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Este oso, también conocido como andino y característico de Colombia, apenas alcanza una población de menos de 20 mil ejemplares. La empresa minera AngloGold Ashanti planea explotar yacimientos en su hábitat, lo que empeoraría su probabilidad de supervivencia.
En 1989 Daniel Rodríguez estudiaba Biología en la Universidad Nacional y preparaba su tesis, la primera en Colombia sobre la especie Tremarctos ornatus, el único oso que habita en la cordillera de los Andes. Daniel viajó con un colega desde Bogotá hasta el Parque Nacional Las Orquídeas, en el departamento de Antioquia. Era verano y el páramo, un ecosistema altoandino, estaba florecido pero, en ausencia de lluvia y neblina, la vegetación se había tornado de un amarillo tenue que Daniel recuerda como cientos de soles pardos. Y allí, entre el color, a unos quinientos metros de distancia, los estudiantes y el guía notaron una mancha negra. “¿Será una vaca?”, le preguntaron al guía. Se acercaron y, tendidos en el piso, tomaron los binoculares. Entonces vieron –Daniel por primera vez– a un enorme oso andino que comía bromelias. De la alegría, su colega empezó a aplaudir.
–Y el animal volteó para donde nosotros estábamos, se levantó en dos patas, olisqueó, nos miró bien y salió corriendo. Se perdió en la montaña –recuerda treinta y dos años después Daniel, hoy director de la Fundación Wii para la Investigación, Protección y Conservación del Oso Andino.
De la especie, conocida como oso de anteojos por los círculos de pelaje blanco en el rostro, cuyos machos pueden pesar 150 kilos y medir más de dos metros, a él siempre le ha llamado la atención su tranquilidad.
–Es una especie esquiva, se deja ver poco, es precavida. Para mí el animal representa la espiritualidad de la montaña, el silencio y la paz.
Cuando entró a la universidad, a mediados de los ochenta, Daniel no sabía que el oso andino existía en sólo seis países suramericanos y que uno de ellos era Colombia. Se topó con afiches que mencionaban a “el espíritu del bosque” y “el fantasma de la montaña” y comenzó a indagar. La especie había sido descrita en 1825 por el naturalista francés Georges Cuvier. Hacia 1933 apareció un reporte de un viajero alemán a quien pobladores de los Andes le habían hablado de un oso de la niebla que mataba vacas. No fue sino hasta la década de los setenta cuando el doctor Bernie Peyton hizo la primera investigación rigurosa sobre el oso andino en Perú. Estimulados por el trabajo de Peyton, para comienzos de los noventa, Daniel y otros colegas trazaron un mapa de distribución del oso en Colombia.
El oso andino es herbívoro en un 70% y carnívoro en un 30% –contrario a los polares que comen carne o a los grizzly, en su mayoría carnívoros–. Se alimenta de frutas del bosque, lauráceas, sobre todo de aguacate y uvitas caimaronas. A diferencia de sus parientes, su cara es corta, lo que le permite tener un olfato potente que aprovecha para percatarse de la presencia humana y huir. Puede caminar una veintena de kilómetros en un par de días. Además, cumple un papel importante en el ecosistema al ser un dispersor de semillas.
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Pero la especie se encuentra en estado vulnerable en la clasificación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es decir, dos pasos antes de ser declarada en amenaza crítica. Esto por dos motivos: la disminución del número de osos y la pérdida de su hábitat.
Daniel dice que existen entre 12,000 y 19,000 osos andinos en Colombia, según cálculos del doctor Manuel Ruiz-García, investigador del Laboratorio de Genética de Poblaciones Molecular y Biología Evolutiva de la Universidad Javeriana. De acuerdo con un estudio propio, deben ser entre 9,000 y 14,000. La población tiene esos números bajos porque la deforestación, la cacería y el desarrollo industrial han fragmentado su hábitat.
–Antes los bosques eran continuos: tenías un bosque desde la Patagonia hasta el Perijá. Era el corredor andino, pero fuimos rompiendo la montaña, construyendo carreteras, pueblos, ampliando las áreas agrícolas, metiendo potreros y el bosque quedó fragmentado. Los osos que viven en Chingaza y Sumapaz [junto a Bogotá] están separados por una carretera y por todo lo que hay alrededor. Entonces empiezan a andar de un lugar a otro en busca de espacio. Por eso necesitamos un corredor biológico, una franja de árboles que les permita moverse con seguridad.
¿Qué pasa si eso no sucede? Así lo explica Daniel Rodríguez:
–A medida que las poblaciones animales se aíslan, entran en un proceso de endogamia, es decir, de cruces genéticos al interior de la población. Eso genera un problema genético gigante porque se pierde variabilidad y se fijan genes peligrosos. Cuando ocurre, las hembras se hacen más pequeñas y se reduce el tamaño de la camada. En Chingaza liberamos una osa que pesaba 39 kilos porque vivía en ambientes terriblemente fragmentados; tú vieras por dónde se ha movido ese animal, entre fincas que no tienen buena comida. Las poblaciones endogámicas se hacen más pequeñas, sus números disminuyen y obviamente no producen tantos individuos jóvenes porque ¿para dónde se van?
***
–Al oso yo lo he visto toda la vida, él es el que manda aquí. Él huele mucho, si uno está cerquita no se deja ver. Si uno se le arrima, le puede poner una muñeca encima y lo abre como a una palma –dice un campesino de Támesis, un municipio del suroeste antioqueño, en la primera escena del documental Verde como el oro (2021), de la periodista Isabella Bernal.
En la zona donde se grabó, los Andes tropicales de Colombia, antes se cazaba al oso andino:
–Cuando más se mató es cuando había cosecha de frijol, de arracacha, de yuca, ahí sí era obligatorio ir a cuidar el trabajadero –recuerda el hombre.
–Eso ya pasó a la historia –añade otro.
Ahora, en cambio, las comunidades de Támesis y su vecina Jericó son protectoras de la especie. Isabella Bernal habla de una metamorfosis producida por una labor de pedagogía y por fuertes sanciones para los cazadores.
Pero el oso andino podría verse afectado por el proyecto de la compañía minera sudafricana AngloGold Ashanti, que planea extraer de la montaña 4.9 millones de toneladas de cobre, oro y otros minerales.
“Jericó y sus montañas es uno de los sitios más bellos que conozco”, escribió el politólogo Mauricio García Villegas en su columna del diario El Espectador. “La vegetación está llena de árboles inmensos y de innumerables especies de pájaros, insectos y flores, todo ello en medio de un clima tibio que abastece de sol y agua en la dosis perfecta para que la naturaleza florezca a sus anchas. Por sus quebradas de grandes piedras negras, como elefantes dormidos, descienden aguas cristalinas que luego se sosiegan cuando desembocan en el río Cartama, un afluente del Cauca que tiene sabaletas y orillas de arena blanca”.
El proyecto de AngloGold Ashanti se llama Quebradona y consiste en cinco yacimientos que, de ser otorgada la licencia por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), serían explotados durante los próximos 28 años. El primero de ellos, Nuevo Chaquiro, el nombre del árbol insigne de Jericó, planea ser una mina subterránea que José Fernando Jaramillo, coordinador de la Mesa Ambiental de Jericó, conformada por campesinos para la defensa del territorio, describe así:
–En el estudio de impacto ambiental con el que solicita a la ANLA la licencia de explotación, la AngloGold Ashanti dice que sería minería subterránea, lo cual significa que abrirían grandes túneles en la montaña hasta los depósitos, creando una caverna a 400 metros de la superficie. La empresa tuvo que reconocer que ese techo natural iba a colapsar, a hundirse. Por eso deben hacer un cerco metálico en la zona de hundimiento. Allí quedaría un hueco gigante por donde el agua de lluvia penetraría a la caverna. Además, las aguas subterráneas se drenarían por los túneles y entrarían en contacto con rocas que han permanecido aisladas y que contienen metales pesados; con el oxígeno del agua, se oxidarían hasta convertirse en sulfuros, el drenaje ácido de la minería, la peor contaminación. Se calcula que a diario se van a extraer 17 mil toneladas de roca y se llevarán a la superficie para pulverizarlas. Si se pulveriza la roca, la generación de sulfuros va a ser muchísimo mayor: 119 millones de toneladas de arena acumuladas generando drenaje ácido, a dos kilómetros y medio del río Cauca.
