Tiempo de lectura: 6 minutosJusto al caer la noche del sábado, dos días antes del 8M, un grupo de mujeres empezó a escribir, a brochazos, los nombres de las víctimas de feminicidio sobre las vallas metálicas que rodean el Palacio Nacional. El blanco de la pintura contrastó con la superficie oscura de las vallas, perfeccionando la legibilidad y realzando cada letra. Se leen: Eloisa. PALOMA. MARA. Josselin. Ma. Consuelo. Apenas el día anterior, el gobierno capitalino levantó ese perímetro de metal para proteger las paredes del edificio de grafitis, pintas con esténciles y bombas molotov. “Cuesta trabajo limpiarlos”, dijo el presidente López Obrador para explicar por qué las mismas protecciones resguardan el Hemiciclo a Juárez y otros edificios y comercios, dándole un aspecto de blindaje a las calles del Centro Histórico.
–Quien pueda ¡jálese! –escribieron las feministas en el grupo de Facebook Antimonumenta, y subieron cuatro fotografías como registro de su acción y convocatoria para las demás. Tan solo en esa red social, en 45 minutos, se compartió la invitación nueve mil veces. Horas antes, toda la mañana y la tarde del sábado 6 de marzo, Twitter se llenó de la réplica de las feministas al presidente y a su gobierno: “De ese tamaño es su miedo”. No es para menos.
El 8 de marzo de 2020 la movilización feminista lo desbordó todo, cobrando una escala inédita en la historia del movimiento mexicano. Aquel día, los medios de comunicación reportaron que en la Ciudad de México se habían reunido 80 mil mujeres. El punto oficial de encuentro fue el Monumento a la Revolución. Ni siquiera cabían en esa plaza. Y los puntos de encuentro se fueron multiplicando: la Lotería Nacional, la Esquina de la Información o donde se pudiera. A las dos de la tarde, hora en que debía iniciar la marcha, la multitud se extendía por las calles aledañas; el tráfico de ubers y carros de los que bajaban puñados de feministas empezaba desde el Monumento a la Madre, a cinco kilómetros del Zócalo. La convocatoria fue masiva, tanto que las colectivas abrieron sus contingentes para que quienes jamás habían marchado pudieran hacerlo con seguridad. “Se nos fueron sumando muchísimas; originalmente, éramos como veinte”, dijo Estefanía Villalobos de la agrupación Desgarradas. “Teníamos como quinientos, como mil registros de chavas que no conocíamos”, recuerda un año después Daniela Tejas, de Marea Verde MX.
–¿Y ahora?, ¿han sentido el mismo poder de convocatoria?
–No es como que [la gente] nos esté preguntando muchísimo.
Hace un año, alrededor de estas fechas, el covid-19 era ya una amenaza en México; el primer caso oficial se detectó el 27 de febrero. Pero entonces las autoridades no habían llamado al confinamiento de la sociedad y Hugo López-Gatell, el vocero de la estrategia, todavía no pronunciaba, con célebre repetición y énfasis, aquella frase de “quédate en casa”. Sin que se reportaran contagios en la manifestación, las feministas salieron masivamente a las calles. Al día de hoy, con 190,357 muertos oficiales y 209,949 asociados a la pandemia en un solo año, después de que los hospitales del Valle de México se saturaran a más del 90% hace apenas un par de meses, las feministas están en una encrucijada entre la fuerza de sus números en el espacio público y el deber de no arriesgar la salud de todas:
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El 8 de marzo de 2020 la movilización feminista lo desbordó todo, cobrando una escala inédita en la historia del movimiento mexicano. Aquel día, los medios de comunicación reportaron que en la Ciudad de México se habían reunido 80 mil mujeres.
–No están las cosas, ni el semáforo, como para salir a las calles –continúa Tejas–, aunque digamos que hay cubrebocas, sana distancia y medidas, no, ahorita no hay que hacer aglomeraciones.
Varias ONG y colectivas de alcance nacional, como Balance y el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), siguieron este camino y prefirieron no convocar a una manifestación para este 8M.
–Como sociedad civil organizada y como organizaciones nacionales no vamos a marchar. No vamos a sacar convocatoria. No conozco a alguna organización, con las que tenemos alianza, que lo vaya a hacer –especifica Tejas.
A cambio, este tipo de organizaciones ha optado por acciones más chicas, con pocas personas, para poder cumplir las medidas de seguridad, o por “activaciones” en redes sociales. En diferentes estados del país, como Torreón, Michoacán, Jalisco, Guerrero, Chiapas, han nacido decenas de iniciativas, presenciales y virtuales, más pequeñas. Old Witches, en la capital de Durango, es una de tantas. Su fundadora, Ludy Rotenhexe, una activista de 50 años que prefiere que la llamen por su pseudónimo, cuenta que en su ciudad sí hay convocatorias para marchar. Hay dos, en realidad. Una de ellas, organizada por feministas transexcluyentes; la otra reúne a su colectiva y a tres más, y apoya la diversidad sexual. Describe que “se ha hecho un debate grande entre feministas sobre si salir a marchar o no; además hay conflicto, porque no queremos marchar a lado de compañeras que perpetúan un discurso de odio”.
