Leticia se quedó sin agua, a pesar de estar a la orilla del río Amazonas

Leticia se quedó sin agua, a pesar de estar a la orilla del río Amazonas

Matilde Fernández, de la comunidad indígena ticuna de San Pedro de los Lagos, a una hora de Leticia, es traducida al español por su hijo para decir que cuando era niña no había playas en el río, el Amazonas era uno solo y los peces saltaban.

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Leticia, la ciudad colombiana ubicada al margen del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, el que posee una quinta parte del agua dulce del planeta y asegura la vida de su bosque tropical más extenso  — la Amazonía —  se quedó sin agua. “Es curioso que una ciudad junto al Amazonas se quede sin agua como sucedió en estos días”, dice el biólogo Santiago Duque, profesor del Instituto Amazónico de Investigaciones (IMANI), de la Universidad Nacional de Colombia, que desde hace treinta años estudia ambientes acuáticos y humedales amazónicos. “En diciembre el río iba subiendo normalmente y luego se desocupó. Bajó”. El pasado 20 de enero, la sede Amazonía de la UNAL emitió una alerta sobre la “drástica reducción del caudal del río que no se presentaba desde 1992” y que, a su vez, ocasionó la disminución del nivel de la quebrada Yahuarcaca que surte de agua a Leticia. “Sólo salía barro y la alcaldía tuvo que cerrar la motobomba”, recuerda el profesor Duque. Entonces, según la alerta, la mitad de la población de Leticia  — con unos 50.000 habitantes —  no tenía suministro. Hoy la situación parece no haber mejorado.

Santiago Duque empieza la entrevista hablando del río, esa gran línea curva de color arena que miles de turistas ven desde la ventana del avión antes de aterrizar en Leticia  — apenas separada por una avenida de la ciudad brasilera de Tabatinga —  que, sin llegar al número de visitantes de otros destinos turísticos, es uno de los más importantes del sur de Colombia. “Como la mayoría de los ríos, el Amazonas tiene un patrón hidrológico anual, pero también patrones multianuales: periodos que difieren de los promedios anuales en los que el río puede bajar o subir de nivel. Ocurrió en 1992, en 2012 y este año”.

No todos, pero muchos de los habitantes de Leticia, incluidas las siete comunidades indígenas que viven en el sistema de veintiún lagos, también llamados ciénagas, donde está la quebrada Yahuarcaca, conocen el patrón anual del río: la larga fase de aguas en ascenso inicia en octubre o noviembre y termina en marzo o abril, en la que el caudal recibe el agua lluvia de los ríos Napo, de Ecuador, y Marañón y Ucayali, de Perú. Le sigue la fase de aguas altas, entre mayo y junio, cuando el río se desborda e inunda las tierras aledañas. Aquí se detiene el profesor Duque para explicar que, al subir, el río remonta peces que buscan un lugar donde reproducirse en los lagos; que los lagos son fundamentales para la producción pesquera; que el Amazonas recibe los nutrientes que sus ríos tributarios arrastran desde la región volcánica de los Andes y con ellos fertiliza los suelos inundados; que, lejos de ser una tragedia, la inundación es un “regalo de la naturaleza”. En la tercera fase, el río desciende y su caudal disminuye. Esto ocurre en junio y en octubre el ciclo vuelve a empezar.

“Pero en estos años, 1992, 2012 y 2022 en el periodo normal de ascenso, ocurrió un descenso atípico”, dice el profesor Duque y agrega que, sin embargo, el problema no es ese, sino la manera como la morfología del río Amazonas ha cambiado en las últimas tres décadas, un proceso natural que puede ser acelerado por la deforestación. “Era un río grande con muy pocas islas, que él mismo construye. Pero hace unos treinta años comenzó a sedimentar en la parte de los brazos colombianos. ¿Qué le ha pasado al Amazonas en Leticia? Que ya transporta muy poco caudal y más en temporada de aguas bajas, entonces ha generado una dinámica de sedimentación y construcción acelerada de islas. Muchísimas islas están creciendo y eso hace que el río Amazonas se aleje del lado colombiano”.

Eso provoca, además, que a la quebrada Yahuarcaca, donde está ubicada la bocatoma del acueducto de Leticia, un pequeño arroyuelo cuyo caudal no supera los tres metros cúbicos por segundo  — en contraste con un rango de entre 16.000 y 64.000 del Amazonas —  y que para subir de nivel depende del río, no le llegue agua.