Jaramillo recuerda la historia a detalle: en 2003 dos particulares adquirieron a cuenta propia títulos mineros en 7,594 hectáreas entre Támesis y Jericó. Era un trámite sencillo, bastaba con tener documento de identidad, pagar un canon superficiario y que no hubiera otras solicitudes. No las había. La región tiene una tradición agraria, con cultivos de café y frutas, y más recientemente, siendo Jericó pueblo patrimonio de Colombia, una veta turística y cultural. Dice Jaramillo que, tras una serie de transferencias, AngloGold Ashanti se quedó con los títulos y que, hacia 2007, inició una fase de exploración.
–A Jericó llegaron cuadrillas de topógrafos con taladros manuales a pedir permiso a los habitantes para extraer muestras del suelo. Les dijeron que estaban haciendo ese muestreo para mejorar las prácticas agrarias. La sospecha surgió porque había sobrevuelo de helicópteros dotados de elementos para detectar metales. En 2008, 2009, empezaron las perforaciones desde plataformas con maquinaria, taladros que alcanzan profundidades de 2,500 metros. Algunos campesinos trabajaban para la empresa sin saber exactamente en qué porque aquí no había experiencia con minería. Ellos estaban felices porque les pagaban un sueldo, pero cuando las perforaciones tocaron acuíferos subterráneos, de los orificios brotaron cantidades importantes de agua y mermaron los cauces de los acueductos veredales y los campesinos dijeron: “esto es grave” e iniciaron las protestas que continúan hoy.
La fase de exploración duró once años y antes de que terminara, en 2017, la empresa se preparó para solicitar una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. Entre tanto, los lugareños y habitantes de otros municipios del suroeste antioqueño –que varias empresas ambicionan con convertir en un distrito minero–, emprendieron distintos mecanismos para prohibir la minería. Los Concejos de trece municipios del suroeste antioqueño expidieron acuerdos con este objetivo, pero, tras decisiones jurídicas, hoy en Jericó el acuerdo no tiene efecto.
–En este momento las actividades de AngloGold Ashanti son lícitas desde la óptica de las leyes colombianas, pero ilegítimas para las comunidades que ven que su tradición agraria, su tranquilidad y su municipio están expuestos a ser destruidos –dice Jaramillo.
En noviembre de 2019 la empresa presentó a la ANLA un Estudio de Impacto Ambiental con el fin de obtener una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. No lo logró por incumplir algunos requisitos. En enero de 2020 entregó un nuevo estudio que la ANLA admitió y continúa evaluando, pero dice Fernando Jaramillo que el oso andino ni siquiera fue mencionado.
***
–Llegué a la historia porque en septiembre de 2020 había un proyecto sobre lo que estaba ocurriendo con Quebradona, llamado “Salvemos al suroeste” y liderado por mujeres que querían prender alarmas –dice Isabella Bernal, directora del documental Verde como el oro–. Mi socio me invitó a ser parte del movimiento y yo les dije que me gustaría encontrar una historia. Empecé a investigar, hablé con biólogos, con colegas periodistas para contar esta historia de minería de manera diferente, con un sujeto diferente. Así encontré al oso andino.
En el documental los campesinos de Támesis son un coro de voces ante una cámara discreta. La decisión fue fundamental para su directora: buscó que la comunidad hablara de manera colectiva y mostrar, sin caer en romanticismos, la transformación de antiguos cazadores a protectores del oso, al que ahora llaman “el jardinerito del bosque” por su labor de dispersión de semillas. Tras su estreno, Verde como el oro ha generado una conversación sobre el proyecto Quebradona en redes sociales. Pero hay más, dice Bernal: buscan frenar la mina y luego construir una audiencia que se pregunte sobre el territorio y el lugar en el que habita.
El investigador y biólogo Daniel Rodríguez se alegra de ver murales del oso andino, de que haya pasado de ser “el fantasma de la montaña” a “el jardinerito del bosque”, de haber escuchado en una ocasión a dos chicos hablando animados del oso en el mismo bus en el que él iba. Sin embargo, cuando se le pregunta por la mayor amenaza que corre la especie en Colombia, dice:
–Es la misma que para los humanos: la ignorancia de los gobernantes, de la gente que maneja las riendas del país y toma decisiones. En lo que tiene que ver con las minas como Quebradona necesitamos tener un principio de precaución. Es tan grave su efecto que debería regir la precaución, o vayan y miren otras minas en el país. Pero cuando la situación es tan crítica que no nos importa la vida humana, mucho menos nos va a importar la vida de un oso que no sirve para nada. Al menos el humano tiene deudas y saca tarjetas de crédito, pero el oso no.
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Este oso, también conocido como andino y característico de Colombia, apenas alcanza una población de menos de 20 mil ejemplares. La empresa minera AngloGold Ashanti planea explotar yacimientos en su hábitat, lo que empeoraría su probabilidad de supervivencia.
En 1989 Daniel Rodríguez estudiaba Biología en la Universidad Nacional y preparaba su tesis, la primera en Colombia sobre la especie Tremarctos ornatus, el único oso que habita en la cordillera de los Andes. Daniel viajó con un colega desde Bogotá hasta el Parque Nacional Las Orquídeas, en el departamento de Antioquia. Era verano y el páramo, un ecosistema altoandino, estaba florecido pero, en ausencia de lluvia y neblina, la vegetación se había tornado de un amarillo tenue que Daniel recuerda como cientos de soles pardos. Y allí, entre el color, a unos quinientos metros de distancia, los estudiantes y el guía notaron una mancha negra. “¿Será una vaca?”, le preguntaron al guía. Se acercaron y, tendidos en el piso, tomaron los binoculares. Entonces vieron –Daniel por primera vez– a un enorme oso andino que comía bromelias. De la alegría, su colega empezó a aplaudir.
–Y el animal volteó para donde nosotros estábamos, se levantó en dos patas, olisqueó, nos miró bien y salió corriendo. Se perdió en la montaña –recuerda treinta y dos años después Daniel, hoy director de la Fundación Wii para la Investigación, Protección y Conservación del Oso Andino.
De la especie, conocida como oso de anteojos por los círculos de pelaje blanco en el rostro, cuyos machos pueden pesar 150 kilos y medir más de dos metros, a él siempre le ha llamado la atención su tranquilidad.
–Es una especie esquiva, se deja ver poco, es precavida. Para mí el animal representa la espiritualidad de la montaña, el silencio y la paz.
Cuando entró a la universidad, a mediados de los ochenta, Daniel no sabía que el oso andino existía en sólo seis países suramericanos y que uno de ellos era Colombia. Se topó con afiches que mencionaban a “el espíritu del bosque” y “el fantasma de la montaña” y comenzó a indagar. La especie había sido descrita en 1825 por el naturalista francés Georges Cuvier. Hacia 1933 apareció un reporte de un viajero alemán a quien pobladores de los Andes le habían hablado de un oso de la niebla que mataba vacas. No fue sino hasta la década de los setenta cuando el doctor Bernie Peyton hizo la primera investigación rigurosa sobre el oso andino en Perú. Estimulados por el trabajo de Peyton, para comienzos de los noventa, Daniel y otros colegas trazaron un mapa de distribución del oso en Colombia.
El oso andino es herbívoro en un 70% y carnívoro en un 30% –contrario a los polares que comen carne o a los grizzly, en su mayoría carnívoros–. Se alimenta de frutas del bosque, lauráceas, sobre todo de aguacate y uvitas caimaronas. A diferencia de sus parientes, su cara es corta, lo que le permite tener un olfato potente que aprovecha para percatarse de la presencia humana y huir. Puede caminar una veintena de kilómetros en un par de días. Además, cumple un papel importante en el ecosistema al ser un dispersor de semillas.
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Pero la especie se encuentra en estado vulnerable en la clasificación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es decir, dos pasos antes de ser declarada en amenaza crítica. Esto por dos motivos: la disminución del número de osos y la pérdida de su hábitat.
