«Inundados los territorios de arte, llegamos a todos esos lugares de la comuna 7 donde han puesto a la gente a temblar del miedo» / Fotografía vía @LeonardBtura.
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—El recuerdo más bonito que tengo, el que siempre me motiva, es cuando yo era niño y vivíamos frente a un puente de madera que se construyó sobre el mar. Si el puente se caía, los vecinos se ponían de acuerdo para repararlo. Y cuando la casa de alguien necesitaba de un arreglo, los vecinos sacaban [destinaban] un domingo y ayudaban, sin cobrar, solo por solidaridad —cuenta Leonard desde Buenaventura, donde nació hace 29 años.
Creció ahí con sus padres y hermanos en San Francisco, un barrio afectado por la violencia entre bandas, la extorsión y el reclutamiento forzado. Recuerda que su infancia fue a veces tranquila, siempre con algo de comida sobre la mesa gracias al trabajo de su madre, que lavaba ropa en otras casas, y de su padre, conductor de Coca Cola y de la Empresa de Energía del Pacífico, operario de montacargas en el puerto, pescador y taxista. Fue una infancia de buenas calificaciones, primeros lugares en el colegio Juan José Rondón y ocasionales acercamientos a la poesía. Una infancia, también, de conflictos. Para describirse en ese entonces Leonard usa una palabra: peleonero.
—Cuando tenía 13 años, un amigo me llevó a un grupo de danza. Empecé a bailar y también hice algo de folclor y ahí, además, había un grupo de jóvenes. Ingresé a talleres de formación en políticas públicas, comunicación, arte y cultura. Yo siempre digo que el arte me salvó porque llegó en un momento en el que estaba en plena agresividad, dirigiéndome a la gente de forma agresiva, peleando, y cuando el arte llegó, empezó a mostrarme que yo estaba hecho para otras cosas.
Lunes, miércoles y viernes bailaba. Los sábados los dedicaba al grupo de jóvenes.
—Entendí por qué pasaba lo que pasaba y por qué vivíamos como vivíamos. A razón de qué una ciudad tan rica se revuelca en la pobreza.
De los cinco billones de pesos (colombianos) anuales que la operación portuaria deja en impuestos, “menos del 20%” se queda en la ciudad, dice el periodista Hurtado-Carabali (“Crisis humanitara en Buenaventura”). También menciona que la pobreza alcanza el 66% y el desempleo el 62%, según el Departamento Nacional de Estadística (Dane). Encima, el 91% de la población tiene un trabajo informal.
Buenaventura enfrenta problemas estructurales desde hace décadas debido a la poca inversión social, que ocasiona la falta de acceso a servicios públicos y déficits en educación y salud.
En 2009 la madre de Leonard sufrió un derrame cerebral y ante la imposibilidad de conseguir un servicio de ambulancia, mientras ella le suplicaba que no la dejara morir, tuvo que llevarla al hospital en taxi. Cuando llegaron, hubo poco que hacer. En 2015 uno de sus cuñados fue asesinado a tiros y la familia se vio obligada a dejar su casa y buscar albergue en un hogar de paso en otro barrio. En 2018 su padre murió.
—Sentía mucha rabia, sentía odio, y pensé que ese tipo de cosas tenía que trabajarlas para no terminar convertido en otro ser humano, para que eso no transformara mi vida.
Leonard Rentería / Fotografía via @LeonardBtura.
Ahora, Leonard coordina proyectos culturales y de formación en derechos en la asociación Rostros Urbanos, que acompaña y fomenta el talento artístico de niñas, niños y jóvenes del lugar, al tiempo que prepara su trabajo de grado en Psicología sobre las experiencias adversas de la infancia en Buenaventura.
—Estoy convencido de que esa realidad de pobreza y violencia condiciona la conducta de los niños y los puede convertir en parte del problema. Muchos jóvenes que hoy están en los grupos armados ilegales vienen de zonas pobres, casi siempre ha faltado el papá o la mamá y ha habido violencia intrafamiliar. Esas cotidianidades se forjan en el proceso de formación del cerebro e inciden en que los jóvenes sean utilizados para nutrir la violencia. Yo viví situaciones de carácter emocional. Entonces dije: todo lo que me ha pasado no puede destruirme ni apartarme de lo humano. Necesito una carrera que me permita mantenerme lo más humano posible y no naturalizar la guerra. Y dije: voy a estudiar psicología porque esta carrera me va a permitir elaborar mis duelos, las pérdidas que he tenido, lo que he sufrido. Desprenderme de cosas que me atan a un pasado triste, violento, para transformar mi propia existencia y a partir de allí acompañar a otras personas, si así lo deciden y lo quieren.
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“Buenaventura es una contradicción”, dijo el líder social y defensor del territorio Temístocles Machado al portal Verdad Abierta tres meses antes de que lo asesinaran, el 27 de enero de 2019. “No tenemos un hospital de segundo nivel; no tenemos agua potable y hay una baja cobertura de alcantarillado; hay un pobre nivel de escolaridad y las plantas educativas están en mal estado; el despojo que se ha dado es descarado; hay alto índice de desempleo y es muy grave la explotación en las zonas portuarias y si las empresas privadas son injustas con el pueblo es porque el gobierno las deja; tampoco hay una reinversión en Buenaventura de lo que producen las empresas. Nos tienen en la miseria”.
