Constitución política, por primera vez aparecimos por medio de los escaños reservados. Con historia, con diseño, con comprensión de lo político y con diálogo frente a este país, del cual no sabíamos que era diverso.
Uno de los momentos más memorables del proceso constituyente de Chile fue cuando iniciamos la discusión de las normas: cada convencional tuvo cinco minutos para hablar de lo que quería hacer, y cada uno lo hizo desde su historia territorial y familiar. Yo inicié esas presentaciones como presidenta y mi primer discurso tiene esa fuerza. Fue algo muy bello que en el futuro permitirá a los estudiantes volver a esos relatos y encontrar en ellos las historias no contadas que ha tratado de ocultar la historia oficial. Para mí, fue un avance en cuanto a la inteligibilidad del discurso, le dio pluralidad y sustancia. Fue la prueba de que la diversidad estaba esperando el agua para poder brotar y florecer.
En cuanto al trabajo con los territorios, no me olvido de la vez que fuimos a la cumbre del Nahuelbuta en Concepción. Nos juntamos allí con los campesinos de la zona y ellos nos dijeron que habían cuidado la diversidad de plantas y de hierbas, pero que tenían el problema del agua que amenazaba su existencia. Ellos renunciaban a abandonar sus tierras y querían seguirlas cultivando. Eso me conmovió porque entendí que no solo los mapuche queremos seguir siendo mapuche, también los campesinos quieren seguir siendo campesinos, como los diferentes territorios quieren seguir en sus territorios. Y ese es un punto.
El otro punto que me gustó mucho fue escuchar a los niños en una de nuestras audiencias públicas. Nosotros estábamos acostumbrados a llamarles “la generación del futuro”, pero ellos dijeron: “Somos la generación del presente, porque en el presente queremos ser sujetos de derecho”. Eso me pareció hermoso.
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El posible triunfo del rechazo no es difícil de comprender. Los medios en Chile son controlados por el duopolio de quienes tienen el poder económico, y es ese poder económico el que ha controlado todas las comunicaciones desde que se instaló la Convención. Esos medios hicieron muy poca pedagogía. Trataron el proceso como si fuera un reality show y no mostraron el proceso democrático, la dimensión filosófica y social que implica instalar el diálogo y llegar al acuerdo. Eso inundó a la ciudadanía con información de poco contenido y superficial, y eso lo aprovechó muy bien la política del rechazo, que también se instaló dentro de la misma Convención, pero no para colaborar en el proceso, sino más bien para boicotearlo. Quienes instalaron con mucha violencia el racismo fueron precisamente los convencionales de derecha. A nosotras nos maltrataron una y otra vez: la “convención indigenista”, decían.
Por otro lado, la clase política que no fue electa para escribir la nueva Constitución se coludió con la derecha del rechazo. Cuando entregamos el texto final, ellos reaccionaron en contra, diciendo que no los representaba, pero, en lugar de plantear que estuvieron ausentes en su escritura y diseño porque no fueron electos para esa labor, manipularon el discurso y dijeron que este texto no representaba a la ciudadanía, instalando que era una Constitución que dividía, que no tenía el consenso del pueblo, de Chile.
Nosotros sabemos que la Constitución fue escrita por personas democráticamente electas y que tuvo el consenso mayoritario, porque todas las normas están escritas con dos tercios [de aprobación entre los constituyentes]. Y si no tuvieron dos tercios, simplemente no llegaron. No tiene el consenso de la clase política, porque la clase política no fue electa para escribir la nueva Constitución y no tiene el consenso de la derecha conservadora, porque ellos no quieren hacer cambios, quieren mantener la Constitución de Pinochet.
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Yo no soy de esa clase política que llama a aprobar para reformar. Prefiero hablar de aprobar esta nueva Constitución y de que esta incluye en sí misma mecanismos de cómo mejorarla. Lo demás es puro discurso de los que han tratado de confundir a la población para instalar sus intereses y sus privilegios. Yo no soy de la idea de reformar. Estoy trabajando para el “apruebo” y estoy convencida de que vamos a ganar.
Ahora, si perdiéramos por voluntad democrática, voy a sentir que las mentiras ganaron y eso le hace daño a la democracia. Pero aún en ese escenario estoy convencida de que no se puede volver atrás en materia de demandas de paridad, derechos sociales y plurinacionalidad. La discusión ya está instalada y los pueblos vamos a continuar peleando para alcanzar los derechos que para nosotros son importantes. Hoy nos están prometiendo todo, pero una vez que pase esto y si el rechazo gana, se van a sentir con [la] sartén por el mango y no van a favorecer los derechos de los pueblos. ¿Quién más va a defender los derechos de la plurinacionalidad [si no somos] nosotros, los pueblos indígenas?, ¿quién más va a defender los derechos de paridad, si no son las mujeres?
Nosotros lo dimos todo y mucho más. El Congreso nos dio solo un año para sacar este texto adelante y nosotros trabajamos un año como si fueran tres. Quienes no hicieron la pega, justamente, fueron los de derecha: ni siquiera iban a votar, se abstenían y no trabajaban. Es falso que nosotros les hayamos cerrado las puertas. Yo fui la primera presidenta de la Convención y uno de los primeros cambios que hicimos fue crear el órgano e instalar una mesa ampliada, con un asiento para la gente de la derecha: tuvieron allí a sus representantes. Entonces no es cierto que nosotros los aislamos. Lo que sucedió es que ellos querían reproducir la Constitución de Pinochet. Y nosotros no estábamos para eso porque aquella, en principio y en derecho, no es para el chileno del siglo XXI”.
Giovanna Grandón: del estallido social al pleno
“Llegué a la Convención Constituyente como la mayoría de los independientes: sin el apoyo de ningún partido político y tras estar meses en las manifestaciones de la Plaza de la Dignidad, con el traje de Pikachú con el que me hice conocida como ‘la tía de Chile’. Antes había trabajado en jardines infantiles y fui transportista escolar, por lo que tuve que aprender el lenguaje jurídico: ¿qué significaba un artículo, un inciso, una indicación? No tenía idea y tuve que preguntarlo sobre la marcha. Lo que sí tenía claro es que la gente me había elegido para redactar una nueva Constitución, así que debía intentar que este proyecto fuera tan participativo que las personas lo sintieran suyo.
Para eso fuimos aprendiendo, como lo haría un niño que al principio solo ve siluetas y luego enfoca más. Con el tiempo, ese niño empieza a decir algunas palabras y empieza a dar sus primeros pasos. Lo mismo pasó con nosotros: fuimos avanzando de a poco y cuando llegamos al momento de hacer las indicaciones y los artículos, nos largamos a caminar y empezamos a dialogar un poco más.
Desde el principio nos dividimos en comisiones. Teníamos que hacer el reglamento de la Convención, decidir cómo íbamos a trabajar, para luego poder redactar los artículos. Los primeros días lo único que teníamos era un cuaderno Auca y un lápiz Bic. Ni siquiera había computador, así que yo misma me tuve que endeudar y comprar un Ipad, al que le compartía internet desde mi celular para poder avanzar. Queríamos almorzar, pero no teníamos dónde. Teníamos que comer en el césped, pero los guardias nos echaban. Creo que a los perritos los trataban mejor que a nosotros.
Adentro el ambiente tampoco era acogedor: cada vez que ciertos sectores tomaban el micrófono, nos trataban de pungas, de ordinarios, de poblacionales, de bananeros. Nosotros nos quedábamos callados nomás, nos reíamos. A la mayoría de ellos sus partidos les entregaban las pautas en la mañana, con las cosas que tenían que hablar. Se levantaban y venían fresquitos, con su documento listo. Nosotros [los independientes], en cambio, llegábamos con tremendas ojeras, porque terminábamos a las siete u ocho de la noche, y una hora después llegábamos a la casa y seguíamos trabajando por Zoom hasta las tres, cuatro, a veces seis de la mañana, discutiendo acerca de qué cosas tenían que cambiar y cómo debíamos cambiarlas.
Muchos de nosotros, por ejemplo, queríamos que la educación fuera gratuita y universal desde el inicio. Pero luego nos dimos cuenta de que alrededor del 75% de la población de Chile tiene a sus hijos en colegios particulares y subvencionados, por lo que no podíamos quitarles eso de raíz, debía ser paulatino. Fortalecer la educación estatal a tal nivel que quede igual o mejor que la educación particular, para que sea la propia gente la que se dé cuenta de que no tiene sentido pagar por algo que es de tan buena calidad como lo público. [Esa] fue nuestra apuesta finalmente.
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En la comisión Participación Popular y Equidad Territorial formulamos un mecanismo de audiencias públicas. El objetivo era recibir las propuestas o experiencias de la sociedad civil: de asambleas, cabildos territoriales o temáticos, comunidades, universidades, fundaciones, organizaciones sociales o pueblos originarios, para que este proceso fuera participativo. Tuvimos más de dos mil audiencias con agrupaciones y también llamamos a las personas para que votaran las iniciativas populares de norma que, para pasar a la siguiente etapa y ser discutidas por las comisiones, tenían que reunir quince mil firmas.
También fuimos al terreno todas las semanas, a recabar las demandas y los anhelos de las personas que querían que esta nueva Constitución de Chile mejorara sus circunstancias de vida. La gente agradecía mucho que uno se diera el tiempo y los tomara en cuenta. De esta manera se llevaron sus necesidades a las discusiones de las comisiones o de los plenos. También participé en la comisión de Derechos Fundamentales y estuve en la mesa, donde entregué todo de mí y donde incluso me agarré con mis pares para que quedaran ciertos artículos que tenía que aliar. Había muchas personas que iban con objetivos específicos. ‘Yo vengo por las semillas’, ‘Yo por el cobre’, ‘Yo por la naturaleza’. Yo les decía: ‘Yo vengo por todo. Queda todo o no queda nada’.
Fue bonito pero también cansador. En la Convención Constituyente de Chile conocí lo peor del ser humano, porque ya entonces éramos tratados de flojos por un sector de la derecha y también por algunos socialistas que desde siempre quisieron bajar este proceso. Hoy la campaña del rechazo me ha ocupado en su franja por la vez que me disfracé en la Convención, pero fue en mi hora de colación y en respuesta a todas las personas que me preguntaban en las redes sociales: ¿Tía, cuándo se va a poner el traje?
A mí me eligieron por ser la tía Pickachu que iba a las marchas y que salía a luchar por estos cambios. Les había prometido que en algún momento me iba a poner el traje y así lo hice. No me dan vergüenza mis orígenes. Vergüenza les debiese dar a quienes se disfrazan de buenas personas, o de que van a hacer cambios, a los que se disfrazan en base [de] mentiras. Yo me puse el traje de cara a Chile. En vez de valorar el estallido social, porque gracias a eso tenemos esta nueva Constitución, se detienen en cosas que no valen la pena, como que el texto no lo redactaron expertos. ¿Expertos en qué? Expertos a los que nunca les ha faltado, que nunca han pasado hambre ni saben la necesidad del pueblo, porque nunca han tenido que pasar que se les muera alguien esperando una cama en el hospital. ¿Expertos de qué? De estudios, puede ser, pero ¿en la vida…? Esos expertos se manejan en economía pero están desconectados. Son expertos en arreglarle la Constitución al empresariado para seguir exactamente con el mismo modelo. No le quieren dar mejoras a la gente pobre.
El texto constitucional no es perfecto pero es bueno. Nos faltó tiempo, tiempo para discutir y para redactar algunas indicaciones. En la comisión muchas veces no lográbamos consensuar algunas cosas. Decíamos: ‘Quedó malo este artículo… hay que devolverlo’. [Sin embargo], para volver a discutirlo y mejorarlo, teníamos que hacer cálculos. ‘Ya, ustedes pasan tantos votos. Otros votan rechazo, otros abstención’. Si lograba menos de los 103 votos que ese artículo requería para ser aprobado en el pleno, se devolvía a la comisión, pero si quedaba en menos de 78 votos, se perdía y no podíamos recuperarlo. Fue todo sobre la máquina.
En algún momento nadie quería más guerra, decían: que se termine esta cuestión. Varios nos enfermamos y caímos como pollos afiebrados. Otros fueron hospitalizados o colapsaron de nervios. Fue como batallar constantemente con el enemigo allí. Nuestro enemigo era el tiempo y también un poco el otro sector, que todo el día te estaba maltratando”.
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Ganando el ‘apruebo’, lo único que espero es que los partidos políticos no modifiquen la esencia del texto; que avancen en mejorarlo, pero no en sacarle la esencia que entregó la mayoría del pueblo. En caso de que la cambien, voy a alzar la voz por todos lados. Si gana el ‘rechazo’, la gente lo decidió, pero yo al menos me iré a vivir a otro lado para darle una mejor vida a mis hijos. Dicen que quieren reformar la Constitución del 80, abrir un nuevo proceso constituyente, pero no se va a dar, al menos no con la diversidad con que se dio ahora. Nosotros tratamos de pelear para que hubiera listas de independientes en esa eventualidad y perdimos. Lo que pasará es que van a elegir entre ellos mismos quiénes redacten la nueva Constitución de Chile y no va a ser representativa de la gente. Va a ser exactamente la misma tontera que está ahora.
Juan José Marín Bravo: un ecologista en la convención
“Muchos, como yo, llegamos a la Convención desde el ecologismo y llegamos entendiendo que iba a ser un desafío supergrande. Las materias ecológicas, a nivel de derecho comparado, son relativamente nuevas, pero dentro de la Convención vivimos un hito que nos otorgó un ánimo supergrande y que nos indicó que aquí, en este proceso, efectivamente se podían acoger los desafíos ecológicos que veníamos a plantear a la Constitución. Este hito fue lograr que la Convención Constituyente de Chile se declarara en emergencia climática y ecológica. Así, la Convención se transformó en el primer órgano constitucional del mundo en declararse en ese estado de emergencia.
De esa forma se logró poner sobre la mesa de manera irremediable que teníamos que hablar en esta Convención y en esta Nueva Constitución de los desafíos ecológicos. Allí nos dijimos: esto es posible, hay que dedicarnos a hacer lo que venimos a hacer, traer el ecologismo a la Constitución. En la misma línea, otro de los momentos más especiales del proceso fue cuando se aprobaron los derechos de la naturaleza, a través del artículo 103 de la propuesta. Allí, en ese artículo, se jugaba lo más importante de las propuestas ecológicas. Dar derechos a la naturaleza fue un cambio de paradigma y permeó todos los demás artículos ecológicos de la Constitución. Fue un hito gigante para los que nos dedicamos a esto. Ese era el artículo madre de todos los artículos.
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A lo largo del proceso fue muy difícil llegar a puntos de acuerdo en la comisión número cinco, de medio ambiente, derechos de la naturaleza, bienes naturales comunes y modelo económico, en la cual fui coordinador junto a Camila Zárate. Estuvimos en la polémica. Nos pusieron en los grandes medios de comunicación para atacarnos, por casi dos meses. Nuestros dos primeros informes fueron rechazados por el pleno de manera casi completa. El desafío que tenía esta comisión era especial. Mientras las otras comisiones debatían cómo tenían que ir las temáticas que abordaban en la Constitución, en la nuestra, al igual que en la comisión número siete (Sistemas de Conocimiento), no solo debíamos debatir el cómo, sino también debatir y justificar el hecho de que tenían que estar en la Constitución de Chile.
Había que convencerlos, primero, de que esto era importante y que tenía relevancia constitucional, y después de esa conversación recién pudimos avanzar hacia el cómo debíamos tratar aspectos, por ejemplo, el económico. La comisión tuvo un fuerte asedio mediático que venía principalmente de los gremios empresariales, que nos atacaron mucho.
