El futuro de Hirving Lozano, un personaje del Mundial de Qatar 2022

Hirving Lozano, el futuro esperando suceder

Todos los mundiales inician con una esperanza. Para México, hay que decirlo, es una esperanza tenue, matizada, nublada por eliminatorias, sin grandes actuaciones. Esta edición veremos por última vez a jugadores como Guillermo Ochoa. Y otros, como Hirving Lozano, a sus veintisiete años, se perfilan como los favoritos para los años por venir. El Mundial de Qatar 2022 será una prueba de fuego.

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El 8 de febrero de 2014, el Estadio Azteca estaba a reventar. El América había dominado gran parte del partido, pero la tan esperada anotación no llegaba. La afición perdía la esperanza, los entrenadores se impacientaban a los costados de la cancha. Una tarjeta amarilla, dos, tres. Para el minuto 83, se enumeraban en el marcador cinco amonestaciones, tres para el América y dos para el Pachuca, y una pelea entre los jugadores Paul Aguilar y Walter Ayoví casi suspende el encuentro. Si el primer tiempo estuvo marcado por la fluidez del juego, el segundo lo estaba por la impaciencia. Enrique Meza, entonces entrenador del Pachuca, y Antonio Mohamed, entrenador del América, empezaron a realizar cambios de última hora: entra Andrade, sale Colón; entra Mendoza, sale Ríos; entra Esqueda, sale Valencia; entra López, sale Jiménez; entra Lozano, sale Damm.

A dos minutos de terminar el tiempo regular, Hirving “Chucky” Lozano, jugador que estaba debutando en el Pachuca y que llevaba solo cuatro minutos en la cancha, tomó la pelota. Fue un pase de Dieter Villalpando en mitad del campo. A toda velocidad, este hombre —estatura media, complexión delgada, demasiado joven, tal vez— empezó a recorrer los metros que lo separaban de la portería contraria. De frente, el defensa Maza Rodríguez, con toda su experiencia a cuestas, reacciona tarde y mal. Lozano se encuentra de cara frente al arco. Moisés Muñoz flexiona un poco más las rodillas. Un video en YouTube muestra la exquisita tensión previo al impacto. El debutante Hirving Lozano tira.

Gibrán Araige, periodista deportivo de TUDN, recuerda que la redacción entera del periódico Récord volteó a la televisión. Miles de ojos seguían la pelota que salía disparada y entraba en el extremo izquierdo de la portería. De un momento a otro, Hirving Lozano dejó de ser el chavo cuyo nombre no sabíamos escribir para convertirse en el héroe del partido. “Cuando entró de cambio todos decíamos: ‘¿Quién es este jugador?’. Pero cuando entró a la cancha, desde la primera pelota que tocó se notó el atrevimiento, algo que muchas veces no tiene un jugador joven. Y demostró que no tenía miedo”, asegura Araige. En la pantalla, los relatores gritaban: “Va Hirving, Hirving amaga, Hirving debut, Hirving gol, ¡¡¡gol del Pachuca!!!”. Ese día el Pachuca venció al América, gracias a la anotación. Y aunque más tarde fue eliminado del torneo Clausura 2014, ese partido fue el inicio de una carrera deportiva.

Visto a la distancia, ese gol no fue, ni por lejos, el más emblemático. Pero se transformó en un buen augurio. La determinación con la que Hirving Lozano jugó ese primer partido con el Pachuca se replicará años después en su debut con la selección mexicana y en sus primeros juegos en clubes de Europa: un jugador efectivo, rápido, que quiere devorarse el mundo. En ese momento hubo dos detalles que llamaron la atención a los periodistas: el primero, la ferocidad con la que un jugador de dieciocho años había entrado a la cancha; el segundo, que el gol se lo dedicara a su hija Daniela, que en ese momento tenía diez días de haber nacido. En una entrevista que le hicieron al salir del campo, un periodista le preguntó con asombro si ya estaba casado. Aquel Hirving Lozano, con el pelo revuelto, respondió titubeante que se casó ese mismo año.

—Estás de luna de miel, Hirving Lozano. ¿Eso te hizo madurar?
—Yo creo que sí, maduras. De cualquier forma, sí te da un poco más de madurez. O sea, en responsabilidad, en esas cosas. Pero tranquilo, ¿no?

Para Juan Martín Montes, editor en jefe de Fox Sports, “eso lo marcó, cada debut que tiene, el Chucky destaca. Es una de las peculiaridades de su carrera. Un jugador consistente, que no ha tenido muchas altas y bajas, más bien diría que los problemas que ha tenido son por lesiones y no por temas futbolísticos”. Esa precocidad que demostraba en todos los ámbitos de su vida fue la pieza clave para lo que vendría después.

