Susana López es psicóloga egresada de la Universidad de Guadalajara, en la que actualmente cursa una maestría en gerontología, pero su verdadera pasión son los viajes, es una aventurera empedernida que comenzó a conocer el mundo desde la adolescencia, cuando aprovechaba cada oportunidad posible para irse de intercambio a tierras desconocidas. Nació en Zamora, Michoacán, y llegó a la India el 11 de febrero de 2020, con planes de volver a México hasta el 29 de abril.
La primera mitad del viaje transcurrió con cierta normalidad, pero a mediados de marzo, todo empezó a cambiar. Susana y su amigo Tim estaban considerando visitar las llanuras de Assam, una región prácticamente deshabitada de la India que comparte frontera con Bangladesh. Un lugar donde unas cuantas canoas se abren paso en los lagos, con una vista espectacular. Estaban al tanto de que el coronavirus avanzaba rápidamente en el mundo, pero en aquella zona nadie parecía muy preocupado, así que se animaron a hacer un trayecto de 25 en horas en tren, que comenzó al amanecer del 18 de marzo y terminó el 19, ya en Assam.
“Para cuando bajamos del tren ya había cambiado el mundo. Nos esperaban bloqueos de médicos para tomarnos la temperatura y preguntarnos por una lista de síntomas. Teníamos los ojos irritados por el viaje y nos veíamos cansados, seguramente pensaron que algo no estaba bien con nosotros. Anteriormente los locales habían sido muy amables y se acercaban para tomarse fotos con nosotros o a preguntar nuestro nombre. Ahora nos tenían miedo y sentíamos el rechazo. Nos preguntaban enojados, ‘¿por qué vinieron?’ ‘¿qué están haciendo aquí?’.
Eventualmente, los médicos les pidieron marcharse, pero regresar a la capital solo iba a se posible hasta la mañana siguiente. Mientras el sol salía, la pareja de amigos caminó al hostal en el que habían hecho la reservación para pasar esa noche, pero lo encontraron cerrado con un candado. «Llamamos a la puerta y nos dijeron que no podríamos pasar, pues durante la tarde anterior, mientras íbamos en el tren, las autoridades locales habían dado la orden de no aceptar más turistas. Los lugares públicos ya estaban cerrados”, recuerda Susana.
Se habían resignado a abandonar el lugar cuando unos israelíes bajaron a abrirles la puerta. Eran huéspedes y los dejaron entrar a escondidas. Ahí se bañaron, durmieron un rato y luego se fueron a uno de los hostales de la avenida principal, que aún estaba admitiendo gente, ya que estaba alejado de la zona urbana. A las seis de la mañana del día siguiente emprendieron el viaje de regreso a Nueva Delhi, que esta vez sería de 37 horas recorriendo montañas. Se despidieron de Assam el 21 de marzo, cuatro horas antes de que el primer ministro Narendra Modi anunciara la suspensión de todos los trenes.
“Íbamos con los israelíes que conocimos en el hostal de Assam y tuvimos la suerte de que el traslado fuera directo, si hubiéramos tomado un tren con conexión, posiblemente nos habríamos quedado ahí y hubiera sido mucho más difícil todo. Cuando llegamos a Delhi el transporte ya escaseaba, así que conseguimos un taxi clandestino afuera de la estación, que estaba prácticamente vacía. Sólo había policías, muchos, supervisando que los que los recién llegados nos fuéramos rápido”.
Al llegar a un nuevo hostal en la capital, le pidieron una copia del pasaporte y le preguntaron dónde había estado los últimos 15 días. “Te preguntaban, ‘¿no eres italiano, verdad?, si sí no te acerques, por favor’. Me tocó ver cómo llegó la policía para verificar que no hubiera chinos o italianos, que eran los nuevos apestados”, recuerda.
“Para cuando bajamos del tren ya había cambiado el mundo. Nos esperaban bloqueos de médicos para tomarnos la temperatura y preguntarnos por una lista de síntomas.»
Ya hospedada en el hostal se sintió a salvo. Tenía una terraza amplia, mesa de ping pong, futbolito, etc. Lo percibió como un lugar cómodo, hasta que pasados los días comenzó a temer que el cierre de fronteras y el toque de queda anunciado por el gobierno se extendiera demasiado.
El 24 de marzo el primer ministro Narendra Modi, confirmó en cadena nacional que el coronavirus había entrado a la India desde el primero de enero, en el cuerpo de una universitaria diagnosticada en estado de Kerala. “Cerraremos totalmente el país durante tres semanas, para salvar a India, para salvar a todos sus ciudadanos, a usted y a su familia, cada calle, cada vecindario permanecerán cerrados”, dijo.
Mientras Modi anunciaba cómo el segundo país más poblado del mundo encararía al virus, los huéspedes que dormían ahí, provenientes de América, África, Europa, Oceanía y Asia sólo podrían gozar del aire fresco en un perímetro que no rebasara los 10 metros del hostal, en el que dormían también algunos indios que no pudieron regresar a sus ciudades natales. Pasaron 12 días aislados ahí.
“Tuvimos comida todo el tiempo, yo estaba tranquila, tuve mucha suerte de estar en ese hostal. Lo que de pronto me asustaba era que, ya sin mercados, los camellos, las vacas, los burros y lo monos que andaban por la calle ya no recibían las sobras, así que estaban hambrientos y de pronto podían ser violentos”, me contó.