Al final de todo el proceso, nuestra comisión ni siquiera fue la que menos artículos ingresó a la Convención. Ingresamos 43 artículos, que es bastante, y representa un salto sustantivo en comparación al único artículo que existe en materia de protección ambiental en la Constitución vigente. Además, hoy en día los artículos que más polémica generan, y que más usa el “rechazo” para decir que la propuesta de Constitución es mala, no son artículos redactados por nuestra comisión. Lo relativamente polémico de lo redactado en nuestra comisión es la desprivatización del agua.
Nos rechazaron sustantivamente los informes que generaban conflicto y discusiones. Siempre había que volver a sentarse a la mesa a dialogar y negociar para sacar adelante los artículos. Creo que ese esfuerzo, y nunca perder el horizonte, fue lo que al final nos permitió sacar adelante el proceso. Los trasnoches, las jornadas de negociación y de conversación eran infinitas. Instancias que partían a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la mañana del día siguiente. Era brutal.
Siempre le digo a la gente que entré con veinticinco años a la Convención de Chile y salí con cincuenta y tantos. A todos nos afectó a nivel personal, de distintas maneras. Muchas personas nos preguntan cómo lo logramos en un solo año. Hubo cuatro meses completos en que me acostaba a las cinco de la mañana y me levantaba a las ocho. Durante cuatro meses, de lunes a domingo, me dedicaba a trabajar en la Convención. Y eso no es sano ni todos podían tener este ritmo. Al final, el poco tiempo que hubo permitió sacar una muy buena Constitución. El costo no lo pagó el texto, lo pagamos nosotros como personas.
Un aspecto que no me gustó para nada fue el muñequeo político activista. Yo soy ajeno a eso y en la Convención lo viví, sé cómo funciona. Creo que hay una ambivalencia en los partidos políticos; por un lado, dicen: son cuestiones que están normadas en la ley y están obligadas a ser democráticas y transparentes, por otro lado, se [prestan] para un conflicto de interés, en el que tienen que permanentemente beneficiar al mismo partido. Creo que eso fue algo muy decepcionante.
El mundo independiente, en cambio, es muy impredecible. Le pone más desafíos a la democracia porque aquí nadie te baja el telón y [te dice]: tienes que aprobar o tienes que aprobar. Tú apruebas si es que estás convencido, y si es que lo que estás viendo ahí tiene valor, porque no tienes a nadie a quien rendirle cuentas. No tienes un partido arriba dando órdenes. Eso hace que el mundo independiente sea más impredecible y eso les molesta mucho.
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No existe ninguna Constitución perfecta. Yo no aprobé todos los artículos que están allí y aprobé otros que no están. Sin embargo, creo que es un muy buen texto constitucional. La autocrítica tiene que ver, para mí, con cómo la Convención comunicaba hacia afuera lo que estaba haciendo. Ese era el desafío más grande y el que más le costó. En general, entender la Convención fue algo muy difícil para la sociedad.
En retrospectiva, hay un aprendizaje muy grande: saber escuchar y dialogar con la gente. Creo que este proceso, aunque no aparezca en los medios, es un proceso donde hubo mucha conexión con las personas y las organizaciones. Nos tocaba ir mucho a los territorios. Fue, sobre todo para nosotros, en la comisión, un ejercicio permanente de templanza, paciencia y perspectiva.
Las constituciones de carácter más social nacieron, sobre todo, en el siglo pasado para responder a los grandes desafíos de entonces, desafíos totalmente humanitarios y de carácter social, que siguen vigentes hoy. Sin embargo, en el siglo XXI se agrega la crisis climática y ecológica, que es un desafío propio de estos tiempos. Muchos dijimos que si la nueva Constitución de Chile no atendía este desafío gigante, iba a empezar de forma obsoleta. Este es el primer Estado que se define como un Estado ecológico, y eso lo logramos impulsar desde nuestro espacio, los ecoconstituyentes”.
Adolfo Millabur: representante de los pueblos indígenas
“Creo que no hubo ningún indígena que no bot[ara] una lágrima de emoción. Al menos yo, que soy el más llorón del grupo, observé eso en el momento en que se aprobó, después de dos intentos, el artículo 79 de la nueva Constitución. Mediante cuatro numerales se nos reconoce el derecho a la tierra, al territorio y sus recursos. Ese día fue el más importante, el más bonito y más profundo de todos los que viví como exconvencional constituyente. Yo sentía que nos jugábamos el todo ahí, como pueblo.
Más allá de que en el texto que proponemos se reconoce un Estado plurinacional, los pueblos indígenas sin tierra, sin territorio y sin recursos están predeterminados a desaparecer. Que la nueva Constitución de Chile respete esos tres conceptos nos convoca a seguir luchando. Lo dimos todo por lograrlo y nos emocionamos porque fue muy complejo hacerles entender la importancia de esos tres puntos para nosotros.
Finalmente, el artículo que quedó tiene una llave muy importante para poder ir desaflojando la restitución territorial que tanto le ha costado a nuestro pueblo. Tiene varios aspectos que abren la posibilidad de que incluso si el particular que tiene la tierra indígena no llega a un acuerdo para venderla, puede declararla de utilidad pública e interés general, lo que permitiría que el gobierno en turno pueda expropiar la tierra que está en manos de un privado para entregársela a las comunidades.
Otro de los momentos memorables para los pueblos indígenas fue cuando elegimos a Elisa Loncón como presidenta. Fue muy simbólico que hayan elegido a una mujer, pero que además fuera mapuche impactó moralmente en la autoestima de los pueblos indígenas. Fue magistral. Emocionante también fue lo accidentada que fue la inauguración de la Convención. Fue Chile. Fue Chile, con su diversidad cultural, el que mostró lo que venía. Ahí estábamos todos con motivación, pero también con mucha desconfianza. Ese día hubo protestas afuera y nos costó arrancar el proceso.
El primer artículo de la nueva Constitución fue muy inspirador también. Es un punto de partida en términos de cómo se entiende la democracia de aquí en adelante. De aprobarse el texto que redactamos, nuestro país se va a construir desde los colectivos y los pueblos diversos que estamos al interior del Estado chileno. Es un proceso en construcción. Si gana el ‘apruebo’, por cierto que comienza el camino de un cambio que ya no tiene vuelta atrás.
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Si gana el ‘rechazo’, en cambio, los pueblos indígenas vamos a quedar donde mismo y todo se va a complicar, porque los que hemos apostado por este camino gastamos todo el ahorro político en este proceso. Y cuando uno no tiene ahorros, las posibilidades de diálogo se achican y se van a polarizar las cosas. Puedo compartir las palabras de cierre del vicepresidente de la Convención, Gaspar Domínguez: ‘Pase lo que pase el 4 de septiembre, Chile ya cambió’. Pero cambió para que el país se diera cuenta de que existimos y, por lo tanto, ya no nos pueden ignorar. Los pueblos indígenas no van a retroceder, seguirán reclamando lo que en la Constitución se consagra como propuesta. En ese sentido, el cambio que bien plantea Domínguez va en función de que no vamos a renunciar a lo que ya hemos logrado en la propuesta de nueva Constitución.
Si gana el ‘rechazo’, no creo que haya un proceso genuino como hasta ahora se ha dado. Si llegara a haber otro proceso constituyente, va a ser controlado desde la élite, desde la derecha y desde la manera en que acostumbran controlar el poder. Yo no tengo esperanza en que vaya a ser muy fácil garantizar derechos, porque van a utilizar toda su influencia y el dinero para poder manejar este proceso en función de sus intereses.
Los que están en contra de la nueva Constitución de Chile se dedicaron a destruir al mensajero y a invalidar a los convencionales todo el año que duró la discusión. Eso no le permitió a la población ver y entender el mensaje. Cuando nosotros levantamos la cabeza, ellos ya habían instalado su desprecio, que tiene más relación con nosotros que con los contenidos de la Constitución que escribimos. Tras entregar la propuesta y desde julio hasta ahora, ha sido muy difícil contrarrestar ese mensaje y llegar con el nuestro a la comunidad. Eso nos tiene estratégicamente muy neutralizados. En lugar de estar debatiendo el contenido del texto, estamos debatiendo las falsedades del relato de sus detractores. Eso nos ha hecho perder mucho tiempo y energía.
Haciendo una autocrítica, creo que pecamos de ingenuos. Como no éramos un colectivo afiatado con los otros pueblos indígenas que participaron mediante escaños reservados y los colectivos eran bastante jóvenes e inexpertos, nosotros nos dedicamos a hacer la pega y no leímos que ellos estaban destruyendo la imagen de la Convención, no salimos oportunamente a defender el proceso ni a explicar el contenido. Esa es una dificultad que tuvimos, que se sumó a otros insumos que les entregamos para que hicieran fiesta con nosotros. Incidentes que la derecha utilizó como joyas, como trofeos.
Los otros son casi errores humanos, chascarros, pero la derecha los amplificó hábilmente para dar a entender a la población que los que estábamos discutiendo no éramos serios y no estábamos a la altura de la redacción de una Constitución. Teresa Marinovic trató a la Convención de ‘conchesumadre’, siendo que ella también era convencional. Lo mismo Bernardo Fontaine, cuando dijo que los fondos de pensiones se iban a expropiar, cuestión que es una mentira evidente, pero que ganó varios titulares.
A pesar de todo eso, aprendí mucho conociendo más profundamente a Chile en su diversidad. Yo fui alcalde mucho rato, pero lograr escuchar, comprender y aceptar las ideas de tantos otros fue un proceso muy profundo en lo personal. Creo que todo eso me ha hecho mucho más abierto y me permite entender los distintos planteamientos y veredas que tiene el país: desde el planteamiento de las mujeres, la diversidad sexogenérica y la gente que vive en las poblaciones barriales. Yo había estudiado en la universidad esos temas, pero no había tenido esos insumos a la vista. Aquí, en poco tiempo, me nutrí y amplié mi perspectiva.
En cuanto a lo que me frustró: me dejó sorprendido la actitud de la derecha. Su falta de voluntad para llegar a acuerdos, su intransigencia, su prepotencia hacia los pueblos indígenas o hacia la gente que no es de su clase social. Para mí, quedó en evidencia cuán profundo tienen arraigada su forma de concebir el poder: ellos sienten que son los únicos que tienen la razón y que el resto somos una especie de plebeyos, no nos ven como interlocutores válidos.
Yo viví la primera etapa en la comisión de derechos fundamentales y ahí escuchamos el testimonio de la tragedia del pasado de Chile: la que se vivió con la dictadura de Pinochet. Fueron testimonios de personas y familiares de detenidos desaparecidos, que fueron a reclamar justicia, a hacer una especie de terapia de lo que todavía les toca sobrellevar. Los testimonios de los travestis que escuchamos también fueron brutales. Una de las cosas que nunca más se me olvidó fue lo que dijo uno de ellos: que la mayoría de los travestis se dedican a la prostitución y que no tienen más allá de cincuenta años de proyección de vida porque siempre están expuestos a la violencia. Un mes después, la persona que vino a dar ese testimonio fue golpeada brutalmente.
Luego de ir a los territorios y de escuchar testimonios tan profundos, tuvimos que dedicarnos a redactar normas y discutirlas internamente. De lo contrario, no [habríamos alcanzado] a llegar al 4 de julio y eso [habría] sido un tremendo fracaso, porque no [habría] habido propuesta. Fue una maratón, sesionábamos jornada completa, conversábamos con nuestro colectivo hasta la una o dos de la mañana, todos los días, y al siguiente había que estar nuevamente sesionando. Pero cumplimos.
Alondra Carrillo: una voz feminista dentro de la Convención de Chile
“La premura del tiempo solo permite tener presentes algunos hitos, pero estoy segura que hubo muchos más. Cuando me lo han preguntado, he reiterado que el día en que se aprobaron los derechos sexuales y reproductivos fue un día extremadamente potente. Había movilizaciones fuera de la Convención, y estábamos desplegados también adentro, para anticipar esa votación histórica.
Los días en que votamos los derechos sociales, el derecho a la educación, la negociación colectiva por rama, el derecho a la salud, a la vivienda, también fueron jornadas extremadamente potentes porque se trató de una condensación de luchas de largo tiempo. Fue muy impactante, además, cuando votamos la restitución territorial indígena, el reconocimiento a los pueblos y naciones indígenas sobre sus tierras y territorios. Creo que esas son jornadas que fueron particularmente impresionantes, precisamente porque sentimos la magnitud histórica de una norma constitucional ampliamente apoyada.
La paridad de género fue decisiva y determinante para la escritura del texto constitucional. Mostró que la democracia tiene contenidos diferentes cuando estamos presentes, le dio forma no solamente a las orientaciones respecto a la perspectiva de género que atraviesan todo el texto constitucional y que son extremedamente robustas, sino también a múltiples otros debates. La paridad supone que las mujeres somos reconocidas como representantes generales de los proyectos políticos que portamos y, por lo tanto, esa representación deja de estar localizada en una voz exclusivamente masculina, y eso amplía los sujetos que portan la disputa política y que politizan los debates. La paridad tuvo también esa dimensión: transformar las vocerías políticas de los diversos sectores y, con ello, permitir que llegaran perspectivas y experiencias de articulación, elaboración y diálogo político, que están portadas por estas compañeras que vienen de distintos territorios, de distintas realidades, colectivos y con diversas perspectivas también.
Las mujeres ganamos con la propuesta de texto constitucional un piso irrenunciable de derechos. Es esta propuesta la que consagra prácticamente todas las aspiraciones con las que llegamos al proceso constituyente y, por lo tanto, la aprobación o el rechazo constituyen simplemente un momento más de un camino que para nosotras encontró en este texto constitucional esa orientación, esa brújula.
Algunas personas del ‘rechazo’ dijeron que este texto deja abierta la posibilidad de abortar hasta los nueve meses. Pero creo que, más bien, han preferido abordar esta campaña a partir de la mentira y la desinformación sistemática, y esa fue una decisión política. La decisión política de negarse a debatir de fondo y [dedicarse] exclusivamente [a] construir mentiras para instalar el miedo en la población de Chile.
Es sabido por todo el mundo que el aborto es la interrupción voluntaria del embarazo mientras no exista viabilidad fetal. No existe el aborto a los nueve meses; es un sinsentido plantearlo de ese modo. Para nosotras, es muy importante que los derechos sexuales y reproductivos expresen también de manera manifiesta las garantías, precisamente porque son esas garantías las que aseguran su pleno reconocimiento. Por lo tanto, era indispensable poder enunciar tanto la protección del embarazo como su interrupción voluntaria, y que es la ley la que regula el ejercicio de esos derechos en su detalle, como [la cuestión de] los plazos.
Para nosotras, es indispensable esta norma. Forma parte de una larga lucha del movimiento feminista en nuestro país, que comienza a hablar de esto en 1934. También nos empapa de la lucha internacionalista feminista que demanda el reconocimiento de que las mujeres y las personas con capacidad de gestar no podemos estar subordinadas a la imposibilidad de decidir respecto de nuestra sexualidad, de la reproducción y de nuestra vida sexual”.
Cristián Monckeberg: la derecha en la Convención
“La Convención Constitucional fue un proceso necesario, oportuno e inédito, que partió con un apoyo ciudadano del 80% en las urnas y que nos puso en los ojos del mundo, pero que terminó con un país dividido y cargado hacia el ‘rechazo’. Desde ese punto de vista, fue una oportunidad desaprovechada que no provocó una base de acuerdo de mucho mayor entendimiento.
Yo lo encuentro lamentable porque fue una Convención elegida, 100% democrática, con participación de independientes, en igualdad de condiciones; con escaños para pueblos indígenas… con una paridad que yo celebro; con un país que además tiene una base institucional fuerte, que le ha permitido salir adelante de situaciones muy complejas, pero que fue deficiente en cuanto a sus conclusiones y al resultado del mismo.
Algunos dirán que nosotros [los convencionales de derecha] fuimos a aportillar el proceso, pero la verdad es que no teníamos la capacidad de influir porque éramos minoría y, aún así, en lugar de pararnos e irnos, como sucede en otras partes del mundo, estuvimos en todas las votaciones, participamos, hicimos ver nuestros puntos de vista.
