Santa Fe, la ciudad amurallada: un distrito se encierra a sí mismo.

Las murallas invisibles de Santa Fe: una ciudad dentro de otra ciudad

Karen Villeda
Fotografía de Victoria Razo


Santa Fe es una de las zonas urbanas más conflictivas. Diseñada para recorrerla en auto y no salir de ella. Creada conforme la Ciudad de México iba expandiéndose, cubrió cumbres, barrancas y autopistas federales. Atrajo corporativos, colegios privados y boyantes proyectos inmobiliarios. Esta es una mirada a Santa Fe y sus contrastes. Una crónica que observa este distrito amurallado, no por concreto, sino por fronteras socioeconómicas.

Tiempo de lectura: 21 minutos

 

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

 

I

Santa Fe es una ciudad dentro de la Ciudad de México. Concreto armado, revestido de aluminio y vidrio, y acero estructural resguardan residenciales opulentos, hoteles de cadena y edificios inteligentes en esta zona del poniente.

Surgió en la década de los ochenta como una apuesta por el crecimiento en un país que estaba transformándose política y económicamente. Sin embargo, crecimiento no significa desarrollo (aunque se usen como sinónimos intercambiables). Este enclave, localizado entre las alcaldías Álvaro Obregón y Cuajimalpa, es una estampa de la desigualdad de una ciudad de más de nueve millones de habitantes. Una viñeta de pueblos conurbados, colonias populares y residenciales de lujo que conviven en las mismas latitudes. Entre estas alcaldías confluyen casos brutales del urbanismo excluyente y ejemplos esperanzadores de una arquitectura comunitaria. Personas que confían demasiado en sus vecinos, tarjetas de acceso inteligente, casitas pintadas con apoyo de las autoridades locales, amplios departamentos dentro de un campo de golf. Elitismo y cooperativismo forman parte de la vinculación socioterritorial. Pero la dinámica es tensa.

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Un hombre camina en el barrio de Palo Alto, cerca de “El Pantalón”, como se le conoce a la Torre Arcos Bosques I, y su hermana, la Torre Arcos Bosques II, en la Ciudad de México, el 3 de mayo de 2022. / Fotografía de Victoria Razo.

Santa Fe es un distrito que no es inclusivo ni accesible para quien lo visita ni para sus habitantes. Un botón de muestra es la opinión jurídica 01-2022 que el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Copred) emitió el 25 de abril de 2022 y que se relaciona con actos discriminatorios hacia las y los trabajadores del hogar que laboran en Cumbres de Santa Fe, un conjunto residencial de varias torres, con vistas a la metrópoli, que se enorgullece de su carta de presentación: la exclusividad y la privacidad en un “mundo aparte”, con 42 000 metros cuadrados de un bosque, entre barrancas, que se enuncia como propio.

En los lineamientos de convivencia y sanciones de este conjunto se especifica lo siguiente: “Queda prohibido para el personal doméstico […] deambular ni hacer uso de ninguna instalación, ni pasear por caminos, parques, plazas o cualquier área de uso exclusivo de residentes y sus invitados”. También señala que los prestadores de servicios deben permanecer dentro de las residencias “durante sus horas de trabajo”. La administración condominal respondió que no se estaba incurriendo en discriminación alguna, que existe un “derecho de propiedad absoluto”, que las áreas comunes dentro del condominio “son propiedad privada y de uso exclusivo de los condóminos” y no pueden ser objeto de posesión ni usufructo de terceros. Pero la Copred encontró una “categoría sospechosa” en el documento sobre la que descansa esta medida: “la apariencia, la tonalidad de piel y la pertenencia étnico-racial”. De acuerdo con el organismo, este proceso de racialización y pobreza hace que el personal de servicio sea susceptible a ver vulnerados sus derechos humanos. Porque clasismo y racismo caracterizan a la Ciudad de México. En 2015 se estimó que 1.7 millones de habitantes sufrían pobreza extrema, según el Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad, realizado por la UNAM. Y Santa Fe es un ejemplo de esta dinámica.

A poca distancia de Cumbres de Santa Fe se extiende una colonia popular, la Miguel Gaona Armenta. No se puede ir a pie fácilmente porque apenas hay banquetas. Para llegar hay que dar un gran rodeo de veinte minutos en automóvil o media hora en autobús (sin tráfico). Y cruzar murallas, no de concreto, que separan estos asentamientos. Rosalba González Loyde, maestra en Desarrollo Urbano por la Universidad Católica de Chile, explica en entrevista la segregación socioespacial del distrito: “Solo un perfil socioeconómico vive ahí […], aunque esto no quiere decir que no haya otros perfiles, como los de los pueblos de Santa Fe, que conviven con la zona financiera, pero que no se ven beneficiados por el desarrollo económico”.

