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Ser de Ecatepec y de ningún lado: la población flotante de la Ciudad de México

Ser de Ecatepec y de ningún lado: la población flotante de la Ciudad de México

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Una mujer camina en Ecatepec, al norte de la Ciudad de México. Fotografía de Jorge Dan Lopez / REUTERS.
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Tiempo de Lectura: 00 min

Sin planeación alguna, la mayor parte de Ecatepec de Morelos se construyó y expandió durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy es una de las zonas urbanas más estigmatizadas de México y encarna la periferia. Para sus habitantes, vivir en uno de los municipios más poblados del país conlleva una rutina de traslados que toman varias horas: la marginación obliga a que se habiten dos ciudades.

Todavía no amanece este primer lunes de julio y una larga fila de personas espera la combi en la base de la Ruta 30, en Paseos de Ecatepec, Ecatepec de Morelos. La mayoría va cargando mochilas o bolsas grandes; quienes viajan juntos conversan, miran el tránsito fluir en avenida Recursos Hidráulicos o solo revisan el teléfono celular para hacer tiempo. Sus rostros cansados lo confirman: vivir en la periferia significa levantarse mucho antes de que las ciudades se activen.

Pronto el pavimento se ilumina por los faros de una Nissan Urvan, que no es nueva, pero se advierte el cuidado de su dueño; en el cofre, lo que parecen ser unas manchas azules y naranjas se transforman en el logo de la Ruta 30. La combi ha llegado. La gente espabila. Los que están con los hombros caídos se enderezan, algunos dan unos pasitos al frente queriendo ganar anticipadamente un lugar donde sentarse. El checador de la ruta, persona encargada de coordinar el abordaje a las unidades de transporte y anotar los tiempos de salida y llegada de estos vehículos, indica al chofer dónde estacionarse. No hace falta anunciar a gritos el destino: todos nos dirigimos al mismo sitio, la Ciudad de México.

Antes de la pandemia por covid-19, en promedio, un habitante de Ecatepec que estudiaba o trabajaba en la capital pasaba más de novecientas horas en el transporte público al año. El cálculo lo he hecho yo mismo: multipliqué las horas de traslado diarias (tres, tres y media, cuatro horas) por los días hábiles del año. Desde hace meses que el regreso a las actividades presenciales ha traído de vuelta el ajetreo urbano.

—Para mí las clases en línea fueron una superventaja —dice Erandi Morán, de dieciocho años, estudiante de la Prepa 9 y habitante de Ecatepec. En agosto entrará a estudiar a la Facultad de Odontología de la UNAM—. Podía dormir más porque me levantaba media hora antes de mi primera clase; además le ahorraba a mi papá lo de los pasajes. Pero bueno, mi carrera no es como que se pueda hacer en línea y a distancia.

La primera persona que está formada abre la puerta corrediza y el aroma a Pinol se filtra por el cubrebocas de quienes ocuparán los diecisiete lugares del transporte público. Los cuerpos se apretujan en ese espacio pequeño. Trasladarse a la Ciudad de México desde municipios conurbados como Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan y Tlalnepantla conlleva un gasto económico, de tiempo y energía. Sin embargo, debido a la falta de opciones laborales y educativas, más de un millón seiscientos mil habitantes viajan desde el Estado de México todos los días, según datos de la última Encuesta Origen Destino en Hogares de la Zona Metropolitana del Valle de México.

—Me gasto unos mil pesos en pasaje [al mes], pero gano más de lo que se puede ganar acá —dice Daniel Ontiveros, que acaba de cumplir veintinueve años.

Él utiliza las combis de la Ruta 30, de lunes a viernes, para ir a su trabajo como oficinista al sur de la Ciudad de México. Sigue viviendo en Ecatepec porque es el sustento económico de su familia y, además, le sale más barato pagar pasajes que una renta cerca del lugar donde trabaja.

La camioneta arranca con rumbo a la autopista México-Pachuca; las personas abren bolsos y carteras para entregar su pasaje al conductor.

—¿Del de cien cuántos me cobro?
—Uno. ¡Hasta Indios Verdes!

En el Estado de México, la tarifa base del transporte concesionado es de doce pesos; seis más que en la Ciudad de México. A partir de los cinco kilómetros se van sumando cincuenta centavos por kilómetro. Pero esta camioneta es de servicio directo (no sube pasajeros durante su trayecto) y el conductor cobra diecinueve pesos, un precio que muchos están dispuestos a pagar porque ese recorrido de sus hogares al metro (y viceversa) es el momento más peligroso del día. Así lo indica la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre de 2022: 95.6% de los habitantes de Ecatepec de dieciocho años o más dijeron sentirse inseguros en el transporte público, el segundo porcentaje más alto a nivel nacional, detrás de Cuautitlán Izcalli, otro municipio del Estado de México. No hay otro lugar donde los ecatepenses se sientan más inseguros. En los últimos meses se han vuelto virales videos de cámaras de seguridad que han filmado diversos asaltos a mano armada. En abril de 2022 se difundió el video de una chica que estallaba en llanto porque le habían robado la mochila con la computadora en la que llevaba la tarea, un despojo consumado en apenas quince segundos.

Una hora. Una hora y quince minutos. Tal vez ese sea el tiempo que tarde la camioneta en llegar al metro Indios Verdes. El cálculo siempre es un aproximado porque se trata de un trayecto impredecible, y cualquier acontecimiento, un accidente automovilístico o las inundaciones en temporada de lluvias, puede sumar media hora o cuarenta minutos más; en algunos casos, duplicar el tiempo del viaje.

Una hora. Una hora y quince minutos. Para entonces la combi habrá recorrido la autopista México-Pachuca y por las ventanas se habrá visto ese sembradío. en partes multicolor, en partes gris, debido a las casas a lo largo de la Sierra de Guadalupe: Viveros de Tulpetlac, Benito Juárez, Tablas del Pozo, entre otras colonias que han crecido de manera irregular a lo largo de esa área natural protegida.

Fotografía de Gerardo Vieyra / REUTERS.

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Una ciudad. Ocho pueblos, doce barrios, 181 fraccionamientos, 334 colonias coexisten en un espacio geográfico de 186.9 kilómetros cuadrados. Pero no siempre fue así.

Hasta antes de la mitad del siglo XX, Ecatepec era un municipio rural que se sostenía de la agricultura y la ganadería; apenas seis pueblos —San Cristóbal Ecatepec, Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac— y unas cuantas rancherías estaban conectados por unos caminos que atravesaban campos verdes aún sin fraccionar; el río de los Remedios era todavía un afluente de agua y no una fosa de cuerpos.

La urbanización comenzó en 1943. En el informe “Construcción social del espacio urbano: Ecatepec y Nezahualcóyotl. Dos gigantes del oriente”, Maribel Espinosa Castillo y Mario Bassols Ricárdez señalan el acontecimiento que lo cambió todo: la llegada de la fábrica Sosa Texcoco cerca de la avenida central, una empresa dedicada a la producción de sosa cáustica y carbonato de sodio, y cuyos empleados, junto a sus familias, se establecieron en el municipio. En los años siguientes continuaron instalándose más fábricas de rubros como el químico y siderúrgico dentro de Xalostoc, Santa Clara y Tulpetlac, formando así los primeros parques industriales y, con ellos, las primeras colonias obreras en sus inmediaciones. Empezaron a poblarse a sus costados la vía Morelos y la carretera México-Pachuca. En 1930, Ecatepec tenía una población de 8 762 personas. Para el año 1950 eran 15 226.

Este municipio, con 1 645 352 habitantes, cambia un poco a partir de las diez de la mañana. Algo es distinto durante estas horas, cierta tranquilidad que termina a la una de la tarde, cuando los niños empiezan a salir de las escuelas. Camino por Vista Hermosa, una colonia del poniente, la última antes de que comience la Sierra de Guadalupe, o “el cerro”, como se le conoce entre los habitantes. Estas calles empinadas se recorren despacio. Al prestar atención a las casas se puede percibir la preocupación que desde hace años se ha sentido por la inseguridad. Barrotes estrechos resguardan las ventanas; los portones, casi siempre de metal galvanizado, suelen ocultar en su totalidad el interior de las casas. Cada elemento contribuye a buscar mayor protección. Las bardas, por ejemplo, tienen alambres o pedazos de vidrios enterrados en los bordes; caminar cerca de algunas de estas puertas provoca un coro de ladridos, perros embravecidos se arrojan contra el zaguán, dispuestos a defender casa y familia.

Aunque el recorrido lo realizo caminando, Ecatepec no es un municipio para peatones. Cada tanto se debe uno bajar de la banqueta, pues están invadidas por automóviles, bultos de grava y arena, y puestos ambulantes construidos con lonas amarradas a postes de luz —un hilo más en esos enjambres de cables negros enmarañados—. En otras zonas, las banquetas están en mal estado o son inexistentes. Apenas en marzo de 2022 se decretó la implementación de la primera vialidad peatonal del municipio: la calle Emilio Carranza, que desemboca en el jardín municipal, solo podrá transitarse a pie o en bicicleta a través de una ciclovía.

Entre las calles de la Vista Hermosa hay dos consultorios de médicos privados, siete tiendas de abarrotes, cuatro farmacias. Y como en cualquier parte de este país, muchas familias construyen sus negocios dentro de sus hogares. Solo hay algo que no es posible encontrar en esta colonia: una ventana que no tenga barrotes.

Carretera México - Tizayuca, Ecatepec, Estado de México, 1945. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

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Patricia Eugenia Olivera Martínez, doctora en Geografía y maestra en Urbanismo por la UNAM, apunta en su estudio “Proceso de urbanización en Ecatepec, el Estado como agente promotor” que, “en Ecatepec, el rápido incremento de establecimientos industriales, estatales, privados nacionales y extranjeros sostuvo un incremento correspondiente de fuerza de trabajo. […] Esto contribuye al surgimiento de los primeros fraccionamientos autorizados en el municipio, el crecimiento de antiguas localidades, nuevas colonias, comienza la ocupación ilegal de terrenos fundamentalmente en propiedad privada; los ejidos comienzan a ser ocupados”.

Durante los cincuenta y los sesenta, la mancha urbana se expandió fuera de los antiguos pueblos de Ecatepec y de las colonias obreras, impulsada por la concentración económica que había en el municipio gracias a la industria. Esta urbanización acelerada tuvo su auge en las décadas siguientes, llegando al millón de habitantes a finales de los ochenta debido a las constantes migraciones desde otros estados y de la propia Ciudad de México. Distintas razones dieron origen a estas olas migratorias, pero entre todas destaca la gran oferta de vivienda que había por parte del Estado, ya que eran constantes las construcciones de fraccionamientos y unidades habitacionales populares. Fue entonces que, sin control ni planeación, la población se desbordó a lo largo del territorio. Según el Inegi, en diez años, de 1970 a 1980, el municipio pasó de 216 408 habitantes a 784 507.

Así, mientras barre la banqueta de su casa en avenida Río Grande, una mañana de junio, como todas las mañanas desde hace más de treinta años, cuando pavimentaron, Aurelia Padilla, una de las primeras habitantes de Tierra Blanca, colonia cercana a la cabecera municipal, recuerda su arribo en 1983:

—Había mucho terreno baldío. Con decirte que la primera casa que hicimos Juan [su esposo] y yo era con techo de lámina. No teníamos luz ni drenaje. Era más rústico, pero no había viciosos en la calle.

Todavía en los noventa se crearon varios asentamientos al norte, cerca de los límites con los municipios de Coacalco de Berriozábal y Jaltenco. Emiliano Ruiz Parra narra, en su libro Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo, la creación de una de esas colonias: “El barrio marginal creció de manera exponencial en la década de los setenta. Para la década de los noventa ya no había casi tierras disponibles en el extrarradio de las ciudades. Golondrinas era el último pedazo de Ecatepec”. Durante esa misma década vino el declive industrial. La fábrica que lo cambió todo, Sosa Texcoco, cerró en 1993. Otras más abandonaron el municipio en la transición al siglo XXI; algunas más ya lo habían hecho antes, en la crisis de 1982. Pero los habitantes no se fueron. El 23 de abril de 2003, en una parte de los terrenos salinos que había pertenecido a Sosa Texcoco, comenzó la construcción del último gran complejo habitacional de Ecatepec, el de Las Américas, con quince mil nuevas casas. Al proyecto se le añadió, además, un centro comercial con el mismo nombre del fraccionamiento.

