Tiempo de lectura: 3 minutosMucho se ha escrito sobre cómo llegaron estas especies al país, un sinfín de relatos como el que involucra a un jardinero japonés de nombre Tatsugoro Matsumoto a inicios del siglo XX. Pero se ha reflexionado poco sobre cómo estos árboles originarios de Sudamérica –que provienen de zonas húmedas de Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil– han prosperado fuera de sus hábitats naturales. Y que durante las estaciones de primavera y otoño, florecen y colorean las calles de la Ciudad de México, y de algunas otras al interior del país, como Querétaro, Puebla, Guanajuato y Tlaxcala, cautivando a todos por el color de sus flores.
Gatopardo conversó con el Dr. Marcelo R. Pace, profesor del Instituto de Biología de la UNAM y especialista brasileño en la familia Bignoniaceae, a la que pertenece la jacaranda. “Esta familia siempre ha tenido un gran papel ornamental porque las flores de sus especies son tubulares y muy coloridas. En particular pertenecen a un grupo de más o menos 50 especies diferentes”, explica. Dentro de esta especie podemos encontrar desde árboles gigantes como la “jacaranda copaia” en la selva amazónica, que es muy utilizada por la industria de maderas, hasta plantas de tamaño pequeño que en su edad adulta sólo llegan a medir 30 centímetros. El árbol que México prácticamente ha adoptado como suyo es la “jacaranda mimosifolia”, la cual ha sido ampliamente cultivada por sus encantadoras flores de tonos purpúreos. “Esta especie tiene una característica particular y es que florece con más intensidad cuando hay un régimen seco muy marcado, entonces el país es idóneo porque aquí hay una estación seca fuerte, por lo general de octubre a mayo, seguida de una estación lluviosa intensa, de mayo a septiembre”.
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El Dr. Pace cuenta que, además, estas plantas gastan toda su agua y recursos en producir sus flores, confiando en que habrá lluvia cuando este ciclo termine. Agrega que la familia Bignoniaceae es pantropical y por lo tanto, es la única que se ha distribuido por todo el mundo, “está presente en los trópicos de Australia, Asia, África y en las Américas”; sin embargo, surgió en Sudamérica y de ahí diferentes eventos llevaron a su dispersión.
De acuerdo con El País, quien retomó un estudio realizado por la Universidad de Sevilla en el 2007, a cargo de Manuel Figueroa Clemente y Susana Redondo Gómez, las jacarandas son una de las especies urbanas que más absorben CO2. El estudio expone que en una calle de cien metros de longitud y con diez árboles plantados, la jacaranda absorbería el CO2 que emiten 1,405 vehículos al día. Y si desaparecieran mañana habría consecuencias para la fauna que vive de ellas, ya que “hay una población establecida de avispas, abejas y pájaros, entre otros seres vivos, que dependen de este árbol”, dice el Dr. Pace y revela un dato que es desconocido para la mayoría de las personas:
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“Mucha gente no lo sabe, pero las plantas tienen que ser domesticadas antes de plantarse para aguantar ciertas condiciones, como la contaminación atmosférica o la falta de espacio”. Por lo general, antes de trasladar una especie fuera de su hábitat natural, se le encierra en un lugar con asfalto u otras toxinas, proceso que podrá sonar cruel, pero que al final sirve para identificar quiénes son las que aguantan ese tipo de regímenes, “la jacaranda mimosifolia responde muy bien”, y no sólo sobrevive, sino que triunfa en junglas de concreto como la Ciudad de México. “Para algunas plantas, muchas de las cosas que son consideradas contaminantes, como el asfalto, son como un abono que, al final, las favorece”. Estos árboles son un fenómeno en un país donde mueren aproximadamente 15 mil personas al año a causa de enfermedades relacionadas con contaminantes atmosféricos.
Quizá desde siempre, pero en especial ahora, México se puede identificar con estos árboles que, más allá de engalanar su centros urbanos, en tiempos de adversidad pueden representar resistencia. Después de un año lleno de incertidumbre, muerte, crisis económica y descontento social, las jacarandas pueden ser un ejemplo. “No las ves caer cuando hay vientos u otros impactos, son muy fuertes”, concluye.