Una de las razones por las que la propuesta de Constitución de Chile hoy no genera consenso es porque, precisamente, le faltaron miradas. Yo creo que la autocrítica que tiene que hacer nuestro sector es que fallamos cuando no sacamos la suficiente cantidad de constituyentes que permitieran generar otro tipo de propuesta constitucional y, con ello, provocar acuerdos distintos.
Los que conformaron la mayoría de la Convención estaban muy marcados por banderas identitarias y por una postura frente a la sociedad muy ideologizada. Por otro lado, gran parte de la centroizquierda clásica y tradicional renegó de treinta años de avances que, a mi juicio, tuvieron problemas, pero fueron auspiciosos para el país. Esa renegación de la política privilegió al mundo independiente, como si fueran unos angelitos caídos del cielo, conformando un debate constitucional muy marcado hacia un sector, que no digo que sea ilegítimo, porque ganaron las elecciones y las normas se aprobaron con 103 votos, pero que evidentemente provocó problemas, porque finalmente a la ciudadanía no le hizo sentido la propuesta que están planteando y porque la gente percibió que no es una buena receta entregarle la fuerza a uno y dejar a otra división de la sociedad fuera del debate.
Otro problema que quedó clarísimo acá es que se denostó la política como el lugar donde se producen acuerdos y entendimientos, donde hay convergencias y diferencias de opinión muy legítimas. La política se dejó avasallar, a lo mejor producto de sus errores, de la desconfianza ciudadana, de las promesas incumplidas. Eso le dejó la cancha abierta al mundo independiente, que demostró al poco andar que tienen muchísimas deficiencias. Si la propuesta que esta Convención Constitucional presentó es rechazada, significa que estamos frente a una ciudadanía superempoderada, muy informada y que quiere soluciones y cambios, pero no los propuestos.
Si fuera así, no está todo perdido. A partir de lo que se ha trabajado y dependiendo de lo que responda la ciudadanía en este plebiscito de salida, vamos a tener que avanzar. Si el rechazo es el que triunfa, el objetivo es tener una nueva Constitución que interprete a una mayoría más amplia. En ese sentido, este proceso va a seguir dando de qué hablar. Ahora si gana el ‘apruebo’, yo creo que no vamos a cambiar nada. Eso de que cambiaremos la propuesta de Constitución que presentó la Convención no va a ocurrir, por una cosa muy simple: los quórums son muy altos para modificarla. Se requeriría de grandes acuerdos, que no van a existir.
A no caer en esa ingenuidad. El ‘apruebo’ es para implementar, y a lo mejor para hacer algún ajuste, pero menor. Los ajustes profundos, como los que se han prometido, no van a ocurrir muy pronto o van a ser muy difíciles de lograr. Esto lo dicen los partidos como una señal comunicacional para generar confianza, pero es irreal.
Gaspar Domínguez: el vicepresidente que entregó la propuesta constitucional
“Uno de los momentos más memorables fue el día de la inauguración de la Convención Constitucional, cuando quedó elegida como lideresa del proceso, en su primera etapa, una mujer mapuche. En Chile, que es un país muy racista y el único de Latinoamérica, junto con Uruguay, que no reconoce a sus pueblos originarios en la Constitución, nos quedamos con Elisa Loncón dirigiendo el proceso.
Otra de las postales más relevantes fue la ceremonia de cierre, cuando el presidente de la República Gabriel Boric ingresó al salón y recibió de manos mías y de las de la presidenta de la segunda etapa del proceso, María Elisa Quinteros, la propuesta de nueva Constitución escrita por el órgano. Yo estaba en primera fila. Me tocó hacer un discurso y fue muy emocionante ver cómo en ese momento se materializaba el resultado de un año de discusiones, de intenso sacrificio y de participación de millones de compatriotas.
Creo que fue muy eficiente y conmovedor el sistema de participación ciudadana también.
Solo por nombrar algunos hitos, la propia Convención Constitucional sesionó en todas las regiones de Chile. Su pleno estuvo en el norte, en Antofagasta; y en el sur, en Concepción. Pero las comisiones recorrieron distintas ciudades. También hubo personas que participaron telemática y presencialmente, exponiendo, o que sistematizaron información de cabildos y se involucraron en las iniciativas populares de norma constitucional, que tenían que juntar patrocinios para ser discutidas. Todos estos mecanismos de participación sin duda enriquecieron el resultado. Hoy más de treinta normas que están en el texto constitucional provienen, prácticamente y sin modificación, de iniciativas populares de norma.
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Uno de los principales problemas que genera que hoy las personas vean con desconfianza la propuesta de nueva Constitución está vinculado a las emociones que le genera el órgano constituyente. Creo que esto, por una parte, es entendible pero, por otra, también da cuenta de la falta de educación cívica, porque lo que se va a votar es el texto de nueva Constitución, y no si nos caen bien o mal quienes la escribieron.
Además, creo que efectivamente algunos constituyentes hicieron actos del todo reprochables y cuestionables que sin duda mancharon la legitimidad y la confianza con la que partió la Convención Constitucional. En ese sentido, el desafío ahora es que la gente pueda separar el resultado del órgano del texto, y también que se entienda que más del 90% de los convencionales trabajamos de manera profesional, responsable y prolija.
Por otro lado, también hay tener aquí un criterio de realidad. Chile, en sus más de doscientos años de historia republicana, nunca había tenido un proceso ni siquiera similar para escribir una Constitución en forma democrática. Si hoy pudiéramos volver de nuevo al 4 de julio del año 2021, por cierto que haríamos cosas distintas. Pero yo creo que, ad portas del plebiscito histórico en el que estamos ahora, el desafío es referirnos a las importantes puertas que se abren con la aprobación de esta propuesta, más que a los entretelones del proceso mismo, que será materia de estudio del futuro.
Si nuestra propuesta se aprueba, el texto constitucional puede ser mejorado. En su capítulo número 12 establece la forma y los mecanismos para reformarlo. Los requisitos que se requieren son 4/7 de quórum en el Congreso y para reformas sustanciales, se agregó además una ratificación ciudadana y la posibilidad de ingresar iniciativas populares de normas de reforma constitucional.
Si así fuera creo que es perfectamente legítimo, esperable y razonable que en el proceso de implementación del texto constitucional se precisen o modifiquen algunos aspectos, ya sea por los partidos políticos o porque la propia ciudadanía organizada así lo decida. Nuestra propuesta está hecha para convivir en democracia y es democráticamente que puede ser modificada. De hecho, el capítulo de reforma constitucional contiene un artículo que señala la posibilidad de llamar a otra Convención Constitucional, algo que eventualmente en treinta años podría ser el camino que Chile decida.
En caso de que gane el rechazo, lo que ocurre es que se mantiene vigente la Constitución que tenemos hoy, la Constitución del 80, con sus modificaciones posteriores. Cualquier cambio o plan que siga, debe ser siguiendo las normas de esta, entonces más bien creo que rechazar sería volver a foja cero y de alguna manera prolongar el estado de incertidumbre al que Chile ha estado expuesto.
Creo que esta nueva Constitución, en materias como descentralización y derechos sociales, nos pone a tono con el mundo desarrollado y moderno. Y eso no es menor en uno de los países más centralizados, según indicadores objetivos de la OCDE. Por otro lado, establece un Estado Social de Derecho. Hoy en Chile la salud y la educación están entregadas al mercado, pero en esta propuesta el Estado asume otro rol: asegura que la gente tenga las condiciones para acceder a sus derechos y también puede satisfacer estos derechos, ya no necesariamente como prestador.
Hay otras cuestiones que sin duda pondrán a Chile en la vanguardia mundial en materia constitucional y jurídica. Uno es reconocer que la naturaleza es titular de derechos, por ejemplo, [el de] mantenerse ecológicamente equilibrada. ¿Cómo?, específicamente generando una arquitectura y una orgánica institucional que permita ejecutar estos derechos. Lo mismo en materia de género y diversidad sexual: se establece la democracia paritaria para asegurar la representación en todos los espacios democráticos de al menos un 50% de mujeres y garantizar la representación de las personas de la diversidad y las disidencias sexuales.
Por otra parte, incluye el artículo 14, número 3, que establece que Chile debe tener una relación internacional prioritaria con América Latina y el Caribe, para impulsar la integración regional y resguardarla como una zona de paz y libre de violencia”.
La nueva Constitución de Chile fue ampliamente rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre (por el 62% de quienes votaron). Antes de que el país decidiera, publicamos estos siete testimonios de quienes participaron, como constituyentes, en el proceso de elaboración del texto constitucional. ¿Qué buscaban?, ¿qué pudo haberse hecho mejor?, ¿qué errores se cometieron? Las visiones de distintas posturas políticas están representadas en este texto.
Las protestas que protagonizaron miles de estudiantes secundarios, quienes en 2019 se saltaron los torniquetes del metro contra el alza de treinta pesos en el pasaje del sistema de transporte público, detonaron un estallido ciudadano tan poderoso contra la desigualdad, perpetuada durante décadas por el sistema económico neoliberal en Chile, que la clase política se vio obligada a buscar una salida institucional a la crisis. Esa salida fue un plebiscito, en el que 80% de los chilenos decidió, el 25 de octubre de 2020, tener una nueva Constitución que fuera escrita —de manera inédita en el mundo— por una Convención Constitucional paritaria en términos de género y con escaños reservados para los pueblos indígenas.
La propuesta que escribieron en apenas un año los 154 miembros de la Convención, elegidos por la ciudadanía, proviene mayoritariamente de líderes de organizaciones sociales y de jóvenes independientes que tuvieron que buscar patrocinios para levantar sus candidaturas y triunfaron al margen de los partidos políticos. La hazaña permitió ver a Chile en una profundidad y diversidad inauditas. Pero cuando el órgano entregó el proyecto de Constitución que fue evaluado el domingo en un plebiscito de salida, su resultado no dejó conforme a la mayoría de la población. De acuerdo con las encuestas, solo el 37% la aprobaría, pero con miras a reformarla, y el 46% la rechazaría, con la promesa de abrir un nuevo proceso constituyente, lo que frenaría el ciclo político que comenzó con el estallido social de 2019.
Mientras la ciudadanía valora o desestima el trabajo del órgano que se instaló formalmente el 4 de julio de 2021, le pedimos a siete de sus exintegrantes que nos contaran cómo construyeron la Constitución que en sus primeras líneas define a Chile como “un Estado social y democrático de derecho”, además de “plurinacional, intercultural, regional y ecológico”.
¿Qué anticipan para esta votación que pone en juego la consagración de la paridad, los derechos sociales y el medio ambiente como ejes estructurales del Chile del siglo XXI?, ¿qué aprendieron, qué atesoran, qué los frustró y qué pudieron haber hecho mejor durante el proceso constituyente? Los testimonios de esa trastienda son de Elisa Loncón, Alondra Carrillo, Adolfo Millabur, Cristián Monckeberg, Giovanna Grandón, Juan José Martín Bravo y Gaspar Domínguez.
Elisa Loncón: la mapuche que presidió la Convención Constituyente de Chile
“Nunca antes habíamos tenido una democracia ampliada como la que instalamos para escribir esta nueva Constitución. Este proceso erigió a todos los postergados que nunca antes habían participado en el diseño político de este país. Para mí, es reduccionista decir que esto es de izquierda y de derecha, porque estos nuevos actores son, por ejemplo, la paridad, las regiones, la diversidad sexogenérica y los pueblos indígenas.
El 50% de esta sociedad somos mujeres, pero no existíamos en las decisiones políticas. No estábamos en igualdad de derechos con respecto a los hombres a lo largo de toda esta historia. Los pueblos indígenas, nunca reconocidos en ninguna Constitución política, por primera vez aparecimos por medio de los escaños reservados. Con historia, con diseño, con comprensión de lo político y con diálogo frente a este país, del cual no sabíamos que era diverso.
Uno de los momentos más memorables del proceso constituyente de Chile fue cuando iniciamos la discusión de las normas: cada convencional tuvo cinco minutos para hablar de lo que quería hacer, y cada uno lo hizo desde su historia territorial y familiar. Yo inicié esas presentaciones como presidenta y mi primer discurso tiene esa fuerza. Fue algo muy bello que en el futuro permitirá a los estudiantes volver a esos relatos y encontrar en ellos las historias no contadas que ha tratado de ocultar la historia oficial. Para mí, fue un avance en cuanto a la inteligibilidad del discurso, le dio pluralidad y sustancia. Fue la prueba de que la diversidad estaba esperando el agua para poder brotar y florecer.
En cuanto al trabajo con los territorios, no me olvido de la vez que fuimos a la cumbre del Nahuelbuta en Concepción. Nos juntamos allí con los campesinos de la zona y ellos nos dijeron que habían cuidado la diversidad de plantas y de hierbas, pero que tenían el problema del agua que amenazaba su existencia. Ellos renunciaban a abandonar sus tierras y querían seguirlas cultivando. Eso me conmovió porque entendí que no solo los mapuche queremos seguir siendo mapuche, también los campesinos quieren seguir siendo campesinos, como los diferentes territorios quieren seguir en sus territorios. Y ese es un punto.
El otro punto que me gustó mucho fue escuchar a los niños en una de nuestras audiencias públicas. Nosotros estábamos acostumbrados a llamarles “la generación del futuro”, pero ellos dijeron: “Somos la generación del presente, porque en el presente queremos ser sujetos de derecho”. Eso me pareció hermoso.
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El posible triunfo del rechazo no es difícil de comprender. Los medios en Chile son controlados por el duopolio de quienes tienen el poder económico, y es ese poder económico el que ha controlado todas las comunicaciones desde que se instaló la Convención. Esos medios hicieron muy poca pedagogía. Trataron el proceso como si fuera un reality show y no mostraron el proceso democrático, la dimensión filosófica y social que implica instalar el diálogo y llegar al acuerdo. Eso inundó a la ciudadanía con información de poco contenido y superficial, y eso lo aprovechó muy bien la política del rechazo, que también se instaló dentro de la misma Convención, pero no para colaborar en el proceso, sino más bien para boicotearlo. Quienes instalaron con mucha violencia el racismo fueron precisamente los convencionales de derecha. A nosotras nos maltrataron una y otra vez: la “convención indigenista”, decían.
Por otro lado, la clase política que no fue electa para escribir la nueva Constitución se coludió con la derecha del rechazo. Cuando entregamos el texto final, ellos reaccionaron en contra, diciendo que no los representaba, pero, en lugar de plantear que estuvieron ausentes en su escritura y diseño porque no fueron electos para esa labor, manipularon el discurso y dijeron que este texto no representaba a la ciudadanía, instalando que era una Constitución que dividía, que no tenía el consenso del pueblo, de Chile.
Nosotros sabemos que la Constitución fue escrita por personas democráticamente electas y que tuvo el consenso mayoritario, porque todas las normas están escritas con dos tercios [de aprobación entre los constituyentes]. Y si no tuvieron dos tercios, simplemente no llegaron. No tiene el consenso de la clase política, porque la clase política no fue electa para escribir la nueva Constitución y no tiene el consenso de la derecha conservadora, porque ellos no quieren hacer cambios, quieren mantener la Constitución de Pinochet.
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Yo no soy de esa clase política que llama a aprobar para reformar. Prefiero hablar de aprobar esta nueva Constitución y de que esta incluye en sí misma mecanismos de cómo mejorarla. Lo demás es puro discurso de los que han tratado de confundir a la población para instalar sus intereses y sus privilegios. Yo no soy de la idea de reformar. Estoy trabajando para el “apruebo” y estoy convencida de que vamos a ganar.
