Cómo el aire contaminado ataca a tu sistema inmune
No solemos considerar los daños que nos causa respirar el aire contaminado de las ciudades. Además de tos, dolores de cabeza y ojos llorosos, las partículas PM 2.5 y PM 10 están asociadas con algo más grave: las enfermedades autoinmunes, como el lupus, las afectaciones en la tiroides y la celíaca.
Estamos acostumbrados a oír que las partículas contaminantes que flotan en el aire —las PM2.5 y PM10— nos provocan tos, ojos llorosos, dolor de garganta y de cabeza. También sabemos que sus efectos pueden ser graves en algunas personas, causándoles enfermedades respiratorias más serias, y que muchos sufrirán sus efectos con los años, en forma de cáncer de pulmón o de un infarto. Ahora, además, sabemos que la contaminación del aire está relacionada con las enfermedades autoinmunes.
Las PM2.5 y PM10, que entran a nuestro organismo cuando respiramos, pueden alterar nuestro sistema inmunológico. Por eso, más personas están perdiendo la capacidad de que sus cuerpos las protejan y desarrollando alguna de las enfermedades autoinmunes que existen (las más frecuentes son la diabetes tipo 1, la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, el lupus, la enfermedad de Graves y la celíaca). En esta advertencia coinciden la doctora Magali Hurtado Díaz, investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública, y Teresa Imelda Fortoul Van der Goes, investigadora del Departamento de Biología Celular y Tisular de la Facultad de Medicina de la UNAM.
La alta toxicidad de las PM2.5 y PM10, además de la presencia en el aire de metales como el plomo, el mercurio y el arsénico, entre otros, alteran la respuesta inmune de nuestro cuerpo y hacen que ésta se confunda: en lugar de protegernos, se convierte en un enemigo y ataca a sus propias células, explica también el doctor José Marcelo Rodríguez, endocrinólogo e investigador de la Universidad George Washington y la Universidad de Yale.
Los científicos saben que hay múltiples factores asociados con la aparición de las enfermedades autoinmunes —como la edad, el sexo y los genes—, pero la contaminación atmosférica y la presencia de estas partículas es una de las líneas de investigación menos conocidas por el público.
Un estudio que publicó la Universidad de Verona, en Italia, documentó por primera vez que estar expuestos durante largos periodos a la contaminación atmosférica puede incrementar el riesgo de padecer alguna de las enfermedades autoinmunes. El estudio monitoreó a más de 81 mil personas durante cuatro años y encontró que al estar en contacto con la polución del aire, se elevó hasta un 13% el riesgo de que desarrollaran alguna enfermedad de este tipo.
En México, el doctor Julio Granados Arreola, investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, estimó en 2019 que el 30% de los mexicanos puede desarrollar alguna enfermedad de esta clase en algún momento de su vida, debido a una predisposición genética. Pero es probable que los pacientes no se enteren, pues estos padecimientos difícilmente se diagnostican correctamente. Se cree que en aquel año 30 millones de personas no recibieron su diagnóstico a tiempo y eso hace que su calidad de vida se deteriore.
Hasta ahora no hay registros oficiales de cuántas personas en México padecen enfermedades autoinmunes. Existen algunas organizaciones, como Pacientes Autoinmunes con Procesos Inflamatorios (PAU) y el Registro Mexicano de Lupus de la UNAM, que empezaron a llevar el registro hace apenas unos años.
Aunque cada una de las enfermedades autoinmunes tiene síntomas distintos, comparten algunos, como la fatiga, el dolor muscular, la dificultad para concentrarse –o “niebla mental”– y la pérdida de cabello.
También afectan principalmente a las mujeres, coinciden las especialistas consultadas. Es así por culpa de los estrógenos, las hormonas presentes en el desarrollo de las características físicas de las mujeres, y del uso prolongado de anticonceptivos, ambos relacionados con el deterioro del sistema inmunológico, explica el doctor José Marcelo Rodríguez.