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Arriba: el comedor dentro de un penthouse en la zona residencial La Loma, en Santa Fe. Ubicado en las alcaldías Álvaro Obregón y Cuajimalpa, este distrito es una estampa de la desigualdad de una ciudad de más de nueve millones de habitantes. Abajo: una empleada doméstica organiza la cocina de la casa donde labora, ubicada en La Loma, Santa Fe, una de las zonas residenciales con mayor plusvalía de la Ciudad de México, el 4 de mayo de 2022. / Fotografía de Victoria Razo.

II

Cuando pienso en Santa Fe, pienso en una muralla. El puente levadizo son las vías de acceso y los medios de transporte. El matacán, lo que más sobresale en este tipo de construcciones, parecido a una corona, es el eje económico. El foso son las barrancas y las torres son los pueblos donde viven las personas. El alcázar, por supuesto, está destinado a aquellos habitantes con alto poder adquisitivo. El patio son los centros comerciales. Y el pozo son los múltiples problemas de la zona, comenzando por la cuestión ambiental. Santa Fe no es una excepción, sino un ejemplo más de urbanismo no inclusivo.

Steven Flusty, en Building paranoia: the proliferation of interdictory space and the erosion of spatial justice, señala: “El simple acto de entrar a una residencia se ha vuelto abrumadoramente complejo”.[1] Desde inicios de los noventa, el arquitecto y filósofo ha desarrollado el concepto de “espacio interdictorio”, el cual está diseñado “para interceptar y repeler o filtrar a los posibles usuarios”. Algunas de las estrategias defensivas y disuasorias para el acceso que caracterizan estos espacios son las que persisten en comunidades cerradas: los procesos de vigilancia y la fortificación a gran escala. Es así como la polarización socioeconómica se manifiesta en Santa Fe también de manera física. Por un lado, hay lugares fortificados, como residenciales de lujo cuyo acceso está restringido, y, por otro, lugares al margen de este castillo contemporáneo y sus puntos de control, que son los que pertenecen al cinturón de pobreza. Esto es lo que Flusty considera una “ciudad prohibida sellada contra los pobres” con fosos y murallas. Robert Nozick, por su parte, en Anarquía, Estado y utopía, defiende la noción de un Estado ultramínimo, que mantiene el monopolio sobre el uso de la fuerza; sin embargo, solo ofrece protección porque su principal función es velar por la propiedad privada. Sugiere, en esta organización política, la existencia de un mercado de agencias de protección que venden paquetes de seguridad. Y como los individuos pagan de su bolsillo por esta seguridad, quienes tienen más dinero, tienen más derechos. La seguridad, entonces, se convierte en un bien económico de libre mercado que los individuos compran para su protección y la de su propiedad.

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Fotografía de Victoria Razo.

III

¿Cómo llegar a Santa Fe? Hay pocas vías de acceso y escasos medios de transporte hacia este lugar en la salida a Toluca, capital del vecino Estado de México. Son las 4:15 de la tarde de un lunes de marzo. No es quincena. Las rutas que Google Maps ofrece desde casa, en la colonia Del Valle, alcaldía Benito Juárez, son reducidas. Cada opción marca alertas de “más tráfico de lo habitual” e “incluye peajes”. Se ha escrito que el automóvil es el eje rector de movilidad en Santa Fe y que sus vías de comunicación son insuficientes. Debido al infierno vial, los embotellamientos que duran horas, los capitalinos lo llaman popularmente —y con ironía— Mordor, como ese lugar inhóspito, “donde se extienden las sombras”, que aparece en las novelas de J. R. R. Tolkien. Porque en el tráfico todas y todos quedamos atrapados. El tránsito lento de la hora pico nos democratiza.

Para ir en coche particular a Centro Santa Fe, el centro comercial “más grande y completo del país”, reza la información general de su página web, puedo tomar la avenida Constituyentes, el Camino Real a Toluca o la Supervía Poniente. Me decido por la primera, porque las otras dos opciones, aunque tienen menos kilómetros, representan unos diez minutos más de camino. Serán 34 minutos, 18.3 kilómetros. Sin embargo, tengo dos opciones más al llegar al entronque de Lomas de Santa Fe: seguirme por la Prolongación Paseo de la Reforma (cuyo otro nombre es Autopista México-La Marquesa) o por la carretera libre México-Toluca (la mancha urbana creció tanto que Santa Fe se creó en los inicios de estas carreteras, entre cumbres y viejas minas de arena). Opto por la segunda vía. Y lo que sería una media hora se convierte en casi una completa. Este trayecto lo repite diario todo el que viene a trabajar aquí. El cálculo del tiempo no es exacto, porque en esta ciudad siempre pasa algo.