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Cuando Hirving Lozano corre, sus piernas parecen impulsadas por un resorte invisible. Su cuerpo desafía la resistencia y parece que se deslizara por encima del césped. Siempre está en movimiento, como si el verdadero rival fuera el paso del tiempo. Adentro de la cancha es lo que los expertos llaman “un jugador ágil”, “un delantero hábil”; afuera, sin embargo, es un hombre tímido y poco elocuente. De respuestas cortas y algo parcas, se ha ganado la fama de ser un jugador difícil para entrevistar. No le gustan las cámaras ni los reflectores; él mismo lo ha dicho en incontables ocasiones. No es afín a las fiestas ni al alcohol ni a dar nota por su vida personal. En todas las entrevistas responde con cautela y cierto retraimiento, como si las palabras salieran a cuentagotas, como si, en el fondo, deseara estar en otro lado o, como diría Bartleby, el personaje de Herman Melville, “preferiría no hacerlo”.

Pero, fuera de su carácter, Hirving Lozano es, vaya novedad, una estrella. Conseguir una entrevista —y más en las vísperas del Mundial de Qatar 2022— es una tarea difícil. Una concatenación de procesos burocráticos que impiden, en la mayoría de los casos, concretar la plática. En algún momento, Andrea Sola, periodista de Azteca Deportes, me lo dice claramente: “En este momento es imposible”, asegura. El jefe de prensa del equipo no responde. Tampoco el padre de Hirving ni el dueño del Pachuca, Jesús Martínez. En la desesperación, decido escribirle, aunque solo por intentarlo, a su esposa, Ana Obregón, la compañera que ha estado a su lado. Ana es una mujer de 31 años, rasgos afilados y sonrisa dulce que dejó su carrera en el mundo del modelaje para dedicarse a su familia. Para mi sorpresa, a las pocas horas de haber enviado el mensaje, se prende la luz de mi teléfono: es ella. Su historia juntos surge, como tantas otras, a raíz de personas en común. Era 2012 y la hermana de Ana, Ale, salía entonces con el hermano de Hirving, Mau. Fue durante una videollamada que se conocieron y, entre chiste y chiste, surgió la idea de una primera cita. De allí vinieron muchas más. Cuando le pregunto a Ana quién es Hirving, ella me responde: “Ese joven adulto que ha trabajado toda su vida para conquistar sus sueños. Es una persona con una mentalidad muy fuerte, hasta cierto punto temerario, aunque eso no me gusta mucho. Hirving va a todas partes sin miedo a nada”.

Cuando la conoció, Hirving Lozano ya pertenecía a las fuerzas básicas del Pachuca, adonde arribó a los diez años. La invitación llegó a raíz de un torneo en Hidalgo, y su familia —su madre, Ana María, y su padre, Jesús— le dio permiso para mudarse de la Ciudad de México a Pachuca para perseguir su sueño. Marco Garcés, quien fue director deportivo del club y jefe de scouting durante más de una década, me cuenta que la identificación de jóvenes talentos fue la forma que encontró el Pachuca para volverse competitivo. “Otros equipos de México tenían mayor poder adquisitivo que nosotros, por lo que Jesús Martínez invirtió fuertemente en una red de visores, de identificadores de talento, que nos permitió encontrar y reclutar a jugadores jóvenes”.

Y cuando Garcés dice “jóvenes”, en realidad, habla de niños de diez, once o doce años. A veces menos. Desde los que aún se orinan en la cama hasta los que se escapan para irse de fiesta con sus novias, esa era la brecha que abarcaban. Asegura que la decisión no estaba desprovista de dudas. Pero el contexto —el México de las diferencias, de las grietas insoslayables, del 43.9% de pobreza multidimensional que mide el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social— hizo posible y hasta deseable el proyecto. El club de futbol, entonces, empezó a ser identificado como semillero de talentos: desde Héctor Herrera hasta Érick Gutiérrez, pasando por Rodolfo Pizarro y Jürgen Damm.

Con esa apuesta, el Pachuca consiguió volverse competitivo en la Primera División de México, a la vez que se especializó en negociar los traspasos al extranjero, con lo que encontró una vía de solución para dos de los problemas más recurrentes del futbol mexicano: el talento y el dinero. Para Armando Martínez —presidente del Pachuca y hermano de Jesús Martínez—, lo más preocupante no eran los jugadores que terminaban incorporándose al equipo de Primera División, sino los que nunca llegaban. Historias hay miles: una lesión, un problema familiar o, simplemente, la llegada de un mejor jugador echaba ocho o nueve años de inversión a la basura. “Encontramos un modelo en el que el chavo que jugaba, aun si no llegaba, podía acabar con una preparación. Podía ser la preparatoria terminada o hasta la universidad. Eso era algo importante para nosotros: la cuestión social. Y lo sigue siendo”, dice Martínez.