Si algo, además de su magnitud, distinguió la marcha capitalina del 2020, fue la pluralidad de feministas que tomaron juntas las calles. El Bloque Negro caminó con las liberales, las anarquistas avanzaron al mismo paso que las demás; en la muchedumbre, había niñas de once años, mujeres que empujaban carriolas o andaderas, muchísimas jóvenes, encapuchadas y con la cara descubierta, y mujeres trans; fue también la primera vez que las afrodescendientes marcharon como contingente unido. Eran tantas que les costaba avanzar en los alrededores del Monumento a la Revolución, donde su movimiento hacía pensar en un líquido muy denso. Un año después, la división que atomiza las colectivas no se limita al coronavirus; hay otra división, que quizá las separa más que el distanciamiento social.
–Hay escisiones muy fuertes. Es otra cosa que no permite la articulación nacional del año pasado, en la que todas estuvimos de acuerdo en una acción –dice Daniela Tejas desde la capital de México, haciendo eco de lo dicho por Ludy Rotenhexe en el norte del país, y menciona que los grupos transexcluyentes están teniendo más incidencia política.
–Por ejemplo, la identidad de género ya está en las legislaturas locales, están presentando iniciativas, es lo que acaba de pasar en Puebla –detalla Tejas, aunque aclara que mantienen el consenso en cuanto a la despenalización del aborto–. Nosotras [Marea Verde MX] estamos con las compañeras trans y no binarias y con les trabajadores sexuales. Ahora son muy claros los dos bandos.
Si algo, además de su magnitud, distinguió la marcha capitalina del 2020, fue la pluralidad de feministas que tomaron juntas las calles.
Hace un mes, a principios de febrero, el Frente Feminista Radical de Puebla quiso impedir el avance de la Ley Agnes, nombrada así por Agnes Torres, una activista trans que fue asesinada en Atlixco hace nueve años. No lo consiguieron. La ley que reconoce la identidad sexogénerica de las personas fue aprobada con 34 votos a favor.
–Hay otra división –apunta Tejas–. Hay muchas feministas que son parte del gobierno, mucha gente dentro del gobierno local y el federal, personas que están defendiendo o encontrándole otro ángulo a las declaraciones del presidente. Son cosas que el año pasado no estaban ahí. Las de Morena [el partido en el gobierno] estaban tratando de ver si la candidatura se bajaba…
Se refiere a Félix Salgado Macedonio, quien mantiene su candidatura al gobierno de Guerrero, uno de los estados más pobres y violentos de México, pese a las cinco acusaciones de abuso sexual y violación en su contra. En reiteradas ocasiones, el presidente lo ha defendido de ellas, tildándolas de “politiquería”, y sosteniendo que “el pueblo de Guerrero” ya decidió. A lo largo de las últimas semanas, las militantes de Morena han ejercido presión, mediante videos que se viralizan en las redes sociales, para que la cúpula de su propio partido retire de la contienda a Salgado Macedonio; en la más reciente, le exigen que renuncie.
–Me preocupa esto: si todo el movimiento feminista tiene claridad política del momento, y si nos alcanza para poder increpar al Estado, es importante colocar el mensaje de que este 8 de marzo nos toca en la antesala de un proceso electoral caracterizado por el arribo de agresores al poder– dice Yndira Sandoval, fundadora de Las Constituyentes. Ellas son parte de la Coordinación 8M, integrada por sindicatos, como los de mujeres electricistas y telefonistas (el STRE y el SME), y por agrupaciones anticapitalistas como Libres y Vivas.
Pero lo principal, incluso tomando en cuenta la pandemia y la separación ideológica, es, para Daniela Tejas, la represión del gobierno. Menciona de memoria los casos en que las policías municipales y otros cuerpos de seguridad pública han actuado ilegalmente contra las manifestantes. Cita a Guadalajara, Guanajuato, Quintana Roo, donde ha habido mucha represión por parte de los gobiernos, de diferentes partidos y lugares. Acerca de la Ciudad de México, recuerda que el 8 de marzo pasado hubo gas lacrimógeno; el 28 de septiembre, encapsulamiento; el 25 de noviembre “salieron desproporcionadamente granaderos y policías”. Tiene en mente lo que ocurrió en Cancún, cuando la policía municipal abrió fuego para dispersar la manifestación por el feminicidio de Alexis. Cuatro personas, entre las mujeres que protestaban y periodistas, fueron heridas.
–El movimiento feminista está siendo blanco de una serie de criminalizaciones y estigmatizaciones– dice Yndira Sandoval, de Las Constituyentes. Le preocupa porque las autoridades las han colocado en una situación de riesgo. Ellas sí convocaron a una manifestación que repite el trayecto del 2020 (desde el Monumento a la Revolución hasta el Zócalo). En esta ocasión, uno de sus reclamos principales es ponerle un alto a la criminalización de la protesta.
De vuelta en la videollamada por Zoom, después de haber pasado la mañana y algunas horas de la tarde haciendo paquetes para las acciones del 8M, Daniela Tejas advierte e insiste:
–Las cosas han ido escalando.