En la actualidad, el municipio continúa recibiendo a nuevos pobladores. De acuerdo con Reforma, miles de familias de bajos ingresos que abandonan la Ciudad de México por falta de vivienda a costos accesibles ven al Estado de México como una opción para vivir: “Según la Comisión Nacional de Vivienda, entre las zonas receptoras están Ecatepec, Tecámac, Coacalco, Ixtapaluca, Tizayuca y Tultitlán”.

El crecimiento caótico ha tenido sus consecuencias.

—Tiene años que no cae agua a diario, tengo que estar llamando a la pipa para llenar la cisterna —dice Aurelia sobre la actual situación que se vive en la colonia—. Yo como sea, pero las niñas [sus nietas] tienen que salir diario por su escuela. Ya fuimos los vecinos a quejarnos al municipio, pero dicen que como hay muchos que no pagan... Nosotros todos los años pagamos. ¿Pa’ qué?, me pregunto, si ni tenemos el servicio como Dios manda.

Juan, el difunto esposo de Aurelia, trabajó durante más de veinte años en la fábrica de jabón La Corona, instalada en el corredor industrial de Xalostoc. Su casa de lámina se transformó en una de dos pisos, hecha de tabiques y cemento. De lo único que se arrepiente Aurelia, es de no haberle hecho caso a su esposo cuando le pidió que regresaran a su pueblo natal, en el estado de Hidalgo, después de que él se jubilara.

—“¿Qué hacemos aquí?”, me decía —recuerda Aurelia, quien en septiembre cumple nueve años de haber enviudado.

La mancha urbana lo devora todo.
Incluso aquello que la hizo posible.

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Ser parte de la población flotante de la Ciudad de México implica que todas tus amistades (o la mayoría) vivan ahí. A veces estos vínculos son complicados: quienes habitan en la periferia deben desplazarse hacia al centro para convivir, pues son conscientes de que los habitantes de la Ciudad de México no los visitarán, ya sea porque desconocen las zonas periféricas o por prejuicios. En redes sociales varias personas se han expresado sobre esta situación. En un tuit de mayo de 2021, con más de 1 400 likes, 77 tuits citados y 266 retuits puede leerse: “Mucha periferia, pero ¿cuándo van a visitar a sus amigos del Estado [de México] o hacen planes allá? ¿Cuántas veces se han burlado de nosotros por vivir en el ‘establo’? ¿Cuánta empatía demuestran cuando les comunicamos que tomamos, por lo menos, tres transportes para verlos en su centro?”. Así, “es que tu vives en el Edomex” es la sentencia recurrente.

Ser parte de la población flotante también significa sentir más próximo lo lejano. Un ejemplo de ello es que, debido a la falta de espacios de recreación y a los problemas de movilidad dentro del municipio, para muchos ecatepenses que son población flotante es más fácil viajar tres horas para ir al Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México que visitar el Parque Ecológico Ehécatl, ubicado a unos minutos del centro del municipio; más viable el trayecto al Zócalo de la capital que al propio San Cristóbal, cabecera de Ecatepec. Pero esto también podría deberse a la falta de un sentido de pertenencia y arraigo por parte del “poblador flotante”, a que su condición de viajero diario altera la relación que tiene con el espacio de su localidad. Carlos Gándara Woongg, Fernando Padilla Lozano y Pablo Gutiérrez Castorena advierten, en su artículo “Población flotante y ciudad desde una perspectiva socioespacial: revisión de estudios recientes”, que “la falta de sentido de pertenencia, por parte de la población flotante, resulta en una carente atención al entorno local”.

Puente en paraje de San Cristóbal Ecatepec, 1925. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

Angélica Rivero López, doctora en Antropología y cronista vitalicia de Ecatepec de Morelos por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, encargada de difundir su historia mediante publicaciones y recorridos por lugares emblemáticos del territorio, considera que pueden ser diversos los factores que provoquen el desapego del municipio. Entrevistada por Zoom para Gatopardo, Rivero López menciona que existen dos formas muy marcadas de habitar el municipio: una es la de los pueblos antiguos de Ecatepec (Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac), donde la mayoría de los pobladores son oriundos y practican y conservan ciertas celebraciones como procesiones y fiestas patronales, y la otra, la de las comunidades que se han formado desde mediados del siglo pasado a través de la migración. En estos últimos, la antropóloga advierte un desconocimiento del territorio que habitan:

—Si tú vas a cualquier colonia o fraccionamiento, saben que están en Ecatepec, pero no saben que hay pueblos originarios —dice.

Estos pueblos no son comunidades descendientes de culturas precolombinas, aunque en el municipio sí hubo asentamientos antes de la conquista; el concepto se aplica a aquellos pueblos que conformaban el municipio cuando este se estableció en 1887. Hay otros tres pueblos: Guadalupe Victoria, San Isidro Atlautenco y San Andrés de la Cañada, pero no se les considera originarios porque adquirieron la categoría de pueblo en los siglos XX y XXI. En 1980, el entonces gobernador del estado, Jorge Jiménez Cantú, decretó la asignación de la categoría ciudad al pueblo originario de San Cristóbal Ecatepec.

—Si tú les mencionas, por ejemplo, Santa María Chiconautla, pues quién sabe dónde queda. Es esta desinformación de no conocer este espacio donde se está viviendo, donde se está trabajando, donde se está estudiando.

Para Rivero López, el desconocimiento de la historia del territorio es la principal causa del casi nulo sentido de pertenencia de un gran porcentaje de la población:

—No se tiene ese arraigo porque no se conoce. Dicen que nadie protege ni cuida lo que no se conoce. Si no conocen la historia de la localidad, ¿cómo la van a proteger?, ¿cómo van a querer al espacio en donde están viviendo si no lo conocen? Porque sí, se vive en una zona marginada, pero esa zona marginada tiene su historia.

La deficiente difusión de la historia y el patrimonio cultural de Ecatepec de Morelos es un problema de las autoridades municipales; uno de tantos. Al margen de esto, remarca que se deben tener en cuenta la heterogeneidad y complejidad del municipio, en el que confluyen pueblos, fraccionamientos, barrios y asentamientos irregulares. Nuevas identidades se crean, y quien vive cuatro horas de su día en el transporte público no tiene tiempo (ni ánimo) para investigar la historia del sitio donde solamente duerme. Es difícil arraigar un sentido de pertenencia a un lugar cuando se habitan dos ciudades: cuando se es parte de una población flotante.

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En cuatro horas terminará el primer lunes de julio de 2022. Alumbradas por unos focos amarillentos, varias filas de personas esperan abordar el transporte que las llevará de regreso a casa. Caminan, se empujan, se atraviesan en el camino de otro, culebrean para evitar mezclarse con las demás filas, todas cubiertas bajo pequeñas estructuras de lámina y plástico improvisadas en la banqueta. Es el paradero del transporte público afuera de la estación del metro Indios Verdes. En los parabrisas de combis y camiones, iluminados por luces neón, pequeños carteles anuncian los destinos de las rutas. Entre los charcos que se forman en baches y coladeras cubiertas de basura, diecisiete personas suben a una camioneta y ocupan los asientos. En menos de doce horas estarán aquí, de nuevo, de camino a sus trabajos y escuelas.

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Sin planeación alguna, la mayor parte de Ecatepec de Morelos se construyó y expandió durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy es una de las zonas urbanas más estigmatizadas de México y encarna la periferia. Para sus habitantes, vivir en uno de los municipios más poblados del país conlleva una rutina de traslados que toman varias horas: la marginación obliga a que se habiten dos ciudades.

Todavía no amanece este primer lunes de julio y una larga fila de personas espera la combi en la base de la Ruta 30, en Paseos de Ecatepec, Ecatepec de Morelos. La mayoría va cargando mochilas o bolsas grandes; quienes viajan juntos conversan, miran el tránsito fluir en avenida Recursos Hidráulicos o solo revisan el teléfono celular para hacer tiempo. Sus rostros cansados lo confirman: vivir en la periferia significa levantarse mucho antes de que las ciudades se activen.

Pronto el pavimento se ilumina por los faros de una Nissan Urvan, que no es nueva, pero se advierte el cuidado de su dueño; en el cofre, lo que parecen ser unas manchas azules y naranjas se transforman en el logo de la Ruta 30. La combi ha llegado. La gente espabila. Los que están con los hombros caídos se enderezan, algunos dan unos pasitos al frente queriendo ganar anticipadamente un lugar donde sentarse. El checador de la ruta, persona encargada de coordinar el abordaje a las unidades de transporte y anotar los tiempos de salida y llegada de estos vehículos, indica al chofer dónde estacionarse. No hace falta anunciar a gritos el destino: todos nos dirigimos al mismo sitio, la Ciudad de México.

Antes de la pandemia por covid-19, en promedio, un habitante de Ecatepec que estudiaba o trabajaba en la capital pasaba más de novecientas horas en el transporte público al año. El cálculo lo he hecho yo mismo: multipliqué las horas de traslado diarias (tres, tres y media, cuatro horas) por los días hábiles del año. Desde hace meses que el regreso a las actividades presenciales ha traído de vuelta el ajetreo urbano.

—Para mí las clases en línea fueron una superventaja —dice Erandi Morán, de dieciocho años, estudiante de la Prepa 9 y habitante de Ecatepec. En agosto entrará a estudiar a la Facultad de Odontología de la UNAM—. Podía dormir más porque me levantaba media hora antes de mi primera clase; además le ahorraba a mi papá lo de los pasajes. Pero bueno, mi carrera no es como que se pueda hacer en línea y a distancia.

La primera persona que está formada abre la puerta corrediza y el aroma a Pinol se filtra por el cubrebocas de quienes ocuparán los diecisiete lugares del transporte público. Los cuerpos se apretujan en ese espacio pequeño. Trasladarse a la Ciudad de México desde municipios conurbados como Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan y Tlalnepantla conlleva un gasto económico, de tiempo y energía. Sin embargo, debido a la falta de opciones laborales y educativas, más de un millón seiscientos mil habitantes viajan desde el Estado de México todos los días, según datos de la última Encuesta Origen Destino en Hogares de la Zona Metropolitana del Valle de México.

—Me gasto unos mil pesos en pasaje [al mes], pero gano más de lo que se puede ganar acá —dice Daniel Ontiveros, que acaba de cumplir veintinueve años.

Él utiliza las combis de la Ruta 30, de lunes a viernes, para ir a su trabajo como oficinista al sur de la Ciudad de México. Sigue viviendo en Ecatepec porque es el sustento económico de su familia y, además, le sale más barato pagar pasajes que una renta cerca del lugar donde trabaja.

La camioneta arranca con rumbo a la autopista México-Pachuca; las personas abren bolsos y carteras para entregar su pasaje al conductor.

—¿Del de cien cuántos me cobro?
—Uno. ¡Hasta Indios Verdes!

En el Estado de México, la tarifa base del transporte concesionado es de doce pesos; seis más que en la Ciudad de México. A partir de los cinco kilómetros se van sumando cincuenta centavos por kilómetro. Pero esta camioneta es de servicio directo (no sube pasajeros durante su trayecto) y el conductor cobra diecinueve pesos, un precio que muchos están dispuestos a pagar porque ese recorrido de sus hogares al metro (y viceversa) es el momento más peligroso del día. Así lo indica la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre de 2022: 95.6% de los habitantes de Ecatepec de dieciocho años o más dijeron sentirse inseguros en el transporte público, el segundo porcentaje más alto a nivel nacional, detrás de Cuautitlán Izcalli, otro municipio del Estado de México. No hay otro lugar donde los ecatepenses se sientan más inseguros. En los últimos meses se han vuelto virales videos de cámaras de seguridad que han filmado diversos asaltos a mano armada. En abril de 2022 se difundió el video de una chica que estallaba en llanto porque le habían robado la mochila con la computadora en la que llevaba la tarea, un despojo consumado en apenas quince segundos.