Ahora, si perdiéramos por voluntad democrática, voy a sentir que las mentiras ganaron y eso le hace daño a la democracia. Pero aún en ese escenario estoy convencida de que no se puede volver atrás en materia de demandas de paridad, derechos sociales y plurinacionalidad. La discusión ya está instalada y los pueblos vamos a continuar peleando para alcanzar los derechos que para nosotros son importantes. Hoy nos están prometiendo todo, pero una vez que pase esto y si el rechazo gana, se van a sentir con [la] sartén por el mango y no van a favorecer los derechos de los pueblos. ¿Quién más va a defender los derechos de la plurinacionalidad [si no somos] nosotros, los pueblos indígenas?, ¿quién más va a defender los derechos de paridad, si no son las mujeres?
Nosotros lo dimos todo y mucho más. El Congreso nos dio solo un año para sacar este texto adelante y nosotros trabajamos un año como si fueran tres. Quienes no hicieron la pega, justamente, fueron los de derecha: ni siquiera iban a votar, se abstenían y no trabajaban. Es falso que nosotros les hayamos cerrado las puertas. Yo fui la primera presidenta de la Convención y uno de los primeros cambios que hicimos fue crear el órgano e instalar una mesa ampliada, con un asiento para la gente de la derecha: tuvieron allí a sus representantes. Entonces no es cierto que nosotros los aislamos. Lo que sucedió es que ellos querían reproducir la Constitución de Pinochet. Y nosotros no estábamos para eso porque aquella, en principio y en derecho, no es para el chileno del siglo XXI”.
Giovanna Grandón: del estallido social al pleno
“Llegué a la Convención Constituyente como la mayoría de los independientes: sin el apoyo de ningún partido político y tras estar meses en las manifestaciones de la Plaza de la Dignidad, con el traje de Pikachú con el que me hice conocida como ‘la tía de Chile’. Antes había trabajado en jardines infantiles y fui transportista escolar, por lo que tuve que aprender el lenguaje jurídico: ¿qué significaba un artículo, un inciso, una indicación? No tenía idea y tuve que preguntarlo sobre la marcha. Lo que sí tenía claro es que la gente me había elegido para redactar una nueva Constitución, así que debía intentar que este proyecto fuera tan participativo que las personas lo sintieran suyo.
Para eso fuimos aprendiendo, como lo haría un niño que al principio solo ve siluetas y luego enfoca más. Con el tiempo, ese niño empieza a decir algunas palabras y empieza a dar sus primeros pasos. Lo mismo pasó con nosotros: fuimos avanzando de a poco y cuando llegamos al momento de hacer las indicaciones y los artículos, nos largamos a caminar y empezamos a dialogar un poco más.
Desde el principio nos dividimos en comisiones. Teníamos que hacer el reglamento de la Convención, decidir cómo íbamos a trabajar, para luego poder redactar los artículos. Los primeros días lo único que teníamos era un cuaderno Auca y un lápiz Bic. Ni siquiera había computador, así que yo misma me tuve que endeudar y comprar un Ipad, al que le compartía internet desde mi celular para poder avanzar. Queríamos almorzar, pero no teníamos dónde. Teníamos que comer en el césped, pero los guardias nos echaban. Creo que a los perritos los trataban mejor que a nosotros.
Adentro el ambiente tampoco era acogedor: cada vez que ciertos sectores tomaban el micrófono, nos trataban de pungas, de ordinarios, de poblacionales, de bananeros. Nosotros nos quedábamos callados nomás, nos reíamos. A la mayoría de ellos sus partidos les entregaban las pautas en la mañana, con las cosas que tenían que hablar. Se levantaban y venían fresquitos, con su documento listo. Nosotros [los independientes], en cambio, llegábamos con tremendas ojeras, porque terminábamos a las siete u ocho de la noche, y una hora después llegábamos a la casa y seguíamos trabajando por Zoom hasta las tres, cuatro, a veces seis de la mañana, discutiendo acerca de qué cosas tenían que cambiar y cómo debíamos cambiarlas.
Muchos de nosotros, por ejemplo, queríamos que la educación fuera gratuita y universal desde el inicio. Pero luego nos dimos cuenta de que alrededor del 75% de la población de Chile tiene a sus hijos en colegios particulares y subvencionados, por lo que no podíamos quitarles eso de raíz, debía ser paulatino. Fortalecer la educación estatal a tal nivel que quede igual o mejor que la educación particular, para que sea la propia gente la que se dé cuenta de que no tiene sentido pagar por algo que es de tan buena calidad como lo público. [Esa] fue nuestra apuesta finalmente.
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En la comisión Participación Popular y Equidad Territorial formulamos un mecanismo de audiencias públicas. El objetivo era recibir las propuestas o experiencias de la sociedad civil: de asambleas, cabildos territoriales o temáticos, comunidades, universidades, fundaciones, organizaciones sociales o pueblos originarios, para que este proceso fuera participativo. Tuvimos más de dos mil audiencias con agrupaciones y también llamamos a las personas para que votaran las iniciativas populares de norma que, para pasar a la siguiente etapa y ser discutidas por las comisiones, tenían que reunir quince mil firmas.
También fuimos al terreno todas las semanas, a recabar las demandas y los anhelos de las personas que querían que esta nueva Constitución de Chile mejorara sus circunstancias de vida. La gente agradecía mucho que uno se diera el tiempo y los tomara en cuenta. De esta manera se llevaron sus necesidades a las discusiones de las comisiones o de los plenos. También participé en la comisión de Derechos Fundamentales y estuve en la mesa, donde entregué todo de mí y donde incluso me agarré con mis pares para que quedaran ciertos artículos que tenía que aliar. Había muchas personas que iban con objetivos específicos. ‘Yo vengo por las semillas’, ‘Yo por el cobre’, ‘Yo por la naturaleza’. Yo les decía: ‘Yo vengo por todo. Queda todo o no queda nada’.
Fue bonito pero también cansador. En la Convención Constituyente de Chile conocí lo peor del ser humano, porque ya entonces éramos tratados de flojos por un sector de la derecha y también por algunos socialistas que desde siempre quisieron bajar este proceso. Hoy la campaña del rechazo me ha ocupado en su franja por la vez que me disfracé en la Convención, pero fue en mi hora de colación y en respuesta a todas las personas que me preguntaban en las redes sociales: ¿Tía, cuándo se va a poner el traje?
A mí me eligieron por ser la tía Pickachu que iba a las marchas y que salía a luchar por estos cambios. Les había prometido que en algún momento me iba a poner el traje y así lo hice. No me dan vergüenza mis orígenes. Vergüenza les debiese dar a quienes se disfrazan de buenas personas, o de que van a hacer cambios, a los que se disfrazan en base [de] mentiras. Yo me puse el traje de cara a Chile. En vez de valorar el estallido social, porque gracias a eso tenemos esta nueva Constitución, se detienen en cosas que no valen la pena, como que el texto no lo redactaron expertos. ¿Expertos en qué? Expertos a los que nunca les ha faltado, que nunca han pasado hambre ni saben la necesidad del pueblo, porque nunca han tenido que pasar que se les muera alguien esperando una cama en el hospital. ¿Expertos de qué? De estudios, puede ser, pero ¿en la vida…? Esos expertos se manejan en economía pero están desconectados. Son expertos en arreglarle la Constitución al empresariado para seguir exactamente con el mismo modelo. No le quieren dar mejoras a la gente pobre.
El texto constitucional no es perfecto pero es bueno. Nos faltó tiempo, tiempo para discutir y para redactar algunas indicaciones. En la comisión muchas veces no lográbamos consensuar algunas cosas. Decíamos: ‘Quedó malo este artículo… hay que devolverlo’. [Sin embargo], para volver a discutirlo y mejorarlo, teníamos que hacer cálculos. ‘Ya, ustedes pasan tantos votos. Otros votan rechazo, otros abstención’. Si lograba menos de los 103 votos que ese artículo requería para ser aprobado en el pleno, se devolvía a la comisión, pero si quedaba en menos de 78 votos, se perdía y no podíamos recuperarlo. Fue todo sobre la máquina.
En algún momento nadie quería más guerra, decían: que se termine esta cuestión. Varios nos enfermamos y caímos como pollos afiebrados. Otros fueron hospitalizados o colapsaron de nervios. Fue como batallar constantemente con el enemigo allí. Nuestro enemigo era el tiempo y también un poco el otro sector, que todo el día te estaba maltratando”.
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Ganando el ‘apruebo’, lo único que espero es que los partidos políticos no modifiquen la esencia del texto; que avancen en mejorarlo, pero no en sacarle la esencia que entregó la mayoría del pueblo. En caso de que la cambien, voy a alzar la voz por todos lados. Si gana el ‘rechazo’, la gente lo decidió, pero yo al menos me iré a vivir a otro lado para darle una mejor vida a mis hijos. Dicen que quieren reformar la Constitución del 80, abrir un nuevo proceso constituyente, pero no se va a dar, al menos no con la diversidad con que se dio ahora. Nosotros tratamos de pelear para que hubiera listas de independientes en esa eventualidad y perdimos. Lo que pasará es que van a elegir entre ellos mismos quiénes redacten la nueva Constitución de Chile y no va a ser representativa de la gente. Va a ser exactamente la misma tontera que está ahora.
Juan José Marín Bravo: un ecologista en la convención
“Muchos, como yo, llegamos a la Convención desde el ecologismo y llegamos entendiendo que iba a ser un desafío supergrande. Las materias ecológicas, a nivel de derecho comparado, son relativamente nuevas, pero dentro de la Convención vivimos un hito que nos otorgó un ánimo supergrande y que nos indicó que aquí, en este proceso, efectivamente se podían acoger los desafíos ecológicos que veníamos a plantear a la Constitución. Este hito fue lograr que la Convención Constituyente de Chile se declarara en emergencia climática y ecológica. Así, la Convención se transformó en el primer órgano constitucional del mundo en declararse en ese estado de emergencia.
De esa forma se logró poner sobre la mesa de manera irremediable que teníamos que hablar en esta Convención y en esta Nueva Constitución de los desafíos ecológicos. Allí nos dijimos: esto es posible, hay que dedicarnos a hacer lo que venimos a hacer, traer el ecologismo a la Constitución. En la misma línea, otro de los momentos más especiales del proceso fue cuando se aprobaron los derechos de la naturaleza, a través del artículo 103 de la propuesta. Allí, en ese artículo, se jugaba lo más importante de las propuestas ecológicas. Dar derechos a la naturaleza fue un cambio de paradigma y permeó todos los demás artículos ecológicos de la Constitución. Fue un hito gigante para los que nos dedicamos a esto. Ese era el artículo madre de todos los artículos.
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A lo largo del proceso fue muy difícil llegar a puntos de acuerdo en la comisión número cinco, de medio ambiente, derechos de la naturaleza, bienes naturales comunes y modelo económico, en la cual fui coordinador junto a Camila Zárate. Estuvimos en la polémica. Nos pusieron en los grandes medios de comunicación para atacarnos, por casi dos meses. Nuestros dos primeros informes fueron rechazados por el pleno de manera casi completa. El desafío que tenía esta comisión era especial. Mientras las otras comisiones debatían cómo tenían que ir las temáticas que abordaban en la Constitución, en la nuestra, al igual que en la comisión número siete (Sistemas de Conocimiento), no solo debíamos debatir el cómo, sino también debatir y justificar el hecho de que tenían que estar en la Constitución de Chile.
Había que convencerlos, primero, de que esto era importante y que tenía relevancia constitucional, y después de esa conversación recién pudimos avanzar hacia el cómo debíamos tratar aspectos, por ejemplo, el económico. La comisión tuvo un fuerte asedio mediático que venía principalmente de los gremios empresariales, que nos atacaron mucho.
Al final de todo el proceso, nuestra comisión ni siquiera fue la que menos artículos ingresó a la Convención. Ingresamos 43 artículos, que es bastante, y representa un salto sustantivo en comparación al único artículo que existe en materia de protección ambiental en la Constitución vigente. Además, hoy en día los artículos que más polémica generan, y que más usa el “rechazo” para decir que la propuesta de Constitución es mala, no son artículos redactados por nuestra comisión. Lo relativamente polémico de lo redactado en nuestra comisión es la desprivatización del agua.
Nos rechazaron sustantivamente los informes que generaban conflicto y discusiones. Siempre había que volver a sentarse a la mesa a dialogar y negociar para sacar adelante los artículos. Creo que ese esfuerzo, y nunca perder el horizonte, fue lo que al final nos permitió sacar adelante el proceso. Los trasnoches, las jornadas de negociación y de conversación eran infinitas. Instancias que partían a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la mañana del día siguiente. Era brutal.
Siempre le digo a la gente que entré con veinticinco años a la Convención de Chile y salí con cincuenta y tantos. A todos nos afectó a nivel personal, de distintas maneras. Muchas personas nos preguntan cómo lo logramos en un solo año. Hubo cuatro meses completos en que me acostaba a las cinco de la mañana y me levantaba a las ocho. Durante cuatro meses, de lunes a domingo, me dedicaba a trabajar en la Convención. Y eso no es sano ni todos podían tener este ritmo. Al final, el poco tiempo que hubo permitió sacar una muy buena Constitución. El costo no lo pagó el texto, lo pagamos nosotros como personas.
Un aspecto que no me gustó para nada fue el muñequeo político activista. Yo soy ajeno a eso y en la Convención lo viví, sé cómo funciona. Creo que hay una ambivalencia en los partidos políticos; por un lado, dicen: son cuestiones que están normadas en la ley y están obligadas a ser democráticas y transparentes, por otro lado, se [prestan] para un conflicto de interés, en el que tienen que permanentemente beneficiar al mismo partido. Creo que eso fue algo muy decepcionante.
El mundo independiente, en cambio, es muy impredecible. Le pone más desafíos a la democracia porque aquí nadie te baja el telón y [te dice]: tienes que aprobar o tienes que aprobar. Tú apruebas si es que estás convencido, y si es que lo que estás viendo ahí tiene valor, porque no tienes a nadie a quien rendirle cuentas. No tienes un partido arriba dando órdenes. Eso hace que el mundo independiente sea más impredecible y eso les molesta mucho.
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No existe ninguna Constitución perfecta. Yo no aprobé todos los artículos que están allí y aprobé otros que no están. Sin embargo, creo que es un muy buen texto constitucional. La autocrítica tiene que ver, para mí, con cómo la Convención comunicaba hacia afuera lo que estaba haciendo. Ese era el desafío más grande y el que más le costó. En general, entender la Convención fue algo muy difícil para la sociedad.
En retrospectiva, hay un aprendizaje muy grande: saber escuchar y dialogar con la gente. Creo que este proceso, aunque no aparezca en los medios, es un proceso donde hubo mucha conexión con las personas y las organizaciones. Nos tocaba ir mucho a los territorios. Fue, sobre todo para nosotros, en la comisión, un ejercicio permanente de templanza, paciencia y perspectiva.
Las constituciones de carácter más social nacieron, sobre todo, en el siglo pasado para responder a los grandes desafíos de entonces, desafíos totalmente humanitarios y de carácter social, que siguen vigentes hoy. Sin embargo, en el siglo XXI se agrega la crisis climática y ecológica, que es un desafío propio de estos tiempos. Muchos dijimos que si la nueva Constitución de Chile no atendía este desafío gigante, iba a empezar de forma obsoleta. Este es el primer Estado que se define como un Estado ecológico, y eso lo logramos impulsar desde nuestro espacio, los ecoconstituyentes”.
Adolfo Millabur: representante de los pueblos indígenas
“Creo que no hubo ningún indígena que no bot[ara] una lágrima de emoción. Al menos yo, que soy el más llorón del grupo, observé eso en el momento en que se aprobó, después de dos intentos, el artículo 79 de la nueva Constitución. Mediante cuatro numerales se nos reconoce el derecho a la tierra, al territorio y sus recursos. Ese día fue el más importante, el más bonito y más profundo de todos los que viví como exconvencional constituyente. Yo sentía que nos jugábamos el todo ahí, como pueblo.