Por eso, el proyecto incluyó la formación académica, aunada al entrenamiento, un plan B para que los que no lograran llegar a la Primera División tuvieran las herramientas básicas para poder continuar una carrera en otro rubro.

Pero Hirving Lozano sí llegó. Y en el camino se hizo de un apodo y un lugar en el futbol mexicano. En contraste con ese personaje tímido y reservado que vemos públicamente hoy, el Hirving Lozano de esos primeros años creció en técnica, pero también en rebeldía. Quienes lo conocieron relatan las bromas a sus compañeros, el que molestaba a los jugadores mientras dormían en el camino de regreso de un partido, el que le mojaba los calcetines a Damm minutos antes de salir a la cancha. Garcés cuenta que varias veces fue candidato a darlo de baja y que, si eso no ocurrió, fue gracias a Freddy Altieri —actual director de las fuerzas básicas del club—, que se inventaba torneos para mantenerlo activo. Desde entonces se ganó el apodo de Chucky, el muñeco diabólico.

Años más tarde, durante una entrevista que le hizo el propio Garcés para el canal de YouTube del Pachuca, Hirving Lozano dirá:

—Es normal: un joven trata de rebelarse o piensa otras cosas que no son correctas. A mí me pasó en un tiempo que era un poco rebelde y la verdad que sí hubiera deseado aprovechar más las cosas […]. Sí hubiera deseado aprovechar más todo, entre lo futbolístico, lo del estudio, esas dos partes sí me hubiera gustado aprovecharlas más.

Hirving Lozano. Fotografía de Albert Gea / REUTERS.

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Hirving Lozano debutó en la selección mexicana en un partido amistoso contra Senegal, el 10 de febrero de 2016. Ya había pasado por las categorías Sub-20 y Sub-22, y el momento llegó de la mano del técnico Juan Carlos Osorio, quien lo incorporó rápidamente al equipo. A partir de ahí, la carrera de Lozano será una metáfora de su juego: rápida, acelerada, brutalmente echada para adelante. Mientras el Mundial de Rusia se acercaba, comenzaban los rumores de su traspaso al club neerlandés PSV Eindhoven. Los periódicos se llenaron de especulaciones y los periodistas hicieron todo por conseguir la nota: “¿Por qué no viajó con México el Chucky Lozano? ¿Qué hace en Holanda en medio de la Copa Confederaciones?”, escribió el Sun Sentinel.

Durante esos meses se hablaba de un fichaje del Celta y hasta del Manchester City, pero, finalmente, fue el 19 de junio de 2017 cuando el PSV Eindhoven lo hizo oficial: en su página web anunció que el jugador de veintiún años había firmado con el equipo después de seis meses de negociaciones. El entrenador del PSV, Marcel Brands, aseguró que se había requerido cierta “creatividad” para lograr el acuerdo. Imagino que esa creatividad se tradujo en dinero: el traspaso se concretó por seis años y ocho millones de euros. En la foto de ese día quedó inmortalizado un Hirving Lozano sonriente que mira hacia el horizonte como si estuviera viendo su futuro. En parte, era cierto.

Para los jugadores latinoamericanos, ser convocado por un equipo europeo es una de las metas a alcanzar. Juan Martín Montes, de Fox Sports, explica que, paradójicamente, la cantidad de dinero que hay en el futbol mexicano puede transformarse en un obstáculo para los jugadores, ya que las ofertas de los equipos extranjeros no alcanzan a competir con los grandes del futbol nacional. “Yo creo que después de Brasil, la liga mexicana es la que mejor paga”, dice Armando Martínez.

Para cuando llegaron a Holanda, la familia Lozano ya había crecido: Daniela tenía tres años, Rodrigo dos meses. Ana Obregón se preparaba para que su vida cambiara radicalmente: el idioma, la distancia, el clima y la comida. “Absorbimos como esponjas, aprendimos y pusimos en práctica la mayor virtud: la adaptación. Me cambió en un sentido muy personal, me di cuenta de lo frágiles que somos. Estuvo cañón, pero ahora ya está superada esa etapa, me siento agradecida de estar aquí”, asegura. En las entrevistas de ese momento, Hirving Lozano siempre mencionaba lo difícil de estar lejos. Pero al poco tiempo llegó la convocatoria al Mundial de 2018 y allí estaba su nombre nuevamente. La promesa se renovaba: el Chucky podía convertirse en la figura, en el ídolo de miles de aficionados que se olvidan de sus problemas por una hora y depositan toda su energía en un hombre que corre tras una pelota. O, como escribió el poeta Antonio Deltoro, en “la venganza del pie sobre la mano”.