Una hora. Una hora y quince minutos. Tal vez ese sea el tiempo que tarde la camioneta en llegar al metro Indios Verdes. El cálculo siempre es un aproximado porque se trata de un trayecto impredecible, y cualquier acontecimiento, un accidente automovilístico o las inundaciones en temporada de lluvias, puede sumar media hora o cuarenta minutos más; en algunos casos, duplicar el tiempo del viaje.

Una hora. Una hora y quince minutos. Para entonces la combi habrá recorrido la autopista México-Pachuca y por las ventanas se habrá visto ese sembradío. en partes multicolor, en partes gris, debido a las casas a lo largo de la Sierra de Guadalupe: Viveros de Tulpetlac, Benito Juárez, Tablas del Pozo, entre otras colonias que han crecido de manera irregular a lo largo de esa área natural protegida.

Fotografía de Gerardo Vieyra / REUTERS.

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Una ciudad. Ocho pueblos, doce barrios, 181 fraccionamientos, 334 colonias coexisten en un espacio geográfico de 186.9 kilómetros cuadrados. Pero no siempre fue así.

Hasta antes de la mitad del siglo XX, Ecatepec era un municipio rural que se sostenía de la agricultura y la ganadería; apenas seis pueblos —San Cristóbal Ecatepec, Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac— y unas cuantas rancherías estaban conectados por unos caminos que atravesaban campos verdes aún sin fraccionar; el río de los Remedios era todavía un afluente de agua y no una fosa de cuerpos.

La urbanización comenzó en 1943. En el informe “Construcción social del espacio urbano: Ecatepec y Nezahualcóyotl. Dos gigantes del oriente”, Maribel Espinosa Castillo y Mario Bassols Ricárdez señalan el acontecimiento que lo cambió todo: la llegada de la fábrica Sosa Texcoco cerca de la avenida central, una empresa dedicada a la producción de sosa cáustica y carbonato de sodio, y cuyos empleados, junto a sus familias, se establecieron en el municipio. En los años siguientes continuaron instalándose más fábricas de rubros como el químico y siderúrgico dentro de Xalostoc, Santa Clara y Tulpetlac, formando así los primeros parques industriales y, con ellos, las primeras colonias obreras en sus inmediaciones. Empezaron a poblarse a sus costados la vía Morelos y la carretera México-Pachuca. En 1930, Ecatepec tenía una población de 8 762 personas. Para el año 1950 eran 15 226.

Este municipio, con 1 645 352 habitantes, cambia un poco a partir de las diez de la mañana. Algo es distinto durante estas horas, cierta tranquilidad que termina a la una de la tarde, cuando los niños empiezan a salir de las escuelas. Camino por Vista Hermosa, una colonia del poniente, la última antes de que comience la Sierra de Guadalupe, o “el cerro”, como se le conoce entre los habitantes. Estas calles empinadas se recorren despacio. Al prestar atención a las casas se puede percibir la preocupación que desde hace años se ha sentido por la inseguridad. Barrotes estrechos resguardan las ventanas; los portones, casi siempre de metal galvanizado, suelen ocultar en su totalidad el interior de las casas. Cada elemento contribuye a buscar mayor protección. Las bardas, por ejemplo, tienen alambres o pedazos de vidrios enterrados en los bordes; caminar cerca de algunas de estas puertas provoca un coro de ladridos, perros embravecidos se arrojan contra el zaguán, dispuestos a defender casa y familia.

Aunque el recorrido lo realizo caminando, Ecatepec no es un municipio para peatones. Cada tanto se debe uno bajar de la banqueta, pues están invadidas por automóviles, bultos de grava y arena, y puestos ambulantes construidos con lonas amarradas a postes de luz —un hilo más en esos enjambres de cables negros enmarañados—. En otras zonas, las banquetas están en mal estado o son inexistentes. Apenas en marzo de 2022 se decretó la implementación de la primera vialidad peatonal del municipio: la calle Emilio Carranza, que desemboca en el jardín municipal, solo podrá transitarse a pie o en bicicleta a través de una ciclovía.

Entre las calles de la Vista Hermosa hay dos consultorios de médicos privados, siete tiendas de abarrotes, cuatro farmacias. Y como en cualquier parte de este país, muchas familias construyen sus negocios dentro de sus hogares. Solo hay algo que no es posible encontrar en esta colonia: una ventana que no tenga barrotes.

Carretera México - Tizayuca, Ecatepec, Estado de México, 1945. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

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Patricia Eugenia Olivera Martínez, doctora en Geografía y maestra en Urbanismo por la UNAM, apunta en su estudio “Proceso de urbanización en Ecatepec, el Estado como agente promotor” que, “en Ecatepec, el rápido incremento de establecimientos industriales, estatales, privados nacionales y extranjeros sostuvo un incremento correspondiente de fuerza de trabajo. […] Esto contribuye al surgimiento de los primeros fraccionamientos autorizados en el municipio, el crecimiento de antiguas localidades, nuevas colonias, comienza la ocupación ilegal de terrenos fundamentalmente en propiedad privada; los ejidos comienzan a ser ocupados”.

Durante los cincuenta y los sesenta, la mancha urbana se expandió fuera de los antiguos pueblos de Ecatepec y de las colonias obreras, impulsada por la concentración económica que había en el municipio gracias a la industria. Esta urbanización acelerada tuvo su auge en las décadas siguientes, llegando al millón de habitantes a finales de los ochenta debido a las constantes migraciones desde otros estados y de la propia Ciudad de México. Distintas razones dieron origen a estas olas migratorias, pero entre todas destaca la gran oferta de vivienda que había por parte del Estado, ya que eran constantes las construcciones de fraccionamientos y unidades habitacionales populares. Fue entonces que, sin control ni planeación, la población se desbordó a lo largo del territorio. Según el Inegi, en diez años, de 1970 a 1980, el municipio pasó de 216 408 habitantes a 784 507.

Así, mientras barre la banqueta de su casa en avenida Río Grande, una mañana de junio, como todas las mañanas desde hace más de treinta años, cuando pavimentaron, Aurelia Padilla, una de las primeras habitantes de Tierra Blanca, colonia cercana a la cabecera municipal, recuerda su arribo en 1983:

—Había mucho terreno baldío. Con decirte que la primera casa que hicimos Juan [su esposo] y yo era con techo de lámina. No teníamos luz ni drenaje. Era más rústico, pero no había viciosos en la calle.

Todavía en los noventa se crearon varios asentamientos al norte, cerca de los límites con los municipios de Coacalco de Berriozábal y Jaltenco. Emiliano Ruiz Parra narra, en su libro Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo, la creación de una de esas colonias: “El barrio marginal creció de manera exponencial en la década de los setenta. Para la década de los noventa ya no había casi tierras disponibles en el extrarradio de las ciudades. Golondrinas era el último pedazo de Ecatepec”. Durante esa misma década vino el declive industrial. La fábrica que lo cambió todo, Sosa Texcoco, cerró en 1993. Otras más abandonaron el municipio en la transición al siglo XXI; algunas más ya lo habían hecho antes, en la crisis de 1982. Pero los habitantes no se fueron. El 23 de abril de 2003, en una parte de los terrenos salinos que había pertenecido a Sosa Texcoco, comenzó la construcción del último gran complejo habitacional de Ecatepec, el de Las Américas, con quince mil nuevas casas. Al proyecto se le añadió, además, un centro comercial con el mismo nombre del fraccionamiento.

En la actualidad, el municipio continúa recibiendo a nuevos pobladores. De acuerdo con Reforma, miles de familias de bajos ingresos que abandonan la Ciudad de México por falta de vivienda a costos accesibles ven al Estado de México como una opción para vivir: “Según la Comisión Nacional de Vivienda, entre las zonas receptoras están Ecatepec, Tecámac, Coacalco, Ixtapaluca, Tizayuca y Tultitlán”.

El crecimiento caótico ha tenido sus consecuencias.

—Tiene años que no cae agua a diario, tengo que estar llamando a la pipa para llenar la cisterna —dice Aurelia sobre la actual situación que se vive en la colonia—. Yo como sea, pero las niñas [sus nietas] tienen que salir diario por su escuela. Ya fuimos los vecinos a quejarnos al municipio, pero dicen que como hay muchos que no pagan... Nosotros todos los años pagamos. ¿Pa’ qué?, me pregunto, si ni tenemos el servicio como Dios manda.

Juan, el difunto esposo de Aurelia, trabajó durante más de veinte años en la fábrica de jabón La Corona, instalada en el corredor industrial de Xalostoc. Su casa de lámina se transformó en una de dos pisos, hecha de tabiques y cemento. De lo único que se arrepiente Aurelia, es de no haberle hecho caso a su esposo cuando le pidió que regresaran a su pueblo natal, en el estado de Hidalgo, después de que él se jubilara.

—“¿Qué hacemos aquí?”, me decía —recuerda Aurelia, quien en septiembre cumple nueve años de haber enviudado.

La mancha urbana lo devora todo.
Incluso aquello que la hizo posible.

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Ser parte de la población flotante de la Ciudad de México implica que todas tus amistades (o la mayoría) vivan ahí. A veces estos vínculos son complicados: quienes habitan en la periferia deben desplazarse hacia al centro para convivir, pues son conscientes de que los habitantes de la Ciudad de México no los visitarán, ya sea porque desconocen las zonas periféricas o por prejuicios. En redes sociales varias personas se han expresado sobre esta situación. En un tuit de mayo de 2021, con más de 1 400 likes, 77 tuits citados y 266 retuits puede leerse: “Mucha periferia, pero ¿cuándo van a visitar a sus amigos del Estado [de México] o hacen planes allá? ¿Cuántas veces se han burlado de nosotros por vivir en el ‘establo’? ¿Cuánta empatía demuestran cuando les comunicamos que tomamos, por lo menos, tres transportes para verlos en su centro?”. Así, “es que tu vives en el Edomex” es la sentencia recurrente.

Ser parte de la población flotante también significa sentir más próximo lo lejano. Un ejemplo de ello es que, debido a la falta de espacios de recreación y a los problemas de movilidad dentro del municipio, para muchos ecatepenses que son población flotante es más fácil viajar tres horas para ir al Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México que visitar el Parque Ecológico Ehécatl, ubicado a unos minutos del centro del municipio; más viable el trayecto al Zócalo de la capital que al propio San Cristóbal, cabecera de Ecatepec. Pero esto también podría deberse a la falta de un sentido de pertenencia y arraigo por parte del “poblador flotante”, a que su condición de viajero diario altera la relación que tiene con el espacio de su localidad. Carlos Gándara Woongg, Fernando Padilla Lozano y Pablo Gutiérrez Castorena advierten, en su artículo “Población flotante y ciudad desde una perspectiva socioespacial: revisión de estudios recientes”, que “la falta de sentido de pertenencia, por parte de la población flotante, resulta en una carente atención al entorno local”.

Puente en paraje de San Cristóbal Ecatepec, 1925. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

Angélica Rivero López, doctora en Antropología y cronista vitalicia de Ecatepec de Morelos por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, encargada de difundir su historia mediante publicaciones y recorridos por lugares emblemáticos del territorio, considera que pueden ser diversos los factores que provoquen el desapego del municipio. Entrevistada por Zoom para Gatopardo, Rivero López menciona que existen dos formas muy marcadas de habitar el municipio: una es la de los pueblos antiguos de Ecatepec (Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac), donde la mayoría de los pobladores son oriundos y practican y conservan ciertas celebraciones como procesiones y fiestas patronales, y la otra, la de las comunidades que se han formado desde mediados del siglo pasado a través de la migración. En estos últimos, la antropóloga advierte un desconocimiento del territorio que habitan:

—Si tú vas a cualquier colonia o fraccionamiento, saben que están en Ecatepec, pero no saben que hay pueblos originarios —dice.

Estos pueblos no son comunidades descendientes de culturas precolombinas, aunque en el municipio sí hubo asentamientos antes de la conquista; el concepto se aplica a aquellos pueblos que conformaban el municipio cuando este se estableció en 1887. Hay otros tres pueblos: Guadalupe Victoria, San Isidro Atlautenco y San Andrés de la Cañada, pero no se les considera originarios porque adquirieron la categoría de pueblo en los siglos XX y XXI. En 1980, el entonces gobernador del estado, Jorge Jiménez Cantú, decretó la asignación de la categoría ciudad al pueblo originario de San Cristóbal Ecatepec.