¿Cómo se llega a Santa Fe? Pagando. Google Maps se muestra optimista a las seis de la mañana del martes siguiente. El tiempo estimado es de veintiséis minutos. La mejor ruta indica subir al segundo piso del Anillo Periférico y continuar por la Supervía Poniente, lo cual hay que pagar. La Supervía tiene tarifas desde 21 hasta 82 pesos, dependiendo del acceso y la salida que se utilicen. Además, hay que tener un tag. La oferta de sistemas de cobro electrónico de peaje no es muy amplia: un dispositivo como los de TeleVía, Iave o Pase tienen un costo que va de los 150 a los 200 pesos.

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Rascacielos de aluminio, vidrio y acero estructural que resguardan residenciales sofisticados, hoteles de cadena y edificios inteligentes, en avenida Santa Fe, el 2 de mayo de 2022. / Fotografía de Victoria Razo.

¿Cómo llegar a Santa Fe? Con una aplicación de movilidad. Priscila,[2] de 34 años, que trabaja allá en un corporativo, dedicada al rubro del entretenimiento, me cuenta que para llegar a su oficina usa un servicio de transporte colectivo. “En las camionetas de Urbvan me tardo alrededor de una hora, de día, y entre una hora y noventa minutos, de regreso”, comenta. Para reservar un viaje en la app, debo elegir la estación más cercana a casa, que es Insurgentes Sur. Son quince minutos caminando para llegar adonde está la unidad y abordarla. Me dejará en la estación de Office Depot, a un minuto a pie de Centro Santa Fe. El viaje, de estación a estación, lo venden como “media hora”, pero implica más de cuarenta minutos. El pagó será de 68 pesos. Estas alternativas tecnológicas pueden costar hasta cien pesos por viaje y no tienen estaciones en alcaldías distantes, como Iztapalapa. Una vez allá, si quisiera ir a uno de los colegios privados de la zona, como la Universidad Iberoamericana (UIA), por ejemplo, tendría que tomar un Uber o un DiDi para llegar en menos de diez minutos. Serían cuarenta pesos más. A pie, la distancia se duplicaría: si quisiera ir más segura, tendría que irme por la colonia Lomas de Vista Hermosa, donde sí hay banquetas. Cuando el tiempo apremia, hay que jugar la ruleta rusa que los peatones enfrentan a diario. Porque no se puede caminar aquí. Julia, estudiante de posgrado en la UIA, de 38 años, viaja en los “taxis de la muerte” para llegar aquí. Se toman en el metro Observatorio: “Subes a un taxi colectivo, que solo hace las paradas que le indiquen y no sube a nadie más. Cuesta 35”, dice.

¿Cómo se llega a Santa Fe? En transporte público, que tiene cerca de cien mil millones de usuarios, de acuerdo con el Inegi. Subo al metro a la semana siguiente y el tiempo de traslado aumenta. Se duplica. La Línea 12 es la más cercana a mi domicilio. Pago cinco pesos. Subo a la estación Zapata, transbordo en Mixcoac y me dirijo a la estación Tacubaya, de la Línea 7, y bajo ahí. Tomo el camión que va hacia Jesús del Monte, la última parada. Dos pesos. Llego a las instalaciones de Televisa. Avenida Vasco de Quiroga 2000. Creo que me equivoqué.

¿Cómo se llegará a Santa Fe? En el Tren Interurbano México-Toluca. En un futuro. ¿Cuándo? La fecha oficial está reservada para finales de 2023. Al momento de finalizar este texto, el avance del Tren Interurbano México-Toluca es de poco más de 54%.

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Camino que dirige a La Loma, Santa Fe, el 4 de mayo de 2022. / Fotografía de Victoria Razo.

IV

Vasco de Quiroga, inspirado en la Utopía de Tomás Moro, fundó la República Hospital de Santa Fe en 1532. Moro, en su libro icónico, habla de un lugar donde, escribió, “se atiende al regalo de los enfermos, los quales se curan en hospitales públicos, que hay quatro en cada ciudad, fabricados fuera de ella, tan capaces, que parecen poblaciones pequeñas: lo uno, porque si hay un gran número de enfermos [que] no estén estrechos y con inconformidad; y lo otro porque si hubiese algún mal contagioso, y pegadizo, puedan estar apartados de los otros”.[3] Más de cien jefes de familias nahuas y otomíes lo acompañaron en su emprendimiento en las inmediaciones de la capital. Surgió así el hospital-pueblo Santa Fe de los Naturales, un refugio para los indígenas. Un año después, este modelo fue replicado con los purépechas en la cuenca del lago de Pátzcuaro, en Michoacán: Santa Fe de la Laguna, localidad que sigue todavía en pie. No sucedió lo mismo con Santa Fe de los Naturales porque, a pesar de que prosperó al ser fundamental para la evangelización, se fue desintegrando de a poco. En Descripción de México, de su comarca y laguna, mapa elaborado por Diego de Zisneros en 1618, aparecía dibujado un pueblito llamado “Sta Fe”.