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El día que México enfrentó a Alemania el calor azotaba Moscú. Antes de la invasión a Ucrania, de la crisis de abastecimiento de gas en Europa, de las denuncias por crímenes de guerra, Rusia se convirtió, al menos por unos meses, en el centro de atención de Occidente. Millones de personas cruzaron el mundo para ir a uno o dos partidos de su selección y vivir en primera persona “la justa mundialista”, lo que dejó, por cierto, unos 12 500 millones de euros al país. Porque, al fin y al cabo, el futbol es una de las pasiones que mejor se venden, y la FIFA, como se ha dicho, tiene más afiliados que la ONU.

Lo cierto es que el 17 de junio de 2018, con un estadio que albergaba a más de 35 000 personas, el Chicharito Hernández comenzó la jugada que quedaría en la memoria: un pase a la izquierda que recibe el Chucky, un recorte para evadir al contrario, el cambio de pierna y un gol. Bueno, un golazo. Antes de que Ana Obregón, desde las gradas del estadio Luzhnikí, se diera cuenta de que la anotación estaba cerca, los aficionados ya gritaban y festejaban a su alrededor. Aturdida por el jet lag de haber llegado el día anterior y con Daniela, su hija, dormida en sus piernas, recuerda con toda claridad que estaba llorando. Tengo la certeza de que no fue la única.

Ese partido fue su consagración. Su anotación tuvo eco en la prensa nacional e internacional y, por supuesto, en la afición mexicana que sintió que aquella victoria contra un campeón mundial era una especie de triunfo personal, de revancha histórica. Ese día, The Guardian describió a Lozano como una “sorpresa para el mundo con una brillante victoria”, y Deutsche Welle aseguró que se había sentido un pequeño sismo: “El gol fue tan trascendental que pareció provocar un terremoto artificial en la Ciudad de México. […] Posiblemente fue causado por saltos masivos”.

La carrera de Hirving Lozano tuvo más victorias que crisis desde su traspaso al Napoli de Italia en agosto de 2019 por 42 millones de euros, lo que lo convirtió en el jugador mexicano más caro de la historia. También, por supuesto, hubo momentos bajos, las críticas que recibió en abril de este año por su desempeño en el equipo cubrieron las páginas de los periódicos deportivos, y las famosas declaraciones que hizo a la prensa hirieron la susceptibilidad del público europeo. “A mí me gustaría ir a otro club más grande”, respondió Lozano en aquella ocasión ante un periodista de Azteca Deportes que lo entrevistó al terminar el partido amistoso entre México y Canadá.

En Twitter, esa jungla proclive a las críticas, las declaraciones se reprodujeron en segundos, y tanto los aficionados del Napoli como los medios cuestionaron sus dichos. David Faitelson, periodista de ESPN, escribió: “No en su forma de pensar, pero sí en su manera de decirlo. El Chucky Lozano se equivoca cuando afirma que quiere jugar en un ‘equipo más grande que el Nápoles’. Primero que triunfe ahí. Después, veremos…”.

Pero fue en julio de 2021 cuando todo estuvo a punto de venirse abajo. En un partido de la selección mexicana ante Trinidad y Tobago, Lozano recibió un empujón y se impactó con la rodilla del portero contrario. El momento quedó grabado en una imagen: Rogelio Funes Mori grita con los brazos extendidos como si quisiera detener el tiempo, mientras que Hirving Lozano yace, inconsciente, en medio de la cancha con el ojo cubierto de sangre. Gerardo Velázquez de León, periodista, recuerda que ese día dejó el campo de juego en el que estaba haciendo la cobertura y se lanzó directo detrás de la ambulancia. Estuvieron horas esperando el reporte médico y con el miedo, fundado, de que Hirving Lozano perdiera el ojo. Finalmente, se recuperó. Tanto de esa como de otras muchas lesiones que tuvo ese año. “Chucky ha tenido mala suerte. Siempre le pegan, siempre sale lesionado. El día que casi pierde el ojo fue verdaderamente dramático, estábamos en Dallas y se quedó afuera de la Copa Oro. Terminó rompiendo concentración porque no podía ni ver”, dice Velázquez de León.