—Si tú les mencionas, por ejemplo, Santa María Chiconautla, pues quién sabe dónde queda. Es esta desinformación de no conocer este espacio donde se está viviendo, donde se está trabajando, donde se está estudiando.

Para Rivero López, el desconocimiento de la historia del territorio es la principal causa del casi nulo sentido de pertenencia de un gran porcentaje de la población:

—No se tiene ese arraigo porque no se conoce. Dicen que nadie protege ni cuida lo que no se conoce. Si no conocen la historia de la localidad, ¿cómo la van a proteger?, ¿cómo van a querer al espacio en donde están viviendo si no lo conocen? Porque sí, se vive en una zona marginada, pero esa zona marginada tiene su historia.

La deficiente difusión de la historia y el patrimonio cultural de Ecatepec de Morelos es un problema de las autoridades municipales; uno de tantos. Al margen de esto, remarca que se deben tener en cuenta la heterogeneidad y complejidad del municipio, en el que confluyen pueblos, fraccionamientos, barrios y asentamientos irregulares. Nuevas identidades se crean, y quien vive cuatro horas de su día en el transporte público no tiene tiempo (ni ánimo) para investigar la historia del sitio donde solamente duerme. Es difícil arraigar un sentido de pertenencia a un lugar cuando se habitan dos ciudades: cuando se es parte de una población flotante.

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En cuatro horas terminará el primer lunes de julio de 2022. Alumbradas por unos focos amarillentos, varias filas de personas esperan abordar el transporte que las llevará de regreso a casa. Caminan, se empujan, se atraviesan en el camino de otro, culebrean para evitar mezclarse con las demás filas, todas cubiertas bajo pequeñas estructuras de lámina y plástico improvisadas en la banqueta. Es el paradero del transporte público afuera de la estación del metro Indios Verdes. En los parabrisas de combis y camiones, iluminados por luces neón, pequeños carteles anuncian los destinos de las rutas. Entre los charcos que se forman en baches y coladeras cubiertas de basura, diecisiete personas suben a una camioneta y ocupan los asientos. En menos de doce horas estarán aquí, de nuevo, de camino a sus trabajos y escuelas.

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Ser de Ecatepec y de ningún lado: la población flotante de la Ciudad de México

Ser de Ecatepec y de ningún lado: la población flotante de la Ciudad de México

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Realización de
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Una mujer camina en Ecatepec, al norte de la Ciudad de México. Fotografía de Jorge Dan Lopez / REUTERS.
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Sin planeación alguna, la mayor parte de Ecatepec de Morelos se construyó y expandió durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy es una de las zonas urbanas más estigmatizadas de México y encarna la periferia. Para sus habitantes, vivir en uno de los municipios más poblados del país conlleva una rutina de traslados que toman varias horas: la marginación obliga a que se habiten dos ciudades.

Todavía no amanece este primer lunes de julio y una larga fila de personas espera la combi en la base de la Ruta 30, en Paseos de Ecatepec, Ecatepec de Morelos. La mayoría va cargando mochilas o bolsas grandes; quienes viajan juntos conversan, miran el tránsito fluir en avenida Recursos Hidráulicos o solo revisan el teléfono celular para hacer tiempo. Sus rostros cansados lo confirman: vivir en la periferia significa levantarse mucho antes de que las ciudades se activen.

Pronto el pavimento se ilumina por los faros de una Nissan Urvan, que no es nueva, pero se advierte el cuidado de su dueño; en el cofre, lo que parecen ser unas manchas azules y naranjas se transforman en el logo de la Ruta 30. La combi ha llegado. La gente espabila. Los que están con los hombros caídos se enderezan, algunos dan unos pasitos al frente queriendo ganar anticipadamente un lugar donde sentarse. El checador de la ruta, persona encargada de coordinar el abordaje a las unidades de transporte y anotar los tiempos de salida y llegada de estos vehículos, indica al chofer dónde estacionarse. No hace falta anunciar a gritos el destino: todos nos dirigimos al mismo sitio, la Ciudad de México.

Antes de la pandemia por covid-19, en promedio, un habitante de Ecatepec que estudiaba o trabajaba en la capital pasaba más de novecientas horas en el transporte público al año. El cálculo lo he hecho yo mismo: multipliqué las horas de traslado diarias (tres, tres y media, cuatro horas) por los días hábiles del año. Desde hace meses que el regreso a las actividades presenciales ha traído de vuelta el ajetreo urbano.

—Para mí las clases en línea fueron una superventaja —dice Erandi Morán, de dieciocho años, estudiante de la Prepa 9 y habitante de Ecatepec. En agosto entrará a estudiar a la Facultad de Odontología de la UNAM—. Podía dormir más porque me levantaba media hora antes de mi primera clase; además le ahorraba a mi papá lo de los pasajes. Pero bueno, mi carrera no es como que se pueda hacer en línea y a distancia.

La primera persona que está formada abre la puerta corrediza y el aroma a Pinol se filtra por el cubrebocas de quienes ocuparán los diecisiete lugares del transporte público. Los cuerpos se apretujan en ese espacio pequeño. Trasladarse a la Ciudad de México desde municipios conurbados como Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan y Tlalnepantla conlleva un gasto económico, de tiempo y energía. Sin embargo, debido a la falta de opciones laborales y educativas, más de un millón seiscientos mil habitantes viajan desde el Estado de México todos los días, según datos de la última Encuesta Origen Destino en Hogares de la Zona Metropolitana del Valle de México.

—Me gasto unos mil pesos en pasaje [al mes], pero gano más de lo que se puede ganar acá —dice Daniel Ontiveros, que acaba de cumplir veintinueve años.

Él utiliza las combis de la Ruta 30, de lunes a viernes, para ir a su trabajo como oficinista al sur de la Ciudad de México. Sigue viviendo en Ecatepec porque es el sustento económico de su familia y, además, le sale más barato pagar pasajes que una renta cerca del lugar donde trabaja.

La camioneta arranca con rumbo a la autopista México-Pachuca; las personas abren bolsos y carteras para entregar su pasaje al conductor.

—¿Del de cien cuántos me cobro?
—Uno. ¡Hasta Indios Verdes!

En el Estado de México, la tarifa base del transporte concesionado es de doce pesos; seis más que en la Ciudad de México. A partir de los cinco kilómetros se van sumando cincuenta centavos por kilómetro. Pero esta camioneta es de servicio directo (no sube pasajeros durante su trayecto) y el conductor cobra diecinueve pesos, un precio que muchos están dispuestos a pagar porque ese recorrido de sus hogares al metro (y viceversa) es el momento más peligroso del día. Así lo indica la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre de 2022: 95.6% de los habitantes de Ecatepec de dieciocho años o más dijeron sentirse inseguros en el transporte público, el segundo porcentaje más alto a nivel nacional, detrás de Cuautitlán Izcalli, otro municipio del Estado de México. No hay otro lugar donde los ecatepenses se sientan más inseguros. En los últimos meses se han vuelto virales videos de cámaras de seguridad que han filmado diversos asaltos a mano armada. En abril de 2022 se difundió el video de una chica que estallaba en llanto porque le habían robado la mochila con la computadora en la que llevaba la tarea, un despojo consumado en apenas quince segundos.

Una hora. Una hora y quince minutos. Tal vez ese sea el tiempo que tarde la camioneta en llegar al metro Indios Verdes. El cálculo siempre es un aproximado porque se trata de un trayecto impredecible, y cualquier acontecimiento, un accidente automovilístico o las inundaciones en temporada de lluvias, puede sumar media hora o cuarenta minutos más; en algunos casos, duplicar el tiempo del viaje.

Una hora. Una hora y quince minutos. Para entonces la combi habrá recorrido la autopista México-Pachuca y por las ventanas se habrá visto ese sembradío. en partes multicolor, en partes gris, debido a las casas a lo largo de la Sierra de Guadalupe: Viveros de Tulpetlac, Benito Juárez, Tablas del Pozo, entre otras colonias que han crecido de manera irregular a lo largo de esa área natural protegida.

Fotografía de Gerardo Vieyra / REUTERS.

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Una ciudad. Ocho pueblos, doce barrios, 181 fraccionamientos, 334 colonias coexisten en un espacio geográfico de 186.9 kilómetros cuadrados. Pero no siempre fue así.

Hasta antes de la mitad del siglo XX, Ecatepec era un municipio rural que se sostenía de la agricultura y la ganadería; apenas seis pueblos —San Cristóbal Ecatepec, Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac— y unas cuantas rancherías estaban conectados por unos caminos que atravesaban campos verdes aún sin fraccionar; el río de los Remedios era todavía un afluente de agua y no una fosa de cuerpos.

La urbanización comenzó en 1943. En el informe “Construcción social del espacio urbano: Ecatepec y Nezahualcóyotl. Dos gigantes del oriente”, Maribel Espinosa Castillo y Mario Bassols Ricárdez señalan el acontecimiento que lo cambió todo: la llegada de la fábrica Sosa Texcoco cerca de la avenida central, una empresa dedicada a la producción de sosa cáustica y carbonato de sodio, y cuyos empleados, junto a sus familias, se establecieron en el municipio. En los años siguientes continuaron instalándose más fábricas de rubros como el químico y siderúrgico dentro de Xalostoc, Santa Clara y Tulpetlac, formando así los primeros parques industriales y, con ellos, las primeras colonias obreras en sus inmediaciones. Empezaron a poblarse a sus costados la vía Morelos y la carretera México-Pachuca. En 1930, Ecatepec tenía una población de 8 762 personas. Para el año 1950 eran 15 226.

Este municipio, con 1 645 352 habitantes, cambia un poco a partir de las diez de la mañana. Algo es distinto durante estas horas, cierta tranquilidad que termina a la una de la tarde, cuando los niños empiezan a salir de las escuelas. Camino por Vista Hermosa, una colonia del poniente, la última antes de que comience la Sierra de Guadalupe, o “el cerro”, como se le conoce entre los habitantes. Estas calles empinadas se recorren despacio. Al prestar atención a las casas se puede percibir la preocupación que desde hace años se ha sentido por la inseguridad. Barrotes estrechos resguardan las ventanas; los portones, casi siempre de metal galvanizado, suelen ocultar en su totalidad el interior de las casas. Cada elemento contribuye a buscar mayor protección. Las bardas, por ejemplo, tienen alambres o pedazos de vidrios enterrados en los bordes; caminar cerca de algunas de estas puertas provoca un coro de ladridos, perros embravecidos se arrojan contra el zaguán, dispuestos a defender casa y familia.

Aunque el recorrido lo realizo caminando, Ecatepec no es un municipio para peatones. Cada tanto se debe uno bajar de la banqueta, pues están invadidas por automóviles, bultos de grava y arena, y puestos ambulantes construidos con lonas amarradas a postes de luz —un hilo más en esos enjambres de cables negros enmarañados—. En otras zonas, las banquetas están en mal estado o son inexistentes. Apenas en marzo de 2022 se decretó la implementación de la primera vialidad peatonal del municipio: la calle Emilio Carranza, que desemboca en el jardín municipal, solo podrá transitarse a pie o en bicicleta a través de una ciclovía.

Entre las calles de la Vista Hermosa hay dos consultorios de médicos privados, siete tiendas de abarrotes, cuatro farmacias. Y como en cualquier parte de este país, muchas familias construyen sus negocios dentro de sus hogares. Solo hay algo que no es posible encontrar en esta colonia: una ventana que no tenga barrotes.

Carretera México - Tizayuca, Ecatepec, Estado de México, 1945. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

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Patricia Eugenia Olivera Martínez, doctora en Geografía y maestra en Urbanismo por la UNAM, apunta en su estudio “Proceso de urbanización en Ecatepec, el Estado como agente promotor” que, “en Ecatepec, el rápido incremento de establecimientos industriales, estatales, privados nacionales y extranjeros sostuvo un incremento correspondiente de fuerza de trabajo. […] Esto contribuye al surgimiento de los primeros fraccionamientos autorizados en el municipio, el crecimiento de antiguas localidades, nuevas colonias, comienza la ocupación ilegal de terrenos fundamentalmente en propiedad privada; los ejidos comienzan a ser ocupados”.