Daniel dice que existen entre 12,000 y 19,000 osos andinos en Colombia, según cálculos del doctor Manuel Ruiz-García, investigador del Laboratorio de Genética de Poblaciones Molecular y Biología Evolutiva de la Universidad Javeriana. De acuerdo con un estudio propio, deben ser entre 9,000 y 14,000. La población tiene esos números bajos porque la deforestación, la cacería y el desarrollo industrial han fragmentado su hábitat.
–Antes los bosques eran continuos: tenías un bosque desde la Patagonia hasta el Perijá. Era el corredor andino, pero fuimos rompiendo la montaña, construyendo carreteras, pueblos, ampliando las áreas agrícolas, metiendo potreros y el bosque quedó fragmentado. Los osos que viven en Chingaza y Sumapaz [junto a Bogotá] están separados por una carretera y por todo lo que hay alrededor. Entonces empiezan a andar de un lugar a otro en busca de espacio. Por eso necesitamos un corredor biológico, una franja de árboles que les permita moverse con seguridad.
¿Qué pasa si eso no sucede? Así lo explica Daniel Rodríguez:
–A medida que las poblaciones animales se aíslan, entran en un proceso de endogamia, es decir, de cruces genéticos al interior de la población. Eso genera un problema genético gigante porque se pierde variabilidad y se fijan genes peligrosos. Cuando ocurre, las hembras se hacen más pequeñas y se reduce el tamaño de la camada. En Chingaza liberamos una osa que pesaba 39 kilos porque vivía en ambientes terriblemente fragmentados; tú vieras por dónde se ha movido ese animal, entre fincas que no tienen buena comida. Las poblaciones endogámicas se hacen más pequeñas, sus números disminuyen y obviamente no producen tantos individuos jóvenes porque ¿para dónde se van?
***
–Al oso yo lo he visto toda la vida, él es el que manda aquí. Él huele mucho, si uno está cerquita no se deja ver. Si uno se le arrima, le puede poner una muñeca encima y lo abre como a una palma –dice un campesino de Támesis, un municipio del suroeste antioqueño, en la primera escena del documental Verde como el oro (2021), de la periodista Isabella Bernal.
En la zona donde se grabó, los Andes tropicales de Colombia, antes se cazaba al oso andino:
–Cuando más se mató es cuando había cosecha de frijol, de arracacha, de yuca, ahí sí era obligatorio ir a cuidar el trabajadero –recuerda el hombre.
–Eso ya pasó a la historia –añade otro.
Ahora, en cambio, las comunidades de Támesis y su vecina Jericó son protectoras de la especie. Isabella Bernal habla de una metamorfosis producida por una labor de pedagogía y por fuertes sanciones para los cazadores.
Pero el oso andino podría verse afectado por el proyecto de la compañía minera sudafricana AngloGold Ashanti, que planea extraer de la montaña 4.9 millones de toneladas de cobre, oro y otros minerales.
“Jericó y sus montañas es uno de los sitios más bellos que conozco”, escribió el politólogo Mauricio García Villegas en su columna del diario El Espectador. “La vegetación está llena de árboles inmensos y de innumerables especies de pájaros, insectos y flores, todo ello en medio de un clima tibio que abastece de sol y agua en la dosis perfecta para que la naturaleza florezca a sus anchas. Por sus quebradas de grandes piedras negras, como elefantes dormidos, descienden aguas cristalinas que luego se sosiegan cuando desembocan en el río Cartama, un afluente del Cauca que tiene sabaletas y orillas de arena blanca”.
El proyecto de AngloGold Ashanti se llama Quebradona y consiste en cinco yacimientos que, de ser otorgada la licencia por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), serían explotados durante los próximos 28 años. El primero de ellos, Nuevo Chaquiro, el nombre del árbol insigne de Jericó, planea ser una mina subterránea que José Fernando Jaramillo, coordinador de la Mesa Ambiental de Jericó, conformada por campesinos para la defensa del territorio, describe así:
–En el estudio de impacto ambiental con el que solicita a la ANLA la licencia de explotación, la AngloGold Ashanti dice que sería minería subterránea, lo cual significa que abrirían grandes túneles en la montaña hasta los depósitos, creando una caverna a 400 metros de la superficie. La empresa tuvo que reconocer que ese techo natural iba a colapsar, a hundirse. Por eso deben hacer un cerco metálico en la zona de hundimiento. Allí quedaría un hueco gigante por donde el agua de lluvia penetraría a la caverna. Además, las aguas subterráneas se drenarían por los túneles y entrarían en contacto con rocas que han permanecido aisladas y que contienen metales pesados; con el oxígeno del agua, se oxidarían hasta convertirse en sulfuros, el drenaje ácido de la minería, la peor contaminación. Se calcula que a diario se van a extraer 17 mil toneladas de roca y se llevarán a la superficie para pulverizarlas. Si se pulveriza la roca, la generación de sulfuros va a ser muchísimo mayor: 119 millones de toneladas de arena acumuladas generando drenaje ácido, a dos kilómetros y medio del río Cauca.
Jaramillo recuerda la historia a detalle: en 2003 dos particulares adquirieron a cuenta propia títulos mineros en 7,594 hectáreas entre Támesis y Jericó. Era un trámite sencillo, bastaba con tener documento de identidad, pagar un canon superficiario y que no hubiera otras solicitudes. No las había. La región tiene una tradición agraria, con cultivos de café y frutas, y más recientemente, siendo Jericó pueblo patrimonio de Colombia, una veta turística y cultural. Dice Jaramillo que, tras una serie de transferencias, AngloGold Ashanti se quedó con los títulos y que, hacia 2007, inició una fase de exploración.
–A Jericó llegaron cuadrillas de topógrafos con taladros manuales a pedir permiso a los habitantes para extraer muestras del suelo. Les dijeron que estaban haciendo ese muestreo para mejorar las prácticas agrarias. La sospecha surgió porque había sobrevuelo de helicópteros dotados de elementos para detectar metales. En 2008, 2009, empezaron las perforaciones desde plataformas con maquinaria, taladros que alcanzan profundidades de 2,500 metros. Algunos campesinos trabajaban para la empresa sin saber exactamente en qué porque aquí no había experiencia con minería. Ellos estaban felices porque les pagaban un sueldo, pero cuando las perforaciones tocaron acuíferos subterráneos, de los orificios brotaron cantidades importantes de agua y mermaron los cauces de los acueductos veredales y los campesinos dijeron: “esto es grave” e iniciaron las protestas que continúan hoy.
La fase de exploración duró once años y antes de que terminara, en 2017, la empresa se preparó para solicitar una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. Entre tanto, los lugareños y habitantes de otros municipios del suroeste antioqueño –que varias empresas ambicionan con convertir en un distrito minero–, emprendieron distintos mecanismos para prohibir la minería. Los Concejos de trece municipios del suroeste antioqueño expidieron acuerdos con este objetivo, pero, tras decisiones jurídicas, hoy en Jericó el acuerdo no tiene efecto.
–En este momento las actividades de AngloGold Ashanti son lícitas desde la óptica de las leyes colombianas, pero ilegítimas para las comunidades que ven que su tradición agraria, su tranquilidad y su municipio están expuestos a ser destruidos –dice Jaramillo.
En noviembre de 2019 la empresa presentó a la ANLA un Estudio de Impacto Ambiental con el fin de obtener una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. No lo logró por incumplir algunos requisitos. En enero de 2020 entregó un nuevo estudio que la ANLA admitió y continúa evaluando, pero dice Fernando Jaramillo que el oso andino ni siquiera fue mencionado.
***
–Llegué a la historia porque en septiembre de 2020 había un proyecto sobre lo que estaba ocurriendo con Quebradona, llamado “Salvemos al suroeste” y liderado por mujeres que querían prender alarmas –dice Isabella Bernal, directora del documental Verde como el oro–. Mi socio me invitó a ser parte del movimiento y yo les dije que me gustaría encontrar una historia. Empecé a investigar, hablé con biólogos, con colegas periodistas para contar esta historia de minería de manera diferente, con un sujeto diferente. Así encontré al oso andino.