Pasó el tiempo. Durante el porfiriato, a finales del XIX, esta zona era de recreo para las familias adineradas. Debido a la distancia del centro, sin embargo, se convirtió en un tiradero, en los basureros de la capital en los años cuarenta y en rellenos sanitarios en los sesenta. A mediados del siglo XX eran minas de arena y grava: “La vista eran las casas de lámina, las casas de cartón, las casas de desechos. Porque de este lado de Santa Fe estaban los basureros”, dice Fabiola Cabrera, activista de la Sociedad Cooperativa de Vivienda Unión Palo Alto. El expresidente José López Portillo construyó un conjunto de mansiones, en lo que sería la colonia Bosques de las Lomas, conocido como la Colina del Perro, un terreno de más de cinco mil metros cuadrados que atrajo a gente con alto poder adquisitivo. “La aparición de cuatro mansiones en la punta de un cerro, entre árboles y barrancas […] fue el mayor escándalo del sexenio [1976–1982], y quizás el símbolo de la corrupción imperante en el antiguo régimen”, recordó Samuel Adam en Reforma. Cabrera prosigue: “Les parece atractivo. Esta parte era la provincia. Y el desarrollo comienza a crecer de una manera monstruosa. El dueño de las minas recibe la oferta de vender y pide a los trabajadores desalojar”. Ellos, migrantes rurales, habían ido construyendo su casa como iban pudiendo en las inmediaciones. “Ésas eran las condiciones. Les decían: ‘Sí, te doy permiso de vivir aquí, me pagas renta, pero tú construyes como puedas’. ¿Y cuál era la manera? Con basura: láminas, madera, cartón”.

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Fotografía de archivo de lo que en la actualidad se conoce como la Sociedad Cooperativa de Vivienda Unión Palo Alto, fundada en 1972, en Santa Fe. / Fotografía de Victoria Razo.

Este es el inicio de un proceso de cambio social. Cabrera no escatima en detalles: resultó que, a un colegio cercano, “venían hijos de funcionarios, de gente muy adinerada. La asociación de padres de familia de ese colegio, en conjunto con las madres ursulinas y los jesuitas, inició obras de caridad. Hasta que llegó el padre Rodolfo Escamilla [asesinado en 1977, según una nota de The New York Times], que hizo algo más para mejorar la calidad de vida de estas personas que vivían en los basureros. Él tenía experiencia en cooperativas en algunos otros estados. Vio la posibilidad de hacer un proyecto de ese tipo, el de vivienda”. En paralelo comienza el crecimiento de Bosques de las Lomas y él concientiza a la gente de Palo Alto. “Los empieza a preparar políticamente y, sobre todo, a educar, porque 99% de la gente que trabajaba en las minas era analfabeta”. Cuando intentaron desalojarlos, ya estaban organizados para comprar los terrenos. El asunto se fue a litigio y los habitantes de Palo Alto ganaron 4.7 hectáreas, que fueron adquiridas legalmente. Así se constituye la cooperativa de Palo Alto, fundada en 1972, conformada hoy por 245 socios, entre fundadores originales y sus descendientes. Cuatrocientos noventa años después de Vasco de Quiroga, la utopía persiste.

La cooperativa de Palo Alto está a poco más de quinientos metros de “El Pantalón”, como se le conoce a la Torre Arcos Bosques I, y su hermana, la Torre Arcos Bosques II. También está cerca un hotel cinco estrellas, el Live Aqua Urban Resort México donde, según su publicidad, “cada detalle se convierte en una delicada experiencia sensorial”, y cuyos paquetes de despedida de soltera incluyen spa grupal y fiesta privada en la terraza. El hotel y Palo Alto casi comparten el mismo código postal. Solo cambia un dígito: del 05110, de Palo Alto, al 05120, del alojamiento donde la suite presidencial cuesta poco más de noventa mil pesos la noche. La cooperativa tiene como objetivo garantizar el derecho a la vivienda. Luis Márquez, esposo de Fabiola Cabrera, añade: “La propiedad colectiva y la autogestión son elementos que nos han ayudado a estar aquí. Tenemos una asamblea permanente desde hace más de cincuenta años, las decisiones son colectivas. Siempre prevalece lo colectivo sobre lo particular. Solamente así podemos resistir ante todos los embates”.

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Fotografía de Victoria Razo. / Fotografía de Victoria Razo.