Más allá de que en el texto que proponemos se reconoce un Estado plurinacional, los pueblos indígenas sin tierra, sin territorio y sin recursos están predeterminados a desaparecer. Que la nueva Constitución de Chile respete esos tres conceptos nos convoca a seguir luchando. Lo dimos todo por lograrlo y nos emocionamos porque fue muy complejo hacerles entender la importancia de esos tres puntos para nosotros.
Finalmente, el artículo que quedó tiene una llave muy importante para poder ir desaflojando la restitución territorial que tanto le ha costado a nuestro pueblo. Tiene varios aspectos que abren la posibilidad de que incluso si el particular que tiene la tierra indígena no llega a un acuerdo para venderla, puede declararla de utilidad pública e interés general, lo que permitiría que el gobierno en turno pueda expropiar la tierra que está en manos de un privado para entregársela a las comunidades.
Otro de los momentos memorables para los pueblos indígenas fue cuando elegimos a Elisa Loncón como presidenta. Fue muy simbólico que hayan elegido a una mujer, pero que además fuera mapuche impactó moralmente en la autoestima de los pueblos indígenas. Fue magistral. Emocionante también fue lo accidentada que fue la inauguración de la Convención. Fue Chile. Fue Chile, con su diversidad cultural, el que mostró lo que venía. Ahí estábamos todos con motivación, pero también con mucha desconfianza. Ese día hubo protestas afuera y nos costó arrancar el proceso.
El primer artículo de la nueva Constitución fue muy inspirador también. Es un punto de partida en términos de cómo se entiende la democracia de aquí en adelante. De aprobarse el texto que redactamos, nuestro país se va a construir desde los colectivos y los pueblos diversos que estamos al interior del Estado chileno. Es un proceso en construcción. Si gana el ‘apruebo’, por cierto que comienza el camino de un cambio que ya no tiene vuelta atrás.
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Si gana el ‘rechazo’, en cambio, los pueblos indígenas vamos a quedar donde mismo y todo se va a complicar, porque los que hemos apostado por este camino gastamos todo el ahorro político en este proceso. Y cuando uno no tiene ahorros, las posibilidades de diálogo se achican y se van a polarizar las cosas. Puedo compartir las palabras de cierre del vicepresidente de la Convención, Gaspar Domínguez: ‘Pase lo que pase el 4 de septiembre, Chile ya cambió’. Pero cambió para que el país se diera cuenta de que existimos y, por lo tanto, ya no nos pueden ignorar. Los pueblos indígenas no van a retroceder, seguirán reclamando lo que en la Constitución se consagra como propuesta. En ese sentido, el cambio que bien plantea Domínguez va en función de que no vamos a renunciar a lo que ya hemos logrado en la propuesta de nueva Constitución.
Si gana el ‘rechazo’, no creo que haya un proceso genuino como hasta ahora se ha dado. Si llegara a haber otro proceso constituyente, va a ser controlado desde la élite, desde la derecha y desde la manera en que acostumbran controlar el poder. Yo no tengo esperanza en que vaya a ser muy fácil garantizar derechos, porque van a utilizar toda su influencia y el dinero para poder manejar este proceso en función de sus intereses.
Los que están en contra de la nueva Constitución de Chile se dedicaron a destruir al mensajero y a invalidar a los convencionales todo el año que duró la discusión. Eso no le permitió a la población ver y entender el mensaje. Cuando nosotros levantamos la cabeza, ellos ya habían instalado su desprecio, que tiene más relación con nosotros que con los contenidos de la Constitución que escribimos. Tras entregar la propuesta y desde julio hasta ahora, ha sido muy difícil contrarrestar ese mensaje y llegar con el nuestro a la comunidad. Eso nos tiene estratégicamente muy neutralizados. En lugar de estar debatiendo el contenido del texto, estamos debatiendo las falsedades del relato de sus detractores. Eso nos ha hecho perder mucho tiempo y energía.
Haciendo una autocrítica, creo que pecamos de ingenuos. Como no éramos un colectivo afiatado con los otros pueblos indígenas que participaron mediante escaños reservados y los colectivos eran bastante jóvenes e inexpertos, nosotros nos dedicamos a hacer la pega y no leímos que ellos estaban destruyendo la imagen de la Convención, no salimos oportunamente a defender el proceso ni a explicar el contenido. Esa es una dificultad que tuvimos, que se sumó a otros insumos que les entregamos para que hicieran fiesta con nosotros. Incidentes que la derecha utilizó como joyas, como trofeos.
Los otros son casi errores humanos, chascarros, pero la derecha los amplificó hábilmente para dar a entender a la población que los que estábamos discutiendo no éramos serios y no estábamos a la altura de la redacción de una Constitución. Teresa Marinovic trató a la Convención de ‘conchesumadre’, siendo que ella también era convencional. Lo mismo Bernardo Fontaine, cuando dijo que los fondos de pensiones se iban a expropiar, cuestión que es una mentira evidente, pero que ganó varios titulares.
A pesar de todo eso, aprendí mucho conociendo más profundamente a Chile en su diversidad. Yo fui alcalde mucho rato, pero lograr escuchar, comprender y aceptar las ideas de tantos otros fue un proceso muy profundo en lo personal. Creo que todo eso me ha hecho mucho más abierto y me permite entender los distintos planteamientos y veredas que tiene el país: desde el planteamiento de las mujeres, la diversidad sexogenérica y la gente que vive en las poblaciones barriales. Yo había estudiado en la universidad esos temas, pero no había tenido esos insumos a la vista. Aquí, en poco tiempo, me nutrí y amplié mi perspectiva.
En cuanto a lo que me frustró: me dejó sorprendido la actitud de la derecha. Su falta de voluntad para llegar a acuerdos, su intransigencia, su prepotencia hacia los pueblos indígenas o hacia la gente que no es de su clase social. Para mí, quedó en evidencia cuán profundo tienen arraigada su forma de concebir el poder: ellos sienten que son los únicos que tienen la razón y que el resto somos una especie de plebeyos, no nos ven como interlocutores válidos.
Yo viví la primera etapa en la comisión de derechos fundamentales y ahí escuchamos el testimonio de la tragedia del pasado de Chile: la que se vivió con la dictadura de Pinochet. Fueron testimonios de personas y familiares de detenidos desaparecidos, que fueron a reclamar justicia, a hacer una especie de terapia de lo que todavía les toca sobrellevar. Los testimonios de los travestis que escuchamos también fueron brutales. Una de las cosas que nunca más se me olvidó fue lo que dijo uno de ellos: que la mayoría de los travestis se dedican a la prostitución y que no tienen más allá de cincuenta años de proyección de vida porque siempre están expuestos a la violencia. Un mes después, la persona que vino a dar ese testimonio fue golpeada brutalmente.
Luego de ir a los territorios y de escuchar testimonios tan profundos, tuvimos que dedicarnos a redactar normas y discutirlas internamente. De lo contrario, no [habríamos alcanzado] a llegar al 4 de julio y eso [habría] sido un tremendo fracaso, porque no [habría] habido propuesta. Fue una maratón, sesionábamos jornada completa, conversábamos con nuestro colectivo hasta la una o dos de la mañana, todos los días, y al siguiente había que estar nuevamente sesionando. Pero cumplimos.
Alondra Carrillo: una voz feminista dentro de la Convención de Chile
“La premura del tiempo solo permite tener presentes algunos hitos, pero estoy segura que hubo muchos más. Cuando me lo han preguntado, he reiterado que el día en que se aprobaron los derechos sexuales y reproductivos fue un día extremadamente potente. Había movilizaciones fuera de la Convención, y estábamos desplegados también adentro, para anticipar esa votación histórica.
Los días en que votamos los derechos sociales, el derecho a la educación, la negociación colectiva por rama, el derecho a la salud, a la vivienda, también fueron jornadas extremadamente potentes porque se trató de una condensación de luchas de largo tiempo. Fue muy impactante, además, cuando votamos la restitución territorial indígena, el reconocimiento a los pueblos y naciones indígenas sobre sus tierras y territorios. Creo que esas son jornadas que fueron particularmente impresionantes, precisamente porque sentimos la magnitud histórica de una norma constitucional ampliamente apoyada.
La paridad de género fue decisiva y determinante para la escritura del texto constitucional. Mostró que la democracia tiene contenidos diferentes cuando estamos presentes, le dio forma no solamente a las orientaciones respecto a la perspectiva de género que atraviesan todo el texto constitucional y que son extremedamente robustas, sino también a múltiples otros debates. La paridad supone que las mujeres somos reconocidas como representantes generales de los proyectos políticos que portamos y, por lo tanto, esa representación deja de estar localizada en una voz exclusivamente masculina, y eso amplía los sujetos que portan la disputa política y que politizan los debates. La paridad tuvo también esa dimensión: transformar las vocerías políticas de los diversos sectores y, con ello, permitir que llegaran perspectivas y experiencias de articulación, elaboración y diálogo político, que están portadas por estas compañeras que vienen de distintos territorios, de distintas realidades, colectivos y con diversas perspectivas también.
Las mujeres ganamos con la propuesta de texto constitucional un piso irrenunciable de derechos. Es esta propuesta la que consagra prácticamente todas las aspiraciones con las que llegamos al proceso constituyente y, por lo tanto, la aprobación o el rechazo constituyen simplemente un momento más de un camino que para nosotras encontró en este texto constitucional esa orientación, esa brújula.
Algunas personas del ‘rechazo’ dijeron que este texto deja abierta la posibilidad de abortar hasta los nueve meses. Pero creo que, más bien, han preferido abordar esta campaña a partir de la mentira y la desinformación sistemática, y esa fue una decisión política. La decisión política de negarse a debatir de fondo y [dedicarse] exclusivamente [a] construir mentiras para instalar el miedo en la población de Chile.
Es sabido por todo el mundo que el aborto es la interrupción voluntaria del embarazo mientras no exista viabilidad fetal. No existe el aborto a los nueve meses; es un sinsentido plantearlo de ese modo. Para nosotras, es muy importante que los derechos sexuales y reproductivos expresen también de manera manifiesta las garantías, precisamente porque son esas garantías las que aseguran su pleno reconocimiento. Por lo tanto, era indispensable poder enunciar tanto la protección del embarazo como su interrupción voluntaria, y que es la ley la que regula el ejercicio de esos derechos en su detalle, como [la cuestión de] los plazos.
Para nosotras, es indispensable esta norma. Forma parte de una larga lucha del movimiento feminista en nuestro país, que comienza a hablar de esto en 1934. También nos empapa de la lucha internacionalista feminista que demanda el reconocimiento de que las mujeres y las personas con capacidad de gestar no podemos estar subordinadas a la imposibilidad de decidir respecto de nuestra sexualidad, de la reproducción y de nuestra vida sexual”.
Cristián Monckeberg: la derecha en la Convención
“La Convención Constitucional fue un proceso necesario, oportuno e inédito, que partió con un apoyo ciudadano del 80% en las urnas y que nos puso en los ojos del mundo, pero que terminó con un país dividido y cargado hacia el ‘rechazo’. Desde ese punto de vista, fue una oportunidad desaprovechada que no provocó una base de acuerdo de mucho mayor entendimiento.
Yo lo encuentro lamentable porque fue una Convención elegida, 100% democrática, con participación de independientes, en igualdad de condiciones; con escaños para pueblos indígenas… con una paridad que yo celebro; con un país que además tiene una base institucional fuerte, que le ha permitido salir adelante de situaciones muy complejas, pero que fue deficiente en cuanto a sus conclusiones y al resultado del mismo.
Algunos dirán que nosotros [los convencionales de derecha] fuimos a aportillar el proceso, pero la verdad es que no teníamos la capacidad de influir porque éramos minoría y, aún así, en lugar de pararnos e irnos, como sucede en otras partes del mundo, estuvimos en todas las votaciones, participamos, hicimos ver nuestros puntos de vista.
Una de las razones por las que la propuesta de Constitución de Chile hoy no genera consenso es porque, precisamente, le faltaron miradas. Yo creo que la autocrítica que tiene que hacer nuestro sector es que fallamos cuando no sacamos la suficiente cantidad de constituyentes que permitieran generar otro tipo de propuesta constitucional y, con ello, provocar acuerdos distintos.
Los que conformaron la mayoría de la Convención estaban muy marcados por banderas identitarias y por una postura frente a la sociedad muy ideologizada. Por otro lado, gran parte de la centroizquierda clásica y tradicional renegó de treinta años de avances que, a mi juicio, tuvieron problemas, pero fueron auspiciosos para el país. Esa renegación de la política privilegió al mundo independiente, como si fueran unos angelitos caídos del cielo, conformando un debate constitucional muy marcado hacia un sector, que no digo que sea ilegítimo, porque ganaron las elecciones y las normas se aprobaron con 103 votos, pero que evidentemente provocó problemas, porque finalmente a la ciudadanía no le hizo sentido la propuesta que están planteando y porque la gente percibió que no es una buena receta entregarle la fuerza a uno y dejar a otra división de la sociedad fuera del debate.
Otro problema que quedó clarísimo acá es que se denostó la política como el lugar donde se producen acuerdos y entendimientos, donde hay convergencias y diferencias de opinión muy legítimas. La política se dejó avasallar, a lo mejor producto de sus errores, de la desconfianza ciudadana, de las promesas incumplidas. Eso le dejó la cancha abierta al mundo independiente, que demostró al poco andar que tienen muchísimas deficiencias. Si la propuesta que esta Convención Constitucional presentó es rechazada, significa que estamos frente a una ciudadanía superempoderada, muy informada y que quiere soluciones y cambios, pero no los propuestos.
Si fuera así, no está todo perdido. A partir de lo que se ha trabajado y dependiendo de lo que responda la ciudadanía en este plebiscito de salida, vamos a tener que avanzar. Si el rechazo es el que triunfa, el objetivo es tener una nueva Constitución que interprete a una mayoría más amplia. En ese sentido, este proceso va a seguir dando de qué hablar. Ahora si gana el ‘apruebo’, yo creo que no vamos a cambiar nada. Eso de que cambiaremos la propuesta de Constitución que presentó la Convención no va a ocurrir, por una cosa muy simple: los quórums son muy altos para modificarla. Se requeriría de grandes acuerdos, que no van a existir.
A no caer en esa ingenuidad. El ‘apruebo’ es para implementar, y a lo mejor para hacer algún ajuste, pero menor. Los ajustes profundos, como los que se han prometido, no van a ocurrir muy pronto o van a ser muy difíciles de lograr. Esto lo dicen los partidos como una señal comunicacional para generar confianza, pero es irreal.
Gaspar Domínguez: el vicepresidente que entregó la propuesta constitucional
“Uno de los momentos más memorables fue el día de la inauguración de la Convención Constitucional, cuando quedó elegida como lideresa del proceso, en su primera etapa, una mujer mapuche. En Chile, que es un país muy racista y el único de Latinoamérica, junto con Uruguay, que no reconoce a sus pueblos originarios en la Constitución, nos quedamos con Elisa Loncón dirigiendo el proceso.
Otra de las postales más relevantes fue la ceremonia de cierre, cuando el presidente de la República Gabriel Boric ingresó al salón y recibió de manos mías y de las de la presidenta de la segunda etapa del proceso, María Elisa Quinteros, la propuesta de nueva Constitución escrita por el órgano. Yo estaba en primera fila. Me tocó hacer un discurso y fue muy emocionante ver cómo en ese momento se materializaba el resultado de un año de discusiones, de intenso sacrificio y de participación de millones de compatriotas.
Creo que fue muy eficiente y conmovedor el sistema de participación ciudadana también.
Solo por nombrar algunos hitos, la propia Convención Constitucional sesionó en todas las regiones de Chile. Su pleno estuvo en el norte, en Antofagasta; y en el sur, en Concepción. Pero las comisiones recorrieron distintas ciudades. También hubo personas que participaron telemática y presencialmente, exponiendo, o que sistematizaron información de cabildos y se involucraron en las iniciativas populares de norma constitucional, que tenían que juntar patrocinios para ser discutidas. Todos estos mecanismos de participación sin duda enriquecieron el resultado. Hoy más de treinta normas que están en el texto constitucional provienen, prácticamente y sin modificación, de iniciativas populares de norma.