En el documental los campesinos de Támesis son un coro de voces ante una cámara discreta. La decisión fue fundamental para su directora: buscó que la comunidad hablara de manera colectiva y mostrar, sin caer en romanticismos, la transformación de antiguos cazadores a protectores del oso, al que ahora llaman “el jardinerito del bosque” por su labor de dispersión de semillas. Tras su estreno, Verde como el oro ha generado una conversación sobre el proyecto Quebradona en redes sociales. Pero hay más, dice Bernal: buscan frenar la mina y luego construir una audiencia que se pregunte sobre el territorio y el lugar en el que habita.
El investigador y biólogo Daniel Rodríguez se alegra de ver murales del oso andino, de que haya pasado de ser “el fantasma de la montaña” a “el jardinerito del bosque”, de haber escuchado en una ocasión a dos chicos hablando animados del oso en el mismo bus en el que él iba. Sin embargo, cuando se le pregunta por la mayor amenaza que corre la especie en Colombia, dice:
–Es la misma que para los humanos: la ignorancia de los gobernantes, de la gente que maneja las riendas del país y toma decisiones. En lo que tiene que ver con las minas como Quebradona necesitamos tener un principio de precaución. Es tan grave su efecto que debería regir la precaución, o vayan y miren otras minas en el país. Pero cuando la situación es tan crítica que no nos importa la vida humana, mucho menos nos va a importar la vida de un oso que no sirve para nada. Al menos el humano tiene deudas y saca tarjetas de crédito, pero el oso no.
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Este oso, también conocido como andino y característico de Colombia, apenas alcanza una población de menos de 20 mil ejemplares. La empresa minera AngloGold Ashanti planea explotar yacimientos en su hábitat, lo que empeoraría su probabilidad de supervivencia.
En 1989 Daniel Rodríguez estudiaba Biología en la Universidad Nacional y preparaba su tesis, la primera en Colombia sobre la especie Tremarctos ornatus, el único oso que habita en la cordillera de los Andes. Daniel viajó con un colega desde Bogotá hasta el Parque Nacional Las Orquídeas, en el departamento de Antioquia. Era verano y el páramo, un ecosistema altoandino, estaba florecido pero, en ausencia de lluvia y neblina, la vegetación se había tornado de un amarillo tenue que Daniel recuerda como cientos de soles pardos. Y allí, entre el color, a unos quinientos metros de distancia, los estudiantes y el guía notaron una mancha negra. “¿Será una vaca?”, le preguntaron al guía. Se acercaron y, tendidos en el piso, tomaron los binoculares. Entonces vieron –Daniel por primera vez– a un enorme oso andino que comía bromelias. De la alegría, su colega empezó a aplaudir.
–Y el animal volteó para donde nosotros estábamos, se levantó en dos patas, olisqueó, nos miró bien y salió corriendo. Se perdió en la montaña –recuerda treinta y dos años después Daniel, hoy director de la Fundación Wii para la Investigación, Protección y Conservación del Oso Andino.
De la especie, conocida como oso de anteojos por los círculos de pelaje blanco en el rostro, cuyos machos pueden pesar 150 kilos y medir más de dos metros, a él siempre le ha llamado la atención su tranquilidad.
–Es una especie esquiva, se deja ver poco, es precavida. Para mí el animal representa la espiritualidad de la montaña, el silencio y la paz.
Cuando entró a la universidad, a mediados de los ochenta, Daniel no sabía que el oso andino existía en sólo seis países suramericanos y que uno de ellos era Colombia. Se topó con afiches que mencionaban a “el espíritu del bosque” y “el fantasma de la montaña” y comenzó a indagar. La especie había sido descrita en 1825 por el naturalista francés Georges Cuvier. Hacia 1933 apareció un reporte de un viajero alemán a quien pobladores de los Andes le habían hablado de un oso de la niebla que mataba vacas. No fue sino hasta la década de los setenta cuando el doctor Bernie Peyton hizo la primera investigación rigurosa sobre el oso andino en Perú. Estimulados por el trabajo de Peyton, para comienzos de los noventa, Daniel y otros colegas trazaron un mapa de distribución del oso en Colombia.
El oso andino es herbívoro en un 70% y carnívoro en un 30% –contrario a los polares que comen carne o a los grizzly, en su mayoría carnívoros–. Se alimenta de frutas del bosque, lauráceas, sobre todo de aguacate y uvitas caimaronas. A diferencia de sus parientes, su cara es corta, lo que le permite tener un olfato potente que aprovecha para percatarse de la presencia humana y huir. Puede caminar una veintena de kilómetros en un par de días. Además, cumple un papel importante en el ecosistema al ser un dispersor de semillas.
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Pero la especie se encuentra en estado vulnerable en la clasificación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es decir, dos pasos antes de ser declarada en amenaza crítica. Esto por dos motivos: la disminución del número de osos y la pérdida de su hábitat.
Daniel dice que existen entre 12,000 y 19,000 osos andinos en Colombia, según cálculos del doctor Manuel Ruiz-García, investigador del Laboratorio de Genética de Poblaciones Molecular y Biología Evolutiva de la Universidad Javeriana. De acuerdo con un estudio propio, deben ser entre 9,000 y 14,000. La población tiene esos números bajos porque la deforestación, la cacería y el desarrollo industrial han fragmentado su hábitat.
–Antes los bosques eran continuos: tenías un bosque desde la Patagonia hasta el Perijá. Era el corredor andino, pero fuimos rompiendo la montaña, construyendo carreteras, pueblos, ampliando las áreas agrícolas, metiendo potreros y el bosque quedó fragmentado. Los osos que viven en Chingaza y Sumapaz [junto a Bogotá] están separados por una carretera y por todo lo que hay alrededor. Entonces empiezan a andar de un lugar a otro en busca de espacio. Por eso necesitamos un corredor biológico, una franja de árboles que les permita moverse con seguridad.
¿Qué pasa si eso no sucede? Así lo explica Daniel Rodríguez:
–A medida que las poblaciones animales se aíslan, entran en un proceso de endogamia, es decir, de cruces genéticos al interior de la población. Eso genera un problema genético gigante porque se pierde variabilidad y se fijan genes peligrosos. Cuando ocurre, las hembras se hacen más pequeñas y se reduce el tamaño de la camada. En Chingaza liberamos una osa que pesaba 39 kilos porque vivía en ambientes terriblemente fragmentados; tú vieras por dónde se ha movido ese animal, entre fincas que no tienen buena comida. Las poblaciones endogámicas se hacen más pequeñas, sus números disminuyen y obviamente no producen tantos individuos jóvenes porque ¿para dónde se van?
***
–Al oso yo lo he visto toda la vida, él es el que manda aquí. Él huele mucho, si uno está cerquita no se deja ver. Si uno se le arrima, le puede poner una muñeca encima y lo abre como a una palma –dice un campesino de Támesis, un municipio del suroeste antioqueño, en la primera escena del documental Verde como el oro (2021), de la periodista Isabella Bernal.
En la zona donde se grabó, los Andes tropicales de Colombia, antes se cazaba al oso andino:
–Cuando más se mató es cuando había cosecha de frijol, de arracacha, de yuca, ahí sí era obligatorio ir a cuidar el trabajadero –recuerda el hombre.
–Eso ya pasó a la historia –añade otro.
Ahora, en cambio, las comunidades de Támesis y su vecina Jericó son protectoras de la especie. Isabella Bernal habla de una metamorfosis producida por una labor de pedagogía y por fuertes sanciones para los cazadores.
Pero el oso andino podría verse afectado por el proyecto de la compañía minera sudafricana AngloGold Ashanti, que planea extraer de la montaña 4.9 millones de toneladas de cobre, oro y otros minerales.