V

Santa Fe es uno de los corredores empresariales más importantes de la ciudad; sin embargo, eso mismo hace que la zona sea conflictiva. En los ochenta “era la apuesta para descentralizar […] y posicionar una zona específica como el centro financiero”, apunta González Loyde. Sin embargo, “solo pueden acceder algunas personas con ciertos perfiles, y para otro tipo de personas que claramente tienen que asistir ahí, ya sea por trabajo o algún servicio, pues es poco accesible”. Santa Fe, entonces, tiene un gran porcentaje de población flotante: va y viene. Según la Asociación de Colonos Zedec Santa Fe, en 2017, hasta 350 000 personas acudieron a esa zona diariamente a laborar o estudiar, pero solo 15% eran residentes. Estos habitantes viven entre corporativos, hoteles, centros comerciales y universidades. Leonel, de 32 años, cuenta que empezó a trabajar como profesor en un colegio privado en 2014. Recuerda que, al vivir en Tacubaya, en la alcaldía Miguel Hidalgo, el trayecto no era tan largo: “Yo estoy en la puerta de la entrada a Santa Fe. Tomaba un microbús del paradero [de Tacubaya]. Hacía de cuarenta minutos a una hora, dependiendo del tráfico. En coche, de la puerta de mi casa a la del trabajo, me llevaba media hora. Éramos un ejército de gente que íbamos a trabajar. Tenía amigos que iban desde la periferia porque se paga mejor. Creo que eso es parte del canto de las sirenas en Santa Fe: se paga mejor”. Hoy ya no trabaja en esta parte de la ciudad porque prefirió hacerlo en una zona más céntrica. Cuesta mucho tiempo y dinero trabajar en Santa Fe. Comer ahí es caro. Priscila, la de la industria del entretenimiento, delata que “no hay negocios independientes. Todo alrededor son cadenas de restaurantes y centros comerciales”. Para alimentarse “existen algunos puestos de opciones ‘informales’, pero en realidad la variedad y diversidad es poca”. Estas historias suceden en pleno Santa Fe, donde se puede encontrar una filial del exclusivo Nobu, un restaurante japonés cuyo valor neto como compañía asciende a doscientos millones de dólares y que entre sus socios tiene a Robert De Niro. Una entrada de su carta, el tiradito de lenguado, cuesta cerca de setecientos pesos. Para la mayoría de quienes acuden a trabajar a los corporativos, estos precios son prohibitivos. Así que una opción, aparte de la comida rápida, que tampoco se caracteriza por sus bajos costos, es comer en La Esperanza, una de las pocas fondas de la zona, a unos pasos del Nobu. Ubicada en Palo Alto, la fonda representa una salida a la violencia económica que viven las mujeres, cuenta Cabrera, una de las principales activistas de Palo Alto. Ellas también preparan alimentos que reparten a varias oficinas a la redonda.

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Telésfora Rivera, 84, una de las primeras habitantes de Palo Alto, cocina en ollas de barro dentro de su casa en este barrio, en la Ciudad de México, el 3 de mayo de 2022. / Fotografía de Victoria Razo.

VI

Cilindros que tocan el cielo, como Panorama Santa Fe; elipses que se hunden en la tierra, como Garden Santa Fe. Hay edificios cuadrados, hay edificios romboides. Paralelogramos que rompen sus propias reglas. Un ejemplo es la torre Península Santa Fe, cuyo reflejo plateado sobresale en una saturación aguamarina y beige. Esta mirada llena, ¿qué significa? El reflejo que se devuelve me hace pensar en que Santa Fe representa nuestras aspiraciones primermundistas. No en balde una desarrolladora apostó, hace un par de años, por hacer brownstones, torres revestidas con ladrillo. “No es Brooklyn, es Santa Fe y se verá espectacular”, publicó al respecto la revista Chilango en 2018. A Santa Fe también se le conoce como “la pequeña Manhattan de la Ciudad de México”. Aquí el tiempo se acelera, el espacio se contrae. Santa Fe es una dimensión alterna donde México es un país desarrollado, de “primer mundo”, hasta que recordamos ese golpe de realidad: en la capital, 30.6% de la población vive en condiciones de pobreza, 28.8% en pobreza moderada, 1.7% en pobreza extrema, de acuerdo con el “Informe de pobreza y evaluación 2020”, elaborado por el Coneval.