En 2006 el equipo de trabajo de las sedes sedes Amazonía y Medellín de la UNAL presentó un estudio al gobierno nacional en el que proponía una serie de obras civiles para recanalizar el río hacia los brazos colombianos, pero la alternativa era costosa y fue desechada. Entonces, el profesor Duque menciona lo que podría pasar en un futuro no muy lejano: “Que para ir al Amazonas tengamos que pasar al frente en bote, a la isla de Santa Rosa, que es peruana. Para allá vamos, esa es la realidad”.

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“En los últimos años el río ha cambiado demasiado. Tanto así que para esta época deberíamos estar en invierno. ¿Qué es invierno para nosotros? Cuando el río crece. ¿Qué es verano? Cuando baja. Se supone que, en octubre, noviembre, diciembre empieza a crecer para estar en su nivel en enero, febrero y marzo. Pero esta es la fecha en que ha subido unos diez metros nomás y ya volvió a bajar. Está bastante seco y las embarcaciones empiezan a tener dificultad por las playas o islas”, dice la docente Maritza Naforo, perteneciente a la etnia murui o huitoto e integrante del Cabildo Indígena Herederos del Tabaco, la Coca y la Yuca Dulce (CIHTACOYD), de Leticia.

Llovizna ese mediodía cuando, al teléfono, Maritza dice que el agua escasea por dos razones: la primera es la caída del nivel del río, que sucede desde hace unos diez años. En un documental de la Universidad Nacional de Colombia titulado ¿Está cambiando el gran río? Alteraciones del clima en la Amazonía colombiana, Matilde Fernández, una integrante de la comunidad indígena ticuna de San Pedro de los Lagos, localizada a una hora de Leticia, es traducida al español por su hijo para decir que cuando era niña no había playas en el río, el Amazonas era uno solo y los peces saltaban. Eso ya no se ve. Cuando el río disminuye, continúa Naforo, es imposible bombear el agua de la quebrada Yahuarcaca y entonces, según calcula ella, alrededor del 40% de la población debe usar aljibes y pozos artesanales. Leticia es rica en acuíferos, aunque aún no se ha hecho un estudio serio de la capacidad de utilización de los pozos subterráneos ni de las posibles afectaciones de consumir esas aguas.  La segunda razón que Maritza da es el acueducto: “La infraestructura del acueducto no es la mejor, es muy anticuada, tiene sesenta años y no tiene la capacidad para una población que ha crecido”.

En eso está de acuerdo el profesor Santiago Duque: “Leticia creció desordenada. Era una ciudad muy pequeña en los años sesenta y luego la población se elevó. El acueducto está atrasado. Hay un plan maestro del cual yo he escuchado desde hace veinte años y hasta ahora no se ha visto. La mitad de la población utiliza el acueducto que no llega a todos los lugares; sólo en la noche o madrugada hay un poquito de agua. La otra mitad utilizamos pozos. Pero viene el problema del alcantarillado. Cuando llueve Leticia se inunda, no por el río Amazonas sino por la lluvia, porque hay un mal manejo de las aguas: se mezclan la de la lluvia y las residuales”.

Harold Pierr Rengifo es abogado e integrante del Comité de Defensa del Medio Ambiente del Amazonas, conformado por cincuenta habitantes de Leticia. A la pregunta sobre por qué escasea el agua en su ciudad responde tajante: “Es que Leticia nunca ha tenido agua”. El abogado calcula que el 95% de la población se surte mediante un sistema de bombeo subterráneo y que ese mismo porcentaje no cuenta con un servicio eficiente de alcantarillado.

Eso lo lleva a hablar de un asunto crucial: la acelerada construcción de urbanizaciones residenciales en una ciudad sin espacio para crecer. Cuando Rengifo era niño, en los años setenta, Leticia tenía sólo dos calles pavimentadas. A finales de esa década se construyeron las primeras urbanizaciones en lotes donde antes los chicos jugaban al fútbol, sin sistema de alcantarillado, apenas unos cilindros de gran capacidad que hoy están rotos. Desde entonces, la venta de lotes para la construcción de viviendas ha crecido. “Se autoriza la venta de lotes sin que el urbanizador cumpla con ningún requisito. Simplemente los venden, deforestan, y allí se hacen pozos y bombas de agua. […] Hay urbanizaciones por toda la ciudad. Hay una venta de lotes a dieciocho millones de pesos 1 en La Cholita, donde están los lagos de Yahuarcaca. Allá, si usted tiene un pedazo de tierra, puede hacer lo que quiera. Ese urbanismo está dañando el sistema hídrico de la ciudad”, dice el abogado Rengifo y añade: “¿Qué nos salva y por qué la gente no protesta? Porque tenemos agua cuando llueve y agua subterránea, así sea contaminada, pero en abundancia”.