“Jericó y sus montañas es uno de los sitios más bellos que conozco”, escribió el politólogo Mauricio García Villegas en su columna del diario El Espectador. “La vegetación está llena de árboles inmensos y de innumerables especies de pájaros, insectos y flores, todo ello en medio de un clima tibio que abastece de sol y agua en la dosis perfecta para que la naturaleza florezca a sus anchas. Por sus quebradas de grandes piedras negras, como elefantes dormidos, descienden aguas cristalinas que luego se sosiegan cuando desembocan en el río Cartama, un afluente del Cauca que tiene sabaletas y orillas de arena blanca”.
El proyecto de AngloGold Ashanti se llama Quebradona y consiste en cinco yacimientos que, de ser otorgada la licencia por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), serían explotados durante los próximos 28 años. El primero de ellos, Nuevo Chaquiro, el nombre del árbol insigne de Jericó, planea ser una mina subterránea que José Fernando Jaramillo, coordinador de la Mesa Ambiental de Jericó, conformada por campesinos para la defensa del territorio, describe así:
–En el estudio de impacto ambiental con el que solicita a la ANLA la licencia de explotación, la AngloGold Ashanti dice que sería minería subterránea, lo cual significa que abrirían grandes túneles en la montaña hasta los depósitos, creando una caverna a 400 metros de la superficie. La empresa tuvo que reconocer que ese techo natural iba a colapsar, a hundirse. Por eso deben hacer un cerco metálico en la zona de hundimiento. Allí quedaría un hueco gigante por donde el agua de lluvia penetraría a la caverna. Además, las aguas subterráneas se drenarían por los túneles y entrarían en contacto con rocas que han permanecido aisladas y que contienen metales pesados; con el oxígeno del agua, se oxidarían hasta convertirse en sulfuros, el drenaje ácido de la minería, la peor contaminación. Se calcula que a diario se van a extraer 17 mil toneladas de roca y se llevarán a la superficie para pulverizarlas. Si se pulveriza la roca, la generación de sulfuros va a ser muchísimo mayor: 119 millones de toneladas de arena acumuladas generando drenaje ácido, a dos kilómetros y medio del río Cauca.
Jaramillo recuerda la historia a detalle: en 2003 dos particulares adquirieron a cuenta propia títulos mineros en 7,594 hectáreas entre Támesis y Jericó. Era un trámite sencillo, bastaba con tener documento de identidad, pagar un canon superficiario y que no hubiera otras solicitudes. No las había. La región tiene una tradición agraria, con cultivos de café y frutas, y más recientemente, siendo Jericó pueblo patrimonio de Colombia, una veta turística y cultural. Dice Jaramillo que, tras una serie de transferencias, AngloGold Ashanti se quedó con los títulos y que, hacia 2007, inició una fase de exploración.
–A Jericó llegaron cuadrillas de topógrafos con taladros manuales a pedir permiso a los habitantes para extraer muestras del suelo. Les dijeron que estaban haciendo ese muestreo para mejorar las prácticas agrarias. La sospecha surgió porque había sobrevuelo de helicópteros dotados de elementos para detectar metales. En 2008, 2009, empezaron las perforaciones desde plataformas con maquinaria, taladros que alcanzan profundidades de 2,500 metros. Algunos campesinos trabajaban para la empresa sin saber exactamente en qué porque aquí no había experiencia con minería. Ellos estaban felices porque les pagaban un sueldo, pero cuando las perforaciones tocaron acuíferos subterráneos, de los orificios brotaron cantidades importantes de agua y mermaron los cauces de los acueductos veredales y los campesinos dijeron: “esto es grave” e iniciaron las protestas que continúan hoy.
La fase de exploración duró once años y antes de que terminara, en 2017, la empresa se preparó para solicitar una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. Entre tanto, los lugareños y habitantes de otros municipios del suroeste antioqueño –que varias empresas ambicionan con convertir en un distrito minero–, emprendieron distintos mecanismos para prohibir la minería. Los Concejos de trece municipios del suroeste antioqueño expidieron acuerdos con este objetivo, pero, tras decisiones jurídicas, hoy en Jericó el acuerdo no tiene efecto.
–En este momento las actividades de AngloGold Ashanti son lícitas desde la óptica de las leyes colombianas, pero ilegítimas para las comunidades que ven que su tradición agraria, su tranquilidad y su municipio están expuestos a ser destruidos –dice Jaramillo.
En noviembre de 2019 la empresa presentó a la ANLA un Estudio de Impacto Ambiental con el fin de obtener una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. No lo logró por incumplir algunos requisitos. En enero de 2020 entregó un nuevo estudio que la ANLA admitió y continúa evaluando, pero dice Fernando Jaramillo que el oso andino ni siquiera fue mencionado.
***
–Llegué a la historia porque en septiembre de 2020 había un proyecto sobre lo que estaba ocurriendo con Quebradona, llamado “Salvemos al suroeste” y liderado por mujeres que querían prender alarmas –dice Isabella Bernal, directora del documental Verde como el oro–. Mi socio me invitó a ser parte del movimiento y yo les dije que me gustaría encontrar una historia. Empecé a investigar, hablé con biólogos, con colegas periodistas para contar esta historia de minería de manera diferente, con un sujeto diferente. Así encontré al oso andino.
En el documental los campesinos de Támesis son un coro de voces ante una cámara discreta. La decisión fue fundamental para su directora: buscó que la comunidad hablara de manera colectiva y mostrar, sin caer en romanticismos, la transformación de antiguos cazadores a protectores del oso, al que ahora llaman “el jardinerito del bosque” por su labor de dispersión de semillas. Tras su estreno, Verde como el oro ha generado una conversación sobre el proyecto Quebradona en redes sociales. Pero hay más, dice Bernal: buscan frenar la mina y luego construir una audiencia que se pregunte sobre el territorio y el lugar en el que habita.
El investigador y biólogo Daniel Rodríguez se alegra de ver murales del oso andino, de que haya pasado de ser “el fantasma de la montaña” a “el jardinerito del bosque”, de haber escuchado en una ocasión a dos chicos hablando animados del oso en el mismo bus en el que él iba. Sin embargo, cuando se le pregunta por la mayor amenaza que corre la especie en Colombia, dice:
–Es la misma que para los humanos: la ignorancia de los gobernantes, de la gente que maneja las riendas del país y toma decisiones. En lo que tiene que ver con las minas como Quebradona necesitamos tener un principio de precaución. Es tan grave su efecto que debería regir la precaución, o vayan y miren otras minas en el país. Pero cuando la situación es tan crítica que no nos importa la vida humana, mucho menos nos va a importar la vida de un oso que no sirve para nada. Al menos el humano tiene deudas y saca tarjetas de crédito, pero el oso no.
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Este oso, también conocido como andino y característico de Colombia, apenas alcanza una población de menos de 20 mil ejemplares. La empresa minera AngloGold Ashanti planea explotar yacimientos en su hábitat, lo que empeoraría su probabilidad de supervivencia.
En 1989 Daniel Rodríguez estudiaba Biología en la Universidad Nacional y preparaba su tesis, la primera en Colombia sobre la especie Tremarctos ornatus, el único oso que habita en la cordillera de los Andes. Daniel viajó con un colega desde Bogotá hasta el Parque Nacional Las Orquídeas, en el departamento de Antioquia. Era verano y el páramo, un ecosistema altoandino, estaba florecido pero, en ausencia de lluvia y neblina, la vegetación se había tornado de un amarillo tenue que Daniel recuerda como cientos de soles pardos. Y allí, entre el color, a unos quinientos metros de distancia, los estudiantes y el guía notaron una mancha negra. “¿Será una vaca?”, le preguntaron al guía. Se acercaron y, tendidos en el piso, tomaron los binoculares. Entonces vieron –Daniel por primera vez– a un enorme oso andino que comía bromelias. De la alegría, su colega empezó a aplaudir.
–Y el animal volteó para donde nosotros estábamos, se levantó en dos patas, olisqueó, nos miró bien y salió corriendo. Se perdió en la montaña –recuerda treinta y dos años después Daniel, hoy director de la Fundación Wii para la Investigación, Protección y Conservación del Oso Andino.
De la especie, conocida como oso de anteojos por los círculos de pelaje blanco en el rostro, cuyos machos pueden pesar 150 kilos y medir más de dos metros, a él siempre le ha llamado la atención su tranquilidad.