Las barrancas de Santa Fe tienen asentamientos irregulares y, además, sirven para descargas residuales de los corporativos. Es una zona donde se abusa de la topografía, hay riesgos para muchas familias por vivir en taludes y, debido a los patrones geográficos, los corporativos tampoco están del todo seguros. Las barrancas funcionan como una frontera no solamente terrestre, sino socioeconómica. La de Tlapizahuaya, entre Jalalpa y el Consorcio Santa Fe, es lo que delimita a Santa Fe City, como la llaman algunos habitantes de las colonias populares. Ricardo creció entre Jalalpa y El Cuernito. Lo que más recuerda de su infancia son las vistas: “Se veía un lago de casas y luces”. Ahí “todo el mundo se conocía desde siempre”. Ricardo también rememora cómo fue creciendo Jalalpa: “En El Cuernito, cuando era niño, vivía en un edificio de tres pisos. De los poquitos que había. Me asomaba por la ventana y veía el desarrollo del cerro de enfrente, donde está Jalalpa. Primero fueron llegando casas de campaña, después se hicieron las casas, aunque mucho ya estaba habitado cuando yo nací”. Casi todas las viviendas de estas colonias populares están pintadas del mismo color: “La estética cambió con la mejora de la economía y había programas de apoyo gubernamentales, por lo que pasamos de casitas grises a casitas cremita, amarillo, rojo, ocre”. La avenida Gustavo Díaz Ordaz, en Jalalpa, se convierte en Camino a Santa Fe para entroncar con Tamaulipas. Al llegar al cruce entre esta avenida y Carlos Lazo, las tiendas de abarrotes, la tapicería, los cafés internet, la tortillería, los puestos de comida callejera son sustituidos por centros educativos con colegiaturas altísimas, concesionarias de autos de lujo, tiendas de grandes marcas. Y residenciales.

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Fotografía de Victoria Razo.

Cuando cruzo la Avenida de los Poetas, la más famosa a un costado de Santa Fe, que carece de puentes peatonales, me dedico a observar de un lado a otro de las barrancas. No hay que poner demasiada atención para darse cuenta de los contrastes. Están a simple vista. Como ese Mercedes-Benz negro y un maltrecho autobús que pasan a toda velocidad mientras una mujer, quizás de mediana edad, sortea a pie la imprudencia de los conductores: atravesar para hacerle la parada a una unidad de transporte público es cosa de vida o muerte. Y casi al llegar a Tamaulipas, la estampa de la desigualdad es apabullante: la Torre Sequoia está cara a cara con varias hileras de casas, una tras otra. Santa Fe juega con las fichas de dominó del cinturón de la pobreza. Lo excesivo y las carencias se encuentran en una misma latitud y chocan entre sí.

Una conocida me presentó a su prima Nadia, que se considera a sí misma una “experta en el poniente”, una chica que disfruta mucho vivir aquí porque “es como un suburbio, pero con lo mejor de una ciudad”. Dice que el promedio para adquirir una vivienda está entre 350 000 y tres millones de dólares. “Creo que al único lugar que me mudaría sería a Polanco, pero es difícil encontrar cosas que en Santa Fe son fáciles, como tener estacionamiento para ti y para las visitas en tu edificio, o la seguridad veinticuatro horas, por la misma cantidad de dinero”.

VII

Cada vez hay más plazas comerciales en Santa Fe. Además del icónico Centro Santa Fe, están Zentrika, Samara Shops y Garden Santa Fe, el primer y único centro comercial subterráneo de América Latina. Muchos que no viven en la zona acuden a entretenerse. En El lugar de los encuentros. Comunicación y cultura en un centro comercial, Inés Cornejo Portugal, profesora-investigadora adscrita a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), escribe: “Algunas personas parecen desplazarse o transmigrar hacia otros lugares en la búsqueda de aquellas marcas o espacios que las distinguen”. Los centros comerciales sustituyen así a las plazas públicas; en ellos conviven la recreación y el consumismo, espacios de usufructo privado adonde se traslada la vida pública. Y hay que tener dinero para tener acceso a estos espacios: “Parece que la llamada ‘gente bien’ habita, se apropia, practica, pero también desecha fragmentos de ciudades imaginarias para reconocerse a sí misma, en una suerte de espejeo interminable”.[4]

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Fotografía de Victoria Razo.

Una ejemplificación burda es la película Amar te duele (2002), de Fernando Sariñana, cuyos protagonistas —Renata, una adolescente de clase alta, y Ulises, de clase baja— se conocen en Centro Santa Fe y se involucran en una relación imposible.

José Ignacio Lanzagorta García, antropólogo urbano, doctor de Ciencias Sociales por El Colegio de México, afirma: “Está claro, cuando estás en Santa Fe, quién pertenece a qué. Es una frontera de clase sumamente agresiva, violenta. En Amar te duele se ve que es insólito para ambos mundos convivir en términos que no sean […] jerárquicos y laborales. Es un cliché, pero es un gran ejemplo sobre qué tan transgresor es cruzar la frontera para uno y para el otro lado”. A esto, Lanzagorta García lo llama “desvinculación socioeconómica”. Y sugiere que “quizá lo que se pueda hacer es intervenir para que la calidad [de vida] de los que están ahí [Santa Fe] sea un poco mejor, como contar con mejores infraestructuras de transporte público y mayor creación de espacios públicos, como el parque La Mexicana, que ha sido muy exitoso”.