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Todos los mundiales empiezan con una esperanza. Para nuestro país, hay que decirlo, es una esperanza tenue, matizada, nublada por eliminatorias, sin grandes actuaciones y con dos derrotas que terminaron dejando a la selección mexicana fuera de la Nations League y la Copa Oro. Con el Mundial de Qatar 2022 y los ojos de millones de aficionados sobre la selección, los jugadores han hecho hasta lo imposible para aparecer en la famosa lista de los veintiséis convocados. Entonces, la pregunta se vuelve inevitable: ¿Hirving Lozano es un ídolo del futbol nacional? A cada uno de los entrevistados para esta nota le formulé la misma duda y todos ellos me respondieron de forma distinta. Gerardo Velázquez de León asegura que no lo es, que le falta penetración con el público. Gibrán Araige, por otro lado, responde que sí, que la ovación en los estadios es muestra de ello. Armando Martínez que sí, Juan Martín Montes que no. En lo que sí concuerdan es en que el Mundial de Qatar es una especie de prueba de fuego, un momento de definiciones. También hay consenso en que el equipo tricolor, como se conoce a la selección, está en un momento de relevo generacional. Esta posiblemente sea la última vez que veremos al portero Guillermo Ochoa o al defensa Héctor Moreno disputando un Mundial. Porque para los deportistas, el verdadero enemigo es el reloj biológico. Más aún si uno juega en la delantera, como Hirving Lozano.

“Tiene veintisiete años, después de esta Copa del Mundo va a llegar al Mundial de 2026 siendo un jugador veterano. Y eso hace que lo que hizo en Rusia y lo que pueda lograr en el Mundial de Qatar sea determinante para su carrera para cerrar en un equipo de élite”, dice Velázquez de León. La baja de Carlos Vela, que por segunda vez rechazó sumarse a la selección mexicana para disputar un Mundial, sumada a la lesión de Jesús “Tecatito” Corona y a un antiguo conflicto que habría existido entre Gerardo “Tata” Martino —actual entrenador— y el Chicharito Hernández, relacionado con la negociación de los premios económicos, transforma a Hirving Lozano en la cristalización de las esperanzas para México.

A estas alturas creo que es momento de una confesión: no soy una aficionada al futbol. Pero tendría que ser ciega, sordomuda —perdón, Shakira—para pensar que solo estamos hablando de un deporte. La cancha crea la maravillosa ilusión de la unidad de las personas más diversas ante un otro que se transforma, al menos durante noventa minutos, en el enemigo acérrimo, el obstáculo a vencer, la metáfora perfecta del ideal vital: jugar bien, hacer equipo, ganar con todas las de la ley.

Cuando uno de los nuestros toma la pelota se borran las divisiones que, en todos los otros ámbitos, nos mantienen en universos diferentes, y entonces somos el Tecatito o Memo Ochoa o el Chucky, sin importar cuántos kilómetros nos separen. Allí, los hombres se tocan, se abrazan, lloran a moco tendido como si atravesaran el propio techo de cristal que el sistema patriarcal dicta sobre lo que se puede o no hacer. El futbol nos devuelve por un instante la capacidad para creer en los superhéroes, la esperanza del deseo compartido, la gloria de las batallas de antaño y la posibilidad de que el país le arrebate la victoria a una primera potencia del mundo.

Juan Villoro escribió que el futbol se asemeja a la vida porque muchas de sus recompensas y muchos de sus calvarios resultan inesperados. Y es, precisamente, con esa imprevisible sensación a cuestas que uno entra en la cancha. Ya no importa demasiado si es al campo de juego, a las gradas del estadio o al sofá frente al televisor: para ese momento, las fronteras ya se habrán desvanecido.

Hirving Lozano

Hirving Lozano. Fotografía de Kelvin Kuo-USA TODAY Sports / REUTERS.


LUCIANA WAINER. Maestra en Periodismo y Políticas Públicas por el CIDE y especialista en Crítica y Difusión de las Artes por la Universidad Nacional Argentina. Es titular del espacio de noticias Ida y Vuelta por ADN40, columnista, colaboradora de MVS Noticias y en la Nueva Radio. Realiza trabajo de consultoría en comunicación estratégica para organismos internacionales. Ha publicado reportajes en medios como Washington Post Español, EMEEQUIS, Este País, Milenio, Proceso, Punto en Línea (UNAM), La Cadera de Eva, La Razón, entre otros. Se especializa en género y derechos humanos.  En 2020 fue reconocida como Mejor comunicadora de noticias, por la Global Quality Foundation y es parte de la red de liderazgos jóvenes de Kybernus.

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