Los efectos del aire sucio que respiramos
Primero le vino un fuerte dolor de cabeza, después sintió cómo poco a poco una fatiga fue venciendo a su cuerpo, luego comenzó a sangrar de la nariz. Algo no estaba bien, pero Ximena no se podía explicar qué había empezado a sucederle en 2019. Fue a una consulta médica, pero el doctor no identificó la enfermedad que provocaba sus síntomas, en cambio, le respondió: “Puede ser que la contaminación te esté afectando”.
El mismo año algo parecido le ocurrió a Elisa. Empezó a sentir un cansancio brutal, le costaba el doble de trabajo levantarse, trabajar y hasta cocinar. Todo era muy pesado y doloroso. Luego vinieron las náuseas, los mareos, el dolor de cabeza, la nariz tapada, la irritabilidad en su estado de ánimo y los ojos llorosos. Todos son síntomas de la rinitis aguda que después le diagnosticaron por la misma razón: la contaminación atmosférica, el aire sucio que respiramos.
Ximena y Elisa no se conocen pero, para las dos, vivir en la Ciudad de México daña su salud debido a los altos niveles de contaminación que agravan los síntomas de las enfermedades que padecen. Cuando el Valle de México entra en contingencia ambiental, la capital se vuelve inhabitable para ellas. En lo que va del año se han registrado cinco. Por eso ambas han pensando en exiliarse en otra ciudad, donde respirar no sea un peligro.
Ximena fue diagnosticada a los veintiséis años con esclerosis múltiple y lupus, dos enfermedades autoinmunes. Elisa, de 37, también padece una enfermedad de este tipo: el síndrome de Hashimoto, una condición que afecta su glándula de la tiroides y le provoca dolor en sus articulaciones. Tuvieron que transcurrir entre dos y cuatro años para que los médicos dieran con el diagnóstico de Elisa y Ximena. Pasaron por decenas de especialistas y gastaron hasta 60 mil pesos en diagnósticos hasta que pudieron nombrar sus enfermedades.
En 2019, el año en el que se agravaron los síntomas de estas dos mujeres, sólo hubo 96 días de buena calidad del aire en el Valle de México, según la Dirección de Monitoreo Atmosférico del gobierno local. Elisa optó por exiliarse dentro de la misma Ciudad de México, pero en un lugar más verde. Antes vivía en Tlatelolco, cerca del Centro Histórico, una de las zonas del Valle de México donde más se concentra la contaminación, y esta le desataba dolores de cabeza, alergias y fatiga. Ahora vive cerca del Parque Nacional de los Dinamos, un lugar donde ya no siente que se ahoga cada vez que hay contingencia ambiental.
La vitamina del sol
La presencia de partículas contaminantes en el ozono también está provocando que nuestro cuerpo deje de producir el principal nutriente que alimenta nuestro sistema inmune: la vitamina D3, continúa su explicación el doctor Marcelo Rodríguez.
Esa vitamina la producimos naturalmente cuando nuestra piel se expone directamente a la luz natural –no por nada es conocida como la vitamina del sol–. El problema es que la contaminación atmosférica impide que los rayos ultravioleta lleguen a nosotros y entonces es más difícil que nuestro cuerpo la fabrique, explica el también investigador de la Universidad de Yale.
No hay otra forma de hacerlo porque no hay alimento que sustituya al sol. “Imagínate esto: comer diez aguacates equivale a quince minutos de sol. Es decir, no hay forma de reemplazarlo. Estamos perdiendo esta protección natural”.
Es cierto que la radiación UV y UVB daña directamente el ADN de las células de la piel, por eso los expertos aconsejan no exceder la exposición bajo el sol a más de veinte o treinta minutos al día.