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Uno de los principales problemas que genera que hoy las personas vean con desconfianza la propuesta de nueva Constitución está vinculado a las emociones que le genera el órgano constituyente. Creo que esto, por una parte, es entendible pero, por otra, también da cuenta de la falta de educación cívica, porque lo que se va a votar es el texto de nueva Constitución, y no si nos caen bien o mal quienes la escribieron.
Además, creo que efectivamente algunos constituyentes hicieron actos del todo reprochables y cuestionables que sin duda mancharon la legitimidad y la confianza con la que partió la Convención Constitucional. En ese sentido, el desafío ahora es que la gente pueda separar el resultado del órgano del texto, y también que se entienda que más del 90% de los convencionales trabajamos de manera profesional, responsable y prolija.
Por otro lado, también hay tener aquí un criterio de realidad. Chile, en sus más de doscientos años de historia republicana, nunca había tenido un proceso ni siquiera similar para escribir una Constitución en forma democrática. Si hoy pudiéramos volver de nuevo al 4 de julio del año 2021, por cierto que haríamos cosas distintas. Pero yo creo que, ad portas del plebiscito histórico en el que estamos ahora, el desafío es referirnos a las importantes puertas que se abren con la aprobación de esta propuesta, más que a los entretelones del proceso mismo, que será materia de estudio del futuro.
Si nuestra propuesta se aprueba, el texto constitucional puede ser mejorado. En su capítulo número 12 establece la forma y los mecanismos para reformarlo. Los requisitos que se requieren son 4/7 de quórum en el Congreso y para reformas sustanciales, se agregó además una ratificación ciudadana y la posibilidad de ingresar iniciativas populares de normas de reforma constitucional.
Si así fuera creo que es perfectamente legítimo, esperable y razonable que en el proceso de implementación del texto constitucional se precisen o modifiquen algunos aspectos, ya sea por los partidos políticos o porque la propia ciudadanía organizada así lo decida. Nuestra propuesta está hecha para convivir en democracia y es democráticamente que puede ser modificada. De hecho, el capítulo de reforma constitucional contiene un artículo que señala la posibilidad de llamar a otra Convención Constitucional, algo que eventualmente en treinta años podría ser el camino que Chile decida.
En caso de que gane el rechazo, lo que ocurre es que se mantiene vigente la Constitución que tenemos hoy, la Constitución del 80, con sus modificaciones posteriores. Cualquier cambio o plan que siga, debe ser siguiendo las normas de esta, entonces más bien creo que rechazar sería volver a foja cero y de alguna manera prolongar el estado de incertidumbre al que Chile ha estado expuesto.
Creo que esta nueva Constitución, en materias como descentralización y derechos sociales, nos pone a tono con el mundo desarrollado y moderno. Y eso no es menor en uno de los países más centralizados, según indicadores objetivos de la OCDE. Por otro lado, establece un Estado Social de Derecho. Hoy en Chile la salud y la educación están entregadas al mercado, pero en esta propuesta el Estado asume otro rol: asegura que la gente tenga las condiciones para acceder a sus derechos y también puede satisfacer estos derechos, ya no necesariamente como prestador.
Hay otras cuestiones que sin duda pondrán a Chile en la vanguardia mundial en materia constitucional y jurídica. Uno es reconocer que la naturaleza es titular de derechos, por ejemplo, [el de] mantenerse ecológicamente equilibrada. ¿Cómo?, específicamente generando una arquitectura y una orgánica institucional que permita ejecutar estos derechos. Lo mismo en materia de género y diversidad sexual: se establece la democracia paritaria para asegurar la representación en todos los espacios democráticos de al menos un 50% de mujeres y garantizar la representación de las personas de la diversidad y las disidencias sexuales.
Por otra parte, incluye el artículo 14, número 3, que establece que Chile debe tener una relación internacional prioritaria con América Latina y el Caribe, para impulsar la integración regional y resguardarla como una zona de paz y libre de violencia”.
Chile's President Gabriel Boric casts his ballot during a referendum on a new Chilean constitution, in Punta Arenas, Chile, September 4, 2022. REUTERS/Joel Estay NO RESALES NO ARCHIVE
La nueva Constitución de Chile fue ampliamente rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre (por el 62% de quienes votaron). Antes de que el país decidiera, publicamos estos siete testimonios de quienes participaron, como constituyentes, en el proceso de elaboración del texto constitucional. ¿Qué buscaban?, ¿qué pudo haberse hecho mejor?, ¿qué errores se cometieron? Las visiones de distintas posturas políticas están representadas en este texto.
Las protestas que protagonizaron miles de estudiantes secundarios, quienes en 2019 se saltaron los torniquetes del metro contra el alza de treinta pesos en el pasaje del sistema de transporte público, detonaron un estallido ciudadano tan poderoso contra la desigualdad, perpetuada durante décadas por el sistema económico neoliberal en Chile, que la clase política se vio obligada a buscar una salida institucional a la crisis. Esa salida fue un plebiscito, en el que 80% de los chilenos decidió, el 25 de octubre de 2020, tener una nueva Constitución que fuera escrita —de manera inédita en el mundo— por una Convención Constitucional paritaria en términos de género y con escaños reservados para los pueblos indígenas.
La propuesta que escribieron en apenas un año los 154 miembros de la Convención, elegidos por la ciudadanía, proviene mayoritariamente de líderes de organizaciones sociales y de jóvenes independientes que tuvieron que buscar patrocinios para levantar sus candidaturas y triunfaron al margen de los partidos políticos. La hazaña permitió ver a Chile en una profundidad y diversidad inauditas. Pero cuando el órgano entregó el proyecto de Constitución que fue evaluado el domingo en un plebiscito de salida, su resultado no dejó conforme a la mayoría de la población. De acuerdo con las encuestas, solo el 37% la aprobaría, pero con miras a reformarla, y el 46% la rechazaría, con la promesa de abrir un nuevo proceso constituyente, lo que frenaría el ciclo político que comenzó con el estallido social de 2019.
Mientras la ciudadanía valora o desestima el trabajo del órgano que se instaló formalmente el 4 de julio de 2021, le pedimos a siete de sus exintegrantes que nos contaran cómo construyeron la Constitución que en sus primeras líneas define a Chile como “un Estado social y democrático de derecho”, además de “plurinacional, intercultural, regional y ecológico”.
¿Qué anticipan para esta votación que pone en juego la consagración de la paridad, los derechos sociales y el medio ambiente como ejes estructurales del Chile del siglo XXI?, ¿qué aprendieron, qué atesoran, qué los frustró y qué pudieron haber hecho mejor durante el proceso constituyente? Los testimonios de esa trastienda son de Elisa Loncón, Alondra Carrillo, Adolfo Millabur, Cristián Monckeberg, Giovanna Grandón, Juan José Martín Bravo y Gaspar Domínguez.
Elisa Loncón: la mapuche que presidió la Convención Constituyente de Chile
“Nunca antes habíamos tenido una democracia ampliada como la que instalamos para escribir esta nueva Constitución. Este proceso erigió a todos los postergados que nunca antes habían participado en el diseño político de este país. Para mí, es reduccionista decir que esto es de izquierda y de derecha, porque estos nuevos actores son, por ejemplo, la paridad, las regiones, la diversidad sexogenérica y los pueblos indígenas.
El 50% de esta sociedad somos mujeres, pero no existíamos en las decisiones políticas. No estábamos en igualdad de derechos con respecto a los hombres a lo largo de toda esta historia. Los pueblos indígenas, nunca reconocidos en ninguna Constitución política, por primera vez aparecimos por medio de los escaños reservados. Con historia, con diseño, con comprensión de lo político y con diálogo frente a este país, del cual no sabíamos que era diverso.
Uno de los momentos más memorables del proceso constituyente de Chile fue cuando iniciamos la discusión de las normas: cada convencional tuvo cinco minutos para hablar de lo que quería hacer, y cada uno lo hizo desde su historia territorial y familiar. Yo inicié esas presentaciones como presidenta y mi primer discurso tiene esa fuerza. Fue algo muy bello que en el futuro permitirá a los estudiantes volver a esos relatos y encontrar en ellos las historias no contadas que ha tratado de ocultar la historia oficial. Para mí, fue un avance en cuanto a la inteligibilidad del discurso, le dio pluralidad y sustancia. Fue la prueba de que la diversidad estaba esperando el agua para poder brotar y florecer.
En cuanto al trabajo con los territorios, no me olvido de la vez que fuimos a la cumbre del Nahuelbuta en Concepción. Nos juntamos allí con los campesinos de la zona y ellos nos dijeron que habían cuidado la diversidad de plantas y de hierbas, pero que tenían el problema del agua que amenazaba su existencia. Ellos renunciaban a abandonar sus tierras y querían seguirlas cultivando. Eso me conmovió porque entendí que no solo los mapuche queremos seguir siendo mapuche, también los campesinos quieren seguir siendo campesinos, como los diferentes territorios quieren seguir en sus territorios. Y ese es un punto.
El otro punto que me gustó mucho fue escuchar a los niños en una de nuestras audiencias públicas. Nosotros estábamos acostumbrados a llamarles “la generación del futuro”, pero ellos dijeron: “Somos la generación del presente, porque en el presente queremos ser sujetos de derecho”. Eso me pareció hermoso.
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El posible triunfo del rechazo no es difícil de comprender. Los medios en Chile son controlados por el duopolio de quienes tienen el poder económico, y es ese poder económico el que ha controlado todas las comunicaciones desde que se instaló la Convención. Esos medios hicieron muy poca pedagogía. Trataron el proceso como si fuera un reality show y no mostraron el proceso democrático, la dimensión filosófica y social que implica instalar el diálogo y llegar al acuerdo. Eso inundó a la ciudadanía con información de poco contenido y superficial, y eso lo aprovechó muy bien la política del rechazo, que también se instaló dentro de la misma Convención, pero no para colaborar en el proceso, sino más bien para boicotearlo. Quienes instalaron con mucha violencia el racismo fueron precisamente los convencionales de derecha. A nosotras nos maltrataron una y otra vez: la “convención indigenista”, decían.
Por otro lado, la clase política que no fue electa para escribir la nueva Constitución se coludió con la derecha del rechazo. Cuando entregamos el texto final, ellos reaccionaron en contra, diciendo que no los representaba, pero, en lugar de plantear que estuvieron ausentes en su escritura y diseño porque no fueron electos para esa labor, manipularon el discurso y dijeron que este texto no representaba a la ciudadanía, instalando que era una Constitución que dividía, que no tenía el consenso del pueblo, de Chile.
Nosotros sabemos que la Constitución fue escrita por personas democráticamente electas y que tuvo el consenso mayoritario, porque todas las normas están escritas con dos tercios [de aprobación entre los constituyentes]. Y si no tuvieron dos tercios, simplemente no llegaron. No tiene el consenso de la clase política, porque la clase política no fue electa para escribir la nueva Constitución y no tiene el consenso de la derecha conservadora, porque ellos no quieren hacer cambios, quieren mantener la Constitución de Pinochet.
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Yo no soy de esa clase política que llama a aprobar para reformar. Prefiero hablar de aprobar esta nueva Constitución y de que esta incluye en sí misma mecanismos de cómo mejorarla. Lo demás es puro discurso de los que han tratado de confundir a la población para instalar sus intereses y sus privilegios. Yo no soy de la idea de reformar. Estoy trabajando para el “apruebo” y estoy convencida de que vamos a ganar.
Ahora, si perdiéramos por voluntad democrática, voy a sentir que las mentiras ganaron y eso le hace daño a la democracia. Pero aún en ese escenario estoy convencida de que no se puede volver atrás en materia de demandas de paridad, derechos sociales y plurinacionalidad. La discusión ya está instalada y los pueblos vamos a continuar peleando para alcanzar los derechos que para nosotros son importantes. Hoy nos están prometiendo todo, pero una vez que pase esto y si el rechazo gana, se van a sentir con [la] sartén por el mango y no van a favorecer los derechos de los pueblos. ¿Quién más va a defender los derechos de la plurinacionalidad [si no somos] nosotros, los pueblos indígenas?, ¿quién más va a defender los derechos de paridad, si no son las mujeres?
Nosotros lo dimos todo y mucho más. El Congreso nos dio solo un año para sacar este texto adelante y nosotros trabajamos un año como si fueran tres. Quienes no hicieron la pega, justamente, fueron los de derecha: ni siquiera iban a votar, se abstenían y no trabajaban. Es falso que nosotros les hayamos cerrado las puertas. Yo fui la primera presidenta de la Convención y uno de los primeros cambios que hicimos fue crear el órgano e instalar una mesa ampliada, con un asiento para la gente de la derecha: tuvieron allí a sus representantes. Entonces no es cierto que nosotros los aislamos. Lo que sucedió es que ellos querían reproducir la Constitución de Pinochet. Y nosotros no estábamos para eso porque aquella, en principio y en derecho, no es para el chileno del siglo XXI”.
Giovanna Grandón: del estallido social al pleno
“Llegué a la Convención Constituyente como la mayoría de los independientes: sin el apoyo de ningún partido político y tras estar meses en las manifestaciones de la Plaza de la Dignidad, con el traje de Pikachú con el que me hice conocida como ‘la tía de Chile’. Antes había trabajado en jardines infantiles y fui transportista escolar, por lo que tuve que aprender el lenguaje jurídico: ¿qué significaba un artículo, un inciso, una indicación? No tenía idea y tuve que preguntarlo sobre la marcha. Lo que sí tenía claro es que la gente me había elegido para redactar una nueva Constitución, así que debía intentar que este proyecto fuera tan participativo que las personas lo sintieran suyo.
Para eso fuimos aprendiendo, como lo haría un niño que al principio solo ve siluetas y luego enfoca más. Con el tiempo, ese niño empieza a decir algunas palabras y empieza a dar sus primeros pasos. Lo mismo pasó con nosotros: fuimos avanzando de a poco y cuando llegamos al momento de hacer las indicaciones y los artículos, nos largamos a caminar y empezamos a dialogar un poco más.
Desde el principio nos dividimos en comisiones. Teníamos que hacer el reglamento de la Convención, decidir cómo íbamos a trabajar, para luego poder redactar los artículos. Los primeros días lo único que teníamos era un cuaderno Auca y un lápiz Bic. Ni siquiera había computador, así que yo misma me tuve que endeudar y comprar un Ipad, al que le compartía internet desde mi celular para poder avanzar. Queríamos almorzar, pero no teníamos dónde. Teníamos que comer en el césped, pero los guardias nos echaban. Creo que a los perritos los trataban mejor que a nosotros.
Adentro el ambiente tampoco era acogedor: cada vez que ciertos sectores tomaban el micrófono, nos trataban de pungas, de ordinarios, de poblacionales, de bananeros. Nosotros nos quedábamos callados nomás, nos reíamos. A la mayoría de ellos sus partidos les entregaban las pautas en la mañana, con las cosas que tenían que hablar. Se levantaban y venían fresquitos, con su documento listo. Nosotros [los independientes], en cambio, llegábamos con tremendas ojeras, porque terminábamos a las siete u ocho de la noche, y una hora después llegábamos a la casa y seguíamos trabajando por Zoom hasta las tres, cuatro, a veces seis de la mañana, discutiendo acerca de qué cosas tenían que cambiar y cómo debíamos cambiarlas.
Muchos de nosotros, por ejemplo, queríamos que la educación fuera gratuita y universal desde el inicio. Pero luego nos dimos cuenta de que alrededor del 75% de la población de Chile tiene a sus hijos en colegios particulares y subvencionados, por lo que no podíamos quitarles eso de raíz, debía ser paulatino. Fortalecer la educación estatal a tal nivel que quede igual o mejor que la educación particular, para que sea la propia gente la que se dé cuenta de que no tiene sentido pagar por algo que es de tan buena calidad como lo público. [Esa] fue nuestra apuesta finalmente.