Junto al Comité de Defensa del Medio Ambiente del Amazonas, Rengifo se opone a una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) que el municipio planea construir en el centro de la ciudad. “No nos oponemos a la PTAR sino al sitio donde se pretender hacer porque no cumple con lo que establece la norma: estar a 75 metros de la última casa, cuando en realidad estará a ocho metros, frente a un colegio con quinientos niños. No se va a colocar la barrera de árboles para evitar los malos olores. Presentamos una acción popular y estamos esperando el fallo después de dos años de pelea”.

La Red Nacional del Agua, creada en 2012, elabora un diagnóstico del agua en las distintas regiones del país y en su mapeo de la Amazonía, detecta conflictos que su directora, Juanita de los Ángeles Ariza, expone: cambios en las aguas superficiales y subterráneas relacionados con el cambio climático, actividades económicas extractivas y sobreexplotación pesquera, vertimientos domésticos, fallas en la tecnificación de aguas residuales, entre otros. En Leticia, el crecimiento desordenado, la planeación deficiente, la falta de árboles y un sistema de humedales en el casco urbano donde las y los leticianos solían bañarse o pescar y que hoy están, en su mayoría, secos o son botaderos de aguas residuales, causan que, cuando llueve —algo bastante frecuente— el agua no tenga a dónde ir y la ciudad se inunde. “Las aguas reversan para los sectores marginales donde se aposentan y vemos afectaciones cutáneas, enfermedades en los niños”, comenta Rengifo. “Llevamos casi dos meses con basura por toda Leticia porque se dañaron, el mismo día y a la misma hora, las dos máquinas que recogían basura, y las enfermedades se han agravado. Ahora hay una virosis gravísima con fiebre, vómito, diarrea y lo que es peor: no tenemos hospitales suficientes”.

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Entonces, ¿el río?

Dice Maritza Naforo que la relación de Leticia con el Amazonas es triste.

Harold Pierr Rengifo agrega: “La ciudad, los gobernantes y los ciudadanos están a espaldas del río. Yo nací viendo el río, esos amaneceres espectaculares. Apareció la isla de La Fantasía y lo taponó. Hay gente que vive ahí y no lo ha visto en tres, cinco años. No hay un espacio para verlo, llegas a un mal llamado malecón y está la quebrada Yahuarcaca, que es pequeñita, y a casi 800 metros un puntico del río”.

“La ciudad debería tener una relación fuerte con el río, no puede abandonarlo. Pero Leticia tiene al Amazonas como el chiquero. Es sucio, se hizo un muelle fluvial que no sirvió para nada, no es agradable. Existe un Plan Básico de Ordenamiento Territorial (PBOT) en el que el río no tiene nada que ver. Es una ciudad que se construye mirando a Bogotá, no a su propia naturaleza”, advierte el profesor Santiago Duque. “No hay ninguna política o acción a futuro para solucionar el problema de que, en algún momento, Leticia se quede sin agua”.

Esa es la paradoja porque la solución —en la que el equipo de la UNAL sede Amazonía tanto insiste— viene, justamente, del río. “Leticia puede perfectamente potabilizar el agua del río Amazonas”, asegura Duque. Así lo hace la ciudad gemela de Tabatinga. Otra opción es emprender un estudio del agua subterránea y una tercera implementar un sistema confiable de recolección de agua lluvia. Además, el Amazonas, rico en bacterias, tiene una impresionante capacidad de descomponer la materia orgánica, que compone el 60% de los residuos de la ciudad y que podría ser una excelente materia prima para abono.

Y, sin embargo.

“Lo preocupante es qué va a hacer el gobierno local que siempre mira a corto plazo. En la academia hemos dicho estas cosas desde hace mucho tiempo en muchos escenarios, pero se hacen los de la vista gorda y siguen pensando en proyectos inmediatistas que no van a resolver nada”, lamenta el profesor Duque y termina: “Colombia es un país que se ha desarrollado en contra de los sistemas acuáticos. Tenemos una norma muy bonita, de 1974. […] Pero no hay algo más grande que refuerce, controle y proteja el agua en Colombia, no existe”.

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