–Es una especie esquiva, se deja ver poco, es precavida. Para mí el animal representa la espiritualidad de la montaña, el silencio y la paz.
Cuando entró a la universidad, a mediados de los ochenta, Daniel no sabía que el oso andino existía en sólo seis países suramericanos y que uno de ellos era Colombia. Se topó con afiches que mencionaban a “el espíritu del bosque” y “el fantasma de la montaña” y comenzó a indagar. La especie había sido descrita en 1825 por el naturalista francés Georges Cuvier. Hacia 1933 apareció un reporte de un viajero alemán a quien pobladores de los Andes le habían hablado de un oso de la niebla que mataba vacas. No fue sino hasta la década de los setenta cuando el doctor Bernie Peyton hizo la primera investigación rigurosa sobre el oso andino en Perú. Estimulados por el trabajo de Peyton, para comienzos de los noventa, Daniel y otros colegas trazaron un mapa de distribución del oso en Colombia.
El oso andino es herbívoro en un 70% y carnívoro en un 30% –contrario a los polares que comen carne o a los grizzly, en su mayoría carnívoros–. Se alimenta de frutas del bosque, lauráceas, sobre todo de aguacate y uvitas caimaronas. A diferencia de sus parientes, su cara es corta, lo que le permite tener un olfato potente que aprovecha para percatarse de la presencia humana y huir. Puede caminar una veintena de kilómetros en un par de días. Además, cumple un papel importante en el ecosistema al ser un dispersor de semillas.
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Pero la especie se encuentra en estado vulnerable en la clasificación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es decir, dos pasos antes de ser declarada en amenaza crítica. Esto por dos motivos: la disminución del número de osos y la pérdida de su hábitat.
Daniel dice que existen entre 12,000 y 19,000 osos andinos en Colombia, según cálculos del doctor Manuel Ruiz-García, investigador del Laboratorio de Genética de Poblaciones Molecular y Biología Evolutiva de la Universidad Javeriana. De acuerdo con un estudio propio, deben ser entre 9,000 y 14,000. La población tiene esos números bajos porque la deforestación, la cacería y el desarrollo industrial han fragmentado su hábitat.
–Antes los bosques eran continuos: tenías un bosque desde la Patagonia hasta el Perijá. Era el corredor andino, pero fuimos rompiendo la montaña, construyendo carreteras, pueblos, ampliando las áreas agrícolas, metiendo potreros y el bosque quedó fragmentado. Los osos que viven en Chingaza y Sumapaz [junto a Bogotá] están separados por una carretera y por todo lo que hay alrededor. Entonces empiezan a andar de un lugar a otro en busca de espacio. Por eso necesitamos un corredor biológico, una franja de árboles que les permita moverse con seguridad.
¿Qué pasa si eso no sucede? Así lo explica Daniel Rodríguez:
–A medida que las poblaciones animales se aíslan, entran en un proceso de endogamia, es decir, de cruces genéticos al interior de la población. Eso genera un problema genético gigante porque se pierde variabilidad y se fijan genes peligrosos. Cuando ocurre, las hembras se hacen más pequeñas y se reduce el tamaño de la camada. En Chingaza liberamos una osa que pesaba 39 kilos porque vivía en ambientes terriblemente fragmentados; tú vieras por dónde se ha movido ese animal, entre fincas que no tienen buena comida. Las poblaciones endogámicas se hacen más pequeñas, sus números disminuyen y obviamente no producen tantos individuos jóvenes porque ¿para dónde se van?
***
–Al oso yo lo he visto toda la vida, él es el que manda aquí. Él huele mucho, si uno está cerquita no se deja ver. Si uno se le arrima, le puede poner una muñeca encima y lo abre como a una palma –dice un campesino de Támesis, un municipio del suroeste antioqueño, en la primera escena del documental Verde como el oro (2021), de la periodista Isabella Bernal.
En la zona donde se grabó, los Andes tropicales de Colombia, antes se cazaba al oso andino:
–Cuando más se mató es cuando había cosecha de frijol, de arracacha, de yuca, ahí sí era obligatorio ir a cuidar el trabajadero –recuerda el hombre.
–Eso ya pasó a la historia –añade otro.
Ahora, en cambio, las comunidades de Támesis y su vecina Jericó son protectoras de la especie. Isabella Bernal habla de una metamorfosis producida por una labor de pedagogía y por fuertes sanciones para los cazadores.
Pero el oso andino podría verse afectado por el proyecto de la compañía minera sudafricana AngloGold Ashanti, que planea extraer de la montaña 4.9 millones de toneladas de cobre, oro y otros minerales.
“Jericó y sus montañas es uno de los sitios más bellos que conozco”, escribió el politólogo Mauricio García Villegas en su columna del diario El Espectador. “La vegetación está llena de árboles inmensos y de innumerables especies de pájaros, insectos y flores, todo ello en medio de un clima tibio que abastece de sol y agua en la dosis perfecta para que la naturaleza florezca a sus anchas. Por sus quebradas de grandes piedras negras, como elefantes dormidos, descienden aguas cristalinas que luego se sosiegan cuando desembocan en el río Cartama, un afluente del Cauca que tiene sabaletas y orillas de arena blanca”.
El proyecto de AngloGold Ashanti se llama Quebradona y consiste en cinco yacimientos que, de ser otorgada la licencia por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), serían explotados durante los próximos 28 años. El primero de ellos, Nuevo Chaquiro, el nombre del árbol insigne de Jericó, planea ser una mina subterránea que José Fernando Jaramillo, coordinador de la Mesa Ambiental de Jericó, conformada por campesinos para la defensa del territorio, describe así:
–En el estudio de impacto ambiental con el que solicita a la ANLA la licencia de explotación, la AngloGold Ashanti dice que sería minería subterránea, lo cual significa que abrirían grandes túneles en la montaña hasta los depósitos, creando una caverna a 400 metros de la superficie. La empresa tuvo que reconocer que ese techo natural iba a colapsar, a hundirse. Por eso deben hacer un cerco metálico en la zona de hundimiento. Allí quedaría un hueco gigante por donde el agua de lluvia penetraría a la caverna. Además, las aguas subterráneas se drenarían por los túneles y entrarían en contacto con rocas que han permanecido aisladas y que contienen metales pesados; con el oxígeno del agua, se oxidarían hasta convertirse en sulfuros, el drenaje ácido de la minería, la peor contaminación. Se calcula que a diario se van a extraer 17 mil toneladas de roca y se llevarán a la superficie para pulverizarlas. Si se pulveriza la roca, la generación de sulfuros va a ser muchísimo mayor: 119 millones de toneladas de arena acumuladas generando drenaje ácido, a dos kilómetros y medio del río Cauca.
Jaramillo recuerda la historia a detalle: en 2003 dos particulares adquirieron a cuenta propia títulos mineros en 7,594 hectáreas entre Támesis y Jericó. Era un trámite sencillo, bastaba con tener documento de identidad, pagar un canon superficiario y que no hubiera otras solicitudes. No las había. La región tiene una tradición agraria, con cultivos de café y frutas, y más recientemente, siendo Jericó pueblo patrimonio de Colombia, una veta turística y cultural. Dice Jaramillo que, tras una serie de transferencias, AngloGold Ashanti se quedó con los títulos y que, hacia 2007, inició una fase de exploración.
–A Jericó llegaron cuadrillas de topógrafos con taladros manuales a pedir permiso a los habitantes para extraer muestras del suelo. Les dijeron que estaban haciendo ese muestreo para mejorar las prácticas agrarias. La sospecha surgió porque había sobrevuelo de helicópteros dotados de elementos para detectar metales. En 2008, 2009, empezaron las perforaciones desde plataformas con maquinaria, taladros que alcanzan profundidades de 2,500 metros. Algunos campesinos trabajaban para la empresa sin saber exactamente en qué porque aquí no había experiencia con minería. Ellos estaban felices porque les pagaban un sueldo, pero cuando las perforaciones tocaron acuíferos subterráneos, de los orificios brotaron cantidades importantes de agua y mermaron los cauces de los acueductos veredales y los campesinos dijeron: “esto es grave” e iniciaron las protestas que continúan hoy.
