Tiempo de lectura: 4 minutosEn el centro de la Ciudad de México, una de las ciudades más pobladas del mundo, la vegetación y las áreas verdes abundan. Lugares como el Bosque de Chapultepec, uno de los pulmones más importantes de la ciudad, muchas veces se dan por sentados. Sin embargo, en la ciudad de los más de ocho millones de habitantes, por cada kilómetro cuadrado a la redonda que nos alejamos de su centro, el verde se convierte en gris y los árboles, antes abundantes, se muestran como excepción.
La OMS ha asegurado que es necesario que todas las zonas urbanas tengan al menos un árbol por cada tres habitantes, y un área verde de mínimo 10 a 15 metros cuadrados por persona. Si hacemos un cálculo rápido podemos inferir que eso no sucede en la mayoría de las ciudades… y tenemos razón. En la Ciudad de México, por ejemplo, sólo tenemos de 3 a 5 metros de área verde por habitante.
En las ciudades, las áreas verdes comenzaron siendo un atractivo visual, pero con el paso del tiempo se han convertido en elementos clave para el bienestar de la población. Durante décadas, se han plantado árboles en jardines públicos y privados, del mismo modo que los han colocado en paseos, pabellones o avenidas. Cuando las ciudades seguían siendo pequeñas el campo o el bosque estaba al alcance de cualquier residente así que pocos echaban de menos la relación con la naturaleza. Sin embargo, con la industrialización, las ciudades crecieron, se incorporaron garajes, almacenes y fábricas al interior de las zonas urbanas, y poco a poco se ganó terreno a la naturaleza con construcciones y materiales que nada tenían que ver con su entorno.
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Paseo de la Reforma, Ciudad de México. Fotografía de Carlos Aranda.
Reducir la contaminación
Las grandes poblaciones industriales se han convertido en islas de calor donde la temperatura es mucho más alta que en las zonas rurales debido a la combinación de materiales. Esto significa que para que una ciudad mantenga una temperatura habitable se requiere de un consumo de recursos energéticos importante. Los materiales con los que están construidas las grandes ciudades, entre ellos el asfalto, son acumuladores de calor; lo absorben durante el día y lo liberan por las noches, generando espacios urbanos sumamente calientes.
Es por eso que para poder garantizar el bienestar de los habitantes de las grandes ciudades se necesita desarrollar estrategias que pongan en marcha mecanismo que atiendan el problema medioambiental, al disminuir la contaminación de la atmósfera, y transformen la fisonomía de la ciudad, mejorando los sistemas de movilidad urbana y dotando a los centros de redes de árboles que ayuden a climatizarlos.
«En las ciudades, las áreas verdes comenzaron siendo un atractivo visual, pero con el paso del tiempo se han convertido en elementos clave para el bienestar de la población».
“La vegetación ayuda a disminuir el calor cuando las plantas transpiran, lo que hace que el aire a su alrededor se humedezca y se sienta más fresco. Cuando el sol le emite su calor a una superficie y la superficie lo regresa se llama ‘albedo’ –la cantidad de radiación que un material regresa a la superficie–. La vegetación ayuda a reflejar esta radiación en lugar de absorberla”, explica Alejandra Valderrama, ingeniera en desarrollo sustentable.
Para que tuviera lugar una revolución medioambiental en las ciudades, en los últimos años, se han tenido que crear estrategias que fomenten el concepto de infraestructura verde. Desde jardines o parques, hasta muros verdes, invernaderos y huertos citadinos, la necesidad de que el verde constituya una red urbana conectada a lo largo de toda la ciudad es imperativa. La infraestructura verde no es solo cuestión del medio ambiente, las áreas verdes tienen como objetivo: mejorar la calidad de aire, proteger la salud de las personas, y restaurar las condiciones de la vida buena de todos los seres vivos. “Las ciudades verdes son espacios planeados de tal forma que se adapten a la naturaleza, y no al revés. De lo que se trata es de imitar los procesos de la naturaleza y no modificarlos, como si no fuéramos un elemento aparte sino una parte de”, sigue Valderrama.
Tokyo, Japón. Fotografía de Jakub Dziubak.
Implantar la naturaleza
En algunas ciudades se han plantado árboles sin atender las funciones verdaderas que deben tener en el medio urbano. A la hora de llevar a cabo la elección de las especies de árboles que se van a plantar hay que tomar en consideración una serie de criterios, como la robustez, el gasto del mantenimiento, la buena adecuación estacional, la integración en el espacio público, y ahora también, la capacidad de almacenamiento de CO2. No es lo mismo reforestar una ciudad en una región como el sureste mexicano, que en el centro del país.
«La biomimética, por ejemplo, habla de como el diseño arquitectónico toma como base los sistemas naturales replicándose en estructuras o edificios de manera tal que, así como la naturaleza, la energía que usa se adquiera del medio ambiente y el impacto que genere la construcción sea mínimo. Entonces si tu hablas de ciudades verdes, tienes que considerar que no solamente es sembrar árboles y implementar áreas verdes sino también explorar cómo las ciudades utilizan y gestionan los elementos que vienen de la naturaleza y los aprovechan de manera adecuada para asemejarse a los procesos que se ven en la naturaleza», continúa Valderrama.
«Desde jardines o parques, hasta muros verdes, invernaderos y huertos citadinos, la necesidad de que el verde constituya una red urbana conectada a lo largo de toda la ciudad es imperativa«.
Los esfuerzos por crear estos espacios vienen de diversos frentes. Uno de ellos, por ejemplo, es la gastronomía. “Ya hay una producción de alimentos en las azoteas. En los edificios están fomentando los muros verdes para sembrar diferentes cosas. Si empieza a haber otras opciones de obtención de recursos se podrá tener un menor impacto en el ambiente; al producir y consumir tu mismo tus vegetales, en lugar de traerlos de otro estado, reduces el impacto del traslado, entre otras cosas”, dice Valderrama.
Es necesario que tanto la política pública como la sociedad civil destinen esfuerzos para desarrollar programas de reforestación dentro de las ciudades que disminuyan el impacto ecológico. La Ciudad de México, siendo una de las ciudades más grandes del mundo, necesita de esfuerzos titánicos para no solo disminuir la huella de carbono, sino para mejorar la salud de sus habitantes. No basta con plantar árboles, hay que cambiar el sistema y repensar los planes de desarrollo.