Itziar de Luisa, presidenta de Colonos de Santa Fe y activista del espacio público, narra cómo surge este espacio, con una inversión cerca de los dos mil millones de pesos, en un área de veintiocho hectáreas (tres veces la Alameda Central del Centro Histórico), con andadores, humedales, pistas, skatepark, anfiteatro, además de cafés y restaurantes: “Los colonos estábamos convencidos de que era un terreno que podría tener una mejor utilización como espacio público —social y ambiental—, en vez de construir doce mil viviendas. La Mexicana es el único parque en el mundo que genera 100% de sus recursos. Ese es el reto: generar los recursos necesarios y puntuales para mantener el parque en el más alto estándar de seguridad, diseño, limpieza, programación”.

Nadia, habitante de Santa Fe desde los inicios de la pandemia, añade: “Es un lugar seguro, donde puedes estar al aire libre con tu familia. Puedes ir a correr”. Si no existiera La Mexicana, nunca hubiera considerado mudarse a Santa Fe. “Y por lo mismo, esta parte es medianamente peatonal, lo cual no es común aquí”. Pero Rosalba González Loyde se muestra un poco escéptica: “La gente del barrio de Santa Rosa, que está a medio kilómetro, quién sabe si se sienta cómoda para asistir a un espacio con unas condiciones bastante elitistas. La propuesta es interesante en general, pero lo que menciono es una limitante”. Este proyecto, entonces, ¿será exitoso solamente para un segmento de la población y en diálogo con una sola visión de ciudad?

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Parque La Mexicana en Santa Fe, Ciudad de México. / Fotografía de Victoria Razo.

VIII

A inicios de siglo, en los años 2000, los habitantes de los pueblos de Santa Fe tenían todavía que comprar pipas de agua potable y las empresas pagaban por vaciar las fosas sépticas. Hoy la segregación ambiental para unos cuantos todavía persiste. Por un lado tenemos un centro comercial sustentable, a 35 metros de profundidad, Garden Santa Fe, diseñado con celdas fotovoltaicas y un sistema de captación de aguas pluviales; por el otro lado de aquella muralla social invisible, los sectores más pobres pertenecientes a las barrancas ven vulnerarse su entorno.

Revisamos la prensa: “Barrancas de Santa Fe, cloacas de corporativos”, se denunciaba en una nota de El Universal del 20 de julio de 2009. “Contaminadas, las cien barrancas del poniente de la ciudad: Sedema”, publicó La Jornada el 2 de mayo de 2022. En esta nota, la subdirectora de Áreas de Valor Ambiental de la Secretaría de Medio Ambiente, Ameyalli Pérez Hernández, admite: “La totalidad de las cien barrancas en el poniente […] tienen algún problema de contaminación, ya sea por descargas de aguas residuales o son utilizadas como tiraderos de basura o cascajo, además de la urbanización irregular de que han sido objeto”.

Rafael Castañeda Olvera, profesor e investigador de la división académica de Ciencias de la Sustentabilidad de la Universidad Tecnológica Fidel Velázquez, asegura que esta es una zona con un grave impacto al medio ambiente: “Hace treinta años era un paraíso. Desarrollaron de manera impresionante lo que ahora es Santa Fe y la huella ecológica es muy grande por lo que construyeron ahí, basado en una alta exigencia de recursos. Ha empeorado mucho la calidad de la biodiversidad y los problemas ambientales son muy evidentes”. El doctor en Sociología por la UAM añade: “Los problemas ambientales hay que diferenciarlos de los conflictos sociales, ya que los primeros han persistido y los segundos no, debido a que el componente social se ha reducido: gente que había vivido ahí por años, los del pueblo de Santa Fe, y que incluso les arrebataron el nombre y fueron expulsados debido a la gentrificación, tuvieron que irse porque ya no les alcanzaba para vivir ahí. Yo hice un análisis de caso sobre la Supervía Poniente y muchas personas fueron expulsadas”. Es claro que hay un abuso de las capacidades ambientales de la zona. Y también persiste una mala gestión ambiental que impacta en el desarrollo sustentable. “En Santa Fe está el estilo de vida de la modernidad en su máxima expresión, que requiere una alta exigencia de recursos energéticos, una alta concentración de agua; además, genera muchos residuos, muchísima contaminación atmosférica por el transporte motorizado particular, porque es la zona que, según el Inegi, concentra más autos por persona”, dice. Y acusa también que Santa Fe está “inmersa en un territorio llamado Bosque de Agua, que abarca desde el sur de la Ciudad de México hasta Cuernavaca y pasa por la zona de Toluca. Su principal función ecosistémica es la captura de agua, y uno de los grandes motores de absorción es Santa Fe […]. El asunto de los residuos es gravísimo porque estos no se quedan ahí, sino que se exportan a otras partes de la ciudad, como Naucalpan o localidades en Morelos”. El desarrollo urbano siempre tiene un impacto ambiental. Las soluciones no serán rápidas. Castañeda Olvera propone una gobernanza ambiental con cada uno de los actores involucrados.