Durante los cincuenta y los sesenta, la mancha urbana se expandió fuera de los antiguos pueblos de Ecatepec y de las colonias obreras, impulsada por la concentración económica que había en el municipio gracias a la industria. Esta urbanización acelerada tuvo su auge en las décadas siguientes, llegando al millón de habitantes a finales de los ochenta debido a las constantes migraciones desde otros estados y de la propia Ciudad de México. Distintas razones dieron origen a estas olas migratorias, pero entre todas destaca la gran oferta de vivienda que había por parte del Estado, ya que eran constantes las construcciones de fraccionamientos y unidades habitacionales populares. Fue entonces que, sin control ni planeación, la población se desbordó a lo largo del territorio. Según el Inegi, en diez años, de 1970 a 1980, el municipio pasó de 216 408 habitantes a 784 507.

Así, mientras barre la banqueta de su casa en avenida Río Grande, una mañana de junio, como todas las mañanas desde hace más de treinta años, cuando pavimentaron, Aurelia Padilla, una de las primeras habitantes de Tierra Blanca, colonia cercana a la cabecera municipal, recuerda su arribo en 1983:

—Había mucho terreno baldío. Con decirte que la primera casa que hicimos Juan [su esposo] y yo era con techo de lámina. No teníamos luz ni drenaje. Era más rústico, pero no había viciosos en la calle.

Todavía en los noventa se crearon varios asentamientos al norte, cerca de los límites con los municipios de Coacalco de Berriozábal y Jaltenco. Emiliano Ruiz Parra narra, en su libro Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo, la creación de una de esas colonias: “El barrio marginal creció de manera exponencial en la década de los setenta. Para la década de los noventa ya no había casi tierras disponibles en el extrarradio de las ciudades. Golondrinas era el último pedazo de Ecatepec”. Durante esa misma década vino el declive industrial. La fábrica que lo cambió todo, Sosa Texcoco, cerró en 1993. Otras más abandonaron el municipio en la transición al siglo XXI; algunas más ya lo habían hecho antes, en la crisis de 1982. Pero los habitantes no se fueron. El 23 de abril de 2003, en una parte de los terrenos salinos que había pertenecido a Sosa Texcoco, comenzó la construcción del último gran complejo habitacional de Ecatepec, el de Las Américas, con quince mil nuevas casas. Al proyecto se le añadió, además, un centro comercial con el mismo nombre del fraccionamiento.

En la actualidad, el municipio continúa recibiendo a nuevos pobladores. De acuerdo con Reforma, miles de familias de bajos ingresos que abandonan la Ciudad de México por falta de vivienda a costos accesibles ven al Estado de México como una opción para vivir: “Según la Comisión Nacional de Vivienda, entre las zonas receptoras están Ecatepec, Tecámac, Coacalco, Ixtapaluca, Tizayuca y Tultitlán”.

El crecimiento caótico ha tenido sus consecuencias.

—Tiene años que no cae agua a diario, tengo que estar llamando a la pipa para llenar la cisterna —dice Aurelia sobre la actual situación que se vive en la colonia—. Yo como sea, pero las niñas [sus nietas] tienen que salir diario por su escuela. Ya fuimos los vecinos a quejarnos al municipio, pero dicen que como hay muchos que no pagan... Nosotros todos los años pagamos. ¿Pa’ qué?, me pregunto, si ni tenemos el servicio como Dios manda.

Juan, el difunto esposo de Aurelia, trabajó durante más de veinte años en la fábrica de jabón La Corona, instalada en el corredor industrial de Xalostoc. Su casa de lámina se transformó en una de dos pisos, hecha de tabiques y cemento. De lo único que se arrepiente Aurelia, es de no haberle hecho caso a su esposo cuando le pidió que regresaran a su pueblo natal, en el estado de Hidalgo, después de que él se jubilara.

—“¿Qué hacemos aquí?”, me decía —recuerda Aurelia, quien en septiembre cumple nueve años de haber enviudado.

La mancha urbana lo devora todo.
Incluso aquello que la hizo posible.

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Ser parte de la población flotante de la Ciudad de México implica que todas tus amistades (o la mayoría) vivan ahí. A veces estos vínculos son complicados: quienes habitan en la periferia deben desplazarse hacia al centro para convivir, pues son conscientes de que los habitantes de la Ciudad de México no los visitarán, ya sea porque desconocen las zonas periféricas o por prejuicios. En redes sociales varias personas se han expresado sobre esta situación. En un tuit de mayo de 2021, con más de 1 400 likes, 77 tuits citados y 266 retuits puede leerse: “Mucha periferia, pero ¿cuándo van a visitar a sus amigos del Estado [de México] o hacen planes allá? ¿Cuántas veces se han burlado de nosotros por vivir en el ‘establo’? ¿Cuánta empatía demuestran cuando les comunicamos que tomamos, por lo menos, tres transportes para verlos en su centro?”. Así, “es que tu vives en el Edomex” es la sentencia recurrente.

Ser parte de la población flotante también significa sentir más próximo lo lejano. Un ejemplo de ello es que, debido a la falta de espacios de recreación y a los problemas de movilidad dentro del municipio, para muchos ecatepenses que son población flotante es más fácil viajar tres horas para ir al Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México que visitar el Parque Ecológico Ehécatl, ubicado a unos minutos del centro del municipio; más viable el trayecto al Zócalo de la capital que al propio San Cristóbal, cabecera de Ecatepec. Pero esto también podría deberse a la falta de un sentido de pertenencia y arraigo por parte del “poblador flotante”, a que su condición de viajero diario altera la relación que tiene con el espacio de su localidad. Carlos Gándara Woongg, Fernando Padilla Lozano y Pablo Gutiérrez Castorena advierten, en su artículo “Población flotante y ciudad desde una perspectiva socioespacial: revisión de estudios recientes”, que “la falta de sentido de pertenencia, por parte de la población flotante, resulta en una carente atención al entorno local”.

Puente en paraje de San Cristóbal Ecatepec, 1925. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

Angélica Rivero López, doctora en Antropología y cronista vitalicia de Ecatepec de Morelos por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, encargada de difundir su historia mediante publicaciones y recorridos por lugares emblemáticos del territorio, considera que pueden ser diversos los factores que provoquen el desapego del municipio. Entrevistada por Zoom para Gatopardo, Rivero López menciona que existen dos formas muy marcadas de habitar el municipio: una es la de los pueblos antiguos de Ecatepec (Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac), donde la mayoría de los pobladores son oriundos y practican y conservan ciertas celebraciones como procesiones y fiestas patronales, y la otra, la de las comunidades que se han formado desde mediados del siglo pasado a través de la migración. En estos últimos, la antropóloga advierte un desconocimiento del territorio que habitan:

—Si tú vas a cualquier colonia o fraccionamiento, saben que están en Ecatepec, pero no saben que hay pueblos originarios —dice.

Estos pueblos no son comunidades descendientes de culturas precolombinas, aunque en el municipio sí hubo asentamientos antes de la conquista; el concepto se aplica a aquellos pueblos que conformaban el municipio cuando este se estableció en 1887. Hay otros tres pueblos: Guadalupe Victoria, San Isidro Atlautenco y San Andrés de la Cañada, pero no se les considera originarios porque adquirieron la categoría de pueblo en los siglos XX y XXI. En 1980, el entonces gobernador del estado, Jorge Jiménez Cantú, decretó la asignación de la categoría ciudad al pueblo originario de San Cristóbal Ecatepec.

—Si tú les mencionas, por ejemplo, Santa María Chiconautla, pues quién sabe dónde queda. Es esta desinformación de no conocer este espacio donde se está viviendo, donde se está trabajando, donde se está estudiando.

Para Rivero López, el desconocimiento de la historia del territorio es la principal causa del casi nulo sentido de pertenencia de un gran porcentaje de la población:

—No se tiene ese arraigo porque no se conoce. Dicen que nadie protege ni cuida lo que no se conoce. Si no conocen la historia de la localidad, ¿cómo la van a proteger?, ¿cómo van a querer al espacio en donde están viviendo si no lo conocen? Porque sí, se vive en una zona marginada, pero esa zona marginada tiene su historia.

La deficiente difusión de la historia y el patrimonio cultural de Ecatepec de Morelos es un problema de las autoridades municipales; uno de tantos. Al margen de esto, remarca que se deben tener en cuenta la heterogeneidad y complejidad del municipio, en el que confluyen pueblos, fraccionamientos, barrios y asentamientos irregulares. Nuevas identidades se crean, y quien vive cuatro horas de su día en el transporte público no tiene tiempo (ni ánimo) para investigar la historia del sitio donde solamente duerme. Es difícil arraigar un sentido de pertenencia a un lugar cuando se habitan dos ciudades: cuando se es parte de una población flotante.

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En cuatro horas terminará el primer lunes de julio de 2022. Alumbradas por unos focos amarillentos, varias filas de personas esperan abordar el transporte que las llevará de regreso a casa. Caminan, se empujan, se atraviesan en el camino de otro, culebrean para evitar mezclarse con las demás filas, todas cubiertas bajo pequeñas estructuras de lámina y plástico improvisadas en la banqueta. Es el paradero del transporte público afuera de la estación del metro Indios Verdes. En los parabrisas de combis y camiones, iluminados por luces neón, pequeños carteles anuncian los destinos de las rutas. Entre los charcos que se forman en baches y coladeras cubiertas de basura, diecisiete personas suben a una camioneta y ocupan los asientos. En menos de doce horas estarán aquí, de nuevo, de camino a sus trabajos y escuelas.

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Sin planeación alguna, la mayor parte de Ecatepec de Morelos se construyó y expandió durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy es una de las zonas urbanas más estigmatizadas de México y encarna la periferia. Para sus habitantes, vivir en uno de los municipios más poblados del país conlleva una rutina de traslados que toman varias horas: la marginación obliga a que se habiten dos ciudades.

Todavía no amanece este primer lunes de julio y una larga fila de personas espera la combi en la base de la Ruta 30, en Paseos de Ecatepec, Ecatepec de Morelos. La mayoría va cargando mochilas o bolsas grandes; quienes viajan juntos conversan, miran el tránsito fluir en avenida Recursos Hidráulicos o solo revisan el teléfono celular para hacer tiempo. Sus rostros cansados lo confirman: vivir en la periferia significa levantarse mucho antes de que las ciudades se activen.

Pronto el pavimento se ilumina por los faros de una Nissan Urvan, que no es nueva, pero se advierte el cuidado de su dueño; en el cofre, lo que parecen ser unas manchas azules y naranjas se transforman en el logo de la Ruta 30. La combi ha llegado. La gente espabila. Los que están con los hombros caídos se enderezan, algunos dan unos pasitos al frente queriendo ganar anticipadamente un lugar donde sentarse. El checador de la ruta, persona encargada de coordinar el abordaje a las unidades de transporte y anotar los tiempos de salida y llegada de estos vehículos, indica al chofer dónde estacionarse. No hace falta anunciar a gritos el destino: todos nos dirigimos al mismo sitio, la Ciudad de México.

Antes de la pandemia por covid-19, en promedio, un habitante de Ecatepec que estudiaba o trabajaba en la capital pasaba más de novecientas horas en el transporte público al año. El cálculo lo he hecho yo mismo: multipliqué las horas de traslado diarias (tres, tres y media, cuatro horas) por los días hábiles del año. Desde hace meses que el regreso a las actividades presenciales ha traído de vuelta el ajetreo urbano.

—Para mí las clases en línea fueron una superventaja —dice Erandi Morán, de dieciocho años, estudiante de la Prepa 9 y habitante de Ecatepec. En agosto entrará a estudiar a la Facultad de Odontología de la UNAM—. Podía dormir más porque me levantaba media hora antes de mi primera clase; además le ahorraba a mi papá lo de los pasajes. Pero bueno, mi carrera no es como que se pueda hacer en línea y a distancia.