La fase de exploración duró once años y antes de que terminara, en 2017, la empresa se preparó para solicitar una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. Entre tanto, los lugareños y habitantes de otros municipios del suroeste antioqueño –que varias empresas ambicionan con convertir en un distrito minero–, emprendieron distintos mecanismos para prohibir la minería. Los Concejos de trece municipios del suroeste antioqueño expidieron acuerdos con este objetivo, pero, tras decisiones jurídicas, hoy en Jericó el acuerdo no tiene efecto.
–En este momento las actividades de AngloGold Ashanti son lícitas desde la óptica de las leyes colombianas, pero ilegítimas para las comunidades que ven que su tradición agraria, su tranquilidad y su municipio están expuestos a ser destruidos –dice Jaramillo.
En noviembre de 2019 la empresa presentó a la ANLA un Estudio de Impacto Ambiental con el fin de obtener una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. No lo logró por incumplir algunos requisitos. En enero de 2020 entregó un nuevo estudio que la ANLA admitió y continúa evaluando, pero dice Fernando Jaramillo que el oso andino ni siquiera fue mencionado.
***
–Llegué a la historia porque en septiembre de 2020 había un proyecto sobre lo que estaba ocurriendo con Quebradona, llamado “Salvemos al suroeste” y liderado por mujeres que querían prender alarmas –dice Isabella Bernal, directora del documental Verde como el oro–. Mi socio me invitó a ser parte del movimiento y yo les dije que me gustaría encontrar una historia. Empecé a investigar, hablé con biólogos, con colegas periodistas para contar esta historia de minería de manera diferente, con un sujeto diferente. Así encontré al oso andino.
En el documental los campesinos de Támesis son un coro de voces ante una cámara discreta. La decisión fue fundamental para su directora: buscó que la comunidad hablara de manera colectiva y mostrar, sin caer en romanticismos, la transformación de antiguos cazadores a protectores del oso, al que ahora llaman “el jardinerito del bosque” por su labor de dispersión de semillas. Tras su estreno, Verde como el oro ha generado una conversación sobre el proyecto Quebradona en redes sociales. Pero hay más, dice Bernal: buscan frenar la mina y luego construir una audiencia que se pregunte sobre el territorio y el lugar en el que habita.
El investigador y biólogo Daniel Rodríguez se alegra de ver murales del oso andino, de que haya pasado de ser “el fantasma de la montaña” a “el jardinerito del bosque”, de haber escuchado en una ocasión a dos chicos hablando animados del oso en el mismo bus en el que él iba. Sin embargo, cuando se le pregunta por la mayor amenaza que corre la especie en Colombia, dice:
–Es la misma que para los humanos: la ignorancia de los gobernantes, de la gente que maneja las riendas del país y toma decisiones. En lo que tiene que ver con las minas como Quebradona necesitamos tener un principio de precaución. Es tan grave su efecto que debería regir la precaución, o vayan y miren otras minas en el país. Pero cuando la situación es tan crítica que no nos importa la vida humana, mucho menos nos va a importar la vida de un oso que no sirve para nada. Al menos el humano tiene deudas y saca tarjetas de crédito, pero el oso no.
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Este oso, también conocido como andino y característico de Colombia, apenas alcanza una población de menos de 20 mil ejemplares. La empresa minera AngloGold Ashanti planea explotar yacimientos en su hábitat, lo que empeoraría su probabilidad de supervivencia.
En 1989 Daniel Rodríguez estudiaba Biología en la Universidad Nacional y preparaba su tesis, la primera en Colombia sobre la especie Tremarctos ornatus, el único oso que habita en la cordillera de los Andes. Daniel viajó con un colega desde Bogotá hasta el Parque Nacional Las Orquídeas, en el departamento de Antioquia. Era verano y el páramo, un ecosistema altoandino, estaba florecido pero, en ausencia de lluvia y neblina, la vegetación se había tornado de un amarillo tenue que Daniel recuerda como cientos de soles pardos. Y allí, entre el color, a unos quinientos metros de distancia, los estudiantes y el guía notaron una mancha negra. “¿Será una vaca?”, le preguntaron al guía. Se acercaron y, tendidos en el piso, tomaron los binoculares. Entonces vieron –Daniel por primera vez– a un enorme oso andino que comía bromelias. De la alegría, su colega empezó a aplaudir.
–Y el animal volteó para donde nosotros estábamos, se levantó en dos patas, olisqueó, nos miró bien y salió corriendo. Se perdió en la montaña –recuerda treinta y dos años después Daniel, hoy director de la Fundación Wii para la Investigación, Protección y Conservación del Oso Andino.
De la especie, conocida como oso de anteojos por los círculos de pelaje blanco en el rostro, cuyos machos pueden pesar 150 kilos y medir más de dos metros, a él siempre le ha llamado la atención su tranquilidad.
–Es una especie esquiva, se deja ver poco, es precavida. Para mí el animal representa la espiritualidad de la montaña, el silencio y la paz.
Cuando entró a la universidad, a mediados de los ochenta, Daniel no sabía que el oso andino existía en sólo seis países suramericanos y que uno de ellos era Colombia. Se topó con afiches que mencionaban a “el espíritu del bosque” y “el fantasma de la montaña” y comenzó a indagar. La especie había sido descrita en 1825 por el naturalista francés Georges Cuvier. Hacia 1933 apareció un reporte de un viajero alemán a quien pobladores de los Andes le habían hablado de un oso de la niebla que mataba vacas. No fue sino hasta la década de los setenta cuando el doctor Bernie Peyton hizo la primera investigación rigurosa sobre el oso andino en Perú. Estimulados por el trabajo de Peyton, para comienzos de los noventa, Daniel y otros colegas trazaron un mapa de distribución del oso en Colombia.
El oso andino es herbívoro en un 70% y carnívoro en un 30% –contrario a los polares que comen carne o a los grizzly, en su mayoría carnívoros–. Se alimenta de frutas del bosque, lauráceas, sobre todo de aguacate y uvitas caimaronas. A diferencia de sus parientes, su cara es corta, lo que le permite tener un olfato potente que aprovecha para percatarse de la presencia humana y huir. Puede caminar una veintena de kilómetros en un par de días. Además, cumple un papel importante en el ecosistema al ser un dispersor de semillas.
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Pero la especie se encuentra en estado vulnerable en la clasificación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, es decir, dos pasos antes de ser declarada en amenaza crítica. Esto por dos motivos: la disminución del número de osos y la pérdida de su hábitat.
Daniel dice que existen entre 12,000 y 19,000 osos andinos en Colombia, según cálculos del doctor Manuel Ruiz-García, investigador del Laboratorio de Genética de Poblaciones Molecular y Biología Evolutiva de la Universidad Javeriana. De acuerdo con un estudio propio, deben ser entre 9,000 y 14,000. La población tiene esos números bajos porque la deforestación, la cacería y el desarrollo industrial han fragmentado su hábitat.
–Antes los bosques eran continuos: tenías un bosque desde la Patagonia hasta el Perijá. Era el corredor andino, pero fuimos rompiendo la montaña, construyendo carreteras, pueblos, ampliando las áreas agrícolas, metiendo potreros y el bosque quedó fragmentado. Los osos que viven en Chingaza y Sumapaz [junto a Bogotá] están separados por una carretera y por todo lo que hay alrededor. Entonces empiezan a andar de un lugar a otro en busca de espacio. Por eso necesitamos un corredor biológico, una franja de árboles que les permita moverse con seguridad.
¿Qué pasa si eso no sucede? Así lo explica Daniel Rodríguez:
–A medida que las poblaciones animales se aíslan, entran en un proceso de endogamia, es decir, de cruces genéticos al interior de la población. Eso genera un problema genético gigante porque se pierde variabilidad y se fijan genes peligrosos. Cuando ocurre, las hembras se hacen más pequeñas y se reduce el tamaño de la camada. En Chingaza liberamos una osa que pesaba 39 kilos porque vivía en ambientes terriblemente fragmentados; tú vieras por dónde se ha movido ese animal, entre fincas que no tienen buena comida. Las poblaciones endogámicas se hacen más pequeñas, sus números disminuyen y obviamente no producen tantos individuos jóvenes porque ¿para dónde se van?