Fotografía de Victoria Razo.

IX

Una ciudad que es muchas ciudades. Una ciudad fragmentada, una ciudad perdida, una ciudad amurallada, una ciudad que es muchas ciudades. José María Wilford Nava Townsend, coordinador del Departamento de Arquitectura de la UIA, reflexiona sobre las ciudades encontradas a partir de observar los pueblos de Santa Fe: “La masiva migración de pobladores rurales a la capital del país muy pronto dejó totalmente desbordado cualquier intento de planificación, que contrariamente a lo que la creencia popular generaliza, sí los hubo y no de escasa calidad. No es una problemática de nuestra ciudad, es un patrón de conducta social globalizado. Así […], se generaron términos como ‘cinturón de miseria’, ‘ciudades perdidas’, ‘crecimientos informales’, etc.”. Sin embargo, el conocimiento y estudio del fenómeno nos avienta realidades imponentes: “La dimensión de la mancha urbana derivada de esta manera de habitar es mucho mayor a la realizada por los procesos planificados. También es mayor la cantidad de pobladores que construyen su vida diaria, su cotidianidad, sus esperanzas, a partir de estos espacios. La película entonces pasa de negativo a positivo. Los espacios planificados resultan ser pequeños enclaves ‘perdidos’ en la inmensidad de la ciudad total”.[5] En Santa Fe, la arquitectura es una competencia de alto rendimiento. Siempre están construyendo algo nuevo, la torre que inaugurarán hoy será suplantada rápidamente en cuanto se levante otra fortificación, que será más suntuosa y excesiva. De un día a otro, el paisaje cambia. Y también resiste.

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Un niño juega futbol en el parque central de la cooperativa de Palo Alto, un barrio que se ha resistido a vender sus tierras en la zona de Santa Fe, en la Ciudad de México, el 3 de mayo de 2022. / Fotografía de Victoria Razo.

 

[1] Steven Flusty, Building paranoia: the proliferation of interdictory space and the erosion of spatial justice, Los Angeles Forum for Architecture and Urban Design, 1994. La traducción de estos fragmentos es mía.
[2] Los nombres de las personas entrevistadas fueron modificados.
[3] La Utopía de Tomás Moro, M. Repullés, 1805. Respetamos la grafía original de esta edición.
[4] Inés Cornejo Portugal, El lugar de los encuentros. Comunicación y cultura en un centro comercial, Universidad Iberoamericana, 2007.
[5] José María Wilford Nava Townsend, “Espacios: ciudades encontradas: Santa Fe de México y sus ‘colonias’”, Arquine, 3 de noviembre de 2020, https://www.arquine.com/ciudades-encontradas-santa-fe-de-mexico/.

Este texto fue publicado en Gatopardo 221. La vida en las ciudades.


Karen VilledaTlaxcala, 1985. Escritora. Autora de tres libros de no ficción, seis poemarios y dos libros infantiles. Su título más reciente es Anna y Hans (Fondo de Cultura Económica, 2021). Sus creaciones literarias han sido reconocidas con más de quince premios de poesía, ensayo y narrativa, además de traducidas a diversos idiomas, como alemán, árabe, francés, griego, inglés y portugués. Su libro Dodo forma parte de la colección Archivo de Literatura Hispánica en Audio, y es una de las pocas escritoras mexicanas que forman parte de este proyecto de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. En 2015 participó en el Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa y en 2018 fue escritora residente del Vermont Studio Center. Ha sido becaria de la Pollock-Krasner Foundation, Open Society Foundations, la Ragdale Foundation, Under the Volcano y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Victoria RazoFotógrafa independiente que trabaja entre la Ciudad de México y Veracruz. Su obra se centra en los derechos humanos, temas de género, la migración e historias medioambientales. En 2021, una de sus imágenes fue seleccionada como parte de las fotografías del año de National Geographic. Ha recibido numerosos premios, entre los que se encuentran el Picture of the Year 2022, POY Latam 2021 y Premio de Periodismo de Investigación CEAPP 2018, 2020 y 2021. En 2018, una de sus imágenes fue seleccionada entre las cien fotos del año de la revista Time. En 2017, como parte del colectivo Periodistas de a Pie, recibió el Premio Gabriel García Márquez por el proyecto “Buscadores en un país de desaparecidos”. Sus imágenes se han publicado en numerosos medios, como National Geographic, The New York Times, NPR, Time, The Washington Post, Los Angeles Times, Bloomberg, Vogue, entre otros. Es miembro de Diversify Photo, Women Photograph y Frontline Freelance México.

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