La primera persona que está formada abre la puerta corrediza y el aroma a Pinol se filtra por el cubrebocas de quienes ocuparán los diecisiete lugares del transporte público. Los cuerpos se apretujan en ese espacio pequeño. Trasladarse a la Ciudad de México desde municipios conurbados como Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan y Tlalnepantla conlleva un gasto económico, de tiempo y energía. Sin embargo, debido a la falta de opciones laborales y educativas, más de un millón seiscientos mil habitantes viajan desde el Estado de México todos los días, según datos de la última Encuesta Origen Destino en Hogares de la Zona Metropolitana del Valle de México.

—Me gasto unos mil pesos en pasaje [al mes], pero gano más de lo que se puede ganar acá —dice Daniel Ontiveros, que acaba de cumplir veintinueve años.

Él utiliza las combis de la Ruta 30, de lunes a viernes, para ir a su trabajo como oficinista al sur de la Ciudad de México. Sigue viviendo en Ecatepec porque es el sustento económico de su familia y, además, le sale más barato pagar pasajes que una renta cerca del lugar donde trabaja.

La camioneta arranca con rumbo a la autopista México-Pachuca; las personas abren bolsos y carteras para entregar su pasaje al conductor.

—¿Del de cien cuántos me cobro?
—Uno. ¡Hasta Indios Verdes!

En el Estado de México, la tarifa base del transporte concesionado es de doce pesos; seis más que en la Ciudad de México. A partir de los cinco kilómetros se van sumando cincuenta centavos por kilómetro. Pero esta camioneta es de servicio directo (no sube pasajeros durante su trayecto) y el conductor cobra diecinueve pesos, un precio que muchos están dispuestos a pagar porque ese recorrido de sus hogares al metro (y viceversa) es el momento más peligroso del día. Así lo indica la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre de 2022: 95.6% de los habitantes de Ecatepec de dieciocho años o más dijeron sentirse inseguros en el transporte público, el segundo porcentaje más alto a nivel nacional, detrás de Cuautitlán Izcalli, otro municipio del Estado de México. No hay otro lugar donde los ecatepenses se sientan más inseguros. En los últimos meses se han vuelto virales videos de cámaras de seguridad que han filmado diversos asaltos a mano armada. En abril de 2022 se difundió el video de una chica que estallaba en llanto porque le habían robado la mochila con la computadora en la que llevaba la tarea, un despojo consumado en apenas quince segundos.

Una hora. Una hora y quince minutos. Tal vez ese sea el tiempo que tarde la camioneta en llegar al metro Indios Verdes. El cálculo siempre es un aproximado porque se trata de un trayecto impredecible, y cualquier acontecimiento, un accidente automovilístico o las inundaciones en temporada de lluvias, puede sumar media hora o cuarenta minutos más; en algunos casos, duplicar el tiempo del viaje.

Una hora. Una hora y quince minutos. Para entonces la combi habrá recorrido la autopista México-Pachuca y por las ventanas se habrá visto ese sembradío. en partes multicolor, en partes gris, debido a las casas a lo largo de la Sierra de Guadalupe: Viveros de Tulpetlac, Benito Juárez, Tablas del Pozo, entre otras colonias que han crecido de manera irregular a lo largo de esa área natural protegida.

Fotografía de Gerardo Vieyra / REUTERS.

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Una ciudad. Ocho pueblos, doce barrios, 181 fraccionamientos, 334 colonias coexisten en un espacio geográfico de 186.9 kilómetros cuadrados. Pero no siempre fue así.

Hasta antes de la mitad del siglo XX, Ecatepec era un municipio rural que se sostenía de la agricultura y la ganadería; apenas seis pueblos —San Cristóbal Ecatepec, Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac— y unas cuantas rancherías estaban conectados por unos caminos que atravesaban campos verdes aún sin fraccionar; el río de los Remedios era todavía un afluente de agua y no una fosa de cuerpos.

La urbanización comenzó en 1943. En el informe “Construcción social del espacio urbano: Ecatepec y Nezahualcóyotl. Dos gigantes del oriente”, Maribel Espinosa Castillo y Mario Bassols Ricárdez señalan el acontecimiento que lo cambió todo: la llegada de la fábrica Sosa Texcoco cerca de la avenida central, una empresa dedicada a la producción de sosa cáustica y carbonato de sodio, y cuyos empleados, junto a sus familias, se establecieron en el municipio. En los años siguientes continuaron instalándose más fábricas de rubros como el químico y siderúrgico dentro de Xalostoc, Santa Clara y Tulpetlac, formando así los primeros parques industriales y, con ellos, las primeras colonias obreras en sus inmediaciones. Empezaron a poblarse a sus costados la vía Morelos y la carretera México-Pachuca. En 1930, Ecatepec tenía una población de 8 762 personas. Para el año 1950 eran 15 226.

Este municipio, con 1 645 352 habitantes, cambia un poco a partir de las diez de la mañana. Algo es distinto durante estas horas, cierta tranquilidad que termina a la una de la tarde, cuando los niños empiezan a salir de las escuelas. Camino por Vista Hermosa, una colonia del poniente, la última antes de que comience la Sierra de Guadalupe, o “el cerro”, como se le conoce entre los habitantes. Estas calles empinadas se recorren despacio. Al prestar atención a las casas se puede percibir la preocupación que desde hace años se ha sentido por la inseguridad. Barrotes estrechos resguardan las ventanas; los portones, casi siempre de metal galvanizado, suelen ocultar en su totalidad el interior de las casas. Cada elemento contribuye a buscar mayor protección. Las bardas, por ejemplo, tienen alambres o pedazos de vidrios enterrados en los bordes; caminar cerca de algunas de estas puertas provoca un coro de ladridos, perros embravecidos se arrojan contra el zaguán, dispuestos a defender casa y familia.

Aunque el recorrido lo realizo caminando, Ecatepec no es un municipio para peatones. Cada tanto se debe uno bajar de la banqueta, pues están invadidas por automóviles, bultos de grava y arena, y puestos ambulantes construidos con lonas amarradas a postes de luz —un hilo más en esos enjambres de cables negros enmarañados—. En otras zonas, las banquetas están en mal estado o son inexistentes. Apenas en marzo de 2022 se decretó la implementación de la primera vialidad peatonal del municipio: la calle Emilio Carranza, que desemboca en el jardín municipal, solo podrá transitarse a pie o en bicicleta a través de una ciclovía.

Entre las calles de la Vista Hermosa hay dos consultorios de médicos privados, siete tiendas de abarrotes, cuatro farmacias. Y como en cualquier parte de este país, muchas familias construyen sus negocios dentro de sus hogares. Solo hay algo que no es posible encontrar en esta colonia: una ventana que no tenga barrotes.

Carretera México - Tizayuca, Ecatepec, Estado de México, 1945. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

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Patricia Eugenia Olivera Martínez, doctora en Geografía y maestra en Urbanismo por la UNAM, apunta en su estudio “Proceso de urbanización en Ecatepec, el Estado como agente promotor” que, “en Ecatepec, el rápido incremento de establecimientos industriales, estatales, privados nacionales y extranjeros sostuvo un incremento correspondiente de fuerza de trabajo. […] Esto contribuye al surgimiento de los primeros fraccionamientos autorizados en el municipio, el crecimiento de antiguas localidades, nuevas colonias, comienza la ocupación ilegal de terrenos fundamentalmente en propiedad privada; los ejidos comienzan a ser ocupados”.

Durante los cincuenta y los sesenta, la mancha urbana se expandió fuera de los antiguos pueblos de Ecatepec y de las colonias obreras, impulsada por la concentración económica que había en el municipio gracias a la industria. Esta urbanización acelerada tuvo su auge en las décadas siguientes, llegando al millón de habitantes a finales de los ochenta debido a las constantes migraciones desde otros estados y de la propia Ciudad de México. Distintas razones dieron origen a estas olas migratorias, pero entre todas destaca la gran oferta de vivienda que había por parte del Estado, ya que eran constantes las construcciones de fraccionamientos y unidades habitacionales populares. Fue entonces que, sin control ni planeación, la población se desbordó a lo largo del territorio. Según el Inegi, en diez años, de 1970 a 1980, el municipio pasó de 216 408 habitantes a 784 507.

Así, mientras barre la banqueta de su casa en avenida Río Grande, una mañana de junio, como todas las mañanas desde hace más de treinta años, cuando pavimentaron, Aurelia Padilla, una de las primeras habitantes de Tierra Blanca, colonia cercana a la cabecera municipal, recuerda su arribo en 1983:

—Había mucho terreno baldío. Con decirte que la primera casa que hicimos Juan [su esposo] y yo era con techo de lámina. No teníamos luz ni drenaje. Era más rústico, pero no había viciosos en la calle.

Todavía en los noventa se crearon varios asentamientos al norte, cerca de los límites con los municipios de Coacalco de Berriozábal y Jaltenco. Emiliano Ruiz Parra narra, en su libro Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo, la creación de una de esas colonias: “El barrio marginal creció de manera exponencial en la década de los setenta. Para la década de los noventa ya no había casi tierras disponibles en el extrarradio de las ciudades. Golondrinas era el último pedazo de Ecatepec”. Durante esa misma década vino el declive industrial. La fábrica que lo cambió todo, Sosa Texcoco, cerró en 1993. Otras más abandonaron el municipio en la transición al siglo XXI; algunas más ya lo habían hecho antes, en la crisis de 1982. Pero los habitantes no se fueron. El 23 de abril de 2003, en una parte de los terrenos salinos que había pertenecido a Sosa Texcoco, comenzó la construcción del último gran complejo habitacional de Ecatepec, el de Las Américas, con quince mil nuevas casas. Al proyecto se le añadió, además, un centro comercial con el mismo nombre del fraccionamiento.

En la actualidad, el municipio continúa recibiendo a nuevos pobladores. De acuerdo con Reforma, miles de familias de bajos ingresos que abandonan la Ciudad de México por falta de vivienda a costos accesibles ven al Estado de México como una opción para vivir: “Según la Comisión Nacional de Vivienda, entre las zonas receptoras están Ecatepec, Tecámac, Coacalco, Ixtapaluca, Tizayuca y Tultitlán”.

El crecimiento caótico ha tenido sus consecuencias.

—Tiene años que no cae agua a diario, tengo que estar llamando a la pipa para llenar la cisterna —dice Aurelia sobre la actual situación que se vive en la colonia—. Yo como sea, pero las niñas [sus nietas] tienen que salir diario por su escuela. Ya fuimos los vecinos a quejarnos al municipio, pero dicen que como hay muchos que no pagan... Nosotros todos los años pagamos. ¿Pa’ qué?, me pregunto, si ni tenemos el servicio como Dios manda.

Juan, el difunto esposo de Aurelia, trabajó durante más de veinte años en la fábrica de jabón La Corona, instalada en el corredor industrial de Xalostoc. Su casa de lámina se transformó en una de dos pisos, hecha de tabiques y cemento. De lo único que se arrepiente Aurelia, es de no haberle hecho caso a su esposo cuando le pidió que regresaran a su pueblo natal, en el estado de Hidalgo, después de que él se jubilara.

—“¿Qué hacemos aquí?”, me decía —recuerda Aurelia, quien en septiembre cumple nueve años de haber enviudado.

La mancha urbana lo devora todo.
Incluso aquello que la hizo posible.

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Ser parte de la población flotante de la Ciudad de México implica que todas tus amistades (o la mayoría) vivan ahí. A veces estos vínculos son complicados: quienes habitan en la periferia deben desplazarse hacia al centro para convivir, pues son conscientes de que los habitantes de la Ciudad de México no los visitarán, ya sea porque desconocen las zonas periféricas o por prejuicios. En redes sociales varias personas se han expresado sobre esta situación. En un tuit de mayo de 2021, con más de 1 400 likes, 77 tuits citados y 266 retuits puede leerse: “Mucha periferia, pero ¿cuándo van a visitar a sus amigos del Estado [de México] o hacen planes allá? ¿Cuántas veces se han burlado de nosotros por vivir en el ‘establo’? ¿Cuánta empatía demuestran cuando les comunicamos que tomamos, por lo menos, tres transportes para verlos en su centro?”. Así, “es que tu vives en el Edomex” es la sentencia recurrente.

