En la CDMX vivimos en contingencia ambiental todo el año
A través del Manifiesto de la Revolución Urbana, Greenpeace busca mejorar la calidad del aire.
Una sombría nata se apoderó de la Ciudad de México mucho tiempo atrás. Desde entonces, los ojos rojos, el dolor de cabeza y cierta dificultad para respirar en la Zona Metropolitana Valle de México, son malestares que se han convertido en una condición frecuente para muchos.
Sin embargo, durante los primeros días del mes de mayo de este 2019, la situación salió de lo cotidiano, alcanzando niveles tales que la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAME) activó el programa de Contingencia Ambiental Atmosférica Extraordinaria ante la alta concentración de partículas PM2.5 en el aire.
De un momento a otro, el escenario se pintó catastrófico. El día 14 de ese mes, el índice de Calidad del Aire registró 158 puntos para PM 2.5 en el municipio mexiquense de Nezahualcóyotl, al oriente de la Ciudad de México. Una situación alarmante al tomar en cuenta que el rango ideal que establece el índice IMECA va de 0 a 50 puntos. En cuanto a calidad del aire la ciudad alcanzó la categoría Muy Mala y la población mexicana quedó expuesta a efectos graves en la salud, principalmente entre adultos mayores y niños. Mucho más tarde de lo esperado, la autoridades, entre ellas el gobierno de Claudia Sheinbaum, decidieron activar un plan de emergencia que entre sus medidas sugería evitar salir de casa. Las clases fueron suspendidas y hubo empresas que permitieron el trabajo a distancia.
Cuatro días después, la CAME anunció que la contingencia ambiental decretada había llegado a su fin, asegurando que las condiciones meteorológicas habían permitido la dispersión de los contaminantes. Sin embargo, ¿quién le asegura a la sociedad mexicana que su salud está ahora fuera de peligro por los efectos de la contaminación del aire? Basta una visita diaria a la página del Gobierno de la Ciudad de México para verificar que la calidad del aire se mantiene en números alarmantes, generalmente sobre los 100 puntos, lo cual atenta contra los Derechos Humanos al violentar el derecho a la salud.
En México los altos niveles de contaminantes en el aire no son exclusivos de las ciudades, aunque es verdad que las zonas donde más se concentran son la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Puebla, Toluca, Querétaro y Pachuca. A todas estas las une una variable y es el creciente uso del automóvil, un medio de transporte completamente ligada a las emisiones de monóxido de carbono, ozono y partículas finas que la gente respira a diario y en exceso. Organizaciones, asociaciones civiles e incluso la Comisión Nacional de Derechos Humanos, llevan ya algunos años alertando sobre la situación y la necesidad de disminuir los niveles de contaminación.
Greenpeace está entre las organizaciones que más han trabajado para visibilizar y atacar este problema. Este año, una poderosa imagen se apoderó de una de las principales avenidas de la Ciudad de México, el Paseo de la Reforma, cuando miembros de la organización le colocaron a la Diana Cazadora un tanque y mascarilla de oxígeno, acompañados con una manta que decía: “El aire en México mata”. El objetivo era llamar la atención sobre este tema y generar consciencia.
Sin embargo, nada ha cambiado desde entonces. Es por eso que Greenpeace decidió intentarlo de nuevo al promover el Manifiesto de la revolución urbana, una iniciativa con la que buscan desincentivar el uso del automóvil particular a través de la democratización del espacio público. La campaña enfatiza que el uso excesivo del automóvil, frente a la escasa infraestructura para el transporte público y otras modalidades de transporte, está directamente relacionada con las enfermedades respiratorias y cardiovasculares: la causa de muerte de 17 mil personas al año en el país, de los cuales 1680 son menores de cinco años.
“Nadie habla de esto, nadie lo menciona, la gente se está muriendo y cada vez llegan más personas con cáncer de pulmón, enfisema pulmonar, mujeres con partos prematuros, y nadie señala que todos estos males están relacionados con la mala calidad del aire que respiramos”, expresa con evidente frustración la actriz Sophie Alexander-Katz en entrevista con Gatopardo. Al igual que muchos otros mexicanos, aunque no suficientes, ella se quitó la venda de los ojos tras la crisis de contingencia ambiental del pasado mes de mayo. Ver limitadas las actividades cotidianas de las personas, pero en especial de los niños, la hizo consciente del peligro al que están expuestos los seres humanos en ciudades como la nuestro.
Su preocupación la llevó a acercarse a Greenpeace, con quien se aventuró, de junio a septiembre, a explorar siete de las ciudades más contaminadas de México: Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Puebla, Toluca, Querétaro y Pachuca. En cada una de ellas hicieron mediciones de monóxido de carbono, ozono, partículas PM 10 y PM 2.5 a través de viajes en diferentes medios de transporte: autos particulares, transporte público y bicicleta. “Los resultados fueron alarmantes”, afirma Alexander-Katz.
Luego del ejercicio, el camino a seguir fue claro. En México urge “un cambio en la balanza”, dice la actriz, pues en el país existe una inversión desigual en el presupuesto para movilidad, que en realidad puede traducirse como discriminación. En la Ciudad de México, primer lugar a nivel nacional en horas perdidas por congestión vehicular, el presupuesto que se invierte en infraestructura para el automóvil particular equivale a un 71% del total destinado a movilidad, mientras que las alternativas más sustentable solo se llevan el 29% de los recursos, a pesar de que el 45% de la población utiliza el transporte público y solo 21.1% tienen un auto particular.
Esa misma situación de desventaja se replica en los demás estados de la República. Greepeace denuncia que los gobernantes en turno discriminan al fomentar la primacía del coche destinándole la gran mayoría del presupuesto de movilidad. “Hay cosas que no deberían poder arrebatarnos por intereses financieros, y entre esas están el agua y el aire”, advierte Sophie Alexander-Katz. Sin embargo, reconoce que en algunas entidades sí están habiendo cambios como la implementación de vías alternas para las bicicletas o de transporte púbico que funciona a través de electricidad como el trolebús. No obstante, estos “no están al nivel de la emergencia a la que nos enfrentamos”, denuncia,
En un intento más por generar un cambio en la calidad del aire que respiramos y en las oportunidades de transporte con las que cuentan los mexicanos, Greenpeace propone al Gobierno de México nueve puntos de acción a partir del Manifiesto de la Revolución Urbana. Se trata de una serie de compromisos públicos para consolidar una movilidad más sustentable:
- Reordenar todas las rutas de transporte público
- Reorganizar el transporte público en corredores estructurados
- Renovar las unidades vehiculares con unidades de cero emisión
- Consolidar un Sistema Integrado de Transporte Público
- Transformar avenidas principales en calles completas (Con espacio suficiente para que convivan autos, transporte público, bicicletas y peatones)
- Crear centros de transferencia modal (Conexiones entre formas distintas de transporte público)
- Aumentar la infraestructura ciclista
- Ampliar, mejorar y construir baquetas que fomenten la caminabilidad
- Peatonalizar calles en centros históricos
Cumplir con estos nueve puntos sería un primer paso, formal, para frenar la terrible situación ambiental a la que están expuestos los mexicanos. “¿Por qué mereceríamos menos que otros países? El dinero está, es cosa de invertirlo en donde debe ser”, señala Alexander-Katz, quien está segura que al cambio paulatino en favor del medio ambiente se irá sumando la sociedad.
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