***
–Al oso yo lo he visto toda la vida, él es el que manda aquí. Él huele mucho, si uno está cerquita no se deja ver. Si uno se le arrima, le puede poner una muñeca encima y lo abre como a una palma –dice un campesino de Támesis, un municipio del suroeste antioqueño, en la primera escena del documental Verde como el oro (2021), de la periodista Isabella Bernal.
En la zona donde se grabó, los Andes tropicales de Colombia, antes se cazaba al oso andino:
–Cuando más se mató es cuando había cosecha de frijol, de arracacha, de yuca, ahí sí era obligatorio ir a cuidar el trabajadero –recuerda el hombre.
–Eso ya pasó a la historia –añade otro.
Ahora, en cambio, las comunidades de Támesis y su vecina Jericó son protectoras de la especie. Isabella Bernal habla de una metamorfosis producida por una labor de pedagogía y por fuertes sanciones para los cazadores.
Pero el oso andino podría verse afectado por el proyecto de la compañía minera sudafricana AngloGold Ashanti, que planea extraer de la montaña 4.9 millones de toneladas de cobre, oro y otros minerales.
“Jericó y sus montañas es uno de los sitios más bellos que conozco”, escribió el politólogo Mauricio García Villegas en su columna del diario El Espectador. “La vegetación está llena de árboles inmensos y de innumerables especies de pájaros, insectos y flores, todo ello en medio de un clima tibio que abastece de sol y agua en la dosis perfecta para que la naturaleza florezca a sus anchas. Por sus quebradas de grandes piedras negras, como elefantes dormidos, descienden aguas cristalinas que luego se sosiegan cuando desembocan en el río Cartama, un afluente del Cauca que tiene sabaletas y orillas de arena blanca”.
El proyecto de AngloGold Ashanti se llama Quebradona y consiste en cinco yacimientos que, de ser otorgada la licencia por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), serían explotados durante los próximos 28 años. El primero de ellos, Nuevo Chaquiro, el nombre del árbol insigne de Jericó, planea ser una mina subterránea que José Fernando Jaramillo, coordinador de la Mesa Ambiental de Jericó, conformada por campesinos para la defensa del territorio, describe así:
–En el estudio de impacto ambiental con el que solicita a la ANLA la licencia de explotación, la AngloGold Ashanti dice que sería minería subterránea, lo cual significa que abrirían grandes túneles en la montaña hasta los depósitos, creando una caverna a 400 metros de la superficie. La empresa tuvo que reconocer que ese techo natural iba a colapsar, a hundirse. Por eso deben hacer un cerco metálico en la zona de hundimiento. Allí quedaría un hueco gigante por donde el agua de lluvia penetraría a la caverna. Además, las aguas subterráneas se drenarían por los túneles y entrarían en contacto con rocas que han permanecido aisladas y que contienen metales pesados; con el oxígeno del agua, se oxidarían hasta convertirse en sulfuros, el drenaje ácido de la minería, la peor contaminación. Se calcula que a diario se van a extraer 17 mil toneladas de roca y se llevarán a la superficie para pulverizarlas. Si se pulveriza la roca, la generación de sulfuros va a ser muchísimo mayor: 119 millones de toneladas de arena acumuladas generando drenaje ácido, a dos kilómetros y medio del río Cauca.
Jaramillo recuerda la historia a detalle: en 2003 dos particulares adquirieron a cuenta propia títulos mineros en 7,594 hectáreas entre Támesis y Jericó. Era un trámite sencillo, bastaba con tener documento de identidad, pagar un canon superficiario y que no hubiera otras solicitudes. No las había. La región tiene una tradición agraria, con cultivos de café y frutas, y más recientemente, siendo Jericó pueblo patrimonio de Colombia, una veta turística y cultural. Dice Jaramillo que, tras una serie de transferencias, AngloGold Ashanti se quedó con los títulos y que, hacia 2007, inició una fase de exploración.
–A Jericó llegaron cuadrillas de topógrafos con taladros manuales a pedir permiso a los habitantes para extraer muestras del suelo. Les dijeron que estaban haciendo ese muestreo para mejorar las prácticas agrarias. La sospecha surgió porque había sobrevuelo de helicópteros dotados de elementos para detectar metales. En 2008, 2009, empezaron las perforaciones desde plataformas con maquinaria, taladros que alcanzan profundidades de 2,500 metros. Algunos campesinos trabajaban para la empresa sin saber exactamente en qué porque aquí no había experiencia con minería. Ellos estaban felices porque les pagaban un sueldo, pero cuando las perforaciones tocaron acuíferos subterráneos, de los orificios brotaron cantidades importantes de agua y mermaron los cauces de los acueductos veredales y los campesinos dijeron: “esto es grave” e iniciaron las protestas que continúan hoy.
La fase de exploración duró once años y antes de que terminara, en 2017, la empresa se preparó para solicitar una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. Entre tanto, los lugareños y habitantes de otros municipios del suroeste antioqueño –que varias empresas ambicionan con convertir en un distrito minero–, emprendieron distintos mecanismos para prohibir la minería. Los Concejos de trece municipios del suroeste antioqueño expidieron acuerdos con este objetivo, pero, tras decisiones jurídicas, hoy en Jericó el acuerdo no tiene efecto.
–En este momento las actividades de AngloGold Ashanti son lícitas desde la óptica de las leyes colombianas, pero ilegítimas para las comunidades que ven que su tradición agraria, su tranquilidad y su municipio están expuestos a ser destruidos –dice Jaramillo.
En noviembre de 2019 la empresa presentó a la ANLA un Estudio de Impacto Ambiental con el fin de obtener una licencia ambiental para explotar el yacimiento Nuevo Chaquiro. No lo logró por incumplir algunos requisitos. En enero de 2020 entregó un nuevo estudio que la ANLA admitió y continúa evaluando, pero dice Fernando Jaramillo que el oso andino ni siquiera fue mencionado.
***
–Llegué a la historia porque en septiembre de 2020 había un proyecto sobre lo que estaba ocurriendo con Quebradona, llamado “Salvemos al suroeste” y liderado por mujeres que querían prender alarmas –dice Isabella Bernal, directora del documental Verde como el oro–. Mi socio me invitó a ser parte del movimiento y yo les dije que me gustaría encontrar una historia. Empecé a investigar, hablé con biólogos, con colegas periodistas para contar esta historia de minería de manera diferente, con un sujeto diferente. Así encontré al oso andino.
En el documental los campesinos de Támesis son un coro de voces ante una cámara discreta. La decisión fue fundamental para su directora: buscó que la comunidad hablara de manera colectiva y mostrar, sin caer en romanticismos, la transformación de antiguos cazadores a protectores del oso, al que ahora llaman “el jardinerito del bosque” por su labor de dispersión de semillas. Tras su estreno, Verde como el oro ha generado una conversación sobre el proyecto Quebradona en redes sociales. Pero hay más, dice Bernal: buscan frenar la mina y luego construir una audiencia que se pregunte sobre el territorio y el lugar en el que habita.
El investigador y biólogo Daniel Rodríguez se alegra de ver murales del oso andino, de que haya pasado de ser “el fantasma de la montaña” a “el jardinerito del bosque”, de haber escuchado en una ocasión a dos chicos hablando animados del oso en el mismo bus en el que él iba. Sin embargo, cuando se le pregunta por la mayor amenaza que corre la especie en Colombia, dice:
–Es la misma que para los humanos: la ignorancia de los gobernantes, de la gente que maneja las riendas del país y toma decisiones. En lo que tiene que ver con las minas como Quebradona necesitamos tener un principio de precaución. Es tan grave su efecto que debería regir la precaución, o vayan y miren otras minas en el país. Pero cuando la situación es tan crítica que no nos importa la vida humana, mucho menos nos va a importar la vida de un oso que no sirve para nada. Al menos el humano tiene deudas y saca tarjetas de crédito, pero el oso no.
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