El origen de esa contradicción podría situarse en la época de la Colonia. Según el informe Buenaventura: un puerto sin comunidad, elaborado por el Centro Nacional de Memoria Histórica y publicado en 2015, el Pacífico era entonces una región minera azotada por la violencia contra las comunidades indígenas y por el uso de la población africana como mano de obra esclava. Los dueños de las minas pertenecían a las élites de ciudades del interior, desde donde dirigían sus negocios; de modo que éstas nunca se asentaron allí. Lo que para unos fue solo una tierra para extraer riqueza, para las primeras generaciones afrodescendientes fue su hogar.
En el siglo XIX Buenaventura se convirtió en puerto marítimo y para el XX exportaba la mitad del café del país. En 1961 fue creada la empresa pública Puertos de Colombia, Colpuertos, que, según el informe, contrató a más de cinco mil trabajadores nativos de la región, consolidó la estructura sindical y fortaleció el vínculo entre los habitantes y la economía del puerto. Sin embargo, en los años noventa, con el inicio de un proceso de privatización, Colpuertos dejó de existir. El número de empleos disminuyó, se perdieron derechos laborales y bajaron los salarios. La separación fue abrupta: de un lado, la comunidad; la rentabilidad del puerto, del otro. En la actualidad, la participación privada en el puerto es del 83%.
—¿Sabes qué es lo peor? Que la gente asume la pobreza como algo normal, asume la falta y la necesidad como algo normal —dice Leonard Rentería—. Acá los niños crearon una banda marcial con tarros, ellos terminan activando la creatividad desde su pobreza y de alguna manera eso va condicionando a la gente. Aprender desde niños a acomodarse. Y yo creo que no. Que las administraciones se comprometan a brindar alternativas para que los jóvenes sean capaces de soñar y no se condicionen con eso de ver pasar la riqueza, verla entrar y salir, pero quedarse lejos y decir: no es posible.
«Llevar el arte donde han sonado las balas, […] seguirá siendo nuestro camino. La niñez, la adolescencia y la juventud merecen estar alejados de la violencia» / Fotografía vía @LeonardBtura
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—Desde diciembre los grupos están en una disputa territorial que no es nueva. Siempre se han dado picos de disputa territorial en Buenaventura. Las mismas estructuras cambian los nombres y siguen haciendo lo mismo. Con el agravante de que esta vez hay una extensión en el tiempo y un descontrol por parte de las instituciones del Estado. Un descontrol, una apatía y un silencio. Y la gente, en medio de ese fuego cruzado —continúa Leonard.
El informe Buenaventura: un puerto sin comunidad coincide en el diagnóstico: la desigualdad y la exclusión han generado un terreno fértil para el conflicto armado y la economía ilegal. Su ubicación estratégica hace de la ciudad un territorio en constante disputa por las rutas de transporte marítimo para el tráfico de drogas y armas, por el control del oleoducto del Pacífico, por las áreas rurales con potencial de cultivos ilícitos, por la minería. Distintos grupos armados han pasado por allí: la guerrilla de las Farc en los años noventa, el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) a partir de 2000 y, desde 2005, bandas sin rostro que surgieron tras la desmovilización –parcial– de las AUC. Sin embargo, la violencia se recrudeció con la llegada de los paramilitares: homicidios, desapariciones forzadas, masacres y desplazamiento.
—¿Por qué hay unas comunas más violentadas que otras?
—Todas o la mayoría tienen en común megaproyectos o proyectos de alto nivel que se van a desarrollar allá. […] Para muchos de nosotros no es coincidencia que pasen estas cosas en los territorios donde va a haber proyectos. Muchos personajes prefieren la violencia porque es más fácil sacar a la gente con violencia. No estoy diciendo que haya un sector determinado, pero en las luchas de Colombia se ha visto que hay gente que tiene intereses y prefiere contratar grupos para que generen miedo, la gente se vaya del territorio y después montar empresas.
De repente, al teléfono su voz se torna recia, cadenciosa, habla más rápido, más alto y canta un rap que compuso, «Territorio»:
—Cuando Buenaventura era territorio baldío / a nadie le interesaba el negro que estaba aquí metido / fueron años tras años rellenando esta ciudad / donde nuestros ancestros trabajaban sin cesar / nuestros padres ayudaron a construir Buenaventura / donde reinaba la paz y se exaltaba la cultura / cuando este territorio estaba ya trabajado / vinieron capitalistas que de todo han abusado / sacando a nuestros hermanos del barrio Cristo Rey / y utilizando como siempre sus técnicas de violencia / como han hecho en muchas partes que a los pueblos han masacrado / pa’ quedarse con la tierra después del dolor causado / en este barrio del puerto a mucha gente asesinaron / el objetivo era la tierra y de ella los sacaron / esta gente tan bandida gana plata por montón / mientras que el negro del puerto duro debe trabajar / para cada fin de mes una miseria devengar.
Y, sin embargo, ante las jornadas de manifestación y resistencia que están ocurriendo en Buenaventura, dice:
—Hay un nuevo sentir. Una masa de jóvenes que tienen claro que no pueden continuar como van y que no pueden heredar a las generaciones que vienen lo mismo. Hoy la juventud se ha volcado a reclamar algo que por décadas ha necesitado: garantías de sus derechos, sobre todo por la vida, porque los jóvenes somos las principales víctimas y los principales victimarios. Estamos en el centro de la violencia, la pobreza y el abandono. Pero hay un despertar y eso es lo que se ve: la gente está cansada.