Ya era 31 de marzo cuando Tim le dijo que la embajada de Francia mandaría un avión el 3 de abril para llevar de regreso a sus connacionales, así que él iba a tomar un lugar en ese vuelo, pues se rumoraba que el siguiente sería hasta finales de mayo.
«Los franceses ya se habían organizado y ahí empecé a preguntarme ¿cómo me iba a regresar yo?”, recuerda Susana.
Los vuelos comerciales habían dejado de circular desde el 23 de marzo y el que ella había comprado originalmente, con dirección a Los Ángeles, saldría hasta el 27 de abril, pero temía que aún entonces no le permitieran a su avión aterrizar en la India. Así que sacó su celular y marcó a los cuatro números de contacto que aparecían en la página de la embajada de México, nunca le contestaron. Buscó información en el sitio, pero estaba desactualizado, luego envió varios correos electrónicos que también fueron ignorados. El siguiente paso fue intentar a través de la página de Facebook, pero sus mensajes nunca tuvieron respuesta.
«Llamamos a la puerta y nos dijeron que no podríamos pasar, pues durante la tarde anterior, mientras íbamos en el tren, las autoridades locales habían dado la orden de no aceptar más turistas. Los lugares públicos ya estaban cerrados.»
Ya desesperada, contactó a algunas de las personas que habían interactuado con las publicaciones de la embajada en la red social y logró comunicarse con una mujer, que solo le dijo que había más de 40 mexicanos varados en la India y le pasó un link donde podría registrarse para recibir los comunicados de la embajada. Por la noche recibió un correo con la noticia de que el 2 de abril saldría un vuelo a Japón, y preguntándole si podía comprar su boleto y después buscar de ahí otro rumbo a México. Ella lo consideró, pero la posibilidad de quedar varada, ahora en Tokio, era muy alta, y el costo de hospedarse allá sería mucho más caro que esperar en Nueva Delhi.
“Aún así, intenté comprar el vuelo a Japón, pero no pude hacerlo, porque era un vuelo gestionado por las embajadas y ellas tenían que autorizar primero a los pasajeros. Yo estaba cada vez más angustiada».
Esa noche su amigo Tim le sugirió hacer un esfuerzo por tomar el vuelo en el que partirían los franceses. Entonces Susana llamó a la embajada de ese país. “Hola, no soy francesa pero me quiero ir de aquí y sé que pronto saldrá un vuelo a París”, le dijo al hombre que estaba en la línea. “Es un vuelo para residentes de la Unión Europea, pero si queda algún lugar vacío podrías tomarlo», le contestó.
El problema ahora era que para comprar el vuelo en línea necesitaba ingresar los datos de un pasaporte europeo, así que tuvo que hablar con un representante de Air France en India. “Ese hombre se preocupó muchísimo por mí, fue la persona que más me ayudó. Me preguntó dónde estaba y cuál era mi situación. Le dije que estaba bien, aunque asustada».
Él le explicó que no tenía forma de romper el bloqueo de nacionalidades que había marcado la Unión Europea para ese vuelo. «Nos tienen que hablar de la embajada francesa y avisarnos que autorizan que mexicanos salgan también en este vuelo», le dijo.
Luego consiguió el número de Santiago Ruy Sánchez, un funcionario de la embajada que maneja los asuntos económicos y de cooperación, quien le explicó: “Necesitas demostrar que tienes una manera de salir de París para que puedas tomar el vuelo, pues ese país también tiene sus fronteras cerradas. Pero Francia va a mandar un avión a México para recoger personas y el avión sale justamente 5 horas después de que tú llegues a París”.
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De todos los viajes que hasta ese momento había hecho por el mundo, era la primera vez que Susana López tenía más deseos de volver a casa que de permanecer lejos. El trayecto rumbo al aeropuerto Indira Gandhi en la ciudad de Nueva Delhi la obligó a hacer un recuento de los daños de esos últimos días en la India. Tal cual temía, llegó al aeropuerto para encontrarlo con las luces apagadas. Se escuchaba solamente el eco de su voz y la de sus tres acompañantes.
Para llegar hasta ahí, una empleada de la embajada mexicana tuvo que pasar por ella al hostal en el que esa tarde había cumplido 12 días de aislamiento, después fueron a otro hotel a recoger a dos de los 50 mexicanos que esperaban salir de la India para volver a casa.
“El aeropuerto estaba vacío, apagado y en cuanto entramos nos tomaron la temperatura. Se aseguraron de que no trajéramos armas, pero no hubo problema para meter botellas de agua y botanas. Al llegar a París las pocas personas que había en el aeropuerto estaban llorando. Después de que nos aplazaran el vuelo a México dos horas más, finalmente subimos al avión 16 pasajeros, también llorando, al igual que la tripulación”, recuerda.
Al llegar a México Susana pensó que la aislarían, como a los israelíes que conoció en el viaje, quienes le contaron que desde que llegaron al aeropuerto de su país, un transporte especial pasó por ellos y los mantuvo juntos y bajo supervisión durante quince días. Ella en cambio se encontró con que en la Ciudad de México el personal del aeropuerto no llevaba cubrebocas, ni guardaba distancia.
Nadie se lo pidió, pero tan pronto llegó a casa después de tremenda odisea, inició una nueva cuarentena.