Sin embargo, la contaminación atmosférica, como advierte el doctor Marcelo Rodríguez, ha triplicado la prevalencia de las enfermedades autoinmunes en grandes ciudades como Guadalajara, Panamá, California, Miami, Madrid, París. “La disminución de la vitamina D3 en el 50% de la población y el aumento de contaminantes en el ambiente están generando una tormenta perfecta para la aparición de estas enfermedades. Estamos viendo que se están multiplicando”.
Los contaminantes que respiramos
Las medidas de las partículas PM2.5 y PM10 son semejantes a las de un grano de arena y su volumen es menos grueso que uno de nuestros cabellos. Están ahí pero no las vemos. Cuando se impregnan en la piel, pueden causar irritación, manchas y acelerar el envejecimiento de nuestros tejidos. En el tracto digestivo alteran el metabolismo y detonan infecciones. Reducen la densidad de los huesos. Incluso alteran la calidad de los espermatozoides, afectan los procesos de ovulación y el embarazo. Y la lista de daños podría seguir, advierte Imelda Fortoul.
El problema con estas partículas es que se quedan suspendidas por períodos más prolongados en la atmósfera, viajan distancias más largas y se cuelan hasta en los interiores de las casas y oficinas, según el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático.
Tampoco hay lugar en el mundo que se salve de ellas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que el 99% de la población respira aire sucio. Se estima que la contaminación atmosférica provoca 7 millones de muertes prematuras cada año. En México se calcula que cada año 48 mil personas mueren prematuramente por una enfermedad asociada a este fenómeno. Es decir, en promedio 131 personas mueren debido a esto todos los días, según los datos del Instituto Nacional de Salud Pública.
En un intento por salvar millones de vidas, la OMS ha establecido parámetros límite para los contaminantes más comunes en la atmósfera. En el caso de las PM2.5, por ejemplo, se recomienda que estas partículas no sobrepasen los 5 microgramos por metro cúbico de aire al año, un umbral muy por debajo de los niveles que se presentan en el Valle de México. En la capital del país, por ejemplo, durante 2021 hubo un promedio de 21.7 microgramos por metro cúbico de aire, es decir, cuatro veces más que el límite establecido por la OMS. En sus puntos más extremos, el Valle de México ha llegado a ahogarnos y tocar los 150 microgramos.
El otro enemigo: el covid-19
Una investigación del Instituto Tecnológico de Monterrey y el CIDE reveló en 2020 que las partículas de la contaminación del aire también podrían generar una reacción inflamatoria en nuestro organismo y aumentar el riesgo de infecciones por virus hasta en 7.4% en las zonas de la ciudad donde hay una mayor exposición a las PM 2.5.
El estudio publicado en la revista Science of the Total Environment señaló que la exposición actual a la contaminación atmosférica podría contribuir a la propagación del covid-19, ya que las partículas son un vehículo perfecto para que el virus se transporte y llegue fácilmente a los pulmones. “Los resultados de China parecen confirmar esto, ya que muestran una relación positiva entre los contaminantes del aire y la infección por covid-19”.
La hipótesis fue respaldada por otro estudio elaborado por el Instituto Nacional de Salud Pública, el cual estimó el riesgo de mortalidad por covid-19 y la contaminación del aire en 8%, explica la doctora Magali Hurtado Díaz.
¿Podemos estar a salvo? La respuesta es más compleja de lo que parece. Teresa Imelda Fortoul la resume así: “si quisiéramos evitar enfermarnos por la contaminación del aire, tendríamos que dejar de respirar”.
Los especialistas consultados para este texto coinciden en que no hay una acción en sí misma que podamos llevar a cabo para protegernos de los contaminantes ni un tratamiento que haga que el aire que entra a nuestros pulmones sea más limpio. La respuesta necesariamente pasa por un cambio social, impulsado por políticas públicas, para disminuir los residuos que desechamos, la contaminación que genera el uso excesivo de coches y la necesidad de exigir alternativas que nos garanticen que respirar no sea un peligro mortal.
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