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En la comisión Participación Popular y Equidad Territorial formulamos un mecanismo de audiencias públicas. El objetivo era recibir las propuestas o experiencias de la sociedad civil: de asambleas, cabildos territoriales o temáticos, comunidades, universidades, fundaciones, organizaciones sociales o pueblos originarios, para que este proceso fuera participativo. Tuvimos más de dos mil audiencias con agrupaciones y también llamamos a las personas para que votaran las iniciativas populares de norma que, para pasar a la siguiente etapa y ser discutidas por las comisiones, tenían que reunir quince mil firmas.
También fuimos al terreno todas las semanas, a recabar las demandas y los anhelos de las personas que querían que esta nueva Constitución de Chile mejorara sus circunstancias de vida. La gente agradecía mucho que uno se diera el tiempo y los tomara en cuenta. De esta manera se llevaron sus necesidades a las discusiones de las comisiones o de los plenos. También participé en la comisión de Derechos Fundamentales y estuve en la mesa, donde entregué todo de mí y donde incluso me agarré con mis pares para que quedaran ciertos artículos que tenía que aliar. Había muchas personas que iban con objetivos específicos. ‘Yo vengo por las semillas’, ‘Yo por el cobre’, ‘Yo por la naturaleza’. Yo les decía: ‘Yo vengo por todo. Queda todo o no queda nada’.
Fue bonito pero también cansador. En la Convención Constituyente de Chile conocí lo peor del ser humano, porque ya entonces éramos tratados de flojos por un sector de la derecha y también por algunos socialistas que desde siempre quisieron bajar este proceso. Hoy la campaña del rechazo me ha ocupado en su franja por la vez que me disfracé en la Convención, pero fue en mi hora de colación y en respuesta a todas las personas que me preguntaban en las redes sociales: ¿Tía, cuándo se va a poner el traje?
A mí me eligieron por ser la tía Pickachu que iba a las marchas y que salía a luchar por estos cambios. Les había prometido que en algún momento me iba a poner el traje y así lo hice. No me dan vergüenza mis orígenes. Vergüenza les debiese dar a quienes se disfrazan de buenas personas, o de que van a hacer cambios, a los que se disfrazan en base [de] mentiras. Yo me puse el traje de cara a Chile. En vez de valorar el estallido social, porque gracias a eso tenemos esta nueva Constitución, se detienen en cosas que no valen la pena, como que el texto no lo redactaron expertos. ¿Expertos en qué? Expertos a los que nunca les ha faltado, que nunca han pasado hambre ni saben la necesidad del pueblo, porque nunca han tenido que pasar que se les muera alguien esperando una cama en el hospital. ¿Expertos de qué? De estudios, puede ser, pero ¿en la vida…? Esos expertos se manejan en economía pero están desconectados. Son expertos en arreglarle la Constitución al empresariado para seguir exactamente con el mismo modelo. No le quieren dar mejoras a la gente pobre.
El texto constitucional no es perfecto pero es bueno. Nos faltó tiempo, tiempo para discutir y para redactar algunas indicaciones. En la comisión muchas veces no lográbamos consensuar algunas cosas. Decíamos: ‘Quedó malo este artículo… hay que devolverlo’. [Sin embargo], para volver a discutirlo y mejorarlo, teníamos que hacer cálculos. ‘Ya, ustedes pasan tantos votos. Otros votan rechazo, otros abstención’. Si lograba menos de los 103 votos que ese artículo requería para ser aprobado en el pleno, se devolvía a la comisión, pero si quedaba en menos de 78 votos, se perdía y no podíamos recuperarlo. Fue todo sobre la máquina.
En algún momento nadie quería más guerra, decían: que se termine esta cuestión. Varios nos enfermamos y caímos como pollos afiebrados. Otros fueron hospitalizados o colapsaron de nervios. Fue como batallar constantemente con el enemigo allí. Nuestro enemigo era el tiempo y también un poco el otro sector, que todo el día te estaba maltratando”.
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Ganando el ‘apruebo’, lo único que espero es que los partidos políticos no modifiquen la esencia del texto; que avancen en mejorarlo, pero no en sacarle la esencia que entregó la mayoría del pueblo. En caso de que la cambien, voy a alzar la voz por todos lados. Si gana el ‘rechazo’, la gente lo decidió, pero yo al menos me iré a vivir a otro lado para darle una mejor vida a mis hijos. Dicen que quieren reformar la Constitución del 80, abrir un nuevo proceso constituyente, pero no se va a dar, al menos no con la diversidad con que se dio ahora. Nosotros tratamos de pelear para que hubiera listas de independientes en esa eventualidad y perdimos. Lo que pasará es que van a elegir entre ellos mismos quiénes redacten la nueva Constitución de Chile y no va a ser representativa de la gente. Va a ser exactamente la misma tontera que está ahora.
Juan José Marín Bravo: un ecologista en la convención
“Muchos, como yo, llegamos a la Convención desde el ecologismo y llegamos entendiendo que iba a ser un desafío supergrande. Las materias ecológicas, a nivel de derecho comparado, son relativamente nuevas, pero dentro de la Convención vivimos un hito que nos otorgó un ánimo supergrande y que nos indicó que aquí, en este proceso, efectivamente se podían acoger los desafíos ecológicos que veníamos a plantear a la Constitución. Este hito fue lograr que la Convención Constituyente de Chile se declarara en emergencia climática y ecológica. Así, la Convención se transformó en el primer órgano constitucional del mundo en declararse en ese estado de emergencia.
De esa forma se logró poner sobre la mesa de manera irremediable que teníamos que hablar en esta Convención y en esta Nueva Constitución de los desafíos ecológicos. Allí nos dijimos: esto es posible, hay que dedicarnos a hacer lo que venimos a hacer, traer el ecologismo a la Constitución. En la misma línea, otro de los momentos más especiales del proceso fue cuando se aprobaron los derechos de la naturaleza, a través del artículo 103 de la propuesta. Allí, en ese artículo, se jugaba lo más importante de las propuestas ecológicas. Dar derechos a la naturaleza fue un cambio de paradigma y permeó todos los demás artículos ecológicos de la Constitución. Fue un hito gigante para los que nos dedicamos a esto. Ese era el artículo madre de todos los artículos.
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A lo largo del proceso fue muy difícil llegar a puntos de acuerdo en la comisión número cinco, de medio ambiente, derechos de la naturaleza, bienes naturales comunes y modelo económico, en la cual fui coordinador junto a Camila Zárate. Estuvimos en la polémica. Nos pusieron en los grandes medios de comunicación para atacarnos, por casi dos meses. Nuestros dos primeros informes fueron rechazados por el pleno de manera casi completa. El desafío que tenía esta comisión era especial. Mientras las otras comisiones debatían cómo tenían que ir las temáticas que abordaban en la Constitución, en la nuestra, al igual que en la comisión número siete (Sistemas de Conocimiento), no solo debíamos debatir el cómo, sino también debatir y justificar el hecho de que tenían que estar en la Constitución de Chile.
Había que convencerlos, primero, de que esto era importante y que tenía relevancia constitucional, y después de esa conversación recién pudimos avanzar hacia el cómo debíamos tratar aspectos, por ejemplo, el económico. La comisión tuvo un fuerte asedio mediático que venía principalmente de los gremios empresariales, que nos atacaron mucho.
Al final de todo el proceso, nuestra comisión ni siquiera fue la que menos artículos ingresó a la Convención. Ingresamos 43 artículos, que es bastante, y representa un salto sustantivo en comparación al único artículo que existe en materia de protección ambiental en la Constitución vigente. Además, hoy en día los artículos que más polémica generan, y que más usa el “rechazo” para decir que la propuesta de Constitución es mala, no son artículos redactados por nuestra comisión. Lo relativamente polémico de lo redactado en nuestra comisión es la desprivatización del agua.
Nos rechazaron sustantivamente los informes que generaban conflicto y discusiones. Siempre había que volver a sentarse a la mesa a dialogar y negociar para sacar adelante los artículos. Creo que ese esfuerzo, y nunca perder el horizonte, fue lo que al final nos permitió sacar adelante el proceso. Los trasnoches, las jornadas de negociación y de conversación eran infinitas. Instancias que partían a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la mañana del día siguiente. Era brutal.
Siempre le digo a la gente que entré con veinticinco años a la Convención de Chile y salí con cincuenta y tantos. A todos nos afectó a nivel personal, de distintas maneras. Muchas personas nos preguntan cómo lo logramos en un solo año. Hubo cuatro meses completos en que me acostaba a las cinco de la mañana y me levantaba a las ocho. Durante cuatro meses, de lunes a domingo, me dedicaba a trabajar en la Convención. Y eso no es sano ni todos podían tener este ritmo. Al final, el poco tiempo que hubo permitió sacar una muy buena Constitución. El costo no lo pagó el texto, lo pagamos nosotros como personas.
Un aspecto que no me gustó para nada fue el muñequeo político activista. Yo soy ajeno a eso y en la Convención lo viví, sé cómo funciona. Creo que hay una ambivalencia en los partidos políticos; por un lado, dicen: son cuestiones que están normadas en la ley y están obligadas a ser democráticas y transparentes, por otro lado, se [prestan] para un conflicto de interés, en el que tienen que permanentemente beneficiar al mismo partido. Creo que eso fue algo muy decepcionante.
El mundo independiente, en cambio, es muy impredecible. Le pone más desafíos a la democracia porque aquí nadie te baja el telón y [te dice]: tienes que aprobar o tienes que aprobar. Tú apruebas si es que estás convencido, y si es que lo que estás viendo ahí tiene valor, porque no tienes a nadie a quien rendirle cuentas. No tienes un partido arriba dando órdenes. Eso hace que el mundo independiente sea más impredecible y eso les molesta mucho.
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No existe ninguna Constitución perfecta. Yo no aprobé todos los artículos que están allí y aprobé otros que no están. Sin embargo, creo que es un muy buen texto constitucional. La autocrítica tiene que ver, para mí, con cómo la Convención comunicaba hacia afuera lo que estaba haciendo. Ese era el desafío más grande y el que más le costó. En general, entender la Convención fue algo muy difícil para la sociedad.
En retrospectiva, hay un aprendizaje muy grande: saber escuchar y dialogar con la gente. Creo que este proceso, aunque no aparezca en los medios, es un proceso donde hubo mucha conexión con las personas y las organizaciones. Nos tocaba ir mucho a los territorios. Fue, sobre todo para nosotros, en la comisión, un ejercicio permanente de templanza, paciencia y perspectiva.
Las constituciones de carácter más social nacieron, sobre todo, en el siglo pasado para responder a los grandes desafíos de entonces, desafíos totalmente humanitarios y de carácter social, que siguen vigentes hoy. Sin embargo, en el siglo XXI se agrega la crisis climática y ecológica, que es un desafío propio de estos tiempos. Muchos dijimos que si la nueva Constitución de Chile no atendía este desafío gigante, iba a empezar de forma obsoleta. Este es el primer Estado que se define como un Estado ecológico, y eso lo logramos impulsar desde nuestro espacio, los ecoconstituyentes”.
Adolfo Millabur: representante de los pueblos indígenas
“Creo que no hubo ningún indígena que no bot[ara] una lágrima de emoción. Al menos yo, que soy el más llorón del grupo, observé eso en el momento en que se aprobó, después de dos intentos, el artículo 79 de la nueva Constitución. Mediante cuatro numerales se nos reconoce el derecho a la tierra, al territorio y sus recursos. Ese día fue el más importante, el más bonito y más profundo de todos los que viví como exconvencional constituyente. Yo sentía que nos jugábamos el todo ahí, como pueblo.
Más allá de que en el texto que proponemos se reconoce un Estado plurinacional, los pueblos indígenas sin tierra, sin territorio y sin recursos están predeterminados a desaparecer. Que la nueva Constitución de Chile respete esos tres conceptos nos convoca a seguir luchando. Lo dimos todo por lograrlo y nos emocionamos porque fue muy complejo hacerles entender la importancia de esos tres puntos para nosotros.
Finalmente, el artículo que quedó tiene una llave muy importante para poder ir desaflojando la restitución territorial que tanto le ha costado a nuestro pueblo. Tiene varios aspectos que abren la posibilidad de que incluso si el particular que tiene la tierra indígena no llega a un acuerdo para venderla, puede declararla de utilidad pública e interés general, lo que permitiría que el gobierno en turno pueda expropiar la tierra que está en manos de un privado para entregársela a las comunidades.
Otro de los momentos memorables para los pueblos indígenas fue cuando elegimos a Elisa Loncón como presidenta. Fue muy simbólico que hayan elegido a una mujer, pero que además fuera mapuche impactó moralmente en la autoestima de los pueblos indígenas. Fue magistral. Emocionante también fue lo accidentada que fue la inauguración de la Convención. Fue Chile. Fue Chile, con su diversidad cultural, el que mostró lo que venía. Ahí estábamos todos con motivación, pero también con mucha desconfianza. Ese día hubo protestas afuera y nos costó arrancar el proceso.
El primer artículo de la nueva Constitución fue muy inspirador también. Es un punto de partida en términos de cómo se entiende la democracia de aquí en adelante. De aprobarse el texto que redactamos, nuestro país se va a construir desde los colectivos y los pueblos diversos que estamos al interior del Estado chileno. Es un proceso en construcción. Si gana el ‘apruebo’, por cierto que comienza el camino de un cambio que ya no tiene vuelta atrás.
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Si gana el ‘rechazo’, en cambio, los pueblos indígenas vamos a quedar donde mismo y todo se va a complicar, porque los que hemos apostado por este camino gastamos todo el ahorro político en este proceso. Y cuando uno no tiene ahorros, las posibilidades de diálogo se achican y se van a polarizar las cosas. Puedo compartir las palabras de cierre del vicepresidente de la Convención, Gaspar Domínguez: ‘Pase lo que pase el 4 de septiembre, Chile ya cambió’. Pero cambió para que el país se diera cuenta de que existimos y, por lo tanto, ya no nos pueden ignorar. Los pueblos indígenas no van a retroceder, seguirán reclamando lo que en la Constitución se consagra como propuesta. En ese sentido, el cambio que bien plantea Domínguez va en función de que no vamos a renunciar a lo que ya hemos logrado en la propuesta de nueva Constitución.
Si gana el ‘rechazo’, no creo que haya un proceso genuino como hasta ahora se ha dado. Si llegara a haber otro proceso constituyente, va a ser controlado desde la élite, desde la derecha y desde la manera en que acostumbran controlar el poder. Yo no tengo esperanza en que vaya a ser muy fácil garantizar derechos, porque van a utilizar toda su influencia y el dinero para poder manejar este proceso en función de sus intereses.
Los que están en contra de la nueva Constitución de Chile se dedicaron a destruir al mensajero y a invalidar a los convencionales todo el año que duró la discusión. Eso no le permitió a la población ver y entender el mensaje. Cuando nosotros levantamos la cabeza, ellos ya habían instalado su desprecio, que tiene más relación con nosotros que con los contenidos de la Constitución que escribimos. Tras entregar la propuesta y desde julio hasta ahora, ha sido muy difícil contrarrestar ese mensaje y llegar con el nuestro a la comunidad. Eso nos tiene estratégicamente muy neutralizados. En lugar de estar debatiendo el contenido del texto, estamos debatiendo las falsedades del relato de sus detractores. Eso nos ha hecho perder mucho tiempo y energía.
Haciendo una autocrítica, creo que pecamos de ingenuos. Como no éramos un colectivo afiatado con los otros pueblos indígenas que participaron mediante escaños reservados y los colectivos eran bastante jóvenes e inexpertos, nosotros nos dedicamos a hacer la pega y no leímos que ellos estaban destruyendo la imagen de la Convención, no salimos oportunamente a defender el proceso ni a explicar el contenido. Esa es una dificultad que tuvimos, que se sumó a otros insumos que les entregamos para que hicieran fiesta con nosotros. Incidentes que la derecha utilizó como joyas, como trofeos.