Ser parte de la población flotante también significa sentir más próximo lo lejano. Un ejemplo de ello es que, debido a la falta de espacios de recreación y a los problemas de movilidad dentro del municipio, para muchos ecatepenses que son población flotante es más fácil viajar tres horas para ir al Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México que visitar el Parque Ecológico Ehécatl, ubicado a unos minutos del centro del municipio; más viable el trayecto al Zócalo de la capital que al propio San Cristóbal, cabecera de Ecatepec. Pero esto también podría deberse a la falta de un sentido de pertenencia y arraigo por parte del “poblador flotante”, a que su condición de viajero diario altera la relación que tiene con el espacio de su localidad. Carlos Gándara Woongg, Fernando Padilla Lozano y Pablo Gutiérrez Castorena advierten, en su artículo “Población flotante y ciudad desde una perspectiva socioespacial: revisión de estudios recientes”, que “la falta de sentido de pertenencia, por parte de la población flotante, resulta en una carente atención al entorno local”.

Puente en paraje de San Cristóbal Ecatepec, 1925. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

Angélica Rivero López, doctora en Antropología y cronista vitalicia de Ecatepec de Morelos por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, encargada de difundir su historia mediante publicaciones y recorridos por lugares emblemáticos del territorio, considera que pueden ser diversos los factores que provoquen el desapego del municipio. Entrevistada por Zoom para Gatopardo, Rivero López menciona que existen dos formas muy marcadas de habitar el municipio: una es la de los pueblos antiguos de Ecatepec (Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac), donde la mayoría de los pobladores son oriundos y practican y conservan ciertas celebraciones como procesiones y fiestas patronales, y la otra, la de las comunidades que se han formado desde mediados del siglo pasado a través de la migración. En estos últimos, la antropóloga advierte un desconocimiento del territorio que habitan:

—Si tú vas a cualquier colonia o fraccionamiento, saben que están en Ecatepec, pero no saben que hay pueblos originarios —dice.

Estos pueblos no son comunidades descendientes de culturas precolombinas, aunque en el municipio sí hubo asentamientos antes de la conquista; el concepto se aplica a aquellos pueblos que conformaban el municipio cuando este se estableció en 1887. Hay otros tres pueblos: Guadalupe Victoria, San Isidro Atlautenco y San Andrés de la Cañada, pero no se les considera originarios porque adquirieron la categoría de pueblo en los siglos XX y XXI. En 1980, el entonces gobernador del estado, Jorge Jiménez Cantú, decretó la asignación de la categoría ciudad al pueblo originario de San Cristóbal Ecatepec.

—Si tú les mencionas, por ejemplo, Santa María Chiconautla, pues quién sabe dónde queda. Es esta desinformación de no conocer este espacio donde se está viviendo, donde se está trabajando, donde se está estudiando.

Para Rivero López, el desconocimiento de la historia del territorio es la principal causa del casi nulo sentido de pertenencia de un gran porcentaje de la población:

—No se tiene ese arraigo porque no se conoce. Dicen que nadie protege ni cuida lo que no se conoce. Si no conocen la historia de la localidad, ¿cómo la van a proteger?, ¿cómo van a querer al espacio en donde están viviendo si no lo conocen? Porque sí, se vive en una zona marginada, pero esa zona marginada tiene su historia.

La deficiente difusión de la historia y el patrimonio cultural de Ecatepec de Morelos es un problema de las autoridades municipales; uno de tantos. Al margen de esto, remarca que se deben tener en cuenta la heterogeneidad y complejidad del municipio, en el que confluyen pueblos, fraccionamientos, barrios y asentamientos irregulares. Nuevas identidades se crean, y quien vive cuatro horas de su día en el transporte público no tiene tiempo (ni ánimo) para investigar la historia del sitio donde solamente duerme. Es difícil arraigar un sentido de pertenencia a un lugar cuando se habitan dos ciudades: cuando se es parte de una población flotante.

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En cuatro horas terminará el primer lunes de julio de 2022. Alumbradas por unos focos amarillentos, varias filas de personas esperan abordar el transporte que las llevará de regreso a casa. Caminan, se empujan, se atraviesan en el camino de otro, culebrean para evitar mezclarse con las demás filas, todas cubiertas bajo pequeñas estructuras de lámina y plástico improvisadas en la banqueta. Es el paradero del transporte público afuera de la estación del metro Indios Verdes. En los parabrisas de combis y camiones, iluminados por luces neón, pequeños carteles anuncian los destinos de las rutas. Entre los charcos que se forman en baches y coladeras cubiertas de basura, diecisiete personas suben a una camioneta y ocupan los asientos. En menos de doce horas estarán aquí, de nuevo, de camino a sus trabajos y escuelas.

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Una mujer camina en Ecatepec, al norte de la Ciudad de México. Fotografía de Jorge Dan Lopez / REUTERS.

Ser de Ecatepec y de ningún lado: la población flotante de la Ciudad de México

Ser de Ecatepec y de ningún lado: la población flotante de la Ciudad de México

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Tiempo de Lectura: 00 min

Sin planeación alguna, la mayor parte de Ecatepec de Morelos se construyó y expandió durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy es una de las zonas urbanas más estigmatizadas de México y encarna la periferia. Para sus habitantes, vivir en uno de los municipios más poblados del país conlleva una rutina de traslados que toman varias horas: la marginación obliga a que se habiten dos ciudades.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Todavía no amanece este primer lunes de julio y una larga fila de personas espera la combi en la base de la Ruta 30, en Paseos de Ecatepec, Ecatepec de Morelos. La mayoría va cargando mochilas o bolsas grandes; quienes viajan juntos conversan, miran el tránsito fluir en avenida Recursos Hidráulicos o solo revisan el teléfono celular para hacer tiempo. Sus rostros cansados lo confirman: vivir en la periferia significa levantarse mucho antes de que las ciudades se activen.

Pronto el pavimento se ilumina por los faros de una Nissan Urvan, que no es nueva, pero se advierte el cuidado de su dueño; en el cofre, lo que parecen ser unas manchas azules y naranjas se transforman en el logo de la Ruta 30. La combi ha llegado. La gente espabila. Los que están con los hombros caídos se enderezan, algunos dan unos pasitos al frente queriendo ganar anticipadamente un lugar donde sentarse. El checador de la ruta, persona encargada de coordinar el abordaje a las unidades de transporte y anotar los tiempos de salida y llegada de estos vehículos, indica al chofer dónde estacionarse. No hace falta anunciar a gritos el destino: todos nos dirigimos al mismo sitio, la Ciudad de México.

Antes de la pandemia por covid-19, en promedio, un habitante de Ecatepec que estudiaba o trabajaba en la capital pasaba más de novecientas horas en el transporte público al año. El cálculo lo he hecho yo mismo: multipliqué las horas de traslado diarias (tres, tres y media, cuatro horas) por los días hábiles del año. Desde hace meses que el regreso a las actividades presenciales ha traído de vuelta el ajetreo urbano.

—Para mí las clases en línea fueron una superventaja —dice Erandi Morán, de dieciocho años, estudiante de la Prepa 9 y habitante de Ecatepec. En agosto entrará a estudiar a la Facultad de Odontología de la UNAM—. Podía dormir más porque me levantaba media hora antes de mi primera clase; además le ahorraba a mi papá lo de los pasajes. Pero bueno, mi carrera no es como que se pueda hacer en línea y a distancia.

La primera persona que está formada abre la puerta corrediza y el aroma a Pinol se filtra por el cubrebocas de quienes ocuparán los diecisiete lugares del transporte público. Los cuerpos se apretujan en ese espacio pequeño. Trasladarse a la Ciudad de México desde municipios conurbados como Ecatepec, Nezahualcóyotl, Naucalpan y Tlalnepantla conlleva un gasto económico, de tiempo y energía. Sin embargo, debido a la falta de opciones laborales y educativas, más de un millón seiscientos mil habitantes viajan desde el Estado de México todos los días, según datos de la última Encuesta Origen Destino en Hogares de la Zona Metropolitana del Valle de México.

—Me gasto unos mil pesos en pasaje [al mes], pero gano más de lo que se puede ganar acá —dice Daniel Ontiveros, que acaba de cumplir veintinueve años.

Él utiliza las combis de la Ruta 30, de lunes a viernes, para ir a su trabajo como oficinista al sur de la Ciudad de México. Sigue viviendo en Ecatepec porque es el sustento económico de su familia y, además, le sale más barato pagar pasajes que una renta cerca del lugar donde trabaja.

La camioneta arranca con rumbo a la autopista México-Pachuca; las personas abren bolsos y carteras para entregar su pasaje al conductor.

—¿Del de cien cuántos me cobro?
—Uno. ¡Hasta Indios Verdes!

En el Estado de México, la tarifa base del transporte concesionado es de doce pesos; seis más que en la Ciudad de México. A partir de los cinco kilómetros se van sumando cincuenta centavos por kilómetro. Pero esta camioneta es de servicio directo (no sube pasajeros durante su trayecto) y el conductor cobra diecinueve pesos, un precio que muchos están dispuestos a pagar porque ese recorrido de sus hogares al metro (y viceversa) es el momento más peligroso del día. Así lo indica la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del primer trimestre de 2022: 95.6% de los habitantes de Ecatepec de dieciocho años o más dijeron sentirse inseguros en el transporte público, el segundo porcentaje más alto a nivel nacional, detrás de Cuautitlán Izcalli, otro municipio del Estado de México. No hay otro lugar donde los ecatepenses se sientan más inseguros. En los últimos meses se han vuelto virales videos de cámaras de seguridad que han filmado diversos asaltos a mano armada. En abril de 2022 se difundió el video de una chica que estallaba en llanto porque le habían robado la mochila con la computadora en la que llevaba la tarea, un despojo consumado en apenas quince segundos.

Una hora. Una hora y quince minutos. Tal vez ese sea el tiempo que tarde la camioneta en llegar al metro Indios Verdes. El cálculo siempre es un aproximado porque se trata de un trayecto impredecible, y cualquier acontecimiento, un accidente automovilístico o las inundaciones en temporada de lluvias, puede sumar media hora o cuarenta minutos más; en algunos casos, duplicar el tiempo del viaje.

Una hora. Una hora y quince minutos. Para entonces la combi habrá recorrido la autopista México-Pachuca y por las ventanas se habrá visto ese sembradío. en partes multicolor, en partes gris, debido a las casas a lo largo de la Sierra de Guadalupe: Viveros de Tulpetlac, Benito Juárez, Tablas del Pozo, entre otras colonias que han crecido de manera irregular a lo largo de esa área natural protegida.

Fotografía de Gerardo Vieyra / REUTERS.

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Una ciudad. Ocho pueblos, doce barrios, 181 fraccionamientos, 334 colonias coexisten en un espacio geográfico de 186.9 kilómetros cuadrados. Pero no siempre fue así.

Hasta antes de la mitad del siglo XX, Ecatepec era un municipio rural que se sostenía de la agricultura y la ganadería; apenas seis pueblos —San Cristóbal Ecatepec, Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac— y unas cuantas rancherías estaban conectados por unos caminos que atravesaban campos verdes aún sin fraccionar; el río de los Remedios era todavía un afluente de agua y no una fosa de cuerpos.

La urbanización comenzó en 1943. En el informe “Construcción social del espacio urbano: Ecatepec y Nezahualcóyotl. Dos gigantes del oriente”, Maribel Espinosa Castillo y Mario Bassols Ricárdez señalan el acontecimiento que lo cambió todo: la llegada de la fábrica Sosa Texcoco cerca de la avenida central, una empresa dedicada a la producción de sosa cáustica y carbonato de sodio, y cuyos empleados, junto a sus familias, se establecieron en el municipio. En los años siguientes continuaron instalándose más fábricas de rubros como el químico y siderúrgico dentro de Xalostoc, Santa Clara y Tulpetlac, formando así los primeros parques industriales y, con ellos, las primeras colonias obreras en sus inmediaciones. Empezaron a poblarse a sus costados la vía Morelos y la carretera México-Pachuca. En 1930, Ecatepec tenía una población de 8 762 personas. Para el año 1950 eran 15 226.