Los otros son casi errores humanos, chascarros, pero la derecha los amplificó hábilmente para dar a entender a la población que los que estábamos discutiendo no éramos serios y no estábamos a la altura de la redacción de una Constitución. Teresa Marinovic trató a la Convención de ‘conchesumadre’, siendo que ella también era convencional. Lo mismo Bernardo Fontaine, cuando dijo que los fondos de pensiones se iban a expropiar, cuestión que es una mentira evidente, pero que ganó varios titulares.
A pesar de todo eso, aprendí mucho conociendo más profundamente a Chile en su diversidad. Yo fui alcalde mucho rato, pero lograr escuchar, comprender y aceptar las ideas de tantos otros fue un proceso muy profundo en lo personal. Creo que todo eso me ha hecho mucho más abierto y me permite entender los distintos planteamientos y veredas que tiene el país: desde el planteamiento de las mujeres, la diversidad sexogenérica y la gente que vive en las poblaciones barriales. Yo había estudiado en la universidad esos temas, pero no había tenido esos insumos a la vista. Aquí, en poco tiempo, me nutrí y amplié mi perspectiva.
En cuanto a lo que me frustró: me dejó sorprendido la actitud de la derecha. Su falta de voluntad para llegar a acuerdos, su intransigencia, su prepotencia hacia los pueblos indígenas o hacia la gente que no es de su clase social. Para mí, quedó en evidencia cuán profundo tienen arraigada su forma de concebir el poder: ellos sienten que son los únicos que tienen la razón y que el resto somos una especie de plebeyos, no nos ven como interlocutores válidos.
Yo viví la primera etapa en la comisión de derechos fundamentales y ahí escuchamos el testimonio de la tragedia del pasado de Chile: la que se vivió con la dictadura de Pinochet. Fueron testimonios de personas y familiares de detenidos desaparecidos, que fueron a reclamar justicia, a hacer una especie de terapia de lo que todavía les toca sobrellevar. Los testimonios de los travestis que escuchamos también fueron brutales. Una de las cosas que nunca más se me olvidó fue lo que dijo uno de ellos: que la mayoría de los travestis se dedican a la prostitución y que no tienen más allá de cincuenta años de proyección de vida porque siempre están expuestos a la violencia. Un mes después, la persona que vino a dar ese testimonio fue golpeada brutalmente.
Luego de ir a los territorios y de escuchar testimonios tan profundos, tuvimos que dedicarnos a redactar normas y discutirlas internamente. De lo contrario, no [habríamos alcanzado] a llegar al 4 de julio y eso [habría] sido un tremendo fracaso, porque no [habría] habido propuesta. Fue una maratón, sesionábamos jornada completa, conversábamos con nuestro colectivo hasta la una o dos de la mañana, todos los días, y al siguiente había que estar nuevamente sesionando. Pero cumplimos.
Alondra Carrillo: una voz feminista dentro de la Convención de Chile
“La premura del tiempo solo permite tener presentes algunos hitos, pero estoy segura que hubo muchos más. Cuando me lo han preguntado, he reiterado que el día en que se aprobaron los derechos sexuales y reproductivos fue un día extremadamente potente. Había movilizaciones fuera de la Convención, y estábamos desplegados también adentro, para anticipar esa votación histórica.
Los días en que votamos los derechos sociales, el derecho a la educación, la negociación colectiva por rama, el derecho a la salud, a la vivienda, también fueron jornadas extremadamente potentes porque se trató de una condensación de luchas de largo tiempo. Fue muy impactante, además, cuando votamos la restitución territorial indígena, el reconocimiento a los pueblos y naciones indígenas sobre sus tierras y territorios. Creo que esas son jornadas que fueron particularmente impresionantes, precisamente porque sentimos la magnitud histórica de una norma constitucional ampliamente apoyada.
La paridad de género fue decisiva y determinante para la escritura del texto constitucional. Mostró que la democracia tiene contenidos diferentes cuando estamos presentes, le dio forma no solamente a las orientaciones respecto a la perspectiva de género que atraviesan todo el texto constitucional y que son extremedamente robustas, sino también a múltiples otros debates. La paridad supone que las mujeres somos reconocidas como representantes generales de los proyectos políticos que portamos y, por lo tanto, esa representación deja de estar localizada en una voz exclusivamente masculina, y eso amplía los sujetos que portan la disputa política y que politizan los debates. La paridad tuvo también esa dimensión: transformar las vocerías políticas de los diversos sectores y, con ello, permitir que llegaran perspectivas y experiencias de articulación, elaboración y diálogo político, que están portadas por estas compañeras que vienen de distintos territorios, de distintas realidades, colectivos y con diversas perspectivas también.
Las mujeres ganamos con la propuesta de texto constitucional un piso irrenunciable de derechos. Es esta propuesta la que consagra prácticamente todas las aspiraciones con las que llegamos al proceso constituyente y, por lo tanto, la aprobación o el rechazo constituyen simplemente un momento más de un camino que para nosotras encontró en este texto constitucional esa orientación, esa brújula.
Algunas personas del ‘rechazo’ dijeron que este texto deja abierta la posibilidad de abortar hasta los nueve meses. Pero creo que, más bien, han preferido abordar esta campaña a partir de la mentira y la desinformación sistemática, y esa fue una decisión política. La decisión política de negarse a debatir de fondo y [dedicarse] exclusivamente [a] construir mentiras para instalar el miedo en la población de Chile.
Es sabido por todo el mundo que el aborto es la interrupción voluntaria del embarazo mientras no exista viabilidad fetal. No existe el aborto a los nueve meses; es un sinsentido plantearlo de ese modo. Para nosotras, es muy importante que los derechos sexuales y reproductivos expresen también de manera manifiesta las garantías, precisamente porque son esas garantías las que aseguran su pleno reconocimiento. Por lo tanto, era indispensable poder enunciar tanto la protección del embarazo como su interrupción voluntaria, y que es la ley la que regula el ejercicio de esos derechos en su detalle, como [la cuestión de] los plazos.
Para nosotras, es indispensable esta norma. Forma parte de una larga lucha del movimiento feminista en nuestro país, que comienza a hablar de esto en 1934. También nos empapa de la lucha internacionalista feminista que demanda el reconocimiento de que las mujeres y las personas con capacidad de gestar no podemos estar subordinadas a la imposibilidad de decidir respecto de nuestra sexualidad, de la reproducción y de nuestra vida sexual”.
Cristián Monckeberg: la derecha en la Convención
“La Convención Constitucional fue un proceso necesario, oportuno e inédito, que partió con un apoyo ciudadano del 80% en las urnas y que nos puso en los ojos del mundo, pero que terminó con un país dividido y cargado hacia el ‘rechazo’. Desde ese punto de vista, fue una oportunidad desaprovechada que no provocó una base de acuerdo de mucho mayor entendimiento.
Yo lo encuentro lamentable porque fue una Convención elegida, 100% democrática, con participación de independientes, en igualdad de condiciones; con escaños para pueblos indígenas… con una paridad que yo celebro; con un país que además tiene una base institucional fuerte, que le ha permitido salir adelante de situaciones muy complejas, pero que fue deficiente en cuanto a sus conclusiones y al resultado del mismo.
Algunos dirán que nosotros [los convencionales de derecha] fuimos a aportillar el proceso, pero la verdad es que no teníamos la capacidad de influir porque éramos minoría y, aún así, en lugar de pararnos e irnos, como sucede en otras partes del mundo, estuvimos en todas las votaciones, participamos, hicimos ver nuestros puntos de vista.
Una de las razones por las que la propuesta de Constitución de Chile hoy no genera consenso es porque, precisamente, le faltaron miradas. Yo creo que la autocrítica que tiene que hacer nuestro sector es que fallamos cuando no sacamos la suficiente cantidad de constituyentes que permitieran generar otro tipo de propuesta constitucional y, con ello, provocar acuerdos distintos.
Los que conformaron la mayoría de la Convención estaban muy marcados por banderas identitarias y por una postura frente a la sociedad muy ideologizada. Por otro lado, gran parte de la centroizquierda clásica y tradicional renegó de treinta años de avances que, a mi juicio, tuvieron problemas, pero fueron auspiciosos para el país. Esa renegación de la política privilegió al mundo independiente, como si fueran unos angelitos caídos del cielo, conformando un debate constitucional muy marcado hacia un sector, que no digo que sea ilegítimo, porque ganaron las elecciones y las normas se aprobaron con 103 votos, pero que evidentemente provocó problemas, porque finalmente a la ciudadanía no le hizo sentido la propuesta que están planteando y porque la gente percibió que no es una buena receta entregarle la fuerza a uno y dejar a otra división de la sociedad fuera del debate.
Otro problema que quedó clarísimo acá es que se denostó la política como el lugar donde se producen acuerdos y entendimientos, donde hay convergencias y diferencias de opinión muy legítimas. La política se dejó avasallar, a lo mejor producto de sus errores, de la desconfianza ciudadana, de las promesas incumplidas. Eso le dejó la cancha abierta al mundo independiente, que demostró al poco andar que tienen muchísimas deficiencias. Si la propuesta que esta Convención Constitucional presentó es rechazada, significa que estamos frente a una ciudadanía superempoderada, muy informada y que quiere soluciones y cambios, pero no los propuestos.
Si fuera así, no está todo perdido. A partir de lo que se ha trabajado y dependiendo de lo que responda la ciudadanía en este plebiscito de salida, vamos a tener que avanzar. Si el rechazo es el que triunfa, el objetivo es tener una nueva Constitución que interprete a una mayoría más amplia. En ese sentido, este proceso va a seguir dando de qué hablar. Ahora si gana el ‘apruebo’, yo creo que no vamos a cambiar nada. Eso de que cambiaremos la propuesta de Constitución que presentó la Convención no va a ocurrir, por una cosa muy simple: los quórums son muy altos para modificarla. Se requeriría de grandes acuerdos, que no van a existir.
A no caer en esa ingenuidad. El ‘apruebo’ es para implementar, y a lo mejor para hacer algún ajuste, pero menor. Los ajustes profundos, como los que se han prometido, no van a ocurrir muy pronto o van a ser muy difíciles de lograr. Esto lo dicen los partidos como una señal comunicacional para generar confianza, pero es irreal.
Gaspar Domínguez: el vicepresidente que entregó la propuesta constitucional
“Uno de los momentos más memorables fue el día de la inauguración de la Convención Constitucional, cuando quedó elegida como lideresa del proceso, en su primera etapa, una mujer mapuche. En Chile, que es un país muy racista y el único de Latinoamérica, junto con Uruguay, que no reconoce a sus pueblos originarios en la Constitución, nos quedamos con Elisa Loncón dirigiendo el proceso.
Otra de las postales más relevantes fue la ceremonia de cierre, cuando el presidente de la República Gabriel Boric ingresó al salón y recibió de manos mías y de las de la presidenta de la segunda etapa del proceso, María Elisa Quinteros, la propuesta de nueva Constitución escrita por el órgano. Yo estaba en primera fila. Me tocó hacer un discurso y fue muy emocionante ver cómo en ese momento se materializaba el resultado de un año de discusiones, de intenso sacrificio y de participación de millones de compatriotas.
Creo que fue muy eficiente y conmovedor el sistema de participación ciudadana también.
Solo por nombrar algunos hitos, la propia Convención Constitucional sesionó en todas las regiones de Chile. Su pleno estuvo en el norte, en Antofagasta; y en el sur, en Concepción. Pero las comisiones recorrieron distintas ciudades. También hubo personas que participaron telemática y presencialmente, exponiendo, o que sistematizaron información de cabildos y se involucraron en las iniciativas populares de norma constitucional, que tenían que juntar patrocinios para ser discutidas. Todos estos mecanismos de participación sin duda enriquecieron el resultado. Hoy más de treinta normas que están en el texto constitucional provienen, prácticamente y sin modificación, de iniciativas populares de norma.
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Uno de los principales problemas que genera que hoy las personas vean con desconfianza la propuesta de nueva Constitución está vinculado a las emociones que le genera el órgano constituyente. Creo que esto, por una parte, es entendible pero, por otra, también da cuenta de la falta de educación cívica, porque lo que se va a votar es el texto de nueva Constitución, y no si nos caen bien o mal quienes la escribieron.
Además, creo que efectivamente algunos constituyentes hicieron actos del todo reprochables y cuestionables que sin duda mancharon la legitimidad y la confianza con la que partió la Convención Constitucional. En ese sentido, el desafío ahora es que la gente pueda separar el resultado del órgano del texto, y también que se entienda que más del 90% de los convencionales trabajamos de manera profesional, responsable y prolija.
Por otro lado, también hay tener aquí un criterio de realidad. Chile, en sus más de doscientos años de historia republicana, nunca había tenido un proceso ni siquiera similar para escribir una Constitución en forma democrática. Si hoy pudiéramos volver de nuevo al 4 de julio del año 2021, por cierto que haríamos cosas distintas. Pero yo creo que, ad portas del plebiscito histórico en el que estamos ahora, el desafío es referirnos a las importantes puertas que se abren con la aprobación de esta propuesta, más que a los entretelones del proceso mismo, que será materia de estudio del futuro.
Si nuestra propuesta se aprueba, el texto constitucional puede ser mejorado. En su capítulo número 12 establece la forma y los mecanismos para reformarlo. Los requisitos que se requieren son 4/7 de quórum en el Congreso y para reformas sustanciales, se agregó además una ratificación ciudadana y la posibilidad de ingresar iniciativas populares de normas de reforma constitucional.
Si así fuera creo que es perfectamente legítimo, esperable y razonable que en el proceso de implementación del texto constitucional se precisen o modifiquen algunos aspectos, ya sea por los partidos políticos o porque la propia ciudadanía organizada así lo decida. Nuestra propuesta está hecha para convivir en democracia y es democráticamente que puede ser modificada. De hecho, el capítulo de reforma constitucional contiene un artículo que señala la posibilidad de llamar a otra Convención Constitucional, algo que eventualmente en treinta años podría ser el camino que Chile decida.
En caso de que gane el rechazo, lo que ocurre es que se mantiene vigente la Constitución que tenemos hoy, la Constitución del 80, con sus modificaciones posteriores. Cualquier cambio o plan que siga, debe ser siguiendo las normas de esta, entonces más bien creo que rechazar sería volver a foja cero y de alguna manera prolongar el estado de incertidumbre al que Chile ha estado expuesto.
Creo que esta nueva Constitución, en materias como descentralización y derechos sociales, nos pone a tono con el mundo desarrollado y moderno. Y eso no es menor en uno de los países más centralizados, según indicadores objetivos de la OCDE. Por otro lado, establece un Estado Social de Derecho. Hoy en Chile la salud y la educación están entregadas al mercado, pero en esta propuesta el Estado asume otro rol: asegura que la gente tenga las condiciones para acceder a sus derechos y también puede satisfacer estos derechos, ya no necesariamente como prestador.
Hay otras cuestiones que sin duda pondrán a Chile en la vanguardia mundial en materia constitucional y jurídica. Uno es reconocer que la naturaleza es titular de derechos, por ejemplo, [el de] mantenerse ecológicamente equilibrada. ¿Cómo?, específicamente generando una arquitectura y una orgánica institucional que permita ejecutar estos derechos. Lo mismo en materia de género y diversidad sexual: se establece la democracia paritaria para asegurar la representación en todos los espacios democráticos de al menos un 50% de mujeres y garantizar la representación de las personas de la diversidad y las disidencias sexuales.
Por otra parte, incluye el artículo 14, número 3, que establece que Chile debe tener una relación internacional prioritaria con América Latina y el Caribe, para impulsar la integración regional y resguardarla como una zona de paz y libre de violencia”.
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