Este municipio, con 1 645 352 habitantes, cambia un poco a partir de las diez de la mañana. Algo es distinto durante estas horas, cierta tranquilidad que termina a la una de la tarde, cuando los niños empiezan a salir de las escuelas. Camino por Vista Hermosa, una colonia del poniente, la última antes de que comience la Sierra de Guadalupe, o “el cerro”, como se le conoce entre los habitantes. Estas calles empinadas se recorren despacio. Al prestar atención a las casas se puede percibir la preocupación que desde hace años se ha sentido por la inseguridad. Barrotes estrechos resguardan las ventanas; los portones, casi siempre de metal galvanizado, suelen ocultar en su totalidad el interior de las casas. Cada elemento contribuye a buscar mayor protección. Las bardas, por ejemplo, tienen alambres o pedazos de vidrios enterrados en los bordes; caminar cerca de algunas de estas puertas provoca un coro de ladridos, perros embravecidos se arrojan contra el zaguán, dispuestos a defender casa y familia.

Aunque el recorrido lo realizo caminando, Ecatepec no es un municipio para peatones. Cada tanto se debe uno bajar de la banqueta, pues están invadidas por automóviles, bultos de grava y arena, y puestos ambulantes construidos con lonas amarradas a postes de luz —un hilo más en esos enjambres de cables negros enmarañados—. En otras zonas, las banquetas están en mal estado o son inexistentes. Apenas en marzo de 2022 se decretó la implementación de la primera vialidad peatonal del municipio: la calle Emilio Carranza, que desemboca en el jardín municipal, solo podrá transitarse a pie o en bicicleta a través de una ciclovía.

Entre las calles de la Vista Hermosa hay dos consultorios de médicos privados, siete tiendas de abarrotes, cuatro farmacias. Y como en cualquier parte de este país, muchas familias construyen sus negocios dentro de sus hogares. Solo hay algo que no es posible encontrar en esta colonia: una ventana que no tenga barrotes.

Carretera México - Tizayuca, Ecatepec, Estado de México, 1945. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

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Patricia Eugenia Olivera Martínez, doctora en Geografía y maestra en Urbanismo por la UNAM, apunta en su estudio “Proceso de urbanización en Ecatepec, el Estado como agente promotor” que, “en Ecatepec, el rápido incremento de establecimientos industriales, estatales, privados nacionales y extranjeros sostuvo un incremento correspondiente de fuerza de trabajo. […] Esto contribuye al surgimiento de los primeros fraccionamientos autorizados en el municipio, el crecimiento de antiguas localidades, nuevas colonias, comienza la ocupación ilegal de terrenos fundamentalmente en propiedad privada; los ejidos comienzan a ser ocupados”.

Durante los cincuenta y los sesenta, la mancha urbana se expandió fuera de los antiguos pueblos de Ecatepec y de las colonias obreras, impulsada por la concentración económica que había en el municipio gracias a la industria. Esta urbanización acelerada tuvo su auge en las décadas siguientes, llegando al millón de habitantes a finales de los ochenta debido a las constantes migraciones desde otros estados y de la propia Ciudad de México. Distintas razones dieron origen a estas olas migratorias, pero entre todas destaca la gran oferta de vivienda que había por parte del Estado, ya que eran constantes las construcciones de fraccionamientos y unidades habitacionales populares. Fue entonces que, sin control ni planeación, la población se desbordó a lo largo del territorio. Según el Inegi, en diez años, de 1970 a 1980, el municipio pasó de 216 408 habitantes a 784 507.

Así, mientras barre la banqueta de su casa en avenida Río Grande, una mañana de junio, como todas las mañanas desde hace más de treinta años, cuando pavimentaron, Aurelia Padilla, una de las primeras habitantes de Tierra Blanca, colonia cercana a la cabecera municipal, recuerda su arribo en 1983:

—Había mucho terreno baldío. Con decirte que la primera casa que hicimos Juan [su esposo] y yo era con techo de lámina. No teníamos luz ni drenaje. Era más rústico, pero no había viciosos en la calle.

Todavía en los noventa se crearon varios asentamientos al norte, cerca de los límites con los municipios de Coacalco de Berriozábal y Jaltenco. Emiliano Ruiz Parra narra, en su libro Golondrinas. Un barrio marginal del tamaño del mundo, la creación de una de esas colonias: “El barrio marginal creció de manera exponencial en la década de los setenta. Para la década de los noventa ya no había casi tierras disponibles en el extrarradio de las ciudades. Golondrinas era el último pedazo de Ecatepec”. Durante esa misma década vino el declive industrial. La fábrica que lo cambió todo, Sosa Texcoco, cerró en 1993. Otras más abandonaron el municipio en la transición al siglo XXI; algunas más ya lo habían hecho antes, en la crisis de 1982. Pero los habitantes no se fueron. El 23 de abril de 2003, en una parte de los terrenos salinos que había pertenecido a Sosa Texcoco, comenzó la construcción del último gran complejo habitacional de Ecatepec, el de Las Américas, con quince mil nuevas casas. Al proyecto se le añadió, además, un centro comercial con el mismo nombre del fraccionamiento.

En la actualidad, el municipio continúa recibiendo a nuevos pobladores. De acuerdo con Reforma, miles de familias de bajos ingresos que abandonan la Ciudad de México por falta de vivienda a costos accesibles ven al Estado de México como una opción para vivir: “Según la Comisión Nacional de Vivienda, entre las zonas receptoras están Ecatepec, Tecámac, Coacalco, Ixtapaluca, Tizayuca y Tultitlán”.

El crecimiento caótico ha tenido sus consecuencias.

—Tiene años que no cae agua a diario, tengo que estar llamando a la pipa para llenar la cisterna —dice Aurelia sobre la actual situación que se vive en la colonia—. Yo como sea, pero las niñas [sus nietas] tienen que salir diario por su escuela. Ya fuimos los vecinos a quejarnos al municipio, pero dicen que como hay muchos que no pagan... Nosotros todos los años pagamos. ¿Pa’ qué?, me pregunto, si ni tenemos el servicio como Dios manda.

Juan, el difunto esposo de Aurelia, trabajó durante más de veinte años en la fábrica de jabón La Corona, instalada en el corredor industrial de Xalostoc. Su casa de lámina se transformó en una de dos pisos, hecha de tabiques y cemento. De lo único que se arrepiente Aurelia, es de no haberle hecho caso a su esposo cuando le pidió que regresaran a su pueblo natal, en el estado de Hidalgo, después de que él se jubilara.

—“¿Qué hacemos aquí?”, me decía —recuerda Aurelia, quien en septiembre cumple nueve años de haber enviudado.

La mancha urbana lo devora todo.
Incluso aquello que la hizo posible.

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Ser parte de la población flotante de la Ciudad de México implica que todas tus amistades (o la mayoría) vivan ahí. A veces estos vínculos son complicados: quienes habitan en la periferia deben desplazarse hacia al centro para convivir, pues son conscientes de que los habitantes de la Ciudad de México no los visitarán, ya sea porque desconocen las zonas periféricas o por prejuicios. En redes sociales varias personas se han expresado sobre esta situación. En un tuit de mayo de 2021, con más de 1 400 likes, 77 tuits citados y 266 retuits puede leerse: “Mucha periferia, pero ¿cuándo van a visitar a sus amigos del Estado [de México] o hacen planes allá? ¿Cuántas veces se han burlado de nosotros por vivir en el ‘establo’? ¿Cuánta empatía demuestran cuando les comunicamos que tomamos, por lo menos, tres transportes para verlos en su centro?”. Así, “es que tu vives en el Edomex” es la sentencia recurrente.

Ser parte de la población flotante también significa sentir más próximo lo lejano. Un ejemplo de ello es que, debido a la falta de espacios de recreación y a los problemas de movilidad dentro del municipio, para muchos ecatepenses que son población flotante es más fácil viajar tres horas para ir al Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México que visitar el Parque Ecológico Ehécatl, ubicado a unos minutos del centro del municipio; más viable el trayecto al Zócalo de la capital que al propio San Cristóbal, cabecera de Ecatepec. Pero esto también podría deberse a la falta de un sentido de pertenencia y arraigo por parte del “poblador flotante”, a que su condición de viajero diario altera la relación que tiene con el espacio de su localidad. Carlos Gándara Woongg, Fernando Padilla Lozano y Pablo Gutiérrez Castorena advierten, en su artículo “Población flotante y ciudad desde una perspectiva socioespacial: revisión de estudios recientes”, que “la falta de sentido de pertenencia, por parte de la población flotante, resulta en una carente atención al entorno local”.

Puente en paraje de San Cristóbal Ecatepec, 1925. Fotografía de Casasola / D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

Angélica Rivero López, doctora en Antropología y cronista vitalicia de Ecatepec de Morelos por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, encargada de difundir su historia mediante publicaciones y recorridos por lugares emblemáticos del territorio, considera que pueden ser diversos los factores que provoquen el desapego del municipio. Entrevistada por Zoom para Gatopardo, Rivero López menciona que existen dos formas muy marcadas de habitar el municipio: una es la de los pueblos antiguos de Ecatepec (Santa María Chiconautla, Santo Tomás Chiconautla, Santa Clara Coatitla, San Pedro Xalostoc, Santa María Tulpetlac), donde la mayoría de los pobladores son oriundos y practican y conservan ciertas celebraciones como procesiones y fiestas patronales, y la otra, la de las comunidades que se han formado desde mediados del siglo pasado a través de la migración. En estos últimos, la antropóloga advierte un desconocimiento del territorio que habitan:

—Si tú vas a cualquier colonia o fraccionamiento, saben que están en Ecatepec, pero no saben que hay pueblos originarios —dice.

Estos pueblos no son comunidades descendientes de culturas precolombinas, aunque en el municipio sí hubo asentamientos antes de la conquista; el concepto se aplica a aquellos pueblos que conformaban el municipio cuando este se estableció en 1887. Hay otros tres pueblos: Guadalupe Victoria, San Isidro Atlautenco y San Andrés de la Cañada, pero no se les considera originarios porque adquirieron la categoría de pueblo en los siglos XX y XXI. En 1980, el entonces gobernador del estado, Jorge Jiménez Cantú, decretó la asignación de la categoría ciudad al pueblo originario de San Cristóbal Ecatepec.

—Si tú les mencionas, por ejemplo, Santa María Chiconautla, pues quién sabe dónde queda. Es esta desinformación de no conocer este espacio donde se está viviendo, donde se está trabajando, donde se está estudiando.

Para Rivero López, el desconocimiento de la historia del territorio es la principal causa del casi nulo sentido de pertenencia de un gran porcentaje de la población:

—No se tiene ese arraigo porque no se conoce. Dicen que nadie protege ni cuida lo que no se conoce. Si no conocen la historia de la localidad, ¿cómo la van a proteger?, ¿cómo van a querer al espacio en donde están viviendo si no lo conocen? Porque sí, se vive en una zona marginada, pero esa zona marginada tiene su historia.

La deficiente difusión de la historia y el patrimonio cultural de Ecatepec de Morelos es un problema de las autoridades municipales; uno de tantos. Al margen de esto, remarca que se deben tener en cuenta la heterogeneidad y complejidad del municipio, en el que confluyen pueblos, fraccionamientos, barrios y asentamientos irregulares. Nuevas identidades se crean, y quien vive cuatro horas de su día en el transporte público no tiene tiempo (ni ánimo) para investigar la historia del sitio donde solamente duerme. Es difícil arraigar un sentido de pertenencia a un lugar cuando se habitan dos ciudades: cuando se es parte de una población flotante.

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En cuatro horas terminará el primer lunes de julio de 2022. Alumbradas por unos focos amarillentos, varias filas de personas esperan abordar el transporte que las llevará de regreso a casa. Caminan, se empujan, se atraviesan en el camino de otro, culebrean para evitar mezclarse con las demás filas, todas cubiertas bajo pequeñas estructuras de lámina y plástico improvisadas en la banqueta. Es el paradero del transporte público afuera de la estación del metro Indios Verdes. En los parabrisas de combis y camiones, iluminados por luces neón, pequeños carteles anuncian los destinos de las rutas. Entre los charcos que se forman en baches y coladeras cubiertas de basura, diecisiete personas suben a una camioneta y ocupan los asientos. En menos de doce horas estarán aquí, de nuevo, de camino a sus trabajos y escuelas.

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